lunes, 31 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima vigésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 924ª noche

Ella dijo:

‘…Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio de un camello’. Y Goha se despertó refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.

Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos deseos, sacó de su sueño a Goha, diciéndole: ‘¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!’

Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿Y qué esclavitud peor que la de un hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el primero a mí, que soy tu esclavo’.

-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: ‘¡Oh creyentes que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso’. Y de vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una, esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha:

‘¡Bueno, ven para que hagamos que nos levanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!’ Y Goha contestó: ‘No hay inconveniente’. Y metió la herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.

Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos despertó a Goha, y le dijo: ‘Me he olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella’. Y Goha dijo: ‘¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la muchacha!’ E introdujo al niño consabido en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: ‘¡Sea la maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro nombre?’

Y siguió roncando.

-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fue a consultar a Goha, de quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: ‘¿Era un ruido como éste, tía mía?’ Y la vieja devota contestó: ‘¡Era un poco más fuerte!’ Y Goha lanzó al punto un segundo cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: ‘¿Era así?’ Y ella contestó: ‘¡'Era un poco más fuerte todavía’. Entonces Goha exclamó: ‘¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer pasteles!’

-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y dijo a Goha: ‘¿Cómo traes ese turbante?’ Y Goha contestó: ‘¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal fin’. Entonces Timur-Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: ‘¿Quién eres?’ Y Goha contestó: ‘¡Aquí donde me ves, soy el dios de la tierra!’

Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran los más hermosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: ‘Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿Encuentras de tu gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?’ Y Goha dijo: ‘No es por disgustarte, ¡oh soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de ello carece de gracia su rostro’. Y Timur le dijo: ‘¡No te preocupen por eso! ¡Y puesto que eres el dios de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!’ Y Goha contestó: ‘¡Oh mi señor! ¡Respecto a ojos del rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!’ Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él, como bufón habitual.

-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur, y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:

¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fue porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan lamentablemente?’ Y Goha contestó:

‘Dicho sea con todo respeto. ¡Oh soberano nuestro! he de hacerte observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué tiene, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?’ Y a estas palabras, en vez de enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: ‘¡Oh soberano mío! ¡Eructar es un acto vergonzoso!’ Y Timur, asombrado, dijo: ‘En nuestro país no se tiene por vergonzoso el eructo’. Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso. Y exclamó Timur, enfadado: ‘¡Oh hijo de perro! ¿Qué haces? ¿Y no te da vergüenza?’ Y Goha contestó:

‘¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!’

-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: ‘¡Oh musulmanes! el clima de vuestra ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo’. Y ellos dijeron: ‘¿Por qué lo dices? El contestó, porque acabó de tentarme el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!’

-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo: ‘Dámoste gracias y te glorificamos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has colocado el culo en la mano!’ Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron: ‘¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?’ Y Goha dijo: ‘¡Pues bien claro está, por Alah! ¡Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al día!’

-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; diciendo: ‘¡Oh musulmanes! ¡Loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!’ Y le preguntaron: ‘¿Por qué dices eso...?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima quinta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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domingo, 30 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima vigésima tercera noche

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Y cuando llegó la 923ª noche

Ella dijo:

‘...Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero’. Y el vecino prestó a Goha la marmita en cuestión. Y se coció en ella lo que se coció. Y al día siguiente Goha devolvió la marmita a su propietario. Pero había tenido cuidado de meter en ella otra marmita más pequeña. Y el vecino se asombró mucho, cuando recuperó lo que le pertenecía, al ver que le había dado fruto. Y dijo a Goha: ‘¡Ya Si- Goha! ¿Qué marmita es esta Pequeña que veo dentro de mi marmita?’. Y dijo Goha:

‘No sé; pero supongo que será que tu marmita ha parido esta noche’. Y dijo el otro:

‘¡Alahu akbar! se trata de un beneficio de la bendición por mediación tuya, ¡oh rostro de buen augurio!’. Y colocó en el vasar de la cocina la marmita y su hija.

Al cabo de cierto tiempo volvió Goha a casa de su vecino y le dijo: ‘¡Si no fuera por miedo a molestarte, ¡oh vecino! te pediría la marmita con su hija, que las necesito hoy!’. Y el otro contestó: ‘De todo corazón amistoso, ¡oh vecino!’. Y le entregó la marmita con la otra más pequeña dentro. Y Goha las cogió y se marchó. Y transcurrieron varios días sin que Goha devolviese lo que se había llevado. Y el vecino fue a buscarle, y le dijo: ‘¡Ya Si-Goha! no es por falta de confianza en ti, pero en casa necesitamos hoy el utensilio que te llevaste’. Y Goha preguntó: ‘¿Qué utensilio, ¡oh vecino!?’. Y el otro dijo: ‘¡La marmita que te presté y engendró!’ Y contestó Goha: ‘¡Alah la tenga en su misericordia! Se ha muerto’. Y dijo el vecino:

‘¡No hay más dios que Alah! ¿Cómo se entiende, ¡oh Goha!? ¿Es que puede morirse una marmita?’ Y Goha dijo: ‘¡Todo lo que engendra, muere! ¡De Alah venimos, y a Él retornaremos!’.

-Y otra vez, un felah regaló a Goha una gallina cebada. Y Goha hizo guisar la gallina e invitó al felah a la comida. Y se comieron la gallina y quedaron muy satisfechos. Pero, al cabo de cierto tiempo, llamó a la puerta de Goha otro felah y pidió albergue. Y Goha le abrió y le dijo: ‘Bienvenido seas; pero ¿quién eres?’ Y el felah contestó: ‘Soy vecino del que te regaló la gallina’. Y Goha contestó: ‘Por encima de mi cabeza y de mis ojos’. Y le albergó con toda cordialidad y le dio de comer y no le hizo carecer de nada. Y el otro se marchó tan contento. Y algunos días después llamó a la puerta un tercer felah. Y Goha preguntó: ‘¿Quién es?’. Y dijo el hombre: ‘Soy vecino del vecino del que te ha regalado la gallina’. Y Goha dijo: ‘No hay inconveniente’. Y le hizo entrar y sentarse ante la bandeja de manjares. Pero, por todo alimento y por toda bebida, puso delante de él una marmita con agua caliente, en la superficie de la cual se veían algunas gotitas de grasa. Y el felah, viendo que no había más, preguntó: ‘¿Qué es esto, ¡oh huésped mío!?’. Y Goha contestó: ‘¿Esto? pues la substancia de la substancia del agua en que se coció la gallina’.

-Y un día en que los amigos de Goha querían divertirse a costa suya, se concertaron entre sí, y le llevaron al hammam. Y llevaron huevos sin que Goha lo sospechara. Y cuando estuvieron en el hammam y se desnudaron todos, entraron con Goha en la sala de las sudaciones y dijeron: ‘¡Ha llegado el momento! Cada cual de nosotros va a poner un huevo’. Y añadieron: ‘Aquel de nosotros que no pueda poner tendrá que pagar la entrada al hammam a todos los demás’. Y acto seguido se pusieron todos en cuclillas, cacareando a más y mejor, a manera de gallinas. Y cada uno de ellos acabó por sacar un huevo de debajo de sí. Y al ver aquello, Goha enarboló de pronto el niño de su padre, y lanzando el cacareo de gallo, se precipitó sobre sus amigos, disponiéndose a asaltarlos. Y se levantaron muy de prisa todos, gritándole: ‘¿Qué vas a hacer, ¡oh miserable!? Y Goha contestó: ‘¿No lo estáis viendo? ¡Por mi vida! ¡Veo gallinas delante de mí, y como soy el único gallo, tengo que montarlas!’.

-También hemos llegado a saber que Goha tenía costumbre de ponerse todas las mañanas a la puerta de su casa y de recitar a Alah esta plegaria: ‘¡Oh Generoso! tengo que pedirte cien dinares de oro, ni uno más ni uno menos, porque los necesito. ¡Pero si, en vista de Tu generosidad, se pasase de la cifra de ciento, aunque sólo fuese en un dinar, o si, por mi carencia de méritos, faltara un sólo dinar de los ciento que te pido, no aceptaría el don!’.

Y he aquí que entre los vecinos de Goha había un judío enriquecido (¡de Alah nos viene la riqueza!) con toda clase de negocios reprensibles (¡sepultado sea en los fuegos del quinto infierno!). Y el tal judío oía todos los días a Goha recitar en voz alta aquella plegaria delante de su puerta. Y pensó para sí: ‘¡Por vida de Ibraim y de Yacub, que voy a hacer con Goha un experimento! Y ya veré cómo sale de la prueba.’ Y cogió una bolsa con noventa y nueve dinares de oro nuevo, y desde su ventana la tiró a los pies de Goha cuando éste recitaba su plegaria acostumbrada de pie ante el umbral de su casa. Y Goha recogió la bolsa, mientras el judío le vigilaba para ver en qué paraba el asunto. Y vio a Goha desatar los cordones de la bolsa, vaciando el contenido en su regazo y contando los dinares uno a uno. Luego oyó que Goha, al notar que faltaba un dinar para los cientos que había pedido, exclamaba, alzando las manos hacia su Creador: ‘¡Oh Generoso! ¡Loado y reverenciado y glorificado seas por tus beneficios! pero el don no está completo, y en vista de mi promesa, no puedo aceptarlo tal y como viene’. Y añadió: ‘Por eso voy a gratificar con ello a mi vecino el judío, que es un hombre pobre, cargado de familia y un modelo de honradez’. Y así diciendo, cogió la bolsa y la tiró dentro de la casa del judío. Luego se fue por su camino.

Cuando el judío vio y oyó todo aquello, llegó al límite de la estufacción, y se dijo:

‘¡Por los cuernos luminosos de Mussa! nuestro vecino Goha es un hombre lleno de candor y de buena fe. Pero no puedo verdaderamente opinar con respecto a él mientras no haya comprobado la segunda parte de su aserto’. Y al día siguiente tomó la bolsa, metió en ella cien dinares más uno, y la tiró a los pies de Goha en el momento en que éste recitaba su acostumbrada plegaria delante de su puerta. Y Goha, que demasiado sabía de dónde caía la bolsa, pero continuaba fingiendo creer en la intervención del Altísimo, se inclinó y recogió el don. Y cuando contó de un modo ostensible las monedas de oro, se encontró con que aquella vez era ciento uno el número de dinares. Entonces dijo, levantando las manos al cielo: ‘¡Ya Alah, tu generosidad no tiene límites! He aquí me has concedido lo que te pedía con toda confianza, y aun has querido colmar mi deseo, dándome más de lo que anhelaba. Así es que, para no herir tu bondad, acepto este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía’. Y tras de hablar así, se guardó la bolsa en el cinturón e hizo andar una tras otra a sus dos piernas. Cuando el judío, que miraba a la calle, vio que Goha se guardaba de tal suerte la bolsa en su cinturón y se marchaba tranquilamente, se puso muy amarillo de color y sintió que de cólera se le salía el alma por la nariz. Y se precipitó fuera de su casa y corrió detrás de Goha, gritándole:

‘¡Espera!, ¡oh Goha, espera!’. Y Goha dejó de andar, y encarándose con el judío, le preguntó: ‘¿Qué te pasa?’. El otro contestó: ‘¡La bolsa! ¡Devuélveme la bolsa!’. Y dijo Goha: ‘¿Devolverte la bolsa de cien dinares y un dinar que Alah me ha deparado?

¡Oh perro de judíos! ¿Es que esta mañana ha fermentado tu razón en tu cráneo? ¿O acaso piensas que debo dártela como te di la de ayer? En este caso, puedes desengañarte, porque ésta la guardo por miedo a ofender al Altísimo en Su Generosidad para conmigo, que soy indigno de ella. Bien sé que hay un dinar de más en esta bolsa, pero eso no perjudica a los demás. ¡Por lo que a ti respecta, ya estás yendo!’ Y enarboló un grueso garrote nudoso, e hizo ademán de dejarlo caer con todo su peso sobre la cabeza del judío. Y el desgraciado de la descendencia de Yacub se vio obligado a volverse con las manos vacías y la nariz alargada hasta los pies.

-Y otro día Si-Goha escuchaba en la mezquita predicar al khateb. Y en aquel momento el khateb explicaba a sus oyentes un extremo de derecho canónico, diciendo: ‘¡Oh creyentes! sabed que si a la caída de la noche el marido cumple con su esposa los deberes de un buen esposo, se verá recompensado por el Retribuidor como si hubiese sacrificado un carnero. Pero si la copulación lícita tiene lugar durante el día, se le tendrá en cuenta al marido como si se tratara del rescate de un esclavo. ¡Y si la cosa se realiza a media noche, la recompensa será igual a la obtenida por el sacrificio de un camello!’.

Y he aquí que, de vuelta en su casa, Si-Goha transmitió a su esposa estas palabras. Luego se acostó a su lado para dormir. Pero la mujer, sintiéndose poseída de violentos deseos, dijo a Goha: ‘Levántate ¡oh hombre! a fin de que ganemos la recompensa que se obtiene por el sacrificio de un carnero’. Y Goha dijo: ‘Está bien’. E hizo la cosa y volvió a acostarse. Pero a media noche de nuevo se sintió la hija de perro con el organismo en disposición copulativa y volvió a despertar a Goha, diciéndole: ‘Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio que reporta el sacrificio de un camello...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima cuarta noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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sábado, 29 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima vigésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 922ª noche

Ella dijo:

‘¡...Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre! cuéntame al detalle la historia de tu viaje, a fin de que yo viva con el pensamiento los días de tu dolorosa ausencia’. Y Diamante contó al viejo rey Schams-Schah todo lo que le había sucedido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlo. Luego le presentó, una tras de otra, a sus cuatro esposas, y acabó por hacer llevar a su presencia a la princesa Mohra, atada de pies y manos. Y le dijo: ‘Ahora a ti corresponde ¡oh padre mío! ordenar lo que te plazca respecto a ella’.

Y el viejo rey, a quien el Altísimo había dotado de cordura y de inteligencia, pensó en su espíritu que su hijo debía amar desde el fondo de su corazón a aquella joven funesta, causante de la muerte de tantos príncipes hermosos, ya que por ella fue por quién hubo de soportar todas aquellas penas y todas aquellas fatigas. Y se dijo que, si dictaba una sentencia severa, le afligiría sin duda alguna. Así es que, tras de reflexionar un instante todavía, le dijo: ‘¡Oh hijo mío! el que, a vuelta de muchas penas y dificultades, obtiene una perla inapreciable, debe guardarla cuidadosamente. Claro que esta princesa de espíritu fantástico se ha hecho culpable, por su ceguera, de acciones reprensibles; pero es preciso considerarlas como llevadas a cabo por voluntad del Altísimo. Y si por culpa suya se privó de la vida a tantos jóvenes, fue porque el escriba de la suerte lo había escrito así en el libro del Destino. Por otra parte, no olvides ¡oh hijo mío! que esta joven te ha tratado con muchos miramientos cuando hubiste de introducirte, en calidad de santón, en su jardín. Por último, ya sabes que la mano del deseo de quienquiera, sea el negro o cualquier otro en el mundo, no ha tocado el fruto del tierno arbolillo de su ser, y que nadie ha saboreado el gusto de la manzana de su barbilla ni del alfónsigo de sus labios’.

Y Diamante se conmovió con las palabras de tan dulce lenguaje, máxime cuando sus cuatro esposas, las bienaventuradas de modales encantadores, apoyaron con su asentimiento aquel discurso. En vista de lo cual, escogiendo un día y un momento favorables, aquel jovenzuelo de sol se unió con aquella luna pérfida, semejante a la serpiente guardadora del tesoro. Y tuvo de ella, como de sus cuatro esposas legítimas, hijos maravillosos, cuyos pasos fueron otras tantas felicidades, y que tuvieron por esclavas, como su padre Diamante el Espléndido y su abuelo Schams-Schah el Magnífico, a la fortuna y a la dicha.

Y tal es la historia del príncipe Diamante, con cuantas cosas extraordinarias le sucedieron. ¡Gloria, pues, a quien reserva los relatos de los antiguos para lección de los modernos, a fin de que las gentes aprendan sabiduría!

Y el rey Schahriar, que había escuchado aquella historia con extremada atención, dio gracias por primera vez a Schehrazada, diciendo: ‘Loores a ti, ¡oh boca de miel! ¡Me hiciste olvidar amargas preocupaciones!’

Luego se ensombreció su rostro repentinamente. Y al ver aquello, Schehrazada se apresuró a decir: ‘Está bien, ¡oh rey del tiempo! Pero ¿qué vale esto comparado con lo que voy a contarte del Maestro de las divisas y de las risas?’.

Y dijo el rey Schahriar: ‘¿Quién es ¡oh Schehrazada! ese maestro de las divisas y de las risas a quien no conozco?’

Y dijo Schehrazada:

Algunas tonterías y teorías del maestro de las divisas y de las risas

En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la tradición, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia, había un hombre de apariencia estúpida que, bajo su aspecto de bufón extravagante, ocultaba un fondo sin igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el hombre más divertido, más instruido y más ingenioso de su tiempo. Tenía por nombre Goha, y por oficio ninguno en absoluto, aunque circunstancialmente ejercía el cargo de predicador en las mezquitas.

Un día le dijeron sus amigos: ‘¡Oh Goha! ¿No te da vergüenza pasarte la vida sin hacer nada, y no usar tus manos, con sus diez dedos, más que para llevártelas llenas a la boca? ¿Y no piensas que ya es hora de que ceses en tu vida de holgazanería y te amoldes al modo de ser de todo el mundo?’. Y he aquí que él no contestó nada. Pero un día atrapó una cigüeña grande y hermosa, dotada de alas magníficas, que la hacían volar muy alto por el cielo, y de un pico maravilloso, terror de los pájaros, y de dos tallos de lirio por patas. Y cuando la cogió, subió con ella a su terraza, en presencia de los que le habían hecho reproches, y con un cuchillo le cortó las magníficas plumas de las alas, y el largo pico maravilloso, y las encantadoras patas tan finas, y empujándola con el pie hacia el vacío, le dijo: ‘¡Vuela, vuela!’. Y sus amigos le gritaron, escandalizados: ‘Alah te maldiga, ¡oh Goha! ¿A qué viene esa locura?’. Y les respondió él: ‘Esta cigüeña me molestaba y pesaba sobre mi vista porque no era como los demás pájaros. Pero ahora le he hecho semejante a todo el mundo’.

Y otro día dijo a los que le rodeaban: ‘¡Oh musulmanes, y vosotros, cuantos estáis aquí presentes! ¿Sabéis por qué Alah el Altísimo, el Generoso (¡glorificado y venerado sea!) no dio alas al camello y al elefante?’. Y los demás se echaron a reír, y contestaron: ‘No, por Alah, que no lo sabemos, ¡oh Goha! Pero tú, a quien nada se oculta de las ciencias y de los misterios, dínoslo pronto para que nos instruyamos’. Y Goha les dijo: ‘Voy a decíroslo. Porque si el camello y el elefante tuvieran alas, cagarían con todo su peso sobre las flores de vuestros jardines y las aplastarían’.

-Y otro día, un amigo de Goha fue a llamar a su puerta y dijo: ‘¡Oh Goha! en nombre de la amistad, préstame tu burro, que le necesito para hacer con él un trayecto urgente’. Y Goha, que no tenía gran confianza en aquel amigo, contestó:

‘Bien quisiera prestarte el burro, pero no está aquí, que le he vendido’. Mas en aquel momento mismo empezó a rebuznar el burro desde la cuadra, y el hombre oyó a aquel burro que parecía no iba nunca a terminar de rebuznar, y dijo a Goha: ‘¡Pues si tienes ahí a tu burro!’. Y Goha contestó con acento muy ofendido: ‘¡Vaya, por Alah! ¿Conque ahora resulta que crees al burro y no me crees a mí? ¡Vete, que no quiero verte más!’

-Y otra vez, el vecino de Goha fue en busca suya para invitarle a una comida, diciéndole: ‘Ven ¡oh Goha! a comer en mi casa’. Y Goha aceptó la invitación. Y cuando ambos estuvieron sentados ante la bandeja de manjares, les sirvieron una gallina. Y tras de intentar masticarla varias veces, acabó Goha por renunciar a tocar aquella gallina, que era una vieja entre las gallinas más viejas, y tenía la carne correosa; y se limitó a sorber un poco del caldo en que estaba cocida. Tras de lo cual se levantó, y cogiendo la gallina, la colocó en dirección a la Meca, y se dispuso a recitar sobre ella su plegaria. Y su huésped, enfadado, le dijo: ‘¿Qué vas a hacer, ¡oh descreído!? ¿Y desde cuándo los musulmanes recitan sus plegarias sobre las gallinas?’. Y contestó Goha: ‘¡Oh tío! ¡Qué ilusiones te haces! ¡Esta ave de corral, sobre la que voy a recitar mi plegaria, no es un ave de corral! ¡De ave de corral tiene solamente la apariencia, pues, en realidad, es una santa mujer vieja convertida en gallina, o acaso en venerable santón! ¡Porque la han puesto a la lumbre, y la lumbre la ha respetado!’.

-Otra vez salió con una caravana, y las provisiones de boca eran exiguas, y el hambre de los caravaneros era considerable. Por lo que a Goha respecta, su estómago le requería tan insistentemente, que hubiera él devorado la ración de los camellos. El caso es que cuando, en la primer parada, se sentó todo el mundo para comer, Goha hizo gala de una reserva y de una discreción que maravillaron a sus compañeros. Y como le instaran para que cogiera el pan y el huevo duro que le correspondía, contestó: ‘¡No, por Alah! ¡Comed vosotros y satisfaceos, que a mí me sería imposible comer un pan entero y un huevo duro yo solo! Así, pues, tome cada uno de vosotros el pan y el huevo duro que le corresponde, y luego, si os parece bien, me daréis la mitad de cada pan y de cada huevo; porque no cabe más en mi estómago; que es delicado’.

-Y en otra ocasión, fue a casa del carnicero y le dijo: ‘¡Hoy es día de fiesta en casa! Dame, pues, el mejor trozo que tengas de carne del carnero gordo’. Y el carnicero apartó para él todo el solomillo del carnero, que tenía un peso considerable, y se lo entregó. Y, Goha llevó todo el solomillo a su mujer, diciéndole:

‘Haznos con este excelente solomillo filetes con cebollas. Y sazónalo bien a mi gusto’. Luego salió a dar una vuelta por el zoco.

Y he aquí que la esposa se aprovechó de la ausencia de Goha para asar a toda prisa el solomillo de carnero y comérselo con su hermano, sin dejar nada. Y cuando volvió Goha, sintió el apetitoso tufillo de los filetes asados, y se le dilataron las narices, y se le conmovió el estómago. Pero, cuando estuvo sentado ante la bandeja, su mujer le llevó por toda comida un pedazo de queso griego y un pan duro. En cuanto al kabab, ni rastro de él había. Y Goha, que no había hecho más que pensar en aquel kabab, dijo a su mujer: ‘¡Oh hija del tío! ¿Y el kabab? ¿Cuándo vas a servírmelo?’. Y ella contestó: ‘¡La misericordia de Alah sobre ti y sobre el kabab! Lo ha devorado el gato mientras yo estaba en el retrete’. Y Goha, sin decir palabra, se levantó y cogió al gato y le pesó en la balanza de la cocina. Y observó que pesaba bastante menos que el solomillo de carnero que había llevado él. Y se encaró con su esposa, y le dijo: ‘¡Oh hija de perros! ¡Oh desvergonzada! Si este gato que tengo se ha comido la carne, ¿dónde está el peso del gato? Y si lo que tengo es sólo el gato, ¿dónde está la carne?’.

-Y otro día, estando su esposa ocupada en la cocina, le entregó al niño de pecho, hijo suyo, que tenía tres meses, y le dijo: ‘¡Oh padre de Abdalah! ten al niño y mécele, mientras estoy junto al fogón. Luego te le cogeré’. Y Goha accedió a quedarse con el niño, aunque aquello no le agradaba mucho. Y en aquel preciso momento sintió el niño ganas de mear, y empezó a mearse en el caftán nuevo de su padre. Y Goha, en el límite de la contrariedad, se apresuró a dejar en el suelo al niño; y presa del furor, empezó a mearse en él, a su vez. Y al verle su esposa conducirse de aquel modo, acudió gritando: ‘¡Oh rostro de brea! ¿Qué haces al niño?’. Y él le contestó: ‘¿Estás ciega? ¿Pues no ves que me meo en él para no tratarle como a un hijo extraño? Porque, si hubiese sido hijo de un extraño quien se hubiese meado en mí, y no mi propio hijo, en verdad que hubiese vaciado mi interior sin duda alguna en su cara’.

-Y una noche en que estaba reunido con sus amigos, le dijeron éstos: ‘¡Ya Si- Goha! puesto que estás tan instruido en las ciencias y tan versado en la astronomía, ¿puedes decirnos qué es la luna cuando pasa su último cuarto?’, Y Goha contestó:

‘¿Qué os ha enseñado entonces el maestro de escuela, ¡oh compañeros!? ¡Por Alah! ¡Pues cada vez que una luna está en su último cuarto, se la rompe para hacer de '' ella estrellas!’.

-Y otro día, Goha fue en busca de un vecino suyo y le dijo: ‘El vecino se debe a su vecino. Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima tercera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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viernes, 28 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima vigésima primera noche

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Pero cuando llegó la 921ª noche

Ella dijo:

...para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: ‘Reflexiona durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo’.

Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: ‘¡Oh hijo mío, que Alah te proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una joven?’. Y dijo Diamante: ‘¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él’. Y dijo el rey: ‘¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de lavar tus manos de la vida!’.

Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dio orden a los esclavos para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.

Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en seguida en la sala de audiencias la joven princesa de maneras encantadoras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aquella a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Éufrates, y por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo encantador cuya vista tanto le había trastornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: ‘No se me escapará esta vez’. Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos tenebrosos, y le dijo: ‘¡Nadie ignora la pregunta! ¡Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?’.

Y Diamante contestó: ‘Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak, ha recibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!’.

Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: ‘No están claras esas palabras. Cuando des más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes’. Cuando Diamante vio que la princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo:

‘¡Oh princesa! ¡Si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cortina que oculta lo que debe estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen! ¡Porque es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los príncipes que me precedieron!’.

Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡No conviene que ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la pregunta que le he hecho!’. Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que quería decir: ‘¡Habla!’ Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.

Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pronunciar palabra, le condujo al aposento de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.

Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron sumidos en la estupefacción; luego bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su antojo. Y añadió: ‘¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!’.

En cuanto al negro, fue empalado.

Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fue ejecutado al instante. Y el excelente Al- Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflándose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe, temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y cuando, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo Diamante: ‘¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre...!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima segunda noche

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jueves, 27 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima vigésima noche

_______________________________

Y cuando llegó la 920ª noche

Ella dijo:

...Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió: ‘¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de la vida tus manos!’.

Pero Diamante contestó: ‘¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus manos, y estoy dispuesto a separarme de ella sin excesiva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente esclarecido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el séptimo negro ha ido a refugiarse precisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré’.

Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque no se esperaba semejante pregunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo al joven príncipe: ‘¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Estado, y si yo accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!’.

Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés, e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah, que le había deparado la seguridad. Y fue a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo, le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente. Y le hizo descansar en ella unos días.

Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vio que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y Al-Simurg el Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre esplendores.

Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: ‘¡Oh bienhechor nuestro! ¡Oh padre de los gigantes y corona suya! ¡Ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila, que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!’. Y el excelente Al-Simurg los tomó a ambos, en un hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:

¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está enamorado el narciso!

¡Oh abstemio! ¡No se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!

¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!

¡Oh tiránica belleza! ¡Oh hermoso, moreno y encantador! ¡Mi corazón yace a tus pies de jazmín!

¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!

Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el reparto, y salió con Al-Simurg.

Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los brazos de Diamante.

Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con Al-Simurg, y les dijo: ‘Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana, ¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!’. Y contestaron todos: ‘¡No hay inconveniente!’. Luego Al- Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo el joven príncipe: ‘Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de imponérsele’. Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al- Simurg dio su opinión, diciendo: ‘Hay que desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. O también, después de colgarla, podríamos dar a comer su carne a los buitres y a las aves de rapiña’. Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su opinión. Y Aziza dijo: ‘¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!’ Y Gamila, a su vez, opinó que se debía absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: ‘¡Pues bien; sean con ella el perdón y la seguridad!’ Y le tiró su pañuelo. Luego dijo:

‘¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!’. Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa perdonada y contenta en brazos del joven.

Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al-Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Diamante, que esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de Diamante.

Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima primera noche

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miércoles, 26 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimonona noche

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Pero cuando llegó la 919ª noche

Ella dijo:

‘...No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua. Y por intentar una distracción de mi inquietud, fui a mis cuadras a mirar mis hermosos caballos. Y vi que los caballos que tenía reservados para mi uso personal a causa de su velocidad, que superaba a la del viento, estaban tan delgados y extenuados que los huesos se les clavaban en la piel, y tenían desollado el lomo por varios sitios. Y sin enterarme de nada más, hice ir a mi presencia a los palafreneros, y les dije: ‘¡Oh hijos de perro! ¿Qué es esto? ¿Y a qué obedece esto?’. Y se prosternaron con la faz contra el suelo ante mi ira, y uno de ellos levantó un poco la cabeza, temblando, y me dijo: ‘¡Oh señor nuestro! si me haces gracia de la vida, te diré una cosa en secreto’. Y le tiré el pañuelo de la seguridad, diciéndole: ‘¡Dime la verdad, y no me ocultes nada, porque, si no, te espera el palo!’. Entonces dijo él: ‘Sabe ¡oh señor nuestro! que todas las noches sin falta nuestra señora la reina, vestida con sus trajes reales, adornada con sus atavíos y sus joyas, semejantes a Balkis con sus preseas, viene a la cuadra, escoge uno de los caballos particulares de nuestro amo, lo monta, y va a pasearse. Y cuando regresa, al terminar la noche, el caballo no vale para nada, y cae al suelo, extenuado. ¡Y ya hace mucho tiempo que dura este estado de cosas, del que no nos hemos atrevido nunca a avisar a nuestro señor el sultán!’

‘Al enterarme de aquellos detalles tan extraños, se me turbó el corazón, y mi inquietud se hizo tumultuosa, y en mi espíritu arraigaron profundamente las sospechas. Y de tal suerte transcurrió para mi la jornada, sin que tuviese yo un momento de calma para ocuparme de los asuntos del reino. Y esperé la noche con una impaciencia que distendía mis piernas y mis brazos a pesar mío. Así es que cuando llegó la hora de la noche en que de ordinario iba yo en busca de mi esposa, entré en su aposento y la encontré desnuda ya y estirando los brazos. Y me dijo:

‘Estoy muy cansada y sólo tengo ganas de acostarme. Mira cómo se abate el sueño sobre mis ojos. ¡Ah, durmamos!’ Y yo, por mi parte, supe disimular mi agitación interna, y fingiendo estar más extenuado todavía que ella, me eché a su lado, y aunque estaba muy despierto, me puse a respirar roncando, como los que duermen en la taberna.

‘Entonces esta mujer de mala fortuna se levantó como un gato, y aproximó a mis labios una taza cuyo contenido hubo de verter en mi boca. Y tuve fuerza de voluntad para no traicionarme; pero, volviéndome un poco hacia la pared, como si continuase durmiendo, escupí sin ruido en la almohada el bang líquido que me había dado. Y sin dudar del efecto del bang, no tuvo ella cuidado para ir y venir por la habitación, y lavarse y arreglarse, ponerse kohl en los ojos, y nardo en los cabellos, y surma indio en los ojos, y missi también indio en los dientes, y perfumarse con esencia volátil de rosas y cubrirse de alhajas, y echar a andar como si estuviera borracha.

‘Entonces, esperando a que hubiese salido ella, me levanté de mi lecho, y echándome sobre los hombros una abaya con capucha, la seguí a pasos recatados, con los pies descalzos. Y la vi dirigirse a las cuadras, y escoger un caballo tan hermoso y tan ligero como el de Schirin. Y montó en él, y se marchó. Y quise montar también a caballo para seguirla; pero pensé que el ruido de los cascos llegaría a oídos de aquella esposa desvergonzada, y quedaría advertida de lo que debía permanecer oculto para ella. Así es que, apretándome el cinturón a la manera de los sais y de los mensajeros, eché a correr sigilosamente detrás del caballo de mi esposa, agitando mis piernas con rapidez. Y si tropezaba, me levantaba; y si caía, me levantaba también, sin perder ánimos. Y de tal modo continué mi carrera, lastimándome los pies con los guijarros del camino.

‘Y has de saber ¡oh joven! que, sin que yo hubiese pensado en darle orden de seguirme, este perro lebrel que está de pie delante de ti, con el cuello adornado por un collar de oro, había salido detrás de mí y corría fielmente, sin ladrar.

‘Y al cabo de aquella carrera sin tregua, mi esposa llegó a una llanura desolada donde no había más que una sola casa, baja y constituida con barro, que estaba habitada por negros. Y se apeó del caballo y entró en la casa de los negros. Y quise penetrar detrás de ella; pero se cerró la puerta antes de que yo hubiese llegado al umbral, y me contenté con mirar por un tragaluz para ver si me enteraba de la cosa.

‘Y he aquí que los negros, que eran siete, semejantes a búfalos, acogieron a mi esposa con injurias espantosas, y se apoderaron de ella, y la tiraron al suelo, y la pisotearon, golpeándola tanto, que la creí ya con los huesos molidos y el alma expirante. Pero, lejos de mostrarse dolida por aquel trato feroz del que hasta hoy tienen señales sus hombros, su vientre y su espalda, ella se limitaba a decir a los negros: ‘¡Oh queridos míos! por el ardor de mi amor hacia vosotros, os juro que he venido un poco retrasada esta noche sólo porque mi esposo el rey, ese sarnoso, ese trasero infame, ha estado despierto hasta después de su hora habitual. De no ser así, ¿hubiera yo esperado tanto tiempo para venir y hacer disfrutar a mi alma con la bebida de nuestra unión?’.

Y al ver aquello, no sabía yo dónde estaba ya, ni si era presa de un sueño horrible. Y pensé para mi ánima: ‘¡Ya Alah! ¡Jamás he pegado a Piña, ni siquiera con una rosa! ¿Cómo se explica, pues, que soporte semejantes golpes sin morir?’ Y mientras yo reflexionaba así, vi que los negros, apaciguados por las excusas de mi esposa, la desnudaron por completo, desgarrándole sus trajes reales, y le arrancaron las alhajas y sus adornos, precipitándose después todos sobre ella, como un solo hombre, para asaltarla por todos lados a la vez. Y a estas violencias respondía ella con suspiros de contento, ojos en blanco y jadeos.

‘Entonces, sin poder soportar por más tiempo aquel espectáculo, me precipité por el tragaluz en medio de la sala, y cogiendo una maza entre las mazas que había allí me aproveché de la estupefacción de los negros, que creían que había bajado entre ellos algún genni, para arrojarme sobre ellos y matarlos a golpazos asestados en sus cabezas. Y de tal suerte desenlacé de mi esposa a cinco de ellos, y los precipité en el infierno derecho. Viendo lo cual, los otros dos negros que quedaban se desenlazaron de mi esposa por sí mismos y buscaron su salvación en la fuga. Pero conseguí atrapar a uno, y de un golpe le tendí a mis pies; y como solamente estaba aturdido cogí una cuerda y quise atarle las manos y los pies. Y cuando me inclinaba, mi esposa acudió de pronto por detrás, y me empujó con tanta fuerza, que di de bruces en el suelo. Entonces el negro aprovechó la ocasión para levantarse y echarse encima de mi pecho. Y ya levantaba su maza para terminar conmigo de una vez, cuando mi fiel perro, este lebrel de color castaño claro, le saltó a la garganta y le derribó, rodando por el suelo con él. Y al punto aproveché aquel instante favorable para caer sobre mi adversario y agarrotarle brazos y piernas. Luego le tocó el turno a Piña, a la cual até, sin pronunciar palabra, mientras me salían chispas de los ojos.

‘Hecho esto, arrastré al negro fuera de la casa y lo até a la cola de mi caballo. Después cogí a mi esposa y la puse atravesada en la silla, como un fardo, delante de mí. Y seguido de mi perro lebrel, que me había salvado la vida, regresé a mi palacio, en donde, con mi propia mano, corté la cabeza al negro, cuyo cuerpo, arrastrado a lo largo de la ruta, no era ya más que un pingajo jadeante, y di a comer su carne a mi perro. E hice salar aquella cabeza, que precisamente es la que aquí estás viendo en esa bandeja que tiene delante Piña. E infligí por todo castigo a esa desvergonzada esposa mía la contemplación diaria de la cabeza cortada de su amante negro. Y he aquí lo referente a ellos dos.

‘Pero, volviendo al séptimo negro, que logró ponerse en fuga, no cesó de correr hasta que hubo llegado a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Tammuz ben Qamús. Y tras de una serie de maquinaciones, el negro consiguió ocultarse debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz. Y al presente es su consejero íntimo. Y en el palacio nadie conoce su presencia debajo del lecho de la princesa.

‘¡Y he aquí ¡oh joven! la historia de cuanto me ocurrió con Piña! Y eso es lo referente al negro sombrío que a la hora de ahora está debajo del lecho de marfil de la hija del rey de Sinn y de Massin, Mohra, la matadora de tantos jóvenes reales’.

Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima vigésima noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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martes, 25 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimoctava noche

_______________________________

Pero cuando llegó la 918ª noche

Ella dijo:

‘...Y con sus ojos vio lo que vio, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: ‘¡Oh su pudor y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el vestido de su castidad!’ Luego la sacudió furiosamente y la despertó, gritándole: ‘¡Si no dices la verdad, ¡oh perra! te haré probar la muerte roja!’

‘Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el momento grave. Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante para bajarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del estrago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.

‘Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: ‘Vamos a verter sobre el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero’. Y los guardias no pusieron ningún inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de aceite salomónico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto como el día que salí del vientre de mi madre.

‘Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que recogieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: ‘¡Pero antes os mearéis todos encima!’. Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.

‘Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan eminente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, bendiciendo la suerte que unía a su hija con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella hermosa de cuerpo de rosa.

‘Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron oponerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos, y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a la ciudad de Wakak, mi ciudad.

‘Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi esposa, y se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora voy a contarte.

‘En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté dulcemente y le dije: ‘¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?’. Y ella me contestó con acento indiferente: ‘No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos’. Y yo creí que su discurso era verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.

‘Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dio la misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron confusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimonona noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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lunes, 24 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimoséptima noche

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Pero cuando llegó la 917ª noche

Ella dijo:

‘...sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a buscarte en secreto, y te untaremos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem’.

‘Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranquilizándome de antemano por el resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio consabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven iluminada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la cabeza en una almohada encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada menos que salir a tomar el aire.

‘Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la moviese un sentimiento de pudor, a la vez que su mirada llena de malicia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo: ‘¡Oh ser humano! ¿De dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu propia vida las manos?’ Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a mí contesté: ‘¡Oh mi deliciosa señora! ¿Qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza contemplándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un tiempo que se podría emplear de manera útil’.

‘Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fue inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fue la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fue domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.

‘Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.

‘Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fue al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: ‘¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?’ Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vio lo que vio, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimoctava noche

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domingo, 23 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimosexta noche

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Y cuando llegó la 916ª noche

Ella dijo:

‘...Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.

‘Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por descubrir una tenebrosa cisterna abierta por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella cisterna, a la que era difícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las ruinas que la circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda improvisada, no puede sacar nada. Porque mi gorro se había vuelto tan pesado como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo infinito tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desesperación, y sin poder soportar la sed que me abrasaba, exclamé: ‘¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien hace agonizar la sed, y dejadme que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta el aliento y se me detiene en la boca la respiración’.

‘Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mucho, hasta que al fin llegó desde el pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: ‘Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!’

‘Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi, agarradas con los dedos a mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda curvada como un arco, y tan delgadas, que habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: ‘¡Oh joven caritativo! en otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios’. Y prosiguieron en estos términos: ‘A poca distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista. Pero en el momento en que aparezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no estercolará’.

‘Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en ver salir del río una vaca blanca como la plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente, poniéndose después a pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.

‘En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna. Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos lados.

‘Entonces me besaron las manos, y me dijeron: ‘¡Oh señor nuestro! ¿Quieres riqueza, salud o una partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: ‘¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón! ¡Dadme esa partícula de que habláis!’ Y me dijeron: ‘¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos! te daremos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se asemeja a la risueña hoja del jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimoséptima noche

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sábado, 22 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimoquinta noche

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Y cuando llegó la 915ª noche

Ella dijo:

‘...te diré lo que llevo en el corazón!’ Y añadió: ‘¡Oh mi señor! bien dichosos son los sordos y los ciegos por no estar expuestos a las calamidades, las cuales nos entran por los ojos y por los oídos. ¡Porque en mi caso fueron mis oídos los que atrajeron sobre mí la mala suerte! Porque ¡oh asilo del mundo! desde el día nefasto en que oí mencionar delante de mí lo que voy a contarte, ya no he tenido reposo ni sueño’ Y le contó toda su historia con los menores detalles. Y no hay utilidad en repetirla. Luego añadió: ‘Y ahora que el Destino me ha gratificado con la vista de tu presencia luminosa, ¡oh rey del tiempo! y que quieres concederme, como favor insigne, la merced que me permites solicitarte, te pediré sencillamente que me digas exactamente qué clase de relaciones hay entre nuestro señor rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y que me digas también qué tiene que ver en el asunto el negro sombrío que a la hora de ahora está tendido debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del del rey Tammuz ben Qamús, soberano de las comarcas de Sinn y de Massin’.

Así habló Diamante al rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak. Y a medida que hablaba Diamante, el rey Ciprés cambiaba sensiblemente de color y de intenciones. Y cuando Diamante acabó su discurso Ciprés se había puesto como una llama; y en sus ojos ardía un incendio. Y en su pecho le roncaba el hervidero interior, de todo punto semejante al furor de la caldera en el brasero. Y permaneció un momento sin poder emitir sonidos. Y de improviso estalló, diciendo: ‘Mal hayas, ¡oh extranjero! ¡Por vida de mi cabeza, que si no fueras sagrado para mí después del juramento que hice de dejar a salvo tu vida, en este mismo instante te separaría del cuerpo la cabeza!’ Y Diamante dijo: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡Perdona a tu esclavo su indiscreción! Pero la he cometido porque me lo permitiste. Y ahora, por mucho que digas, no puedes menos de ceder a mi demanda, después de tu promesa. Porque me has ordenado que formule un deseo entre tus manos, y lo único que me interesa es precisamente la cosa que sabes’.

Y el rey Ciprés, al oír este discurso de Diamante, llegó al límite de la perplejidad y de la desesperación. Y tan pronto se inclinaba su alma a desear la muerte de Diamante como a mantener sus propios compromisos. Pero el primer deseo era mucho más violento. Sin embargo, consiguió dominarse temporalmente, y dijo a Diamante: ‘¡Oh hijo del rey Schams-Schah! ¿Por qué quieres obligarme a echar inútilmente por el aire tu vida? ¿No te valdrá más que renuncies a la idea peligrosa que te preocupa, y que me pidas otra cosa en cambio, aunque sea la mitad de mi reino?’ Pero Diamante insistió, diciendo: ‘Mi alma no anhela nada más, ¡oh rey Ciprés!’ Entonces le dijo el rey: ‘No hay inconveniente en complacerte. ¡No obstante, ten presente que, cuando te haya revelado lo que quieres saber, haré que sin remisión te corten la cabeza!’ Y Diamante dijo: ‘Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! ¡Cuando me haya enterado de la solución que anhelo, o sea de la clase de relaciones que hay entre nuestro señor el rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y qué tiene que ver el negro con la princesa Mohra, haré mis abluciones y moriré con la cabeza cortada!’

Entonces el rey Ciprés se mostró muy pesaroso, no solamente porque se veía obligado a revelar un secreto que estimaba más que su alma, sino a causa de la muerte segura de Diamante. Permaneció, pues, con la cabeza baja y la nariz alargada durante una hora de tiempo. Tras de lo cual hizo evacuar la sala del trono por los guardias, a los cuales dio, por señas, algunas órdenes. Y salieron los guardias, y volvieron al cabo de un momento, llevando atado con una correa de cuero rojo enriquecida de pedrerías a un hermoso perro lebrel de la especie de los lebreles de color castaño claro. Y luego extendieron ceremoniosamente un gran tapiz de brocado de forma cuadrada. Y el lebrel fue a sentarse en una esquina del tapiz, tras de lo cual entraron en la sala algunas esclavas, en medio de las cuales iba una maravillosa joven de cuerpo delicado, con las manos atadas a la espalda, bajo la mirada vigilante de doce etíopes sanguinarios. Y las esclavas hicieron sentarse a aquella joven en la esquina opuesta del tapiz, y pusieron delante de ella una bandeja con la cabeza de un negro. Y aquella cabeza estaba conservada en sal y hierbas aromáticas y parecía recién cortada. Después el rey hizo una nueva seña. Y al punto entró el cocinero mayor de palacio, seguido de portadores de toda clase de manjares agradables a la vista y al gusto; y colocó todos aquellos manjares en un mantel delante del perro lebrel. Y cuando el animal comió y se sació, colocaron las sobras en un plato sucio, de mala calidad, delante de la hermosa joven que tenía atadas las manos. Y ella se puso primero a llorar y luego a sonreír, y las lágrimas que caían de sus ojos se convertían en perlas, y las sonrisas de sus labios en rosas. Y los etíopes recogieron delicadamente las perlas y las rosas y se las dieron al rey.

Tras de lo cual el rey Ciprés dijo a Diamante: ‘¡Ha llegado el momento de tu muerte con el alfanje o con la cuerda!’ Pero Diamante dijo: ‘Sí, ciertamente, ¡oh rey! pero no antes de que me expliques lo que acabo de ver. ¡Cuando lo hagas, moriré!’

Entonces el rey Ciprés recogió la orla de su traje real sobre su pie izquierdo, y apoyando la barba en la palma de su mano derecha, habló así:

‘Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisa son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimosexta noche

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viernes, 21 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimocuarta noche

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Y cuando llegó la 914ª noche

Ella dijo:

‘…Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante: ‘En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es precisamente la ciudad de Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: ‘¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?’ Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se encuentra debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de todo este asunto tan complicado’. Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: ‘Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del apuro o para que te lleve al sitio donde te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me verás sin tardanza ante ti’. Y acto seguido volvió a inflarse y se remontó por los aires, bogando con soltura y rapidez en pos de su morada.

Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la casa, cuando vio salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una belleza sin par y que era precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la bienvenida, diciendo: ‘¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?’ Y Diamante contestó: ‘¡Oh caro jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en tu morada bendita’. Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se juraron ambos amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comieron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!

Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el jovenzuelo, que se llamaba Farah, y era precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: ‘¡Oh amigo mío Farah!, ya que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te ocasionará ningún gasto?’ Y contestó el joven Farah: ‘Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con alegría y contento’. Y entonces le dijo Diamante: ‘¿Puedes decirme sencillamente qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y de Masinn?’

Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy amarilla la tez y turbada la mirada. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del susto. Y el joven Farah acabó por decirle: ‘¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a todo habitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de tan temible cuestión.

En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Diamante!, es que nadie más que el propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces tan difícil nudo’.

Y Diamante dio las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en que harían aquella visita al rey Ciprés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se dilató y se holgó al ver entrar a Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que llevaba colgada de un rosario de ámbar amarillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido procurarse otra igual. Y Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, diciendo: ‘Lo admito de corazón’. Luego añadió: ‘¡Oh jovenzuelo circundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de antemano te está concedido’. Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!’ Y añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimoquinta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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jueves, 20 de enero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima decimotercera noche

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Y cuando llegó la 913ª noche

Ella dijo:

...se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez. Y vio al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que duró una hora de tiempo y que envenenaría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda. Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel soplo infernal.

Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sentó sobre su trasero, y mirando al joven con estupefacción, le dijo: ‘¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh ser humano!?’ Y así diciendo, le miró atentamente, y vio las armas de que era portador el joven. Entonces se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: ‘¡Oh mi señor! ¡Dispensa mi comportamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y lleve a buen término tu empresa’.

Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle. Luego le dijo: ‘Y he venido hasta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar hasta la ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables’.

Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y contestó: ‘Por encima de mi cabeza y de mis ojos’. Luego añadió: ‘Vamos a partir sin tardanza para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar asnos salvajes de los que pueblan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de cosas tan necesarias, tú te montarás a caballo en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak’.

Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.

Cuando Diamante se vio montado de tal modo a hombros del gigante Al-Simurg, dijo para sí: ‘¡Este gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!’

Y mientras reflexionaba de este modo, oyó de pronto un ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vio que el vientre del gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo en el agua. Y llegado que fue a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuencia de esta pérdida, se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.

Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras otro los océanos. Y cada vez que surcaban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima decimocuarta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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