lunes, 1 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima septuagésima noche

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Y cuando llegó la 570ª noche

Ella dijo:

‘...Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda. Y mientras caminaba, se decía para su ánima Califa: ‘¡Ya no llevo encima ni oro, ni plata, ni cobre, ni siquiera el olor de semejante cosa! ¿Y cómo voy a arreglarme para pagar a este maldito cargador al llegar a casa? ¿Y qué necesidad tenía yo de cargador? ¿Y qué necesidad tenía yo tampoco de esta arca funesta? ¿Y quién pudo meterme en la cabeza la idea de comprarla? ¡Pero ha de ocurrir lo que está escrito! Por lo pronto, para salir de mi compromiso con este cargador, voy a hacerle correr y andar y perderse por las calles hasta que esté extenuado de fatiga. Entonces se parará por su voluntad y se negará a seguir. ¡Y me aprovecharé de su negativa para negarme a pagarle a mi vez y me echaré a la espalda el arca yo mismo!’

Y tras de imaginar de aquel modo su proyecto, lo puso en práctica inmediatamente. Empezó, pues, por ir de calle en calle y de plaza en plaza, y por hacer que el cargador diera vueltas con él por toda la ciudad, y así estuvo desde mediodía hasta la puesta del sol, de modo que el cargador estaba ya completamente extenuado y acabó por refunfuñar y murmurar, y se decidió a decir a Califa: ‘¡Oh amo mío! ¿Dónde está tu casa?’

Y contestó Califa: ‘¡Por Alah, que ayer sabía yo aún dónde estaba, pero hoy lo he olvidado completamente! ¡Y heme aquí dedicado a buscar contigo donde se halle!’

Y dijo el cargador: ‘¡Pues dame mi salario y toma tu arca!’

Y dijo Califa: ‘¡Espera un poco todavía y anda despacio mientras yo ordeno mis recuerdos y reflexiono acerca del sitio en que está mi casa!’ Luego, al cabo de cierto tiempo, como el cargador se pusiera a protestar entre dientes, le dijo: ‘¡Oh Zoraik! ¡No llevo encima dinero para darte tu salario aquí mismo! ¡Porque me he dejado el dinero en casa, y se me ha olvidado cuál es mi casa!’

Y cuando el cargador se paraba, sin poder andar ya, e iba a dejar su carga, acertó a pasar un conocido de Califa, que le dio en el hombro, y le dijo: ‘¡Por Alah! ¿Eres tú, Califa? ¿Y qué te trae por este barrio tan alejado de tu barrio? ¿Y qué lleva para ti este hombre?’ Pero antes de que el consternado Califa tuviese tiempo de contestarle, el cargador Zoraik se encaró con el transeúnte consabido, y le preguntó: ‘¡Oh tío! ¿Dónde está la casa de Califa?’ El hombre contestó: ‘¡Por Alah!

¡Vaya una pregunta! ¡La casa de Califa está precisamente al otro extremo de Bagdad, en el khan ruinoso que hay junto al mercado del pescado en el barrio de los Rawssin!’

Y se marchó riendo.

Entonces Zoraik el cargador dijo a Califa el pescador: ‘¡Vamos, anda, oh miserable! ¡Ojalá no pudieras vivir ni andar!’ Y le obligó a ir delante de él y a conducirle a su vivienda del khan ruinoso cercano al mercado del pescado. Y hasta que llegaron no cesó de injuriarle y de reprocharle su conducta, diciéndole: ‘¡Oh tú, rostro nefasto, así te cortara Alah el pan cotidiano en este mundo!

¡Cuántas veces no habremos pasado por delante de tu casa de desastre sin que hicieras el menor ademán para que me parase! ¡Anda, ayúdame ahora a descargarme de la espalda tu arca! ¡Y ojalá estuvieras pronto encerrado para siempre en ella!’

Y sin decir una palabra, Califa le ayudó a descargar el arca, y limpiándose con el dorso de la mano las gotas gordas de sudor que le caían de la frente, dijo Zoraik: ‘¡Ahora vamos a ver la capacidad de tu alma y la generosidad de tu mano en el salario que me corresponde por todas las fatigas que me has hecho soportar sin necesidad! ¡Y date prisa para que me vaya por mi camino!’ Y le dijo Califa: ‘¡Claro que serás retribuido espléndidamente, compañero! ¿Quieres, pues, que te traiga oro o plata? ¡Escoge!’

Y contestó el cargador: ‘¡Tú sabrás mejor lo que conviene!’

Entonces Califa, dejando a la puerta al cargador con el arca, entró en su vivienda, y salió de ella enseguida llevando en la mano un formidable látigo con correas claveteadas cada una con cuarenta clavos agudos, capaces de derribar a un camello al primer golpe. Y se precipitó sobre el cargador con el brazo en alto y enarbolando el látigo, lo dejó caer sobre la espalda del otro, y comenzó de nuevo, de modo que el cargador empezó a aullar, y volviendo la espalda, pasó por delante de él, tapándose la cara con las manos, y desapareció por una esquina.

Libre así del cargador, que al fin y al cabo había cargado con el arca por propia iniciativa, Califa se creyó en el deber de arrastrar el arca aquella hasta su vivienda. Pero al oír aquel ruido, afluyeron los vecinos, y al ver el extraño atavío de Califa con el traje de raso cortado por las rodillas y el turbante, le dijeron: ‘¡Oh Califa! ¿De dónde sacaste ese traje y esa arca tan pesada?’

El contestó: ‘¡Me los ha dado mi criado y aprendiz que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún Al-Raschid...!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima septuagésima primera noche

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Valram

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