martes, 30 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 45ª noche

Ella dijo:

A todo esto, Scharkán, el hijo del rey, se enteró del embarazo de la concubina, y experimentó una gran pena, sobre todo al pensar en que el recién llegado pudiera disputarle la sucesión al trono. Y resolvió suprimir al hijo de la concubina, en caso de que fuera varón. Esto en cuanto a Scharkán.

Por lo que se refiere a la concubina, hay que decir que era una joven griega llamada Safía (1).

Había sido enviada como presente al rey Omar por el rey de los griegos de Kaissaria (2) con gran cantidad de regalos magníficos. Entre todas las esclavas del palacio, era ciertamente la más hermosa por su rostro incomparable, la más esbelta de cintura y la más recia de muslos y de hombros. Además, estaba dotada de una inteligencia muy poco común y de cualidades extraordinarias. Durante las noches, que ahora pasaba el rey Omar con ella, sabía decirle palabras muy dulces, que le encantaban los sentidos y le halagaban mucho; palabras penetrantes, muy dulces y muy expresivas. Y no dejó de hacerlo así, hasta que llegó al término de su preñez. Entonces se sentó en la silla de las parturientas, y presa de dolores de parto, empezó a implorar a Alah devotamente. Y Alah la escuchó sin duda alguna y al momento.

Por su parte, el rey Omar encargó a un eunuco que fuera a anunciarle sin demora el nacimiento de la criatura y su sexo. Y por su parte, Scharkán tampoco dejó de hacer el mismo encargo a otro eunuco. Apenas parió Safía, cuando las comadronas recogieron a la criatura y la examinaron, y habiendo visto que era una niña, se apresuraron a anunciárselo a todas las concurrentes y a los eunucos, clamando: ‘¡Es una niña! ¡Su rostro es más brillante que la luna!’

Y el eunuco del rey corrió presuroso a referírselo a su amo.

Y el eunuco de Scharkán corrió también a anunciar la noticia. Y Scharkán se alegró en extremo. Pero apenas habían salido los eunucos, Safía dijo a las comadronas: ‘¡Aguardad! ¡Noto que mis entrañas contienen otra cosa!’ Y empezó a exhalar nuevos lamentos y a sentir nuevos dolores de parto, y luego, con ayuda de Alah, acabó por parir un segundo hijo. Y las comadronas se inclinaron rápidamente y examinaron a la criatura; y era un varón que se parecía a la luna llena, con una frente que deslumbraba de blancura y unas mejillas como rosas floridas.

Así se alegraron mucho las esclavas, las doncellas y todas las que estaban allí, y en cuanto parió Safía, todas las mujeres llenaron el palacio con sus gritos de alegría, gritos penetrantes que llegaban hasta la nota más aguda. Y de tal manera, que todas las demás concubinas lo oyeron y lo entendieron. Y todas adelgazaron de envidia y malestar.

En cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas hubo averiguado la noticia, dio gracias a Alah, y acudió al aposento de Safía, se acercó a ella, le cogió la cabeza con las manos y la besó en la frente. Después se inclinó hacia el recién nacido y lo besó, y en seguida todas las esclavas golpearon las panderetas, y las tañedoras de instrumentos pulsaron las cuerdas armoniosas, y las cantadoras entonaron cantos propios del caso.

Hecho esto, mandó el rey que se llamase al recién nacido Daul' makán (Luz del lugar) y a la niña Nozhatú-zamán (Delicias del tiempo).

Y todos se inclinaron para decir ‘Escucho y obedezco’. En seguido eligió las nodrizas y las sirvientas para los dos niños, así como las esclavas y doncellas. Y por último, mandó repartir entre toda la gente de palacio, vinos, bebidas, perfumes y tantas otras cosas, que la lengua sería incapaz de enumerarlas. Cuando los habitantes de Bagdad se enteraron del doble nacimiento, adornaron e iluminaron la ciudad e hicieron grandes demostraciones de regocijo.

Después llegaron los emires, los visires y los grandes del reino, y presentaron sus homenajes y felicitaciones al rey Omar Al-Nemán por el nacimiento de su hijo Daul'makán y de su hija Nozhatú-zamán. Y el rey les dio las gracias, y les regaló trajes de honor, y les colmó de favores y mercedes, y obsequió a todos los circunstantes con gran largueza, tanto a los notables como a la plebe. Y así siguió hasta que transcurrieron cuatro años. Y durante todo aquel tiempo no dejó pasar ni un solo día sin tener noticias de Safía y de los niños. Y no cesó de enviar a Safía gran cantidad de oro y plata, alhajas, orfebrería, vestidos, sedas y otras maravillas. Y tuvo buen cuidado de confiar la educación de los niños y su custodia a los más adictos y avisados de sus servidores. ¡Y esto fue todo!

En cuanto a Scharkán, como andaba muy lejos guerreando y combatiendo, tomando ciudades, cubriéndose de gloria en las batallas y venciendo a los héroes más valerosos, no había sabido más que el nacimiento de su hermana Nozhatú-zamán. Pero el nacimiento de su hermano Daul'makán, ocurrido después de la salida del eunuco, nadie había pensado en comunicárselo.

Un día entre los días, estando sentado en su trono el rey Omar Al-Nemán, entraron los chambelanes de palacio, besaron la tierra entre sus manos, y le dijeron: ‘¡Oh rey! he aquí que llegan enviados del rey Afridonios, soberano de los rumís y de Constantinia la Grande.' Y solicitan ser recibidos por ti en audiencia y presentarte sus homenajes. De modo que si accedes les daremos entrada, y si no, tu negativa acallará sus réplicas’. Y el rey concedió el permiso.

Cuando entraron los enviados, el rey los recibió con bondad, les mandó acercarse, les pidió noticias de su salud, y los interrogó acerca del motivo de su visita. Entonces besaron la tierra entre sus manos y dijeron:

‘¡Oh rey grande y venerable, de alma elevada e infinitamente generosa! sabe que el que hacia ti nos ha enviado es el rey Afridonios, señor del país de Grecia y de Jonia y de todos los ejércitos de las comarcas cristianas, y cuya residencia es el trono de Constantinia (Constantinopla).

Nos encarga te avisemos que acaba de emprender una guerra terrible contra un tirano feroz, el rey Hardobios, dueño de Kaissaria.

‘La causa de esta guerra es la siguiente: un jefe de tribus árabes había encontrado, en un país recién conquistado, un tesoro de las edades remotas, del tiempo de El-Iskandar el de los Dos Cuernos (3).

Este tesoro contenía riquezas incalculables, cuya evaluación nos sería imposible; pues, entre otras maravillas encerraba tres gemas tan gordas como huevos de avestruz, pedrerías sin tacha y sin defecto, y que rivalizan en belleza y en valor con todas las pedrerías de la tierra y del agua. Estas tres gemas preciosas están perforadas por el centro para enhebrarlas en un cordón y servir de collar. Tienen inscripciones misteriosas grabadas en caracteres jónicos, pero se sabe que llevan consigo numerosas virtudes, uno de cuyos menores efectos es preservar, a toda persona que se ponga una de ellas al cuello, de todas las enfermedades, y especialmente de calenturas e irritaciones.

Los recién nacidos son los más sensibles a estas virtudes. ‘Por lo tanto, cuando el jefe árabe se dio cuenta de estos efectos maravillosos y sospechó las demás virtudes misteriosas, pensó que aquella era la mejor ocasión de granjearse la buena voluntad de nuestro rey Afridonios, y se dispuso inmediatamente a enviarle como regalo las tres gemas preciosas, así como una gran parte del tesoro. Mandó, pues, preparar dos naves, una cargada de riquezas, con las tres gemas preciosas destinadas como regalo a nuestro rey, y otra tripulada por hombres que iban como escolta de aquel precioso tesoro, para preservarle de los ataques de ladrones o enemigos. Sin embargo, estaba seguro de que nadie se atrevería a atacarle, ni a él directamente ni a las cosas enviadas por él y destinadas a nuestro poderoso rey Afridonios, pues el camino que habían de seguir los navíos era por el mar, a cuyo extremo se encuentra Constantinia.

‘Por eso, apenas estuvieron dispuestos los dos navíos, zarparon y se dieron a la vela hacia nuestro país. Pero un día que habían fondeado en una rada, no lejos de nuestra tierra, los asaltaron súbitamente unos soldados griegos de nuestro vasallo el rey Hardobios de Kaissaria, y les arrebataron cuanto allí se había acumulado en riquezas, tesoros y cosas maravillosas, y entre éstas las tres gemas preciosas. Y después mataron a todos los hombres y se apoderaron de las naves.

‘Cuando tal acción llegó a conocimiento de nuestro rey, mandó inmediatamente contra el rey Hardobios un cuerpo de ejército que fue aniquilado. En seguida mandó otro, que fue aniquilado también. Entonces nuestro rey Afridonios se enfureció en extremo, y juró que se pondría personalmente al frente de todos sus ejércitos reunidos y no regresaría hasta haber destruido la ciudad de Kaissaria, asolando todo el reino de Hardobios y arruinando por completo todos los pueblos que de él dependieran.

‘Y ahora, ¡oh sultán lleno de gloria! venimos a reclamar tu auxilio y a solicitar tu eficaz y poderosa alianza. Y al ayudarnos con tus fuerzas y soldados, indudablemente has de acrecentar tu gloria e ilustrarte con nuevas hazañas’.

‘Y he aquí que nuestro rey nos ha cargado con pesados regalos de todas clases, como homenaje a tu generosidad, y te ruega con insistencia que le otorgues el favor de verlos con buenos ojos y aceptarlos con corazón magnánimo’.

Dichas estas palabras, los enviados se callaron y se prosternaron y besaron la tierra entre las manos del rey Omar Al-Nemán.

Y he aquí en qué consistían aquellos presentes del rey Afridonios, señor de Constantinia...

En este momento de su narración, Schehrazada vio apuntar la mañana, y se calló discretamente.

(1) Límpida y pura como el agua.
(2) Acaso Cesárea de Capadocia.
(3) Los árabes llaman así a Alejandro Magno, con motivo de su caballo Bucéfalo.”

Continuará: La cuadragésima sexta noche

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Valram

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lunes, 29 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 44ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid, encantado por la elocuencia de Ghanem, le hizo acercarse a su trono. Y Ghanem se acercó al trono, y el califa le dijo: ‘Refiéreme toda tu historia, sin ocultarme nada de la verdad’. Entonces Ghanem se sentó, y contó al califa toda su historia, desde el principio hasta el fin, pero nada se adelantaría con repetirla. Y el califa quedó completamente convencido de la inocencia de Ghanem y de la pureza de sus intenciones, sobre todo al saber cómo había respetado las palabras bordadas en el calzón de la favorita, y le dijo: ‘Te ruego que libres a mi conciencia de la injusticia cometida contigo’. Y Ghanem le contestó: ‘¡Estás libre de ella, ¡oh Emir de los Creyentes! pues cuanto pertenece al esclavo es propiedad del señor!’

Y el califa, complacidísimo, elevó a Ghanem a los más altos cargos del reino; le dio un palacio, y muchas riquezas, y muchos esclavos. Ghanem se apresuró a instalar en su nuevo palacio a su madre, y a su hermana Fetnah, y a su amiga Kuat Al-Kulub. Y el califa, al saber que Ghanem tenía una hermana maravillosa y virgen todavía, se la pidió a Ghanem.

Y Ghanem contestó: ‘Es tu servidora, y yo soy tu esclavo’. Entonces el califa le expresó su agradecimiento, y le dio cien mil dinares de oro. Y después llamó al kadí y a los testigos para redactar su contrato con Fetnah. Y el mismo día y a la misma, hora entraron el califa y Ghanem en los aposentos de sus respectivas mujeres. Y Fetnah fue para el califa, y Kuat Al-Kulub para Ghanem Ben-Ayub El-Motim El-Masslub.

El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen la historia de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de que pudiera servir de lección a las generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche.

‘Pero no creas, oh rey de los siglos -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- que esta historia sea más agradable ni más sorprendente que la historia guerrera y heroica de Omar Al-Nemán y sus hijos Scharkán y Daul'makán’. Y el rey Schahriar dijo: ‘Ciertamente, puedes contar esa historia que no conozco’.

Historia del rey Omar Al-Neman y de sus dos hijos Scharkan y Daul'Makan

Schehrazada dijo al rey Schahriar:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo en la ciudad de Bagdad, después de reinar muchos califas, y antes de que reinaran otros muchos, un rey que se llamaba Omar Al-Nemán (1).

Era formidable en poderío; había vencido a todos los Cosroes posibles y subyugado a todos los Césares imaginables. Tan ardiente era, que el fuego abrasador no le quemaba. Nadie le podía igualar en las luchas, ni en el campo de carreras. Si se enfurecía, despedían llamas centelleantes las ventanillas de su nariz. Había conquistado todas las comarcas y extendido su dominio por todos los pueblos y ciudades. Con ayuda de Alah había sometido a todas las criaturas y había llevado sus ejércitos victoriosos hasta las tierras más apartadas. Estaban bajo su soberanía el Oriente y el Occidente. Y entre otros países, la India, el Sindh, la China, el Yemen, el Hedjaz, la Abisinia, el Sudán, la Siria, la Grecia y las provincias de Diarbekr, así como todas las islas del mar y cuantos ríos ilustres hay en la tierra, como Seihún y Djihán, el Nilo y el Éufrates.

Había enviado correos a los límites más recónditos de la tierra, para ponerla al corriente de la verdad y notificarle su imperio. Y todos los correos habían regresado para anunciarle que el mundo entero le estaba sometido, y que todos los señores reconocían respetuosamente su supremacía. Y a todos había extendido los beneficios de su generosidad, y anegándolos en las olas de su magnánimo esplendor, había hecho reinar entre ellos la dulce concordia y la paz fecundadora, pues era magnánimo y de alma elevada en verdad.

Así es que desde todas partes afluían hacia su trono los regalos y los presentes, así como todos los tributos de la tierra, a lo largo y a lo ancho del mundo. Porque era justo y amado en extremo.

Ahora bien; el rey Omar Al-Nemán tenía un hijo llamado Scharkán. Y Scharkán se llamaba así porque se revelaba como un prodigio entre los prodigios de aquel tiempo, y sobrepujaba en valor a los héroes más animosos, derribados por él en los torneos. Manejaba maravillosamente la lanza, la espada y el carcaj. Por eso le quería su padre con amor sin igual, y lo designaba como sucesor suyo en el trono del reino. Y era cosa segura que, apenas llegado a la edad de hombre, aquel asombroso Scharkán, que sólo tenía veinte años, había visto, con ayuda de Alah, inclinarse todas las cabezas ante su gloria. Tal era su heroísmo y su temeridad, y tanto iluminaba con el esplendor de sus hazañas. Porque ya había tomado por asalto muchas plazas fuertes y ya había reducido muchas comarcas. Y al extender su fama por toda la superficie del universo, crecía sin cesar su poderío y su hermosa altivez.

Pero el rey Omar Al-Nemán no tenía más hijo que Scharkán. Verdad es que tenía, como lo permiten el Libro Noble y la Sunnat, (2) cuatro mujeres legítimas, pero sólo una de ellas había sido fecunda, y las otras tres habían resultado estériles. Y además de aquellas cuatro mujeres legítimas que habitaban en palacio, tenía el rey Omar trescientas sesenta concubinas, tantas como los días del año copto, y cada una de aquellas mujeres era de distinta raza. Había dado a cada una un aposento reservado e independiente, y estos aposentos estaban agrupados en doce edificios, tantos como los meses del año, construidos todos en el recinto del palacio. Y cada uno de estos edificios contenía treinta concubinas, cada cual en su habitación, de modo que había trescientos sesenta aposentos reservados. Y el rey Omar, muy equitativo, había dedicado una noche del año a cada una de sus concubinas, de modo que se acostaba una sola noche con cada concubina, a la cual no volvía a ver hasta el año siguiente. Y no dejó de proceder de este modo durante un gran espacio de tiempo y durante toda su vida. Por eso era famoso por su sabiduría admirable y por su probada virilidad.

Ahora bien; un día, con permiso del Ordenador de todas las cosas, una de las concubinas del rey Omar quedó embarazada, y su preñez fue conocida inmediatamente en todo el palacio. Llegó la noticia hasta el rey, que se alegró hasta el límite de la alegría, y exclamó muy dichoso: ‘¡Plegue a Alah que toda mi posteridad y toda mi descendencia se compongan sólo de hijos varones!’

Después mandó inscribir en un registro la fecha de la preñez, y empezó a colmar a su concubina de toda clase de consideraciones y regalos.

A todo esto, Scharkán, el hijo del rey...

En aquel momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y discretamente, aplazó su relato para el otro día.

(1) Para ser más gramatical debería escribirse: ‘en-Nemán’. Usaré el artículo ‘al’ en vez de ‘en’ para no confundir al lector europeo. Véase en una gramática árabe lo que son letras lunares y letras solares.
(2) La Sunnat es la recopilación tradicional de los consejos, leyes y decisiones orales del Profeta, y de los pormenores de su vida.”

Continuará: La cuadragésima quinta noche

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Valram

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domingo, 28 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima tercera noche

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Pero cuando llegó la 43ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después que Kuat Al. Kulub dijo a la madre y a la hermana de Ghanem: ‘Salid de vuestra aflicción’, se dirigió al jeique, le dio mil dinares de oro, y le dijo: ‘¡Oh, jeique! Ahora irás con ellas a tu casa y dirás a tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos trajes, y las trata con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar’.

Al día siguiente, Kuat Al-Kulub fue a casa del jeique a cerciorarse por sí misma de que todo se había ejecutado según sus instrucciones. Y apenas había entrado, salió a su encuentro la esposa del jeique, y le besó las manos, y le dio las gracias por su generosidad. Después llamó a la madre y a la hermana de Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat Al-Kulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y después pidió a la mujer del jeique noticias del enfermo. Y la esposa del jeique respondió: ‘Sigue en el mismo estado’. Entonces dijo Kuat Al-Kulub: ‘Vamos todas a verle y a tratar de animarle’.

Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima y se sentaron en torno de él. Pero durante la conversación se pronunció el nombre de Kuat Al-Kulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza, con los ojos llenos de vida, y exclamó: ‘¿Dónde estás, ¡oh Kuat Al-Kulub!?’

Y cuando Kuat oyó que la llamaban por su nombre, conoció la voz de Ghanem, e inclinándose hacia él le dijo: ‘¿Eres tú, querido mío?’ Y él contestó: ‘¡Sí! ¡Soy Ghanem!’ Y al oírlo la joven cayó desmayada. Y la madre y, la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también. Al cabo de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos y exclamaciones de alegría.

Y Kuat Al-Kulub dijo: ‘¡Gloria a Alah por haber permitido que nos reunamos todos!’ Y les contó cuánto le había pasado, y añadió: ‘El califa, además de protegerte, te regala mi persona’. Estas palabras llevaron al límite de la felicidad a Ghanem que no cesaba de besar las manos de Kuat Al-Kulub, mientras ella le besaba los ojos. Y Kuat les dijo: ‘Aguardadme’. Y marchó a palacio, abrió el cajón donde tenía sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fue al zoco para entregárselos al jeique, encargándole que comprase cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió a la casa, y los llevó a todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dio de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo.

Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeique. Entonces se presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y su hermana. Y el califa llamó a Giafar y le dijo: ‘¡Ve en busca de Ghanem ben-Ayub!’ Y Giafar marchó a casa del jeique; pero ya le había precedido Kuat Al-Kulub, que dijo a Ghanem: ‘¡Oh querido mío! Va a llegar Giafar para llevarte a presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje, la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras’. Después le vistió con el mejor de los trajes que habían comprado en el zoco, le dio muchos dinares, y le dijo: ‘No dejes de tirar puñados de oro al llegar a palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores’.

Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró a salir a su encuentro, le deseó la paz y besó la tierra entre sus manos. Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vio al Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, e improvisó estas estrofas:

¡Oh rey del tiempo! ¡Una mirada bondadosa se ha dirigido a la tierra, y la ha fecundado! ¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria!

¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, y como homenaje a tu grandeza, te ofrecen sus coronas y pedrería!

¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus ejércitos! ¡Oh rey del tiempo! ¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que gira! ¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen a tu triunfo y acompañen a tu séquito!

¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo! ¡Que acabe con las fechorías de los malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!

El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de su lenguaje.

En este momento de su narración, Schehrazada vio que aparecía la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.”

Continuará: La cuadragésima cuarta noche

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Valram

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sábado, 27 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 42ª noche

Schehrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa se encolerizó tanto contra Kuat Al-Kulub y la mandó encerrar en un cuarto oscuro bajo la vigilancia de una vieja, la favorita permaneció allí ochenta días, sin comunicarse con nadie.

Y el califa la había olvidado por completo, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos.

Y oyó también que decía lo siguiente:

‘¡Que alma tan hermosa la tuya, ¡oh Ghanem ben-Ayub! y qué corazón tan generoso! Fuiste noble para aquel que te oprimió. Respetaste la mujer de aquel que había de arrebatar las mujeres de tu casa. Salvaste del oprobio a la mujer de aquel que derramó la vergüenza sobre los tuyos y sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa os veáis ante el Único juez, el Único Justo, y saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alah y con los ángeles por testigos’.

Al oír el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie podía oírlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem.

Se apresuró, pues, a volver a palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese a buscar a Kuat Al-Kulub. Y Kuat Al-Kulub se presentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados los ojos en lágrimas y el corazón muy triste.

Y el califa dijo: ‘¡Oh Kuat Al-Kulub! He oído que te dolías de mi injusticia. Has afirmado que obré mal con quien obró bien conmigo. ¿Quién ha respetado a mis mujeres mientras que yo perseguía a las suyas? ¿Quién ha protegido a mis mujeres mientras que yo deshonraba a las suyas?’

Y Kuat Al-Kulub contestó: ‘Es Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub. Te juro, ¡oh señor! por tus mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió conmigo nada que merezca censura. No hallarás en él ni el impudor ni la brutalidad’.

Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo: ‘¡Qué desventura la de este error, oh Kuat Al-Kulub! ¡Verdaderamente, no hay sabiduría ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnisciente! Pídeme lo que quieras y satisfaré todos sus deseos’.

Y Kuat Al-Kulub dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! si me lo permites, te pediré a Ghanem ben-Ayub’. El califa, a pesar de todo el amor que aun le inspiraba su favorita, le dijo:

‘Así se hará, si Alah lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores’. Y Kuat Al-Kulub prosiguió: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa’.

Y el califa dijo: ‘Cuando vuelva Ghanem, te concederé lo que pides, y serás su esposa y propiedad suya’

Y contestó Kuat Al-Kulub: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pueda buscar yo, con la esperanza de que Alah me permitirá encontrarle’. Y el califa dijo: ‘Te autorizo para que hagas lo que te parezca’.

Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró a salir de palacio, habiéndose provisto de mil dinares de oro.

Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando a los jeiques de los barrios y a los jefes de las calles. Pero les interrogó sin conseguir ningún resultado.

El segundo día fue al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fue a ver al jeique, a quien entregó una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.

El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco de los orífices y de los joyeros. Y se encontró con el jeique entre los principales jeiques, a quien entregó otra cantidad de oro para que lo repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeique le dijo: ‘¡Oh mi señora! precisamente tengo recogido en mi casa a un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de todas las cualidades y de todas, las perfecciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes deudas o por algún amor desgraciado’.

Al oírlo Kuat Al-Kulub sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le estremecían. Y dijo al jeique: ‘¡Oh jeique! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me acompañe a tu casa’. Y el jeique dijo: ‘Sobre mi cabeza y sobre mis ojos’. Y llamó a un niño y le dijo: ‘¡Oh Felfel! lleva a esta señora a casa’, y Felfel echó a andar delante de Kuat Al-Kulub, y la llevó a casa del jeique, donde estaba el forastero enfermo.

Cuando Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó a la esposa del jeique. Y la esposa del jeique la conoció, pues conocía a todas las damas nobles de Bagdad, a quienes solía visitar. Y se levantó y besó la tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: ‘Buena madre, ¿puedes decirme dónde se encuentra el joven forastero que habéis recogido en vuestra casa?’

Y la esposa del jeique se echó a llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: ‘Ahí le tienes. Debe ser un hombre de noble estirpe, según indica su aspecto’. Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al forastero, y le miró con atención. Y vio un mancebo débil y enflaquecido, semejante a una sombra, y no se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y se echó a llorar y dijo: ‘¡Oh! ¡Qué desgraciados son los forasteros, aunque sean emires en su tierra!’ Y entregó mil dinares de oro a la mujer del jeique, encargándole que no escatimase nada para cuidar del enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dio los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.

Y todos los días iba a distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fue a buscar el jeique, y le dijo: ‘¡Oh mi señora! como me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas, evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín de las Delicias el día de la Recompensa’. Kuat Al-Kulub contestó: ‘¡Por Alah! que me inspiras un ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?’ Entonces el jeique salió a buscarlas, y las puso en presencia de Kuat Al-Kulub.

Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de harapos, Kuat Al-Kulub se puso a llorar, y dijo: ‘¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro que han nacido entre honores y riqueza’. Y el jeique exclamó: ‘Verdad dices, ¡oh mi señora! La desgracia debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes. Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso’.

Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto, y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar, Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: ‘¡Oh mi señora, llena de generosidad! ¡Plegue a Alah que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub!’

Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus brazos, y les dijo: ‘¡Tened esperanza en Alah y en mí, ¡oh mis hermanas! pues este día será el primero de vuestra dicha y el último de vuestra desventuras. ¡Salid de vuestra aflicción!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadragésima trecera noche

Saludos
Valram

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viernes, 26 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima primera noche

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Pero cuando llegó la 41ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa acudió todos los días a la tumba de su favorita durante un mes. Y el último día duraron las oraciones y la lectura del Corán desde la aurora hasta la aurora siguiente. Y entonces cada cual pudo regresar a su casa. Y el califa, rendido por la fatiga y el dolor, regresó a palacio, y no quiso ver a nadie, ni siquiera a su visir Giafar, ni a su esposa Zobeida. Y de pronto cayó en un sueño profundo, velándole dos esclavas.

Una de ellas estaba junto a la cabeza del califa y la otra a sus pies.

Pasada una hora, cuando el sueño del califa ya no fue tan profundo, oyó a la esclava que estaba junto a su cabeza decir a la que estaba a sus pies: ‘¡Qué desdicha, amiga Subhia!’ Subhia contestó: ‘¿Pero qué ocurre, ¡oh hermana Nozha!?’ Y Nozha dijo: ‘Nuestro amo debe ignorar todo lo ocurrido, cuando pasa las noches junto a una tumba donde sólo hay un pedazo de madera, un maniquí fabricado por un artífice’. Y Subhia dijo: ‘Pues entonces, ¿qué ha sido de Kuat Al-Kulub? ¿Qué desgracia cayó sobre ella?’ Nozha respondió: ‘Sabe, ¡oh Subhia! que me lo ha contado todo la esclava preferida de nuestra ama Zobeida. Por su encargo le dio banj a Kuat Al-Kulub, que se durmió inmediatamente, y entonces nuestra ama Zobeida la metió en un cajón, y lo entregó a los eunucos Sauab, Kafur y Bakhita para que lo enterrasen en un hoyo’.

Y Subhia; llenos de lágrimas los ojos, exclamó: ‘¡Oh, Nozha! ¿Y nuestra dulce ama Kuat Al-Kulub habrá muerto de manera tan horrible?’ Nozha contestó: ‘¡Alah preserve de la muerte a su juventud! Pero no ha muerto, pues Zobeida ha dicho a su esclava: ‘He averiguado que Kuat Al-Kulub ha podido escaparse, y que está en casa de un joven mercader de Damasco, llamado Ghanem ben-Ayub, hace ya cuatro meses.

Comprenderás ¡oh Subhia! cuán desgraciado es nuestro señor al ignorar que vive su favorita, mientras sigue velando todas las noches junto a una tumba en que no hay ningún cadáver’. Y las dos esclavas continuaron hablando durante algún tiempo, y el califa oía sus palabras.

Y cuando acabaron de hablar ya no le quedaba nada que saber al califa. Y se incorporó súbitamente dando tal grito, que las esclavas huyeron aterradas. Y sentía una ira espantosa al pensar que su favorita llevaba cuatro meses en casa del joven llamado Ghanem ben-Ayub. Y se levantó, y mandó llamar a los emires y notables, así como a su visir Giafar Al-Barmaki, que llegó apresuradamente y besó la tierra entre sus manos.

Y el califa le dijo: ‘¡Oh Giafar! averigua dónde vive un joven mercader llamado Ghanem ben-Ayub. Asalta su casa con mis guardias y me traes a mi favorita Kuat Al-Kulub, y también a ese insolente mancebo, para castigarle’. Y Giafar contestó: ‘Escucho y obedezco’. Y salió con una compañía de guardias, acompañándole el walí con sus dependientes, y todos juntos no dejaron de hacer pesquisas, hasta descubrir la casa de Ghanem ben-Ayub.

En aquel momento, Ghanem acababa de regresar del zoco, y estaba sentado junto a Kuat Al-Kulub, teniendo delante un hermoso carnero asado y relleno de manjares. Y lo estaban comiendo con mucho apetito. Pero al oír el ruido que armaban los de fuera, Kuat Al-Kulub miró por la ventana, y comprendió la desdicha que se cernía sobre ellos, pues la casa estaba cercada por los guardias, el portaalfanje, los mamalik y los jefes de la tropa, y vio a su cabeza al visir Giafar y al walí de la ciudad.

Y todos daban vueltas alrededor de la casa como lo negro de los ojos da vuelta alrededor de los párpados. Y adivinó que el califa lo había averiguado todo, y que estaría celosísimo de Ghanem, que desde hacía cuatro meses la tenía en su casa. Y al pensar estas cosas, se contrajeron sus hermosas facciones, palideció de terror, y dijo a Ghanem: ‘¡Oh querido mío! Ante todo piensa en tu salvación. Levántate y escapa’. Y Ghanem contestó: ‘¡Alma mía! ¿Cómo voy a salir si está la casa cercada de enemigos?’ Pero ella le vistió con un ropón viejo y roto que le llegaba a las rodillas, cogió una marmita de las de llevar carne, y se la puso en la cabeza. Colocó en la marmita pedazos de pan y unos tazones con las sobras de la comida y dijo:

‘Sal sin ningún temor, pues creerán que eres el criado del fondista, y nadie te hará daño. Y en cuanto a mí, ya me las sabré arreglar, pues conozco el poder que ejerzo sobre el califa’. Entonces Ghanem se apresuró a salir, y atravesó las filas de guardias y mamalik, con la marmita en la cabeza. Y no le ocurrió nada malo; porque le protegía el Único Protector que sabe guardar a los hombres bien intencionados, librándoles de los peligros y de la mala suerte.

Entonces el visir Giafar echó pie a tierra, entró en la casa y llegó hasta la sala, llena de fardos y de sederías. Mientras tanto, Kuat Al-Kulub había tenido tiempo para hermosearse y vestirse la ropa más rica con todas sus alhajas. Y se había reunido en un cajón los efectos más preciosos, las joyas y pedrerías y todas las cosas de valor. Y apenas penetró Giafar en la habitación, se puso de pie, se inclinó, besó la tierra entre sus manos, y dijo: ‘¡Oh mi señor! he aquí que la pluma ha escrito lo que había de escribirse por orden de Alah.

En tus manos me entrego’. Y Giafar contestó: ‘¡Oh mi señora! El califa me ha dado orden de prender únicamente a Ghanem ben-Ayub. Dime dónde está’.

Y ella dijo: ‘Ghanem ben-Ayub, después de empaquetar sus mejores mercancías, marchó hace algunos días a Damasco, su ciudad natal, para ver a su madre y a su hermana Fetnah. Y no sé más, ni puedo decirte otra cosa. Y este cajón que aquí ves es el mío, y he colocado lo mejor que poseo. Y espero que me lo guardes bien y lo mandes transportar al palacio del Emir de los Creyentes’.

Giafar contestó: ‘Escucho y obedezco’. Y cogió el cajón, y mandó a sus hombres que lo llevasen, y después de haber colmado de honores a Kuat Al-Kulub, le rogó que le acompañase al palacio del Emir de los Creyentes, y todos se alejaron, no sin haber saqueado antes la casa de Ghanem, según había ordenado el califa.

Cuando Giafar se presentó entre las manos de Harún Al-Raschid, le contó todo lo ocurrido, enterándole de que Ghanem se había marchado a Damasco y que la favorita se hallaba en palacio. Pero el califa estaba convencido de que Ghanem había hecho con Kuat Al-Kulub todo cuanto se puede hacer con una mujer hermosa que pertenece a otro, y ni siquiera quiso ver a Kuat Al-Kulub, y mandó a Massrur que la encerrase en un cuarto oscuro, vigilada por una vieja encargada de estas funciones.

Y envió jinetes para que buscasen por todo el mundo a Ghanem. También se lo encomendó al sultán de Damasco, su vicario Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, para lo cual cogió el cálamo, el tintero y un pliego de papel, y escribió la carta siguiente:

‘A su señoría el sultán Mohammad Ben-Soleimán El-Zeiní, vicario de Damasco, de parte del Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, Quinto Califa de la gloriosa descendencia de los Beni-Abbas. ‘En nombre de Alah, El Clemente sin Límites y Misericordioso.

‘Después de pedir noticias de tu salud, que nos es querida, y de rogar a Alah que te conserve largos días en la dilatación y el florecimiento,

‘Sabe, ¡oh nuestro vicario! que un joven mercader de tu ciudad llamado Ghanem ben-Ayub, ha venido a Bagdad, y ha seducido y forzado a una de mis esclavas, y ha hecho con ella lo que ha hecho. Y ha huido de mi venganza y de mis iras, y se ha refugiado en tu ciudad, donde debe estar en estos momentos con su madre y su hermana.

‘Te apoderarás de él y le mandarás dar quinientos latigazos. Luego le pasearás por todas las calles montado en un camello. Y delante irá un pregonero, gritando: ‘¡Este es el castigo del esclavo que roba los bienes de su señor!’ Y después me lo enviarás, para darle el tormento que se merece y hacer de él lo que haya de hacerse.

‘Y saquearás su casa, destrozándola desde los cimientos, hasta la techumbre, y harás desaparecer el rastro de su existencia.

‘Y te apoderarás de la madre y hermana de Ghanem, y durante tres días las expondrás desnudas a la vista de todos los habitantes, y luego de esto las arrojarás de la ciudad.

‘Pon gran diligencia y celo en ejecutar estas órdenes. ‘¡Uassalam!‘.

Un correo fue el portador de esta carta, y viajó con tal celeridad, que llegó a Damasco a los ocho días, en vez de tardar veinte cuando menos.

Y cuando el sultán Mohammad tuvo en sus manos la carta del califa, se la llevó a los labios y a la frente. Y luego de leerla, ejecutó sin ninguna tardanza las órdenes. Y los pregoneros anunciaron por todas partes: ‘¡Los que quieran saquear la casa de Ghanem ben-Ayub, vayan a saquearla a su gusto!’

Inmediatamente el sultán se dirigió en persona a la casa de Ghanem, acompañado de los guardias. Llamó a la puerta, y Fetnah, hermana de Ghanem, salió a abrir. Y preguntó: ‘¿Quién llama?’ Y el sultán respondió: ‘Yo soy’. Entonces Fetnah abrió la puerta, y como nunca había visto al sultán Mohammad, se tapó la cara con una punta del velo y corrió a avisar a su madre.

Y la madre de Ghanem estaba sentada bajo la cúpula del sepulcro que había mandado construir en recuerdo de su hijo, al cual creía muerto, pues desde hacía un año que no sabía nada de él. Y no hacía más que llorar, y apenas comía ni bebía. Y ordenó a su hija Fetnah que dejase entrar al sultán. Y el sultán entró en la casa, llegó hasta la tumba, y vio a la madre de Ghanem que lloraba. Y lo dijo: ‘Vengo a buscar a Ghanem, pues lo reclama el califa’.

Y ella respondió: ‘¡Desdichada de mí! Mi hijo Ghanem, fruto de mis entrañas, nos abandonó hace más de un año, y no sabemos lo que ha sido de él’.

Pero el sultán Mohammad, a pesar de su generosidad, tuvo que ejecutar lo ordenado por el califa. Y mandó que se apoderaran de las alfombras, jarrones, cristalería y demás objetos preciosos, y después echó abajo toda la casa, y arrastraron los escombros fuera de la ciudad. Y aunque le repugnara mucho hacerlo, mandó desnudar a la madre de Ghanem y a su hermana la hermosa Fetnah, y las expuso tres días en la ciudad, prohibiendo que se las cubriera ni con una camisa sin mangas. Y después las expulsó de Damasco. Así fueron tratadas la madre y la hermana de Ghanem, por el odio del califa.

En cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub, al salir de Bagdad con el corazón hecho trizas, fue caminando sin comer y sin beber. Y al terminarse el día estaba muerto de cansancio. Así llegó a una aldea, y entró en la mezquita, cayendo extenuado sobre una esterilla, apoyado contra la pared. Y allí permaneció sin sentido, palpitándole desordenadamente el corazón y sin fuerzas para hacer un movimiento ni pedir nada.

Los vecinos del pueblo que fueron a orar a la mezquita por la mañana lo vieron tendido y exánime. Y comprendiendo que tendría hambre y sed, le llevaron un tarro de miel y dos panes, y le obligaron a comer y beber. Después le dieron para que vistiera una camisa sin mangas, muy remendada y llena de piojos. Y le preguntaron: ‘¿Quién eres, ¡oh forastero! y de dónde vienes?’ Y Ghanem abrió los ojos, pero no pudo articular palabra, no haciendo más que llorar. Y los otros estuvieron allí algún tiempo, pero acabaron por irse cada cual a sus quehaceres.

Las privaciones y el dolor hicieron que Ghanem cayera enfermo, y gritó echado sobre la esterilla de la mezquita durante un mes, y se debilitó su cuerpo, y cambió de color, y le devoraban las pulgas. Al verle reducido a tan mísero estado, los fieles de la mezquita se concertaron un día para llevarlo al hospital de Bagdad, que era el más próximo. Y fueron a buscar a un camellero, y le hablaron así: ‘Colocarás a este joven en tu camello, lo llevarás a Bagdad, y lo dejarás a la puerta del hospital. Y seguramente el cambio de aires y los cuidados del hospital acabarán por curarle del todo. Y vendrás después a que te paguemos lo que se te deba por el viaje y por el camello’. Y el camellero dijo: ‘Escucho y obedezco’. Y ayudándole los demás, cogió a Ghanem y la esterilla en que estaba echado y lo colocó sobre el camello, sujetándole bien para que no se cayese.

Y cuando iban a marchar, lloraba Ghanem sus desdichas, y entonces se aproximaron dos mujeres miserablemente vestidas que estaban entre la muchedumbre. Y al ver al enfermo, exclamaron: ‘¡Cuánto se parece a nuestro hijo Ghanem! Pero no es posible que sea este joven reducido a su sombra’. Y aquellas dos mujeres, que estaban cubiertas de polvo y acababan de llegar al pueblo, se pusieron a llorar pensando en Ghanem, pues eran su madre y su hermana Fetnah, que habían huido de Damasco y seguían ahora su camino hacia Bagdad.

En cuanto al camellero, no tardó en montar en el burro, y cogiendo al camello del ronzal, se encaminó hacia Bagdad. Y en cuanto llegó, se fue al hospital, bajó a Ghanem del camello, y como era muy temprano y el hospital no estaba abierto todavía, lo dejó en la escalera y se volvió al pueblo.

Y allí permaneció Ghanem hasta que los vecinos salieron de sus casas. Y al verle echado en la esterilla y reducido al estado de sombra, empezaron a hacer mil suposiciones. Y mientras tanto pasó uno de los jeiques entre los principales jeiques del zoco. Apartó la muchedumbre, se acercó al enfermo, y dijo: ‘¡Por Alah! Si este joven entra en el hospital, lo veo perdido por falta de cuidados. Lo voy a llevar a mi casa, y Alah me premiará en su Jardín de las Delicias’.

Mandó, pues, a sus esclavos que cogieran al joven y lo llevasen a su casa, y él los acompañó. Y apenas llegaron, le preparó una buena cama, con magníficos colchones y una almohada muy limpia. Y luego llamó a su esposa y le dijo: ‘He aquí un huésped que nos envía Alah. Lo vas a asistir con mucho cuidado’. Y ella respondió: ‘Le pondré sobre mi cabeza y mis ojos’. Y se arremangó, mandó calentar agua en el caldero grande, le lavó los pies, las manos y todo el cuerpo. Le vistió con ropas de su esposo, le llevó un vaso de sorbete y le roció la cara con agua de rosas.

Entonces Ghanem empezó a respirar mejor y a recuperar las fuerzas poco a poco. Y con las fuerzas le acudió el recuerdo de su pasado y de su amiga Kuat Al-Kulub.

Esto en cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub.

En cuanto a Kuat Al-Kulub, el califa se encolerizó tanto contra ella...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, e interrumpió discretamente su relato.”

Continuará: La cuadragésima segunda noche

Saludos
Valram

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jueves, 25 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadragésima noche

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Pero cuando llegó la 40ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Ghanem llegó sin contratiempo a su casa, abrió el cajón y ayudó a salir a la joven. Esta examinó la casa, y vio que era muy hermosa, con alfombras de vivos y alegres matices, tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos, y otras muchas cosas. Y vio también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y jarrones llenos de vejigas de almizcle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los principales, dueño de numerosas riquezas. Quitóse el velillo con que había cuidado de taparse el rostro, y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó y le dijo: ‘¡Oh Ghanem! Ya ves que delante de ti yo me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo de comer’. Y Ghanem contestó: ‘¡Sobre mi cabeza y mis ojos!’

Y corrió al zoco, compró un cordero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y frutas de todas clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases. Lo llevó a su casa, puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante de la joven. Entonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho a él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetraba cada vez más en su cuerpo y en su corazón.

Después ambos se dedicaron a comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de igual belleza. Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encendió lámparas y candelabros, pero más que la luz de las bujías iluminaba la sala el resplandor de sus rostros. Luego trajo instrumentos musicales, y fue a sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy agradables, riendo muy dichoso y cantando canciones apasionadas y versos inspirados. Y así fue aumentando la pasión que se tenían. ¡Bendito y glorificado sea Aquél que une los corazones y junta a los enamorados!

Y no cesaron los juegos hasta que apareció la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre sus párpados, se durmieron uno en brazos de otro, pero sin hacer aquel día nada definitivo.

Apenas se despertó, Ghanem corrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, y todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó a casa, se sentó al lado de la joven y se pusieron a comer muy a gusto, hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron a beber, hasta que se colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieron más negros y brillantes.

Entonces el alma de Ghanem deseó besar a la joven y acostarse con ella. Y le dijo: ‘¡Oh soberana mía! Permíteme que te bese en la boca, para que refresque el fuego de mis entrañas’.

Y ella contestó: ‘¡Oh Ghanem! aguarda a que esté ebria. y entonces permitiré que me beses la boca, pues no me daré cuenta de lo que hagan tus labios’. Y como empezaba a embriagarse, se puso de pie, se despojó de sus ropas, y sólo dejó sobre su cuerpo una camisa transparente y sobre sus cabellos un finísimo velo de seda blanca con lentejuelas de oro.

Al verla así, creció el deseo de Ghanem, y dijo: ‘¡Oh dueña mía, permíteme gustar tu boca!’

Y la joven contestó: ‘¡Por Alah! Eso no te lo puedo permitir, a pesar de que te amo, pues me lo impide una cosa que está escrita en la cinta de mi calzón, y que no puedo enseñarte ahora’. Pero Ghanem, por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su corazón, y acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:

¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi enfermedad!

Y me dijo: ¡Oh no! ¡Eso nunca! Y yo dije: '¡Pues ha de ser!'

Y ella contestó: ‘¡Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente! ¿Me darías a la fuerza un beso en mis labios sonrientes?’

Y le dije: '¡No creas que un beso dado a la fuerza carece de voluptuosidad!’ Y me respondió ¡Un beso a la fuerza, no sabe bien más que en la boca de las pastoras de la montaña!

Y después que hubo cantado, sintió Ghanem que aumentaba su locura, y sus transportes, y el fuego de sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compartía su pasión. Y así siguieron hasta que se hizo de noche: Ghanem enormemente excitado, y ella sin acceder.

Por fin, Ghanem se levantó y encendió las lámparas, alumbrando espléndidamente el salón, y fue a echarse a los pies de la joven. Y pegó los labios a aquellos pies tan maravillosos, que le parecieron dulces como la leche y tiernos como la manteca. Y luego subió hasta las piernas, y aun más arriba, entre los muslos. Y parecía comerse toda aquella carne sabrosa, que olía a almizcle, a rosa y a jazmín. Y la joven se estremecía toda, como se estremece la gallina dócil agitando las alas.

Y Ghanem gritó enloquecido: ‘¡Oh dueña mía! ¡Ten piedad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos, muerto por tu carne! Desde que viniste he perdido la tranquilidad’. Y sintió que las lágrimas bañaban sus ojos.

Entonces la joven contestó: ‘¡Por Alah ! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! ¡Te quiero con toda la pulpa de mi carne! Pero sabe que nunca podré entregarme a ti, ni que me poseas del todo’. Y Ghanem exclamó: ‘¿Y quién te lo impide?’ Y ella dijo: ‘Esta noche te explicaré el motivo, y entonces me disculparás’. Pero al hablar así, se dejó caer a su lado, y le echó los brazos al cuello, y le dio millares de besos, prometiéndole mil locuras. Y estos juegos duraron hasta el amanecer, pero la joven nada dijo respecto a la causa que le impedía entregarse.

Siguieron haciendo las mismas cosas incompletas todos los días y todas las noches, durante un mes. Y su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, estando tendido Ghanem al lado de la joven, ebrios de vino y de excitación, Ghanem aventuró la mano por debajo de la fina camisa, y pasándola suavemente por el vientre de la joven, le acariciaba la piel, que se estremecía a cada contacto. Luego deslizó la mano lentamente hasta el ombligo, que se abría como una copa de cristal, y con los dedos le hizo cosquillas en los armoniosos pliegues. Y la joven se estremeció toda, y se incorporó bruscamente, repuesta de su embriaguez, y llevándose la mano al calzón, vio que estaba bien sujeto con la cinta de borlas de oro. Ya tranquilizada, se quedó otra vez medio dormida. Y Ghanem paseó de nuevo su mano a lo largo de aquel vientre juvenil, aquella maravilla de carne, y llegó a la cinta del calzón, y tiró de ella rápidamente para libertar de su prisión al jardín de delicias.

Pero la joven se despertó entonces, se sentó en la cama, y dijo a Ghanem: ‘¿Qué intentas, oh luz de mis entrañas?’ Y él respondió: ‘Poseerte, amor mío, tenerte por completo, ver cómo compartes mis delicias’. Y ella contestó: ‘Escúchame, ¡oh Ghanem! Voy a explicarte al fin mi situación, revelándote mi secreto. Ahora comprenderás por qué me he resistido a que me atravesaras deliciosamente con tu virilidad’. Y Ghanem dijo: ‘Te escucho’.

Y la joven, recogiéndose un poco la camisa, sacó la cinta del calzón y dijo: ‘¡Oh mi señor! lee lo que ahí está escrito’.

Y Ghanem cogió el extremo de la cinta, y en la trama vio bordadas unas letras de oro que decían: ‘¡Soy tuya y tú eres mío, descendiente del tío del profeta!’

Y al leer estas palabras bordadas con letras de oro en el extremo de la cinta, retiró en seguida la mano y dijo: ‘Explícate qué significa todo esto’.

Y la joven dijo:

‘Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún Al-Raschid. Las palabras escritas en la cinta de mi calzón prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al-Kulub, (Fuerza de los corazones) y desde mi infancia me criaron en el palacio del califa. Llegué a ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfecciones debidas a la generosidad del Señor. Y le impresionó tanto mi belleza, que sintió un gran amor hacia mí, y me destinó un aposento en palacio para mí sola, poniendo a mis órdenes diez esclavas muy simpáticas y serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me encontraste en el cajón. Y me prefirió a todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó a su esposa El Sett-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me tomó un odio inmenso.

Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobornó a una de mis doncellas, y llamándola un día a sus habitaciones, le dijo: ‘Cuando tu señora Kuat Al-Kulub esté durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida. Si lo haces te recompensaré, y te daré la libertad y muchas riquezas’. Y la esclava, que antes lo había sido de Zobeida, contestó: ‘Lo haré, porque la adhesión que te tengo es tan grande como mi cariño’. Y muy alegre por la recompensa que la aguardaba, vino a mi aposento y me dio una bebida compuesta con banj. Y apenas la hube probado, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada a otro mundo. Y al verme dormida, fue la esclava a buscar a Sett-Zobeida, que me metió en ese cajón y mandó llamar a los tres eunucos. Y los gratificó espléndidamente, lo mismo que a los porteros del palacio. Y así me sacaron de noche para llevarme a la turbeh, adonde Alah te había conducido. Porque a ti, ¡oh amor de mis ojos! debo el haberme salvado de la muerte. Y también gracias a ti me encuentro en esta casa tan generosa.

Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al volver y no encontrarme. Y también me atormenta no poder entregarme a ti completamente, a pesar de sentirte palpitar en mis entrañas. Y todo por estar sujeta por lo que dice esta cinta de oro. Tal es mi historia. Ahora sólo te pido discreción y que nadie conozca mi secreto’.

Cuando Ghanem hubo oído la historia de Kuat-Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió a levantar sus miradas hacia la joven, pues se había convertido para él en cosa sagrada.

Y así fue a sentarse en un rincón y comenzó a reconvenirse, pensando cuán poco le había faltado para ser un criminal y lo audaz que había sido sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su amor, y cuán desgraciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba. Pero no dejó de someterse a los designios de Alah, y dijo:

‘¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar la aflicción del corazón de los viles!’

Y después recitó estos versos del poeta:

¡El corazón enamorado, no disfrutará la alegría del reposo mientras lo posea el amor!

¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!

Me han preguntado: ‘¿Qué es el amor?’ Y yo he dicho: ‘!El amor es un dulce de sabroso jugo, pero de pasta amarga!’

Entonces la joven se acercó a Ghanem, le estrechó contra su seno, le besó, y por todos los medios, menos uno, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía a corresponder a las caricias de la favorita del Emir. Se sometía a lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo. Y la favorita, que no esperaba este cambio tan rápido, al ver a Ghanem tan excitado antes y ahora tan respetuoso y tan frío, multiplicó sus caricias. Y con la mano quiso iniciarle a que compartiese su pasión, que se encendía más cada vez con aquel apartamiento.

Y así les sorprendió la mañana. Ghanem se apresuró a marchar al zoco, para comprar las provisiones del día. Y permaneció allí una hora comprando mejores cosas que los demás días, por haberse enterado del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las frutas más sabrosas, y todo lo llevó a la casa y se lo presentó a Kuat Al-Kulub. Pero apenas le vio, corrió a él la joven, y llena de deseos, restregó su cuerpo contra el suyo, le miró con ojos negros de pasión y húmedos de ansiedad, y le sonrió insinuante, diciéndole: ‘¡Cuánto has tardado, querido mío, deseado de mi corazón! ¡Por Alah! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Comprendo que ya no me puedo reprimir. Mi pasión ha llegado a su límite, y me consume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Cógeme! ¡Poséeme! ¡Me muero!’

Pero Ghanem se resistió, y le dijo: ‘¡Alah me libre, mi buena señora! ¿Cómo el perro ha de usurpar el sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo!’ Y se escapó de entre las manos de la joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado. Pero ella fue a cogerle de la mano, y le llevó a la alfombra, obligándole a sentarse a su lado y a comer y a beber con ella. Y tanto le dio de beber, que le embriagó, y entonces ella se echó encima de él, y se pegó a su cuerpo, y ¡quién sabe lo que haría con Ghanem sin que él se enterase!

Luego cogió el laúd, y cantó estas estrofas:

¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas! ¡Rechazado en mi amor! ¿podré vivir así mucho tiempo?

¡Oh tú, amigo, que huyes como la gacela sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito! ¿Ignoras que la gacela se vuelve a veces para mirar?

¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí! ¿Podrá soportar mucho tiempo mi corazón la pesadumbre de tanto infortunio?

Al oír estas palabras, se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró, pero no tardaron en ponerse a beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche.

Y Ghanem fue a sacar los colchones de las alacenas de la pared, y se dispuso a hacer la cama. Pero en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos, distante una de otra. Y Kuat AI-Kulub, muy contrariada, le dijo: ‘¿Para quién es ese segundo lecho?’ Y él contestó: ‘Uno es para mí y otro para ti; y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!’

Pero ella replicó:

‘Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto a nosotros y que mañana ya estará lejos. Todo lo que ha de suceder, sucederá, pues cuanto escribió el Destino, tiene que cumplirse’.

Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub sintió que aumentaba su pasión, más ardiente. Y dijo: ‘¡Por Alah! No acabará esta ‘noche sin que nos hayamos acostado juntos’.

Pero Ghanem contestó: ‘¡Líbreme Alah de ello!’ Y ella suplicó: ‘¡Ven, Ghanem; toda mi carne se abre para ti; mi deseo te llama a gritos!

¡Ghanem de mis entrañas! ¡Toma esta boca florida, toma este cuerpo que maduraste con tu deseo!’ Y Ghanem decía: ‘¡Alah me libre!’ Y ella gritaba: ‘¡Oh Ghanem! ¡Toda mi piel está bañada del deseo, y mi desnudez se ofrece a tus caricias! ¡Oh Ganem! ¡El olor de mi piel es más dulce que el del jazmín! ¡Toca y huele, huele y te embriagarás!’

Pero Ghanem insistía: ‘Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo’. Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso a cantar:

¡Soy hermosa y esbelta! ¿Por qué huyes de mí? ¡Nada falta a mi hermosura, pues estoy llena de maravillas! ¿Por qué me abandonas?

¡He incendiado todos los corazones y he quitado el sueño a todos los párpados! ¡Soy la flor de fuego, y nadie me ha cogido!

¡Soy una rama y las ramas han nacido para que las cojan, las ramas flexibles y floridas! ¡Yo soy una rama florida y flexible! ¿No quieres cogerme?

¡Soy una gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas! ¡Soy la gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?

¡Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas! ¡Soy la flor delicada y olorosa! ¿Por qué no quieres aspirarme?

Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa, y a pesar de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes. Esto en cuanto Ghanem y a Kuat Al-Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.

Pero en cuanto a Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha referido, pero después reflexionó y se dijo: ‘¿Qué contestaré al califa cuando al regreso me pida noticias de Kuat Al-Kulub?’

Entonces se decidió a llamar a una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde muy niña. Y le reveló su secreto, y le dijo: ‘¿Qué haremos ahora después de haberle pasado a Kuat Al-Kulub lo que le habrá pasado?’ La vieja contestó: ‘Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora! pero el tiempo apremia, porque el califa va a volver en seguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo pero te voy a indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo depositaremos en la tumba con gran ceremonia; se le encenderán candelabros y cirios a su alrededor, y mandarás a todos los de palacio, a todas tus esclavas y a las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le dice: ‘¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulut ha muerto en la misericordia de Alah! ¡Ojalá vivas los largos días que ella no ha vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha mandado enterrar en el mismo palacio, debajo de una cúpula construida expresamente’.

Entonces el califa, conmovido por tus bondades, te las agradecerá mucho. Y llamará a los lectores del Corán para que velen junto a la tumba, recitando los versículos de los funerales. Y si el califa, que sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospechase y dijera para sí: ‘¿Quién sabe si Zobeida, la hija de mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub?’, y llevado de estas sospechas mandase abrir la tumba para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la fosa, y saquen el maniquí hecho a semejanza de un hijo de Adán, y cubierto con un suntuoso sudario, si quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá, diciendo: ‘¡Oh, Emir de los Creyentes! no es lícito ver a una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo’. Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nuevo, y agradecerá tu acción. Y así, ¡cómo Alah lo quiera! te verás libre de este cuidado’.

La sultana comprendió que acababa de oír un excelente consejo, y obsequió a la vieja regalándole un magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se encargase personalmente de la ejecución del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó a Zobeida, y ambas lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al-Kulub.

Le pusieron un sudario riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba, encendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras para las oraciones y ceremonias acostumbradas. Y Zobeida mandó poner colgaduras negras en todo el palacio y que las esclavas vistieran de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin excluir a Massrur y los eunucos, lo dieron por cierto.

No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente a las habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver a la servidumbre y a las esclavas de la favorita vestidas de luto, comenzó a temblar. Y salió a recibirle Zobeida, también de luto. Y cuando le dijera que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado. Pero al volver en sí preguntó dónde estaba la tumba para ir a visitarla. Y Zobeida dijo: ‘Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que por consideración a Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este mismo palacio’. Y el califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al-Kulub. Y vio los blandones y los cirios encendidos, y las alfombras tendidas alrededor. Y al ver todo esto, dio las gracias a Zobeida, encomiando su buena acción, y después regresó a palacio.

Pero, como era receloso por naturaleza, empezó a dudar y a alarmarse, y para acabar con las sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias a la estratagema de Zobeida, vio el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó enterrar de nuevo, y llamó a los sacerdotes y a los lectores del Corán, que recitaron los versículos de los funerales. Y él, mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando a lágrima viva, hasta que acabó por caer desmayado.

Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras que él, sentándose junto a la tumba, lloraba amargamente.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, e interrumpió discretamente su relato.”

Continuará: La cuadragésima primera noche

Saludos
Valram

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miércoles, 24 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La trigésima novena noche

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Pero cuando llegó la 39ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber ¡Oh rey afortunado!, que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el relato de su historia:

Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había suministrado.

Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: ‘¡Ay mi pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!’ Y así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vio de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritando: ¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?’, cambió de color, le palideció la tez, y me dijo:

‘¿Qué te pasa, ¡Oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime’.

Y yo le contesté: ¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama, llegué y ví que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas’. Y mi amo gritó entonces: ‘¿Pero no se ha podido salvar tu ama?’ Y yo dije: ‘Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha sido mi pobre ama’.

Y me volvió a preguntar: ‘¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?’ Y contesté: ‘Tampoco’. Y me dijo: ‘¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?’ Y dije: ‘No, ¡Oh amo mío! porque las paredes de la casa y las de las cuadras se han derrumbado encima de todo lo que había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa informe debajo de las ruinas. Nada queda ya’. Y volvió a preguntarme: ‘¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?’ Y respondí: ‘¡Ay! ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos’.

Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda. Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante. Y no dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: ‘¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?’ Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.

Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes, principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había traspuesto la puerta del jardín, vio una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su comitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.

La primera persona con quien se encontró mi amo fue con su esposa, y detrás de ella vio a todos sus hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello.

Y llorando decían: ‘¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!’ Y él les preguntó: ‘¿Y vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?’ Su mujer le dijo: ‘¡Bendito sea Alah, que nos permite volver a ver tu cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría pasado nada en casa’. Y mi amo exclamó: ‘¿Pero qué noticia es esa?’ Y su mujer dijo: ‘Kafur llegó con la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: ‘¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!’ Y le preguntamos: ‘¿Qué ocurre?, ¡Oh Kafur!?’ Y nos dijo: ‘Mi amo se había acurrucado junto a una pared para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo’.

Entonces dijo mi amo: ‘¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: ‘¡Ay mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama!’ Y le he preguntado: ‘¿Qué ocurre, oh Kafur?’ Y me ha dicho: ‘Mi ama, con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa’.

Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo y vio que seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me acercara.

Al acercarme me dijo: ‘¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y mil perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alah que he de castigar tu crimen según se merece! Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos’.

Y yo contesté resueltamente: ‘¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi vicio, y como fue ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año’.

Mi amo, al oírme, exclamó: ‘¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud’. Y yo dije: ‘¡Por Alah! que podrás echarme, ¡oh mi amo! pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste’.

Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos, explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante enorme. Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y yo seguía riéndome, y, decía: ‘No tenéis razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio’.

Y así llegamos a la calle en que vivía mi amo, y vio que su casa no era más que un montón de ruinas. Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer; ‘Kafur ha roto todos los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido’. Y llegando al límite del furor, exclamó: ‘¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro! ¡Y aun dice que no es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una o dos ciudades!’

E inmediatamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé. Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida.

Entonces mi.amo me dijo: ‘Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más’. Después me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.

Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que me quedé sin lo que me falta.

Y tal es, ¡Oh hermanos! la causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia. ¡Uassalam!’

Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron a reírse y a burlarse de él, diciendo: ‘Eres todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fue una mentira formidable’. Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose a sus compañeros dijo:

Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés

Sabed, ¡Oh hijos de mi tío! que cuanto acabamos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa de haberme quedado capón y veréis que merecí peor castigo, pues he poseído a mi ama y he fornicado con el hijo de mi ama. Pero los detalles del fornicio son tan extraordinarios, tan prolijos en incidentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos a perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré a contaros los pormenores de mi fornicio y mi castración’.

Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la turbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.

Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vio cómo desaparecían a lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba.

Entonces descendió de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón después de grandes esfuerzos.

Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa vio a una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho. Estaba indudablemente bajo la influencia del banj.

Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas, llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas, arracadas de una sola piedra inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes. Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.

Cuando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas.

Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: ‘¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra, dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú sobre todo, Nozha, oh dulce y gentil Nozha? ¿En dónde estáis que no me respondéis?’ (1)

Y como nadie contestaba, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo:

‘¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Qué criatura podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones?

‘¡Oh tu Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los buenos y a los malos el día, de la Resurrección!

Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: ‘¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡Oh la más deseada! te dignes mirarme con agrado’.

Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: ‘¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!’ Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: ‘¡Oh favorable joven! ¡Aquí me tienes, despertando entre lo desconocido! ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?

‘Y Ghanem respondió: ‘¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón’. Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había sacado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra.

Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: ‘¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis aventuras’.

Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como era entrado el día y brillaba el sol en todo su esplendor, la cosa no fue difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cuidado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mulo, y emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la joven había penetrado en su corazón, y se vio en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendida en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas. Y estos pensamientos tan gratos hacían que sintiera impaciencia por llegar cuanto antes. Y al fin llegó, y él mismo ayudó al arriero con el cajón y llevarlo al interior de la casa.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana la mañana, y discretamente interrumpió su relato.

(1) Estos nombres significan respectivamente: Brisa, Flor del jardín, Alba de la mañana, Rama de perlas, Luz del camino, Estrella de la noche, Estrella de la mañana, Delicias de jardín.”

Continuará: La cuadragésima noche

Saludos
Valram

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martes, 23 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La trigésima octava noche

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Pero cuando llegó la 38ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando uno de los negros sudaneses propuso que cada uno contase la historia de su castración, el negro Sauab, portador de la linterna y los azadones, tomó la palabra, y como los otros se rieran, repuso: ‘¿De qué os reís? ¿De que sea el primero en contar por qué me caparon?’

Y los otros dijeron: ‘Nos parece muy bien. ¡Te escuchamos!’ Entonces el eunuco Sauab dijo:

Historia del negro Sauab, primer eunuco sudanés

Sabed, ¡Oh mis hermanos! que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me sacó de mi tierra para traerme a Bagdad, y me vendió a un guardia de palacio. Este hombre tenía una hija que en aquel momento contaba tres años. Fui criado con ella, y era la diversión de todos cuando jugaba con la niña, y bailaba danzas muy graciosas y le cantaba canciones. Todo el mundo quería al negrito.

Juntos crecimos de aquel modo, y yo llegué a los catorce años y ella a los diez. Y nos dejaban jugar juntos. Pero un día entre los días, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué a ella, según costumbre. Precisamente acababa de tomar un baño en el hammam, y estaba deliciosa y perfumada. En cuanto a su rostro, parecía la luna en su décima cuarta noche. Al verme corrió hacia mí, y nos pusimos a jugar y hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba; me pellizcaba y yo la pellizcaba también; pero de tal modo, que a los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó. Y semejante a una llave enorme, se me dibujaba por debajo de la ropa. Entonces se echó a reír, se me vino encima, me tiró de espaldas al suelo y se colocó a horcajadas sobre mi vientre; y empezando a restregarse conmigo, acabó por dejar mi zib al aire. Y al verlo erguido y poderoso, lo cogió con una mano y frotó y cosquilleó con él los labios de su vulva por encima del calzón que llevaba puesto. Pero estos juegos vinieron a aumentar de un modo alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras que ella se me colgaba del cuello apretándome con todas sus fuerzas. Y he aquí que súbitamente mi zib, como si fuese de hierro, le atravesó el pantalón, y penetrando triunfante le arrebató la virginidad.

Una vez terminada la cosa, la niña se echó a reír otra vez, y volvió a besarme, pero yo estaba aterrado con lo que acababa de ocurrir, y me escapé de entre sus manos, corriendo a refugiarme en la casa de un negro amigo mío.

La niña no tardó en volver a su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado de parte a parte, lanzó un grito. Después, examinando el lugar que se oculta entre los muslos, ¡vio lo que vio! Y se cayó al suelo, desmayada de dolor y de ira. Pero cuando volvió en sí, como la cosa era irreparable, tomó todas las precauciones para arreglar el asunto, y sobre todo para que su esposo no supiera la desgracia. Y tal maña se dio, que pudo conseguirlo. Transcurrieron dos meses, y aquella mujer acabó por encontrarme, y no dejaba de hacerme regalitos para obligarme a volver a la casa. Pero cuando volví no se habló para nada de la cosa, y siguieron ocultándoselo al padre, que seguramente me habría matado, y ni la madre ni nadie me deseaba mal alguno, pues todos me querían mucho.

Dos meses después la madre consiguió poner en relaciones a su hija con un joven barbero, que era el barbero de su padre, y con tal motivo iba mucho a casa. Y la madre le dio una buena dote de su peculio particular y le hizo un buen equipo. En seguida llamaron al barbero, que se presentó con todos los instrumentos. Y el barbero me ató y me cortó los compañones, convirtiéndome en eunuco. Y se celebró la ceremonia del casamiento, y yo quedé de eunuco de mi amita, y desde entonces tuve que ir precediéndola por todas partes, cuando iba al zoco, o cuando iba de visitas o a casa de su padre. Y la madre hizo las cosas tan discretamente, que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y para hacer creer a los invitados en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con sangre la camisa de la recién casada, y según costumbre, hizo pasear esta camisa al acabar la noche por la sala de reuniones, por delante de todas las mujeres invitadas, que lloraron de emoción.

Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido el barbero. Y así pude deleitarme impunemente y en la medida de mis fuerzas con la hermosura y las perfecciones de aquel cuerpo delicioso, pues aunque había perdido otras cosas, me quedaba el zib. De modo que sin peligro, y sin despertar sospechas pude seguir besando y abrazando a mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus padres. Entonces pasaron a mí todos los bienes, y llegué a ser eunuco de palacio, igual que vosotros, ¡Oh mis hermanos negros! Tal es la causa de que me castraran. Y ahora, la paz sea con vosotros’. Dicho lo que antecede, el negro Sauab se calló, y el segundo negro, Kafur, tomó la palabra y dijo:

Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés

Sabed, ¡Oh mis hermanos! que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que a mi amo el mercader se le arrugaba el ano y se caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuanto antes, y me puso en manos del pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: ‘¿Quién quiere comprar un negrito con todo su vicio?’ Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: ‘¿Cuál es el vicio de este negrito?’ Y el otro contestó: ‘El de decir una sola mentira cada año’. Y el mercader insistió: ‘¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?’ A lo cual contestó el pregonero: ‘Sólo seiscientos dracmas’. Y dijo el mercader: ‘Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje’.

Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el mercader. Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el corretaje, y se marchó.

Mi amo me vistió decentemente con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin que ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto a la recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno pagaba a su vez los gastos del convite, hasta que le tocó a mi amo. Entonces mi amo invitó a los mercaderes a comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: ‘¡Oh mi esclavo! monta en la mula, ve a casa para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida’. Yo obedecí la orden y me dirigí apresuradamente a la casa.

Y al llegar cerca de ella empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose a las puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó a abrirme, acompañada de sus hijas.

Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: ‘Mi amo estaba en el jardín con los convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared se vino abajo, sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido a todo correr a enteraros de la desgracia’. Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos gritos, a desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere inesperadamente el cabeza de familia), empezó a destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las ventanas, a romper todo lo rompible y arrancar las ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las paredes y echar encima de ellas paletadas de barro.

Y me dijo: ‘¡Miserable Kafur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla’. Y yo, sin esperar a que me lo dijera dos veces, me apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalerías; quemé alfombras, camas, cortinas y almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de lamentarme y de clamar: ‘¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!

Después mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto, salieron a la calle. Y me dijeron: ‘¡Oh Kafur! Ve adelante de nosotras para enseñarnos el camino. Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros. Porque hemos de colocar su cadáver en el féretro, llevarlo a casa y celebrar los debidos funerales’. Y yo eché a andar delante de ellas, gritando: ‘¡Oh mi pobre amo!’ Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños, muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeúntes preguntaban la causa de todo aquello y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: ‘¡No hay fuerza ni poder más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!’ Y alguien aconsejó a mi ama que fuese a casa del walí y le refiriese lo ocurrido.

Y todos marcharon a casa del walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas estaba sepultado mi amo’.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La trigésima novena noche

Saludos
Valram

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lunes, 22 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La trigésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 37ª noche

Prosiguió en esta forma:

Al morir el mercader Ayub les dejó grandes riquezas, y entre otras cosas, cien cargas de sederías, brocados y telas preciosas, y cien vasijas llenas de vejigas de almizcle puro. Todo cuidadosamente empaquetado, y en cada fardo se veía escrito con grandes caracteres: DESTINADO A BAGDAD, pues Ayub no pensaba morirse tan pronto, y quería ir a Bagdad para vender sus preciosas mercancías.

Pero llamado a la infinita misericordia de Alah, y pasado el tiempo del luto, el joven Ghanem pensó realizar el viaje a Bagdad que tenía proyectado su padre. Despidióse, pues, de su madre, de su hermana Fetnah, de sus parientes y de sus vecinos, y se fue al zoco, donde alquiló los camellos necesarios, cargó en ellos sus fardos, y aprovechó la salida de otros comerciantes para Bagdad a fin de ir en su compañía, y así marchó, después de poner su suerte en manos de Alah el Altísimo. Y Alah lo resguardó de tal modo, que no tardó en llegar a Bagdad sano y salvo con todas sus mercancías.

Apenas llegado a Bagdad, se apresuró a alquilar una casa hermosísima, que amuebló suntuosamente, tendiendo por todas partes magníficas alfombras, colocando divanes y almohadones, sin olvidar los cortinajes en puertas y ventanas.

Después mandó descargar todas las mercaderías y descansó de las fatigas del viaje, esperando tranquilamente que todos los mercaderes y personas notables de Bagdad fuesen, unos tras otros, a desearle la paz y darle la bienvenida.

Pero después pensó en ir al zoco para vender parte de sus mercancías, y mandó hacer empaquetar diez piezas de telas y de sederías finas que llevaban marcado el precio en unas etiquetas. En seguida se dirigió al zoco de los grandes mercaderes, y todos salieron a su encuentro y le desearon la paz. Después le llevaron a presencia del jeique del zoco, quien sólo con ver las mercaderías se las compró en el acto. Y Ghanem ben-Ayub ganó dos dinares de oro por cada dinar de mercancías. Y satisfechísimo de tal ganancia, siguió vendiendo piezas de tela y vejigas de almizcle, ganando dos por uno durante todo un año.

Un día, a principios del otro año, fue al mercado, según su costumbre; pero encontró todas las tiendas cerradas, lo mismo que la puerta principal del zoco. Y como no era fiesta, se asombró mucho y preguntó la causa. Le contestaron que acababa de fallecer uno de los principales mercaderes y que los demás habían ido a enterrarle. Y uno de los transeúntes le dijo: ‘Bien harías en ir también a acompañar al entierro, pues te lo tendrán en cuenta’. Y contestó Ghanem: ‘Me parece muy justo, pero quisiera saber dónde son los funerales’. Indicáronle el sitio; entró en una mezquita cercana, hizo sus abluciones, y se dirigió a toda prisa al lugar indicado. Mezclóse entonces con la muchedumbre de mercaderes y los acompañó a la gran mezquita, en donde se dijeron las oraciones de costumbre. Luego la comitiva emprendió el camino del cementerio, que estaba situado fuera de las puertas de Bagdad. Entraron en él y fueron atravesando tumbas, hasta llegar a aquella en que iban a depositar el cadáver.

Los parientes habían levantado una tienda, colocándola de suerte que cubriera el sepulcro, colgando en ella lámparas, antorchas y faroles. Y todos pudieron entrar para resguardarse debajo del toldo. Entonces se abrió la tumba, se depositó el cadáver, y se puso la losa. Luego los imanes y demás ministros del culto y los lectores del Corán empezaron a leer sobre la tumba los versículos del Libro Noble y los capítulos prescritos. Y los mercaderes y los parientes se sentaron en corro sobre las alfombras tendidas debajo del toldo, y oyeron religiosamente las santas Palabras. Y Ghanem ben-Ayub, aunque tenía prisa por volver a su casa, no quiso retirarse enseguida por consideración hacia los parientes, y se quedó con ellos.

Las ceremonias religiosas duraron hasta el anochecer. Entonces llegaron los esclavos con bandejas llenas de manjares y dulces, y los repartieron entre los presentes, que comieron y bebieron hasta la hartura, según es costumbre en los entierros. Después les presentaron las jofainas y los jarros, y todos los comensales se lavaron las manos, y en seguida fueron a sentarse en corro, silenciosamente, como suele hacerse.

Pero pasado un largo rato, como la sesión no se iba a terminar hasta la mañana siguiente, Ghanem empezó a alarmarse por las mercaderías que había dejado en su casa sin nadie que las guardase. Y temió que se las robasen los ladrones, y dijo para sí: ‘Soy extranjero, y teniendo como tengo fama de hombre rico, si paso una noche fuera de mi casa los ladrones la saquearán, y se llevarán mi dinero y las mercancías que me quedan’.

Y como sus temores fuesen mayores cada vez, se decidió a levantarse y se disculpó con los demás diciendo que iba a evacuar una necesidad apremiante, y salió a toda prisa. Echó a andar a oscuras, y fue caminando hasta que llegó a las puertas de la ciudad. Pero como ya era medianoche, encontró la puerta cerrada, y no vio a nadie, ni oyó ninguna voz humana. Solamente oía el ladrar de los perros y los chillidos de los chacales que sonaban a lo lejos mezclados con los aullidos de los lobos. Entonces, asustadísimo, exclamó: ‘¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! Antes temía por mis riquezas y ahora he de temer por mi vida’.

Y empezó a buscar un albergue donde pasar la noche, y al fin encontró una turbeh junto a la cual había una palmera. Una puerta estaba abierta y Ghanem entró por allí, y se tendió para conciliar el sueño, pero no podía dormir, pues estaba aterrado de verse solo en medio de las tumbas. Y se puso de pie, y abrió la puerta y miró hacia afuera. Y vio una luz que brillaba a lo lejos, cerca de las puertas de la ciudad. Se dirigió hacia aquella luz, pero entonces vio que ésta se acercaba por el camino que conducía a la turbeh en que él se encontraba.

Entonces Ghanem tuvo más miedo, retrocedió precipitadamente, se metió de nuevo en la turbeh, y cuidó de cerrar la puerta, que era muy pesada. Pero no se tranquilizó hasta que se hubo subido a lo alto de la palmera para esconderse entre el ramaje. Desde allí vio que la luz se iba acercando, hasta que acabó por ver a tres negros, dos de los cuales llevaban un enorme cajón y el tercero una linterna y unos azadones.

Al llegar a la turbeh se detuvo. ‘¿Qué ocurre, ¡oh Sauab!?’ y Sauab respondió: ‘¿No lo veis?’ Y dijo uno de los otros: ‘¿Pero qué he de ver?’ Y Sauab replicó: ‘¡Oh Kafur! ¿No ves que la puerta de la turbeh, que habíamos dejado abierta esta tarde, está cerrada y con el cerrojo echado por dentro?’ Entonces el tercer negro, llamado Bakhita, exclamó: ‘¡Qué poco entendimiento tenéis! ¿Ignoráis que los propietarios de estos campos salen todos los días de la ciudad y vienen a descansar aquí después de examinar sus plantaciones? ¿No sabéis que cuidan de cerrar la puerta en cuanto anochece por temor de que los sorprendamos nosotros los negros, pues saben que si los cogemos los asamos vivos y nos comemos su carne blanca?’

Entonces Kafur y Sauab dijeron al otro negro: ‘¡Oh Bakhita! Verdaderamente no puedes presumir de inteligencia’. Pero Bakhita replicó: ‘Veo que no me creeréis hasta que encontremos al que estará escondido, y os advierto anticipadamente que si hay alguien en la turbeh, al ver acercarse nuestra luz se habrá subido, aterrorizado, a la copa de la palmera. Y allí lo encontraremos’.

Y aterrado Ghanem, pensaba: ‘¡Qué negro tan listo! ¡Confunda Alah a todos los sudaneses por su perfidia y su malignidad!’ Después, muerto de miedo, dijo: ‘¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnipotente! ¿Quién me podrá salvar ahora de este peligro?

Y los dos negros dijeron al que llevaba el farol: ‘¡Oh Sauab! sube a la alto del muro, y salta dentro de la turbeh, y ábrenos la puerta, pues estamos muy cansados del peso de este cajón encima del cuello y de los hombros. Y si nos abres la puerta, te reservaremos al más rollizo de los individuos que cojamos ahí dentro, y te lo coceremos muy en su punto, dorándole la piel, cuidando que no se desperdicie ni una gota de grasa’.

Pero Sauab contestó: ‘Como tengo tan poca inteligencia, prefiero que tiremos este cajón por encima de la tapia, ya que nos han dado la orden de dejarlo en esta turbeh’. Pero los otros dos negros contestaron: ‘Si lo tiramos como dices, se hará pedazos’. Y Sauab replicó: ‘Pero si entramos en la turbeh, acaso nos sorprendan los bandidos que ahí suelen ocultarse para asesinar y desvalijar a los viajeros. Ya sabéis que en este sitio se reúnen por la noche los bandoleros para repartirse el botín’. Los otros dos negros dijeron: ‘¿Es posible que seas tan infeliz que creas semejantes majaderías?’

Y dejando el cajón en el suelo, escalaron la pared, saltaron dentro de la turbeh y corrieron a abrir, mientras el otro les alumbraba desde fuera. Metieron entre los tres el cajón, cerraron la puerta y se sentaron a descansar en la turbeh. Y uno dijo: ‘Verdaderamente, ¡Oh hermanos! que estamos rendidos de tanto caminar y por el trabajo que hemos hecho. Y he aquí que es medianoche. Descansemos algunas horas, y después abriremos la zanja para enterrar este cajón; cuyo contenido ignoramos. Luego del descanso podremos trabajar mejor.

Y para pasar agradablemente estas horas de reposo, cuente cada uno cómo ha llegado a ser eunuco y por qué se le castró, relatándolo todo desde el principio hasta el fin. De esta manera pasaremos la noche agradablemente’.

Y en este momento de su narración, Schehrazada vio clarear el día y se calló discretamente.”

Continuará: La trigésima octava noche

Saludos
Valram

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