viernes, 29 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima trigésima novena noche

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Y cuando llegó la 539ª noche

Ella dijo:

‘...y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra.

Al llegar al palacio, el príncipe Saleh pidió permiso para entrar a hablar al rey y se lo concedieron. Y entró en la sala donde se hallaba el rey marino Salamandra, sentado en un trono de esmeraldas y jacintos. Y Saleh formuló ante él sus deseos de paz con las maneras más escogidas, y depositó a sus pies los dos sacos grandes, llenos de magníficos regalos, que llevaban a la espalda los esclavos. Y al ver aquello, el rey correspondió a los deseos de paz de Saleh, le invitó a sentarse, y le dijo:

‘¡Bien venido seas, príncipe Saleh! ¡Hace ya mucho tiempo que no te veo, lo cual me entristecía bastante! ¡Pero date prisa ya a pedirme lo que te haya impulsado a venir a verme; porque cuando se hace un regalo, siempre es con la esperanza de obtener en cambio una cosa equivalente! ¡Habla, pues, y veré si puedo hacer algo por ti!’

Entonces Saleh se inclinó profundamente ante el rey por segunda vez, y dijo: ‘¡Sí, estoy comisionado para una cosa que no quiero obtener más que de Alah y del rey magnánimo, del valiente león, del hombre generoso que ha extendido la fama de su gloria, de su magnificencia, de su liberalidad, de su esplendidez, de su clemencia y de su bondad, a lo largo de las tierras y los mares, haciendo que hablen de ella por la tarde con admiración las caravanas debajo de las tiendas de campaña!’

Al oír este discurso, el rey Salamandra, muy preocupado, frunció las cejas, y dijo: ‘¡Presenta tu demanda, ¡oh Saleh! pues entrará en un oído sensible y en un espíritu bien dispuesto! Si puedo satisfacerte, lo haré inmediatamente; pero si no puedo, no será por mala voluntad. ¡Porque Alah, oh Saleh! ¡no pide a un alma lo que rebasa de su capacidad!’

Entonces Saleh se inclinó ante el rey más profundamente todavía que las dos veces anteriores, y dijo: ‘¡Oh rey del tiempo, en verdad que lo que tengo que pedirte puedes concedérmelo, pues depende de tu poder y de tu única autoridad! ¡Y claro es que no me hubiera aventurado a venir a pedírtelo si de antemano no tuviese la certeza de que cabía en las posibilidades! Porque ha dicho el sabio: ‘¡Si quieres que se te atienda, no pidas lo imposible!’

¡Y yo ¡oh rey! (¡Alah te conserve para dicha nuestra!) no soy un demente ni un importuno! ¡Helo aquí, pues! ¡Sabe ¡oh rey lleno de gloria! que vengo a ti solamente como intermediario! ¡Y lo hago ¡oh rey magnánimo! ¡Oh generoso! ¡Oh el más grande! para pedirte la perla única, la joya inestimable, el tesoro sellado, tu hija la princesa Gema, en matrimonio para mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna, hijo del rey Schahramán y de mi hermana la reina Flor-de-Granada y señor de la Ciudad-Blanca y de los reinos terrestres que se extienden desde las fronteras de Persia hasta los límites extremos del Khorassán!’

Cuando el rey Salamandra el marino hubo oído este discurso de Saleh, echóse a reír de tal manera, que se cayó de trasero, ¡y en el suelo siguió convulsionándose y estremeciéndose a la vez que agitaba las piernas en el aire! Tras de lo cual se levantó, y mirando a Saleh en silencio, le gritó de pronto: ‘¡Hola! ¡Hola!’ Y de nuevo se echó a reír convulso y con tanta fuerza y durante tanto tiempo, que acabó por soltar un cuesco retumbante.

Y así fue como se calmó, y dijo a Saleh: ‘¡En verdad, oh Saleh! ¡que te creí siempre un hombre sensato y equilibrado, pero al presente veo cuánto me engañaba! Dime qué fue de tu buen sentido y de tu razón para que te atrevieras a hacerme una petición tan loca’.

Pero Saleh contestó, sin inmutarse ni perder la serenidad: ‘¡No lo sé! ¡Sin embargo, lo cierto es que mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna es por lo menos tan hermoso y tan rico y de tan noble linaje como tu hija la princesa Gema! Y si la princesa Gema no nació para semejante matrimonio, ¿quieres decirme para qué nació entonces? Porque, ¿no ha dicho el sabio: «¡A la joven sólo le queda el matrimonio o la tumba!?» ¡Por eso no se conocen solteronas entre nosotros los musulmanes! ¡Date prisa, pues, ¡oh rey! a aprovecharte de esta ocasión para salvar de la tumba a tu hija!’

Al oír estas palabras, el rey Salamandra llegó al límite del furor, e irguiéndose sobre ambos pies, con las cejas contraídas y los ojos inyectados en sangre, gritó a Saleh: ‘¡Oh perro de los hombres! ¿Acaso pueden tus semejantes pronunciar en público el nombre de mi hija? ¿Quién eres tú, pues, más que un perro hijo de perro? ¿Y quién es tu hermana? ¡Perros, hijos de perros todos!’ Luego encaróse con sus guardias, y les gritó: ‘¡Ah de vosotros! ¡Apoderáos de ese alcahuete y moledle los huesos!’

Al punto se precipitaron sobre Saleh los guardias y quisieron cogerle y derribarle; pero rápido como el relámpago, se les escapó él de las manos y salió para ponerse en fuga. Pero con extremada sorpresa vio que fuera había mil jinetes montados en caballos marinos, y cubiertos con corazas de acero y armados de pies a cabeza, y todos eran parientes suyos y gentes de su casa.

¡Y acababan de llegar en aquel mismo instante, enviados por su madre la reina Langosta, quien, presintiendo el mal recibimiento que pudiera hacerle el rey Salamandra, pensó en mandar a aquellos mil hombres para que le defendiesen de cualquier peligro!

Entonces Saleh les contó en pocas palabras lo que acababa de pasar, y les gritó: ‘Y ahora, ¡sus, a ese rey estúpido y loco!’

A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus espadas y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima cuadragésima noche

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Valram

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