viernes, 18 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 497ª noche

Ella dijo:

‘...veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes.

Al día siguiente, hizo Abu-Sir que proclamaran por toda la ciudad los pregoneros públicos:

‘¡Oh criaturas de Alah, acudid todos a tomar un baño en el hammam del sultán! ¡No se pagará nada durante tres días!’ Y durante tres días se agolpó en el establecimiento una multitud enorme que en vano deseaba tomar un baño en el hammam llamado hammam del Sultán. Pero al llegar la mañana del cuarto día el propio Abu-Sir se instaló detrás de la caja, en la puerta del hammam, y empezó a cobrar la entrada, cuyo precio se dejó a la buena voluntad de los que salían del baño. Y por la tarde había conseguido Abu-Sir llenar la caja con lo que le dieron los clientes, con asentimiento de Alah (¡exaltado sea!). Y de aquella manera comenzó a acumular los montones de oro que le deparaba su destino.

¡Eso fue todo!

Y la reina, que oyó a su esposo el rey hablar con entusiasmo de aquellos baños, determinó tomar uno como prueba. E hizo que previnieran de su intención a Abu-Sir, quien, para complacerla y atraerse también la clientela de las mujeres, consagró en adelante la mañana a los baños de hombres y la tarde a los baños de mujeres. Y por la mañana se ponía él mismo detrás de la caja para cobrar, mientras que por la tarde cedió aquel cuidado a una intendente que nombró para tal cargo. Y cuando la reina entró al hammam y hubo experimentado por sí misma los efectos deliciosos de aquellos baños conforme al método nuevo, quedó tan encantada, que resolvió volver todos los viernes por la tarde y no fue para Abu-Sir menos espléndida que el rey, que había adquirido la costumbre de ir todos los viernes por la mañana, pagando cada vez mil dinares de oro, sin perjuicio de los regalos.

Así es que Abu-Sir iba entrando de lleno en la vía de las riquezas, de los honores y de la gloria. ¡Pero no por eso se mostró menos modesto o menos honrado, sino al contrario! Continuó, como antes, mostrándose afable, sonriente y lleno de buenos modales con sus clientes y generoso con los pobres, de los que nunca quiso aceptar dinero. Y por cierto que aquella generosidad fue su salvación como se verá en el transcurso de esta historia. ¡Pues sépase desde ahora que le había de llegar su salvación por conducto de un capitán marino que un día se encontró falto de dinero y pudo, sin embargo, tomar un baño de lo más excelente sin tener que gastar nada. Y como, además, se le hizo refrescar con sorbetes y Abu-Sir en persona le acompañó hasta la puerta con todas las consideraciones posibles, el capitán se dedicó a pensar entonces de qué medios se valdría para probar su gratitud a Abu-Sir, ¡bien con algún regalo o de otro modo! Y no tardó en hallar una ocasión favorable.

¡Y esto es lo referente al capitán marino!

En cuanto al tintorero Abu-Kir, acabó por oír hacerse lenguas de aquel hammam extraordinario, del cual se hablaba por toda la ciudad con admiración, diciendo: ‘¡Sin duda es como el paraíso en este mundo!’

Y resolvió ir a experimentar por sí mismo las delicias de aquel paraíso, el nombre de cuyo guardián ignoraba todavía. Se vistió, pues, con sus trajes más hermosos, montó en una mula ricamente enjaezada, se hizo preceder y seguir por esclavos armados de largas pértigas, y se encaminó al hammam. Llegado que fue a la puerta, notó el olor de la madera de áloe y el perfume del nad; y vio a la multitud de personas que entraban y salían, y a los que estaban sentados en los bancos esperando a su vez, dignatarios notables y pobres de los más pobres y humildes entre los humildes. Y entró entonces en el vestíbulo, y divisó a su antiguo compañero Abu-Sir sentado detrás de la caja, rollizo, fresco y sonriente. ¡Y le costó algún trabajo reconocerle, de tanto como se le habían llenado las antiguas cavidades de su cara con una grasa saludable y de tan brillante como tenía el color y mejorado el aspecto! Al ver aquello, aunque estaba muy sorprendido y contrariado, el tintorero fingió gran alegría, y con una temeridad extremada, avanzó hacia Abu-Sir, que ya habíase levantado en honor suyo, y le dijo con un tono de amistoso reproche: ‘¡Hola, Abu- Sir! ¿Es ésa la conducta de un amigo y el proceder de un hombre que conoce los buenos modales y la galantería? ¡Sabes que soy el tintorero titular del rey y uno de los personajes más ricos e importantes de la ciudad, y no eres para ir nunca a verme y a saber noticias mías! Y ni siquiera se te ha ocurrido preguntarte: ‘¿Qué habrá sido de mi antiguo camarada Abu-Kir?’ ‘¡Y en vano pregunté por ti en todas partes y envié en tu busca a mis esclavos por todos lados, por khanes y por tiendas, pues ninguno pudo informarme acerca de tu persona ni ponerme sobre tu pista!’

Al oír Abu-Sir estas palabras, bajó con gran tristeza la cabeza, y contestó: ‘¡Ya Abu-Kir! ¿Es que olvidaste el trato que me hiciste sufrir cuando fui a verte y los golpes que me propinaste y el oprobio con que me cubriste delante de gente, llamándome ladrón, traidor y miserable?’

Y Abu-Kir se puso muy serio, y exclamó: ‘¿Qué dices? ¿Acaso eras tú aquel hombre a quien pegué?’

El barbero repuso: ‘¡Claro que era yo!’ Abu-Kir entonces empezó a jurar con mil juramentos que no le había reconocido, diciendo: ‘¡Sin duda te confundí con otro, con un ladrón que ya hubo de intentar no sé cuántas veces escamotearme mis telas! ¡Estabas tan delgado y tan amarillo, que me fue imposible reconocerte!’

Luego empezó a lamentarse por su acto y a dar palmadas diciendo: ‘¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Exaltado! ¿Cómo pude equivocarme de aquella manera? Pero la culpa es principalmente tuya por no haberme revelado tu nombre cuando me reconociste diciéndome: ‘¡Yo soy tu amigo!’ máxime estando yo aquel día completamente distraído y fuera de mis casillas a causa del trabajo que sobre mí pesaba. ¡Por Alah sobre ti, te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que me perdones y te olvides de aquello, que estaba escrito en nuestro Destino!’ Abu-Sir contestó: ‘¡Que Alah te perdone, oh compañero mío! porque aquello fue, efectivamente; un designio secreto del Destino, ¡y la reparación está en Alah!’ El tintorero dijo: ‘¡Perdóname del todo!’

El barbero contestó: ‘¡Libre Alah tu conciencia como te libro yo de la culpa! ¿Qué podemos nosotros contra los designios tomados desde el fondo de la eternidad? ¡Entra, pues, al hammam quítate la ropa y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima octava noche

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Valram

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