miércoles, 31 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima noche

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Y cuando llegó la 600ª noche

Ella dijo:

‘...Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy particularmente a la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se llamaba Abd Al-Kaddús. Y en su última visita había dado a su preferida, la mayor de las princesas, un saquito lleno de sahumerios, diciéndole que no tenía más que quemar un poco de estos sahumerios, si algún día se encontraba en cualquier circunstancia en que creyese tener necesidad de su auxilio. Así es que, cuando Botón-de-Rosa la hubo suplicado de aquel modo que interviniese, la mayor de las princesas pensó que acaso su tío pudiera salvar al pobre Hassán. Y dijo a Botón-de-Rosa: ‘¡Ve en seguida a buscarme el saco de perfumes y el pebetero de oro!’ Y Botón-de-Rosa corrió en busca de ambas cosas, y las entregó a su hermana, que abrió el saco, tomó de él un poco de perfume y lo echó en el pebetero en medio de la brasa, pensando mentalmente en su tío Abd Al-Kaddús, y llamándole.

En cuanto disipóse la humareda del pebetero, he aquí que se alzó un torbellino de polvo que iba acercándose, y tras él apareció, montado en un elefante blanco, el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó de su elefante, y dijo a la mayor de las hermanas y a las princesas, hijas de su hermano:

‘¡Heme aquí! ¿A qué se debe que haya llegado a mi olfato el olor del perfume? ¿En qué puedo serte útil, hija mía?’ Y la joven se colgó de su cuello y le besó la mano, y contestó: ‘¡Oh mi tío querido! Ya hace más de un año que no venías a vernos, y tu ausencia nos inquietaba y nos atormentaba. ¡Por eso he quemado el perfume, para verte y quedarme tranquila!’

Dijo él: ‘Eres la más encantadora de las hijas de mi hermano, ¡oh preferida mía! Sin embargo, no creas que, porque retardé este año mi llegada, te he olvidado. ¡Precisamente quería venir a verte mañana! ¡Pero no me ocultes nada, pues sin duda tienes que pedirme alguna cosa!’

Ella contestó: ‘Alah te guarde y prolongue tus días, ¡oh tío mío! ¡Ya que me lo permites, quisiera pedirte una cosa, efectivamente!’ Dijo él: ‘¡Habla! ¡Te la concedo de antemano!’ Entonces la joven hubo de contarle toda la historia de Hassán y añadió: ‘¡Y ahora, por todo favor, te pido que digas a nuestro hermano Hassán qué tiene que hacer para llegar a esas islas Wak-Wak!’

Al oír estas palabras, el jeique Abd Al-Kaddús bajó la cabeza y se metió un dedo en la boca, reflexionando profundamente durante una hora de tiempo. Luego se sacó de la boca el dedo, levantó la cabeza, y sin decir una palabra, se puso a trazar sobre la arena varias figuras. Por fin rompió el silencio, y dijo a las princesas, meneando la cabeza: ‘¡Hijas mías, decid a vuestro hermano que se atormenta inútilmente! ¡Es imposible que pueda ir a las islas Wak-Wak!’ Entonces las jóvenes se encararon con Hassán, y le dijeron, con lágrimas en los ojos: ‘¡Ay! ¡Oh hermano nuestro!’ Pero Botón-de-Rosa le cogió de la mano, le hizo acercarse, y dijo al jeique Abd Al- Kaddús: ‘¡Mi buen tío, pruébale lo que acabas de decirnos, y dale consejos prudentes, que los escuchará con corazón sumiso!’ Y el anciano dio a besar su mano a Hassán, y le dijo: ‘¡Has de saber, hijo mío, que te atormentas inútilmente! ¡Es imposible que puedas ir a las islas Wak-Wak, aún cuando acudieran en tu ayuda toda la caballería volante de los genn, los cometas errantes y los planetas giratorios! Porque esas islas Wak-Wak, hijo mío, son islas habitadas por amazonas vírgenes, y donde reina precisamente el rey de reyes del Gennistán, padre de tu esposa Esplendor. Y de esas islas, a las que no ha ido nadie nunca y de las que nadie ha vuelto, te separan siete vastos mares, siete valles sin fondo y siete montañas sin cima. ¡Y se hallan situadas en los confines extremos de la tierra, allende los cuales no existe nada que se sepa! Así es que no creo que de ningún modo llegues a salvar los obstáculos diversos que de ellas te separan. ¡Y me parece que el partido más prudente que puedes tomar es volverte a tu casa o permanecer aquí con tus hermanas, que son encantadoras! Pero en cuanto a las islas Wak-Wak, ¡no pienses más en ellas!’

Al oír estas palabras del jeique Abd Al-Kaddús, Hassán se puso amarillo como el azafrán, lanzó un grito desesperado y cayó desmayado. Y las princesas no pudieron reprimir sus sollozos; y la más joven desgarró sus vestiduras y se maltrató el rostro; y empezaron a llorar y a lamentarse todas juntas en torno de Hassán. Y una vez que él recobró el conocimiento, no pudo por menos de llorar, apoyando la cabeza en el regazo de Botón-de-Rosa. Y el anciano acabó por conmoverse ante aquel espectáculo, y compadecido de tanto dolor, encaróse con las princesas, que se quejaban lamentablemente, y les dijo con tono agrio: ‘¡Callaos!’ Y las princesas reprimieron los gritos que pugnaban por salir de sus gargantas, y aguardaron con ansiedad lo que iba a decir su tío. Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el hombro de Hassán, y le dijo: ‘¡Cesa en tus gemidos, hijo mío, y cobra ánimos! Porque, con ayuda de Alah, te proporcionaré un medio mejor de conseguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima primera noche

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martes, 30 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima novena noche

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Pero cuando llegó la 599ª noche

Ella dijo:

‘...Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak’.

Al oír estas palabras de su madre, Hassán sintió que una esperanza repentina refrescaba los abanicos de su alma, y levantándose al instante, dijo a su madre: ‘¡Parto para las islas Wak-Wack!’ Luego pensó: ‘¿Dónde podrán estar situadas esas islas cuyo nombre se asemeja al grito de un ave de rapiña? ¿Estarán en los mares de la India, o del Sindh, o de Persia o de China?’ Y para esclarecer su espíritu acerca del particular, salió de la casa, y todo se puso negro y sin límites a sus ojos, y fue en busca de los sabios y los letrados de la corte del califa, y les preguntó por turno si conocían los mares en que estaban situadas las islas Wak-Wak. Y contestaron todos: ‘¡No lo sabemos! ¡Y no hemos oído en nuestra vida hablar de la existencia de esas islas!’ Entonces Hassán comenzó otra vez a desesperarse, y regresó a la casa con el pecho oprimido por el viento de la muerte. Y dijo a su madre, dejándose caer en el suelo: ‘¡Oh madre! ¡No es a las islas Wak- Wak adonde tengo que ir, sino más bien a los lugares donde se ha aposentado la Madre de los Buitres (la Muerte)!’

Y rompió en lágrimas, con la cabeza en la alfombra. Pero de pronto se levantó, y dijo a su madre: ‘¡Alah me envía el pensamiento de volver al lado de las siete princesas que me llaman hermano suyo, para preguntarles el camino de las islas Wak-Wak!’ Y sin más tardanza, se despidió de la pobre madre, mezclando sus lágrimas con las de ella, y montó en el dromedario de que no había prescindido desde su regreso. Y llegó felizmente al palacio de las siete hermanas, en las Montañas de las Nubes.

Cuando sus hermanas le vieron llegar, le recibieron con los transportes de la felicidad más viva. Y le besaron, lanzando gritos de alegría y deseándole la bienvenida. Y cuando le tocó a Botón-de-Rosa el turno de besar a su hermano, vio con los ojos de su corazón amante el cambio operado en las facciones de Hassán y la turbación de su alma. Y sin hacerle la menor pregunta, rompió en lágrimas sobre su hombro. Y Hassán lloró con ella, y le dijo: ‘¡Ah! ¡Botón-de-Rosa, hermana mía, sufro cruelmente, y vengo a ti para buscar el único remedio que puede aliviar mis males! ¡Oh perfumes de Esplendor! ¡No os traerá ya el viento para refrescar mi alma!’

Tras pronunciar estas palabras, Hassán lanzó un grito desesperado y cayó privado de conocimiento.

Al ver aquello, las princesas, asustadas, se aglomeraron en torno a él, llorando, y Botón-de- Rosa le roció el rostro con agua de rosas y le regó con sus lágrimas. Y por siete veces trató de incorporarse Hassán, y por siete veces cayó en tierra. Por último pudo volver a abrir los ojos después de un desmayo más largo que los otros todavía, y contó a sus hermanas toda la triste historia, desde el principio hasta el fin. Luego añadió: ‘¡Y ahora ¡oh compasivas hermanas! vengo a preguntaros por el camino que conduce a las islas Wak-Wak! Porque, al partir, mi esposa Esplendor dijo a mi pobre madre: ‘¡Si algún día quiere encontrarme tu hijo, no tendrá más que buscarme en las islas Wak-Wak!’

Cuando las hermanas de Hassán oyeron estas últimas palabras, bajaron la cabeza, presa de un estupor sin límites y estuvieron mirándose sin hablar durante largo rato. Por último, rompieron el silencio y exclamaron todas a la vez: ‘Alza tu mano hacia la bóveda del cielo ¡oh Hassán! e intenta cojerla o tocarla. ¡Más fácil aún sería que llegar a esas islas Wak-Wak en que se halla tu esposa con tus hijos!’

Al oír estas palabras, las lágrimas de Hassán corrieron a torrentes e inundaron sus vestiduras. Y cada vez más emocionadas con su dolor, las siete princesas se esforzaron por consolarle. Y Botón-de-Rosa le rodeó tiernamente el cuello con sus brazos, y le dijo besándole: ‘¡Oh hermano mío! tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, soportando con paciencia el destino adverso, porque ha dicho el Maestro de los Proverbios: ‘¡La paciencia es la llave del consuelo, y el consuelo hace lograr el propósito!’ Y ya sabes ¡oh hermano mío! que todo destino debe cumplirse; ¡pero jamás muere en el año noveno el que ha de vivir diez años! anímate, pues, y seca tus lágrimas; y yo haré cuanto pueda por facilitarte los medios de que llegues al lado de tu mujer y de tus hijos, si tal es la voluntad de Alah (¡exaltado sea!). ¡Ah! ¡Qué maldito manto de plumas! ¡Cuántas veces tuve la idea de decirte que lo quemaras y me contuve por no contrariarte! En fin, lo que está escrito, está escrito! ¡Vamos a tratar de remediar, entre todos tus males, el más irremediable!’ Y se encaró con sus hermanas y se echó a sus pies, y las conjuró a que la auxiliaran para descubrir el medio de que su hermano encontrase el camino de las islas Wak-Wak. Y sus hermanas se lo prometieron de todo corazón amistoso.

Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy particularmente a la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se llamaba Abd Al-Kaddús...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima noche

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lunes, 29 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima octava noche

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Y cuando llegó la 598ª noche

Ella dijo:

‘...Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fue a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos.

En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento, desplomada en el suelo. Y Sett Zobeida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados necesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: ‘¡Ah madre mía! ¿Por qué en vez de negarlo todo, no me has prevenido de que Esplendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!’

Y dijo la pobre vieja: ‘¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!’ ¡Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y llorando.

Y recitaba estos versos y muchos otros:

¡Oh nietos míos! ¡Como la lluvia por las ramas secas, corre mi llanto por mis mejillas arrugadas!

¡El adiós de vuestra marcha, es el adiós a nuestra vida! ¡Vuestra pérdida es la pérdida de nuestra alma, y yo ¡ay! sigo aquí!

¡Vosotros erais mi alma! ¿Cómo habiéndome abandonado mi alma, puedo vivir todavía ¡oh pobres pequeñuelos míos!? ¡Y yo sigo aquí!

¡Y esto es lo referente a ella! Pero respecto a Hassán, cuando hubo pasado tres meses con las siete princesas, pensó en partir para no poner en inquietud a su madre y a su esposa. Y golpeó la piel de gallo del tambor; y se presentaron los dromedarios. Y cargaron cinco dromedarios con lingotes de oro y de plata y cinco con pedrerías. Y le hicieron prometer que volvería a verlas al cabo de un año. Luego le besaron todas, una tras de otra, poniéndose en fila; y cada cual a su vez le dedicó una o dos estrofas muy tiernas, en las que le expresaban cuánto les afligía su partida. Y se balanceaban rítmicamente sobre sus caderas, marcando la cadencia de los versos. Y Hassán les respondió con este poema improvisado:

¡Mis lágrimas son perlas, de las cuales os ofrezco un collar, hermanas mías! ¡He aquí que en el día de la marcha, afirmado sobre los estribos, ya no puedo volver riendas!

¡Oh hermanas mías! ¿Cómo me arrancaré de vuestros brazos amantes? ¡Mi cuerpo se aleja; pero mi alma queda con vosotras! ¡Ay! ¡Ay! ¿Cómo volver ya riendas con el pie en el estribo?

Después se alejó Hassán en su dromedario, a la cabeza del convoy, y llegó felizmente a Bagdad, la ciudad de Paz. Pero, al entrar en su casa, casi no reconoció Hassán a su madre, de tanto como había cambiado la infortunada a fuerza de lágrimas, de ayuno y de vigilias. Y como no veía que acudiese su esposa con los niños, preguntó a su madre: ‘¿Dónde está la mujer? ¿Y dónde están los niños?’ Y su madre no pudo responder más que con sollozos. Y Hassán echó a correr como un loco por las habitaciones, y en la sala de reunión vio abierto y vacío el cofre en que hubo de guardar el manto encantado. ¡Y se volvió y advirtió en medio de la estancia las tres tumbas!

Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de los cuidados de su madre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole: ‘Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima novena noche

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domingo, 28 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima séptima noche

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Y cuando llegó la 597ª noche

Ella dijo:

‘¡... Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: ‘Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dio a sus creyentes como un anticipo del Paraíso!’

Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se encontraba, se levantó de su trono y se acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos. Luego la hizo sentarse al lado suyo en el trono, y se quitó y le puso al cuello un collar de diez sartas de perlas gruesas que llevaba ella desde que se casó con Al-Raschid.

Luego le dijo: ‘¡Oh soberana de los encantos! ¡En verdad que se equivocó mi esclava Tohfa al hablarme de tu belleza! ¡Porque tu belleza está por encima de todas las palabras! Pero dime, ¡oh perfecta! ¿Conoces el canto, el baile o la música? ¡Porque, cuando se es como eres tú, se sobresale en todo!’ Esplendor contestó: ‘¡En verdad ¡oh mi señora! que no sé cantar, ni bailar, ni tocar el laúd y la guitarra; y no sobresalgo en ninguna de las artes que por lo general conocen las jóvenes! Sin embargo, poseo una ciencia única, que quizá te parezca maravillosa: ¡consiste en volar por los aires como los pájaros!’

Al oír estas palabras de Esplendor, exclamaron todas las mujeres: ‘¡Oh encanto! ¡Oh prodigio!’ Y Sett Zobeida dijo: ‘¿Cómo vacilar en creerte dotada de semejante aptitud, aunque me asombre en extremo? ¿No eres ya más armoniosa que el cisne y más ligera a la vista que las aves? ¡Pero si quieres encadenar nuestra alma tras de ti, consiente en hacer ante nuestros ojos la prueba de un vuelo sin alas!’ Ella dijo: ‘¡Alas poseo precisamente, oh mi señora! pero no las llevo encima. ¡No obstante, puedo tenerlas, si tal es tu voluntad! ¡No tienes más que pedir a la madre de mi esposo que me traiga mi manto de plumas!’

Al punto Sett Zobeida se encaró con la madre de Hassán, y le dijo: ‘¡Oh venerable dama, madre nuestra! ¿Quieres ir a buscar ese manto de plumas, para que yo vea el uso que hace de él tu encantadora hija?’ Y pensó la pobre mujer: ‘¡Henos aquí perdidos sin remisión a todos! ¡La vista de su manto va a traerle a la memoria su instinto original, y sólo Alah sabe lo que ha de suceder!’ Y contestó con temblorosa voz: ‘¡Oh mi señora, mi hija Esplendor se halla turbada por tu majestad, y no sabe ya lo que se dice! ¿Acaso se han llevado alguna vez trajes de plumas, que son una vestidura que no conviene más que a los pájaros?’

Pero intervino Esplendor, y dijo a Sett Zobeida: ‘¡Por tu vida ¡oh mi señora! te juro que mi manto de plumas está guardado en un cofre escondido en nuestra casa!’ Entonces Sett Zobeida se quitó del brazo un brazalete precioso que valía tanto como todos los tesoros de Khosroes y de Kaissar, y se lo ofreció a la madre de Hassán, diciéndole: ‘¡Oh madre nuestra! ¡Por mi vida sobre ti, te conjuro a que vayas a tu casa a buscar ese manto de plumas, únicamente para verlo una vez! Y lo recuperarás enseguida en el mismo estado que lo traigas’.

Pero la madre de Hassán juró que nunca había visto aquel manto de plumas ni nada que se le pareciese. Entonces gritó Sett Zobeida: ‘¡Ya Massrur!’ Y al punto el portaalfanje del califa se presentó entre las manos de su soberana, que le dijo: ‘¡Massrur, corre en seguida a casa de estas damas, y busca en ella por todas partes un manto de plumas que está guardado en un cofre escondido!’

Y Massrur obligó a la madre de Hassán a que le entregara las llaves de la casa, y corrió a hacer pesquisas por todas partes hasta que acabó por encontrar el manto de plumas en un cofre escondido bajo tierra. Y se lo llevó a Sett Zobeida, quien, después de admirarlo largamente y maravillarse del arte con que estaba hecho, se lo entregó a la bella Esplendor.

Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el día en que se lo arrebató Hassán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes, patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a horcajadas en un hombro a sus dos hijos, diciendo a Sett Zobeida y a las damas: ‘Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto aún’. Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posándose en el alféizar. Y desde allí exclamó: ‘¡Os advierto que os abandono!’

Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: ‘¿Cómo es posible ¡oh Esplendor! que nos dejes ya, privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?’ Esplendor contestó:

‘¡Ay! sí, ¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!’ Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada, sollozante, abatida en la alfombra, y le dijo: ‘¡Oh madre de Hassán! ¡Créeme que me aflige mucho marcharme así, y me entristezco por causa tuya y por tu hijo Hassán, mi esposo, pues los días de la separación desgarrarán su corazón y ennegrecerán nuestra vida, ¡pero ¡ay! no puedo más! Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que eche a volar por el espacio. Pero si tu hijo quiere encontrarme algún día, no tendrá más que ir a buscarme a las islas Wak-Wak.

Adiós, pues, ¡oh madre de mi esposo!’ Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fue a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima octava noche

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sábado, 27 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 596ª noche

Ella dijo:

‘...Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo: ‘¡Oh Massrur! ¡Ve a toda prisa al palacio que tiene dos puertas, una que da al río y otra que mira a la ciudad! ¡Y allí preguntarás por la joven que habita en él, y me la traerás, bajo pena de tu cabeza!’ Y contestó Massrur: ‘¡Oír es obedecer!’ Y salió, sacando la cabeza antes que los pies, y corrió al palacio consabido que, en efecto, era el de Hassán. Y franqueó la puerta grande a la vista del eunuco, que le reconoció y se inclinó ante él hasta tierra. Y llegó a la puerta de entrada, a la cual llamó.

Al momento fue a abrir la anciana madre de Hassán. Y Massrur entró en el vestíbulo y deseó la paz a la anciana señora. Y la madre de Hassán le devolvió su zalema, y le preguntó: ‘¿Qué deseas?’

El dijo: ‘¡Soy Massrur el porta alfanje! Vengo enviado aquí por El-Sayeda Zobeida, hija de El- Kassem, esposa de Al-Emir Al-Mumenin Harún Al-Raschid, sexto de los descendientes de Al- Abbas, tío del Profeta (¡con El la paz de Alah y sus bendiciones!) ¡Y vengo para llevar conmigo al palacio, a presencia de mi señora, a la hermosa joven que habita en esta morada!’

Al oír estas palabras, exclamó la aterrada y temblorosa madre de Hassán: ‘¡Oh Massrur! ¡Somos extranjeras aquí, y mi hijo, el esposo de la joven en cuestión, se halla ausente, de viaje! ¡Y antes de partir me ha prohibido expresamente que la dejara salir de la casa, ni conmigo ni con ninguna otra persona, y bajo ningún pretexto! ¡Y tengo miedo de que, por dejarla salir, sobrevenga, a causa de su belleza, algún accidente que obligue a mi hijo a darse la muerte a su regreso! ¡Te suplicamos, pues, ¡oh bienhechor Massrur! que tengas piedad de nuestra aflicción, y no nos pidas una cosa que está por encima de nuestra voluntad y de nuestros medios concederte!’

Massrur contestó: ‘¡Nada temas, mi buena señora! ¡En la certeza de que ningún accidente sensible acaecerá a la joven! Se trata sencillamente de que mi señora Sett Zobeida vea esa joven hermosura para asegurarse por sus propios ojos si la fama exagera la nota de sus encantos y de su esplendor. Por cierto que no es la primera vez que se me ha encargado una misión análoga; y puedo asegurarte que ni una ni otra tendréis que arrepentiros de vuestra sumisión a semejante deseo, ¡sino al contrario! ¡Y además, lo mismo que voy a conduciros con toda seguridad entre las manos de Sett Zobeida, me comprometo a traeros sanas y salvas a vuestra casa!’

Cuando la madre de Hassán comprendió que toda resistencia sería inútil y hasta perjudicial, dejó a Massrur en el vestíbulo y entró a vestir a Esplendor y a adornarla, y a vestir también a los dos pequeñuelos, Nasser y Manssur. Y cogió en brazos a ambos pequeñuelos y dijo a Esplendor:

‘Ya que tenemos que ceder ante el deseo de Sett Zobeida, ¡vamos todos juntos!’ Y pasó al vestíbulo antes que ella, y dijo a Massrur: ‘¡Ya estamos dispuestas!’ Y Massrur salió y abrió la marcha, seguido por la madre de Hassán, que llevaba a los dos pequeñuelos e iba a su vez seguida de Esplendor, completamente envuelta en sus velos. Y de tal suerte las condujo Massrur al palacio del califa hasta ponerlas delante del ancho trono bajo en que aparecía, reposando sentada majestuosamente, El-Sayeda Zobeida rodeada por la muchedumbre numerosa de sus esclavas y de sus favoritas, en la primera fila de la cuales se mantenía la pequeña Tohfa.

Entonces, entregando ambos pequeñuelos a Esplendor, que seguía envuelta siempre en sus velos, la madre de Hassán besó la tierra entre las manos de Sett Zobeida, y después de la zalema hubo de cumplimentarle. Y Sett Zobeida, le devolvió su zalema, le tendió la mano, que la anciana se llevó a los labios, y le rogó que se levantase. Luego se encaró con la esposa de Hassán, y le dijo: ‘¿Por qué ¡oh bienvenida! no te desembarazas de tus velos? ¡Aquí no hay hombres!’ E hizo seña a Tohfa, que al punto se acercó a Esplendor, ruborizándose, y empezó por tocar la orla de su velo, llevándose después a los labios y a la frente los dedos que rozaron el cendal. Luego le ayudó a quitarse el velo grande y le levantó por sí misma el velillo del rostro.

¡Oh Esplendor! ¡Ni la luna llena cuando sale de debajo de una nube, ni el sol con todo su brillo, ni el tierno balanceo de la rama en la tibieza de la primavera, ni las brisas del crepúsculo, ni el agua riente, ni nada de cuanto encanta a los humanos por la vista, por el oído o por el entendimiento, hubiera podido arrebatar, cual tú lo hiciste, la razón de las que te miraban! ¡Con el irradiar de tu belleza, se iluminó y resplandeció todo el palacio! ¡Con la alegría de tu presencia, saltaron como corderos los corazones y bailaron en los pechos! ¡Y la locura soplaba sobre todas las cabezas! Y las esclavas te contemplaban con admiración, musitando: ‘¡Oh Esplendor!’ Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: ‘Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dio a sus creyentes como un anticipo del Paraíso...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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viernes, 26 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 595ª noche

Ella dijo:

‘...Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven.

¡Y ya no le quitaron el ojo! ¡Tal fue su deslumbramiento al ver a la joven envuelta en sus velos todavía! ¡Pero cuál no sería su delirio cuando, tras de quitarle la ropa, se quedó desnuda por completo!

¡Oh arpa de Daúd el rey, que encantabas al león Saúl; y tú, hija del desierto, amante de Antara, el guerrero de cabellos crespos, ¡oh virgen Abla! la de hermosas caderas, que sublevaste en todos sentidos a las tribus de Arabia, haciéndolas chocar unas con otras! y tú, Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussus, tú cuyos ojos de incendio turbaron en extremo a los genn y a los efrits; y tú, música de los manantiales, y tú, canto primaveral de los pájaros, ¿a qué quedáis reducidos ante la desnudez de aquella gacela? ¡Loores a Alah, que te creó! ¡oh Esplendor! y mezcló en tu cuerpo de gloria los rubíes y el almizcle, el ámbar puro y las perlas, ¡oh toda de oro!

Así, pues, las mujeres del hammam, para considerarla mejor, prescindieron de su baño y su pereza, y la siguieron paso a paso. Y la fama de sus encantos cundió en seguida desde el hammam por todo el contorno, y en un instante invadieron las salas, hasta el punto de no poderse circular por ellas, mujeres atraídas por la curiosidad de ver tal maravilla de belleza. Y entre aquellas mujeres desconocidas encontrábase precisamente una de las esclavas de Sett Zobeida, esposa del califa Harún Al-Raschid. Y aquella joven esclava, que se llamaba Tohfa, quedó aún más estupefacta que las otras de la belleza perfecta de aquella luna mágica; y con los ojos muy abiertos, se inmovilizó en primera fila mirándola bañarse en la piscina. Y cuando Esplendor hubo terminado su baño y estuvo vestida, la esclava no pudo menos de seguirla fuera del hammam, atraída por ella como por una piedra de imán, y echó a andar detrás de ella por la calle hasta que Esplendor y la madre de Hassán llegaron a su morada. Entonces la joven esclava Tohfa, como no podía entrar en el palacio, se limitó a llevarse los dedos a los labios, lanzando a Esplendor, a la vez que una rosa, un beso sonoro. Pero, desgraciadamente para ella, el eunuco que había a la puerta vio la rosa y el beso, y en extremo enfadado, empezó a dirigirle espantosas injurias, poniendo los ojos en blanco; lo cual la decidió, aunque suspirando, a volver sobre sus pasos. Y entró en el palacio del califa, apresurándose a ir al lado de su ama Sett Zobeida.

Y he aquí que Sett Zobeida vio que su esclava preferida estaba muy pálida y muy emocionada; y le preguntó: ‘¿Dónde estuviste, ¡oh gentil! que vuelves en ese estado de palidez y de emoción?’ La esclava dijo: ‘En el hammam, ¡oh mi señora!’ Sett Zobeida preguntó: ‘¿Y qué viste en el hammam, Tohfa mía, para volver a mí tan trastornada y con los ojos tan lánguidos?’ La esclava contestó: ‘¿Y cómo ¡oh mi señora! no han de languidecer mis ojos y mi alma, y no ha de invadir mi corazón la melancolía, después de ver a la que me ha arrebatado la razón?’

Sett Zobeida se echó a reír, y dijo: ‘¿Qué me cuentas ¡oh Tohfa! y de quién me hablas?’ La esclava dijo: ‘¿Qué adolescente delicada o qué joven, qué pavo real o qué gacela ¡oh mi señora! la igualarán jamás en encantos y en belleza? Sett Zobeida dijo: ‘¡Oh loca Tohfa! ¿Querrás por fin decidirte a decirme su nombre?’

La esclava dijo: ‘No lo sé, ¡oh mi señora! ¡Pero ¡oh mi señora! por los méritos de tus beneficios sobre mi cabeza, te juro que ninguna criatura en la faz de la tierra, en el pasado, en el presente o en el futuro, es comparable a ella! Todo lo que de ella sé es que habita en el palacio situado a orillas del Tigris y que tiene una puerta grande por el lado de la ciudad y otra puerta por el lado del río. ¡Y me han dicho, además, en el hammam, que era esposa de un rico mercader llamado Hassán Al-Bassri! ¡Ah mi señora! si me ves toda temblorosa entre tus manos, no es solamente la emoción suscitada por su belleza, sino del temor extremado que me invade al pensar en las consecuencias funestas que sobrevendrían si, por desgracia, nuestro señor el califa llegara a oír hablar de ella. ¡Seguramente haría que mataran al marido, y despreciando todas las leyes de equidad, se casaría con esa milagrosa joven! ¡Y de tal suerte vendería los bienes inestimables de su alma inmortal por la posesión temporal de una criatura hermosa, pero perecedera!’

Al oír estas palabras de su esclava Tohfa, Sett Zobeida, que sabía cuán prudente y mesurada era de ordinario en sus discursos, quedó estupefacta, y le dijo: ‘Pero ¡oh Tohfa! ¿Estás bien segura, al menos, de que no has visto en sueños solamente semejante maravilla de belleza?’ La esclava contestó: ‘¡Juro por mi cabeza y por el peso del agradecimiento que debo a tus bondades para conmigo, ¡oh mi señora! que no sólo la he visto, sino que acabo de arrojar una rosa y un beso a esa joven que no tiene igual en ninguna tierra y en ningún clima, lo mismo entre los árabes que entre los turcos o los persas!’

Sett Zobeida exclamó entonces: ‘¡Por la vida de mis antepasados los Puros, que es preciso que yo también contemple a esa piedra preciosa única, y que la vea con mis ojos!’

Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima sexta noche

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jueves, 25 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 594ª noche

Ella dijo:

‘...Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor y montó en un dromedario de carrera que hubo de presentarse; y después de reiterar por segunda vez a su madre todas sus recomendaciones, le besó la mano. Luego habló al dromedario, que estaba en cuclillas, y al punto se levantó sobre sus cuatro patas y salió disparando por los aires mejor que por tierra, entregando sus miembros al viento y devorando a su paso la distancia. Y no fue ya más que un punto en la lejanía del espacio.

No tiene utilidad, en verdad, decir la intensidad de alegría con que fue recibido Hassán a su llegada ante las siete princesas, y sobre todo la dicha que sintió Botón-de-Rosa y cómo adornaron el palacio con guirnaldas de flores y lo iluminaron. Mejor será que le dejemos contando a sus hermanas cuanto tenía que contarles, especialmente el nacimiento de sus dos hijos gemelos Nasser y Manssur; dejémosle, además, dedicarse con ellas a la caza y a las diversiones; hacedme el favor, ¡oh mis honorables y generosos oyentes que me rodeáis! de volver conmigo al palacio de Hassán, en Bagdad, donde dejamos a la anciana madre de Hassán y a su esposa Esplendor.

¡Hacedme ese favor, ¡oh mis señores de mano abierta! y veréis y oiréis lo que vuestros oídos honorables y vuestros ojos admirables jamás oyeron, escucharon ni sospecharon! Y desciendan sobre vosotros las bendiciones del Distribuidor y sus favores más escogidos. ¡Escuchadme bien, señores!

Es el caso ¡oh ilustrísimos! que cuando partió Hassán, su esposa Esplendor no se movió ni abandonó un instante a la madre de Hassán en el transcurso de dos días. Pero, a la mañana del tercer día, besó la mano de la anciana señora, dándole los buenos días, y le dijo: ‘¡Oh madre mía, quisiera ir al hammam, pues hace mucho tiempo ya que no tomo baños a causa de estar criando a Nasser y a Manssur!’ Y la anciana señora dijo: ‘¡Ya Alah! ¡Qué palabras tan fuera de lugar, hija mía! ¡Qué calamidad sería ir al hammam! ¿No sabes que tú y yo somos extranjeras que no conocemos para nada los hammams de esta ciudad? ¿Y cómo vas a ir allí sin que te conduzca tu esposo, que te habría de preceder para pedir de antemano una sala y asegurarse de que todo está limpio y de que no caen de la bóveda piojos, chinches y polillas? Pero tu esposo se halla ausente, y yo no conozco a nadie que pueda reemplazarle en una circunstancia tan grave; y no puedo acompañarte yo misma a causa de mi mucha edad y de mi debilidad. ¡No obstante, si quieres, hija mía, haré que te calienten agua aquí mismo, y te lavaré la cabeza y te daré un baño delicioso en el hammam de nuestra casa!

¡Precisamente tengo todo lo necesario para el caso, y hasta he recibido anteayer una caja de tierra perfumada de Alepo, y ámbar y pasta depilatoria, y henné! Así, pues, hija mía, puedes estar tranquila en cuanto a eso. ¡Será un baño excelente!’

Pero Esplendor contestó: ‘¡Oh mi señora! ¿Desde cuándo se niega a las mujeres permiso para ir al hammam? ¡Por Alah, que si hubieses dicho esas cosas a una esclava misma, no las hubiera soportado, y antes que continuar en vuestra casa te hubiera pedido que la subastaras en el zoco!

¡Los hombres ¡oh mi señora! son tan insensatos, que imaginan que todas las mujeres se parecen y que hay que tomar contra ellas mil precauciones, a cuál más tiránica, para impedirles hacer cosas ilícitas! ¡Tú, sin embargo, debes tener muy bien sabido que, cuando una mujer ha resuelto firmemente hacer una cosa, siempre encuentra manera de conseguir su propósito, a despecho de todos los obstáculos, y que nada puede detenerla en sus deseos, aunque sean irrealizables o estén llenos de desastres!

¡Ah! ¡Ay de mi juventud! ¡Se sospecha de mí, y no se tiene fe ninguna en mi castidad! ¡Y ya sólo me resta morir!’ ¡Y habiendo dicho estas palabras, se puso a verter lágrimas, y a llamar sobre su cabeza las más negras calamidades!

Entonces la madre de Hassán acabó por dejarse conmover por sus lloros y gemidos, comprendiendo, por otra parte, que en adelante no habría modo de apartarla de su propósito. Levantóse, pues, a pesar de su mucha edad y de la prohibición expresa de su hijo, y preparó todo lo que se necesitaba para el baño en cuanto a ropa blanca limpia y perfumes. Luego dijo a Esplendor: ‘¡Vamos, hija mía, ven y no te entristezcas más! ¡Pero líbrenos Alah de la cólera de tu esposo!’ Y salió del palacio con ella y la acompañó al hammam más renombrado de la ciudad.

¡Ah! ¡Cuánto mejor hubiera hecho la madre de Hassán en no dejarse conmover por las quejas de Esplendor, y en no franquear el umbral de aquel hammam! ¿Pero quién puede leer en el libro de los Destinos, aparte del Único Vidente? ¿Y quién puede decir de antemano lo que ha de hacer entre dos pasos de camino? ¡No obstante, nosotros, que somos musulmanes, creemos y nos confiamos a la Voluntad Suprema! Y decimos: ‘¡No hay más Dios que Alah y Mahomed es el Enviado de Alah!’ Rogad al Profeta, ¡oh creyentes, ilustres oyentes míos!

Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima quinta noche

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miércoles, 24 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima tercera noche

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Y cuando llegó la 593ª noche

Ella dijo:

‘...Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo. Y al punto surgieron del fondo de los aires grandes dromedarios que fueron a ponerse en fila a lo largo de la casa. Y Hassán y la madre de Hassán y la esposa de Hassán cogieron lo que habían guardado como lo mejor por ser cosas preciosas y ligeras de peso, y montando en su palanquín, pusieron los dromedarios a paso de carrera. Y en menos tiempo del que se necesita para distinguir la mano derecha de la mano izquierda, llegaron a orillas del Tigris en las puertas de Bagdad. Y Hassán tomó la delantera, y fue en busca de un corredor para que le adquiriese, por el precio de cien mil dinares, un magnífico palacio propiedad de un visir entre los visires. Y apresuróse a conducir allá a su madre y a su esposa. Y amuebló el palacio con un lujo fastuoso, y compró esclavos de ambos sexos, y mozos jóvenes y eunucos. Y no escatimó nada para que su tren de casa fuese el más notable de toda la ciudad de Bagdad.

Instalado de aquel modo, Hassán llevó desde entonces en la Ciudad de Paz una vida deliciosa con su esposa Esplendor, rodeados ambos de cuidados minuciosos por parte de la venerable y anciana madre, que todos los días se ingeniaba para confeccionar un manjar nuevo y ejecutar las recetas de cocina que aprendía de sus vecinas y que se diferenciaban mucho de las recetas de Bassra; porque en Bagdad había muchos platos que no podían fabricarse en ninguna otra parte sobre la faz de la tierra. Y he aquí que al cabo de nueve meses de llevar aquella vida encantadora y disfrutar de aquella alimentación especial, la esposa de Hassán parió felizmente dos hijos varones y gemelos, como lunas. Y al uno se le llamó Nasser, y al otro Manssur.

Pero, al cabo de un año, el recuerdo de las siete princesas se ofreció a la memoria de Hassán a la vez que el recuerdo del juramento que les había hecho. Y experimentó el más vivo deseo de volver a ver a Botón-de-Rosa principalmente. Hizo, pues, los preparativos necesarios para aquel viaje, compró las telas más hermosas y las cosas más hermosas que pudo encontrar en Bagdad y en todo el Irak y le parecieron más dignas de ofrecerse como regalos, y participó a su madre el proyecto que había formado, añadiendo: ‘Sólo quiero recomendarle una cosa hasta el límite de la recomendación y mientras dure mi ausencia: que guardes cuidadosamente el manto de plumas de mi esposa Esplendor, que tengo escondido en el sitio más secreto de la casa. ¡Porque, ¡oh madre mía! has de saber que si, para nuestra mayor desgracia, mi esposa querida tuviese ocasión de volver a ver ese manto, se acordaría al instante de su instinto original, que es el vuelo de las aves, y no podría por menos de volar de aquí, aún contra los impulsos de su corazón! ¡Ten, pues, mucho cuidado, madre mía, de no mostrarle ese manto! ¡Porque, si tal desgracia sucediera, sin duda moriría yo de pena o me mataría! Además, te recomiendo que la cuides bien, ya que está delicada y acostumbrada a los mimos, y que no dejes de servirla por ti misma con preferencia a las servidoras, que no saben como tú lo que es preciso y lo que no es preciso, lo que conviene y lo que no conviene, lo que es fino y lo que es grosero. Y sobre todo, madre mía, no la permitas poner el pie fuera de la casa, ni sacar la cabeza por una ventana, ni siquiera subir a la terraza del palacio, pues temo mucho que el aire libre y el espacio la incite de alguna manera o por alguna parte. ¡He ahí mis recomendaciones! ¡Y si quieres mi muerte, no tienes más que despreciarlas!’

Y contestó la madre de Hassán: ‘¡Guárdeme Alah de desobedecerte! ¡Oh hijo mío ¡Roguemos al Profeta! ¿Acaso me he vuelto loca para tener necesidad de tantas recomendaciones o infringir la menor de tus órdenes? ¡Parte, pues, tranquilo, ¡oh Hassán! y calma tu espíritu! ¡Y a tu regreso, con la gracia de Alah, no tendrás más que preguntar a Esplendor si ha marchado todo con arreglo a tus deseos! ¡Pero, a mi vez quiero pedirte una cosa, ¡oh hijo mío! y es que no prolongues tu ausencia lejos de nosotras más que el tiempo preciso para ir y volver tras una corta estancia junto a las siete princesas!’

Así se hablaron uno a otro Hassán y la madre de Hassán. Y no sabían lo que les reservaba lo desconocido en el libro del Destino, en tanto que la bella Esplendor oía todas las palabras que se dijeron y las fijaba en su memoria.

Así, pues, Hassán prometió a su madre que no se ausentaría más que estrictamente el tiempo necesario, y se despidió de ella, y fue a besar a su esposa Esplendor, y a sus dos hijos, Nasser y Manssur, que mamaban al pecho de su madre. Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima cuarta noche

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martes, 23 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima segunda noche

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Y cuando llegó la 592ª noche

Ella dijo:

‘...y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho. Entonces le tocó a Botón-de-Rosa llorar y gemir, en tanto que sus hermanas decían a Hassán: ‘En ese caso, ¡oh Hassán! no podemos retenerte aquí más tiempo ni impedirte que regreses a tu país para volver a ver a tu madre querida. ¡Solamente te suplicamos que no nos olvides y que nos prometas volver para hacernos una visita una vez al año!’ Y su hermana Botón-de-Rosa se le colgó al cuello sollozando, y acabó por caer desmayada de dolor. Y cuando recobró el conocimiento, recitó tristemente versos de adiós, y sepultó la cabeza en sus rodillas, rehusando todo consuelo. Y Hassán empezó a besarla y a acariciarla; y hubo de prometerle por juramento que volvería a verla una vez al año. Y mientras tanto, sus otras hermanas, a ruegos de Hassán, se pusieron a hacer los preparativos del viaje. Y cuando estuvo todo dispuesto, le preguntaron: ‘¿De qué manera quieres volver a Bassra?’ El dijo: ‘¡No lo sé!’ Pero acordándose del tambor mágico que le había quitado al mago Bahram y que tenía aquella piel de gallo, exclamó: ‘¡Por Alah! ¡He ahí la manera! ¡Pero no sé cómo servirme de ese tambor!’

Entonces Botón-de-Rosa, que seguía llorando, secó sus lágrimas por un momento, y levantándose, dijo a Hassán: ‘¡Oh bienamado hermano mío, voy a enseñarte cómo has de servirte de ese tambor!’ Y cogió el tambor, y apoyándoselo en el costado, hizo como si tocase sobre la piel de gallo con los dedos. Después dijo a Hassán: ‘¡Hay que hacer así!’ y Hassán dijo: ‘¡Ya he comprendido, hermana mía!’ Y a su vez cogió el tambor de manos de la joven, y tocó como había visto hacerlo a Botón-de-Rosa, pero con mucha fuerza. Y al instante surgieron de todos los puntos del horizonte camellos grandes, dromedarios de carrera, mulas y caballos. Y todo aquel rebaño al galope acudió a alinearse tumultuosamente en una fila muy larga con los camellos primero, detrás los dromedarios, y por último las mulas y los caballos.

Entonces las siete princesas escogieron los animales mejores y despidieron a los demás. Y cargaron a los que habían escogido con fardos preciosos, regalos, efectos y provisiones de boca. Y en el lomo de un gran dromedario de carrera, pusieron un magnífico palanquín con dos asientos para los dos esposos. Y entonces comenzaron las despedidas. ¡Oh! ¡Cuán dolorosas fueron!

¡Pobre Botón-de-Rosa! ¡Estabas triste y llorabas! ¡Cómo se derretía tu corazón al besar a Hassán, que se marchaba con la hija del rey! ¡Y gemías cual una tórtola a la que se separase de tu tórtolo violentamente! ¡Ah! ¡No sabías aún ¡oh tierna Botón-de-Rosa! cuánta amargura guarda la copa de la separación! ¡Y no podías esperar que tu bienamado Hassán, cuya dicha preparabas, ¡oh llena de piedad! hubiera de sustraerse a tu dolor tan pronto! ¡Pero abriga la certeza de que le verás!

¡Tranquiliza, pues, tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡A fuerza de llorar, tus mejillas, de rosas que eran, se han hecho semejantes a flores de granado! ¡Cesa de llorar, Botónde-Rosa!, ¡tranquiliza tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡volverás a ver a Hassán, pues así lo quiere el Destino!

Y la caravana se puso en marcha entre los gritos desgarradores de las despedidas, y desapareció a lo lejos, mientras Botón-de-Rosa caía desvanecida. Y con la rapidez del ave, atravesó la caravana valles y montañas, llanuras y desiertos, y con el asentimiento de Alah, que escribióle la seguridad, llegó a Bassra sin contratiempo.

Cuando llegaron a la puerta de la casa, Hassán oyó a su madre gemir y deplorar dolorosamente la ausencia de su hijo; y se le llenaron de lágrimas los ojos, y llamó a la puerta. Y desde dentro, preguntó la voz cascada de la pobre vieja: ‘¿Quién hay a la puerta?’ Y dijo Hassán:

‘¡Abrenos!’ Y con sus débiles piernas fue ella a abrir la puerta temblando, y a pesar de tener la vista debilitada por las lágrimas, reconoció a su hijo Hassán. ¡Entonces lanzó un prolongado suspiro y cayó desmayada! Y Hassán le prodigó sus cuidados, con ayuda de su esposa, y la hizo volver en sí. Entonces se le colgó al cuello ella, y se besaron con ternura, llorando de alegría. Y tras de los primeros transportes, Hassán dijo a su madre: ‘¡Oh madre, he aquí a tu hija, mi esposa, que te traigo para servirte!’

La vieja miró a Esplendor, y al verla tan bella, quedó deslumbrada y creyó que perdía la razón. Y le dijo: ‘¡Quienquiera que seas, hija mía, bien venida seas a la casa que iluminas!’ Y preguntó a Hassán: ‘Hijo mío ¿cómo se llama tu esposa?’ El joven contestó: ‘Esplendor, ¡oh madre mía!’ Ella dijo: ‘¡Oh conveniencia del nombre! ¡Qué bien inspirado estuvo quien te buscó ese nombre!, ¡oh hija de bendición!’ Y la cogió de la mano y se sentó a su lado en la vieja alfombra de la casa. Y Hassán, entonces, se puso a contar a su madre toda su historia, desde su desaparición súbita hasta su regreso a Bassra, sin olvidar un detalle. Y la madre quedó maravillada de lo que oía en el límite de la maravilla, y no supo qué hacer para honrar, con arreglo a su rango, a la hija del rey de reyes del Gennistán.

Por lo pronto, se apresuró a ir al zoco a comprar todo género de provisiones de primera calidad, y después fue al zoco de las sederías, y compró diez trajes espléndidos, lo más caro que tenían los mercaderes de más prestigio; y se los llevó a la esposa de Hassán, y la vistió con ellos, poniéndole a la vez los diez, uno encima de otro, para demostrarle así que nada era demasiado para su rango y su mérito. Y la besó como si fuese su propia hija. Y luego se puso a guisar manjares extraordinarios y pasteles a ningunos otros parecidos. Y no escatimó nada para halagarla, colmándola de cuidados y de atenciones delicadas. Tras de lo cual, se encaró con su hijo, y le dijo: ‘No sé ¡oh Hassán! pero me parece que la ciudad de Bassra no es digna del rango de tu esposa; más valdría en todos sentidos para nosotros que nos fuésemos a vivir a Bagdad, la Ciudad de Paz, bajo el ala protectora del califa Harún Al-Raschid. ¡Y además, hijo mío, henos aquí muy ricos repentinamente, y temo mucho que, de seguir en Bassra, donde se nos conoce por pobres, llamemos la atención de un modo sospechoso, y a causa de nuestras riquezas se nos acuse de practicar la alquimia! ¡Lo mejor, a mi entender, es que nos vayamos cuanto antes a Bagdad, donde desde un principio nos tomarán por príncipes o emires lejanos!’ Y Hassán contestó a su madre: ‘¡Excelente idea!’ Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vendió los muebles y la casa. Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y calló discretamente.”

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lunes, 22 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima primera noche

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Y cuando llegó la 591ª noche

Ella dijo:

‘¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán!’ Cuando las jóvenes hubieron oído estas palabras de su hermana, exclamaron maravilladas: ‘¡Qué razón tienes ¡oh Hassán! para prendarte de esa joven espléndida! Pero ¡por Alah! date prisa a conducirnos junto a ella para que la veamos con nuestros propios ojos.’

Y Hassán, seguro por lo que afectaba a sus hermanas, las condujo al pabellón donde se encontraba la bella Esplendor. Y al ver su belleza sin par, besaron ellas la tierra entre sus manos, y tras de las zalemas de bienvenida, le dijeron: ‘¡Oh hija de nuestro rey! ¡Verdaderamente es prodigiosa tu aventura con nuestro hermano el joven! ¡Y de pie aquí entre tus manos, todas te predecimos la dicha para lo futuro, y te aseguramos que durante toda tu vida no dejarás de felicitarte por tu encuentro con este joven, hermano nuestro, y por su delicadeza de modales, y por su destreza para todo, y por su afección! ¡Piensa, además, en que, en vez de servirse de un intermediario, te ha declarado por sí mismo su pasión, y no te ha pedido nada ilícito! ¡Y si no tuviésemos la certeza de que las jóvenes no pueden pasarse sin hombres, no daríamos ante ti, hija de nuestro rey, un paso tan audaz! ¡Déjanos, pues, casarte con nuestro hermano, y quedarás contenta de él, que nosotras respondemos con nuestro cuello!’ Y habiendo dicho estas palabras, esperaron la respuesta.

Pero, como la bella Esplendor no diese contestación alguna, se adelantó Botón-de-Rosa y le cogió la mano con sus manos, y le dijo: ‘¡Con tu permiso, oh señora nuestra!’ Y se encaró con Hassán, y le dijo: ‘¡Trae tu mano!’ Y Hassán le dio la mano, y Botón-de-Rosa la cogió y la unió entre las suyas a la de la princesa, diciéndole a ambos: ‘¡Os caso con asentimiento de Alah y por la ley de su Enviado!’ Y en el límite de la dicha, Hassán improvisó estos versos:

¡Oh mezcla admirable reunida en tu hermosura! Al ver tu glorioso rostro bañado en el agua de la belleza, ¿quién podrá olvidar su radiante esplendor?

¡Te ven mis ojos compuesta preciosamente de rubíes en toda una mitad de tu cuerpo encantador, de perlas en la tercera parte, de almizcle negro en la quinta parte y de ámbar en la sexta parte!, ¡oh toda dorada!

¡Entre las vírgenes nacidas de la Eva primera, y entre las bellezas que habitan los múltiples jardines de los cielos, no hay ninguna que pueda compararse contigo!

¿Quieres darme la muerte? ¡No me perdones! ¡Otras muchas víctimas hizo el amor! ¡Y si quieres volverme a la vida, baja hacia mí tus ojos!, ¡oh ornato del mundo!

Y al oír estos versos, exclamaron las jóvenes a una, encarándose con Esplendor: ‘¡Oh princesa! ¿Nos regañarás ahora por haberte traído un joven que se ha expresado de tan excelente manera y en versos tan hermosos?’ Y preguntó Esplendor: ‘¿Pero es poeta?’ Ellas dijeron: ‘¡Claro que lo es! ¡Improvisa y compone con una facilidad maravillosa poemas y odas de millares de versos, en los que reina siempre un sentimiento muy vivo!’

Estas palabras que tan a las claras mostraban el nuevo mérito de Hassán, por fin acabaron de conquistar el corazón de la recién casada. Y miró a Hassán, sonriendo bajo sus largas pestañas. Y Hassán, que no esperaba más que una seña de sus ojos, la cogió en brazos y se la llevó a su aposento. ¡Y allí, con su permiso, abrió en ella lo que tenía que abrir, y rompió lo que tenía que romper, y destapó lo que estaba sellado! Y se endulzó con todo aquello hasta el límite de la dulzura; y lo mismo le ocurrió a ella. Y experimentaron ambos en poco tiempo el colmo de todas las alegrías del mundo. Y el amor a la joven se incrustó en el corazón de Hassán más que todas las pasiones. ¡Y todos sus pájaros cantaron prolongadamente! Por tanto, ¡gloria a Alah, que une en las delicias a sus creyentes y no les escatima sus dones dichosos! ¡Tú eres, Señor, el que adoramos, tú eres aquél de quien imploramos socorro! ¡Llévanos por el sendero recto, por el sendero de aquellos a quienes colmaste con tus beneficios, y no por el de aquellos que incurrieron en tu cólera ni por el de los extraviados!

Y he aquí que Hassán y Esplendor estuvieron juntos de tal suerte cuarenta días, transcurridos en el seno de las alegrías que proporciona el amor. Y las siete princesas, especialmente Botón-de- Rosa, se esforzaron por variar cada día los placeres de ambos esposos, y hacerles la estancia en el palacio lo más agradable que les fue posible.

Pero al cabo del día cuadragésimo, Hassán vio en sueños a su madre, que le reprochaba por haberla olvidado, mientras ella se pasaba los días y las noches llorando sobre la tumba que hubo de erigirle en la casa.

¡Y se despertó con lágrimas en los ojos lanzando suspiros que partían el alma! Y al oírle llorar, acudieron sus hermanas, las siete princesas; y Botón-de-Rosa, más desolada que todas las otras, preguntó a la hija del rey de los genn qué le había sucedido a su esposo. Y contestó Esplendor:

‘¡No lo sé!’ Y dijo Botón-de-Rosa: ‘¡Yo misma iré a informarme de lo que le tiene tan triste!’

Y preguntó a Hassán: ‘¿Qué te ocurre, hermano mío?’ Y las lágrimas de Hassán corrieron con más violencia; y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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domingo, 21 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima nonagésima noche

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Y cuando llegó la 590ª noche

Ella dijo:

‘...Y al punto corrió Botón-de-Rosa a llevarle un magnífico traje, con el cual la vistió. Después le sirvió de comer e hizo cuanto pudo para ahuyentar su pena. Y la bella Esplendor acabó por consolarse un poco, y dijo: ‘¡Ya veo que estaba escrito en mi destino que tendría que separarme de mi padre, de mi familia y de las moradas de la patria! ¡Y es preciso que me someta a los decretos del Destino!’ Y la hermana de Hassán no dejó de afirmarla en esta resolución, de modo que las lágrimas de la princesa cesaron por completo y se resignó ella con su suerte. Entonces la hermana de Hassán ausentóse un momento para correr al lado de su hermano, y decirle:

‘Apresúrate a presentarte al instante a tu bienamada, porque ha llegado el momento propicio. Una vez que penetres en la estancia, empieza por besarle los pies, luego las manos, luego la cabeza.

¡Y sólo entonces deberás dirigirle la palabra, y has de hacerlo de la manera más elocuente y más amable!’

Y temblando de emoción, presentóse Hassán a la princesa, quien, al reconocerle, le miró con atención, y a pesar suyo, quedó en extremo conmovida por la belleza del joven. Pero bajó los ojos, y Hassán le besó los pies y las manos y luego le besó en la frente entre ambos ojos, diciéndole:

‘¡Oh soberana de las más bellas, vida de las almas, alegría de las miradas, jardín del ingenio! ¡Oh reina, oh soberana mía! ¡Tranquiliza, por favor, tu corazón, y refresca tus ojos, porque tu suerte está colmada de dicha! ¡Mi único deseo con respecto a ti consiste en ser tu esclavo fiel, como mi hermana es ya tu servidora! ¡Y no es mi intención hacerte violencia, sino casarme contigo según la ley de Alah y de su Enviado! Y entonces te conduciré a Bagdad, mi patria, donde pondré a tu disposición esclavos de ambos sexos y una morada digna de ti por su magnificencia. ¡Ah! ¡Si supieras cuán admirable es el país en que se alza Bagdad, la ciudad de paz, y qué amables, corteses y hospitalarios son sus habitantes, y qué delicioso y de buen augurio es su trato! ¡Y además, tengo una madre que es la mejor de las mujeres y que te querrá como a hija suya, y te guisará manjares maravillosos, pues sin duda sabe cocinar mejor que nadie en todo el país del Irak!’

¡Así habló Hassán a la joven Esplendor, hija del rey del Gennistán! ¡Y la princesa no le contestaba ni con una palabra, ni con una letra, ni con una señal! Y de pronto oyeron llamar a la puerta del palacio. Y dijo Hassán, que era el encargado de abrir y de cerrar las puertas:

‘¡Dispensadme!, ¡oh mi señora! ¡Tengo que ausentarme un momento!’ Y corrió a abrir la puerta. Eran sus hermanas, que regresaban de la cacería, y que al verle vuelto de nuevo a la salud y con las mejillas brillantes, se regocijaron y quedaron satisfechas hasta el límite de la satisfacción. Y Hassán tuvo buen cuidado de no hablarles de la princesa Esplendor, y les ayudó a llevar el botín de su caza, que consistía en gacelas, zorros, liebres, búfalos y fieras de todas las especies. Y ostentó con ellas una amabilidad excesiva, besándolas en la frente a una tras de otra, acariciándolas y demostrándoles su amistad con una efusión a la que no estaban acostumbradas por él, ya que reservaba todas sus caricias para Botón-de-Rosa, la hermana más pequeña. Así es que quedaron agradablemente sorprendidas de aquel cambio; y hasta la mayor de las jóvenes acabó por suponer que algún motivo ocasionaba tales transportes y le miró con una sonrisa maligna, y guiñó el ojo, y le dijo: ‘¡En verdad, ¡oh Hassán!, que nos asombra esta demostración tan excesiva por tu parte, pues hasta hoy aceptaste nuestras caricias sin querer devolvérnoslas jamás!

¿Es que nos encuentras más hermosas con nuestros trajes de caza, o es que nos quieres más ahora, o son ambos motivos a la vez?’

¡Pero Hassán bajó los ojos, y lanzó un suspiro capaz de derretir el corazón más duro! Y las princesas le preguntaron, asombradas: ‘Pero, ¿por qué suspiras de ese modo, ¡oh hermano nuestro!?’ ¿Y quién puede turbar tu quietud? ¿Quieres retornar a tu patria al lado de tu madre? ¡Habla, Hassán, abre tu corazón a tus hermanas!’ Pero Hassán se encaró con su hermana Botón-de-Rosa, que acababa de llegar precisamente, y le dijo, ruborizándose en extremo: ‘¡Mejor es que hables tú!

¡Porque a mí me da mucha vergüenza decir la causa de mi turbación!’ Y dijo Botón-de-Rosa: ‘¡No es nada, absolutamente, hermanas mías! ¡Todo se reduce a que nuestro hermano Hassán ha cogido un pájaro del aire muy hermoso y desea de vosotras que le ayudéis a domesticarlo!’ Y exclamaron todas: ‘¡Claro! ¡Vaya una cosa! Pero, ¿por qué le ruboriza eso tanto a Hassán?’ La joven contestó: ‘¡Ah! Es que Hassán ama con amor ¡y con qué amor! a ese pájaro’.

Las otras dijeron: ‘¡Por Alah! ¿Y cómo ¡oh Hassán! vas a declarar tu amor a un pájaro del aire?’ Y mientras Hassán bajaba la cabeza y se ruborizaba más aún, dijo Botón-de-Rosa: ‘¡Con la palabra, con el ademán y con todo lo consiguiente!’ Las demás dijeron: ‘¡Entonces será muy grande el pájaro de nuestro hermano!’ Botón-de-Rosa, dijo: ‘¡Es de nuestra estatura! ¡Pero acabad de escucharme!’ Y añadió: ‘¡Sabed ¡oh hermanas mías! que el espíritu de los hijos de Adán es muy limitado! Por eso, cuando dejamos aquí completamente solo a nuestro pobre Hassán, como sentía muy oprimido el pecho, empezó a recorrer el palacio para distraerse. Pero tenía tan turbada la imaginación, que confundió las llaves de los aposentos, ¡y por descuido abrió la puerta de la estancia prohibida, la que da a la terraza! ¡Y allí le sucedió tal y cual cosa!’ Y contó, aunque atenuando la culpa de Hassán, toda la historia, añadiendo: ‘¡Después de todo, tiene excusa nuestro hermano, porque la joven es hermosa! ¡Ah! ¡Si supiéseis, hermanas mías, cuán hermosa es!’

Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, sus hermanas le contestaron: ‘¡Si es tan hermosa como dices, empieza por mostrárnosla ante todo para que podamos formarnos una idea!’

Botón-de-Rosa dijo: ‘¡Quién pudiera describírosla, ya Alah! Pelos en la lengua me saldrían antes de que lograse enumerar sus encantos, siquiera aproximadamente. ¡Sin embargo, quiero intentarlo, aunque no sea más que para que no os caigáis de espaldas al verla!

‘¡Bismilah, ¡oh hermanas mías! gloria a Quien revistió de esplendor su desnudez de jazmín! ¡Supera a las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de sus ojos negros y a la araka en la esbeltez de su talle. ¡Su cabellera es una noche de invierno, espesa y negra; su boca, que a la rosa emula, es el propio sello de Soleimán; sus dientes de marfil joven son un collar de perlas o granizos de igual tamaño; su cuello es un lingote de plata; su vientre tiene rincones v escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su ombligo posee la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus muslos son pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador, semejante a un conejo sin orejas, aparece una historia llena de gloria, con su terraza y su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las penas negras. Y no os equivoquéis acerca de ella, ¡oh hermanas mías! Porque, al verla, podríais también tomarla por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada en una base sólida, o por una taza de plata colocada al revés. Y a una joven así se refieren con razón estos versos del poeta:

¡Vino a mí la joven, vestida con su belleza cual el rosal con sus rosas, y con los senos firmes!, ¡oh granadas! Y exclamé: ‘¡He aquí la rosa y las granadas!’

¡Me había equivocado! ¡Qué error ¡oh joven! fue comparar tus mejillas a las rosas y tus senos a las granadas! ¡Pues ni las rosas de los rosales ni las granadas de los jardines merecen la comparación!

¡Porque se puede aspirar las rosas y coger las granadas! pero a ti, ¡oh virginal! ¿Quién puede envanecerse de olerte o de tocarte?

‘¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima primera noche

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sábado, 20 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima novena noche

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Pero cuando llegó la 589ª noche

Ella dijo:

‘...Y sucederá lo que suceda’.

Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, Hassán se sintió transportado de alegría y notó que en él entraba nueva vida y le devolvía la plenitud de sus fuerzas. Y se irguió sobre sus pies, y tomó en sus manos la cabeza de la joven y la besó tiernamente, dándole gracias por su amistad. Y bajaron ambos al palacio y pasaron el resto del tiempo hablando dulcemente de unas cosas y de otras en la más deliciosa de las sinceridades.

Al día siguiente, que era precisamente día de luna nueva, Hassán esperó la noche para ir a esconderse detrás del estrado que había a orillas del lago. Y apenas llevaba allí unos instantes, cuando en el silencio nocturno se hizo oír un ruido de alas, y a la claridad de la luna los pájaros, con tanta impaciencia deseados, llegaron y bajaron al lago después de quitarse sus mantos de plumas y las sedas que debajo ostentaban. Y la maravillosa Esplendor, hija del rey de los genn, también sumergió en el agua su desnuda carne de gloria. Y estaba más bella y más deseable que la primera vez. Y a pesar de la admiración y de la emoción que le embargaba, Hassán pudo deslizarse sin ser visto hasta el sitio en que se hallaban las ropas, cogiendo el manto de plumas de la joven real, y ocultándose enseguida detrás del estrado.

Cuando la hermosa Esplendor salió del baño, al primer golpe de vista comprendió, por el desorden de las ropas esparcidas sobre el césped, que una mano extraña y audaz las había profanado. Y se acercó y comprobó que había desaparecido su manto. Y lanzó un estridente grito de terror y desesperación, y se golpeó el rostro y el pecho. ¡Oh! ¡Cuán bella estaba así la desesperada! Pero, al oír el grito, precipitáronse a ella sus compañeras para ver qué ocurría, y figurándose lo que acababa de suceder, se puso apresuradamente cada cual su manto, y sin pensar en secar su desnudez mojada, ni en vestir sus sedas interiores, envolviéronse en sus plumas volantes, y rápidas cual gacelas asustadas o palomas perseguidas por un halcón, huyeron desordenadamente por los aires. Y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, dejando sola a orillas del lago a la llorosa, a la dolorida, a la indignada Esplendor, hija de su rey.

Entonces, aunque temblando de emoción, Hassán salió de su escondite en pos de la joven desnuda, que huyó. Y la persiguió él alrededor del lago, llamándola por los nombres más tiernos y asegurándole que no quería hacerle ningún daño.

Pero ella, como una cierva acosada, corría jadeante, adelantando los brazos, con los cabellos al viento, enloquecida de verse sorprendida así en su íntima desnudez de virgen. Pero de un salto Hassán acabó por alcanzarla, y la cogió por la cabellera, que se anudó en la mano, y la obligó a seguirle. Entonces cerró ella los ojos, y resignada con su suerte, se dejó llevar sin oponer resistencia. Y Hassán la condujo a su aposento, en donde la encerró sin dejarse conmover por las súplicas y lloros de ella, corriendo sin tardanza para prevenir a su hermana y anunciarle la buena nueva de su éxito.

Enseguida Botón-de-Rosa fue al aposento de Hassán y encontróse con la desolada Esplendor, que se mordía de desesperación las manos y lloraba todas las lágrimas de sus ojos. Y Botón-de-Rosa se echó a sus pies para rendirle homenaje, y después de besar la tierra, le dijo:

‘¡Oh soberana mía! ¡La paz sobre ti y la gracia de Alah y sus bendiciones! ¡Iluminas la morada y la perfumas con tu llegada!’

Y contestó Esplendor: ‘¿Pero eres tú, Botón-de-Rosa? ¿Es que permites que los hijos de los hombres traten así a la hija de tu rey? Conoces el poder de mi padre; sabes que se le someten los reyes de los genn y que manda en legiones de efrits y de mareds, innumerables cual los granos de la arena marina; ¡y te atreviste a recibir en tu morada un hombre para que me sorprendiera, y has hecho traición a la hija de tu soberano! De no ser así, ¿cómo iba este hombre a encontrar el camino del lago en que yo me bañaba?’

Al oír estas palabras, contestó la hermana de Hassán : ‘¡Oh princesa hija de nuestro soberano! ¡Oh la más bella y más admirada entre las hijas de los genn y de los humanos! Has de saber que el que te sorprendió en tu baño ¡oh lustral! es un joven a ningún otro parecido. Y en verdad que está dotado de modales demasiado encantadores para que tuviese la menor intención de disgustarte. ¡Pero cuando una cosa ha sido decretada por el Destino, debe ocurrir! ¡Y precisamente el destino del hermoso joven que te sorprendió le hizo enamorarse de tu belleza apasionadamente; y los enamorados son disculpables! ¡Y no puede ser culpable a tus ojos quien te ama como te ama él! Y sobre todo, ¿no ha creado Alah las mujeres para los hombres? ¿Y no es ése el joven más encantador que hay sobre la tierra? ¡Si supieras ¡oh mi señora! cuán enfermo ha estado desde el día en que te vio por vez primera! ¡Estuvo a punto de perder el alma! ¡Así como lo oyes!’

Y siguió explicando a la princesa toda la violencia de la pasión encendida en el corazón de Hassán, y acabó diciendo: ‘¡Y no olvides ¡oh mi señora! que entre tus diez compañeras te eligió cual la más hermosa y la más maravillosa! ¡Y sin embargo, ellas estaban tan desnudas como tú y lo mismo se las hubiera podido sorprender en su baño!’

Al oír estas palabras de la hermana de Hassán, la bella Esplendor comprendió que debía renunciar a todo plan para evadirse, y se limitó a lanzar un prolongado suspiro de resignación. Y al punto corrió Botón-de-Rosa a llevarle un magnífico traje, con el cual la vistió...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima nonagésima noche

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viernes, 19 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima octava noche

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Y cuando llegó la 588ª noche

Ella dijo:

‘…se compadeció mucho de la pena del joven, y se echó a llorar con él. Luego le dijo: ‘¡Oh hermano mío, tranquiliza tu alma preciosa, refresca tus ojos y seca tus lágrimas! Porque te juro que estoy dispuesta a arriesgar mi vida querida y mi alma preciosa con tal de remediar lo que te ocurre y realizar tu deseo, haciéndote poseer a la desconocida a quien amas, ¡inschala!

Pero te recomiendo ¡oh hermano mío! que guardes secreto de esto y no digas una palabra de ello a mis hermanas, a cambio de perderte y de perderme contigo. Y si te hablaran de la puerta prohibida y te interrogasen con respecto de ella, diles: ‘¡No he visto esa puerta!’ Y si te hacen preguntas, anhelantes por verte tan pálido, les dirás: ‘¡Si estoy pálido es por haber sufrido en esta soledad durante tanto tiempo vuestra ausencia! ¡Y mi corazón ha trabajado mucho por causa vuestra!’ Y Hassán contestó: ‘¡Está bien! ¡Hablaré así, porque tu idea es excelente!’ Y besó a Botón-de-Rosa, y sintió que se le tranquilizaba el alma y se le dilataba el pecho al sentirse de aquel modo aliviado del gran temor que tenía de ver a su hermana enfadarse con él por lo de la puerta prohibida. Y tranquilo ya, respiró con libertad y pidió de comer.

Botón-de-Rosa le besó una vez más, y con lágrimas en los ojos se apresuró a reunirse con sus hermanas, a las cuales dijo: ‘¡Ay hermanas mías!, ¡mi pobre hermano Hassán está muy enfermo!

¡Desde hace diez días no ha entrado ningún alimento en su estómago, cerrado a causa de nuestra ausencia y de la desesperación en que está él sumido! Le dejamos solo aquí al pobre, sin nadie que le hiciera compañía, y entonces se ha acordado de su madre y de su patria, y sus recuerdos le llenaron de amargura. ¡Oh! ¡Mueve a compasión su suerte, hermanas mías!’

Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, las princesas, que estaban dotadas de un alma encantadora y pronta a conmoverse, se apresuraron a llevar de comer y de beber a su hermano; y se esforzaron por consolarle y reanimarle con su presencia y sus palabras; y para distraerle le contaron todas las fiestas y las maravillas que habían visto en el palacio de su padre, en el Gennistán. Y durante un mes entero no cesaron de prodigarle los más atentos y más tiernos cuidados, sin llegar, no obstante, a curarle por completo.

Al cabo de este tiempo, las princesas, con excepción de Botón-de-Rosa, que quiso quedarse en el palacio por no dejar solo a Hassan, salieron para ir de caza, según su costumbre; y elogiaron a su hermana pequeña por su atención para con su huésped. Y en cuanto ellas se marcharon, la joven ayudó a Hassán a levantarse, le cogió en brazos y le condujo a la terraza desde la cual se dominaba el lago. Y echándole sobre su seno, y haciéndole reposar la cabeza contra su hombro, le dijo: ‘Dime ahora, hermano mío, en cuál de esos pabellones que hay escalonados a orillas del lago has visto a la que te produce tanta tristeza’. Y Hassán contestó: ‘¡No fue en uno de esos pabellones donde la vi, sino en el agua del lago primeramente y después en el trono de ese estrado!’

Al oír estas palabras, la joven se puso muy pálida, y exclamó: ‘¡Oh, qué desgracia la nuestra!

¡Entonces ¡oh Hassán! se trata de la propia hija del rey de los genn, que reina en el vasto imperio en que mi padre no es más que uno de sus lugartenientes! Y el país en que reside nuestro rey se halla a una distancia infranqueable y rodeado de un mar que no pueden atravesar ni los hombres ni los genn. Y el rey tiene siete hijas, de las cuales la más pequeña es la que has visto. Y dispone de una guardia compuesta únicamente de guerreras vírgenes, de estirpe ilustre, cada una de las cuales manda un cuerpo de ejército de cinco mil amazonas. Y he aquí que la que has visto es precisamente la más hermosa y la más aguerrida de todas las jóvenes reales; y supera a todas las demás en valor y en destreza. ¡Se llama Esplendor!

A cada luna nueva viene a pasearse por aquí en compañía de las hijas de los chambelanes de su padre. En cuanto a esos mantos de plumas que las llevan por los aires cual si fuesen pájaros, pertenecen al guardarropa de las gennias. Y gracias a esos mantos vamos a poder lograr nuestro objeto. Porque has de saber ¡oh Hassán! que el único medio de que dispones para adueñarte de su persona consiste en apoderarte de esa vestidura encantada. Para ello no tienes más que esperar oculto aquí su vuelta; y te aprovecharás del momento en que haya bajado ella a bañarse en el lago, para quitarle el manto, sin llevarte otra cosa. ¡Y además la poseerás a ella misma! ¡Y guárdate mucho entonces de ceder a sus súplicas y de devolverle el manto, porque te perdería sin remisión, y también seríamos víctimas de su venganza todas nosotras, y nuestro padre con nosotras!

¡Lo mejor es que la cojas por los cabellos y la atraigas a ti, y se te someterá y te obedecerá! Y sucederá lo que suceda...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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jueves, 18 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima séptima noche

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Y cuando llegó la 587ª noche

Ella dijo:

‘...Y así era la joven que había subido a sentarse, real y desnuda, en el trono de oro a orillas del lago.

Cuando hubo reposado de su baño, dijo a sus compañeras, echadas junto a ella en el estrado: ‘¡Dadme mis ropas interiores!’ Y las jóvenes se acercaron, y por todo vestido le pusieron a los hombros un chal de oro, una gasa verde en los cabellos y un cinturón de brocado en torno del talle. ¡Y quedó ataviada de este modo! Y parecía una recién casada y estaba más maravillosa que una maravilla. Y Hassán la miraba, oculto tras los árboles de la terraza, y no obstante el deseo que le impulsaba a avanzar, no lograba hacer un movimiento, de tan inmóvil como le tenía su entusiasmo y de tan aniquilado como le tenía la emoción.

Y dijo la joven: ‘¡Oh princesas! ¡He aquí que llega la mañana, y ya es hora de que pensemos en marcharnos, pues nuestro país está lejos y ya hemos descansado bastante!’ Entonces la vistieron con su traje de plumas, se vistieron ellas de la misma manera, y echaron todas juntas a volar, iluminando el cielo de la mañana.

¡Eso fue todo!

Y Hassán, estupefacto, las seguía con la vista, y mucho rato después de desaparecer ellas, continuaba con los ojos fijos en el horizonte lejano, presa de la violencia de una pasión que jamás había encendido en su alma la contemplación de ninguna hija de la tierra. Y a lo largo de sus mejillas deslizáronse lágrimas de deseo y de amor, y exclamó: ‘¡Ah! ¡Hassán, infortunado Hassán! ¡He aquí que en adelante tendrás el corazón entre las manos de las hijas de los genn, tú a quien ninguna belleza pudo retenerte en tu patria!’

Y sumido en un profundo ensueño, y apoyada la mejilla en la mano, improvisó:

¿Qué mañana te acogerá, ¡oh desaparecida! bajo su rocío? ¡Vestida de luz y de belleza, te apareces a mí para torturarme el corazón y desaparecer!

¿Osaron afirmar que el amor está lleno de dulzura? ¡Ah! si es dulce este martirio, ¿qué no será, pues, la amargura de la mirra?

Y continuó suspirando de tal suerte, sin pegar los ojos, hasta que salió el sol. Luego bajó a orillas del lago y empezó a errar de aquí para allá, respirando en el aire fresco los efluvios que dejaron ellas. Y siguió consumiéndose durante todo el día en espera de la noche, para entonces subir a la terraza, aguardando que volvieran los pájaros.

Pero no vio nada aquella noche ni las demás noches. Y Hassán, desesperado, ya no quiso comer, ni beber, ni dormir, y no hizo otra cosa que enervarse más cada vez con su pasión por la desconocida. Y se desmejoró y palideció; y poco a poco le abandonaron sus fuerzas; y se dejó caer al suelo, diciéndose: ‘¡La propia muerte es preferible a esta vida de sufrimiento!’

Entretanto, las siete princesas, hijas del rey del Gennistán, regresaron de las fiestas a que las había convidado su padre. Y sin quitarse la ropa de viaje siquiera, la más joven corrió en busca de Hassán. Y le encontró en su habitación, tendido en el lecho, muy pálido y muy angustiado; y tenía cerrados los párpados, y a lo largo de sus mejillas corrían lágrimas lentamente. Y al ver aquello, la joven lanzó un grito doloroso, y se abalanzó a él y le rodeó con sus brazos, cual la hermana haría con el hermano, y le besó en la frente y en los ojos, diciéndole: ‘¡Oh bienamado hermano mío! ¡Por Alah, que mi corazón se derrite al verte en este estado! ¡Ah! ¡Dime qué mal sufres, para que dé yo con el remedio!’ Y con el pecho hinchado por sollozos, Hassán hizo con la cabeza y con la mano una seña que significaba: ‘¡No!’ Y no pronunció ni una sola palabra. Y bañada en lágrimas, y con caricias infinitas en la voz, le dijo la joven: ‘¡Créeme, hermano mío Hassán, alma de mi alma, delicia de mis párpados, que al ver tus ojos hundidos en sus órbitas por la delgadez, y borradas las rosas de tus mejillas queridas, la vida se me ha hecho odiosa y sin encanto!

¡Por la afección sagrada que nos une, te conjuro a que no ocultes tus penas y tu mal a una hermana que quisiera rescatar tu vida a costa de mil suyas!’ Y enloquecida, le cubría de besos y le tenía ambas manos apoyadas contra su pecho, y le suplicaba así, de rodillas junto a su cama. Y al cabo de algún tiempo, Hassán dejó escapar varios suspiros desgarradores, y con voz apagada improvisó estos versos:

¡Si miraras atentamente, sin que te explicaran, darías con la causa de mis sufrimientos!

¿Mas para qué enterarse de una enfermedad que no tiene remedio?

¡Mi corazón cambió de sitio y mis ojos no saben ya dormir! ¡Y lo que el amor ha transformado, sólo el amor lo puede restaurar!

Luego corrieron en abundancia las lágrimas de Hassán; y añadió él: ‘¡Ah, hermana mía! ¿cómo podrás socorrer a quien sufre por culpa suya? ¡Y, además, mucho me temo que tengas que dejarme morir de pena y de infortunio!’ Pero la joven exclamó: ‘¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh Hassán! ¿Qué dices? ¡Aunque tuviera mi alma que abandonar mi cuerpo, no podría evitar el venir en tu ayuda!’ Entonces dijo Hassán con sollozos en la voz: ‘¡Sabe, pues, ¡oh hermana mía Botón-de-Rosa! que hace diez días que no he tomado alimento, y fue por causa de tales y cuales cosas que me han sucedido!’ ¡Y le contó toda su aventura sin olvidar un detalle!

Cuando Botón-de-Rosa hubo oído el relato de Hassán, lejos de mostrarse enfadada, ya que tenía motivo para ello, se compadeció mucho de la pena del joven, y se echó a llorar con él...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima sexta noche

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Y cuando llegó la 586ª noche

Ella dijo:

‘Entonces Hassán subió a la terraza, que estaba cubierta de plantas y de arbustos cual un jardín, y allá, bajo la claridad milagrosa de la luna, en medio del silencio de la tierra, vio extenderse el paisaje más hermoso que encantó nunca a ojos humanos. A sus pies, dormido en la serenidad, aparecía un gran lago donde se miraba toda la belleza del cielo, y en los rizos deliciosos del agua, sonreía la orilla con ramajes temblorosos de laureles, con mirtos en flor, con almendros coronados por su nieve, con guirnaldas de glicinas, y cantaba el himno de la noche con todas las lenguas de sus pájaros. Y el cendal de seda, rodeado de arbolados, iba a bañar más lejos los cimientos de un palacio de extraña arquitectura, de cúpulas diáfanas, surgido en la transparencia y el cristal de los cielos. Y desde aquel palacio avanzaba hasta el agua, por una escalera de mármol y mosaico, un estrado real construido con franjas alternadas de piedras de rubí, piedras de esmeralda, piedras de plata y piedras de oro. Y encima de este estrado se estiraba, sostenido por cuatro ligeros pilares de alabastro rosa, un velo grande de seda verde que protegía con la dulzura de su sombra un trono de madera de áloe y de oro, de un trabajo exquisito, a lo largo del cual trepaba una parra con pesados racimos cuyos granos eran perlas gruesas como huevos de paloma.

Y todo estaba rodeado por un enrejado de chapas de oro y de plata. Y vivían en aquellas cosas puras tal armonía y tal belleza, que ningún hombre, aunque fuese Khosroes o Kaissar, hubiese podido adivinar o realizar análogos esplendores.

Así es que Hassán, deslumbrado, no osaba moverse por temor de turbar la paz deliciosa de aquellos lugares, cuando, de improviso, vio destacarse del cielo y acercarse visiblemente al lago una bandada de pájaros muy grandes. Y he aquí que fueron a posarse en la orilla del agua; y eran diez; y arrastraban por la hierba sus hermosas plumas blancas y espesas, mientras ellos se balanceaban con indolencia al andar. Y en todos sus movimientos parecían obedecer a un pájaro mayor y más hermoso que todos ellos, que se había dirigido lentamente al estrado y se había subido al trono. Y de pronto los diez a la vez se despojaron de sus plumas con un gracioso ademán. Y cuando arrojaron aquellos mantos, salieron de ellos diez lunas de belleza pura bajo la forma de diez jóvenes desnudas por completo. Y saltaron risueñas al agua, que las recibió con un cabrillear de pedrerías. Y se bañaron con entusiasmo, retozando entre sí; y la más hermosa las perseguía, las atrapaba y se enlazaba con ellas en mil caricias, y las hacía cosquillas y las mordisqueaba con mil risas y mimos.

Cuando acabaron su baño, salieron del lago; y la más bella subió al estrado y fue a sentarse en el trono, sin tener más vestido que su cabellera. Y al contemplar sus encantos, sintió Hassán que se le huía la razón, y pensó: ‘¡Ah! ¡Bien sé ahora por qué me prohibió mi hermana Botón-de- Rosa abrir esa puerta! ¡He aquí que perdí mi reposo para siempre!’ Y continuó detallando las diversas bellezas de la joven desnuda. ¡Qué maravillas no vio! ¡Ah! ¡En verdad que era, a no dudar, la cosa más perfecta salida de los dedos del Creador! ¡Oh su espléndida desnudez! Superaba a las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de sus ojos negros, y a la araka en la esbeltez de su talle. Su cabellera de tinieblas era una noche de invierno, espesa y negra. Su boca, que emulaba a la rosa, era el sello de Soleimán. Sus dientes de marfil joven eran un collar de perlas o de granizos de igual tamaño; su cuello era un lingote de plata; su vientre tenía rincones y escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su ombligo poseía la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus muslos eran pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador, semejante a un conejo sin orejas, aparecía una historia llena de gloria, con su terraza y su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las penas negras. Y también se la hubiera podido tomar por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada sobre una base sólida, o por una taza de plata colocada al revés.

Y a una joven así se le podrían aplicar estos versos del poeta:

¡Vino a mí la joven!, vestida con su belleza cual el rosal con sus rosas, y con los senos firmes, ¡oh granadas! Y exclamé: ‘¡He aquí la rosa y las granadas!’

¡Me había equivocado! ¡Qué error ¡oh joven! fue comparar tus mejillas a las rosas y tus senos a las granadas! ¡Pues ni las rosas de los rosales ni las granadas de los jardines merecen la comparación!

¡Porque se puede aspirar las rosas y coger las granadas! pero a ti, ¡oh virginal! ¿Quién puede envanecerse de olerte o de tocarte?

Y así era la joven que había subido a sentarse, real y desnuda, en el trono a orillas del lago...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima octogésima séptima noche

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martes, 16 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima quinta noche

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Y cuando llegó la 585ª noche

Ella dijo:

‘...Y Hassán, que no veía en ello ningún inconveniente, se lo juró de corazón amistoso. Y vivió con ellas en aquel palacio lleno de maravillas, y desde aquel momento fue su acompañante en todas sus partidas de caza y en sus paseos. Y se regocijaba y se felicitaba de tener hermanas tan encantadoras y tan deliciosas; y ellas se maravillaban de tener un hermano tan arrogante y milagroso. Y pasaban sus días retozando juntos por los jardines y a lo largo de los arroyos; y por la noche se instruían mutuamente, contándoles Hassán las costumbres de su país natal, y contándole las jóvenes la historia de los genns, de los mareds y de los efrits. Y aquella vida agradable le volvía más hermoso cada día, y daba a su rostro todo el aspecto de la luna. Y su amistad fraternal con las siete hermanas, especialmente con la joven Botón-de-Rosa, se consolidó hasta llegar a ser cual la fraternidad de los hijos nacidos del mismo padre y de la misma madre.

Pero un día en que todos estaban sentados cantando en un bosquecillo, divisaron una gran polvareda que ocultaba el cielo y cubría la faz del sol; y avanzaba rápidamente con un ruido de trueno. Y las siete princesas, poseídas de espanto, dijeron a Hassán: ‘¡Oh! ¡Corre a esconderte en seguida en el pabellón del jardín!’ Y Botón-de-Rosa le cogió de la mano y fue a esconderle en el pabellón. ¡Y he aquí que se disipó la polvareda y tras ella apareció un cuerpo de ejército entero de genns y de mareds! Porque era una escolta que enviaba a sus hijas el rey del Gennistán para llevarlas con él a que asistieran a los grandes festejos que tenía intención de dar en honor de un rey vecino.

Al enterarse de esta noticia, Botón-de-Rosa corrió en busca de Hassán al escondrijo y le besó, con lágrimas en los ojos y con el pecho agitado por hipos dolorosos, y le explicó su marcha y la de sus hermanas, y le dijo: ‘¡Pero ¡oh hermano mío bienamado! espera nuestro regreso en este palacio, del cual eres dueño absoluto! ¡Y aquí tienes las llaves de todas las habitaciones!’ Y le entregó las llaves, añadiendo: ' ¡Únicamente te suplico, ¡ya Hassán! y te conjuro a ello por tu alma cara, que no abras la habitación cuya llave tiene como señal esta turquesa incrustada!' Y le enseñó la llave consabida. Y Hassán, muy apenado por la marcha de ella y de sus hermanas, la besó llorando y le prometió que esperaría su regreso sin moverse, y que no abriría la puerta cuya llave tenía como señal la turquesa incrustada. Y la joven y sus seis hermanas, que habían ido al escondrijo para reunirse con ella, se despidieron de Hassán con un adiós lleno de ternura, y le besaron todas, una tras de otra, y después se pusieron en camino para el país de su padre, rodeadas de su escolta.

En cuanto a Hassán, cuando se vio solo en el palacio, se sintió poseído de una gran melancolía; y como se encontraba en la soledad después de la encantadora compañía de sus siete hermanas, se le oprimió mucho el pecho; y para distraerse y calmar sus penas, empezó a visitar, una tras de otra, las habitaciones de las jóvenes. Y al ver el sitio que ocuparon ellas y los hermosos objetos que les pertenecían, se le exaltaba el alma y palpitaba de emoción su corazón. Y de tal suerte llegó a la puerta que se abría con la llave que tenía como señal la turquesa incrustada. Pero no quiso servirse de ella, y se volvió sobre sus pasos.

Luego pensó: ‘¿Quién sabe por qué me habría recomendado de esa manera mi hermana Botón-de-Rosa que no abriese esa puerta? ¿Qué podrá haber de misterioso ahí dentro para que se me haya impuesto semejante prohibición? ¡Pero, ya que tal es la voluntad de mi hermana, sólo me resta responder con el oído y la obediencia!’ Y se retiró, y como caía ya la noche y le pesaba la soledad, fue a acostarse para dormir su pena. Pero no pudo cerrar los ojos, de tanto como le obsesionaba aquella puerta prohibida; y tan intensamente le torturaba este pensamiento, que se dijo: ‘¿Y si fuera a abrirla, a pesar de todo?’ Pero pensó: ‘¡Más vale esperar la mañana!’ Luego, no pudiendo esperar ya sin dormir, se levantó, diciéndose: ‘¡Prefiero ir ya, a abrir esa puerta y ver qué encierra el aposento a que da entrada, aunque deba encontrar allí la muerte!’ Y levantándose, encendió una antorcha y se dirigió a la puerta prohibida. E hizo entrar la llave en la cerradura, que cedió sin dificultad; y la puerta se abrió sin ruido, como por sí misma; y Hassán penetró en la estancia a que la tal puerta daba acceso.

Pero en vano miró por todos lados, pues no vio absolutamente nada en un principio. Mas, al dar la vuelta al aposento, vio en un rincón, adosada al muro, una escala de madera negra que desaparecía por un gran agujero abierto en el techo. Y Hassán, sin vacilar, depositó en el suelo su antorcha, y trepando por la escala, subió hasta el techo y se metió por el agujero. Y una vez que introdujo por el agujero la cabeza, se vio al aire, al nivel de una terraza situada sobre el techo de la habitación.

Entonces Hassán subió a la terraza, que estaba cubierta de plantas y de arbustos cual un jardín, y allá, bajo la claridad milagrosa de la luna, en medio del silencio de la tierra, vio extenderse el paisaje más hermoso que encantó nunca a ojos humanos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima octogésima sexta noche

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Valram

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