miércoles, 3 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Schahriar y Schahzaman. Así comienza la historia

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Bueno, hasta yo estaba mortificado porque parecía que las historias nunca iban a empezar, pero creí importante publicar los antecedentes que la misma obra contiene, para los coleccionistas (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche.html), el mensaje editorial (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-mensaje.html), sus orígenes y fechas (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-orgenes.html), las relaciones de los manuscritos y ediciones árabes (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-ediciones.html), lo que se sabe de las traducciones europeas (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-traducciones.html), la obra del doctor Madrus (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-el-doctor.html), las palabras hacia el público lector (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-al-pblico.html) y, por último, las palabras del traductor a sus amigos (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-palabras-del.html y http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-palabras-del_13.html).

Pero ya es hora de leer las fábulas originales de la obra.

Saludos.

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Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman

¡Aquello que quiera Alah!
¡En el nombre de Alah el clemente, el misericordioso!

¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la paz para el príncipe de los enviados, nuestro señor y soberano Mohamed!

Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la recompensa.

¡Y después...! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá.

Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!

De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se llaman ‘Mil noches y una noche’, y todo lo que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.

Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman

Cuéntase -pero Alah es más sabio, más prudente más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China (1).

Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar (2). Su hermano, llamado Schahzaman (3), era el rey de Salamarcanda TI- Ajam.

Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: ‘Escucho y obedezco’.

Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz (4), le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a su hermano. El rey Schahzaman contestó: ‘Escucho y obedezco’. Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.

Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.

Y se dijo: ‘Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?’ Desenvainó inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: ‘Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea’. Y el otro respondió: ‘¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!’ Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.

El rey Schahriar le dijo: ‘Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu’. El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vió cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos.

Y súbitamente la mujer del rey gritó: ‘¡Oh, Massaud!’Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro, que la abrazó.

Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó…

A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer Al ver aquello, pensó el hermano del rey: ‘¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra’.

Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: ‘¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!’ Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.

A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días.

Se asombró de ello, y dijo: ‘Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa’. El rey le dijo: ‘Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores’. El rey replicó: ‘Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad’. Y se explicó de este modo: ‘Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fué el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla’.

Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: ‘Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores’.

Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: ‘Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa’. Su hermano le respondió: ‘Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán’.

Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: ‘¡Que nadie entre!’ Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr (5).

Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: ‘Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida’. Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.

Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit (6) de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:

¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras!

¡Los soles irradian con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!

¡Que los velos de su misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantados a sus pies!

¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece todos los párpados!

Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: ‘¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco’. Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.

Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: ‘Bajad, y no tengáis miedo de este efrit’. Por señas, le respondieron: ‘¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!’

Ella les dijo: ‘¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor muerte’. Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles: ‘Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit’.

Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: ‘Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda’. El otro repuso: ‘No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres mayor’. Y ambos empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo: ‘¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit’. Entonces, por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: ‘¡Qué expertos sois los dos!’

Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó: ‘¿Sabéis lo que es esto?’ Ellos contestaron: ‘No lo sabemos’. Entonces les explicó la joven: ‘Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos’. Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: ‘Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.

Ya lo dijo el poeta:

¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! Su buen o mal humor depende de los caprichos de su vulva!

¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!

¡Recuerda respetuosamente las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa de la Mujer!

¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una pasión loca! Y no digas: ‘¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!’

¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!

Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro: ‘Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros esta aventura debe consolarnos’. Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.

En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este cabalgador.

En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita.

La mayor se llamaba Schehrazada, y el nombre de la menor era Doniazada (7):

La mayor, Schehrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados.

Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.

Al ver a su padre, le habló así: ‘¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones...? Sabe, padre, que el poeta dice: ‘¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida’.

Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schehrazada: ‘Por Alah padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemini (musulmanes) y podré salvarlas de entre las manos del rey’. Entonces el visir contestó: ‘¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro’. Pero Schehrazada repuso: ‘Es imprescindible que así lo haga’. Entonces le dijo su padre: ‘Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia’

Fábulas del asno, el buey y el labrador

Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y el canto de los pájaros. Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su morada había un asno y un buey. Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: ‘Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansado, después de comer cebada bien cribada! Si el amo te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio, yo me reviento arando y con el trabajo del molino’. El asno le aconsejó: ‘Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo’.

Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo. Entonces el amo dijo al mayoral: ‘Coge al asno y que are todo el día en lugar del buey’. Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.

Al anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.

Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno le dijo: ‘Bien tranquilo estaba yo antes. -Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer beneficio a los demás’. Y en seguida añadió: ‘Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo’.

El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dio las gracias nuevamente, y le dijo: ‘Mañana reanudaré mi trabajo’. Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su lengua.

Pero el amo les había oído hablar.

En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la puerta. Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vio a su amo empezó a menear la cola, a ventosear ruidosamente y a galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al comerciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: ‘¿De qué te ríes?’ Y él dijo: ‘De una cosa que he visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida’. La mujer insistió: ‘Pues has de contármela, aunque te cueste morir’. Y él dijo: ‘Me callo, porque temo a la muerte’. Ella repuso: ‘Entonces es que te ríes de mí’.

Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, y así como al kadí (8) y a unos testigos. Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno (9), madre de sus hijos y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto.

Entonces toda la gente dijo a la mujer: ‘¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el padre de tus hijos’. Pero ella replicó: ‘Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto’. Entonces ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir.

Pero había un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallábase un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: ‘¿No te avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro amo?’ Y el gallo preguntó: ‘¿Por qué causa va a morir?’

Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: ‘¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo. Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse con ella!

El medio es bien sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta que sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas’. Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.

El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija Schehrazada: ‘Acaso el rey haga contigo lo que el comerciante con su mujer’. Y Schehrazada preguntó: ‘¿Pero qué hizo?’ Entonces el visir prosiguió de este modo:

Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó aparte a su esposa: ‘Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto’. La mujer le siguió; el comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirla varazos hasta que ella acabó por decir: ‘¡Me arrepiento, me arrepiento!’ Y besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces, y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices hasta la muerte.

Y cuando Schehrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego, dijo: ‘Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido’. Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahriar.

Mientras tanto, Schehrazada decía a su hermana Doniazada: ‘Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado su cosa conmigo, me dirás: ‘Hermana, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche’. Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes’.

Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver a Schehrazada, y preguntó a su padre: ‘¿Es ésta lo que yo necesito?’ Y el visir dijo respetuosamente: ‘Sí, lo es’.

Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: ‘¿Qué te pasa?’ Y ella contestó ‘¡Oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera despedirme!’ El rey mandó buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho. Entonces el rey se levantó, y cogiendo a Schehrazada, le arrebató la virginidad. Después empezaron a conversar.

Doniazada dijo entonces a Schehrazada: ‘¡Hermana, por Alah sobre ti!, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche’.

Y Schehrazada contestó: ‘De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.

El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schehrazada. Y Schehrazada, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:”

(1) La geografía es absolutamente vaga y admirable. Sería pues, inútil profundizar.
(2) Dueño de la ciudad. Palabra persa.
(3) Dueño del siglo o del tiempo. Palabra persa.
(4) ‘Que la paz (o la salvación) sea contigo’. Saludo usado entre los musulmanes…”
(5)Asr: parte del día en que empieza a declinar el sol
(6) Efrit: astuto, sinónimo de genio”
(7) Schehrazada: ‘Hija de la ciudad’. Doniazada: ‘Hija del mundo’
(8) El juez.
(9) Su esposa”

Continuará: La primera noche (http://lasmilnochesyunanoche.blogspot.com/2008/08/las-mil-noches-y-una-noche-versin.html)…

Saludos
Valram

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La decimoctava noche

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Y cuando llegó la 18ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid quedó maravilladísimo al oír las historias de las dos jóvenes Zobeida y Amina, que estaban ante él con su hermana Fahima, las dos perras y los tres saalik, y dispuso que ambas historias, así como las de los tres saalik, fuesen escritas por los escribas de palacio con buena y esmerada letra, para conservar los manuscritos en sus archivos.

En seguida dijo a la joven Zobeida: ‘Y después, ¡oh mi noble señora! ¿No has vuelto a saber nada de la efrita que encantó a tus hermanas bajo la forma de estas dos perras?’ Y Zobeida repuso: ‘Podría saberlo, ¡oh Emir de los Creyentes! pues me entregó un mechón de sus cabellos, y me dijo: ‘Cuando me necesites, quema un cabello de éstos y me presentaré, por muy lejos que me halle, aunque estuviese detrás del Cáucaso’. Entonces el califa le dijo: ‘¡Dame uno de esos cabellos!’ Y Zobeida le entregó el mechón, y el califa cogió un cabello y lo quemó. Y apenas hubo de notarse el olor a pelo chamuscado, se estremeció todo el palacio con una violenta sacudida, y la efrita surgió de pronto en forma de mujer ricamente vestida. Y como era musulmana, no dejó de decir al califa: ‘La paz sea contigo ¡oh Vicario de Alah!’ Y el califa contestó: ‘¡Y desciendan sobre ti la paz, la misericordia de Alah y sus bendiciones!’

Entonces ella le dijo: ‘Sabe, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que esta joven, que me ha llamado por deseo tuyo, me hizo un gran favor, y la semilla que en mí sembró siempre germinará, porque jamás he de agradecerle bastante los beneficios que le debo. A sus hermanas las convertí en perras, y no las maté para no ocasionarle a ella mayor sentimiento. Ahora, si tú, ¡oh Príncipe de los Creyentes! deseas que las desencante, lo haré por consideración a ambos, pues no has de olvidar que soy musulmana’. Entonces el califa dijo: ‘En verdad que deseo las liberes, y luego estudiaremos el caso de la joven azotada, y si compruebo la certeza de su narración, tomaré su defensa y la vengaré de quien la ha castigado con tanta injusticia’.

Entonces la efrita dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! dentro de un instante te indicaré quién trató así a la joven Amina, quedándose con sus riquezas. Pero sabe que es el más cercano a ti entre los humanos’. Y la efrita cogió una vasija de agua, e hizo sobre ella sus conjuros, rociando después a las dos perras y diciéndoles: ‘¡Recobrad inmediatamente vuestra primitiva forma humana!’ Y al momento se transformaron las dos perras en dos jóvenes tan hermosas, que honraban a quien las creó.

Luego la efrita, volviéndose hacia el califa, le dijo: ‘El autor de los malos tratos contra la joven Amina es tu propio hijo El-Amín’. Y le refirió la historia, en cuya veracidad creyó el califa por venir de labios de una segunda persona, no humana, sino efrita.

Y el califa se quedó muy asombrado, pero dijo: ‘¡Loor a Alah porque intervine en el desencanto de las dos perras!’ Después mandó llamar a su hijo El-Amín, le pidió explicaciones, y El-Amín respondió con la verdad. Y entonces el califa ordenó que se reuniesen los kadíes y testigos en la misma sala en donde estaban los tres saalik, hijos de reyes, y las tres jóvenes, con sus dos hermanas desencantadas recientemente.

Y con auxilio de kadíes y testigos, casó de nuevo a su hijo. ElAmín con la joven Amina; a Zobeida con el primer saalik, hijo de rey; a las otras dos jóvenes con los otros dos saalik, hijos de reyes; y por último mandó extender su propio contrato con la más joven de las cinco hermanas, la virgen Fahima, ¡la proveedora agradable y dulce!

Y mandó edificar un palacio para cada pareja, enriqueciéndoles para que pudiesen vivir felices. Y en cuanto anocheció fue a tenderse entre los brazos de la joven Fahima, con la cual hubo de pasar una noche de las más gratas.

‘Pero -dijo Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas, ¡oh rey afortunado! que esta historia sea más prodigiosa que la que ahora sigue’.

Historia de la mujer despedazada, de las tres manzanas y del negro Rihán

Schehrazada dijo:

Una noche entre las noches, el califa Harún Al-Raschid dijo a Giafar Al-Barmaki: ‘Quiero que recorramos la ciudad para enterarnos de lo que hacen los gobernadores y walíes. Estoy resuelto a destituir a aquellos de quienes me den quejas’. Y Giafar respondió: ‘Escucho y obedezco’. '

Y el califa, y Giafar, y Massrur el portaalfanje salieron disfrazados por las calles de Bagdad; y he aquí que en una calleja vieron a un anciano decrépito que en la cabeza llevaba una canasta y una red de pescar, y en la mano un palo; y andaba pausadamente, canturreando estas estrofas:

Me dijeron: ‘¡Por tu ciencia, ¡oh sabio! eres entre los humanos como la luna en la noche!’

Yo les contesté: ‘¡Os ruego que no habléis de ese modo! ¡No hay más ciencia que la del Destino!

¡Porque yo, con toda mi ciencia, mis manuscritos, mis libros y mi tintero, no puedo desviar la fuerza del Destino ni un solo día! ¡Y los que apostasen por mí, perderían su apuesta!

¡Nada, en efecto, hay más desolador que el pobre, el estado del pobre y el pan y la vida del pobre!

¡En verano, se le agotan las fuerzas! ¡En invierno, no dispone de abrigo!

¡Si se para, le acosarán los perros para que se aleje! ¡Cuán mísero es! ¡Ved cómo para él son todas las ofensas y todas las burlas! ¿Quién es más desdichado?

¡Y si no clama ante los hombres!, si no pregona su miseria, ¿quién lo compadecerá?

¡Oh! Si tal es la vida del pobre, ¿no ha de preferir la tumba?

Al oír estos versos tan tristes, el califa dijo a Giafar: ‘Los versos y el aspecto de este pobre hombre indican una gran miseria’.

Después se aproximó al viejo y le dijo: ‘¡Oh jeique! ¿Cuál es tu oficio?’ Y él respondió: ‘¡Oh señor mío! Soy pescador. ¡Y muy pobre! ¡Y con familia! Y desde el mediodía estoy fuera de casa trabajando, y ¡Alah no me concedió aún el pan que ha de alimentar a mis hijos! Estoy, pues, cansado de mi persona y de la vida, y no anhelo más que morir’. Entonces el califa le dijo: ‘¿Quieres venir con nosotros hasta el río, y echar la red en mi nombre, para ver qué tal suerte tengo? Lo que saques del agua te lo compraré y te daré por ello cien dinares’. Y el viejo se regocijó al oírle, y contestó: ‘¡Acepto cuanto acabas de ofrecerme y lo pongo sobre mi cabeza!’

Y el pescador volvió con ellos hacia el Tigris, y arrojando la red, quedó en acecho; después tiró de la cuerda de la red, y la red salió. El viejo pescador encontró en la red un cajón que estaba cerrado y que pesaba mucho. Intentó levantarlo el califa y lo encontró muy pesado. Pero se apresuró a entregar los cien dinares al pescador, que se alejó muy contento.

Entre Giafar y Massrur cargaron con el cajón y lo llevaron al palacio. Y el califa dispuso que se encendiesen las antorchas, y Giafar y Massrur se abalanzaron sobre el cajón y lo rompieron. Y dentro de él hallaron una enorme banasta de hojas de palmera cosida con lana roja. Cortaron el cosido, y en la banasta había un tapiz; apartaron el tapiz y encontraron debajo un gran velo blanco de mujer; levantaron el velo y apareció, blanca como la plata virgen, una joven muerta y despedazada.

Ante aquel espectáculo, las lágrimas corrieron por las mejillas del califa, y después, muy enfurecido, encarándose con Giafar, exclamó: ‘¡Oh perro visir! ¡Ya ves cómo, durante mi reinado, se asesina a las gentes y se arroja a las víctimas al agua! ¡Y su sangre caerá sobre mí el día del juicio, y pesará eternamente en mi conciencia! Pero ¡por Alah! que he de usar de represalias con el asesino, y no descansaré hasta que lo mate. En cuanto a ti, juro por la verdad de mi descendencia directa de los califas Bani-Abbas, que si no me presentas al matador de esta mujer, a la que quiero vengar, mandaré que te crucifiquen a la puerta de mi palacio, en compañía de cuarenta de tus primos los Baramka!’ (Los Barmecidas, noble familia árabe).

Y como el califa estaba lleno de cólera, y Giafar dijo: ‘Concédeme para ello no más que un plazo de tres días’. Y el califa respondió: ‘Te lo otorgo’.

Entonces Giafar salió del palacio muy afligido y anduvo por la ciudad, pensando: ‘¿Cómo voy a saber quién ha matado a esa joven, ni dónde he de buscarlo para presentárselo al califa? Si le llevase a otro que pereciese en vez del asesino, esta mala acción pesaría sobre mi conciencia. Por lo tanto no sé qué hacer’. Y Giafar llegó a su casa, y allí estuvo desesperado los tres días del plazo. Y al cuarto día el califa le mandó llamar. Y cuando se presentó entre sus manos, el califa le dijo: ‘¿Dónde está el asesino de la joven?’ Giafar respondió:

‘No poseo la ciencia de adivinar lo invisible y lo oculto, para que pueda conocer en medio de una gran ciudad al asesino’.

Entonces el califa se enfureció mucho, y ordenó que crucificasen a Giafar a la puerta de palacio, encargando a los pregoneros que lo anunciasen por la ciudad y sus alrededores de esta manera:

‘Quién desee asistir a la crucifixión de Giafar Al-Barmaki, visir del califato, y a la crucifixión de cuarenta Baramka, parientes suyos, vengan a la puerta de palacio para presenciarlo’.

Y todos los habitantes de Bagdad afluían por las calles para presenciar la crucifixión de Giafar y sus primos, sin que nadie supiese la causa; y todo el mundo se condolía y se lamentaba de aquel castigo, pues el visir y los Baramka eran muy apreciados por su generosidad y sus buenas obras.

Cuando se hubo levantado el patíbulo, llevaron al pie de él a los sentenciados y se aguardó la venia del califa para la ejecución. De pronto, mientras lloraba la gente, un apuesto y bien portado joven hendió con rapidez la muchedumbre, y llegando entre las manos de Giafar, le dijo: ‘¡Que te liberten!, ¡oh dueño y señor de los señores más altos, asilo de los menesterosos! Yo fui quien asesinó a la joven despedazada y la metí en la caja que pescasteis en el Tigris. ¡Mátame, pues, en cambio, y usa las represalias conmigo!’

Cuando escuchó Giafar las palabras del joven, se alegró por sí propio, pero compadecióse del mancebo. Y hubo de pedirle explicaciones más detalladas; pero de súbito un anciano venerable separó a la gente, se acercó muy de prisa a Giafar y al joven, les saludó, y les dijo: ‘¡Oh visir! no hagas caso de las palabras de este mozo, pues yo soy el único asesino de la joven, y en mi sólo tienes que vengarla’. Pero el joven repuso: ‘¡Oh visir! este viejo jeique no sabe lo que dice. Te repito que soy yo quien la mató, debiendo ser, por lo tanto, el único a quien se castigue’.

Entonces el jeique exclamó: ‘¡Oh hijo mío! todavía eres joven y debes vivir; pero yo, que soy viejo y estoy cansado del mundo, te serviré de rescate a ti, al visir y a sus primos. Repito que el asesino soy yo. Y conmigo se debe usar de represalias’. Entonces Giafar, con el consentimiento del capitán de guardias, se llevó al joven y al anciano, y subió con ellos al aposento del califa. Y le dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! aquí tienes al asesino de la joven.

Y el califa preguntó: ‘¿En dónde está?’ Giafar dijo: ‘Este joven afirma que es el matador, pero este anciano lo desmiente y asegura que el asesino es él’. Entonces el califa contempló al jeique y al mozo, y les dijo: ‘¿Cuál de vosotros dos ha matado a la joven?’ Y el mancebo respondió: ‘¡Fui yo!’ Y el jeique dijo: ‘¡No; fui yo solo!’

El califa, sin preguntar más, dijo a Giafar entonces: ‘Llévate a los dos y crucifícalos’. Pero Giafar hubo de replicarle: ‘Si sólo uno es el criminal, castigar al otro constituye una gran injusticia’. Y entonces el joven exclamó: ‘¡Juro por Aquel que levantó los cielos hasta la altura que están y extendió la tierra en la profundidad que ocupa, que soy el único que asesinó a la joven! Oíd las pruebas’. Y describió el hallazgo, conocido sólo por el califa, Giafar y Massrur. Y con esto el califa se convenció de la culpabilidad del joven, y llegando al límite del asombro, le dijo: ‘¿Y por qué has cometido esa muerte? ¿Por qué la confiesas antes de que te obliguen a hacerlo a palos? ¿Por qué pides de este modo el castigo?’ Entonces dijo el mancebo:

‘Sabe, ¡Oh Príncipe de los Creyentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es mi suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi mujer me amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarle nada reprensible.

Pero a principios de este mes cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos más sabios, que no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Y como desde el comienzo de su enfermedad no me había acostado con ella, y lo deseaba en aquel instante, quise que primero se diera un baño. Pero ella dijo: ‘Antes de entrar en el hammam, desearía satisfacer un antojo’. Y le pregunté: ‘¿Qué antojo es ese?’ Y me contestó: ‘Tengo ganas de una manzana para olerla y darle un bocado’.

Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana, aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí todas las fruterías, pero en ninguna había manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mi mujer y pasé toda la noche pensando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de mi casa y recorrí todos los huertos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el camino me encontré con un jardinero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me dijo: ‘¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte como no sea en Bassra, en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conseguirlas, pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa’.

Entonces volví junto a mi esposa contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió a preparar el viaje. Y salí, y empleé quince días completos, noche y día, para ir a Bassra y regresar, favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del huerto de Bassra por tres dinares. Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni dio muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi ausencia la calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente, y seguía atormentándola; y estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias a Alah, recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y vender. Pero he aquí que una tarde estaba yo sentado a la puerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la mano una manzana.

Y le dije: ‘¡Eh, buen amigo! ¿De dónde has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras iguales?’ Y el negro se echó a reír, y me contestó: ‘Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa, después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas, y al interrogarla, me ha dicho: ‘Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido a Bassra expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro’. Y en seguida me dio esta que llevo en la mano’.

Al oír tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se oscurecía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y, efectivamente, la tercera manzana no estaba ya allí. Y pregunté a mi esposa: ‘¿En dónde está la otra manzana?’ Y me contestó: ‘No sé qué ha sido de ella’. Esto era una comprobación de las palabras del negro. Entonces me abalancé sobre ella, cuchillo en mano, y apoyando en su vientre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolo con el velo y el tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo arrojé en el Tigris con mis propias manos.

¡Por eso, ¡oh Emir de los Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi crimen, pues me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!

La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vio, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: ‘¿Por qué lloras?’ Y él me contestó: ‘Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: ‘¿De dónde has sacado esta manzana?’

Y le contesté: ‘Es de mi padre, que se fue y se la trajo a mi madre con otras dos, compradas por tres dinares en Bassra. Porque mi madre está enferma’. Y a pesar de ello, no me la devolvió, sino que me dio un golpe y se fue con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que mi madre me pegue por lo de la manzana!

Al oír estas palabras del niño, comprendí que el negro había mentido respecto a la hija de mi suegro, y por lo tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!

Entonces empecé a derramar abundantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está aquí conmigo. Y le conté la triste historia. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos de llorar juntos hasta medianoche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy seguimos lamentando esa muerte.

Así, pues, te conjuro, ¡oh Emir de los Creyentes!, por la memoria sagrada de tus antepasados, a que apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte.

Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: ‘¡Por Alah que no he de matar más que a ese negro pérfido...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La decimonovena noche

Saludos
Valram

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