jueves, 21 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes.

Edición especial.

Los tomos I al VI que traté de enviar a los correos electrónicos de aquéllos suscriptores que tuvieron la paciencia de esperar cada publicación, como forma de agradecimiento por su preferencia y con el propósito de que puedan agregarlo a su colección de obras de la literatura universal, y, en un momento dado, hacerlo llegar a amigos y familiares interesados en conocerla, fallaron en su entrega en un gran número de suscriptores. Probablemente por haber sido tomado como correo spam por el mismo Gmail o por los servidores de correo de los usuarios.

Es por esa razón que cambio el procedimiento para hacerles llegar los tomos de referencia, por lo que les pido, atentamente, dirigirse al siguiente enlace para bajarlos:



(http://www.sendspace.com/file/lov7di)

Esta edición, aunque tienen algunas modificaciones en relación a la forma de su presentación,
respeta irrestrictamente el contenido original, inclusive algunas faltas de ortografía.

El servidor SenSpace donde se han alojado los archivos (en realidad es uno, comprimido, con los seis tomos), sólo los guarda por un tiempo limitado, alrededor de siete días si no tienen movimiento, por lo que, si alguien encuentra con que ya no están dispooonibles, no duden en solicitarlos a los correos que abajo pongo a su disposición.

Reciban un saludo.

Raúl Mendoza Salgado (Valram)
La Paz, Baja California Sur, México
mailto:valramendoza@gmail.com
mailto:raul@californax.com

martes, 19 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. Conclusión

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Conclusión

Y tras contar así esta historia, añadió Schehrazada: ‘Y ésta es ¡oh rey afortunado! la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra. Y la he contado como llegó a mí: ¡Pero Alah es más sabio!’. Luego se calló.

Entonces exclamó el rey Schahriar: ‘¡Oh Schehrazada! ¡Cuán espléndida es esa historia! ¡Oh! ¡Qué admirable es! Me has instruido, ¡oh docta y discreta! y me has hecho ver los acontecimientos que les sucedieron a otros que yo, y considerar atentamente las palabras de los reyes y de los pueblos pasados, y las cosas extraordinarias o maravillosas o sencillamente dignas de reflexión que les ocurrieron. Y he aquí en verdad, que, después de haberte escuchado durante estas mil noches y una noche, salgo con un alma profundamente cambiada y alegre y embebida del gozo de vivir. Así, pues, ¡gloria a quien te ha concedido tantos dones selectos, ¡oh bendita hija de mi visir! ha perfumado tu boca y ha puesto la elocuencia en tu lengua y la inteligencia detrás de tu frente!'.

Y la pequeña Doniazada se levantó por completo de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a arrojarse en los brazos de su hermana, y exclamó: ‘¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡Cuán dulces y encantadoras y deliciosas e instructivas y emocionantes y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Oh! ¡Qué hermosas son tus palabras, hermana mía!’.

Y Schehrazada se inclinó hacia su hermana, y, al besarla, le deslizó al oído algunas palabras que sólo oyó ésta. Y al punto la chiquilla desapareció, como el alcanfor.

Y Schehrazada se quedó sola, durante unos instantes, con el rey Schahriar. Y cuando se disponía él, en el límite del contento, a recibir en sus brazos a su maravillosa esposa, he aquí que se abrieron las cortinas y reapareció Doniazada, seguida de una nodriza que llevaba a dos gemelos colgados de sus senos, en tanto que un tercer niño marchaba a cuatro pies detrás de ella.

Y Schehrazada, sonriendo, se encaró con el rey Schahriar, y le puso delante a los tres pequeñuelos, después de estrecharlos contra su pecho, y con los ojos húmedos de lágrimas le dijo: ‘¡Oh rey del tiempo! he aquí a los tres hijos que en estos tres años te ha deparado el Retribuidor por mediación mía’.

Y mientras el rey Schahriar besaba a sus hijos, penetrado de una alegría indecible y conmovido hasta el fondo de sus entrañas, Schehrazada continuó: ‘Tu hijo mayor tiene ahora dos años cumplidos, y estos dos gemelos no tardarán en tener un año de edad. (¡Alah aleje de los tres el mal de ojo!)’

Y añadió: 'Sin duda, te acordarás ¡oh rey del tiempo! de que estuve indispuesta veinte días entre las seiscientas sesenta y nueve noches y las setecientas. Pues entonces precisamente fue cuando di a luz a estos dos gemelos, cuyo alumbramiento me ha fatigado mucho más que el de su hermano mayor, el año anterior. Porque tan poco molesta estuve en mi primer parto, que pude continuarte sin interrupción la historia, empezada a la sazón, de la Docta Simpatía’.

Y tras de hablar así, se calló.

Y el rey Schahriar, que estaba en el límite extremo de la emoción, paseaba sus miradas de la madre a los hijos y de los hijos a la madre, y no podía pronunciar ni una sola palabra.

Entonces, después de besar a los niños por vigésima vez, la tierna Doniazada se encaró con el rey Schahriar y le dijo: ‘Y ahora, ¡oh rey del tiempo! ¿Vas a hacer cortar la cabeza a mi hermana Schehrazada, madre de tus hijos, dejando así huérfanos de madre a estos tres reyezuelos que ninguna mujer podrá amar y cuidar con el corazón de una madre?’

Y el rey Schahriar dijo, entre dos sollozos, a Doniazada: ‘Calla, ¡oh niña! y estate tranquila’. Luego, logrando dominar un poco su emoción, se encaró con Schehrazada y le dijo: ‘¡Oh Schehrazada! ¡Por el Señor de la piedad y de la misericordia, que ya estabas en mi corazón antes del advenimiento de nuestros hijos! Porque supiste conquistarme con las cualidades de que te ha adornado tu Creador y te he amado en mi espíritu porque encontré en ti una mujer pura, piadosa, casta, dulce, indemne de toda trapisonda, intacta en todos sentidos, ingenua, sutil, elocuente, discreta, sonriente y prudente. ¡Ah! ¡Alah te bendiga, y bendiga a tu padre y a tu madre y tu raza y tu origen!’

Y añadió: ‘¡Oh Schehrazada! Esta noche, que es la miliunésima, a contar del momento en que te vi por vez primera, es para nosotros una noche más blanca que el rostro del día’. Y así diciendo, se levantó y la besó en la cabeza.

Y Schehrazada cogió entonces la mano de su esposo el rey, y se la llevó a los labios, al corazón y a la frente, y dijo: ‘¡Oh rey del tiempo! te suplico que llames a tu viejo visir, a fin de que su razón se tranquilice por lo que a mí respecta y se regocije en esta noche bendita’.

Y el rey Schahriar mandó al punto llamar a su visir, quien, persuadido de que aquella era la noche fúnebre escrita en el destino de su hija, llegó llevando al brazo el sudario destinado a Schehrazada. Y el rey Schahriar se levantó en honor suyo, y le besó entre ambos ojos, y le dijo: ‘¡Oh padre de Schehrazada! ¡Oh visir de posteridad bendita! he aquí que Alah ha elegido a tu hija para salvación de mi pueblo; y por mediación de ellas, ha hecho entrar en mi corazón el arrepentimiento’. Y tan trastornado de alegría quedó el padre de Schehrazada al ver y oír aquello, que se cayó desmayado. Y acudieron a auxiliarle, y le rociaron con agua de rosas, y le hicieron recobrar el conocimiento. Y Schehrazada y Doniazada fueron a besarle la mano. Y él las bendijo. Y pasaron aquella noche juntos entre transportes de alegría y expansiones de dicha.

Y el rey Schahriar se apresuró a enviar correos rápidos en busca de su hermano Schahzamán, rey de Samarkanda Al-Ajam. Y el rey Schahzamán contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ir al lado de su hermano mayor, que había salido a su encuentro, a la cabeza de un magnífico cortejo, en medio de la ciudad enteramente adornada y empavesada, en tanto que en los zocos y en las calles se quemaban incienso, alcanfor sublimado, áloe, almizcle indio, nadd y ámbar gris, y los habitantes se teñían frescamente las manos con henné y el rostro con azafrán, y los tambores, las flautas, los clarinetes, los pífanos, los platillos y los tímpanos hacían resonar el aire como en los días de fiestas mayores.

Y después de las expansiones propias del encuentro, y mientras se daban regocijos y festines enteramente a costa del tesoro, el rey Schahriar llamó aparte a su hermano el rey Schahzamán, y le contó cuanto en aquellos tres años le había sucedido con Schehrazada, la hija del visir. Y le dijo en resumen todo lo que de ella había aprendido y oído en máximas, palabras hermosas, historias, proverbios, crónicas, chistes, anécdotas, rasgos encantadores, maravillas, poesías y recitados. Y le habló de su belleza, de su cordura, de su elocuencia, de su sagacidad; de su inteligencia, de su pureza, de su piedad, de su dulzura, de su honestidad, de su ingenuidad, de su discreción y de todas las cualidades de cuerpo y alma con que la había adornado su Creador. Y añadió: ‘¡Y ahora es mi esposa legítima y la madre de mis hijos!’

¡Eso fue todo!

Y el rey Schahzamán se asombraba prodigiosamente y se maravillaba hasta el límite de la maravilla. Luego dijo al rey Schahriar: ‘¡Oh hermano mío! siendo así, yo también quiero casarme. Y tomaré a la hermana de Schehrazada, a esa pequeñuela cuyo nombre no conozco. Y así seremos dos hermanos carnales casados con dos hermanas carnales’. Luego añadió: ‘Y de ese modo, con dos esposas seguras y honradas, olvidaremos nuestra desgracia anterior. Pues, por lo que respecta a la antigua calamidad consabida, empezó por alcanzarme a mí el primero; después, por causa mía, te alcanzó a ti a tu vez. Y si no se hubiese descubierto mi desgracia, no te hubieras tú enterado, ni por asomo, de la tuya. ¡Ay! ¡Oh hermano mío! en estos tres últimos años lo he pasado muy mal. Jamás pude gustar realmente el amor. Porque, siguiendo tu ejemplo, cada noche tomaba a una muchacha virgen, y por la mañana mandaba matarla, para hacer expiar a la raza de las mujeres la calamidad que nos había alcanzado a ambos. Pero ahora también quiero seguir el ejemplo que me das, y casarme con la segunda hija de tu visir’.

Cuando el rey Schahriar oyó estas palabras de su hermano se tambaleó de alegría, y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y fue en busca de su esposa Schehrazada, y la puso al corriente de lo que acababan de hablar él y su hermano. Y así fue como le notificó que el rey Schahzamán se hacía novio oficial de su hermana Doniazada.

Y Schehrazada contestó: ‘¡Oh rey del tiempo! damos nuestro consentimiento, pero con la condición expresa de que tu hermano el rey Schahzamán habite en adelante con nosotros. Porque ni por una hora podría yo separarme de mi hermana pequeña. Yo soy quien la ha educado; y ella no puede dejarme, como yo no puedo dejarla. Por tanto, si tu hermano acepta esta condición, desde este instante mi hermana es su esclava. Si no, nos quedamos con ella.

Entonces el rey Schahriar fue en busca de su hermano, con la respuesta de Schehrazada. Y el rey de Samarkanda exclamó: ‘Por Alah, ¡oh hermano mío! que ésa era precisamente mi intención. ¡Porque tampoco yo podría ya separarme de ti, aunque sólo fuera una hora! En cuanto al trono de Samarkanda, Alah le escogerá y le enviará a quien quiera. Pues, por mi parte, no pienso en reinar allá más, y no me moveré de aquí’.

Al oír estas palabras, el rey Schahriar no tuvo límites para su alegría y contestó:

‘¡Eso es lo que yo anhelaba! ¡Loado sea Alah, ¡oh hermano mío! que por fin nos ha reunido después de larga separación!’

Y acto seguido se envió a buscar al kadí y a los testigos. Y se extendió el contrato de matrimonio del rey Schahzamán con Doniazada, la hermana de Schehrazada. Y así fue como se casaron los dos hermanos con las dos hermanas.

Y entonces fue cuando los regocijos y las iluminaciones llegaron a su apogeo, y durante cuarenta días y cuarenta noches toda la ciudad comió y bebió y se divirtió a costa del tesoro.

En cuanto a los dos hermanos y a las dos hermanas, entraron en el hammam, y se bañaron con agua de rosas y con agua de flores y con agua de sauce aromático y con agua perfumada de almizcle, y se quemó a sus pies madera de aigle y de áloe.

Y Schehrazada peinó y trenzó los cabellos de su hermana menor, y los roció de perlas. Luego le puso un traje de tela antigua del tiempo de los Khosroes, brochada de oro rojo, y adornada aparte del tejido, con bordados que representaban, en sus colores naturales, animales ebrios y aves desfallecidas. Y le puso al cuello un collar feérico. Y así bajo los dedos de su hermana, Doniazada quedó más hermosa que pudiera estar nunca la esposa de Iskandar el de los Dos Cuernos.

Así es que cuando los dos reyes salieron del hammam y se sentaron en sus tronos respectivos, el cortejo de la recién casada, compuesto por esposas de emires y dignatarios, se formó en dos filas inmóviles, una a la derecha y otra a la izquierda de ambos tronos. Y las dos hermanas hicieron su entrada, sosteniéndose una a otra, semejantes a dos lunas en una noche de luna llena.

Entonces avanzaron hacia ellas las más nobles entre las damas presentes. Y cogieron de la mano a Doniazada, y después de quitarle los trajes que llevaba, la pusieron un traje de raso azul, de un tinte ultra marino, que arrebataba la razón. Y quedó ella como lo describiera el poeta en estos versos:

¡Se adelanta vestida con un traje azul ultramarino, y creeríasela un fragmento arrancado del azul de los cielos!

¡Sus ojos son sables famosos, y bajo sus párpados tiene miradas llenas de hechicería!

¡Sus labios son una colmena de miel, sus mejillas un parterre de rosas y su cuerpo una corola de jazmín!

¡Al ver la finura de su talle y su encantadora grupa redondeada en la tranquilidad, se la confundiría con el tallo del bambú clavado en un montículo de movible arena!

Y su esposo el rey Schahzamán se levantó y descendió a mirarla el primero. Y cuando la hubo admirado así vestida, volvió a subir a su trono. Y Schehrazada, ayudada por las damas del cortejo, puso a su hermana un traje de seda color de albaricoque. Luego la besó, y la hizo pasar por delante del trono del esposo. Y así, más encantadora que con su primer traje, era de todo punto la que ha descrito el poeta:

¡La luna de verano en medio de una noche de invierno no es más hermosa que tu llegada, ¡oh joven!

Las trenzas sombrías de tus cabellos, que te entorpecen los talones, y las bandas de tinieblas que te ciñen la frente, me hacen decirte: ¡Ensombreces la aurora con el ala de la noche!’ Pero me contestas: ‘¡No! ¡No! ¡Es una simple nube que oculta la luna!’

Y el rey Schahzamán descendió a mirar a Doniazada, la recién casada, y la admiró por todos lados. Y tras de disfrutar así el primero con la contemplación de su belleza, volvió a sentarse al lado de su hermano Schahriar. Y Schehrazada, después de besar a su hermana pequeña, le quitó su traje color de albaricoque y la vistió con una túnica de terciopelo granate, y la puso como dice de ella el poeta en estas dos estrofas.

¡Te contoneas ¡oh llena de gracia! en tu túnica granate, ligera como la gacela; y a cada uno de tus movimientos tus párpados nos lanzan flechas mortales!

¡Astro de belleza, tu aparición llena de gloria los cielos y las tierras, y tu desaparición extendería tinieblas sobre la faz del Universo!

Y de nuevo Schehrazada y las damas de honor hicieron a la desposada dar la vuelta a la sala lentamente y a pasos contados. Y cuando Schahzamán la hubo considerado y se hubo maravillado, la hermana mayor la vistió con un traje de seda amarillo limón, rayado con dibujos a lo largo. Y la besó y la estrechó contra su pecho. Y Doniazada era exactamente aquella de quien el poeta había dicho:

¡Aparece como la luna llena en la serenidad de las noches, y sus miradas hechiceras alumbran nuestro camino!

¡Pero si me acerco, para calentarme al fuego de sus ojos, me rechazan dos centinelas: sus dos senos erectos y duros como la piedra!

Y Schehrazada la paseó, a pasos lentos, por delante de los dos reyes y de todos los invitados. Y el recién casado se aproximó a mirarla muy de cerca y volvió a subir a su trono, encantado. Y Schehrazada la besó largamente, le cambió sus vestidos y le puso un traje de raso verde brochado de oro y sembrado de perlas. Y le arregló simétricamente los pliegues, y le ciñó la frente con una ligera diadema de esmeraldas. Y Doniazada, aquella rama de ban alcanforada, dio la vuelta a la sala, sostenida por su querida hermana. Y fue un encanto. Y no ha mentido el poeta cuando ha dicho de ella:

¡Las hojas verdes ¡oh joven! no velan de manera más encantadora la flor roja de la granada, que te vela a ti tu verde túnica!

Y le dije: ‘¿Cuál es el nombre de ese vestido, ¡oh joven!?’ Ella me dijo: ‘No tiene nombre: es mi camisa’.

Y exclamé: ‘¡Qué maravillosa es tu camisa, que nos traspasa el hígado! ¡En adelante la llamaré la camisa punzadora del corazón!’

Luego Schehrazada cogió a su hermana por el talle, y se encaminó lentamente con ella, entre las dos filas de invitadas y ante los dos reyes, a los aposentos interiores. Y la desnudó y la preparó y la acostó y le recomendó lo que tenía que recomendarle. Después la besó llorando, porque era la primera vez que se separaba de ella una noche. Y Doniazada lloró también, besando mucho a su hermana. Pero como iban a verse por la mañana, tomaron su dolor con paciencia, y Schehrazada se retiró a sus habitaciones.

Y aquella noche fue para los dos hermanos y las dos hermanas la continuación de las mil y una noches, por la alegría, la felicidad y la blancura. Y se convirtió en efemérides de una era nueva para los súbditos del rey Schahriar.

Y cuando llegó la mañana posterior a aquella noche bendita, y los dos hermanos, al salir del hammam, se reunieron de nuevo con las dos hermanas bienaventuradas, y así que los cuatro estuvieron juntos, el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, pidió permiso para entrar, y fue introducido al punto. Y ambos se levantaron en honor suyo; y sus dos hijas fueron a besarle la mano. Y deseó él larga vida a sus yernos, y les pidió órdenes para el día.

Pero le dijeron: ‘¡Oh padre nuestro! queremos que en adelante seas tú el que tenga que dar órdenes, sin recibirlas nunca. Por eso, de común acuerdo, te nombramos rey de Samarkanda Al-Ajam’ Y dijo Schahzamán: ‘Sí, pues he renunciado a la realeza’. Y Schahriar dijo a su hermano: ‘Pero esa condición ¡oh hermano mío! de que me ayudes en los asuntos de mi reino, aceptando el compartir conmigo la realeza, para lo cual gobernaremos por turno, yo un día y tú otro día’. Y Schahzamán dio a su hermano mayor la respuesta que convenía, diciendo: ‘Escucho y obedezco’.

Entonces las dos hermanas se arrojaron al cuello de su padre el visir, que las besó y besó a los tres hijos de Schehrazada, y se despidió tiernamente de todos.

Luego partió para su reino, a la cabeza de una escolta magnífica. Y Alah le escribió la seguridad, y le hizo llegar sin contratiempo a Samarkanda Al-Ajam. Y se regocijaron con su llegada los habitantes de Samarkanda. Y reinó sobre ellos con toda justicia, y fue un gran rey entre los reyes. Y esto es lo referente a él.

Pero en cuanto al rey Schahriar, se apresuró a llamar a los escribas más hábiles de los países musulmanes y a los analistas más renombrados, y les dio orden de escribir cuanto le había sucedido con su esposa Schehrazada, desde el principio hasta el fin, sin omitir un solo detalle.

Y pusieron manos a la obra, y de tal suerte escribieron con letras de oro treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos. Y llamaron a esta serie de maravillas y de asombros: EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE.

Luego, por orden del rey Schahriar, sacaron un gran número de copias fieles, que difundieron por los cuatro costados del Imperio para que sirvieran de enseñanza a las generaciones.

Respecto al manuscrito original, lo depositaron en el armario de oro del reino, bajo la custodia del visir del tesoro.

Y el rey Schahriar y su esposa la reina Schehrazada, aquella bienaventurada, y el rey Schahzamán y su esposa Doniazada, aquella encantadora, vivieron entre delicias, felicidades y alegrías durante años y años, con días más admirables que los anteriores y noches más blancas que el rostro de los días, hasta la llegada de la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y la Constructora de tumbas, ¡la Inexorable, la Inevitable!

Y tales son las historias espléndidas llamadas MIL NOCHES Y UNA NOCHE, con lo que en ellas hay de cosas extraordinarias, enseñanzas, maravillas, prodigios, asombros y belleza.

Pero Alah es más sabio. Y sólo Él puede discernir en todo ello lo que es verdad y lo que no es verdad. ¡Él es el Omnisciente!

¡Loores y gloria, hasta el fin de los tiempos al que permanece intangible en Su eternidad, cambia a Su antojo los acontecimientos, y no experimenta ningún cambio, al Dueño de lo Visible y de lo Invisible, al Único Viviente! ¡Y la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones para el elegido por el supremo Potentado de ambos mundos, para nuestro señor Mahomed, Príncipe de los Enviados, joya del Universo!

¡Pidámosle un dichoso y bienaventurado F I N!

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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Valram

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lunes, 18 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La milésima primera noche

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Pero cuando llegó la 1001ª noche

Y cuando el rey Schahriar acabó su cosa acostumbrada con Schehrazada, la joven Doniazada dijo a su hermana: ‘Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes sueño, apresúrate a contarnos la continuación de la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra’. Y Schehrazada acarició los cabellos de su hermana, y dijo: ‘¡De todo corazón amistoso, y como homenaje debido a este rey magnánimo, señor nuestro!’.

Y prosiguió la historia en estos términos:

...y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños.

Y, desde entonces, el príncipe Jazmín ejerció exteriormente el oficio de pastor e interiormente se ocupaba de amor. Y por el día llevaba a pastar a los bueyes y a las ovejas hasta una distancia de tres o cuatro parasangas; y al oscurecer los llamaba con los sones de su flauta y los volvía a los establos del rey. Y por la noche habitaba el jardín en compañía de su bienamada Almendra, rosa de la excelencia. Y esta era su ocupación constante.

Pero ¿quién puede afirmar que la dicha más oculta permanecerá siempre al abrigo de las miradas envidiosas de los censores?

En efecto, la atenta Almendra tenía costumbre de hacer llegar a manos de su amigo, en el bosque, la bebida y la comida necesarias. Y un día, aquella imprudente del amor fue, a escondidas, a llevarle por sí misma una bandeja de golosinas tan deliciosas como sus labios de azúcar, frutas, nueces y alfónsigos, todo cuidadosamente colocado en hojas de plata. Y le dijo, ofreciéndole aquellas cosas:

‘¡Que sea para ti dulce y de fácil digestión este alimento que conviene a tu boca delicada! ¡Oh papagayo de lenguaje dulce y que no debiera comer más que azúcar!’. Dijo, y desapareció como el alcanfor.

Y cuando aquella almendra sin corteza desapareció como el alcanfor, el pastor Jazmín se dispuso a probar aquellas golosinas preparadas por los dedos de la hija del rey. Entonces vio acercarse a él al propio tío de su bienamada, un anciano hostil y malintencionado, que se pasaba los días abominando de todo el mundo e impidiendo a los músicos tocar y a los cantores cantar. Y cuando llegó junto al joven, le miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de sí, en la bandeja del rey. Y Jazmín, que no era desconfiado, creyó que el anciano tenía gana de comer. Y abrió su corazón, generoso como la rosa de otoño, y le regaló toda la bandeja de golosinas.

Y el calamitoso anciano se retiró al punto para ir a enseñar aquellas golosinas y aquella bandeja al padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y de tal suerte le dio la prueba de las relaciones entre Almendra y Jazmín.

Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al límite de la cólera, y llamando a su hija, le dijo: ‘¡Oh vergüenza de tus padres! ¡Has arrojado el oprobio sobre nuestra raza! Hasta este día nuestra morada estuvo libre de malas hierbas y de las espinas de la vergüenza. Pero tú me has lanzado el nudo corredizo de la trapisonda y me has cogido en él. Y con los modales mimosos que para mí tenías, has velado la lámpara de mi inteligencia. ¡Ah! ¿Qué hombre podrá decir que está a salvo de las estratagemas de las mujeres? Y el Profeta bendito (con Él la plegaria y la paz) ha dicho, hablando de ellas: ‘¡Oh creyentes! ¡Tenéis enemigos en vuestras esposas y en vuestras hijas! Son defectuosas en cuanto afecta a la razón y a la religión. Han nacido torcidas. Las reprenderéis, y a las que os desobedezcan las pegaréis’. ¿Cómo voy a tratarte, pues, ahora que tan inconvenientemente has obrado con un extranjero, guardián de rebaños, cuya unión no conviene a hijas de reyes? Dime si debo hacer volar de un tajo de mi espada tu cabeza y la suya y abrasar vuestra noble existencia en el fuego de la muerte’. Y como ella llorase, añadió él: ‘Retírate en seguida de mi presencia, y ve a enterrarte detrás de la cortina del harén. Y no vuelvas a salir de allí sin mi permiso’.

Y tras de castigar de tal suerte a su hija Almendra, el rey Akbar dio orden de hacer desaparecer al guardián de los rebaños. Y he aquí que en las cercanías de la ciudad había un bosque, terrible refugio de animales espantosos. Y los hombres más bravos se sentían poseídos de temor al oír pronunciar el nombre de aquella selva, y se quedaban paralizados y con los pelos de punta. Y allá, la mañana parecía noche, y la noche era semejante a la llegada siniestra de la Resurrección. Y entre otros animales espantosos, había allí dos cerdos-gamos que eran el horror de los cuadrúpedos y de las aves, y que a veces hasta llegaban a sembrar la devastación en la ciudad.

Y los hermanos de la princesa Almendra, por orden del rey, enviaron al infortunado Jazmín a aquel lugar de desgracia, con la intención de hacerle perecer. Y el joven, sin sospechar lo que le esperaba, condujo allá sus bueyes y sus ovejas. Y entró en aquella selva a la hora en que aparecía en el horizonte el astro de dos cuernos y cuando el etíope de la noche volvía el rostro para ponerse en fuga. Y dejando pacer a los animales a su antojo, se sentó en una piedra blanca que había tirado en tierra, y cogió su flauta, manantial de embriaguez.

Y he aquí que, guiados por el olfato, los dos terribles cerdos-gamos llegaron de repente al claro donde estaba Jazmín, rugiendo a imitación de la nube cargada de truenos. Y el príncipe de mirada dulce los acogió con los sones de su flauta, y los inmovilizó con el encanto de su ejecución. Luego, lentamente, se levantó y salió de la selva, acompañado por los dos espantosos animales, uno a su derecha y otro a su izquierda, y seguido por todo el rebaño. Y de tal suerte llegó bajo las ventanas del rey Akbar. Y todo el mundo le vio y quedó sumido en el asombro.

Y el príncipe Jazmín hizo entrar en una jaula de hierro a los dos cerdos-gamos y se los ofreció al padre de Almendra en calidad de homenaje. Y ante aquella hazaña, el rey llegó al límite de la perplejidad, y retiró su mano de la condenación de aquel león de héroes.

Pero los hermanos de la enamorada Almendra no quisieron deponer su rencor, y para impedir que su hermana se uniera con el joven, idearon casarla a disgusto con su primo, el hijo del tío calamitoso. Porque decían: ‘Hay que atar el pie a esa loca con la cuerda resistente del matrimonio. Y entonces se olvidará de su insensato amor’. Y sin más ni más, organizaron la procesión nupcial, y contrataron a músicos y cantarinas, a clarinetes y tamborileros.

Y mientras aquellos tiranos vigilaban así las ceremonias de aquel matrimonio opresor, la desolada Almendra, vestida, mal de su grado, con ropas espléndidas y atavíos de oro y perlas, que pregonaban en ella una recién casada, estaba sentada en un elegante lecho de gala, recubierto de paños brocados de oro, semejante a la flor en el arbusto, pero con la tristeza y el abatimiento a su lado, con el sello del mutismo en los labios, silenciosa como el lirio, inmóvil como el ídolo. Y con la apariencia de una joven muerta a manos de vivos, su corazón palpitaba como el gallo a quien degüellan, su alma estaba vestida con un vestido de crepúsculo, su seno estaba desgarrado por la uña del dolor, y su espíritu efervescente pensaba en los ojos negros del cuervo de arcilla que iba a ser su compañero de lecho. Y se hallaba en la cúspide del Cáucaso de las penas.

Pero he aquí que el príncipe Jazmín, invitado con los demás servidores a las bodas de su señora, le dio, con un simple cruce de ojos, una esperanza libertadora de las ataduras del dolor. Porque ¿quién no sabe que con simples miradas los amantes pueden decirse veinte cosas de las que nadie tiene la menor idea?

Así es que, cuando llegó la noche y se introdujo a la princesa Almendra, como recién casada, en la cámara nupcial, solamente entonces el Destino mostró su faz dichosa a los amantes y vivificó su corazón con los ocho olores. Y la bella Almendra, aprovechándose al instante de la soledad en que la habían dejado en aquella habitación donde iba a penetrar su primo, salió sin ruido con sus vestiduras de oro, y emprendió el vuelo hacia Jazmín el bienaventurado. Y aquellos dos amantes benditos se cogieron de la mano, y más ligeros que el céfiro rosado, desaparecieron y se desvanecieron como el alcanfor.

Y desde entonces nadie pudo encontrar sus huellas, y nadie oyó hablar de ellos ni del lugar de su retiro. Porque, en la tierra, solamente algunos entre los hijos de los hombres son dignos de dicha, de seguir el camino que lleva a la dicha y de acercarse a la casa en que se esconde la dicha.

Gloria por siempre y loores múltiples al Retribuidor, Dueño de la alegría, de la inteligencia y de la dicha. ¡Amín!”

Continuará: Conclusión

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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domingo, 17 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La milésima noche

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Y cuando llegó la 1000ª noche

Ella dijo:

‘...que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente’.

Y plegó las dos alas de la carta, deslizó en ella un grano de almizcle puro, y la entregó a su favorita. Y la joven la tomó, se la llevó a los labios y a la frente, se la puso sobre el corazón, y semejante a la paloma, fue al bosque donde tañía la flauta el príncipe Jazmín. Y le encontró sentado bajo un ciprés, con la flauta al lado y cantando este corto ghazal:

¿Qué diré al ver mi corazón? ¡Es la nube, el relámpago, el mercurio y el Océano ensangrentado!

¡Cuando termine la noche de la ausencia, nos reuniremos como el cisne y el río!

Y la joven, tras de besar la mano al príncipe Jazmín, le entregó la carta de su señora Almendra. Y la leyó y creyó volverse loco de alegría. Y no sabía ya si dormía o velaba. Y se le revolucionó el espíritu, y se le puso el corazón como una hornaza. Y cuando se calmó él un poco, la joven le indicó el medio de llegar hasta su señora, le dio las últimas instrucciones, y volvió sobre sus pasos.

Y a la hora indicada y en el momento favorable, el príncipe Jazmín, conducido por el ángel de la unión, emprendió el camino que llevaba al jardín de Almendra. Y consiguió penetrar en aquel lugar, trozo arrancado del paraíso. Y en aquel momento desaparecía el sol en el horizonte occidental y la luna mostraba su rostro tras los velos del Oriente. Y el joven de andares de cervatillo divisó el árbol que hubo de indicarle la joven, y subió a ocultarse entre sus ramas.

Y la princesa de andares de perdiz llegó al jardín con la noche. E iba vestida de azul y tenía en la mano una rosa azul. Y alzó su encantadora cabeza para mirar el árbol, temblando cual el follaje del sauce. Y en su emoción, aquella gacela no supo si el rostro aparecido entre las ramas era el de la luna llena o la faz brillante del príncipe Jazmín. Pero he aquí que como una flor madurada por el deseo, o como un fruto caído por su propio peso precioso, el jovenzuelo de cabellos de violeta saltó de entre las ramas y cayó a los pies de la pálida Almendra. Y reconoció ella al que amaba con esperanza, y le encontró más hermoso que la imagen de su sueño. Y por su parte, el príncipe Jazmín vio que el derviche no le había engañado y que aquella luna era la corona de las lunas. Y ambos sintiéronse con el corazón unido por los lazos de la tierna amistad y del afecto real. Y su dicha fue tan profunda como la de Majnún y Leila, y tan pura como la de los antiguos amigos.

Y después de los besos dulcísimos y las expansiones de su alma encantadora, invocaron al Señor del perfecto amor para que jamás el firmamento tiránico hiciese llover sobre su ternura las piedras del disgusto ni descosiera la costura de su reunión.

Luego, para resguardarse en adelante del veneno de la separación, los dos amantes reflexionaron a solas, y pensaron que era preciso dirigirse sin tardanza al propio rey Akbar, quien, como amaba a su hija Almendra, no le rehusaba nada.

Y dejando a su bienamado entre los árboles, la suplicante Almendra fue en busca de su padre el rey, y con las manos juntas, le dijo: ‘¡Oh meridiano de ambos mundos! tu servidora viene a hacerte una petición’. Y su padre, extremadamente asombrado, a la vez que encantado, la levantó con sus manos y la estrechó contra su pecho, y le dijo: ‘En verdad ¡oh Almendra de mi corazón! que debe ser tu petición de urgencia extrema, ya que no vacilas en abandonar tu lecho en medio de la noche para venir a rogarme que te la conceda. Sea lo que sea, ¡oh luz de los ojos! explícate sin temor, confiándote a tu padre’. Y tras de vacilar unos instantes, la gentil Almendra levantó la cabeza y pronunció ante su padre un hábil discurso, diciendo: ‘¡Oh padre mío! dispensa a tu hija que venga a esta hora de la noche a turbar el sueño de tus ojos.

Pero he aquí que he recobrado las fuerzas de la salud, después de un paseo nocturno, con mis doncellas, por la pradera. Y vengo a decirte que he notado que nuestros rebaños de bueyes y de ovejas están mal cuidados y mantenidos de mala manera. Y he pensado que si yo encontrara un servidor digno de tu confianza te lo presentaría, y tú le encargarías de guardar nuestros rebaños. Pues bien; por una feliz casualidad, al instante he encontrado a ese hombre activo y diligente. Es joven, bien intencionado, dispuesto a todo, y no teme fatigas ni penas; porque la pereza y la indolencia están a varias parasangas de él. Encárgale, pues, ¡oh padre mío! de nuestros bueyes y de nuestras ovejas’.

Cuando el rey Akbar hubo oído el discurso de su hija, se asombró hasta el límite del asombro, y permaneció un momento con los ojos muy abiertos. Luego contestó:

‘¡Por vida mía! nunca he oído decir que se contratara a media noche a los pastores de rebaños. Es la primera vez que nos sucede semejante cosa. Sin embargo, ¡oh hija mía! en vista del placer que proporcionas a mi corazón con tu curación súbita, accedo gustoso a tu demanda y acepto para pastor de nuestros rebaños al joven consabido. No obstante, quisiera verle con los ojos de mi cara antes de confiarle esas funciones’.

En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de la alegría hacia el bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al palacio. Y dijo al rey: ‘Aquí tienes ¡oh padre mío! a este pastor excelente. Su báculo es sólido y su corazón firme’. Y el rey Akbar, que estaba dotado de sagacidad, fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Almendra no era de la especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de perplejidad. Sin embargo, para no apenar a su hija Almendra, no quiso ponerse pesado ni insistir sobre esos detalles, que tenían su importancia. Y la amable Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le dijo con voz pronta ya a conmoverse y juntando las manos: ‘Lo externo ¡oh padre mío! no siempre es indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones’. Y de buen o mal grado, el padre de Almendra, por contentar a aquella amable y encantadora criatura, puso en sus propios ojos el dedo del consentimiento, y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente, como de costumbre.

Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había convertido en una adolescente deseable en todos sentidos, y que, de día en día y de noche en noche, se volvía más encantadora y más bella y más desarrollada y más comprensiva y más silenciosa y más atenta, se incorporó a medias en la alfombra en que estaba acurrucada, y le dijo:

‘¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡Cuán dulces y sabrosas y regocijantes y deliciosas son tus palabras!’

Y Schehrazada le sonrió y la besó, y le dijo: ‘Sí, querida mía; pero ¿qué es eso comparado con lo que sigue y que voy a contar la próxima noche, si es que no está cansado de oírme nuestro señor, este rey bien educado y dotado de buenos modales?’.

Y el sultán Schahriar exclamó: ‘¡Oh Schehrazada! ¿Qué estás diciendo? ¿Cansado yo de oírte? ¡Si tú instruyes mi espíritu y calmas mi corazón! Puedes, pues, indudablemente, decirnos mañana la continuación de esa historia deliciosa, e incluso puedes, si no estás fatigada, proseguirla esta misma soche. ¡Porque, en verdad, que deseo saber lo que les va a ocurrir al príncipe Jazmín y a la princesa Almendra!’

Y Schehrazada, con su habitual discreción, no quiso abusar del permiso, y sonrió y dio las gracias, sin decir nada más aquella noche.

Y el rey Schahriar la estrechó contra su corazón, y se durmió a su lado hasta el día siguiente. Entonces se levantó y salió a presidir su sesión de justicia. Y vio llegar a su visir, padre de Schehrazada, llevando al brazo, como tenía por costumbre, el sudario destinado a su hija, a quien cada mañana esperaba ver condenada a muerte, en vista del juramento del rey concerniente a las mujeres. Pero Schahriar, sin decirle nada a este respecto, presidió el diwán de la justicia. Y entraron los oficiales y los dignatarios y los querellantes. Y juzgó, y nombró para empleos, y destituyó, y ultimó los asuntos pendientes, y dio órdenes, hasta el fin de la jornada. Y el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, cada vez se acercaba más al límite de la perplejidad y del asombro.

En cuanto al rey Schahriar, cuando levantó la sesión y terminó el diwán, se apresuró a volver a sus habitaciones, junto a Schehrazada.”

Continuará: La milésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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sábado, 16 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima nonagésima octava noche

_______________________________

Pero cuando llegó la 998ª noche

Ella dijo:

‘...se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome en medio del agua.

Y salí del baño, asombrado, y reñí vivamente al maestro bañero por haber puesto a mi servicio de baño a un epiléptico. Pero el maestro bañero me juró que jamás había notado esta enfermedad en su joven servidor. Y para probarme su aserto, hizo ir al joven a mi presencia. Y le preguntó: ‘¿Qué ha ocurrido que tan descontento está de tu servicio este señor?’ Y el mozalbete, que me pareció que se había repuesto de su turbación, bajó la cabeza; luego, encarándose conmigo, me dijo: ‘Entonces eres el poeta Mohammad El-Dameschvy. Y compusiste esos versos para celebrar el nacimiento del hijo de El-Fadl el Barmakida’. Y añadió, mientras yo me quedaba asombrado: ‘¡Dispénsame ¡oh mi señor! si, al escucharte, se me ha encogido el corazón súbitamente y he caído, abrumado por la emoción. Yo mismo soy ese hijo de El-Fadl cuyo nacimiento has cantado tan magníficamente. Y de nuevo cayó desmayado a mis pies.

Entonces, movido de compasión ante tal infortunio, y viendo reducido a aquel grado de miseria al hijo del generoso bienhechor, a quien debía yo cuanto poseía, incluso mi renombre de poeta, levanté al niño y le estreché contra mi pecho, y le dije:

‘¡Oh hijo de la más generosa de las criaturas de Alah! soy viejo y no tengo herederos. Ven conmigo ante el kadí, ¡oh hijo mío! pues quiero formalizar un acta adoptándote. Y así te dejaré todos mis bienes después de mi muerte’.

Pero el niño barmakida me contestó, llorando: ‘Alah extienda sobre ti Sus bendiciones, ¡oh hijo de hombres de bien! Pero no place a Alah que yo recobre, de una manera o de otra, un solo óbolo de lo que mi padre El-Fadl te ha dado’.

Y fueron inútiles todas mis instancias y súplicas. Y no pude hacer que aceptara la menor prueba de mi agradecimiento a su padre. ¡Verdaderamente, era de sangre pura aquel hijo de nobles Barmakidas! ¡Ojalá los retribuya Alah a todos con arreglo a sus méritos, que eran muy grandes!’

En cuanto al califa Al-Raschid, tras de vengarse tan cruelmente de una injuria que, después de Alah, era el único en conocer, y que debía ser muy atroz, volvió a Bagdad, pero sólo de paso. En efecto, no pudiendo ya habitar en lo sucesivo aquella ciudad, que durante tantos años se había complacido en hermosear, fue a fijar su residencia en Raccah, y no volvió más a la ciudad de paz. Y precisamente aquel súbito abandono de Bagdad, después de la desgracia de los Barmakidas, lo deploró el poeta Abbas ben El-Ahnaf, que pertenecía al séquito del califa, en los versos siguientes:

¡Apenas habíamos obligado a los camellos a doblar la rodilla, fue preciso reanudar el camino, sin que nuestros amigos pudiesen distinguir nuestra llegada de nuestra marcha!

¡Oh Bagdad! ¡Nuestros amigos venían a saber de nosotros y a darnos la bienvenida del regreso; pero hubimos de responderles con adioses!

¡Oh ciudad de paz! ¡En verdad que de Oriente a Occidente no conozco ciudad más feliz y más rica y más hermosa que tú!

Por cierto que, desde la desaparición de sus amigos, nunca más Al-Raschid disfrutó el descanso del sueño. Su arrepentimiento se tornó insoportable; y hubiera él dado todo su reino por hacer volver a Giafar a la vida. Y si, por casualidad, los cortesanos tenían la desgracia de evocar de modo poco respetuoso la memoria de los Barmakidas, Al-Raschid les gritaba con desprecio y cólera: ‘¡Alah condene a vuestros padres! ¡Cesad de censurar a los que censuráis, o tratad de llenar el vacío que han dejado!’

Y aunque fue todopoderoso hasta su muerte, Al-Raschid sentíase rodeado para en lo sucesivo de gentes poco seguras. A cada instante temía que le envenenaran sus hijos, de los que no podía alabarse. Y al emprender una expedición al Khorassán, donde acababan de producirse trastornos, y de donde ya no había de volver, confió dolorosamente sus dudas y sus cuitas a uno de sus cortesanos, El-Tabari el cronista, a quien había tomado por confidente de sus tristes pensamientos. Porque, como El-Tabari tratara de tranquilizarle respecto los presagios de muerte que acababan de asaltarle, se le llevó aparte; y cuando vióse alejado de los hombres de su séquito y la sombra espesa de un árbol le hubo ocultado a las miradas indiscretas, abrió su ropón, y haciéndole observar una faja de seda que le envolvía el vientre, le dijo:

‘¡Tengo aquí un mal profundo, sin remedio posible! Verdad es que ignora todo el mundo este mal; pero ¡mira! Hay a mi alrededor espías encargados por mis hijos El-Amín y El-Mamún de acechar lo que me queda de vida. ¡Porque les parece que la vida de su padre es demasiado larga! Y mis hijos han escogido esos espías precisamente entre los que yo creía más fieles y con cuya abnegación pensaba que podía contar. ¡El primero, Massrur! Pues bien; es el espía de mi hijo preferido El-Mamún. Mi médico Gibrail Bakhtiassú es el espía de mi hijo El-Amín. Y así sucesivamente ocurre con todos los demás’. Y añadió: ‘¿Quieres saber ahora hasta dónde llega la sed de reinar que tienen mis hijos? Voy a dar orden de que me traigan una cabalgadura, y ya verás cómo, en lugar de presentarme un caballo dulce y vigoroso a la vez, me traen un animal agotado, de trote desigual, a propósito para aumentar mi sufrimiento’. Y en efecto, cuando pidió un caballo Al-Raschid, se lo llevaron tal y como se lo había descripto a su confidente. Y lanzó una triste mirada a El-Tabari, y aceptó con resignación la cabalgadura que le presentaban.

Y algunas semanas después de este incidente, vio Al-Raschid, durante su sueño, una mano extendida encima de su cabeza; y aquella mano tenía un puñado de tierra roja; y gritó una voz: ‘¡Esta es la tierra que debe servir de sepultura a Harún!’. Y preguntó otra voz: ‘¿Cuál es el lugar de su sepultura?’. Y la primera voz contestó:

‘¡La ciudad de Tus!’

Al cabo de unos días, los progresos de su dolencia obligaron a Al-Raschid a detenerse en Tus. Y dio muestras de viva inquietud, y envió a Massrur a buscar un puñado de tierra de los alrededores de la ciudad. Y transcurrida una hora de tiempo, volvió el jefe de los eunucos llevando un puñado de tierra de color rojo. Y Al- Raschid exclamó: ‘¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Enviado de Alah! He aquí que se cumple mi visión. No está lejos de mí la muerte’.

Y el hecho es que nunca más volvió al Irak. Porque, sintiéndose desfallecer al día siguiente, dijo a los que le rodeaban: ‘Ya se acerca el instante temible. Para todos los humanos fui objeto de envidia, y ahora, ¿para quién no seré objeto de lástima?’.

Y murió en Tus mismo. Y a la sazón era el tercer día de djomadi, segundo del año 193 de la hégira. Y Harún tenía entonces cuarenta y siete años de edad, con cinco meses y cinco días, según nos comunica Abulfeda. ¡Alah le perdone sus errores y le tenga en Su piedad! Porque era un califa ortodoxo.

Luego, como Schehrazada viera al rey Schahriar profundamente entristecido con este relato, se apresuró a contar La tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra.

Dijo:

La tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra

Cuentan -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- que, en un país entre los países musulmanes, había un viejo rey cuyo corazón era como el Océano, cuya inteligencia era igual a la de Aflatún, cuyo natural era el de los Cuerdos, cuya gloria superaba a la de Faridún, cuya estrella era la propia estrella de Iskandar, y cuya dicha era la de Khosroes Anuchirwán. Y tenía siete hijos brillantes, parecidos a los siete fuegos de las Pléyades. Pero el más pequeño era el más brillante y el más hermoso. Era rosado y blanco, y se llamaba el príncipe Jazmín.

Y en verdad que se desvanecerían en su presencia el lirio y la rosa. Porque tenía un talle de ciprés, un rostro de tulipán fresco, cabellos de violeta, bucles almizclados que hacían pensar en mil noches oscuras, una tez de ámbar rubio, dardos curvos por pestañas, rasgados ojos de narciso; y sus labios encantadores eran dos alfónsigos. En cuanto a su frente, con su brillo daba vergüenza a la luna llena, cuyo rostro embadurnaba de azul; y de su boca con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluía un lenguaje dulce que hacía olvidar la caña de azúcar. Así formado, y vivaracho e intrépido, resultaba un ídolo de seducción para los ojos de los amantes.

Y he aquí que, de los siete hermanos, era el príncipe Jazmín el encargado de guardar el innumerable rebaño de búfalos del rey Nujum-Schah. Y su morada eran las vastas soledades y los prados. Y estaba un día sentado tañendo la flauta mientras cuidaba de sus animales, cuando vio avanzar hacia él a un venerable derviche, que, después de las zalemas, le rogó ordeñara un poco de leche para dársela. Y contestó el príncipe Jazmín: ‘¡Oh santo derviche! soy presa de una pena punzante por no poder satisfacerte. Porque he ordeñado a mis búfalos esta mañana, y claro es que no puedo aplacar tu sed en este momento’. Y el derviche le dijo: ‘A pesar de todo, invoca sin tardanza el nombre de Alah, y ve a ordeñar de nuevo a tus búfalos. Y descenderá la bendición’. Y el príncipe semejante al narciso contestó con el oído y la obediencia, y estrujó la teta del animal más hermoso, pronunciando la fórmula de la invocación. Y descendió la bendición; y el vaso se llenó de leche azulada y espumosa. Y el hermoso Jazmín se la presentó al derviche, que bebió para aplacar su sed y se sació.

Y entonces encaróse con el joven príncipe, y le dijo, sonriendo: ‘¡Oh niño delicado! no has alimentado una tierra infecunda, y nada más ventajoso para ti que lo que acaba de ocurrir. Has de saber, en efecto, que vengo a ti en calidad de mensajero de amor. Y ya veo que verdaderamente mereces el don del amor, que es el primero de los dones y el último, según estas palabras:

¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amor!

¡Es el primero y el último!

¡Este es el punto de la verdad; es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que acompaña el ángel de la tumba!

¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde vida en el corazón que devora!

Luego continuó el viejo derviche: ‘Sí, hijo mío, vengo a tu corazón en calidad de mensajero de amor; pero no me ha enviado nadie más que yo mismo. Y atravesé llanuras y desiertos en busca del ser perfecto que mereciera acercarse a la feérica joven que me fue dado entrever una mañana al pasar por un jardín’. Y se interrumpió un momento; luego repuso: ‘Has de saber, en efecto, ¡oh más ligero que el céfiro, que en el reino limítrofe de este reino de tu padre, Nujum-Schah, vive en espera del jovenzuelo de sus sueños, en espera tuya, ¡oh Jazmín! una hurí de raza real, de rostro de hada, vergüenza de la luna, una perla única en el joyel de la excelencia, una primavera de lozanía, un nicho de belleza! Su cuerpo delicado color de plata está moldeado como el boj; un talle tan fino como un cabello; un porte de sol; unos andares de perdiz. Su cabellera es de jacintos; sus ojos hechiceros son cual los sables de Ispahán; sus mejillas son como, en el Korán, el versículo de la Belleza; sus cejas arqueadas, como la surata del cálamo; su boca, tallada en un rubí, es asombrosa; una manzanita con un hoyuelo en su mentón, y el grano de belleza que lo adorna es un remedio contra el mal de ojo. Sus orejas pequeñísimas no son orejas, sino minas de gentileza, y llevan, a manera de pendientes, corazones enamorados; y el anillo de su nariz -una avellana- obliga a la luna llena a ponerse al cuello el gancho de la esclavitud. En cuanto a la planta de sus dos piececitos, es de lo más encantadora. Su corazón es un pomo de esencia sellado, y su espíritu está dotado del don supremo de la inteligencia. ¡Si avanza, se promueve el tumulto de la Resurrección! Es la hija del rey Akbar, y se llama la princesa Almendra; ¡benditos sean los hombres que designan a criaturas semejantes!’.

Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima nonagésima novena noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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viernes, 15 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima nonagésima séptima noche

_______________________________

Pero cuando llegó la 997ª noche

Ella dijo:

...Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores? ¿Y no despierta y azuza las emociones del amor semejante prohibición entre dos seres jóvenes y hermosos?

Y he aquí, en efecto, que aquellos dos esposos, que tenían derecho a amarse y a dejarse llevar de los transportes de su mutuo amor tan legítimo, reducidos a la sazón al estado de suspirantes, se embriagaban más cada día con esa embriaguez oculta que reconcentra en el corazón la fiebre. Y he aquí que Abbassah, atormentada por aquel estado de esposa secuestrada, se volvió loca por su marido. Y acabó por informar a Giafar del amor que sentía. Y le llamó a sí, y le solicitó, a escondidas, de todas maneras. Pero Giafar, como hombre leal y prudente, resistió a todas las instancias y no fue a casa de Abbassah. Porque le retenía el juramento prestado a Al-Raschid. Y por otra parte, mejor que ninguno sabía cuánta prisa ponía el califa en la ejecución de sus venganzas.

Así, pues, cuando la princesa Abbassah vio que sus instancias y ruegos no obtenían éxito, recurrió a otros procedimientos. De ese modo se conducen las mujeres por lo general, ¡oh rey del tiempo! Valiéndose, en efecto, de una estratagema, envió a decir a la noble Itabah, madre de Giafar: ‘¡Oh madre nuestra! es preciso que me introduzcas sin tardanza en casa de tu hijo Giafar, mi esposo legal, lo mismo que si fuese yo una de esas esclavas que le procuras a diario’. Porque la noble Itabah tenía la costumbre de enviar cada viernes a su bienamado hijo Giafar una joven esclava virgen, escogida entre mil, intacta y perfectamente hermosa. Y Giafar no se acercaba a la joven mientras no se había regalado y saturado de vinos generosos.

Pero la noble Itabah, al recibir aquel mensaje, se negó enérgicamente a prestarse a aquella traición que quería Abbassah, y dio a entender a la princesa los peligros que para todos tenía aquello. Pero la joven esposa enamorada insistió, apremiante hasta la amenaza, y añadió: ‘Reflexiona ¡oh madre nuestra! en las consecuencias de tu negativa. Por mi parte, mi resolución es irrevocable, y la llevaré a cabo a pesar tuyo, cueste lo que cueste. Prefiero perder la vida a renunciar a Giafar y a mis derechos sobre él’.

La desconsolada Itabah tuvo, pues, que ceder ante tales extremos, pensando que, después de todo, era preferible que la cosa se llevase a cabo por mediación suya, en las mejores condiciones de seguridad. Prometió, por tanto, su concurso a Abbassah para ver si obtenía éxito aquel complot tan inocente y tan peligroso. Y fue a anunciar sin tardanza a su hijo Giafar que pronto le mandaría una esclava que no tenía igual en gracia, en elegancia y en belleza. Y le hizo una descripción tan entusiasta de la joven, que solicitó él calurosamente para cuanto antes el don que habíale prometido. Y tan bien se ingenió Itabah, que Giafar, enloquecido de deseo, se dedicó a esperar la noche con una impaciencia sin precedente. Y su madre, al verle en sazón, envió a decir a Abbassah: ‘Prepárate para esta noche’.

Y Abbassah se preparó, y se adornó con atavíos y alhajas, a la manera de las esclavas, y fue a casa de la madre de Giafar, quien, a la caída de la noche, la introdujo en el aposento de su hijo.

Y he aquí que, un poco aturdido por la fermentación de los vinos, Giafar no advirtió que la joven esclava que estaba de pie entre sus manos era su esposa Abbassah. Y además, tampoco tenía muy fijos en su memoria los rasgos de Abbassah. Porque hasta entonces no había hecho más que entreverla en sus conversaciones comunes con el califa; y por temor de desagradar al Al-Raschid, no se había atrevido nunca a posar su mirada en su esposa Abbassah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor, a cada ojeada furtiva de Giafar.

Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los transportes de un amor compartido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo a Giafar: ‘¿Qué te parecen las hijas de los reyes, ¡oh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, a las esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di’. Y Giafar preguntó, asombrado: ‘¿A qué hijas de reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras guerras victoriosas?’ Ella contestó: ‘¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de Al-Raschid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tío del Profeta bendito!’

Al oír estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del deslumbramiento de la embriaguez, exclamó: ‘Estás perdida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!’

Y a toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah y le dijo: ‘¡Oh madre mía, madre mía! ¡Qué barato me has vendido!’ Y la entristecida esposa de Yahía contó a su hijo cómo se había visto forzada a recurrir a aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que la concierne.

En cuanto a Abbassah, fue madre, y dio a luz un hijo. Y confió el niño a la vigilancia de un abnegado servidor llamado Ryasch y a los cuidados maternales de una mujer llamada Barrah. Luego, temiendo sin duda que la cosa se divulgase, a pesar de todas las precauciones, y llegase a conocimiento de Al-Raschid, envió a la Meca al hijo de Giafar en compañía de dos servidores.

Y he aquí que Yahía, padre de Giafar, entre sus prerrogativas tenía la guardia y la intendencia del palacio y del harén de Al-Raschid. Y tenía costumbre de cerrar a cierta hora de la noche las puertas de comunicación del palacio, llevándose las llaves. Pero esta severidad acabó por convertirse en una molestia para el harén del califa, y sobre todo para Sett Zobeida, que fue a quejarse amargamente a su primo y esposo Al-Raschid, maldiciendo del venerable Yahía y de sus rigores intempestivos. Y cuando se presentó Yahía, le dijo Al-Raschid: ‘Padre, ¿por qué se queja de ti Zobeida?’ Y Yahía preguntó: ‘¿Es que me acusan de tu harén, ¡oh Emir de los Creyentes!?’

Al-Raschid sonrió y dijo: ‘No, ¡oh padre!’ Y Yahía dijo: ‘En ese caso, no tomes en cuenta lo que te digan de mí ¡oh Emir de los Creyentes!’ Y desde entonces redobló aún más su severidad, de modo que Sett Zobeida se quejó otra vez con acritud y enfado a Al-Raschid, que le dijo: ‘¡Oh hija del tío! verdaderamente, no hay motivo para acusar a mi padre Yahía por nada concerniente al harén. Porque Yahía no hace más que ejecutar mis órdenes y cumplir con su deber’. Y Zobeida replicó con vehemencia: ‘¡Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber impidiendo las imprudencias de su hijo Giafar!’

Y Al-Raschid preguntó: ‘¿Qué imprudencias? ¿Qué ocurre?’ Entonces Zobeida contó lo de Abbassah, sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Raschid preguntó, poniéndose sombrío: ‘¿Hay pruebas de eso?’ Ella contestó: ‘¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?’ El preguntó: ‘¿Dónde está ese niño?’ Ella contestó: ‘En la ciudad santa, cuna de nuestros abuelos’. El preguntó: ‘¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?’ Ella contestó: ‘No hay en tu harén ni en tu palacio una sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa’.

Y Al-Raschid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo después, anunció su propósito de ir en peregrinación a la Meca. Y partió, llevándose a Giafar consigo.

Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta a Ryasch y a la nodriza, ordenándole que abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaran a toda prisa.

Y llegó el califa a la Meca. Y en seguida encargó a unos confidentes íntimos suyos que se pusieran en busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía y se hallaba en perfecto estado de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo a Bagdad.

Y entonces fue cuando, a su regreso de la peregrinación, mientras acampaba en el convento de Al-Umr, cerca de Anbar, junto al Éufrates, dio la terrible orden consabida respecto a Giafar y a los Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.

En cuanto a la infortunada Abbassah y a su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta debajo del mismo aposento habitado por la princesa.

¡Alah los tenga a todos en Su compasión!

Por último, me queda por decirte ¡oh rey afortunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan que Giafar y los Barmakidas nada habían hecho por merecer semejante desgracia, y que tuvieron aquel fin lamentable sencillamente porque estaba escrito en su destino y había transcurrido el tiempo de su poderío.

¡Pero Alah es más sabio!

Y para terminar, he aquí un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Damasco. Dice:

‘Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme a un mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras cuidaba de mí el mancebo, no sé por qué, me puse a cantar para mí mismo, a media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del hijo de mi bienhechor El-Fadl ben Yahía El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el mocito que me servía cayó al suelo sin conocimiento. Unos instantes después se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome solo en medio del agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima nonagésima octava noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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jueves, 14 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima nonagésima sexta noche

_______________________________

Pero cuando llegó la 996ª noche

Ella dijo:

...Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte. Y he aquí que de improviso apareció en la entrada de la tienda Massrur, el portaalfanje del califa y ejecutor de su cólera. Y al verle entrar así, en contra de toda etiqueta, sin pedir audiencia y sin anunciar siquiera su llegada, Giafar se puso muy amarillo de color, y dijo al eunuco: ‘¡Oh Massrur! bien venido seas, pues cada vez te veo con más gusto. Pero me asombra, ¡oh hermano mío! que, por primera vez en nuestra vida, no te hayas hecho preceder por algún servidor para anunciarme tu visita’. Y Massrur, sin dirigir siquiera la zalema a Giafar, contestó: ‘El motivo que me trae es demasiado grave para permitirse esas fútiles formalidades. Levántate ¡oh Giafar! y pronuncia la scheada por última vez. Porque el Emir de los Creyentes pide tu cabeza’.

Al oír estas palabras, Giafar se irguió sobre sus pies, y dijo: ‘¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¡De las manos de Alah, salimos, y tarde o temprano volveremos entre Sus manos!’ Luego se encaró con el jefe de los eunucos, su antiguo compañero, su amigo de tantos años y de todos los instantes, y le dijo: ‘¡Oh Massrur! no es posible semejante orden. Nuestro amo el Emir de los Creyentes ha debido dártela en un momento de embriaguez. Te suplico, pues, ¡oh amigo mío de siempre! en recuerdo de los paseos que hemos dado juntos y de nuestra vida común de día y de noche, que vuelvas a presencia del califa para ver si me equivoco. ¡Y te convencerás de que ha olvidado ya tales palabras!’ Pero Massrur dijo: ‘Mi cabeza responde por la tuya. No podré reaparecer ante el califa si no llevo tu cabeza en la mano. Escribe, pues, tus últimas voluntades, única gracia que me es posible otorgarte en vista de nuestra antigua amistad’.

Entonces dijo Giafar: ‘¡A Alah pertenecemos todos! No tengo últimas voluntades que escribir. ¡Alah alargue la vida del Emir de los Creyentes con los días que se me quitan!’

Salió luego de su tienda, se arrodilló en el cuero de la sangre, que acababa de extender en el suelo el portaalfanje Massrur, y se vendó los ojos con sus propias manos. Y fue decapitado. ¡Alah le tenga en Su compasión!

Tras de lo cual, Massrur se volvió al paraje donde acampaba el califa, y fue a su presencia, llevando en un escudo la cabeza de Giafar.

Y Al-Raschid miró la cabeza de su antiguo amigo, y de repente escupió sobre ella.

Pero no pararon en eso su resentimiento y su venganza. Dio orden de que en un extremo del puente de Bagdad se crucificase el cuerpo decapitado de Giafar y de que se expusiera la cabeza en el otro extremo: suplicio que superaba en degradación y en ignominia al de los más viles malhechores. Y también ordenó que al cabo de seis meses se quemasen los restos de Giafar sobre estiércol de ganado y se arrojasen a las letrinas. Y se ejecutó todo.

Así es que ¡oh piedad y miseria! el escriba Amrani pudo escribir en la misma página del registro de cuentas del tesoro: ‘Por un ropón de gala, dado por el Emir de los Creyentes a Giafar, hijo de Yahía Al-Barmaki, cuatrocientos mil dinares de oro’. Y poco tiempo después, sin ninguna adición, en la misma página: ‘Nafta, cañas y estiércol para quemar el cuerpo de Giafar ben Yahía, diez dracmas de plata’.

Este fue el fin de Giafar. En cuanto a Yahía, su padre, esposo de la nodriza de Al-Raschid, y a El-Fadl, su hermano, hermano de leche de Al-Raschid, se les detuvo al día siguiente, con todos los Barmakidas, que, en número de unos mil, ocupaban cargos y empleos. Y se les arrojó, revueltos, al fondo de infectos calabozos, mientras sus inmensos bienes eran confiscados y sus mujeres y sus hijos erraban sin asilo y sin que nadie osara mirarlos. Y unos murieron de inanición, y otros por estrangulación, excepto Yahía, su hijo El-Fadl y el hermano de Yahía, Mohammad, que murieron en las torturas. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión! ¡Terrible fue su desgracia!

Y ahora, ¡oh rey del tiempo! si deseas conocer el motivo de esta desgracia de los Barmakidas y de su fin lamentable, helo aquí.

Un día, la hermana pequeña de Al-Raschid, Aliyah, años después del fin de los Barmakidas, se puso a decir al califa, que la acariciaba: ‘¡Oh mi señor! ya no te veo ni un día con calma y tranquilidad real desde la muerte de Giafar y la desaparición de su familia. ¿Por qué motivo probado incurrieron en tu desgracia?’ Y Al-Raschid, ensombrecido de repente, rechazó a la tierna princesa, y le dijo: ‘¡Oh niña mía, vida mía, única dicha que me resta! ¿De qué te serviría conocer ese motivo? ¡Si yo supiera que lo conocía mi camisa, la desgarraría en tiras!’

Pero los historiadores y recopiladores de anales se hallan lejos de ponerse de acuerdo respecto a las causas de aquella catástrofe. Esto aparte, he aquí las versiones que han llegado a nosotros en sus escritos.

Según unos fueron las liberalidades sin nombre de Giafar y de los Barmakidas, cuyo relato cansaba incluso los oídos de quienes las habían aceptado, las que, creándoles todavía más envidiosos y enemigos que amigos y agradecidos, habían acabado por hacer sombra a Al-Raschid. En efecto, no se hablaba más que de la gloria de su casa; no se podían conseguir favores más que interviniendo ellos directa o indirectamente; los individuos de su familia ocupaban en la corte de Bagdad, en el ejército, en la magistratura y en las provincias los puestos más elevados; los más hermosos dominios cercanos a la ciudad les pertenecían; el acceso a su palacio estaba más interrumpido por la multitud de cortesanos y pedigüeños que el de la morada del califa. Por lo demás, he aquí en qué términos se expresa sobre el particular el médico de Al-Raschid, que habitaba entonces en el palacio llamado Kasr el Khuld, en Bagdad. Los Barmakidas vivían al otro lado del Tigris, y entre ellos y el palacio del califa sólo había la anchura del río. Y aquel día, mirando Al-Raschid la multitud de caballos parados delante de la morada de sus favoritos y la muchedumbre que se aglomeraba a su puerta, dijo delante de mí, como hablando consigo mismo: ‘¡Alah recompense a Yahía y a sus hijos El-Fadl y Giafar! Ellos solos se han encargado de todo el ajetreo de los asuntos, aliviándome de ese cuidado y dejándome tiempo para mirar a mi alrededor y vivir a mi antojo’.

Esto fue lo que dijo aquel día. Pero en otra ocasión que fui llamado junto a él, noté que ya empezaba a no ver con los mismos ojos a sus favoritos. En efecto, después de mirar por las ventanas de su palacio y observar la misma afluencia de gente y de caballos que la primera vez, dijo: ‘Yahía y sus hijos se han apoderado de todos los asuntos, me los han quitado todos. Verdaderamente, son ellos quienes ejercen el poder califal, mientras que yo no tengo más que una apariencia de él apenas’. Esto le oí. Y desde entonces comprendí que caerían en desgracia, como así sucedió, efectivamente’.

Según otros analistas, al descontento disimulado, a la envidia siempre en aumento de Al-Raschid, a las magníficas maneras de los Barmakidas, que les creaban formidables enemigos y detractores anónimos que los desprestigiaban ante el califa por medio de poesías acerbas no firmadas o de prosa pérfida; a todo el ornato, a todo el aparato y a todas las cosas cuya competencia, por lo general, no quieren soportar los reyes, fue a unirse una gran imprudencia cometida por Giafar.

Un día, Al-Raschid le había encargado que hiciese perecer en secreto a un descendiente de Alí y de Fátimah, la hija del Profeta, que se llamaba El-Sayed Yahía ben Abdalah El-Hossaini. Pero Giafar, obrando con piedad y mansedumbre, facilitó la evasión de aquel Alida, cuya influencia tenía Al-Raschid por peligrosa para el porvenir de la dinastía abbassida. Pero esta acción generosa de Giafar no tardó en divulgarse y comunicarse al califa con todos los comentarios a propósito para agravar sus consecuencias. Y el rencor que sintió Al-Raschid en aquella ocasión fue la gota de hiel que hace desbordarse la copa de la cólera. E interrogó sobre el particular a Giafar, quien declaró con gran franqueza su acción, añadiendo: ‘¡Lo he hecho para gloria y buen nombre de mi señor el Emir de los Creyentes!’ Y Al- Raschid, muy pálido, dijo: ‘¡Has hecho bien!’ Pero se le oyó que murmuraba: ‘¡Que Alah me haga perecer si no te hago perecer a ti! ¡Oh Giafar!’

Según otros historiadores, convendría buscar la causa de la desgracia de los Barmakidas en sus opiniones heréticas contrarias a la ortodoxia musulmana. No hay que olvidar, en efecto, que su familia, antes de convertirse al Islam, profesaba en Balkh la religión de los magos. Y se dice que en la expedición al Khorassán, cuna primitiva de sus favoritos, Al-Raschid había notado que Yahía y sus hijos hacían todo lo posible por impedir la destrucción de los templos y monumentos de los magos. Y desde entonces tuvo sus sospechas, que se agravaron, por consiguiente, cuando vio a los Barmakidas tratar con dulzura, en cualquier circunstancia, a los herejes de todas clases, sobre todo a sus enemigos personales los gauros y los zanadikah, y a otros disidentes y réprobos. Y lo que hace sustentar esta opinión, además de los otros motivos ya enunciados, es que, inmediatamente después de la muerte de Al-Raschid, estallaron en Bagdad trastornos religiosos de una gravedad sin precedente, y estuvieron a punto de dar un golpe fatal a la ortodoxia musulmana.

Pero, aparte de todos los motivos, la causa más probable del fin de los Barmakidas es la que nos expone el cronista lbn-Khillikán e Ibn El-Athir. Dicen:

Era en los tiempos en que Giafar, hijo de Yahía el Barmakida, estaba tan apegado al corazón del Emir de los Creyentes, que el califa había hecho confeccionar aquel manto doble, en el que se envolvía con Giafar como si ambos no fuesen más que un solo hombre. Y tan grande era aquella intimidad, que el califa ya no podía separarse de su favorito, y sin cesar quería verle junto a él.

‘Pero Al-Raschid quería de una manera extraordinaria a su propia hermana Abbassah, joven princesa adornada de todos los dones, la mujer más notable de su época. Y entre todas las mujeres de su familia y de su harén, era ella la más cara al corazón de Al-Raschid, que no podía vivir sino junto a ella, como si fuese un Giafar mujer. Y estas dos amistades hacían su dicha; pero las necesitaba reunidas, gozando de ellas simultáneamente: porque la ausencia de una destruía el encanto que experimentara con la otra. Y si Giafar o Abbassah no estaban con él, no tenía más que una alegría incompleta, y sufría. Por eso necesitaba a la vez a sus dos amigos. Pero nuestras leyes santas prohíben al hombre, cuando no es pariente cercano, mirar a la mujer de quien no es marido: y prohíben a la mujer que deje ver su rostro a un hombre que le sea extraño. Quebrantar estas prescripciones es un gran deshonor, una vergüenza, una ofensa al pudor de la mujer. Así es que Al-Raschid, que era un riguroso observante de la ley encargada a su custodia; no podía tener junto así a sus dos amigos sin forzarles a un azoramiento fatigoso y a una posición difícil e inconveniente.

‘Por eso, queriendo transformar una situación que le coartaba y le disgustaba, se decidió un día a decir a Giafar: ‘¡Oh Giafar, amigo mío! no tengo alegría verdadera, sincera y completa más que en tu compañía y en la de mi bienamada hermana Abbassah. Pero como vuestra respectiva posición me azora y os azora, quiero casarte con Abbassah, a fin de que en lo sucesivo podáis hablaros ambos junto a mí sin inconveniente, sin motivo de escándalo y sin pecar. Pero os pido encarecidamente que no os reunáis jamás, ni siquiera por un instante, fuera de mi presencia. Porque no quiero que haya entre vosotros más que la formalidad y la apariencia del matrimonio legal; pero no quiero que el matrimonio tenga consecuencias que puedan lesionar en su herencia califal a los nobles hijos de Abbas’. Y Giafar se inclinó ante este deseo de su señor, y contestó con el oído y la obediencia. Y fue preciso aceptar aquella condición singular. Y se pronunció y sancionó legalmente el matrimonio.

Así, pues, según las condiciones impuestas, ambos jóvenes esposos sólo se veían en presencia del califa, y nada más. Y aun entonces, apenas se cruzaban sus miradas a veces. En cuanto a Al-Raschid, disfrutaba plenamente de la doble amistad tan viva que sentía por aquella pareja, a quien torturaría en lo sucesivo, sin sospecharlo siquiera. Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores...?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima nonagésima séptima noche

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miércoles, 13 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima nonagésima quinta noche

_______________________________

Y cuando llegó la 995ª noche

Ella dijo:

...Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía ‘padre mío’, y a El-Fadl ‘hermano mío’.

En cuanto al origen de los Barmakidas, las crónicas más reputadas y más dignas de fe lo sitúan en la ciudad de Balkh, en el Khorassán, donde ya tenía esta familia una categoría distinguida. Y unos cien años después de la hégira de nuestro Profeta bendito (¡con Él la plegaria y la paz!) esta ilustre familia vino a fijar su residencia en Damasco, bajo el reinado de los califas ommiadas. Y entonces fue cuando el jefe de la tal familia, que era el sectario de la religión de los magos, se convirtió a la verdadera fe y se purificó y se ennobleció con el Islam. Ya esto sucedió exactamente bajo el reino de Hescham el Ommiada.

Pero sólo después del advenimiento de los descendientes de Abbas al trono de los califas fue cuando se admitió a la familia de los Barmakidas en el consejo de los visires, e iluminó la tierra con su brillo. Porque el primer visir que salió de su seno fue Khaled ben Barmak, a quien eligió por gran visir el primero de los Abbassidas. Abú'l Abbas El-Saffah. Y bajo el reinado de Al-Mahdi, tercer Abbassida, Yahía ben Khaled quedó encargado de la educación de Harún Al-Raschid, el hijo preferido del califa, aquel mismo Harún que había nacido solamente siete días después que El- Fadl, hijo de Yahía.

Así es que cuando, después de la muerte inopinada de su hermano mayor Al-Hadi, Harún Al-Raschid se revistió de las insignias de la omnipotencia califal, no tuvo necesidad de evocar los recuerdos de su primera infancia, pasada al lado de los niños barmakidas, para llamar a Yahía y a sus dos hijos a compartir el poder soberano; no tenía más que recordar los cuidados prestados a su infancia por Yahía, y la educación que le debía, y la abnegación de que aquel servidor de todas las fidelidades acababa de darle prueba desafiando, por asegurarle la herencia al trono, las amenazas terribles de Al-Hadi, muerto la misma noche en que quería que cercenaran la cabeza a Yahía y a sus hijos.

Así es que, cuando Yahía fue a medianoche en compañía de Massrur a despertar a Harún para notificarle que era dueño del Imperio y califa de Alah sobre la tierra, Harún le dio inmediatamente el título de gran visir y nombró visires a sus dos hijos El-Fadl y Giafar. Y así empezó su reinado bajo los auspicios más dichosos.

Y desde entonces la familia de los Barmakidas fue en su siglo lo que un adorno en la frente y una corona en la cabeza. Y el Destino les prodigó cuanto de más seductor tienen sus favores, y los colmó de sus dones más escogidos. Y Yahía y sus hijos se tornaron astros brillantes, vastos océanos de generosidad, torrentes impetuosos de gracias, lluvias bienhechoras. El mundo se vivificó con su soplo, y el Imperio llegó a la cima más alta del esplendor. Y eran ellos refugio de afligidos y recurso de desdichados. Y de ellos ha dicho, entre mil, el poeta Abu-Nowas:

¡Desde que el mundo os ha perdido, ¡oh hijos de Barmak! no están cubiertos ya de viajeros los caminos en el crepúsculo de la mañana y en el crepúsculo de la tarde!

Eran, en efecto, visires prudentes, administradores admirables, que aumentaban el tesoro público, elocuentes, instruidos, firmes, de buen consejo, y generosos al igual de Hatim-Tai. Eran fuentes de felicidad, vientos bienhechores que atraen los nublados fecundantes. Y sobre todo, merced a su prestigio, el nombre y la gloria de Harún Al- Raschid repercutieron desde las mesetas del Asia Central hasta el fondo de las selvas norteñas, y desde el Magreb y la Andalucía hasta las fronteras extremas de China y de Tartaria.

Y he aquí que de repente los hijos de Barmak, que tuvieron la más alta fortuna que a los hijos de Adán es dable alcanzar, fueron precipitados en el seno de los más terribles reveses y bebieron en la copa de la Distribuidora de calamidades. Porque ¡oh rey del tiempo! los nobles hijos de Barmak no solamente eran los visires que administraban el vasto imperio de los califas, sino que eran los amigos más queridos, los compañeros inseparables de su rey. Y Giafar, particularmente, era el caro comensal cuya presencia se hacía más necesaria a Al-Raschid que la luz de sus ojos.

Y tanto espacio había llegado a ocupar en el corazón de Al-Raschid, que llegó hasta el punto de mandarse hacer un manto doble, y se envolvió en él con su amigo Giafar, como si ambos no fueran más que un solo hombre. Y así se portó con Giafar hasta la terrible catástrofe final.

Pero -¡qué pena tengo en el alma!- he aquí cómo ocurrió aquel acontecimiento lúgubre que oscureció el cielo del Islam, y arrojó la desolación en todos los corazones, como rayo del cielo destructor.

Un día -¡lejos de nosotros los días parecidos a aquél!-, de regreso de una peregrinación a la Meca, iba Al-Raschid por agua de Hira a la ciudad de Anbar. Y se detuvo en un convento llamado Al-Umr, a orillas del Éufrates. Y llegó para él la noche, como las demás noches, en medio de festines y placeres.

Pero aquella vez no le hacía compañía su comensal Giafar. Porque Giafar estaba de caza, desde días atrás, en las llanuras próximas al río. Sin embargo, los dones y regalos de Al-Raschid le seguían por doquiera. Y a todas horas del día veía llegar a su tienda algún mensajero del califa que le llevaba, en prueba de afecto, algún precioso presente más hermoso que el anterior.

Aquella noche -¡Alah nos haga ignorar noches análogas!- Giafar estaba sentado en su tienda en compañía del médico Gibrail Bakhtiassú, que era el médico particular de Al-Raschid, y del que habíase privado Al-Raschid para que acompañase a su querido Giafar. Y también estaba en la tienda el poeta favorito de Al-Raschid, Abu-Zaccar el ciego, del que también se había privado Al-Raschid para que con sus improvisaciones alegrara a su querido Giafar al volver de la caza.

Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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martes, 12 de abril de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima nonagésima cuarta noche

_______________________________

Y cuando llegó la 994ª noche

Ella dijo:

...Y sean contigo la paz y la seguridad’.

Así es que cuando Zobeida fue, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.

Y por cierto que bastantes veces le dio que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.

Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vio de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: ‘¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos’.

Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: ‘No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!’ Y Al-Mamún le preguntó:

‘¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?’ Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: ‘Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta’. Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: ‘Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: ‘¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!’

Y Al-Mamún le preguntó: ‘Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?’ Y Zobeida contestó: ‘¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!’ Y dijo:

‘Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.

‘Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mí imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.

‘Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.

‘Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.

‘Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.

‘Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos’.

Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: ‘¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable’.

Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: ‘Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres’.

Y tras de hablar así, dio a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: ‘Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas’.

Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.

Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!

Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: ‘¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece extraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable’.

Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: ‘¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿Quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable (y al mismo granito enternecería!’ Y dijo el rey Schahriar: ‘¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!’

Entonces dijo Schehrazada:

El fin de Giafar y de los barmakidas

He aquí, pues, ¡oh rey afortunado! esa historia llena de lágrimas, que señala el reinado del califa Harún Al-Raschid con una mancha de sangre que no podrían lavar los cuatro ríos.

Ya sabes ¡oh mi señor! que el visir Giafar era uno de los cuatro hijos de Yahía ben Khaled ben Barmak. Y su hermano mayor era El-Fadl, hermano de leche de Al-Raschid. Porque, a causa de la gran amistad y del afecto sin límites que unía a la familia de Yahía con la de los Abbassidas, la madre de Al-Raschid, la princesa Khaizarán, y la madre de El-Fadl, la noble Itabah, unidas entre sí también por el más vivo cariño, habían cambiado sus pequeñuelos, que eran, poco más o menos, de la misma edad, dando cada una al hijo de su amiga la leche que Alah había destinado a su propio hijo. Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía ‘padre mío’, y a El- Fadl ‘hermano mío...’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima nonagésima quinta noche

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