domingo, 4 de enero de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima cuadragésima segunda noche

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"Pero cuando llegó la 142ª noche

Ella dijo:

'Había un hombre que adoraba la carne de las vírgenes y que no pensaba en otra cosa. De modo que como esa carne es de precio tan elevado, singularmente cuando es escogida y de encargo, y como no hay fortuna que pueda resistir indefinidamente unas aficiones tan costosas, el hombre consabido, que nunca se cansaba de ellas y se dejaba llevar de la intemperancia de sus deseos -porque solo el exceso es reprensible-, acabó por arruinarse completamente.

'Un día en que vestido con un traje todo destrozado y descalzo iba por el zoco mendigando el pan para alimentarse, le entró un clavo en la planta del pie, y lo hizo sangrar abundantemente. Entonces se sentó en el suelo, trató de restañar la sangre, y acabó por vendarse el pie con un pedazo de trapo. Pero como la sangre seguía corriendo, se dijo: '¡Vamos al hammam a lavarnos el pie y a sumergirlo en el agua, que le sentará admirablemente!'

Y fue al hammam, y entró en la sala común a la cual van los pobres, y que ostentaba una limpieza exquisita, reluciendo de manera encantadora. Y se acurrucó en el estanque central, y se puso a lavarse el pie.

'A su lado estaba un hombre que acababa de bañarse y mascaba algo con los dientes. Y el herido se sintió muy excitado por la masticación del otro, y se apoderó de él un ansia ardiente de mascar también aquello. Entonces preguntó al otro: '¿Qué mascas, vecino?'

El otro contestó en voz baja, para que nadie le oyera: '¡Cállate! ¡Es haschisch! ¡Si quieres, te daré un pedazo!' El herido dijo: '¡Verdad es que quisiera probarlo, pues hace tiempo que lo deseo!' Entonces el hombre que mascaba se sacó un trozo de la boca y se lo dio al herido, diciéndole: '¡Ojalá te libre de todas tus preocupaciones!' Y nuestro hombre cogió el pedazo, y lo mascó, y se lo tragó entero. Y como no estaba acostumbrado al haschisch, en cuanto se produjo el efecto en su cerebro por la circulación de la droga, empezó por sentir una hilaridad extraordinaria, y esparció enormes carcajadas por toda la sala. Pasado un momento, se desplomó sobre el mármol y fue presa de diversas alucinaciones, de las cuales te contaré una de las más deliciosas:

'Primeramente creyó verse desnudo del todo y bajo el dominio de un terrible amasador y dos negros vigorosos que se habían apoderado por completo de su persona, siendo como un juguete entre sus manos. Le daban vueltas y lo manipulaban en todos sentidos, clavándole en las carnes sus dedos nudosos e infinitamente expertos. Y gemía bajo el peso de sus rodillas cuando se las apoyaban en el vientre para darle masaje con toda su destreza. Después le lavaron, a fuerza de lanzarle jofainas de cobre, y le frotaron con fibras vegetales. Luego el amasador mayor quiso lavarle personalmente ciertas partes delicadas, pero como le hacía muchas cosquillas, hubo de decirle: '¡Yo mismo le haré!' Terminado el baño, el amasador le rodeó la cabeza, los hombros y los riñones con tres paños más blancos que el jazmín, y le dijo: '¡Oh mi señor, ha llegado el momento de entrar en la habitación de tu esposa, que te aguarda!'

Pero él exclamó: '¿Qué esposa es esa? ¡Yo soy soltero! ¿Te habrá mareado el haschisch para disparatar de ese modo?' Pero el amasador dijo: '¡Basta de bromas! ¡Vamos a ver a tu esposa, que está impaciente!' Y le echó por los hombros un gran velo de seda blanca, y abrió la marcha, mientras los dos negros le sostenían por los hombros, haciéndole de cuando en cuando cosquillas en el trasero, sólo por broma. Y él se reía en extremo.

'Así llegaron a una sala medio oscura y perfumada con incienso, y en el centro había una gran bandeja con frutas, pasteles, sorbetes y jarrones llenos de flores. Y después de haberlo hecho sentar en un escabel de ébano, el amasador y los dos negros le pidieron la venia para retirarse, y desaparecieron.

'Entonces entró un muchacho, que se quedó de pie aguardando sus órdenes, y le dijo: '¡Oh rey del tiempo, soy tu esclavo!' Pero él, sin hacer caso de la gentileza del muchacho, soltó una carcajada que hizo retemblar toda la sala, y exclamó: '¡Por Alah! ¡Todos éstos son aficionados al haschisch! ¡He aquí que ahora me llaman rey!' Y dijo después al muchachito: 'Ven aquí, y córtame la mitad de una sandía bien colorada y bien tierna. Es lo que más me gusta. No hay nada como la sandía para refrescarme el corazón'.

Y el muchacho le llevó la sandía admirablemente cortada en rajas. Entonces le dijo: '¡Márchate, que no me sirves! Ve a traerme lo que además de la sandía me gusta más, o sea carne virgen de primera'. Y el muchacho desapareció.

'Y de pronto entró en la sala una muchacha muy joven, que avanzó hacia él moviendo las caderas, que apenas se dibujaban por lo muy infantiles que eran todavía. Y él, al verla, se puso a resollar con alegría, y cogió a la chiquilla en brazos, se la puso entre los muslos, y la besó con ardor. Y la hizo deslizarse debajo de él; sacó el zib y se lo puso en la mano. Y quién sabe lo qué iría a hacer, cuando bajo la sensación de un frío intensísimo despertó de su sueño. 'En este momento, y después de reflexionar que todo aquello no era más que el efecto del haschisch en el cerebro, se vio rodeado por todos los bañistas, que le miraban burlonamente, riéndose con toda su alma, y abriendo unas bocas como hornos. Y le señalaban con el dedo su zib desnudo, que se erguía en el aire hasta el límite de la erección, y parecía tan enorme como el de un borrico o el de un elefante. Y le echaban encima grandes cubos de agua fría, dirigiéndole chanzas como las que suelen darse en el hammam.

'Y el hombre se quedó muy confuso, se echó una toalla sobre las piernas, y dijo amargamente a los que se reían: '¡Oh buena gente! ¿Por qué me habéis quitado la chiquilla, cuando iba o poner las cosas en su lugar?' Y los otros al oír estas palabras, palmotearon de alegría y comenzaron a gritar: '¿No te da vergüenza decir semejantes cosas, ¡oh borracho de haschisch! después de gozar todo lo que has gozado?'

Y Kanmakán, al oír estas palabras de la negra, no pudo contenerse más y se echó a reír de tal modo, que se convulsionó de alegría. Después dijo a la negra: '¡Qué historia tan deliciosa! ¡Apresúrate por favor a decirme la continuación, que debe de ser admirable para el oído y exquisita para el espíritu!' Y la negra dijo: '¡Verdaderamente, mi señor, la continuación es tan maravillosa que olvidarás cuanto acabas de oír; y es tan pura, tan sabrosa y tan extraña, que hasta los sordos se estremecerán de placer!' Y Kanmakán dijo: '¡Ah! ¡Prosigue entonces! ¡Estoy encantadísimo!'

Pero cuando la negra se aprestaba a narrar la continuación de su, historia, Kanmakán vio llegar delante de su tienda un correo a caballo que, habiendo echado pie a tierra, le deseó la paz. Y Kanmakán le devolvió la zalema. Entonces el correo dijo: '¡Oh señor! soy uno de los cien correos que el gran visir Dandán ha enviado en todas direcciones para encontrar el rastro del príncipe Kanmakán, que hace tres años se marchó de Bagdad. Porque el gran visir Dandán ha logrado sublevar a todo el ejército y todo el pueblo contra el usurpador del trono de Ornar Al-Nemán, y ha hecho prisionero al usurpador; y lo ha encerrado bajo tierra en el calabozo más hondo, de suerte que a estas horas el hambre, la sed y la vergüenza han debido arrancarle el alma. ¿Querrías decirme, ¡oh señor! si por acaso no te encontraste algún día con el príncipe Kanmakán, a quien corresponde el trono de su padre?'

Cuando el príncipe Kanmakán...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente."

Continuará: La centésima cuadragésima tercera noche...

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Valram

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima cuadragésima primera noche

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"Pero cuando llego la 141ª noche

Ella dijo:

...en busca de su destino por el camino de Alah. Y Kanmakán había montado en el caballo Katul, y el beduino Sabah se había contentado con seguirle a pie, por haberle jurado amistad y sumisión, reconociéndole como amo para siempre, y habiéndolo jurado por el santo templo de la Kaaba, mansión de Alah.

Entonces empezó para ellos una vida llena de hazañas y aventuras, cacerías, viajes, luchas contra las fieras, combates con los bandoleros, noches pasadas al acecho de bestias salvajes, días dedicados a pelear contra las tribus y amontonar botín. Y a costa de muchos peligros, reunieron así una incalculable cantidad de rebaños, caballos, esclavos y tiendas.

Y Kanmakán había encargado a su compañero Sabah de la vigilancia de todo. Y cuando se sentaban ambos para descansar, se contaban mutuamente sus penas y sus esperanzas, hablando uno de su prima Fuerza del Destino y el otro de su prima Nejma. Y esta vida duró por espacio de dos años.

Y he aquí, entre otras mil, una de las hazañas del joven Kanmakán:

Un día, montado en su caballo Katul, iba a la ventura, precedido por su fiel Sabah, que abría la marcha con la espada desnuda en la mano, lanzando gritos terribles, abriendo unos ojos como cavernas, y rugiendo, aunque la soledad del desierto fuera absoluta: '¡Abrid camino! ¡A la derecha! ¡A la izquierda!' Y he aquí que habían terminado de almorzar, habiéndose comido entre los dos una gacela asada, y bebido agua de un fresco manantial que estaba próximo.

Pasado un rato, llegaron a una montaña a cuyos pies se extendía un valle cubierto de camellos, camellas, carneros, vacas y caballos; y más allá, en una tienda, estaban unos esclavos que iban armados.

Al verlos, Kanmakán dijo a Sabah: '¡Quédate ahí! Voy a apoderarme yo solo de todo el rebaño y de esos esclavos'. Y dichas estas palabras, puso al galope su corcel, como el rayo súbito de una nube que revienta y se arrojó sobre ellos, entonando este himno guerrero:

¡Somos de la raza de Omar Al-Nemán, de los hombres de grandes designios, de los héroes!

¡Somos señores que herimos en el corazón a las tribus hostiles cuando brilla el día del combate!

¡Protegemos a los débiles contra los poderosos! ¡Las cabezas de los vencidos nos sirven para adornar nuestras lanzas!

¡Guardad vuestras cabezas! ¡He aquí a los héroes, los de los grandes designios, los de la raza de Omar Al-Nemán!

Los esclavos, al verle, empezaron a dar grandes gritos, pidiendo socorro, creyendo que todos los árabes del desierto los atacaban de improviso. Entonces salieron de las tiendas tres guerreros, que eran los dueños de los rebaños; saltaron sobre sus caballos, y se precipitaron al encuentro de Kanmakán, gritando: '¡Es el ladrón del caballo Katul! ¡Ya es nuestro! ¡Sus al ladrón!'

Oídas estas palabras, Kanmakán les gritó: '¡Efectivamente, éste es el propio Katul, pero los ladrones sois vosotros , ¡oh hijos de zorra!'

Y se bajó hacia las orejas de Katul, hablándole para darle ánimos; y Katul brincó como un ogro sobre su presa. Y para Kanmakán la victoria fue un juego, pues al primer bote hundió la punta de su lanza en el vientre del primero que se presentó, y la hizo salir por el otro lado, con un riñón en el extremo. Después hizo sufrir la misma suerte a los otros dos jinetes. Y al otro lado de sus espaldas, un riñón adornaba la lanza perforadora.

Después se volvió hacia los esclavos. Pero cuando éstos vieron la suerte sufrida por sus amos, se precipitaron de bruces al suelo, pidiendo que los dejaran con vida. Y Kanmakán les dijo '¡Id, y sin perder tiempo, llevad por delante de mí ese rebaño, y conducidlo a tal sitio, en donde están mi tienda y mis esclavos!'

Y llevando por delante animales y esclavos, emprendió su camino, alcanzándolo prontamente Sabah, que, según la orden recibida, no se había movido durante el combate.

Y mientras caminaban de tal modo, llevando por delante esclavos y rebaño, vieron elevarse de pronto una polvareda, que al disiparse dejó aparecer a cien jinetes armados a la manera de los rumís de Constantinia.

Entonces Kanmakán dijo a Sabah: '¡Cuida de los rebaños y de los esclavos, y déjame habérmela contra esos descreídos!' Y el beduino se retiró enseguida, detrás de una colina, sin ocuparse de otra cosa que de vigilar lo que le había encargado. Y Kanmakán se lanzó él solo al encuentro de los jinetes rumís, que le rodearon enseguida por todas partes.

Entonces su jefe, avanzando hacia él, dijo: '¿Quién eres tú, ¡oh encantadora joven! que sabes regir tan diestramente un corcel de batalla, siendo tus ojos tan tiernos y tus mejillas tan lisas y floridas? ¡Acércate, que te bese los labios, y luego veremos! ¡Ven! ¡Te haré reina de todas las tierras por donde se pasean las tribus!'

Al oír estas palabras, Kanmakán sintió que una gran vergüenza se le subía a la cara, y exclamó: '¿Con quién crees que estás hablando, ¡oh perro, hijo de perra!? Si mis mejillas no tienen pelo, mi brazo, que vas a experimentar, te probará tu error, ¡oh ciego rumí que no sabes distinguir los guerreros de las muchachas!'

Entonces el jefe de los rumís se acercó a Kanmakán, y se cercioró de que en efecto, a pesar de la suavidad y blancura de su tez, y de lo aterciopelado de sus mejillas, vírgenes de vello, era, a juzgar por lo relampagueante de sus ojos, un guerrero difícil de dominar.

Y el jefe le preguntó a Kanmakán: '¿A quién pertenece ese rebaño? ¿Adónde vas tú tan lleno de insolencia y fanfarronería? ¡Ríndete a discreción, o eres muerto!' Y ordenó a uno de sus mejores jinetes que se acercase al joven y le hiciese prisionero. Pero apenas había llegado el jinete cerca de Kanmakán, cuando de un solo tajo de su alfanje le cortó en dos mitades el turbante, la cabeza y el cuerpo, así como la silla y el vientre del caballo. Después sufrieron igual suerte el segundo jinete que avanzó, y el tercero y el cuarto.

Al ver esto el jefe de los rumís ordenó a sus jinetes que se retirasen, y avanzando hacia Kanmakán, le dijo: '¡Tu juventud es muy bella, ¡oh guerrero! y tu valentía la iguala! Pues bien; yo soy Kahrudash, cuyo heroísmo es famoso en todo el país de los rumís, y te voy a otorgar la vida, precisamente por tu valor! ¡Retírate, pues, en paz, porque te perdono la muerte de mis hombres por tu belleza!' Pero Kanmakán le gritó: '¡Poco me importa que seas Kahrudash! ¡Lo que me importa es que ceses en tu palabrería y vengas a probar la punta de mi lanza! ¡Y sabe también que ya que te llamas Kahrudash, yo soy Kanmakán ben-Daul-makán ben-Omar Al-Nemán!'

Entonces el rumí dijo: '¡Oh hijo de Daul'makán! ¡He conocido en las batallas la valentía de tu padre! ¡Y tú has sabido unir la fuerza de tu padre a una elegancia perfecta! ¡Retírate, pues, llevándote todo el botín! ¡Así lo quiero!' Pero Kanmakán le gritó: '¡No es mi costumbre, ¡oh rumí! hacer volver las riendas a mi caballo! ¡Guárdate!' dijo, y acarició a su caballo Katul, que comprendió el deseo de su amo, y se precipitó, bajando las orejas y levantando la cola. Y entonces lucharon los dos guerreros, y los caballos chocaron como dos carneros que se cornean o dos toros que se despanzurran. Y varios ataques terribles fueron infructuosos. Después, súbitamente, Kahrudash con toda su fuerza dirigió la lanza contra el pecho de Kanmakán, pero éste, con una vuelta rápida de su caballo, supo evitarla a tiempo, y girando bruscamente, extendió el brazo, lanza en ristre. Y con aquel bote perforó el vientre del cristiano, haciendo que le saliera por la espalda el hierro chorreando. Y Kahrudash dejó para siempre de figurar entre el número de los guerreros descreídos.

Al ver esto, los jinetes de Kahrudash se confiaron a la rapidez de sus caballos, y desaparecieron en lontananza entre una nube de polvo que acabó por cubrirlos.

Entonces Kanmakán, limpiando su lanza, siguió su camino, haciendo seña a Sabah de que siguiera hacia adelante con el rebaño y los esclavos.

Y después de esta hazaña, Kanmakán encontró a una negra muy vieja, errante del desierto, que contaba de tribu en tribu historias y cuentos a la luz de las estrellas. Y Kanmakán, que había oído hablar de ella, le rogó que se detuviese para descansar en su tienda y le contara algo que le hiciera pasar el tiempo y le alegrase el espíritu ensanchándole el corazón. Y la vieja vagabunda contestó: '¡Con mucha amistad y con mucho respeto!' Después se sentó a su lado en la estera, y le refirió esta Historia del aficionado al haschisch:

'Sabe que la cosa más deliciosa que ha alegrado mis oídos, ¡oh mi joven señor! es esta historia que he llegado a saber de un haschash entre los haschaschín.

'Había un hombre que adoraba la carne de las vírgenes...'

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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