viernes, 31 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima séptima noche

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“Y cuando llegó la 357ª noche

Ella dijo:

…donde vengo a pasar algunos meses cada año, dejando mi residencia veraniega del monte Cáucaso’.

Al oír estas palabras, el joven Hassib, tras de besar la tierra entre las manos de la reina Yamlika, se sentó a su diestra en un sillón de esmeralda, y dijo: ‘Me llamo Hassib, y soy hijo del difunto Danial, el sabio. Mi oficio es el de leñador, aunque hubiese podido llegar a ser mercader entre los hijos de los hombres, o hasta un gran sabio. ¡Pero preferí respirar el aire de las selvas y montañas, pensando que habría siempre tiempo para encerrarse, después de la muerte, entre las cuatro paredes de la tumba!’

Luego contó con detalles lo que le había ocurrido con los leñadores, y cómo, por efecto del azar, pudo penetrar en aquel reino subterráneo.

El discurso del joven Hassib complació mucho a la reina Yamlika, que le dijo: ‘¡Dado el tiempo que estuviste abandonado en la fosa, debes tener bastante hambre y bastante sed, Hassib!’ E hizo cierta seña a una de sus damas, la cual se deslizó hasta el joven llevando en su cabeza una bandeja de oro llena de uvas, granadas, manzanas, alfónsigos, avellanas, nueces, higos frescos y plátanos. Luego, cuando hubo él comido y aplacado su hambre, bebió un sorbete delicioso contenido en una copa tallada en un rubí. Entonces se alejó con la bandeja la que le había servido, y dirigiéndose a Hassib le dijo la reina Yamlika: ‘¡Ahora, Hassib, puedes estar seguro de que mientras dure tu estancia en mi reino no te sucederá nada desagradable! Si tienes, pues, intención de quedarte con nosotras a orillas de este lago y a la sombra de estas montañas una semana o dos, para hacerte pasar mejor el tiempo te contaré una historia que servirá para instruirte cuando estés de regreso en el país de los hombres!’

Y entre la atención de las doce mil mujeres serpentinas sentadas en los sillones de esmeralda y de oro, la reina Yamlika, princesa subterránea, contó en lengua griega lo siguiente al joven Hassib, hijo de Danial, el sabio:

Historia de Belukia

‘Has de saber ¡oh Hassib! que en el reino de Bani-Israil había un rey muy prudente que en su lecho de muerte llamó a su hijo, heredero de su trono, y le dijo: ‘¡Oh hijo Belukia, te recomiendo que cuando tomes posesión del poder hagas por ti mismo inventario de cuantas cosas hay en este palacio, sin que dejes de examinar nada con la mayor atención!’

Entonces, el primer cuidado del joven Belukia al convertirse en rey fue pasar revista a los efectos y tesoros de su padre, y recorrer las diferentes salas que servían de almacén a todas las cosas preciosas acumuladas en el palacio. De este modo llegó a una sala retirada, en la que halló una arquilla de madera de ébano colocada encima de una columnata de mármol blanco que se elevaba en medio de la habitación. Belukia apresuróse a abrir la arquilla de ébano, y encontró dentro de ella un cofrecillo de oro. Abrió el cofrecillo de oro, y vio un rollo de pergamino, que desplegó al punto.

Y decía en lengua griega: Quien desee llegar a ser dueño y soberano de los hombres, de los genios, de las aves y de los animales, no tendrá más que encontrar el anillo que el profeta Soleimán lleva al dedo en la Isla de los Siete Mares que le sirve de sepultura. Ese anillo mágico es el que Adán, padre del hombre, llevaba al dedo en el paraíso antes de su pecado, y que se lo quitó el ángel Gobrail, donándoselo al prudente Soleimán más tarde. Pero ningún navío podría intentar surcar los piélagos y llegar a esa isla situada allende los Siete Mares. Sólo llevará a cabo esta empresa quien encuentre el vegetal con cuyo jugo basta frotar la planta de los pies para poder caminar por la superficie del mar. Ese vegetal se encuentra en el reino subterráneo de la reina Yamlika. Y únicamente esta princesa sabe el lugar donde crece tal planta; porque conoce el lenguaje de las plantas y las flores todas, y no ignora ninguna de sus virtudes. Quien quiera dar con este anillo, vaya primero al reino subterráneo de la reina Yamlika.

iY si es tan dichoso que triunfa y se apodera del anillo, no solamente podrá entonces dominar a todos los seres creados, sino que también penetrará en la Comarca de las Tinieblas para beber en la Fuente de Vida, que da belleza, juventud, ciencia, prudencia e inmortalidad!

Cuando hubo leído este pergamino el príncipe Belukia, convocó seguida a los sacerdotes, magos y sabios de Bani-lsrail...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La tricentésima quincuagésima octava noche…

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jueves, 30 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima sexta noche

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"Y cuando llegó la 356ª noche

Ella dijo:

... Una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre. Al ver aquello, llamó la atención a sus compañeros, que acudieron v consiguieron levantar la losa de mármol. Y dejaron entonces al descubierto una cueva muy ancha y muy profunda, en la que se alineaba una cantidad innumerable de ollas que parecían viejas, y cuyo cuello estaba sellado cuidadosamente. Bajaron entonces por medio de cuerdas a Hassib al fondo de la cueva, para que viese el contenido de las ollas y las atase a las cuerdas con objeto de que las izaran a la caverna.

Cuando bajó a la cueva el joven Hassib, empezó por romper con su hacha el cuello de una de las ollas de barro, y al punto vio salir de ella una miel amarilla de calidad excelente. Participó su descubrimiento a los leñadores, quienes, aunque un poco desencantados por encontrar miel donde esperaban dar con un tesoro de tiempos antiguos, se alegraron bastante al pensar en la ganancia que había de procurarles la venta de las innumerables ollas con su contenido. Izaron, una tras otra, todas las ollas, conforme las ataba el joven Hassib, cargándolas en sus asnos en vez de la leña, y sin querer sacar del subterráneo a su compañero, marcharon a la ciudad todos, diciéndose: 'Si le sacáramos de la cueva, nos veríamos obligados a partir con él el provecho de la venta. ¡Además, es un bribón, cuya muerte será para nosotros preferible a su vida!'

Y se encaminaron, pues, al mercado con sus asnos, y comisionaron a uno de los leñadores para que fuese a decir a la madre de Hassib: 'Estando en la montaña, cuando estalló la tempestad sobre nosotros, el asno de tu hijo se dio a la fuga y obligó a tu hijo a correr detrás de él mientras los demás nos refugiábamos en una caverna. Quiso la mala suerte que de repente saliera de la selva un lobo y matara a tu hijo, devorándole con el asno. ¡Y no hemos encontrado otras huellas que un poco de sangre y algunos huesos!'

Al saber semejante noticia, la desgraciada madre y la pobre mujer de Hassib se abofetearon el rostro y cubriéronse con polvo la cabeza, llorando todas las lágrimas de su desesperación. ¡Y esto por lo que a ellas se refiere!

En cuanto a los leñadores, vendieron las ollas de miel a un precio muy ventajoso, y realizaron una ganancia tan considerable, que cada uno de ellos pudo abrir una tienda para vender y comprar. Y no se privaron de ningún placer, comiendo y bebiendo a diario las cosas más excelentes. ¡Y esto por lo que a ellos se refiere!

¡Pero he aquí lo que al joven Hassib le acaeció! Cuando vio que no le sacaban de la cueva, se puso a gritar y a suplicar, pero en vano, porque ya se habían marchado los leñadores, y tenían resuelto dejarle morir sin socorrerle. Trató entonces de abrir en las paredes agujeros donde enganchar manos y pies; pero comprobó que las paredes eran de granito y resistían al acero del hacha. Entonces no tuvo límites su desesperación, e iba a lanzarse al fondo de la cueva para dejarse morir allí, cuando de pronto vio salir de un intersticio de la pared de granito a un escorpión, que avanzó hacia él para picarle. Aplastóle de un hachazo, y examinó el intersticio consabido, por el que vio se escapaba un rayo de luz. Se le ocurrió entonces la idea de meter por aquel intersticio la hoja del hacha, apalancando fuertemente. Y con gran sorpresa por su parte, pudo de tal modo descubrir una puerta, que se alzó poco a poco, mostrando una abertura lo bastante amplia para dar paso a un cuerpo de hombre.

Al ver aquello, no dudó un instante Hassib, penetrando por la abertura, y se encontró en una larga galería subterránea, de cuya extremidad venía la luz. Durante una hora estuvo recorriendo la tal galería, y llegó ante una puerta considerable de acero negro, con cerradura de plata y llave de oro. Abrió aquella puerta, y de repente hallóse al aire libre, en la orilla de un lago, al pie de una colina de esmeralda. En el borde del lago vio un trono de oro resplandeciente de pedrerías, y a su alrededor, reflejándose en el agua, sillones de oro, de plata, de esmeralda, de cristal, de acero, de madera de ébano y de sándalo blanco. Contó estos sillones, y supo que su número era de doce mil, ni más ni menos. Cuando hubo acabado de contarlos, y de admirar su belleza, y el paisaje, y el agua que los reflejaba, fue a sentarse en el trono de en medio para gozar mejor del espectáculo maravilloso que ofrecían el lago y la montaña.

Apenas habíase sentado en el trono de oro el joven Hassib, cuando oyó un son de címbalos y de gongs, y de pronto vio avanzar por la falda de la colina de esmeralda una fila de personas que se desplegaba hacia el lago, deslizándose más que caminando; y no pudo distinguirlas a causa de la distancia. Cuando estuvieron más cerca, vio que eran mujeres de belleza admirable, pero cuya extremidad inferior terminaba como el cuerpo alargado y reptador de las serpientes. Su voz era muy agradable, y cantaban en griego loas a una reina que él no veía. Pero enseguida apareció detrás de la colina un cuadro formado por cuatro mujeres serpentinas, que llevaban en sus brazos, alzados por encima de su cabeza, un gran azafate lleno de oro, en el que se mostraba la reina sonriente y llena de gracia. Avanzaron las cuatro mujeres hasta el trono de oro, del que Hassib se apresuró a alejarse, y colocaron allí a su reina, arreglándola los pliegues de sus velos, y se mantuvieron detrás de ella, en tanto que cada una de las demás mujeres serpentinas habíase deslizado hacia uno de los sillones preciosos dispuestos alrededor del lago. Entonces con una voz de timbre encantador, dijo la reina algunas palabras en griego a las que la rodeaban; y al punto dieron una señal los címbalos, y todas las mujeres serpentinas entonaron un himno griego en honor de la reina y se sentaron en los sillones.

Cuando acabaron su canto, la reina, que había notado la presencia de Hassib, volvió la cabeza gentilmente hacia él y le hizo una seña para animarle a que se aproximara. Y aunque muy emocionado, se aproximó Hassib, y la reina le invitó a sentarse, y le dijo: '¡Bien venido seas a mi reino subterráneo, ¡oh joven a quien el destino propicio condujo hasta aquí! Ahuyente de ti todo temor, y dime tu nombre, porque soy la reina Yamlika, princesa subterránea. Y todas estas mujeres serpentinas son súbditas mías. Habla, pues, y dime quién eres, y cómo pudiste llegar hasta este lago, que es mi residencia de invierno y el sitio donde vengo a pasar algunos meses cada año, dejando mi residencia veraniega del monte Cáucaso'.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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miércoles, 29 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima quinta noche

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"Y cuando llegó la 355ª noche

Ella dijo:

... Al ver las dos anguilas, la vieja llegó al límite del júbilo, y exclamó: '¡Da las gracias a Alah, hijo mío! ¡El remedio produjo efecto! Porque has de saber que estas dos anguilas eran la causa del deseo insaciable de que fuiste a quejarte a mí. Una de las anguilas ha nacido de las cópulas con el negro, y la otra de las cópulas con el mono. ¡Ahora que han sido desalojadas, la joven gozará de un temperamento moderado y no volverá a mostrarse fatigosa y desordenada en sus deseos!'

Y efectivamente, noté que desde que volvió en sí la joven, no pedía que satisfacieran sus sentidos.

Y la encontré tan tranquila, que no dudé en pedirla en matrimonio. Consintió porque se había acostumbrado a mí. Y desde entonces vivimos juntos la vida más dulce entre las delicias más perfectas, después de recoger en nuestra casa a la vieja que había realizado curación tan asombrosa, enseñándonos el remedio contra los deseos inmoderados.

¡Glorificado sea el Viviente que no muere nunca y tiene en su mano los imperios y los reinados!'

Y continuó Schehrazada: 'Tal es ¡oh rey afortunado! todo cuanto sé acerca del remedio que ha de aplicarse a las mujeres de temperamento demasiado molesto'. Y dijo el rey Schahriar: '¡Hubiera querido conocer esa receta el año último, para hacer fumigar a la maldita a quien sorprendí en el jardín con el esclavo negro! ¡Pero ahora, Schehrazada, vas a dejar las historias científicas, y a contarme esta noche, si puedes, una historia más asombrosa que todas las ya oídas, porque me siento el pecho más oprimido que de costumbre!'

Y contestó Schehrazada: '¡Sí, puedo!' y al punto dijo:

Historia de la reina Yamlika, princesa subterránea

Se cuenta que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los siglos, había un sabio entre los sabios de Grecia que se llamaba Danial. Tenía muchos discípulos respetuosos, que escuchaban su enseñanza y se aprovechaban de su ciencia; pero le faltaba el consuelo de un hijo que pudiese heredarle sus libros y sus manuscritos. Como ya no sabía qué hacer para obtener este resultado, concibió la idea de rogar al Dueño del cielo que le concediese semejante favor. Y el Altísimo que no tiene portero en la puerta de su generosidad, escuchó el ruego, y en aquella hora y aquel instante hizo que quedase encinta la esposa del sabio.

Durante los meses que duró el embarazo de su esposa, se dijo el sabio Danial, que ya se veía muy viejo: '¡La muerte está cercana, y no sé si el hijo que voy a tener podrá encontrar un día intactos, mis libros y mis manuscritos!' Y desde entonces consagró todo su tiempo a resumir en algunas hojas cuanta ciencia contenían sus diversos escritos. Llenó así con una letra muy menuda cinco hojas, que encerraban la quintaesencia de todo su saber y de los cinco mil manuscritos que poseía. Luego las releyó, reflexionó, y le pareció que hasta en aquellas cinco hojas había cosas que podían quintaesenciarse aún más. Entonces consagró todavía un año a la reflexión, y acabó por resumir las cinco hojas en una sola, cinco veces más pequeña que las primeras. Y cuando terminó aquel trabajo, sintió que estaba próximo su fin.

Entonces, para que sus libros y sus manuscritos no llegasen a ser propiedad de otro, el viejo sabio los tiró hasta el último al mar, y no conservó más que la consabida hojita de papel. Llamó a su esposa encinta, y le dijo: 'Acabó mi tiempo, ¡oh mujer! y no me es dable educar por mí mismo al hijo que nos concede el cielo y a quien no he de ver. Pero le dejo por herencia esta hojita de papel, que solamente le darás el día en que te pida la parte que le corresponde de los bienes de su padre. Y si llega a descifrarla y a comprender su sentido, será el hombre más sabio del siglo. ¡Deseo que se llame Hassib!' Y tras de haber dicho estas palabras, el sabio Danial expiró en la paz de Alah.

Se le hicieron funerales, a los que asistieron todos sus discípulos y todos los habitantes de la ciudad. Y todos le lloraron mucho y tomaron parte en el duelo por su muerte.

He aquí que algunos días después la esposa de Danial echó al mundo un niño varón, muy proporcionado, a quien se le llamó Hassib, cumpliendo la recomendación del difunto. Al mismo tiempo mandó convocar la madre a los astrólogos, quienes, una vez hechos sus cálculos y terminada su observación de los astros, sacaron el horóscopo del niño, y dijeron: '¡Oh mujer! tu hijo vivirá largos años si escapa a un peligro que está suspendido sobre su juventud. Si evita este peligro, alcanzará un grado sumo de ciencia y de riqueza'. Y se fueron por su camino.

Cuando tuvo el niño la edad de cinco años, su madre le llevó a la escuela para que aprendiese algo allí; pero no aprendió nada absolutamente. Le sacó ella entonces de la escuela, y quiso que abrazara una profesión; pero pasaron muchos años sin que el muchacho hiciese nada, y llegó a la edad de quince sin aprender nada tampoco, y sin lograr un medio de vida con qué contribuir a los gastos de su madre. Se echó a llorar entonces ella, y las vecinas le dijeron: 'Sólo el matrimonio podría darle aptitud para el trabajo; porque entonces verá que cuando se tiene una mujer hay que trabajar para sostenerla'.

Estas palabras decidieron a la madre a ponerse en movimiento y a buscar entre sus conocimientos una joven; y habiendo encontrado una que era de su conveniencia, se la dio en matrimonio. Y el joven Hassib fue perfecto para con su esposa, y no la desdeñó, sino todo lo contrario. Pero continuó sin hacer nada y sin aficionarse a trabajo alguno.

Y he aquí que en la vecindad había leñadores, que dijeron a la madre un día: 'Compra a tu hijo un asno, cuerdas y un hacha, y déjale ir a cortar leña a la montaña con nosotros. Luego venderemos la leña y repartiremos el provecho con él. De esta manera podrá ayudarte en tus gastos y sostener mejor a su esposa.

Al oír tales palabras, la madre de Hassib, llena de alegría, le compró en seguida un asno, cuerdas y un hacha, y se lo confió a los leñadores, recomendándoselo mucho; y los leñadores, le contestaron: 'No te preocupes por eso. ¡Es hijo de nuestro amo Danial!, y sabremos protegerle y velar por él'. Y le llevaron consigo a la montaña, donde le enseñaron a cortar leña y a cargarla a lomos del asno para venderla luego en el mercado. Y Hassib se aficionó en extremo a este oficio, que le permitía pasearse a la vez que ayudar a su madre y a su esposa.

Y un día entre los días, cuando cortaban leña en la montaña, les sorprendió una tempestad, acompañada de lluvia y de truenos, que hubo de obligarles a correr para refugiarse en una caverna situada no lejos de allí, y en la cual encendieron lumbre para calentarse. Y al mismo tiempo encargaron al joven Hassib, hijo de Danial, que hiciese leños para alimentar el fuego.

Mientras Hassib, retirado en el fondo de la caverna, se ocupaba en partir madera, oyó de pronto resonar su hacha sobre el suelo con un ruido sonoro, como si en aquel sitio hubiese un espacio hueco bajo tierra. Empezó entonces a escarbar con los pies, y puso a la vista una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente."

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martes, 28 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima cuarta noche

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"Pero cuando llegó la 354ª noche

Ella dijo:

... Yo quedé estupefacto. Y dije desde el fondo de mi alma: '¡Ahora o nunca es la ocasión!' Y empujando con un hombro, derribé la puerta y me precipité en la sala blandiendo mi cuchillo de carnicero, tan afilado, que cortaba el hueso mejor que la carne.

Me abalancé resueltamente sobre el enorme mono, del que no se movió ni un solo músculo de tanto como sus ejercicios le habían extenuado; le apoyé con brusquedad mi cuchillo en la nuca, y de un golpe le separé del tronco la cabeza. Entonces la fuerza vital que residía en él salió de su cuerpo con gran estrépito, estertores y convulsiones, hasta el punto de que la joven abrió de repente los ojos y me vio con el cuchillo lleno de sangre en la mano. Lanzó entonces tal grito de terror, que por un momento creí verla expirar sin remedio. No obstante, al ver que yo no la quería mal, pudo recobrar su ánimo poco a poco y reconocerme. Entonces me dijo: '¿Es así ¡oh Wardán! como tratas a un cliente fiel?' Yo le dije: '¡Oh enemiga de ti misma! ¿Acaso no hay hombres, para que recurras a semejante procedimiento?' Ella me contestó: '¡Oh Wardán, escucha primeramente la causa de todo eso, y tal vez me disculpes!

'Sabrás, en efecto, que soy la hija única del gran visir. Hasta la edad de quince años he vivido tranquila en el palacio de mi padre; pero un día me enseñó un negro lo que tenía yo que aprender, y me tomó lo que de mí podía tomarse. Por lo demás, debes saber que no hay nada como un negro para inflamarnos nuestro interior a las mujeres, sobre todo cuando el terreno ha sentido ese abono negro la primera vez. Así es que no te extrañe saber que mi terreno se quedó tan excitado desde entonces, que se hacía necesario lo regase el negro a todas horas sin interrupción.

'Al cabo de cierto tiempo, murió el negro en la tarea, y yo conté mi pena a una vieja del palacio, que me había conocido desde la infancia. La vieja bajó la cabeza y me dijo: 'Lo único que en adelante puede reemplazar junto a ti a un negro, hija mía, es el mono. Porque nadie más fecundo en asaltos que un mono'.

'Me dejé persuadir por la vieja, y un día, al ver pasar bajo las ventanas del palacio a un domador de monos que hacía ejecutar cabriolas a sus animales me descubrí el rostro de repente a la vista del más corpulento de entre ellos, que estaba mirándome. En seguida rompió él su cadena, y sin que pudiese detenerle su amo, huyó por las calles, dio un gran rodeo, entró en el palacio por los jardines, y corrió directamente a mi estancia, donde al punto me cogió en sus brazos, e hizo lo que hizo diez veces seguidas sin interrumpirse.

'Pero he aquí que mi padre acabó por enterarse de mis relaciones con el mono, y creí que aquel día me mataba. Entonces, como no podía prescindir de mi mono en lo sucesivo, hice que labraran para mí en secreto este subterráneo, donde le encerré. Y yo misma le traía de comer y de beber, hasta hoy en que la fatalidad te hizo descubrir mi escondrijo y te impulsó a matarle. ¡Ay! ¿Qué será de mí ahora?'

Entonces traté de consolarla, y le dije para calmarla: 'Ten la seguridad ¡oh mi señora! que puedo reemplazar junto a ti al mono. ¡Ya lo verás cuando probemos, porque estoy reputado como cabalgador!' Y por cierto que aquel día y los siguientes hube de demostrarla que mi brío superaba al del difunto mono y al del difunto negro.

Aquello, sin embargo, no pudo prolongarse del mismo modo mucho tiempo; porque, al cabo de algunas semanas, yo me perdía allí dentro como en un abismo sin fondo. Y la joven, por el contrario, veía de día en día aumentar sus deseos y progresar su fuego interno.

En tan embarazosa situación, hube de recurrir a la ciencia de una vieja a quien yo conocía como incomparable en el arte de preparar filtros y confeccionar remedios para las enfermedades más rebeldes. Le conté la historia desde el principio hasta el fin, y le dije: 'Ahora, mi buena tía, quiero pedirte que me prepares algo capaz de aplacar los deseos de esta mujer y de calmar su temperamento'. Ella me contestó: '¡Nada más fácil!'

Dije: '¡Me confío enteramente a tu ciencia y a tu sabiduría!'

Entonces cogió ella una marmita, en la que echó once granos de altramuz de Egipto, una onza de vinagre virgen, dos onzas de lúpulo y algunas hojas de digital. Hizo hervir todo durante dos horas, escurrió cuidadosamente el líquido, y me dijo: 'Ya está el remedio'. Entonces le rogué que me acompañara al subterráneo; y allí me dijo: '¡Conviene que la cabalgues hasta que caiga extenuada!'

Y se retiró al pasillo cara esperar a que se ejecutase su orden.

Hice lo que me pedía, y con tanto acierto, que la joven perdió el conocimiento. Entonces entró la vieja en la sala, y después de recalentar el líquido consabido, lo echó en una vasija de cobre y lo colocó entre los muslos de la hija del visir. Le dio fumigaciones que le penetraron muy adentro en las partes fundamentales, y debieron producir un efecto radical, porque de pronto vi caer entre los muslos separados dos objetos que empezaron a agitarse. Los examiné de cerca, y vi que eran dos anguilas, una amarilla y otra negra. Al ver las dos anguilas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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lunes, 27 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima tercera noche

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"Pero cuando llegó la 353ª noche

Ella dijo:

'... corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas. Pero gracias a Alah se ha olvidado todo ahora!'

Me rogó entonces que, como prueba de su gratitud por mis buenos oficios, aceptase la suma de tres mil dinares; y le reiteré yo mis cumplimientos...'

lbn Al-Mansur interrumpió de pronto su relato porque acababa de oír un ronquido que le cortó la palabra. Era el califa que dormía profundamente, dominado al fin por el sueño que hubo de producirle esta historia. Así es que, temiendo despertarle, lbn Al-Mansur se evadió dulcemente por la puerta que más dulcemente aún le abrió el jefe de los eunucos.

Y acabando de hablar, Schehrazada se calló un instante, miró al rey Schahriar, y le dijo: '¡En verdad, oh rey afortunado, que me asombra que con esta historia no te haya también rendido el sueño!' El rey Schahriar dijo: '¡Nada de eso! ¡Te equivocas, Schehrazada! No siento ganas de dormir esta noche; ¡y ten cuidado, no vaya a ser que, si no me cuentas enseguida una historia instructiva, ponga en práctica la amenaza de Al-Raschid a su portaalfanje!

Por ejemplo, ¿no sabrías decirme algunas palabras acerca del remedio que hay contra las mujeres que atormentan a sus esposos con un deseo de carne nunca satisfecho, y les abren así la puerta de la tumba?'

Al oír estas palabras, Schehrazada reflexionó un instante, y dijo: '¡Precisamente, oh rey afortunado, de ninguna historia me acuerdo tan bien como de una referente a ese asunto, y que en seguida voy a contarte!'

Y dijo Schehrazada:

Historia de Wardan, El Carnicero, y de la hija del visir

Se cuenta, entre diversos cuentos, que había en El Cairo un hombre llamado Wardán, que tenía el oficio de carnicero, expendedor de carne de carnero. Todos los días veía entrar en su tienda a una joven espléndida de cuerpo y de rostro, pero con los ojos muy fatigados, y las facciones muy ajadas, y la tez palidísima. Y siempre llegaba seguida de un mandadero cargado con su canasta, escogía el trozo más tierno de carne y también las criadillas de un carnero, pagaba todo con una moneda de oro que pesaba dos dinares o más, metía su compra en una canasta del mandadero, y continuaba su marcha por el zoco, parándose en todas las tiendas y comprando algo a cada mercader. Y continuó conduciéndose así durante un largo espacio de tiempo, hasta que un día el carnicero Wardán, intrigado al límite de la intriga por el aspecto y el silencio y las maneras de su joven clienta, resolvió aclarar la cosa para librarse de los pensamientos que acerca de ello le asaltaban.

Por cierto que encontró precisamente la ocasión que buscaba, una mañana en que vio pasar solo por delante de la tienda al mandadero de la joven. Le detuvo, le puso en la mano una cabeza de carnero lo más excelente posible, y le dijo: '¡Oh mandadero, recomienda bien al dueño del horno que no ase demasiado la cabeza, para que no pierda sabor!' Luego añadió: '¡Oh mandadero, estoy muy perplejo con motivo de esa joven que todos los días te toma a su servicio! ¿Quién es y de dónde viene? ¿Qué hace con esas criadillas de carnero? Y sobre todo, ¿por qué tiene tan fatigados los ojos y las facciones?' El otro contestó: '¡Por Alah! ¡que estoy tan perplejo como tú por lo que a ella respecta! Enseguida voy a decirte cuanto sé, ya que tu mano es generosa con los pobres como yo. ¡Escucha! Una vez terminadas todas sus compras, adquiere aún en casa del mercader nazareno de la esquina, un dinar o más de cierto precioso vino añejo, y me lleva cargado así hasta la entrada de los jardines del gran visir. Allí me venda los ojos con su velo, me coge de la mano y me conduce hasta una escalera, por cuyos escalones baja conmigo, para luego descargarme mi banasta, darme medio dinar por mi trabajo y una banasta vacía en lugar de la mía, y conducirme de nuevo, con los ojos vendados siempre, hasta la puerta de los jardines, donde me despide hasta el día siguiente. ¡Y no pude saber nunca lo que hace con esa carne, con esos frutos, con esas almendras, con esas velas, y con todas las cosas que me hace llevar hasta esa escalera subterránea!' El carnicero Wardán contestó: '¡No haces más que aumentar mi perplejidad, oh mandadero!' Y como llegaban otros clientes, dejó al mandadero y se puso a despacharles.

Al día siguiente, después de pasarse la noche pensando en aquel estado de cosas que le preocupaba en extremo, vio llegar a la misma hora a la joven seguida del mandadero. Y se dijo: '¡Por Alah, que esta vez, cueste lo que cueste, he de saber lo que quiero saber!' Y luego que la joven se alejó con sus diversas compras, el carnicero encargó a su dependiente que tuviese cuidado de la tienda en lo que afectaba a venta y compra, y se puso a seguirla de lejos, procurando no ser advertido. De esta suerte caminó detrás de ella hasta la entrada de los jardines del visir, y se escondió detrás de los árboles para esperar el regreso del mandadero, a quien vio, en efecto, con los ojos vendados y conducido de la mano por las avenidas. Después de una ausencia de algunos instantes, la vio volver a la entrada quitarle el velo de los ojos del mandadero, despedirle, y aguardar a que hubiese desaparecido el tal mandadero para entrar de nuevo al jardín.

Entonces salió él de su escondite y la siguió con los pies descalzos, ocultándose tras los árboles. De esta suerte la vio llegar ante un peñasco, tocarlo de cierta manera, haciéndolo girar sobre sí mismo, y desaparecer bajo tierra. Esperó entonces algunos instantes, y se acercó al peñasco, con el que manipuló del propio modo, consiguiendo hacerlo girar. Se hundió entonces bajo tierra, colocando otra vez el peñasco en su sitio, y he aquí contado por él mismo lo que vio.

Dijo:

'Al principio no distinguí nada en la oscuridad subterránea; luego acabé por vislumbrar un pasillo, en el fondo del cual se filtraba la luz; le recorrí, siempre descalzo y conteniendo la respiración, y llegué a una puerta tras de la que percibí risas y gruñidos. Apliqué un ojo a una ranura por la que pasaba un rayo de luz, y vi enlazados sobre un diván a la joven y un mono enorme, de rostro completamente humano, haciendo contorsiones y movimientos. Al cabo de algunos instantes se desenlazó de él la joven, se puso en pie y se despojó de toda su ropa para tenderse de nuevo en el diván, pero enteramente desnuda. Y enseguida saltó sobre ella el mono, y la cubrió, cogiéndola en sus brazos.

Y cuando acabó su cosa con ella, se levantó, descansó un instante, y luego la poseyó otra vez, cubriéndola. Se levantó después, y descansó otra vez, pero para caer de nuevo sobre ella y poseerla, y así lo hizo diez veces seguidas de la misma manera, mientras ella, por su parte, le otorgaba cuanto de más fino y delicado otorga la mujer al hombre. Tras de lo cual, cayeron ambos desvanecidos en un aniquilamiento. Y ya no se movieron.

Yo quedé estupefacto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima quincuagésima cuarta noche...

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domingo, 26 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima segunda noche

_______________________________
"Y cuando llegó la 352ª noche

Ella dijo:

'...y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura. Pero el perdón de las faltas es patrimonio de las almas generosas. Y además, ¿qué harías en este palacio sola con tu dolor, después de haber muerto la gentil amiga que te consolaba con su dulzura?' Al oír estas palabras, se llenaron de lágrimas sus ojos, y permaneció pensativa durante una hora. Tras lo cual me dijo: 'Creo que dijiste verdad, lbn Al-Mansur. ¡Voy a contestarle!'

Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! cogió papel y escribió una carta, cuya elocuencia emocionante no sabrían igualar los mejores escribas de tu palacio. No me acuerdo de los términos exactos de aquella carta pero en substancia decía así:

'A pesar del deseo, ¡oh mi amante! jamás he comprendido el motivo de nuestra separación. Reflexionando bien, es posible que en el pasado errara yo. Pero el pasado ya no existe, y los celos, cualesquiera sean, deben morir con la víctima de la Separadora.

'Déjame que te tenga ahora al alcance de mi vista, para que descansen mis ojos como no lo harían con el sueño.

'Juntos entonces, beberemos nuevamente los tragos refrigerantes; y si nos embriagamos, no podrá censurarnos nadie'.

Selló luego la carta y me la entregó; y le dije: '¡Por Alah! ¡He aquí lo que apacigua la sed del sediento y cura las dolencias del enfermo!' Y me disponía a despedirme para llevar la buena nueva al que la esperaba, cuando me detuvo ella aún para decirme: '¡Ya Ibn Al-Mansur, puedes añadir también que esta noche será para nosotros dos una noche de bendición!'

Y lleno de alegría corrí a casa del emir Jobair, a quien encontré con la mirada fija en la puerta por donde debía yo entrar.

Cuando hubo leído la carta y comprendió su alcance, lanzó un gran grito de alegría y cayó desvanecido. No tardó en volver en sí, y preguntóme, todavía anhelante: 'Dime, ¿fue ella misma quien redactó esta carta? ¿Y la escribió con su mano?' Yo le contesté: '¡Por Alah que no supe hasta ahora que se pudiese escribir con los pies!'

Por lo demás, ¡oh Emir de los Creyentes! apenas había yo pronunciado estas palabras, cuando oímos detrás de la puerta un tintinear de brazaletes y un ruido de cascabeles y seda, viendo aparecer, un instante más tarde, a la joven en persona.

Como no puede describirse con la palabra dignamente la alegría, no trataré de hacerlo en vano. Sólo he de decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que ambos amantes corrieron a echarse en brazos uno de otro, entusiasmados y con las bocas juntas.

Cuando salieron de su éxtasis, Sett Badr permaneció de pie, rehusando sentarse a pesar de las instancias de su amigo. Me extrañó aquello mucho, y hube de preguntarle a qué obedecía. Ella me dijo: '¡No me sentaré hasta que se formalice nuestro pacto!' Dije yo: '¿Qué pacto, ¡oh mi dueña!?' Ella dijo: 'Es un pacto que sólo incumbe a los enamorados'.

Y se inclinó al oído de su amigo y le habló en voz baja. El contestó: '¡Escucho y obedezco!' Y llamó a uno de sus esclavos, dándole una orden; y el esclavo desapareció.

Algunos instantes después, vi entrar al kadí y a los testigos, que extendieron el contrato de matrimonio de ambos amantes, y se fueron luego, llevando un regalo de mil dinares que les dio Sett Badr. Quise igualmente retirarme; pero no lo consintió el emir, que hubo de decirme: '¡No se dirá que tuviste únicamente parte en nuestras tristezas, sin participar de nuestra alegría!' Y me invitaron a un festín que duró hasta la aurora. Entonces me dejaron retirarme a la estancia que habíanme reservado.

Al despertarme por la mañana, entró en mi estancia un esclavo que llevaba una jofaina y un jarro, e hice mis abluciones, y recé mi plegaria matinal. Tras de lo cual fui a sentarme en la sala de recepción donde vi llegar a poco a los dos esposos, que salían del hammam, frescos aún, después de dedicarse a sus amores. Les deseé una mañana dichosa y les cumplimenté, felicitándoles e invocando bienandanzas sobre ellos; luego añadí: 'Soy feliz por haber contribuido en algo a vuestra unión. Pero ¡por Alah! emir Jobair, si quieres darme una prueba de tu estimación para conmigo, explícame qué fue lo que pudo en otro tiempo irritarte hasta el punto de hacer que, para tu desgracia, te separaras de tu enamorada Sett Badr. Ella misma me describió la escena de la pequeña esclava, besándola y mimándola después de haberle peinado y trenzado los cabellos. ¡Pero me parece inadmisible, emir Jobair, que sólo aquello pudiera ocasionar tu resentimiento y no tuvieras otra causa de enojo u otras pruebas y sospechas!'

A estas palabras, el emir Jobair sonrió y me dijo: 'Ibn Al-Mansur, tu sagacidad es exclusivamente maravillosa. Ahora que la favorita de Sett Badr ha muerto, se extinguió mi rencor. Puedo, pues, revelarte sin misterio el origen de nuestra desavenencia. Proviene sencillamente de una broma que me gastó, como si ambas fuesen las culpables de ella, un barquero que las llevó en su barca cierto día en que fueron a pasear por el agua.

Me dijo: 'Señor, ¿cómo miras siquiera a una mujer que se burla de ti con una favorita a la que ama? Porque has de saber que en mi barca estaban apoyadas con indolencia una contra otra, y cantaban cosas muy inquietantes acerca del amor de los hombres. Y terminaron sus cánticos con estos versos:

¡Menos ardiente que mis entrañas es el fuego; pero en cuanto me acerco a mi amo, el incendio se apaga, y el hielo es menos frío que mi corazón ante sus deseos!

¡Pero no le ocurre así a mi amo! ¡En él, lo que debe estar duro, es blando, y lo que debe tener tierno es duro; pues duro es su corazón como la roca, y su otra cosa es blanda como el agua!

Entonces yo, al oír del barquero semejante relato, sentí oscurecerse el mundo ante mis ojos, y corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima quincuagésima tercera noche...

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sábado, 25 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima primera noche

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"Pero cuando llegó la 351ª noche

Ella dijo:

'¡... Qué lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la pena, anegándola el corazón!' Con el pecho oprimido por la angustia, me decidí entonces a personarme en el palacio del emir Jobair. Allá me esperaba un espectáculo más entristecedor aún. Todo estaba desierto; los muros derrumbábanse ruinosos; habíase secado el jardín, sin la menor huella de que le cuidase nadie. Ningún esclavo guardaba la puerta del palacio, y no había ningún ser vivo que pudiera darme noticia de quienes habitaron en el interior. Ante aquel espectáculo, me dije desde lo profundo de mi alma: ¡También ha debido morir él!'

Muy triste, muy apenado, me senté luego a la puerta, e improvisé esta elegía:

¡Oh moradal! ¡En tus umbrales me detengo para llorar con tus piedras al recuerdo del amigo que ya no existe!

¿Dónde está el huésped generoso, cuya hospitalidad se hacía extensiva pródigamente a los viajeros?

¿Dónde están los amigos pletóricos de alegría que te habitaron en la época de tu esplendor, palacio?

¡Sigue su ejemplo, tú que pasas; pero no olvides, por lo menos, los beneficios de que todavía hay señales, a pesar de las ruinas del tiempo!

Mientras yo me dejaba llevar de la tristeza que me poseía, expresándola de aquel modo, apareció un criado, que avanzó hacia mí, diciéndome con acento violento: '¡Cállate, viejo jeique! ¡Te va en ello la vida! ¿Por qué dices cosas fúnebres a nuestra puerta?' Yo contesté: '¡Me limitaba a improvisar versos a la memoria de un amigo entre mis amigos, que habitaba esta casa y se llamaba Jobair, de la tribu de los Bani-Schaibán!'. El esclavo replicó: '¡El nombre de Alah sea con él y en torno de él! Ruega por el Profeta, ¡oh jeique! Pero ¿por qué dices que ha muerto el emir Jobair? ¡Glorificado sea Alah! ¡Nuestro amo está con vida, siempre en el seno de los honores y de las riquezas!' Pero yo exclamé: '¿A qué obedece, entonces, ese ambiente de tristeza esparcido por la casa y el jardín?' El contestó: '¡Al amor! El emir Jobair está con vida; pero es lo mismo que si se contara en el número de los muertos. Tendido yace en su lecho sin moverse; y cuando tiene hambre, nunca dice: '¡Dadme de comer!', y cuando tiene sed, no dice nunca: '¡Dadme de beber!'

Al oír estas palabras del negro, dije: '¡Por Alah sobre ti, oh rostro blanco! ¡Ve en seguida a participarle mi deseo de verle! Dile: '¡Es Ibn Al-Mansur quien espera a tu puerta!' Se fue el negro, y al cabo de algunos instantes, volvió para avisarme que su amo podía recibirme. Y me hizo entrar, diciéndome: 'Te advierto que no se enterará de nada de lo que le digas, a no ser que sepas conmoverle con ciertas palabras'.

Efectivamente, encontré al emir Jobair tendido en su lecho, con la mirada perdida en el vacío, muy pálido y adelgazado el rostro y desconocido en verdad. Le saludé al punto, pero no me devolvió la zalema. Le hablé; pero no me contestó: Entonces me dijo al oído el esclavo: 'No comprende más lenguaje que el de los versos'. ¡Por Alah, que no encontré nada mejor para entrar en conversación con él!

Me abstraje un instante; luego improvisé estos versos con voz clara:

¿Anida todavía en tu alma el amor de Sett Badr, o hallaste el reposo tras las zozobras de la pasión?

¿Pasas siempre en vigilia tus noches, o al fin conocen tus párpados el sueño?

¡Si aún corren tus lágrimas, si aún alimentas con la desolación a tu alma, sabe que llegarás al colmo de la locura!

Cuando oyó él estos versos, abrió los ojos y me dijo: '¡Bien venido seas, Ibn Al-Mansur! ¡Las cosas tomaron para mí un carácter grave!' Yo contesté enseguida: '¿Puedo, al menos, señor, serte de alguna utilidad?' El dijo: '¡Eres el único que puede salvarme todavía! ¡Tengo el propósito de mandar a Sett Badr una carta por mediación tuya, pues tú eres capaz de convencerla para que me responda!' Yo contesté: '¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!'

Reanimado entonces, se incorporó, desenrolló una hoja de papel en la palma de la mano, cogió un cálamo v escribió:

'¡Oh dura bienamada! He perdido la razón y me debato en la desesperanza. Antes de este día creí que el amor era una cosa fútil, una cosa fácil, una cosa leve. Pero, al naufragar en sus olas, vi ¡ay! que para quien en él se aventura es un mar terrible y confuso. A ti vuelvo con el corazón herido, implorando el perdón para lo pasado. ¡Ten piedad de mí y acuérdate de nuestro amor! Si deseas mi muerte, olvida la generosidad'.

Selló entonces la carta y me la entregó. Aunque yo ignoraba la suerte de Sett Badr, no dudé: cogí la carta y regresé al jardín. Crucé el patio, y sin previa advertencia entré en la sala de recepción.

Pero cuál no sería mi asombro al advertir sentadas en las alfombras a diez jóvenes esclavas blancas en medio de las cuales se encontraba llena de vida y de salud, pero en traje de luto, Sett Badr, que se apareció como un sol puro a mis miradas asombradas.

Me apresuré a inclinarme deseándole la paz; y no bien me vio ella entrar, me sonrió devolviéndome mi zalema, y me dijo: '¡Bien venido seas, lbn Al-Mansur! ¡Siéntate! ¡Tuya es la casa!' Entonces le dije: '¡Aléjense de aquí todos los males, oh mi dueña! Pero ¿por qué te veo en traje de luto?' Ella contestó: '¡Oh, no me interrogues, lbn Al-Mansur! ¡Ha muerto la gentil! En el jardín pudiste ver la tumba donde duerme'. Y vertió un mar de lágrimas, mientras intentaban consolarla todas sus compañeras.

Ante todo, creí un deber por mi parte guardar silencio; luego dije: '¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y caigan, en cambio, sobre ti, todas las bienandanzas que la vida reservaba aún a esa joven y dulce favorita tuya por quien lloras! ¡Parece mentira que haya muerto!' Ella dijo: '¡Pues murió la pobre!'

Aprovechándome entonces del estado de postración en que se hallaba, la entregué la carta, que hube de sacar de mi cinturón. Y añadí: '¡De tu respuesta ¡oh mi dueña! depende su vida o su muerte! Porque, en verdad, la única cosa que le ata a la tierra todavía es la espera de esta respuesta'.

Cogió ella la carta, la abrió, la leyó, sonrió, y dijo: '¿Ha llegado ahora a semejante estado de pasión él, que no quería leer mis cartas otras veces? ¡Fue preciso que guardara yo silencio desde entonces y desdeñara verle, para que volviese a mí más inflamado que nunca!'

Yo contesté: 'Tienes razón, y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima quincuagésima segunda noche...

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viernes, 24 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima quincuagésima noche

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"Pero cuando llegó la 350ª noche

Ella dijo:

... Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó, y al mismo tiempo deslizó en mi bolsillo, sin dar lugar a que yo lo impidiese, una bolsa que contenía mil dinares de oro, y que me decidí a guardar como recuerdo de los buenos servicios que presté antaño a su difunto padre, el digno síndico, y en previsión del porvenir. Me despedí entonces de Sett Badr y me dirigí a la morada de Jobair, emir de los Bani-Schaibán, a cuyo padre, muerto hacía muchos años, conocí asimismo.

Cuando llegué al palacio del emir Jobair, me dijeron que también estaba de caza, y esperé su regreso. No tardó en llegar, y en cuanto supo mi nombre y mis títulos, me rogó aceptase su hospitalidad y considerase su casa como propia. Y enseguida fue a hacerme honores él en persona.

Por lo que a mí respecta. ¡Oh Emir de los Creyentes! al advertir la cumplida belleza del joven me quedé sorprendido, y sentí que mi razón me abandonaba definitivamente. Y al ver él que yo no me movía, creyó que era la timidez lo que me retenía, y fue hacia mí sonriéndose, y me abrazó, según costumbre, y creí abrazar en aquel momento al sol, a la luna y al universo entero con todo su contenido. Y como había llegado la hora de reponer fuerzas, el emir Jobair me cogió de un brazo y me hizo sentarme a su lado en un cojín. Y enseguida pusieron la mesa los esclavos ante nosotros.

Era una mesa llena de vajilla del Khorassán, de oro y de plata, y que ostentaba cuantos manjares fritos y asados pudiesen desear el paladar, la nariz y los ojos. Entre otras cosas admirables, había allí aves rellenas de alfónsigos y de uvas, y pescados servidos en buñuelos de galleta, y especialmente una ensalada de verdolaga, a cuyo solo aspecto se me hacía agua la boca. No hablaré de las demás cosas, por ejemplo, de un maravilloso arroz con crema de búfalo, en el que de buena gana hubiera hundido mi mano hasta el codo, ni de la confitura de zanahorias con nueces, que tanto me gusta -¡oh! estoy seguro de que algún día me hará morir-, ni de las frutas, ni de las bebidas.

¡Sin embargo, ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por la nobleza de mis antecesores que reprimí los impulsos de mi alma y no probé bocado! Por el contrario, esperé a que mi huésped me instase con mucho ahínco a servirme de aquello, y le dije: '¡Por Alah! hice voto de no tocar ninguno de los manjares de tu hospitalidad, emir Jobair, mientras no accedas a una súplica que es el móvil de mi visita a tu casa!' El me preguntó: '¿Puedo al menos ¡oh mi huésped! saber, antes de comprometerme a una cosa tan grave y que me amenaza con que renuncies a mi hospitalidad, cuál es el objeto de esta visita?' Por toda respuesta, saqué yo de mi pecho la carta y se la di.

La cogió, la abrió y la leyó. Pero al punto la rompió, arrojó a tierra los pedazos, los pisoteó, y me dijo: '¡Ya lbn Al-Mansur! pide cuanto quieras y te será concedido al instante. ¡Pero no me hables del contenido de esta carta, a la que no tengo nada que contestar!'

Entonces me levanté y quise marcharme enseguida, pero me retuvo asiéndome de la ropa, y me suplicó que me quedase, diciéndome: '¡0h mi huésped! ¡Si supieras el motivo de mi repulsa, no insistirías ni por un instante! ¡Tampoco creas que eres el primero a quien se ha confiado semejante misión! ¡Y si lo deseas, te diré exactamente las palabras que te encargó ella me dijeses!' Y me repitió al punto las palabras consabidas, con tanta precisión como si hubiese estado en presencia nuestra en el momento en que se pronunciaron.

Luego añadió: '¡Créeme que no debes ocuparte de ese asunto! ¡Y quédate en mi casa para descansar todo el tiempo que tu alma anhele!'

Estas palabras me decidieron a quedarme. Y pasé el resto del día y toda la noche comiendo, bebiendo y disfrutando con el emir Jobair. No obstante, como no oía cantos ni música, me asombré al advertir tal excepción de las prácticas establecidas en los festines; y por último hube de decidirme a manifestar al joven emir mi sorpresa. Enseguida vi ensombrecerse su rostro y noté en él un gran malestar; luego me dijo: 'Hace ya mucho tiempo que suprimí los cantos y la música en mis festines. ¡Sin embargo, en vista de tu deseo, voy a satisfacerlo!'

Y al instante hizo llamar a una de sus esclavas, que se presentó con un laúd indio, guardado en un estuche de raso, y se sentó delante de nosotros, preludiando inmediatamente en veintiún tonos distintos. Reanudó después el primer tono y cantó:

¡Con los cabellos despeinados, lloran y gimen en el dolor las hijas del Destino, oh alma mía!

¡La mesa, empero, está cargada con los manjares más exquisitos, son aromáticas las rosas, nos sonríen los narcisos y ríe en la jofaina el agua!

¡Oh alma mía, alma triste, ármate de valor! ¡De nuevo lucirá en los ojos la esperanza un día, y beberás en la copa de la dicha!

Pasó después a un tono más triste, y cantó:

¡Quien no saboreó las delicias del amor ni gustó su amargura, no sabe lo que pierde al perder a un amigo!

¡Quien no llegó a sufrir las heridas del amor, no puede saber los tormentos deleitosos que proporcionan!

¿Dónde están las noches dichosas pasadas junto a mi amigo, nuestros retozos amables, nuestros labios unidos, la Miel de su saliva? ¡Oh dulzura! ¡Oh dulzura!

¡Nuestras noches hasta el amanecer, nuestros días hasta la puesta del sol! ¿Qué hacer ¡oh corazón roto! contra los decretos de un destino cruel?

Apenas la cantora dejó expirar estas últimas quejas, cuando vi que mi joven huésped caía desvanecido lanzando un grito doloroso. Y me dijo la esclava: '¡Tú tienes la culpa!, ¡oh jeique! Porque hace largo tiempo que evitamos cantar delante de él, a causa del estado de emoción en que se pone y de la agitación que le produce todo poema amoroso'. Y lamenté mucho haber sido causante de un accidente de mi huésped, e invitado por la esclava, me retiré a mi estancia para no importunarle más con mi presencia.

Al día siguiente, en el momento en que me disponía a partir y rogaba a uno de los servidores que transmitiese a su amo mi agradecimiento por aquella hospitalidad, se presentó un esclavo, que me entregó una bolsa con mil dinares, rogándome que la aceptara como compensación por el anterior trastorno, y diciéndome que estaba encargado de recibir mis adioses. Entonces, sin haber conseguido nada, abandoné la casa de Jobair y regresé a la de aquella que me había enviado.

Al llegar al jardín, encontré a Sett Badr, que me esperaba a la puerta, y sin darme tiempo de abrir la boca, me dijo: '¡Ya lbn Al-Mansur, sé que no tuviste éxito en tu misión!' Y me relató punto por punto todo lo acaecido entre el emir Jobair y yo, haciéndolo con tanta exactitud que sospeché pagaba espías que la tuviesen al corriente de lo que pudiera interesarla.

Y le pregunté: '¿Cómo te hallas tan bien informada, ¡oh mi dueña!? ¿Acaso estuviste allí sin ser vista?' Ella me dijo: '¡Ya lbn Al-Mansur! has de saber que los corazones de los amantes tienen ojos que ven lo que ni suponer podrían los demás! ¡Pero yo sé que tú no tienes la culpa de la repulsa! ¡Es mi destino!' Luego añadió, levantando los ojos al cielo: '¡Oh Señor, dueño de los corazones, soberano de las almas, haz que en adelante me amen sin que yo ame nunca! ¡Haz que lo que resta de amor por Jobair en este corazón se desvíe hacia el corazón de Jobair, para tormento suyo! ¡Haz que vuelva a suplicarme que le escuche, y dame valor para hacerlo sufrir!'

Tras de lo cual me dio las gracias por lo que me presté a hacer en su favor, y se despidió de mí. Y volví al palacio del emir Mohammad, y desde allí regresé a Bagdad.

Pero al año siguiente hube de ir nuevamente a Bassra, según mi costumbre, para ventilar mis asuntos, porque debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que el emir Mohammad era deudor mío, y no disponía yo de otro medio que aquellos viajes regulares para hacerle pagar el dinero que me adeudaba. Y he aquí que al día siguiente de mi llegada me dije: '¡Por Alah! tengo que saber en qué paró la aventura de los dos amantes!'

Encontré cerrada la puerta del jardín, conmoviéndome con la tristeza que emanaba el silencio reinante en torno mío. Miré entonces por la rejilla de la puerta, y vi en medio de la avenida, bajo un sauce de ramas lagrimeantes, una tumba de mármol completamente nueva todavía, y cuya inscripción funeral no pude leer a causa de la distancia. Y me dije: '¡Ya no está ella aquí! ¡Segaron su juventud! ¡Qué lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la pena, anegándola el corazón...!

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jueves, 23 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima novena noche

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"Pero cuando llegó la 349ª noche

Ella dijo:

...ofrecerme aquella joven esclava tan gentil una cucharada de confitura de rosas, dijo Sett Badr:

'Has de saber, ¡oh Ibn Al-Mansur! que estoy enamorada, y que el objeto de mi amor se halla lejos de mí. ¡He aquí toda mi historia!' Y tras esas palabras, Sett Badr dejó escapar un gran suspiro y se calló.

Y yo le dije: '¡Oh mi dueña! ¡estás dotada de belleza perfecta, y el que amas debe ser perfectamente bello! ¿Cómo se llama?' Ella me dijo: 'Sí, Ibn Al-Mansur, el objeto de mi amor es perfectamente bello, como has dicho. Es el emir Jobair, jefe de la tribu de los Bani Schaibán. ¡Sin ningún género de duda es el joven más admirable de Bassra y del Irak!'

Yo dije: 'No podía ser de otro modo, ¡oh mi dueña! Pero, ¿consistió en palabras solamente vuestro mutuo amor, o llegasteis a daros pruebas íntimas de él en diversos encuentros y de agradables consecuencias?' Ella dijo: '¡Ciertamente, hubieran sido de muy agradables consecuencias nuestros encuentros, si su larga duración bastara a enlazar los corazones! ¡Pero el emir Jobair me ha ofendido con una simple suposición!'

Al oír estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! exclamé: '¿Cómo? ¿Es posible suponer que el lirio ame al barro porque la brisa le incline hacia el suelo? ¡Y aunque sean fundadas las suposiciones del emir Jobair, tu belleza es una disculpa viva!, ¡oh mi dueña!' Ella sonrió y me dijo: '¡Si al menos ¡oh jeique! se tratase de un hombre! ¡Pero el emir Jobair me acusa de amar a una joven, a esta misma que tienes delante de tus ojos, a la gentil, a la dulce que nos está sirviendo!' Yo exclamé: 'Pido a Alah perdón para el emir ¡oh mi dueña! ¡Sea confundido el Maligno! ¿Y cómo pueden amarse entre sí las mujeres? ¿Quieres decirme, por lo menos, en qué ha fundado sus suposiciones el emir?'

Ella contestó: 'Un día, después de haber tomado mi baño en el hammam de mi casa, me eché en mi cama y me puse en manos de mi esclava favorita, esta joven que aquí ves, para que me vistiera y peinara mis cabellos. Era sofocante el calor, y con objeto de que me refrescara algo, mi esclava me despojó de las toallas que abrigaban mis hombros y cubrían mis senos, y se puso a arreglar las trenzas de mi cabellera. Cuando hubo concluido, me miró y al encontrarme hermosa de aquel modo, me rodeó el cuello con sus brazos y me besó en la mejilla, diciéndome: '¡Oh mi señora, quisiera ser hombre para amarte aún más de lo que te amo!' Y trataba, gentil, de divertirme con mil retozos amables. Y he aquí que en aquel momento precisamente entró el emir; nos lanzó una mirada singular a ambas y salió bruscamente, para enviarme algunos instantes después una esquela, en la que aparecían trazadas estas palabras: 'El amor no puede hacernos dichosos más que cuando nos pertenece en absoluto'. ¡Y desde aquel día no volví a verle; y jamás quiso darme noticias suyas, ya lbn Al-Mansur!'

Entonces le pregunté: '¿Pero os unió algún contrato de matrimonio?' Ella contestó: '¿Y para qué hacer un contrato? Nos habíamos unido por nuestra voluntad, sin intervención del kadí y de los testigos'.

Yo dije: 'Entonces, ¡oh mi dueña! si me lo permites, quiero ser el lazo de unión entre vosotros dos, simplemente por el gusto de ver reunidos a dos seres selectos'. Ella exclamó: '¡Bendito sea Alah, que nos puso en tu camino, ¡oh jeique de rostro blanco! ¡No creas que vas a dar con una persona ingrata que ignora el valor de los beneficios! Voy ahora mismo a escribir de mi puño y letra una carta para el emir Jobair, y tú se la entregarás, procurando hacerle entrar en razón'. Y dijo a su favorita: 'Anda, gentil, tráeme un tintero y una hoja de papel'. Se los trajo la otra, y Sett Badr escribió:

'¿Por qué dura tanto la separación, mi bien amado? ¿No sabes que el dolor ahuyenta de mis ojos el sueño, y que cuando pienso en tu imagen se me aparece tan cambiada que ya no la reconozco?

'¡Te conjuro a que me digas por qué dejaste la puerta abierta a mis calumniadores!' ¡Levántate, sacude el polvo de los malos pensamientos y vuelve a mí sin tardanza! ¡Qué día de fiesta va a ser para ambos el que alumbre nuestra reconciliación!'

Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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miércoles, 22 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima octava noche

_______________________________
"Y cuando llegó la 348ª noche

Ella dijo:

...pero en lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa'.

Cuando la joven hubo oído estas palabras, se levantó y fue a reunirse con su esclava, para decirme, irritada en extremo: '¿Es que hay mayor vergüenza para tus cabellos blancos ¡oh jeique! que la acción de pararte con tal osadía a la puerta de un harem que no es tu harem, y de una morada que no es tu morada?'

Yo me incliné y contesté: '¡Por Alah, ¡oh mi dueña! que la vergüenza para mi barba no es tan considerable, y lo juro por tu vida! ¡Mi presencia aquí tiene una excusa!' Ella preguntó: '¿Y cuál es tu excusa?' Contesté: '¡Soy un extranjero que padece una sed de la que voy a morir!' Ella contestó: '¡Aceptamos esa excusa, pues, ¡por Alah!, que es atendible!' Y enseguida se volvió hacia su joven esclava y le dijo: '¡Gentil, corre pronto a darle de beber!'

Desapareció la pequeña para volver al cabo de un momento con un tazón de oro en una bandeja y una servilleta de seda verde. Y me ofreció el tazón, que estaba lleno de agua fresca, perfumada agradablemente con almizcle puro. Lo tomé y me puse a beber muy lentamente y a largos sorbos, dirigiendo de soslayo miradas de admiración a la joven principal y miradas de notorio agradecimiento a ambas. Cuando me hube servido de este juego durante cierto tiempo, devolví el tazón a la joven, la cual me ofreció entonces la servilleta de seda invitándome a limpiarme la boca. Me limpié la boca, le devolví la servilleta, que estaba deliciosamente perfumada con sándalo, y no me moví de aquel sitio.

Cuando la hermosa joven vio que mi inmovilidad pasaba de los límites correctos, me dijo con acento adusto: '¡Oh jeique! ¿A qué esperas aún para reanudar tu marcha por el camino de Alah?' Yo contesté con aire pensativo: '¡Oh mi dueña! me preocupan extremadamente ciertos pensamientos, y me veo sumido en reflexiones que no puedo llegar a resolver por mí solo'

Ella me preguntó: '¿Y cuáles son esas reflexiones?' Yo dije: '¡Oh mi dueña! reflexiono acerca del reverso de las cosas y acerca del curso de los acontecimientos que produce el tiempo' Ella me contestó: '¡Cierto que son graves esos pensamientos, y todos tenemos que deplorar alguna fechoría del tiempo! Pero ¿qué ha podido inspirarte a la puerta de nuestra casa ¡oh jeique! semejantes reflexiones?' Yo dije: '¡Precisamente ¡oh mi dueña! pensaba yo en el dueño de esta casa! ¡Le recuerdo muy bien ahora! Antaño me propuso vivir en este callejón compuesto por una sola casa con jardín. ¡Sí, por Alah! ¡el propietario de esta casa era mi mejor amigo!'

Ella me preguntó: '¿Te acordarás, entonces, del nombre de tu amigo?' Yo dije: '¡Ciertamente, oh mi dueña! ¡Se llamaba Alí ben-Mohammad, y era el síndico respetado por todos los joyeros de Bassra! ¡Ya hace años que le perdí de vista, y supongo que estará en la misericordia de Alah ahora! Permíteme, pues, ¡oh mi dueña! que te pregunte si dejó posteridad'.

Al oír estas palabras, los ojos de la joven se humedecieron de lágrimas, y dijo: '¡Sean con el síndico Alí ben-Mohammad la paz y los dones de Alah! Ya que fuiste su amigo, has de saber ¡oh jeique! que el difunto síndico dejó por única descendencia una hija llamada Badr. ¡Y ella sola es la heredera de sus bienes y de sus inmensas riquezas!' Yo exclamé: '¡Por Alah, que no puede ser más que tú misma ¡oh mi dueña! la hija bendita de mi amigo!' Ella sonrió y contestó: '¡Por Alah, que lo adivinaste!' Yo dije: '¡Acumule sobre ti Alah sus bendiciones, ¡oh hija de Alí ben- Mohammad! Pero, a juzgar por lo que puedo ver a través de la seda que cubre tu rostro, ¡oh luna! me parece que contrae tus facciones una gran tristeza. ¡No temas revelarme su causa, porque quizá me envía Alah para que trate de poner remedio a ese dolor que altera tu hermosura!' Ella contestó: '¿Cómo quieres que te hable de cosas tan íntimas, si ni siquiera me dijiste aún tu nombre ni tu calidad?' Yo me incliné y contesté: '¡Soy tu esclavo lbn Al-Mansur, oriundo de Damasco, una de las personas a quienes nuestro dueño el califa Harún Al-Raschid honra con su amistad y ha escogido para compañeros íntimos!'

Apenas hube pronunciado estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! me dijo Sett Badr: '¡Bien venido seas a mi casa, donde puedes encontrar hospitalidad larga y amistosa!, ¡oh jeique Ibn Al- Mansur!' Y me invitó a que la acompañara y a que entrara a sentarme en la sala de recepción.

Entonces entramos los tres en la sala de recepción, y cuando estuvimos sentados, y después de los refrescos usuales, que fueron exquisitos, Sett Badr me dijo: '¡Ya que quieres saber la causa de una pena que adivinaste en mis facciones, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur! prométeme el secreto y la fidelidad!'

Yo contesté: '¡Oh mi dueña! ¡en mi corazón está el secreto como en un cofre de acero cuya llave se hubiese perdido!' Y me dijo ella entonces: '¡Escucha, pues, mi historia, oh jeique!' Y después de ofrecerme aquella joven esclava tan gentil una cucharada de confitura de rosas, dijo Sett Badr:

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima cuadragésima novena noche...

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martes, 21 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima séptima noche

_______________________________
"Y cuando llegó la 347ª noche

Ella dijo:

'¡...Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío!'

Al oír estas palabras. Al-Raschid se echó a reír a carcajadas; luego dijo: '¡Mira, Massrur, puede que lo haga algún día! ¡Pero ahora ve a ver si todavía hay en el vestíbulo alguien que verdaderamente sea agradable de aspecto y de conversación!' Entonces salió a ejecutar la orden Massrur, y volvió enseguida para decir al califa: '¡Oh Emir de los Creyentes! no encontré ahí fuera más que a este viejo de mala índole, que se llama Ibn Al-Mansur!'

Y preguntó Al-Raschid: '¿Qué Ibn Al-Mansur? ¿Es acaso Ibn Al-Mansur el de Damasco?' El jefe de los eunucos dijo: '¡Ese mismo viejo malicioso!' Al-Raschid dijo: '¡Hazle entrar cuanto antes!' Y Massrur introdujo a Ibn Al-Mansur, que dijo: '¡Sea contigo la zalema, ¡oh Emir de los Creyentes!'

El califa le devolvió la zalema y dijo: '¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Ponme al corriente de una de tus aventuras!' El otro contestó: '¡Oh Emir de los Creyentes! ¿Debo entretenerte con la narración de algo que yo haya visto, o solamente con el relato de algo que haya oído?' El califa contestó: '¡Si viste alguna cosa asombrosa, date prisa a contármela, porque las cosas que se vieron son siempre preferibles a las que se oyeron contar!'

El otro dijo: '¡Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! presta oído y otórgame una atención simpática!' El califa contestó: '¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Heme aquí dispuesto a escucharte con mis oídos, a verte con mis ojos y a otorgarte de todo corazón una atención simpática!'

Entonces dijo Ibn Al-Mansur: 'Has de saber, ¡oh Emir de los Creyentes! que todos los años iba yo a Bassra para pasar algunos días junto al emir Mohammad Al-Haschami, lugarteniente tuyo en aquella ciudad. Un año en que fui a Bassra como de costumbre, al llegar a palacio vi al emir que se disponía a montar a caballo para ir de caza. Cuando me vio, no dejó, tras las zalemas de bienvenida, de invitarme a que le acompañara; pero yo le dije: 'Dispénsame, señor, pues la sola vista de un caballo me para la digestión, y a duras penas puedo tenerme en un burro. ¡No voy a ir de caza en burro!' El emir Mohammad me excusó, puso a mi disposición todo el palacio, y encargó a sus oficiales que me sirvieran con todo miramiento y no dejasen que careciera yo de nada mientras durase mi estancia. Y así lo hicieron.

Cuando se marchó, me dije: '¡Por Alah! Ya ibn Al-Mansur, he aquí que hace años y años que vienes regularmente desde Bagdad a Bassra, y hasta hoy te contentaste con ir del palacio al jardín y del jardín al palacio como único paseo por la ciudad. No basta eso para que te instruyas. Ahora puedes distraerte, trata, pues, de ver por las calles de Bassra alguna cosa interesante. ¡Por cierto que nada ayuda a la digestión tanto como andar; y tu digestión es muy pesada; y engordas y te hinchas como una ostra!'

Entonces obedecí a la voz de mi alma ofuscada por mi gordura, y me levanté al punto, me puse mi traje más hermoso, y salí del palacio con objeto de andar un poco a la ventura, de aquí para allá.

Por lo demás, ya sabes, ¡oh Emir de los Creyentes! que en Bassra hay setenta calles, y que cada calle tiene una longitud de setenta parasangas del Irak. Así es que, al cabo de cierto tiempo, me vi de pronto perdido en medio de tantas calles, y en mi perplejidad hube de andar más de prisa, sin atreverme a preguntar el camino por miedo de quedar en ridículo. Aquello me hizo sudar mucho; y también sentí bastante sed; y creí que el sol terrible iba sin duda a liquidar la grasa sensible de mi piel.

Entonces me apresuré a tomar la primera bocacalle para buscar algo de sombra, y de este modo llegué a un callejón sin salida, por donde se entraba a una casa grande de muy buena apariencia. La entrada medio oculta por un tapiz de seda roja, daba a un gran jardín que había delante de la casa. A ambos lados aparecían bancos de mármol sombreados por una parra, lo que me incitó a sentarme para tomar aliento.

Mientras me secaba la frente, resoplando de calor, oí que del jardín llegaba una voz de mujer, que cantaba con aire lastimero estas palabras:

¡Desde el día en que me abandonó mi gamo joven, se ha tornado mi corazón en asilo de dolor!

¿Acaso, como él cree, es un pecado tan grande dejarse amar por las muchachas?

Era tan hermosa la voz que cantaba y tanto me intrigaron las palabras aquellas, que dije para mí: '¡Si la poseedora de esta voz es tan bella como este canto hace suponer, es una criatura maravillosa!' Entonces me levanté y me acerqué a la entrada, cuyo tapiz levanté con cuidado, y miré poco a poco para no despertar sospechas. Y advertí en medio del jardín a dos jóvenes, de las cuales parecía ser el ama una y la esclava la otra. Y ambas eran de una belleza extraordinaria. Pero la más bella era precisamente quien cantaba; y la esclava la acompañaba con un laúd. Y yo creí ver a la misma luna que hubiese descendido al jardín en su decimocuarto día, y me acordé entonces de estos versos del poeta:

¡Babilonia la voluptuosa brilla en sus ojos que matan con sus pestañas, más curvadas seguramente que los alfanjes y que el hierro templado de las lanzas!

¡Cuando caen sus cabellos negros sobre su cuello de jazmín, me pregunto si viene a saludarla la noche!

¿Son dos breves esferas de marfil lo que hay en su pecho, o son dos granadas, o son sus senos? ¿Y qué es lo que de tal modo ondula bajo su camisa? ¿Es su talle, o es arena movible?

Y también me hizo pensar en estos versos del poeta:

¡Sus párpados son dos pétalos de narciso; su sonrisa es como la aurora, su boca está sellada por los dos rubíes de sus labios deliciosos y bajo su túnica se mecen todos los jardines del paraíso!'

Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! no pude por menos de exclamar: '¡Ya Alah! ¡Ya Alah!' Y permanecí allí inmóvil, comiendo bebiendo con los ojos encantos tan milagrosos. Así es que, al volver cabeza hacia donde yo estaba, me vio la joven, y bajó vivamente el velillo de su rostro; luego, dando muestras de gran indignación, me mandó a la esclava tañedora de laúd, que se me acercó, y después de arañarme, me dijo: '¡Oh jeique! ¿No te da vergüenza mirar así en su cara a las mujeres? ¿Y no te aconsejan tu barba blanca y tu vejez el respeto para las cosas honorables!' Yo contesté en alta voz para que me oyera la joven sentada: 'Tienes razón, ¡oh mi dueña! y mi vejez es notoria, pero con lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima cuadragésima octava noche...

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lunes, 20 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima sexta noche

_______________________________
"Pero cuando llegó la 346ª noche

Ella dijo:

'...pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar sus vestidos'.

Entonces dijo Taleb ben-Sebl: '¡Oh emir nuestro, nada en este palacio puede compararse a la belleza de una joven! Sería una lástima dejarla ahí en vez de llevárnosla a Damasco para ofrecérsela al califa. ¡Valdría más semejante regalo que todas las ánforas con efrits del mar!'

Y contestó el emir Muza: 'No podemos tocar a la princesa, porque sería ofenderla, y nos atraeríamos calamidades'. Pero exclamó Taleb: '¡Oh emir nuestro! las princesas, vivas o dormidas, no se ofenden nunca por violencias tales'. Y tras de haber dicho estas palabras, se acercó a la joven y quiso levantarla en brazos. Pero cayó muerto de repente, atravesado por los alfanjes y las picas de los esclavos, que le acertaron al mismo tiempo en la cabeza y en el corazón.

Al ver aquello, el emir Muza no quiso permanecer ni un momento más en el palacio, y ordenó a sus acompañantes que salieran de prisa para emprender el camino del mar.

Cuando llegaron a la playa, encontraron allí a unos cuantos hombres negros ocupados en sacar sus redes de pescar, y que correspondieron a la zalemas en árabe y conforme a la fórmula musulmana. Y dijo el emir Muza al de más edad entre ellos, y que parecía ser el jefe: '¡Oh venerable jeique! venimos de parte de nuestro dueño el califa Abdalmalek ben-Merwán, para buscar en este mar vasos con efrits de tiempos del profeta Soleimán. ¿Puedes ayudarnos en nuestras investigaciones y explicarnos el misterio de esta ciudad donde están privados de movimiento todos los seres?'

Y contestó el anciano: 'Ante todo, hijo mío, has de saber que cuantos pescadores nos hallamos en esta playa creemos en la palabra de Alah y en la de su Enviado (¡con él la plegaria y la paz!); pero cuantos se encuentran en esa Ciudad de Bronce están encantados desde la antigüedad, y permanecerán así hasta el día del Juicio. Respecto a los vasos que contienen efrits, nada más fácil que procurároslos, puesto que poseemos una porción de ellos, que una vez destapados, nos sirven para cocer pescado y alimentos. Os daremos todos los que queráis. ¡Solamente es necesario, antes de destaparlos, hacerlos resonar golpeándolos con las manos, y obtener de quienes los habitan el juramento de que reconocerán la verdad de la misión de nuestro profeta Mohammed, expiando su primera falta y su rebelión contra la supremacía de Soleimán ben- Daúd!' Luego añadió: 'Además, también deseamos daros, como testimonio de nuestra fidelidad al Emir de los Creyentes, amo de todos nosotros, dos hijas del mar que hemos pescado hoy mismo, y que son más bellas que todas las hijas de los hombres'.

Y cuando hubo dicho estas palabras, el anciano entregó al emir Muza doce vasos de cobre, sellados en plomo con el sello de Soleimán, y las dos hijas del mar, que eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les dirigían.

No dejaron de dar las gracias al anciano por su generosa bondad el emir Muza y sus acompañantes, e invitáronles, a él y a todos los pescadores que estaban con él, a seguirles al país de los musulmanes, a Damasco, la ciudad de las flores y de las frutas y de las aguas dulces. Aceptaron la oferta el anciano y los pescadores, y todos juntos volvieron primero a la Ciudad de Bronce para coger cuanto pudieron llevarse de cosas preciosas, joyas, oro, y todo lo ligero de peso y pesado de valor. Cargados de este modo, se descolgaron otra vez por las murallas de bronce, llenaron sus sacos y cajas de provisiones con tan inesperado botín, y emprendieron de nuevo el camino de Damasco, adonde llegaron felizmente al cabo de un largo viaje sin incidentes.

El califa Abdalmalek quedó encantado y maravillado al mismo tiempo del relato que de la aventura le hizo el emir Muza, y exclamó: 'Siento en extremo no haber ido con vosotros a esa Ciudad de Bronce. ¡Pero iré, con la venia de Alah, a admirar por mí mismo esas maravillas y a tratar de aclarar el misterio de ese encantamiento!'

Luego quiso abrir por su propia mano los doce vasos de cobre, y los abrió uno tras de otro. Y cada vez salía una humareda muy densa que convertíase en un efrit espantable, el cual se arrojaba a los pies del califa y exclamaba: '¡Pido perdón por mi rebelión a Alah y a ti, oh señor nuestro Soleimán!' Y desaparecía a través del techo ante la sorpresa de todos los circunstantes. No se maravilló menos el califa de la belleza de las dos hijas del mar. Su sonrisa, y su voz, y su idioma desconocido le conmovieron y le emocionaron. E hizo que las pusieran en un gran baño, donde vivieron algún tiempo, para morir de consunción y de calor por último.

En cuanto al emir Muza, obtuvo del califa permiso para retirarse a Jerusalén la Santa, con el propósito de pasar el resto de su vida allí, sumido en la meditación de las palabras antiguas que tuvo cuidado de copiar en sus pergaminos. ¡Y murió en aquella ciudad después de ser objeto de la veneración de todos los creyentes que todavía van visitar la kubba donde reposa en la paz y la bendición del Altísimo!

¡Y esto es, oh rey afortunado! - prosiguió Schehrazada- la historia de la Ciudad de Bronce.

Entonces dijo el rey Schahriar: '¡Verdaderamente, Schehrazada, que el relato es prodigioso!'

Y dijo ella: 'Sí, ¡oh rey! Pero no quiere que transcurra esta noche sin contarte una historia de lo más deliciosa, que le acaeció a Ibn Al-Mansur'. Y sorprendido, dijo el rey Schariar: '¿Quién es Ibn Al-Mansur? No le conozco'.

Entonces dijo Scherazada sonriendo: '!Escucha!'

Historia de Ibn al-Mansur y los dos jóvenes

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid sufría con frecuencia insomnios producidos por las preocupaciones que le causaba su reino. Una noche, en vano daba vueltas de un lado a otro en su lecho, porque no lograba amodorrarse, y al fin se cansó de la inutilidad de sus tentativas. Rechazó entonces violentamente con un pie las ropas de su cama, y dando una palmada llamó a Massrur, su porta alfanje, que vigilaba la puerta siempre, y le dijo: '¡Massrur, búscame una distracción, porque no logro dormir!'

El otro contestó: '¡No hay nada como los paseos nocturnos, mi señor, para calmar el alma y adormecer los sentidos! Ahí fuera, en el jardín está hermosa la noche. Bajaremos y nos pasearemos entre los árboles, entre las flores; y contemplaremos las estrellas y sus incrustaciones magníficas, y admiraremos la belleza de la luna que avanza lentamente en medio de ellas y desciende hasta el río para bañarse en el agua'. El califa dijo: '¡Massrur, esta noche no desea mi alma ver semejantes cosas!' El otro añadió: '¡Señor, en tu palacio tienes trescientas mujeres secretas, y cada una disfruta de un pabellón para ella sola! Iré a prevenirlas para que todas estén preparadas; y entonces te pondrás tú detrás de los tapices de cada pabellón, y admirarás en su sencilla desnudez a cada una de ellas, sin hacerte traición con tu presencia'.

El califa dijo: '¡Massrur, este palacio es mi palacio, y esas jóvenes me pertenecen; pero no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!' El otro contestó: '¡Ordena mi señor, y haré que entre tus manos se congreguen los sabios, los consejeros y los poetas de Bagdad! Los consejeros pronunciarán ante ti hermosas sentencias; los sabios te pondrán al corriente de los descubrimientos que hayan hecho en los anales, y los poetas encantarán tu espíritu con sus versos rítmicos'.

El califa contestó: '¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!' El otro contestó: 'En tu palacio, mi señor, hay coperos encantadores y deliciosos jóvenes de aspecto agradable. ¡Si lo ordenas, les haré venir rara que te hayan compañía!' El califa contestó:

'¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!'

Massrur dijo: '¡Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima cuadragésima séptima noche...

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domingo, 19 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima quinta noche

_______________________________
"Y cuando llegó la 345ª noche

Ella dijo:

...para impedir el paso a los visitantes ni para animarles a seguir en su asombrada exploración.

Continuaron, pues, por esta galería, cuya parte superior estaba decorada con una cornisa bellísima, y vieron, grabada en letras de oro sobre fondo azul, una inscripción en lengua jónica que contenía preceptos sublimes, y cuya traducción fiel hizo el jeique Abdossamad en esta forma:

¡En el nombre del Inmutable, Soberano de los Destinos! ¡Oh hijo de los hombres, vuelve la cabeza y verás que la muerte se dispone a caer sobre tu alma! ¿Dónde está Adán, padre de los humanos? ¿Dónde está Nuh y su descendencia? ¿Dónde está Nemrod el formidable? ¿Dónde están los reyes, los conquistadores, los Khosroes, los Césares, los Faraones, los emperadores de la India y del Irak, los dueños de Persia y de Arabia e Iscandar el Bicornio? ¿Dónde están los soberanos de la tierra Hamán y Karún, y Scheddad, hijo de Aad, y todos los pertenecientes a la posteridad de Canaán? ¡Por orden del Eterno, abandonaron la tierra para ir a dar cuenta de sus actos el día de la Retribución!'

¡Oh hijo de los hombres, no te entregues al mundo y a sus placeres! ¡Teme al Señor, y sírvele con corazón devoto! ¡Teme a la muerte! ¡La devoción por el Señor y el temor a la muerte son el principio de toda sabiduría! ¡Así cosecharás buenas acciones, con las que te perfumarás el día terrible del Juicio!

Cuando escribieron en sus pergaminos esta inscripción, que les conmovió mucho, franquearon una gran puerta que se abría en medio de la galería, y entraron en una sala, en el centro de la cual había una hermosa pila de mármol transparente, de donde se escapaba un surtidor de agua. Sobre la pila, a manera de techo agradablemente colocado, se alzaba un pabellón cubierto con colgaduras de seda y oro en matices diferentes, combinados con un arte perfecto. Para llegar a aquella pila, el agua se encauzaba por cuatro canalillos trazados en el suelo de la sala con sinuosidades encantadoras, y cada canalillo tenía un lecho de color especial: el primero tenía un lecho de pórfido rosa; el segundo, de topacios; el tercero, de esmeraldas, y el cuarto, de turquesas; de tal modo, que el agua de cada uno se teñía del color de su lecho, y herida por la luz atenuada que filtraban las sedas en la altura, proyectaba sobre los objetos de su alrededor y las paredes de mármol una dulzura de paisaje marino.

Allí franquearon una segunda puerta, y entraron en la segunda sala. La encontraron llena de monedas antiguas de oro y plata, de collares, de alhajas, de perlas, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y tan amontonado estaba todo, que apenas se podía cruzar la sala y circular por ella para penetrar en la tercera.

Aparecía ésta llena de armaduras de metales preciosos, de escudos de oro enriquecidos con pedrerías, de cascos antiguos, de sables de la India, de lanzas, de venablos y de corazas del tiempo de Daúd y de Soleimán; y todas aquellas armas estaban en tan buen estado de conservación, que creeríase habían salido la víspera de entre las manos que las fabricaron.

Entraron luego en la cuarta sala, enteramente ocupada por armarios y estantes de maderas preciosas, donde se alineaban ordenadamente ricos trajes, ropones suntuosos, telas de valor y brocados labrados de un modo admirable. Desde allí se dirigieron a una puerta abierta que les facilitó el acceso a la quinta sala. La cual no contenía entre el suelo y el techo más que vasos y enseres para bebidas, para manjares y para abluciones: tazones de oro y plata, jofainas de cristal de roca, copas de piedras preciosas, bandejas de jade y de ágata de diversos colores.

Cuando hubieron admirado todo aquello, pensaron en volver sobre sus pasos, y he aquí que sintieron la tentación de llevarse un tapiz inmenso de seda y oro que cubría una de las paredes de la sala. Y detrás del tapiz vieron una gran puerta labrada con finas marqueterías de marfil y ébano, y que estaba cerrada con cerrojos macizos, sin la menor huella de cerradura donde meter una llave. Pero el jeique Abdossarnad se puso a estudiar el mecanismo de aquellos cerrojos, y acabó por dar con un resorte oculto, que hubo de ceder a sus esfuerzos. Entonces la puerta giró sobre sí misma y dio a los viajeros libre acceso a una sala milagrosa, abovedada en forma de cúpula y construida con un mármol tan pulido, que parecía un espejo de acero. Por las ventanas de aquella sala, a través de las celosías de esmeraldas y diamantes, filtrábase una claridad que inundaba los objetos con un resplandor imprevisto. En el centro, sostenido por pilastras de oro, sobre cada una de las cuales había un pájaro con plumaje de esmeraldas y pico de rubíes, erguíase una especie de oratorio adornado con colgaduras de seda y oro, y al que unas gradas de marfil unían al suelo, donde una magnífica alfombra, diestramente fabricada con lana de colores gloriosos, abría sus flores sin aroma en medio de su césped sin savia, y vivía toda la vida artificial de sus florestas pobladas de pájaros y animales copiados de manera exacta, con su belleza natural y sus contornos verdaderos.

El emir Muza y sus acompañantes subieron por las gradas del oratorio, y al llegar a la plataforma se detuvieron mudos de sorpresa. Bajo un dosel de terciopelo salpicado de gemas y diamantes, en amplio lecho construido con tapices de seda superpuestos, reposaba una joven de tez brillante, de párpados entornados por el sueño tras unas largas pestañas combadas, y cuya belleza realzábase con la calma admirable de sus facciones, con la corona de oro que ceñía su cabellera, con la diadema de pedrerías que constelaba su frente y con el húmedo collar de perlas que acariciaban su dorada piel. A derecha y a izquierda del lecho se hallaban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje desnudo y una pica de acero. A los pies del lecho había una mesa de mármol, en la que aparecían grabadas las siguientes frases:

¡Soy la virgen Tadnaar, hija del rey de los amalecitas, y esta ciudad es mi ciudad! ¡Puedes llevarte cuanto te plazca a tu deseo, viajero que lograste penetrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado con poner sobre mí una mano violadora, atraído por mis encantos y por la voluptuosidad!

Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de causarle la presencia de la joven dormida, dijo a sus acompañantes: 'Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan asombrosas, y nos encaminemos hacia el mar en busca de los vasos de cobre. ¡Podéis, no obstante, coger de este palacio todo lo que os parezca; pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar sus vestidos!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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sábado, 18 de julio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima cuadragésima cuarta noche

_______________________________
"Y cuando llegó la 344ª noche

Ella dijo:

...Comenzaron a trepar por ella lentamente, con el emir Muza a la cabeza. Pero quedáronse algunos en la parte baja de los muros para vigilar el campamento y los alrededores.

El emir Muza y sus acompañantes anduvieron durante algún tiempo por lo alto de los muros, y llegaron al fin ante dos torres unidas entre sí por una puerta de bronce, cuyas dos hojas encajaban tan perfectamente, que no se hubiera podido introducir por su intersticio la punta de una aguja. Sobre aquella puerta aparecía grabada en relieve la imagen de un jinete de oro que tenía un brazo extendido y la mano abierta, y en la palma de esta mano había trazado unos caracteres jónicos, que descifró enseguida el jeique Abdossamad y los tradujo del siguiente modo: 'Frota la puerta doce veces con el clavo que hay en mi ombligo'.

Aunque muy sorprendido de tales palabras, el emir Muza se acercó al jinete y notó que, efectivamente, tenía metido en medio del ombligo un clavo de oro. Echó mano e introdujo y sacó el clavo doce veces. Y a las doce veces que lo hizo, se abrieron las dos hojas de la puerta, dejando ver una escalera de granito rojo que descendía caracoleando. Entonces el emir Muza y sus acompañantes bajaron por los peldaños de esta escalera, la cual les condujo al centro de una sala que daba a ras de una calle en la que se estacionaban guardias armados con arcos y espadas. Y dijo el emir Muza: '¡Vamos a hablarles, antes de que se inquieten con nuestra presencia!' Acercáronse, pues a estos guardias, unos de los cuales estaban de pie, con el escudo al brazo y el sable desnudo, mientras otros permanecían sentados o tendidos. Y encarándose con el que parecía el jefe, el emir Muza le deseó la paz con afabilidad; pero no se movió el hombre ni le devolvió la zalema; y los demás guardias permanecieron inmóviles igualmente y con los ojos fijos, sin prestar ninguna atención a los que acababan de llegar y como si no les vieran.

Entonces, por si aquellos guardias no entendían el árabe, el emir Muza dijo al jeique Abdossamad: '¡Oh jeique, dirígeles la palabra en cuantas lenguas conozcas!' Y el jeique hubo de hablarles primero en lengua griega; luego, al advertir la inutilidad de su tentativa, les habló en indio, en hebreo, en persa, en etíope y en sudanés; pero ninguno de ellos comprendió una palabra de tales idiomas ni hizo el menor gesto de inteligencia. Entonces dijo el emir Muza: '¡Oh jeique!' Acaso estén ofendidos estos guardias porque no les saludaste al estilo de su país. Conviene, pues, que les hagas zalemas al uso de cuantos países conozcas. Y el venerable Abdossamad hizo al instante todos los ademanes acostumbrados en las zalemas conocidas en los pueblos de cuantas comarcas había recorrido. Pero no se movió ninguno de los guardias, y cada cual permaneció en la misma actitud que al principio.

Al ver aquello, llegó al límite del asombro el emir Muza, y sin querer insistir más dijo a sus acompañantes que le siguieran, y continuó su camino, no sabiendo a qué causa atribuir semejante mutismo. Y se decía el jeique Abdossamad: '¡Por Alah, que nunca vi cosa tan extraordinaria en mis viajes!'

Prosiguieron andando así hasta llegar a la entrada del zoco.

Como encontráronse con las puertas abiertas, penetraron en el interior. El zoco estaba lleno de gentes que vendían y compraban; y por delante de las tiendas se amontonaban maravillosas mercancías. Pero el emir Muza y sus acompañantes notaron que todos los compradores y vendedores, como también cuantos se hallaban en el zoco, habíanse detenido, cual puestos de común acuerdo, en la postura en que se les sorprendieron; y se diría que no esperaban para reanudar sus ocupaciones habituales más que a que se ausentasen los extranjeros. Sin embargo, no parecían prestar la menor atención a la presencia de estos, y contentábanse con expresar por medio del desprecio y la indiferencia el disgusto que semejante intrusión les producía. Y para hacer aún más significativa tan desdeñosa actitud, reinaba un silencio general al paso de los extraños hasta el punto de que en el inmenso zoco abovedado se oían resonar sus pisadas de caminantes solitarios entre la quietud de su alrededor. Y de esta guisa recorrieron el zoco de los joyeros, el zoco de las sederías, el zoco de los guarnicioneros, el zoco de los pañeros, el de los zapateros remendones y el zoco de los mercaderes de especias y sahumerios, sin encontrar por parte alguna el menor gesto benévolo u hostil, ni la menor sonrisa de bienvenida o burla.

Cuando cruzaron el zoco de los sahumerios, desembocaron en una plaza inmensa, donde deslumbraba la claridad del sol después de acostumbrarse la vista a la dulzura de la luz tamizada de los zocos. Y al fondo, entre columnas de bronce de una altura prodigiosa, que servían de pedestales a enormes pájaros de oro con las alas desplegadas, erguíase un palacio de mármol, flanqueado con torreones de bronce y guardado por una cadena de guardias, cuyas lanzas y espadas despedían de continuo vivos resplandores. Daba acceso a aquel palacio una puerta de oro, por la que entró el emir Muza seguido de sus acompañantes.

Primeramente vieron abrirse a lo largo del edificio una galería sostenida por columnas de pórfido, y que limitaba un patio con pilas de mármoles de colores; y utilizábase como armería esta galería, pues veíanse allí, por doquier, colgadas de las columnas, de las paredes y del techo, armas admirables, maravillas enriquecidas con incrustaciones preciosas, y que procedían de todos los países de la tierra. En torno a la galería se adosaban bancos de ébano de un labrado maravilloso, repujados de plata y oro, y en los que aparecían, sentados o tendidos, guerreros en traje de gala, quienes, por cierto, no hicieron movimiento alguno para impedir el paso a los visitantes, ni para animarles a seguir en su asombrada exploración...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima cuadragésima quinta noche...

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Valram

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