martes, 30 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima sexta noche

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"Y cuando llegó la 326ª noche

Ella dijo:

... y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentóse, pues, ante la fuente de arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron: '¡Eh! ¿Qué vas a hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de mala sombra!' Pero el hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: '¡Callaos vosotros! ¡Quiero comer de este plato y llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!' Y le dijeron otra vez: '¡Que te ahorcarán y te desollarán!' Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya había metido la mano, y se inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que tenía más cerca, se escapó asustado y libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos, protestando de que no tenía nada que ver con lo que ocurriera.

Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del cuervo, la sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso pedazo que había sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un movimiento giratorio se la arrojó al fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o con el ruido de una cascada en una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón resonó con un eco sonoro que hubo de repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio el fondo de la enorme fuente!

Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: '¡Alah nos proteja! ¡Se ha tragado la fuente de un solo bocado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche con canela u otra cosa semejante entre sus manos!' Y añadió: '¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya veo que se le dibuja en la frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!'.

Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: '¡Así se te pare la digestión y te ahogue, espantoso abismo!'' Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor, metió otra vez los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido sordo, y los sacó con una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la palma antes de tragarla cuando Zumurrud dijo a los guardias: '¡Traedme pronto al del arroz, antes de que se trague el bocado!'. Y los guardias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la mitad del cuerpo encorvado encima de la fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos a la espalda y le llevaron a presencia del rey, mientras decían los circunstantes: 'El se empeñó en perderse. ¡Ya le habíamos aconsejado que se abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!'

Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: '¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué causa te ha impulsado a venir a esta ciudad?' El otro contestó: 'Me llamo Othman, y soy jardinero. Respecto al motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer'. Zumurrud exclamó: '¡Que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!' Y cuando tuvo ambos objetos, trazó caracteres y figuras con la pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una hora, después levantó la cabeza y dijo: '¡Desdicha sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el de bandolero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil zorras! ¡Confiesa enseguida la verdad o lo harás a golpes!'

Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco antes por él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al descubierto unos dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después intentó salvar la cabeza declarando la verdad, y dijo: '¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti ahora mismo, y en adelante seguiré el buen camino!' Mas Zumurrud le dijo: '¡Me es imposible dejar vivir en el camino de los musulmanes a una fiera dañina!'

Después ordenó: '¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la puerta del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!'

Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y se volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: '¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y canela, te vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima vigésima séptima noche...

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lunes, 29 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima quinta noche

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"Pero cuando llegó la 325ª noche

Ella dijo:

..Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo: '¿No te da vergüenza tender la mano hacia lo que está lejos de tu alcance y apoderarte de una fuente tan grande para ti solo? ¿Ignoras que la educación nos enseña a no comer más que lo que tenemos delante?' Y otro añadió: '¡Ojalá que ese manjar te pese en la barriga y te trastorne las tripas!' Y otro muy chistoso, gran aficionado al haschich, le dijo: '¡Eh, por Alah! ¡Repartamos! ¡Acerca eso, que tome yo un bocado, o dos o tres!'

Pero Barssum le dirigió una mirada despreciativa, y le gritó con violencia: '¡Ah maldito devorador de haschich! ¡Este noble manjar no se ha hecho para tus mandíbulas! ¡Está destinado al paladar de los emires y gente delicada!'

Y se preparaba a meter otra vez los dedos en la deliciosa pasta, cuando Zumurrud, que lo observaba hacía un rato, lo conoció, y mandó hacia él a cuatro guardias diciéndoles: '¡Id en seguida a apoderaros de ese individuo que come arroz con leche, y traédmelo!' Y los cuatro guardias se precipitaron sobre Barssum, le arrancaron de entre los dedos el bocado que iba a tragar, le echaron de cara contra el suelo y le arrastraron por las piernas hasta delante del rey, entre los espectadores asombrados, que enseguida dejaron de comer, cuchicheando unos junto a otros: '¡Eso es lo que se saca por ser glotón y apoderarse de la comida de los demás!'. Y el comedor de haschich dijo a los que le rodeaban: '¡Por Alah! ¡Qué bien he hecho en no comer con él ese excelente arroz con leche! ¡Quién sabe el castigo que le darán!' Y todos empezaron a mirar atentamente lo que iba a ocurrir.

Zumurrud, con los ojos encendidos por dentro, preguntó al hombre: 'Dime, hombre de malos ojos azules, ¿cómo te llamas y cuál es el motivo de tu venida a este país?' El miserable cristiano, que se había puesto turbante blanco, privilegio de los musulmanes, dijo: '¡Oh nuestro señor el rey, me llamo Alí y tengo el oficio de pasamanero! ¡He venido a este país a ejercer mi oficio y a ganarme la vida con el trabajo de mis manos!'. Entonces Zumurrud dijo a uno de sus eunucos: '¡Ve pronto a buscar en mi mesa la arena adivinatoria y la pluma de cobre que me sirve para trazar las líneas geománticas!' Y en cuanto se ejecutó su orden, Zumurrud extendió cuidadosamente la arena adivinatoria en la superficie plana de la mesa, y con la pluma de cobre trazó la figura de un mono y algunos renglones de caracteres desconocidos. Después de lo cual recapacitó profundamente un rato, levantó de pronto la cabeza y con voz terrible que fue oída por toda la muchedumbre le gritó al miserable: '¡Oh perro! ¿Cómo te atreves a mentir a los reyes? ¿No eres cristiano y no te llamas Barssum? ¿Y no has venido a este país para buscar una esclava raptada por ti en otro tiempo? ¡Ah perro! ¡Ah maldito! ¡Ahora mismo vas a confesar la verdad que me acaba de revelar tan claramente la arena adivinatoria!'

Aterrado el cristiano al oír estas palabras cayóse al suelo juntando las manos, y dijo: '¡Perdón, oh rey del tiempo! ¡No te engañas! ¡En efecto (preservado seas de todo mal), soy un innoble cristiano y vine aquí con la intención de apoderarme de una musulmana a quien rapté y que huyó de nuestra casa!'.

Entonces Zumurrud en medio de los murmullos de admiración de todo el pueblo, que decía: '¡Ualah! ¡No hay en el mundo un geomántico lector de arena comparable con nuestro rey!'; llamó al verdugo y a sus ayudantes y les dijo: 'Llevaos a ese miserable perro fuera de la ciudad, desolladle vivo, rellenadle con hierba de la peor calidad y volved y clavad la piel en la puerta del meidán!

En cuanto al cadáver, hay que quemarlo con excrementos secos y enterrar en el albañal lo que sobre'. Y contestaron oyendo y obedeciendo, y se llevaron al cristiano, y lo ejecutaron según la sentencia, que al pueblo le pareció llena de justicia y cordura.

Los vecinos que habían visto al miserable comer el arroz con leche no pudieron dejar de comunicarse mutuamente sus impresiones. Uno dijo: '¡Ualah! ¡En mi vida volveré a dejarme tentar por ese plato, aunque me gusta en extremo! ¡Trae mala sombra!' Y el comedor de haschich exclamó, agarrándose el vientre porque tenía cólico de terror: '¡Ualah! ¡Mi buen destino me ha librado de tocar a ese maldito arroz con canela!' ¡Y todos juraron no volver a pronunciar ni el nombre del arroz con leche!

A todo esto, entró un hombre de aspecto repulsivo, que se adelantó rápidamente, atropellando a todo el que hallaba a su paso, y viendo todos los sitios ocupados menos alrededor de la fuente del arroz con leche, se acurrucó delante de ella y en medio del espanto general se dispuso a tender la mano para comerlo.

Y Zumurrud enseguida conoció que aquel hombre era su raptor, el terrible Djiwán el kurdo, uno de los cuarenta de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf. El motivo que lo llevaba a la ciudad no era otro que buscar a la joven, cuya fuga le había inspirado un furor espantoso cuando estaba ya preparado a cabalgarla con sus compañeros. Y se había mordido la mano de desesperación y había jurado que la encontraría, aunque estuviera escondida detrás del monte Cáucaso, u oculta como el alfónsigo en la cáscara. Y había salido a buscarla, y había acabado de llegar a la ciudad consabida, y por entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima vigésima sexta noche...

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domingo, 28 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima cuarta noche

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"Y cuando llegó la 324ª noche

Ella dijo:

'...sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro rey sin dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante que nos envía el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la dicha de encontrarte a ti, el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos los siglos!'

Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia tan extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: '¡Oh vosotros todos, fieles súbditos míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de oscuro nacimiento o hijo de algún plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe que ha huido de su país y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto recorrer el mundo buscando aventuras! ¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una ocasión bastante propicia para ver algo nuevo, consiento en ser vuestro rey!'

Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las aclamaciones y gritos de júbilo de todo el pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.

Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el trono de oro de los antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus manos, pronunciando el juramento de sumisión.

Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los tesoros regios acumulados durante siglos, y mandó sacar cantidades considerables, que repartió entre los soldados, los pobres y los indigentes. Así es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y además Zumurrud tampoco se olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios de palacio, y otorgar mercedes a los emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las mujeres del harem. Además abolió el cobro de impuestos, los consumos y las contribuciones, y mandó libertar a los presos, y corrigió todos los males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y chicos, que todos la tenían por hombre, y se maravillaron de su continencia y castidad cuando supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba jamás con sus mujeres. En efecto, no quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos eunucos, que dormían atravesados delante de su puerta.

Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no tuvo noticias, no obstante todas las investigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba de llorar cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y lograr volverle a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres del palacio levantaban los brazos, desesperadas, y exclamaban: '¡Qué desgracia para nosotras que el rey sea tan devoto y casto!'

Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inmediatamente. Mandó llamar a visires y chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de una parasanga de ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con cúpula, que había de tapizarse ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios había en palacio.

Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado el pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos los grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba de otro parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: '¡En adelante, durante todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os sentaréis en vuestros sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el banquete, y coma y beba, y dé gracias al Donador por sus dones!' Y todos le contestaron oyendo y obedeciendo. Y entonces añadió: '¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les advertirán que será ahorcado quien se niegue a venir!'

Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las calles, gritando: '¡Oh vosotros todos, mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro señor el rey, acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bienhechor! ¡Y será ahorcado quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue será ahorcado!'

A esta invitación, la muchedumbre acudió y se hacinó en el pabellón, estrujándose en medio del salón unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los sitios respectivos, aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos empezaron a comer toda clase de cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y sobre, todo el excelente manjar llamado 'kisek', preparado con trigo pulverizado y leche fermentada. Y mientras comían, el rey los examinaba atentamente uno tras otro, y durante tanto tiempo, que cada cual decía a su vecino: '¡Por Alah! ¡No sé por qué me mira el rey con esa obstinación!' Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a toda aquella gente, diciéndole: '¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey es demostrarle vuestro apetito!' Y ellos decían: '¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que quisiera tan bien a su pueblo! '

Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad haciendo desaparecer en su garganta fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a Zumurrud, ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la carne y los manjares con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de un admirable arroz con leche cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se metió en la boca. Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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sábado, 27 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima tercera noche

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"Pero cuando llegó la 323ª noche

Ella dijo:

'... cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!'

El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una caverna oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su jefe. Arreglaba allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era precisamente la madre del raptor de Zumurrud. Ella fue la que al oir la seña convenida salió a la entrada de la caverna a recibir a su hijo con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud a su madre, y le dijo: 'Cuida bien de esta gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como no hemos de volver hasta mañana a mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que la alimentes bien, para que pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos'. Y se fue.

Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dió de beber, y le dijo: 'hija mía, ¡qué dichosa serás cuando penetren pronto en tu centro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo es tan fuerte como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡Qué suerte tienes con ser joven y deseable!' Zumurrud no pudo contestar, y envolviéndose la cabeza con el velo, se tendió en el suelo y así permaneció hasta por la mañana.

La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: '¿En qué indiferencia condenable caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta bandoleros perforadores, que me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un buque hasta hundirlo en el fondo del mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi cuerpo!'

Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: 'Esta noche he descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis huéspedes. ¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo, venir conmigo al sol, y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?'

La vieja contestó: '¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta caverna no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos que se alojan en la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece, salen de mi cabeza y circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes y chicos. Hay algunos, hija mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás, y otros de olor más fétido que los follones y los cuescos más hediondos.

Si consigues librarme de esos animales maléficos, tu vida conmigo será muy dichosa'. Y salió con Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la cabeza. Y entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y otras más. Sin perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con espinas gordas; y cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a buscarlos con dedos ágiles y numerosos y a aplastarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y alisó la cabellera con suavidad, con tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo delicioso por la tranquilidad de su propia piel limpia, y acabó por dormirse profundamente.

Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa de hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los cuarenta, y salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con los pies trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta, invocando al Dueño de la salvación.

Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin parar más que alguna que otra vez para descansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y así prosiguió durante diez días y diez noches.

Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a una verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de frondosos árboles, de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares; allí jugueteaban también aves de la creación y pastaban rebaños de gacelas v de animales muy lindos.

Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego montó de nuevo a caballo, y siguió un camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad cuyos alminares brillaban al sol en lontananza.

Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa, que al distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la puerta y fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de soldados, que se prosternaron y besaron la tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas partes brotaba este clamor inmenso de la multitud delirante: '¡Dé Alah la victoria a nuestro sultán! ¡Traiga tu feliz venida la bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide Alah tu reinado, oh rey nuestro!' Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en dos filas para separar y contener a las masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público, encaramado en un camello ricamente enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de su rey.

Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y acabó por preguntar a los grandes dignatarios, que habían cogido por cada lado las riendas del caballo: '¿Qué pasa, distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?' Entonces, de entre todos ellos se adelantó un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a Zumurrud:

'El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡No contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae de la mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a Él, que nos da un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro brillante! ¡Gloria a Él! Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de poco más o menos, nos habríamos visto obligados también a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle pleitesía y homenaje. Sabe, en efecto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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viernes, 26 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima segunda noche

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"Pero cuando llegó la 322ª noche

Ella dijo:

'... encontraremos a tu amada Sett Zumurrud'. Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le había indicado.

Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez, empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y no tardó en llegar a la casa del viejo Achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán, el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción del tiempo. ¡Amin!

Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una mala estera.

Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo: 'Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?' La criada dijo: '¡Ya lo creo!' la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras, sortijas y pendientes, de modo que se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje virtuoso y la dulzura de sus modales.

Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se acercó a la joven y dijo: '¡Hija mía! ¡Aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!' Y la enteró del objeto de su venida, disfrazada de vendedora, le dijo: 'Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en persona estará allí y te salvará!' Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: 'Irás allá, al pie de la ventana de la cocina de ese maldito, harás tal y cual cosa'.

Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la amargura de la separación.

A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y se durmió. ¡Glorificado sea el Único, que nunca duerme!

Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.

Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: '¡Me convendrá contestar!' Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alejó con la rapidez de un relámpago. . Cuando Zumurrud vió que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo: 'Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!' Pero como el ladrón no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.

Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la cara, gritando: '¿Quién eres y qué eres?' Y como en aquel momento estaban ya lejos de las casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en el suelo a la joven, y gritó: '¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf!'

'¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!'

Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: '¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en Él! ¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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jueves, 25 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima primera noche

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"Pero cuando llegó la 321ª noche

Ella dijo:

'... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino!' Estas palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano, y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar, diciéndole: '¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que mondé para ti!' Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.

Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido. Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se llamaba Barssum.

Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del viejo Rachideddin.

El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo: 'Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!'

Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:

'¡Oh malvado de barbas blancas! ¡Por Alah! ¡Podrás hacer que me corten en pedazos, pero no conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!

¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!'

Cuando el anciano vio que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo: '¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!' Y los esclavos la echaron al suelo boca abajo. Entonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en sus hermosas partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la blancura de las nalgas. Y Zumurrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe exclamaba: '¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!' Y el otro no dejó de azotarla hasta que no pudo ya levantar el brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a la cocina con las criadas y que no le dieran de comer ni de beber.

¡Esto en cuanto a ellos dos!

En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día siguiente.

Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: '¡Ya Zumurrud!' Pero no le contestó nadie.

Levantóse anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada Zumurrud.

Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: '¡Ya Zumurrud, Zumurrud!'

Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: '¡Un loco, un loco!' Y los conocidos que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: '¡Es el hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!'

Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le encontró una buena vieja, que le dijo: 'Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde cuándo estás loco?'

Y Alischar le contestó con estos versos:

¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!

Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que debía ser un enamorado infeliz, y le dijo: '¡Hijo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio! ¡Acaso me haya puesto Alah en tu senda para ayudarte!' Entonces Alischar le contó su aventura con Barssum el cristiano.

Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a Alischar:

'¡Levántate, hijo mío, y ve pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás, después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado, pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere, contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima vigésima segunda noche...

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miércoles, 24 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima vigésima noche

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"Pero cuando llegó la 320ª noche

Ella dijo:

... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte, comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada día.

Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los parroquianos con sus ofrecimientos.

Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz, en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el pregonero le dijo al oído a Alischar: '¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!' Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano, mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y volvió a emprender el camino de su casa.

Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le preguntó: '¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?' Este dijo: 'Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te conserve!'

Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: '¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por donde voy?' El otro contestó: '¡Oh, señor mío! ¡Créeme que me encontraste aquí por casualidad! ¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema interiormente!' Y Alischar pensó: '¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!' Y entró en su casa, cogió un cántaro de agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: '¿Cómo tardaste tanto en volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?'

El respondió, visiblemente turbado: 'He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de todos modos acabé por vendérsela a un mercader'. Ella dijo con cierta duda en la voz: '¡Por Alah! Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?' El dijo: 'Voy a dar de beber al pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí'. Pero no la satisfizo esta respuesta, y mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:

¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que crees eterno el beso! ¿No ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?

Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontróse con el cristiano, que ya había entrado en el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó: '¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?' El otro contestó: '¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!'

Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: '¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu camino?' Pero el cristiano le contestó: '¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo el poeta:

¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre antes de que se les tendiese!

¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada al pobre del camino!

'Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un pedazo de pan seco y una cebolla, nada más'. Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: '¡Vaya, vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!' El otro contestó, sin moverse del sitio: '¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido entre nosotros el pan y la sal'.

Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: 'No hay duda posible. Este maldito cristiano es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros vagabundos'. Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: '¡Oh mi señor! ¡Es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre! ¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se contenta con poco; y

¡Un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no bastaría para saciar el falso apetito del tragón!

Cuando Alischar vió que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: '¡Voy al zoco a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!' Y salió de la casa después de haber cerrado la puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco, compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo trajo todo al cristiano, diciéndole: '¡Come!'

Pero éste se negó, diciendo: '¡Oh mi señor! ¡Qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!' Alischar respondió: 'Yo estoy harto. ¡Come solo!' El otro exclamó: '¡Oh mi señor, la sabiduría de las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino...!'

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima vigésima primera noche...

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martes, 23 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima novena noche

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"Pero cuando llegó la 319ª noche

Ella dijo:

... se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: '¡En verdad, oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones! ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!'

Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la ironía del Destino, y dijo para sí: '¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!'

Y bajó la vista y no dijo palabra.

Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: 'Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y no a otro'. Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.

La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: '¡Oh amado dueño mío! ¡Oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿0 por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier precio!

Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: 'La venta y la compra nunca son obligatorias'.

Zumurrud exclamó: '¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil dinares ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!' Bajó Alischar la cabeza y nada contestó. Ella dijo: '¡Cómprame entonces por ochocientos!' El bajó la cabeza. Ella añadió: '¡Por setecientos!' Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: '¡Sólo por cien dinares!'

Entonces le dijo:

'¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!' Ella se echó a reír, y le dijo: '¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya pagarás otro día lo que falte'. El contestó: '¡Oh dueña mía! ¡Sabe, por fin, que no tengo ni cien dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador'.

Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: '¡De todos modos, cierra el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es como sabes, la señal de aceptación!' Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo que le entregó y le dijo: '¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!' Y enseguida Alischar entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y llevársela a su casa. Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: 'Corre pronto al zoco, para comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro'.

Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso el mantel, después de haber encendido los candelabros.

Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana. Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.

Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.

Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos de sus criaturas!

Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar, diciéndole: 'Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros. Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!'

Y Alischar respondió: '¡Escucho y obedezco!' Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima vigésima noche...

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lunes, 22 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima octava noche

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"Pero cuando llegó la 318ª noche

Ella dijo:

Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y dijo en seguida: ...

'¡En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:

¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de invierno, larga, fría y oscura!'

Cuando el corredor vio que no aceptaba a ninguno de los que espontáneamente brindábanse a comprarla, dijo a Zumurrud: '¡Oh mi señora! mira a todos esos mercaderes y nobles compradores, y dime cuál tiene la suerte de gustarte, para que te ofrezca a él en venta'.

Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor atención a todos los circunstantes, y acabó por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente con el amor más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza extraordinaria, y nadie le podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven Zumurrud se apresuró a señalárselo al corredor, y dijo:

'¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro delicioso y de sangre simpática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:

¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu belleza?

¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!

¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu hechicera cara!

'Y también de él dijo otro poeta:

¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados tus riñones?

¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de espíritus delicados el amor a cosas tales?

'Un tercer poeta ha dicho:

¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para las enfermedades; su mirada hace soñar a los prosistas y a los poetas, y sus proporciones dejan perplejos a los arquitectos!

'Otro ha dicho:

¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el perfume del ámbar y sus dientes son granos de alcanfor!

¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, temeroso de que sedujese a las huríes!

¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡Como si la luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas las partes del cielo!

'Otro poeta ha dicho también:

¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el mirar anhelante!

¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados están cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?

'Dijo de él otro, por último:

Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: '¿Cómo puedes querer apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?'

Yo les dije: '¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos frutos si no fueran ya frondosas?'

Maravilladísimo quedó el corredor al advertir tanto talento en esclava tan joven, expresó su asombro al propietario, que le dijo: 'Comprendo que te pasmen tanta belleza y tan agudo ingenio. Pero sabe que esta milagrosa adolescente, que avergüenza a los astros y al sol, no se contenta con conocer los poetas más delicados y complicados, ni con ser una constructora de estrofas, sino que además sabe escribir con siete plumas los siete caracteres diferentes, y sus manos son más preciosas que todo un tesoro. Conoce, en efecto, el arte del bordado y de tejer la seda, y toda alfombra o cortinajes que sale de sus manos se tasa en el zoco a cincuenta dinares. Observa también que en ocho días tiene tiempo sobrado para terminar la alfombra más hermosa o el más suntuoso cortinaje. ¡De modo que, sin duda alguna, quien la compre habrá recuperado a los pocos meses su dinero!'

Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: '¡Oh, dichoso aquel que tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!'

Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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domingo, 21 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima séptima noche

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"Pero cuando llegó la 317ª noche

Ella dijo:

...en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos versos del poeta:

¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!

¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!

¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave perfume del almizcle!

¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!

Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye su trasero brillante...?

Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y ya fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su miseria con el espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedumbre reunida que preparábase a la venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban aún la ruina del joven, supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy rico por la herencia de su padre, el síndico Gloria.

Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las cabezas agrupadas, exclamó: '¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor, la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas las flores!'

En seguida uno de los mercaderes gritó: '¡Abro la subasta con quinientos dinares!' Otro dijo: '¡Diez más!' Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba Rachideddín: '¡Cien más!' Pero dijo una voz: '¡Cien más todavía!' En aquel momento, el viejo de ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: '¡Mil dinares!'

Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: '¡Conforme! Pero antes tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!' Y el corredor se acercó a la hermosa Zumurrud, y le dijo: '¡Oh soberana de las lunas! ¿Quieres pertenecer a ese venerable anciano, el jeique Rachideddín?'

Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartóse con un ademán de repugnancia y exclamó: '¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no tan repulsivo como éste? Pues escucha:

Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de indiferencia!

¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su boca estas palabras:

'¡No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios'!

Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:

'¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En mi opinión, vales diez mil!'

Volvióse luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: '¡Yo!' Y la hermosa Zumurrud le miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era. Entonces exclamó: '¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!' E inmediatamente improvisó estos versos:

¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas por mucho que te disfraces con colores ajenos!

¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!

¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te mirase una mujer preñada, abortaría!

Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: '¡Por Alah! ¡La verdad está contigo!' Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader y dijo al corredor: 'Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!' Y el corredor interrogó a la hermosa joven, que miró entonces al hombre consabido.

Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: '¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta acerca del tuerto? Pues óyelas:

'¡Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes y de su falsedad!

¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara desconfianza!'

Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: '¿Quieres a éste?'

Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y dijo en seguida: ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima décima octava noche...

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sábado, 20 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima sexta noche

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"Pero cuando llegó la 316ª noche

Concluida la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar en que estaba acurrucada:

'¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de Gloria!'

Y contestó Schehrazada sonriendo: '¡No espero más que la venia de este rey bien educado y dotado de buenos modales!' Entonces contestó el rey Schahriar: '¡Concedida!

Y dijo Schehrazada:

Historia de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de Gloria

Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar, hermoso como la luna llena.

Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: '¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de mi destino, deseo hacerte un encargo'. Muy apesadumbrado, dijo Alischar: '¿Y cuál es, ¡oh padre mío!?'

El mercader Gloria le dijo: 'He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el humo. Y además, ha dicho el poeta:

¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón fiel en tu camino negro!

¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se desvía y el arte de no fiarse más que de sí mismo!

'Otro dijo:

¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la constituye la hipocresía, y la otra la traición!

'Otro dijo:

¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para mejorarte!

Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribundo, contestó: '¡Oh padre mío, te escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?'

Y dijo Gloria el mercader: 'Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de hacer el bien!' Y Alischar respondió: '¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?' Gloria el mercader dijo: 'No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:

¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el apetito!

¡Oh! ¡A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si mi riqueza disminuyese!'

Después prosiguió el anciano: 'No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni creas inútil pedir consejo a quien pueda dártelo, pues el poeta ha dicho:

¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡Cuando quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero, no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!

'Además, hijo mío, ¡tengo que darte un último consejo!: ¡huye del vino! Es causa de todos los males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.

'Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras! Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida'.

Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momento los ojos y se recogió. Luego levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual falleció en la misericordia del Altísimo.

Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron estos versos en la losa de su tumba:

¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!

Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.

Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto. Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: 'Ya que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces'.

Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto vióse reducido a vender la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.

Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las calles.

De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vio una gran muchedumbre formando corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima décima séptima noche...

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viernes, 19 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima quinta noche

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"Pero cuando llegó la 315ª noche

Ella dijo:

'...lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto es abandonar esta ciudad impía, no sin haber vendido nuestros bienes, casa y posesiones. Realiza eso lo mejor que puedas, compra buenas mercancías con parte de la cantidad que cobres, y vámonos juntos a Bagdad, tu patria, a ver a tus parientes y amigos, viviendo en paz y seguros, con el respeto debido a Alah el Altísimo'.

Entonces contesté oyendo y obedeciendo.

Enseguida empecé a vender lo mejor que pude, pieza por pieza y cada cosa en su tiempo, todos los bienes de mi tío el jeique, padre de mi esposa, ¡difundo a quien Alah haya recibido en su paz y misericordia! Y así realicé en monedas de oro cuanto nos pertenecía, como muebles y propiedades, y gané un ciento por uno.

Después de lo cual me llevé a mi esposa y las mercancías que había cuidado de comprar, fleté por mi cuenta un barco, que con la voluntad de Alah tuvo navegación feliz y fructuosa, de modo que de isla en isla, y de mar en mar, acabamos por llegar con seguridad a Bassra, en donde paramos poco tiempo. Subimos el río y entramos en Bagdad, ciudad de paz.

Me dirigí entonces con mi esposa y mis riquezas hacia mi calle y mi casa, en donde mis parientes nos recibieron con grandes transportes de alegría, y quisieron mucho a mi esposa, la hija del jeique.

Yo me apresuré a poner en orden definitivo mis asuntos, almacené mis magníficas mercaderías, encerré mis riquezas, y pude por fin recibir en paz las felicitaciones de mis parientes y amigos, que calculando el tiempo que estuve ausente, vieron que este séptimo y último viaje mío había durado exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin.

Y les conté con pormenores mis aventuras durante esta larga ausencia, e hice el voto, que cumplo escrupulosamente, como veis, de no emprender en toda mi vida ningún otro viaje ni por mar ni por tierra. Y no dejé de dar gracias al Altísimo que tantas veces, a pesar de mis reincidencias, me libró de tantos peligros y me reintegró entre mi familia y mis amigos'.

Cuando Sindbad el Marino terminó de esta suerte su relato entre los convidados silenciosos y maravillados, se volvió hacia Sindbad el Cargador y le dijo:

'Ahora, Sindbad terrestre, considera los trabajos que pasé y las dificultades que vencí, gracias a Alah, y dime si tu suerte de cargador no ha sido mucho más favorable para una vida tranquila que la que me impuso el Destino.

Verdad es que sigues pobre y yo adquirí riquezas incalculables; pero ¿no es verdad también que a cada uno de nosotros se le retribuyó según su esfuerzo?'

Al oír estas palabras, Sindbad el Cargador fue a besar la mano de Sindbad el Marino, y le dijo: '¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi amo! ¡perdona lo inconveniente de mi canción!'

Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus convidados, y les dio un festín que duró treinta noches. Y después quiso tener a su lado, como mayordomo de su casa, a Sindbad el Cargador. Y ambos vivieron en amistad perfecta y en el límite de la satisfacción, hasta que fue a visitarlos aquella que hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y levanta las tumbas, la amarga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás!

Cuando Schehrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino, sintióse un tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discreción habitual, abusar del permiso concedido, se calló sonriendo.

Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la historia pasmosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su hermana, diciéndole: '¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡Cuán suaves, y puras, y gratas, y deliciosas para el paladar, y cuán sabrosas en su frescura, son tus palabras! ¡Y qué terrible, y prodigioso, y temerario era Sindbad el Marino!'

Y Schehrazada sonrió y dijo: '¡Sí, hermana mía; pero eso no es nada comparado con lo que os contaré a los dos la próxima noche, si vivo todavía por la gracia de Alah y la voluntad del rey!'

Y el rey Schahriar, que había encontrado los viajes de Sindbad mucho más largos que el que él había hecho con su hermano Schahzamán por la pradera al borde del mar, cuando se les apareció el genio cargado con el cajón, se volvió hacia Schehrazada y le dijo:

'¡Verdaderamente, Schehrazada, no sé qué más historias me podrás contar! ¡De todos modos, quiero una que esté repleta de poemas! ¡Ya me la habías prometido, y parece que olvidas que, si difieres más el cumplimiento de tu promesa, tu cabeza irá a juntarse con las cabezas de tus antecesoras!'

Y Schehrazada dijo: '¡Sobre mis ojos! Precisamente la que te reservo, ¡oh rey afortunado! te satisfará por completo, y en verdad que es mucho más agradable que las que has oído. Puedes juzgar por el título, que es: Historia de la bella Zumurrud (Esmeralda) y alischar, hijo de Gloria.

Entonces el rey Schahriar dijo para sí: '¡No la mataré hasta después!' Y la cogió en brazos y pasó con ella el resto de la noche. Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir, padre de Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y nombrando para los empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos pendientes hasta terminar el día. Luego se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro.

Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Schehrazada e hicieron juntos lo que solían."

Continuará: La tricentésima décima sexta noche...

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jueves, 18 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima cuarta noche

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"Pero cuando llegó la 314ª noche

Ella dijo:

... al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar. Y el anciano me casó con su hija, y nos dio un festín enorme, y celebró una boda espléndida. Después me llamó y me llevó junto a su hija, a la cual aún no había visto. Y la encontré perfecta en hermosura y gentileza, en esbeltez de cintura y en proporciones. Además, la vi adornada con suntuosas alhajas, sedas y brocados, joyas y pedrerías, y lo que llevaba encima valía millares y millares de monedas de oro, cuyo importe exacto nadie habría podido calcular.

Y cuando la tuve cerca, me gustó. Y nos enamoramos uno de otro. Y vivimos mucho tiempo juntos, en el colmo de las caricias y la felicidad.

El anciano padre de mi esposa falleció al poco tiempo en la paz y misericordia del Altísimo. Le hicimos unos grandes funerales y lo enterramos. Y yo tomé posesión de todos sus bienes, y sus esclavos y servidores fueron mis esclavos y servidores, bajo mi única autoridad. Además, los mercaderes de la ciudad me nombraron su jefe, en lugar del difunto, y pude estudiar las costumbres de los habitantes de aquella población y su manera de vivir.

En efecto, un día noté con estupefacción que la gente de aquella ciudad experimentaba un cambio anual en primavera; de un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los hombros, y se convertían en volátiles. Podían volar entonces hasta lo más alto de la bóveda aérea, y se aprovechaban de su nuevo estado para volar todos fuera de la ciudad, dejando en ésta a los niños y mujeres, a quienes nunca brotaban alas.

Este descubrimiento me asombró al principio, pero acabé por acostumbrarme a tales cambios periódicos. Sin embargo, llegó un día en que empecé a avergonzarme de ser el único hombre sin alas, viéndome obligado a guardar yo solo la ciudad con las mujeres y niños. Y por mucho que pregunté a los habitantes sobre el medio de que habría de valerme para que me saliesen alas en los hombros, nadie pudo ni quiso contestarme. Y me mortificó bastante no ser más que Sindbad el Marino y no poder añadir a mi sobrenombre la condición de aéreo.

Un día, desesperando de conseguir nunca que me revelaran el secreto del crecimiento de las alas, me dirigí a uno, a quien había hecho muchos favores, y cogiéndole del brazo, le dije: '¡Por Alah sobre ti! Hazme siquiera el favor, por los que te he hecho yo a ti, de dejarme que me cuelgue de tu persona, y vuele contigo a través del aire. ¡Es un viaje que me tienta mucho, y quiero añadir a los que realicé por mar!'

Al principio no quiso prestarme atención; pero a fuerza de súplicas acabé por moverle a que accediera. Tanto me encantó aquello, que ni siquiera me cuidé de avisar a mi mujer ni a mi servidumbre; me colgué de él abrazándole por la cintura, y me llevó por el aire, volando con las alas muy desplegadas.

Nuestra carrera por el aire empezó ascendiendo en línea recta durante un tiempo considerable. Y acabamos por llegar tan arriba en la bóveda celeste, que pude oír distintamente cantar a los ángeles y sus melodías debajo de la cúpula del cielo.

Al oír cantos tan maravillosos, llegué al límite de la emoción religiosa, y exclamé: '¡Loor a Alah en lo profundo del cielo! ¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!'

Apenas formulé estas palabras, cuando mi portador lanzó un juramento tremendo, y bruscamente, entre el estrépito de un trueno precedido de terrible relámpago, bajó con tal rapidez que me faltaba el aire, y por poco me desmayo, soltándome de él con peligro de caer al abismo insondable. Y en un instante llegamos a la cima de una montaña, en la cual me abandonó mi portador dirigiéndome una mirada infernal, y desapareció, tendiendo el vuelo por lo invisible.

Y quedé completamente solo en aquella montaña desierta, y no sabía dónde estaba, ni por dónde ir para reunirme con mi mujer, y exclamé en el colmo de la perplejidad: '¡No hay recurso ni fuerza más que Alah el Altísimo y Omnipotente! ¡Siempre que me libro de una calamidad caigo en otra peor! ¡En realidad merezco todo lo que me sucede!'

Me senté entonces en un peñasco para reflexionar sobre el medio de librarme del mal presente, cuando de pronto vi adelantar hacia mí a dos muchachos de una belleza maravillosa, que parecían dos lunas.

Cada uno llevaba en la mano un bastón de oro rojo, en el cual se apoyaba al andar. Entonces me levanté rápidamente, fui a su encuentro y les deseé la paz.

Correspondieron con gentileza a mi saludo, lo cual me alentó a dirigirles la palabra, y les dije: '¡Por Alah sobre vosotros!, ¡oh maravillosos jóvenes! ¡Decidme quiénes sois y qué hacéis!' Y me contestaron: '¡Somos adoradores del Dios verdadero!' Y uno de ellos, sin decir más, me hizo seña con la mano en cierta dirección, como invitándome a dirigir mis pasos por aquella parte, me entregó el bastón de oro, y cogiendo de la mano a su hermoso compañero, desapareció de mi vista.

Empuñé entonces el bastón de oro, y no vacilé en seguir el camino que se me había indicado, maravillándome al recordar a aquellos muchachos tan hermosos. Llevaba algún tiempo andando, cuando vi salir súbitamente de detrás de un peñasco una serpiente gigantesca que llevaba en la boca a un hombre, cuyas tres cuartas partes se había ya tragado, y del cual no se veían más que la cabeza y los brazos. Estos se agitaban desesperadamente y la cabeza gritaba:

'¡Oh caminante! ¡Sálvame del furor de esta serpiente y no te arrepentirás de tal acción!' Corrí entonces detrás de la serpiente, y le di con el bastón de oro rojo un golpe tan afortunado, que quedó exánime en aquel momento. Y alargué la mano al hombre trabado y le ayudé a salir del vientre de la serpiente.

Cuando miré mejor la cara del hombre, llegué al límite de la sorpresa al conocer que era el volátil que me había llevado en su viaje aéreo y había acabado por precipitarse conmigo, a riesgo de matarme, desde lo alto de la bóveda del cielo hasta la cumbre de la montaña en la cual me había abandonado, exponiéndome a morir de hambre y sed. Pero ni siquiera quise demostrar rencor por su mala acción, y me conformé con decirle dulcemente:

'¿Es así como obran los amigos con los amigos?'

'Él me contestó: 'En primer lugar he de darte las gracias por lo que acabas de hacer en mi favor. Pero ignoras que fuiste tú, con tus invocaciones inoportunas pronunciando el Nombre, quien me precipitaste de lo alto contra mi voluntad. ¡El Nombre produce ese efecto en todos nosotros! ¡Por eso no lo pronunciamos jamás!'

Entonces, yo, para que me sacara de aquella montaña, le dije: '¡Perdona y no me riñas; pues, en verdad, yo no podía adivinar las consecuencias funestas de mi homenaje al Nombre! ¡Te prometo no volverlo a pronunciar durante el trayecto, si quieres transportarme ahora a mi casa!'

Entonces el volátil se bajó, me cogió a cuestas, y en un abrir y cerrar de ojos me dejó en la azotea de mi casa y se fue a la suya. Cuando mi mujer me vio bajar de la azotea y entrar en la casa después de tan larga ausencia, comprendió cuanto acababa de ocurrir, y bendijo a Alah que me había salvado una vez más de la perdición. Y tras las efusiones del regreso, me dijo: 'Ya no debemos tratarnos con la gente de esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!'

Y yo le dije: '¿Y cómo vivía tu padre entre ellos?' Ella me contestó: 'Mi padre no pertenecía a su casta, ni hacía nada como ellos, ni vivía su vida. De todos modos, si quieres seguir mi consejo, lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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miércoles, 17 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima tercera noche

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"Pero cuando llegó la 313ª noche

Ella dijo:

...que me sentó muy bien.

Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude sentarme, pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.

Entonces el anciano me cogió del brazo y me llevó suavemente al hammam, en donde me hizo tomar un baño excelente, que acabó de resistirme el alma; después me hizo aspirar perfumes exquisitos y me los echó por todo el cuerpo, y me llevó a su casa.

Cuando entré en la morada de aquel anciano, toda su familia se alegró mucho de mi llegada, y me recibió con gran cordialidad y demostraciones amistosas. El mismo anciano me hizo sentar en medio del diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un agua agradable perfumada con flores. Después quemaron incienso a mi alrededor, y los esclavos me trajeron agua caliente y aromatizada para lavarme las manos, y me presentaron servilletas ribeteadas de seda, para secarme los dedos, las barbas y la boca. Tras de lo cual, el anciano me llevó a una habitación muy bien amueblada, en donde quedé solo, porque se retiró con mucha discreción. Pero dejó a mis órdenes varios esclavos, que de cuando en cuando iban a verme por si necesitaba sus servicios.

Del propio modo me trataron durante tres días, sin que nadie me interrogase ni me dirigiera ninguna pregunta, y no dejaban que careciese de nada, cuidándome con mucho esmero, hasta que recobré completamente las fuerzas, y mi alma y mi corazón se calmaron v refrescaron. Entonces, o sea la mañana del cuarto día, el anciano se sentó a mi lado, y después de las zalemas, me dijo:

'¡Oh huésped, cuánto placer y satisfacción hubo de proporcionarnos tu presencia! ¡Bendito sea Alah, que nos puso en tu camino para salvarte del abismo! ¿Quién eres y de dónde vienes?' Entonces di muchas gracias al anciano por el favor enorme que me había hecho salvándome la vida y luego dándome de comer excelentemente, y de beber excelentemente, y perfumándome excelentemente, y le dije: '¡Me llamo Sindbad el Marino! ¡Tengo este sobrenombre a consecuencia de mis grandes viajes por mar y de las cosas extraordinarias que me ocurrieron, y que si se escribieran con agujas en el ángulo de un ojo, servirían de lección a los lectores atentos!' Y le conté al anciano mi historia desde el principio hasta el fin, sin omitir detalle.

Quedó prodigiosamente asombrado entonces el jeique, y estuvo una hora sin poder hablar, conmovido por lo que acababa de oír. Luego levantó la cabeza, me reiteró la expresión de su alegría por haberme socorrido, y me dijo:

'¡Ahora, ¡oh huésped mío! si quisieras oír mi consejo, venderías aquí tus mercancías, que valen mucho dinero por su rareza y calidad!'

Al oír las palabras del viejo, llegué al límite del asombro, y no sabiendo lo que quería decir ni de qué mercancías hablaba, pues yo estaba desprovisto de todo, empecé por callarme un rato, y como de ninguna manera quería dejar escapar una ocasión extraordinaria que se presentaba inesperadamente, me hice el enterado, y contesté: '¡Puede que sí!' Entonces el anciano me dijo: 'No te preocupes, hijo mío, respecto a tus mercaderías. No tienes más que levantarte y acompañarme al zoco. Yo me encargo de todo lo demás. Si la mercancía, subastada, produce un precio que nos convenga, lo aceptaremos, si no, te haré el favor de conservarla en mi almacén hasta que suba en el mercado. ¡Y en tiempo oportuno podremos sacar un precio más ventajoso!'

Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que pensé: '¡Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!' Y dije al anciano: '¡Oh mi venerable tío, escucho y obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte, después de cuanto por mí hiciste, me conformaré con tu voluntad!'

Y me levanté inmediatamente y le acompañé al zoco.

Cuando llegamos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, ¡cuál no sería mi asombro al ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y mercaderes que la miraban con respeto y moviendo la cabeza!. Y por todas partes oía exclamaciones de admiración:

'¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna parte del mundo la hay mejor!' Entonces comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tomar un aspecto digno y reservado.

Pero he aquí que enseguida el anciano protector mío, aproximándose al jefe de los corredores, le dijo: '¡Empiece la subasta!'

Y se empezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor exclamó: '¡A mil dinares la balsa de sándalo!, ¡oh compradores!' Entonces gritó el anciano: '¡La compro en dos mil!' Y otro gritó: '¡En tres mil!' Y los mercaderes siguieron subiendo el precio hasta diez mil dinares. Entonces se encaró conmigo el jefe de los corredores y me dijo: '¡Son diez mil; ya no puja nadie!' Y yo dije: '¡No la vendo a ese precio!'

Entonces mi protector se me acercó y me dijo: '¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda muy próspero, y la mercancía ha perdido algo de su valor! Vale más que aceptes el precio que te ofrecen.

Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien dinares?'

Yo contesté: '¡Por Alah! mi buen tío sólo por ti lo hago para agradecer tus beneficios. ¡Consiento en dejártelo por esa cantidad!'

Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a sus almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inmediatamente los diez mil cien dinares, y los encerró en una caja sólida cuya llave me entregó, dándome encima las gracias por lo que había hecho en su favor.

Mandó enseguida poner el mantel, y comimos, y bebimos, y charlamos alegremente. Después nos lavamos las manos y la boca, y por fin me dijo: '¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que deseo mucho aceptes!'

Yo le contesté: '¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!' El me dijo: 'Ya ves, hijo mío, que he llegado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes. Pero he de decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy rica cuando yo me muera. Deseo dártela en matrimonio, siempre que consientas en habitar en nuestro país y vivir nuestra vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y me substituirás en mi autoridad y en la posesión de mis bienes!'

Cuando oí estas palabras del anciano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir palabra.

Entonces añadió: '¡Créeme, oh hijo mío! que si me otorgas lo que te pido te atraerá la bendición! ¡Añadiré, Para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu tierra, llevándote a tu esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que permanezcas aquí el tiempo que me quede de vida!'

Entonces contesté: '¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mí y ante ti no puedo tener opinión ni tomar otra resolución que la que te convenga! Por cada vez que en mi vida quise ejecutar un proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues, dispuesto a conformarme con tu voluntad!'

Enseguida el anciano, extremadamente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que fueran a buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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martes, 16 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima segunda noche

____________________________
"Pero cuando llegó la 312ª noche

Ella dijo:

...un tronco de caballos de la más pura raza árabe.

Entonces me vi obligado a partir, contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave que salía de Bassra.

Tanto nos favoreció el destino, que a los dos meses, día tras día, llegamos a Serendib con toda seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.

Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso entonces retenerme a su lado una larga temporada, pero yo no accedí a quedarme más que el tiempo preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de consideraciones y regalos, me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra, por donde había ido.

Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arribamos fue una isla llamada la isla de Sin. Y realmente, hasta entonces habíamos estado contentísimos, y durante toda la travesía hablábamos unos con otros, conversando tranquila y agradablemente acerca de mil cosas.

Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían hecho varios cambios y compras, mientras estábamos tendidos tranquilos, como de costumbre, estalló de pronto sobre nuestras cabezas una tormenta terrible y nos inundó una lluvia torrencial. Entonces nos apresuramos a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías, para evitar que el agua los estropease, y empezamos a suplicar a Alah que alejase el peligro de nuestro camino.

En tanto permanecíamos en aquella situación, el capitán del buque se levantó, apretóse el cinturón a la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el cual estuvo mirando bastante tiempo a derecha e izquierda. Luego bajó con la cara muy amarilla, nos miró con aspecto completamente desesperado, y en silencio empezó a golpearse el rostro y a mesarse las barbas. Entonces corrimos hacia él muy asustados, y le preguntamos: '¿Qué ocurre?' y él contestó: '¡Pedidle a Alah que nos saque del abismo en que hemos caído!

¡O más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha desviado de nuestro camino, arrojándonos a los confines de los mares del mundo!'

Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón, del cual extrajo polvo que parecía ceniza. Mojó el polvo con un poco de agua, esperó algunos momentos, v se puso luego a aspirar aquel producto.

Después sacó del cajón un libro pequeño, leyó entre dientes algunas páginas, y acabó por decirnos: 'Sabed ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis suposiciones. La tierra que se dibuja ante nosotros en lontananza es la tierra conocida con el nombre de Clima de los Reyes. Ahí se encuentra la tumba de nuestro señor Soleimán ben-Daúd. (Salomón hijo de David) ¡Con ambos la plegaria y la paz!

Ahí se crían monstruos y serpientes de espantable catadura. ¡Además, el mar en que nos encontramos está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos mayores con cargamento y pasajeros! ¡Ya estáis avisados! ¡Adiós!'

Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto estupefactos, y nos preguntábamos qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos levantados con barco y todo, y después hundidos bruscamente, mientras se alzaba del mar un grito más terrible que el trueno.

Tan espantados quedamos, que dijimos nuestra última oración, y permanecimos inertes como muertos. Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros avanzaba hacia el barco un monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y después otro monstruo mayor, y detrás otro tan enorme como los dos juntos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría como una sima, mostró una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuartas partes del barco con cuanto contenía.

Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el monstruo acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profundidades con sus dos compañeros.

Logré agarrarme a uno de los tablones que habían saltado del barco al darle la dentellada el monstruo marino, y después de mil dificultades pude llegar a una isla que, afortunadamente, estaba cubierta de árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la corriente del río era rápida hasta el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos.

Entonces, al recordar cómo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea de construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo agradable de aquella isla nueva, yo pretendía volver a mi país. Y pensaba: 'Si logro salvarme, todo irá bien, y haré voto de no pronunciar siquiera la palabra 'viaje', y de pensar en tal cosa durante el resto de mi vida.

¡En cambio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asimismo, porque acabaré definitivamente con peligros y tribulaciones!'.

Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido alguna fruta, recogí muchas ramas grandes, cuya especie ignoraba entonces, aunque luego supe eran de sándalo, de la calidad más estimada por los mercaderes, a causa de su rareza. Después empecé a buscar cuerdas y cordeles, y al principio no los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y flexibles, muy fuertes, que podían servirme. Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de este modo una enorme balsa, en la cual coloqué fruta en abundancia, y me embarqué, diciendo:

'¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!'

Apenas subí a la balsa y me hube separado de la orilla, me vi arrastrado con una rapidez espantosa por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta, exactamente igual que un pollo borracho.

Al recobrar el conocimiento, miré a mi alrededor, y quedé más inmóvil de espanto que nunca, y ensordecido por un ruido como el del trueno. El río no era más que un torrente de espuma hirviente, y más veloz que el viento, que, chocando con estrépito contra las rocas, se lanzaba hacia un precipicio que adivinaba yo más que veía. ¡Indudablemente iba a hacerme pedazos en él, despeñándome sabe quién desde qué altura!

Ante esta idea aterradora, me agarré con todas mis fuerzas a las ramas de la balsa, y cerré los ojos instintivamente para no verme aplastado y destrozado, e invoqué el nombre de Alah antes de morir. Y de pronto, en vez de rodar hasta el abismo, comprendí que la balsa se paraba bruscamente encima del agua, y abrí los ojos un minuto para saber a qué distancia estaba de la muerte, y no fue para verme estrellado contra los peñascos, sino cogido con mi balsa en una inmensa red que unos hombres echaron sobre mí desde la ribera.

De esta suerte me hallé cogido y llevado a tierra, y allí me sacaron medio vivo y medio muerto de entre las mallas de la red, en tanto transportaban a la orilla mi balsa.

Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de barbas blancas, que empezó por desearme la bienvenida y por cubrirme con ropa caliente, que me sentó muy bien...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima décima tercera noche...

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Valram

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