lunes, 24 de noviembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima primera noche

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Y cuando llegó la 101ª noche

Ella dijo:

Se vio a lo lejos una polvareda negra, que al aproximarse dejó aparecer a la Madre de todas las Calamidades, siempre bajo el aspecto de un asceta. Y todos se apresuraron a besarle las manos. Y ella llorando les dijo:

‘¡Sabed la desdicha, oh pueblo de los creyentes! ¡Y sobre todo, apresurad la marcha! ¡Vuestros hermanos han sido atacados de improviso en sus tiendas por fuerzas considerables de los sitiados, y están en completa derrota! ¡Corred, pues, en su ayuda, pues de otro modo no encontraréis ni rastro del chambelán y sus guerreros!’

Daul'makán y Scharkán sintieron que el corazón se les desgarraba a fuerza de palpitaciones, y en el colmo de la consternación se arrodillaron delante del santo asceta, y le besaron los pies. Y todos los guerreros lanzaron amargas exclamaciones de dolor.

Pero no obró de este modo el gran visir Dandán, pues fue el único que no bajó del caballo, ni besó los pies ni las manos del asceta. Y en alta voz, y delante de todos los jefes, dijo: ‘¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! ¡Mi corazón siente una invencible aversión hacia ese extraño asceta y pienso que es uno de los réprobos que están desterrados de la puerta de la misericordia divina! ¡Rechazad a ese brujo maldito! ¡Creed al anciano compañero del difunto rey Omar Al-Nemán! ¡Despreciad a ese réprobo y apresurémonos a ir a Constantinia!’

Pero Scharkán dijo al visir: ‘Aleja de tu espíritu esas sospechas equivocadas. Bien se conoce que no viste, como yo lo he visto, a ese santo asceta excitar el valor de los musulmanes durante la pelea y afrontar sin temor las espadas y las lanzas. Procura pues, no calumniar a este santo, porque ya sabes cuán censurable es la maledicencia y el ataque dirigido contra todo hombre de bien. Y advierte que si no le ayudase Alah, no tendría esa fuerza ni esa resistencia, ni lo habría salvado de los tormentos del subterráneo’.

Y dichas estas palabras mandó Scharkán que diesen al asceta una hermosa mula suntuosamente enjaezada. Y le dijo: ‘Monta en esa mula, ¡oh padre! el más santo de los ascetas’. Pero la vieja maldita exclamó:

‘¿Cómo no he de ir a pie cuando los cadáveres de nuestros hermanos yacen insepultos al pie de las murallas de Constantinia?’ Y no quiso montar en la mula, y se metió entre los soldados, pasando por entre infantes y jinetes como el zorro que busca una presa. Y no dejaba de recitar en alta voz los versículos del Corán ni de rezar al Clemente, hasta que por fin se vio venir a los restos del ejército que mandaba el chambelán.

Daul'makán quiso conocer aquel desastre, y el gran chambelán, con el alma atormentada, le contó cuanto había ocurrido.

Todo lo había combinado la maldita Madre de todas las Calamidades. Cuando los emires Rustem y Bahramán marcharon a socorrer a Daul'makán y a Scharkán, quedó muy reducido el ejército que acampaba al pie de los muros de Constantinia. Y el chambelán se guardó muy bien de hablar de ello a sus soldados, temiendo que hubiera un traidor entre éstos. Pero la vieja, que sólo aguardaba aquella ocasión, corrió en seguida hacia los sitiados, llamó a uno de los jefes que estaban en las murallas, y le dijo que le alargase una cuerda, a la que ató una carta escrita por su mano. Y decía así:

‘Esta carta de la astuta y terrible Madre de todas las Calamidades, la plaga más espantosa de Oriente y Occidente, va dirigida al rey Afridonios, al cual Cristo tenga en su gracia’.

Y en seguida:

‘Sabe, ¡oh rey! que la tranquilidad va a reinar en adelante en tu corazón, pues he combinado una estratagema que es la pérdida definitiva de los musulmanes. Al rey Daul'makán, su hermano Scharkán y el visir Dandán los tengo prisioneros después de haber destruido la tropa con que saquearon el monasterio del monje Matruna. Y ahora he logrado debilitar a los sitiadores haciendo que envíen los dos tercios de su ejército en socorro de los otros, y estos refuerzos serán destruidos seguramente por el ejército victorioso de los soldados de Cristo.

‘Por lo tanto, sólo te falta hacer una salida en masa contra los sitiadores, atacarlos en su campamento, quemar sus tiendas, y hacerlos pedazos hasta el último, lo cual te será fácil con la ayuda de Cristo Nuestro Señor y su madre la Virgen. ¡Y ojalá me remuneren algún día por el bien que hago a toda la cristiandad!’

Al leer esta carta el rey Afridonios experimentó una gran alegría, e inmediatamente mandó llamar al rey Hardobios, que había ido a encerrarse en Constantinia con el contingente de sus tropas de Kaissaria, y le leyó la carta de la Madre de todas las Calamidades...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La centésima segunda noche

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Valram

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima noche

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Y cuando llegó la 100ª noche

Ella dijo:

Vieron levantarse ante ellos una polvareda muy densa, y oyeron gritar: ‘¡Alahú akbar! ¡Alahú akbar!’ Y a los pocos instantes vieron al ejército musulmán, con los estandartes desplegados, que avanzaba rápidamente hacia ellos. Y bajo los grandes estandartes en que estaban escritas las palabras de la fe: ‘¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el profeta de Alah!’, aparecieron a caballo, al frente de sus guerreros, los emires Rustem y Bahramán. Y detrás, como olas infinitas, avanzaban los guerreros musulmanes.

En cuanto los emires Rustem y Bahramán vieron al rey Daul'makán, echaron pie a tierra y fueron a prestarle homenaje. Y Daul'makán preguntó: ‘¿Qué hacen nuestros hermanos los musulmanes?’ Y le contestaron: ‘Están perfectamente frente a los muros de Constantinia. Y nos envía el gran chambelán con 20,000 soldados para socorreros’.

Entonces Daul'makán preguntó: ‘¿Y cómo habéis sabido el peligro que corríamos?’ Y ellos dijeron: ‘Nos lo ha anunciado el venerable asceta, después de andar día y noche, para apremiarnos a fin de que viniésemos en seguida. Y ahora está junto al gran chambelán, y alienta a los creyentes a la lucha contra los infieles encerrados en Constantinia’.

Los dos hermanos se alegraron muchísimo al saber estas noticias, dieron gracias a Alah porque el santo asceta había llegado sin contratiempo a Constantinia, y luego enteraron a los dos emires de cuanto había pasado desde su llegada al monasterio. Y les dijeron: ‘Ahora los infieles, después de haberse diezmado esta noche, estarán espantados al ver su error. Y sin darles tiempo para rehacerse, vamos a echarnos sobre ellos y a exterminarlos, y nos apoderaremos de todo el botín, con las riquezas que sacamos del monasterio’.

Y todos los musulmanes, a las órdenes de Daul-makán y Scharkán, se precipitaron como un rayo desde la cumbre de la montaña, y cayeron sobre el campamento de los infieles, esgrimiendo la lanza y el alfanje. Y al fin de la jornada, no quedó ni un solo hombre entre los infieles que pudiese ir a contar el desastre a los que estaban encerrados tras de los muros de Constantinia.

Exterminados los cristianos, se apoderaron los musulmanes de todo el botín y de todas las riquezas, y descansaron aquella noche, celebrando el triunfo y dando gracias a Alah por sus beneficios.

Y al llegar la mañana, Daul'makán dijo a los jefes del ejército: ‘Marchemos inmediatamente a Constantinia para unirnos al gran chambelán, que sitia la ciudad con un número muy reducido de fuerzas. Pues si los sitiados supieran que estamos aquí, harían una salida, convencidos de cuán inferiores son a ellos en número los musulmanes, y esta salida sería muy funesta para nuestros hermanos.

Y levantaron el campo, marchando apresuradamente hacia Constantinia, mientras Daul'makán, para animar a sus guerreros, improvisó las siguientes estrofas:

¡Oh Señor! No te ofrezco mi alabanza, puesto que eres la gloria y la alabanza, y no has dejado de llevarme de la mano por el camino difícil.

Me diste la riqueza y los bienes, me concediste con tu gracia un trono, y has armado mi brazo con la poderosa espada de las victorias.

Me entregaste un imperio cuya sombra es considerable, y me has colmado con el exceso de tu generosidad.

Me sostuviste siendo extranjero, en los países extranjeros, y fuiste mi fiador cuando estaba tan oscurecido entre los desconocidos.

¡Gloria a Ti! Has adornado mi frente con tu triunfo, hemos aplastado con tu ayuda a los rumís, que niegan tu poder, y los hemos perseguido como a rebaño en dispersión.

¡Gloria a ti! Pronunciaste contra las filas de los impíos la palabra de tu ira, y helos aquí, para siempre ebrios, no con la fermentación generosa de los vinos, sino con la copa de la muerte.

¡Y si algunos de los creyentes cayeron en la batalla, han logrado la inmortalidad y están sentados bajo las frondas felices del Paraíso, a orillas del río de miel perfumada!

Cuando Daul'makán acabó de recitar estos versos, durante la marcha de las tropas, se vio a lo lejos una polvareda negra, que al aproximarse...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La centésima primera noche

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