jueves, 29 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 447ª noche

Ella dijo:

...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fue Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.

Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:

¡Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!

¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas? ¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!

Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido, le dijo:

‘¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!’

Y contestó Ahmad-la-Tiña: ‘¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fue vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?’

Hassán contestó: ‘¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré’.

Ahmad preguntó: ‘¿Y cómo?’ Hassán contestó: ‘¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!’

Entonces Ahmad-la-Tiña, después de vestirse, fue al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: ‘¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?’ El aludido agitó su collar y contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!’

Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: ‘¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?’ El interpelado contestó: ‘¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!’

Entonces exclamó el califa: ‘¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!’

Y dijo Hassán-la-Peste: ‘Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto de seguridad’. Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.

Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fue a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: ‘¿Dónde está tu madre?’ Ella dijo: ‘¡Arriba!’ Dijo él: ‘Ve a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por las buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!’

Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: ‘¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!’ Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: ‘¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!’ Ella contestó: ‘¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!’

Hassán se echó a reír y dijo: ‘¡Es verdad! ¡Fue tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!’ Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima octava noche

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Valram

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