domingo, 14 de diciembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima vigésima primera noche

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"Pero cuando llego la 121ª noche

Ella dijo:

'Y ahora tengo que pedirte una cosa: que me lleves a la tumba de la pobre Aziza para escribir en la losa que la cubre algunas palabras'. Yo contesté: '¡Mañana será, si Alah quiere!' Después me acosté para pasar la noche con ella, pero a cada hora me dirigía preguntas acerca de Aziza, y exclamaba: '¡Ah! ¿Por qué no me advertiste que era la hija de tu tío?'

Y yo a mi vez, le dije: 'Explícame el significado de estas palabras: '¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!' Pero no quiso decirme nada sobre esto.

Por la mañana se levantó a primera hora, cogió una gran bolsa llena de dinares, y dijo: '¡Levántate y llévame a su tumba! ¡Quiero construirle una cúpula!' Y yo dije: '¡Escucho y obedezco!' Y salimos, y ella me seguía repartiendo dinero a los pobres por todo el camino. Y decía cada vez: '¡Esta limosna es por el descanso del alma de Aziza!' Y así llegamos a la tumba. Se echó sobre el mármol, derramó abundantes lágrimas, y después sacó de una bolsa de seda un cincel de acero y un martillo de oro. Y grabó admirablemente en el mármol estos versos:

¡Una vez me detuve ante una tumba oculta en el follaje! ¡Siete anémonas lloraban sobre ella con la cabeza inclinada!

Y dije: '¿A quién pertenecerá esa tumba?' Y la voz de la tierra me contestó: '¡Inclina la frente con respeto! ¡En esta paz duerme una enamorada!'

Entonces exclamé: '¡Oh tú a quien ha matado el amor! ¡Oh tú, enamorada que duermes en el silencio! ¡Que el Señor te haga olvidar los pesares, y te coloque en la cumbre más alta del Paraíso!'

¡Infelices enamorados, se os abandona hasta después de muertos, pues nadie viene a limpiar el polvo de vuestras tumbas!

¡Yo plantaré aquí rosas y flores, y para hacerlas florecer mejor las regaré con mis lágrimas!

Enseguida se levantó, echó una mirada de despedida a la tumba, y volvimos a emprender el camino de su palacio. Y se mostraba muy tierna. Y me dijo repetidas veces: '¡Por Alah! no me abandones'. Y yo me apresuré a contestar: '¡Escucho y obedezco!' Seguí yendo a su casa todas las noches. Y siempre me recibía con mucho entusiasmo y con mucha expansión. Y nada escatimaba para darme gusto. Yo seguí comiendo, bebiendo, besando y copulando; vistiendo cada día los trajes más hermosos unos que otros, y las camisas más finas unas que otras, hasta que me puse muy gordo y llegué al límite de la gordura. No sentía ni penas ni preocupaciones, y hasta se me olvidó, completamente el recuerdo de la pobre hija de mi tío. En tal estado, verdaderamente delicioso, permanecí todo un año.

Pero he aquí que un día, a principios del año nuevo, había ido al hammam, y me había puesto el traje mejor entre los mejores trajes. Y al salir del hammam me había tomado un sorbete y había aspirado voluptuosamente los finos aromas que se desprendían de mi ropón impregnado de perfumes. Me sentía más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de embriaguez, que me aligeraba de mi peso, haciéndome correr como un hombre ebrio de vino. Y en tal estado me acudió el deseo de ir a derramar el alma de mi alma en el seno de mi amiga.

Me dirigía, pues, su casa, cuando al atravesar una calleja llamada el Callejón de la Flauta, vi avanzar hacia mí a una vieja que llevaba en la mano un farol para alumbrar el camino, y una carta en un rollo. Me detuve, y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y no quiso abusar de las palabras permitidas."

Continuará: La centésima vigésima segunda noche...

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Valram

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima vigésima noche

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"Pero cuando llego la 120ª noche

Ella dijo:

‘¡Ah hijo mío! ¡Qué prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!' Y cuando iba a seguir agobiándome con sus reconvenciones, entró mi padre; y se calló delante de él.

Mi padre empezó entonces a hacer los preparativos para los funerales. Y cuando todos los amigos y los parientes estuvieron reunidos, celebramos los funerales e hicimos las ceremonias acostumbradas en los grandes entierros. Y permanecimos tres días en unas tiendas de campaña que se levantaron junto a la tumba para recitar allí el Libro Sublime.

Entonces volví a la casa, junto a mi madre, y sentía mi corazón lleno de piedad hacia la infortunada muerta. Y mi madre se me acercó, y me dijo: ‘¡Hijo mío! confíame qué cosas has hecho contra la pobre Aziza para hacerle estallar el corazón. Porque ¡oh hijo mío! por más que le pregunté la causa de su enfermedad, nunca quiso revelarme nada. Y sobre todo, jamás pronunció una queja contra ti, pues hasta el último momento no hizo más que bendecirte. Conque ¡por Alah sobre ti! cuéntame lo que le hiciste a esa desventurada para hacerla morir de ese modo'.

Y yo contesté; ‘¡No le he hecho nada absolutamente!'

Pero mi madre insistió: ‘Cuando Aziza estaba a punto de expirar, abrió un instante los ojos, y me dijo: ‘¡Oh mujer de mi tío! ¡Yo suplico al Señor que a nadie pida cuentas del precio de mi sangre, y perdone a los que han torturado mi corazón! ¡He aquí que dejo un mundo perecedero por otro inmortal!'

Y le dije: ‘¡Oh hija mía! no hables de la muerte. ¡Que Alah te restablezca pronto!' Pero ella sonriendo tristemente, me dijo: ‘¡0h mujer de mi tío! te ruego que transmitas a tu hijo Aziz mi último encargo, suplicándole que no lo olvide. Cuando vaya donde tiene costumbre de ir, que diga:

‘¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!'

Y añadió: ‘¡De esta manera le quedaré agradecida, y velaré por él después de muerta, como velé por él en vida!' Y levantó la almohada, y sacó de debajo de ella un objeto para ti, pero me hizo jurar que no te lo entregaría hasta que te viese llorar su muerte. Guardo, pues, ese objeto, y no te lo daré hasta que te vea cumplir la condición impuesta'. Y dije a mi madre: ‘Bien podías enseñarme ese objeto'. Pero mi madre se negó resueltamente, y se retiró.

Bien puedes adivinar, ¡oh mi señor! cuánto me dominarían los placeres y cuán poco sentado tenía el juicio, cuando no quería oír la voz de mi corazón. En vez de llorar a la pobre Aziza, y llevarle luto en el alma, sólo pensaba en distraerme y divertirme. Y nada era más delicioso para mí que visitar la casa de mi amante. Así es que apenas llegó la noche, me apresuré a dirigirme a su casa; y la encontré tan impaciente como si hubiese estado sentada sobre unas parrillas.

Y apenas había entrado, corrió hacia mí, se me colgó del cuello y me pidió noticias de mi prima; y cuando le hube contado los detalles de su muerte y de los funerales, se sintió llena de compasión, y me dijo: ‘¿Por qué no habré sabido antes de su muerte los muchos favores que te había hecho y su abnegación admirable? ¡Cómo le habría dado las gracias y cómo la habría recompensado!'

Y yo añadí:

‘Y ha recomendado a mi madre que me dijese, para que yo te las repitiese a ti, sus últimas palabras: ¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!

Cuando mi amante oyó estas palabras, exclamó: ‘¡Que Alah la tenga en su misericordia! ¡He aquí que te protege hasta después de muerta! ¡Pues con esas palabras te salva de lo que había maquinado contra ti, y de la emboscada en que había resuelto perderte!'

Entonces llegué al límite del asombro, y dije: ‘¿Qué palabras son ésas? ¿Cómo uniéndonos el cariño maquinabas mi perdición? ¿En qué emboscada pensabas hacerme caer?'

Ella contestó: ‘¡Oh niño ingenuo! Veo que no conoces las perfidias de que somos capaces las mujeres. Pero no he de insistir. Sabe únicamente que debes a tu prima el haberte librado de mis manos. Desisto de mis planes contra ti, pero con la condición de que no hablarás ni mirarás a otra mujer, sea joven o vieja. De lo contrario, ¡desgraciado de ti! porque ya no habrá quien pueda librarte de mis manos, pues la que te podía ayudar con sus consejos ha muerto. ¡Guárdate, pues, de olvidar esa condición! Y ahora tengo que pedirte una cosa...'

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta como siempre interrumpió su relato."

Continuará: La centésima vigésima primera noche...

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