lunes, 30 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima novena noche

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Y cuando llegó la 479ª noche

Ella dijo:

' Y esto en cuanto a Juder!

Respecto de sus hermanos, no bien se despertaron a la mañana siguiente, entraron en el aposento de su madre, que no se había enterado de nada, y le dijeron: ‘¡Oh madre nuestra, todavía no se ha despertado Juder!’ Ella dijo: ‘¡Podéis ir a despertarle!’

Ellos contestaron: ‘¿Dónde se acostó?’ Ella dijo: ‘¡En la estancia de los invitados!’

Ellos añadieron: ‘¡No hay nadie en esa estancia! ¡Acaso se haya marchado anoche con esos marineros! Porque ¡oh madre nuestra! nuestro hermano Juder les tomó gusto a los viajes lejanos. Y además, le oímos hablar con esos extranjeros que le decían: ‘¡Te llevaremos con nosotros y abrirás los tesoros ocultos de que tenemos noticia!’ Ella dijo: ‘¡Es probable, entonces, que se haya marchado sin avisarnos! ¡Podemos estar tranquilos por él, pues Alah sabrá llevarle por el buen camino, y como nació afortunado y el Destino le favorece, pronto volverá a nosotros con inmensas riquezas!’

Luego, como a pesar de todo, se echó a llorar. Entonces ellos exclamaron: ‘¡Oh maldita malvada, cómo quieres a Juder! ¡En cambio, si nos ausentáramos o regresáramos nosotros, que también somos tus hijos, ni te afligirías ni te alegrarías! ¿Es que no somos tan hijos tuyos como Juder?’ Ella contestó: ‘¡También sois hijos míos; pero sois dos miserables, dos infames! ¡Desde el día en que murió vuestro padre, no me hicisteis ningún bien, y ni un día dichoso me disteis ni tuvisteis por mí el menor cuidado! Juder por el contrario, fue muy bondadoso conmigo; me ha complacido siempre de buena gana y me ha guardado respeto y me ha tratado con generosidad. ¡Así es que bien merece que llore por él, pues disfruté de sus beneficios y también disfrutasteis vosotros!’

Al oír hablar con semejante lenguaje a su pobre madre, los dos miserables empezaron a injuriarla y a pegarla; luego entraron en la otra habitación y buscaron por todas partes el saco encantado y el saco de las cosas preciosas; y acabaron por dar con ellos y los cogieron, sacando del segundo todo el oro que había en uno de sus bolsos, y todas las joyas y pedrerías que se encontraban en el otro bolso; y dijeron: ‘¡Esta es la fortuna de nuestro padre!’ Pero la madre exclamó: ‘¡No, por Alah! ¡Es la fortuna de vuestro hermano Juder, que la trajo del país de los moghrabines!’ Entonces le dijeron ellos: ‘¡Mientes! ¡Es la fortuna de nuestro padre! ¡Y tenemos derecho a usar de ella a nuestro antojo!’ Y al punto se dispusieron a repartirla entre los dos. Pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de la posesión del saco encantado porque decía Salem: ‘¡Me lo llevo yo!’ y decía Salim: ‘¡Me lo llevo yo!’ y surgió entre ellos la disputa y la querella.

A la sazón hubo de decirles su madre: ‘¡Oh hijos míos! ya os repartisteis el saco del oro y las joyas; pero este otro saco no puede repartirse ni cortarse, pues se rompería su encanto y perdería sus virtudes. Lo mejor es que me lo dejéis; y todos los días sacaré de él los manjares que deseéis y tantas veces como lo deseéis. Y por lo que a mí afecta, os prometo contentarme con un pedazo de pan o con lo que me dejéis vosotros. Y si además quisierais darme lo indispensable, como vestidos, será por una generosidad de parte vuestra y no por obligación. ¡De tal modo cada uno de vosotros podrá dedicarse sin contratiempos a ejercer el comercio que le parezca! No me olvido de que ambos sois hijos míos y de que yo soy vuestra madre. ¡Permanezcamos unidos y pongámonos de acuerdo, para que cuando regrese vuestro hermano no tengáis que reprocharos nada ni avergonzaros frente a él de vuestras acciones!’

Pero no quisieron aceptar sus consejos, y se pasaron la noche disputando a voces y regañando tan fuerte, que un alguacil del rey, que estaba invitado en la casa contigua, oyó lo que decían y comprendió al dedillo el motivo del litigio. Así es que por la mañana se apresuró a ir a palacio, pidiendo que le concediera audiencia el rey de Egipto, que se llamaba Schams Al-Daula, y le contó cuanto había oído. Y enseguida envió el rey a buscar a los dos hermanos de Juder y les hizo sufrir tortura hasta que hicieron declaraciones completas. Entonces el rey les quitó los dos sacos, y los arrojó a ellos en un calabozo. Tras de lo cual señaló a la madre de Juder una pensión suficiente para sus necesidades cotidianas.

¡Y esto en cuanto a todos ellos!

¡Pero volvamos a Juder! Cuando ya hacía un año que estaba de esclavo en el navío perteneciente al capitán mayor de Suez, se levantó una tempestad que puso en peligro el navío, y lo desamparó y lo arrojó contra una costa escarpada, de modo que se estrelló el barco y se ahogaron todos los que en él iban, excepto Juder, que pudo ganar a nado la orilla. Y logró adentrarse por tierra; y de tal suerte llegó a un campamento de beduinos nómades, que le interrogaron acerca de su estado y le preguntaron si era marino. Y les contó que, efectivamente era marino a bordo de un navío que había naufragado; y les dio detalles de su historia.

Y he aquí que en el campamento había un mercader oriundo de Jedda, que sintió compasión por Juder, y le dijo: ‘¿Quieres entrar a mi servicio, ¡oh egipcio!? Y te daré ropa y te llevaré conmigo a Jedda’ Y Juder consintió entrar a su servicio y partió con él y llegó a Jedda, donde el mercader le trató generosamente y le colmó de beneficios.

Algún tiempo después el mercader fue en peregrinación a la Meca y le llevó también consigo.

Cuando llegaron a la Meca...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima octogésima noche

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domingo, 29 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima octava noche

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Y cuando llegó la 478ª noche

Ella dijo:

‘¡...Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo, y le invitamos a que venga con dos de sus marineros a comer en nuestra compañía! ¡Y ya verás! ¡Tú no tienes más que asentir a todas las palabras que yo diga a Juder, y ya verás lo le hago antes de que acabe la noche!’

Cuando se pusieron de acuerdo acerca de la venta de su hermano que proyectaban, fueron en busca del capitán mayor de Suez, y le dijeron después de las zalemas: ‘¡Oh capitán, venimos a verte para algo te regocijará sin duda!’ El capitán contestó: ‘¡Bueno!’

Ellos dijeron: ‘Somos dos hermanos pero tenemos otro hermano que es un bergante que no sirve para nada. Cuando murió nuestro padre, nos dejó una herencia que repartimos entre los tres; y nuestro hermano cogió su parte y ocupóse de derrocharla en el libertinaje y la corrupción. ¡Y cuando vióse reducido a la miseria, empezó a tratarnos con una injusticia extraordinaria, y acabó por citarnos ante jueces inicuos y opresores, acusándonos de haberle privado de su parte de herencia! ¡Y no tardaron los jueces inicuos y corrompidos en hacernos proceso! ¡Pero no se contentó él con esta primera fechoría y hubo de citarnos por segunda vez ante los opresores, y de tal modo consiguió reducirnos a la última miseria! ¡Y como no sabemos lo que medita ahora contra nosotros, venimos en tu busca para pedirte que nos libres de su presencia, comprándonosle para utilizarle como remero en alguno de tus navíos!’

El capitán mayor contestó: ‘¿Podríais dar con cualquier estratagema para traerle aquí? ¡En ese caso, yo me encargo de hacer que le transporten al mar sin tardanza!’ Ellos contestaron: ‘¡Muy difícil será traerle hasta aquí! Pero deja que te invitemos esta noche, y llévate consigo sólo dos de tus hombres. ¡Y cuando esté dormido, le cogeremos entre los cinco, le pondremos en la boca una mordaza y te lo entregaremos! ¡Y a favor de la noche puedes sacarle de la casa y hacer con él lo que quieras!’ El capitán les contestó: ‘¡Con todo el oído y la obediencia! ¿Queréis cedérmelo por cuarenta dinares?’

Ellos contestaron: ‘¡Muy poco es, en verdad, pero por ser para ti, accederemos! ¡A la caída de la tarde, irás, pues, a tal calle junto a la mezquita tal, donde encontrarás esperándote a uno de nosotros! ¡Y no te olvides de llevar contigo dos de tus hombres!’

Y se fueron en busca de Juder, y al cabo de cierto tiempo que pasaron con él hablando de distintas cosas, Salem le besó la mano en actitud suplicante. Y Juder le dijo: ‘¿Qué quieres, ¡oh hermano mío!?’ El otro contestó: ‘Sabrás ¡oh hermano mío! ¡oh Juder! que tengo un amigo que hubo de invitarme bastantes veces a su casa durante tu ausencia, y siempre me trató con muchos miramientos; así es que le estoy muy agradecido. Hoy estuve a hacerle una visita para darle las gracias, y me invitó a cenar con él; pero yo le dije: ‘¡En verdad que no puedo dejar solo en casa a mi hermano Juder!’ Me dijo él: ‘¡Tráele contigo!’ Contesté: ‘¡No creo que acepte! ¡Pero acepta tú nuestra invitación, y ven esta noche a comer con mis hermanos!’ Y como estaban presentes sus hermanos, los invité también, creyendo que no aceptarían la invitación; pero, desgraciadamente, no pusieron ninguna dificultad, y su hermano, al ver que aceptaban, aceptó asimismo, y me dijo: ‘¡Espérame a la entrada de tu calle junto a la puerta de la mezquita, y allí estaré con mis hermanos para reunirme contigo!’ Y el caso es ¡oh hermano mío Juder! que ya deben estar allá, y me tienes muy avergonzado en tu presencia por haberme tomado esa libertad. ¡Y si quieres, en verdad, que por siempre te esté reconocido, acéptales como huéspedes por esta noche!

¡Nos colmaste de beneficios, y en tu morada reside la abundancia, ¡oh hermano mío! ¡Pero si por cualquier razón no los quieres como huéspedes en tu casa, permíteme que les invite en casa del vecino, adonde yo mismo les serviré!’

Juder contestó: ‘¿Y por qué invitarle en casa del vecino, ¡oh Salem!? ¿Acaso es nuestra casa tan estrecha y tan inhospitalaria? ¿O tal vez no tenemos qué darle de cenar? ¿No te da verdaderamente vergüenza consultarme semejante cosa? ¡No tienes más que hacerles entrar y servirles en abundancia manjares y confituras, sin parsimonia y disponiendo de todo! ¡Y si en lo sucesivo invitas a tus amigos durante mi ausencia, bastará con que pidas a nuestra madre todos los manjares necesarios, y aun los superfluos!

¡Ve pues, a buscar a tus amigos de esta noche! ¡Las bendiciones han bajado hasta nosotros por mediación de tales huéspedes!, ¡oh hermano mío!’

Al oír estas palabras, Salem besó la mano de Juder, y se fue a la puerta de la mezquita en busca de los individuos consabidos, con quienes se apresuró a volver a la casa. Y Juder levantóse en honor suyo, y les dijo: ‘¡La bienvenida sea con vosotros!’ Luego les hizo sentarse a su lado, y se puso a charlar con ellos amistosamente, ¡sin sospechar lo que le ocultaba el Destino, de quien aquella gente era instrumento!

Y rogó a su madre que extendiera el mantel y les sirviera una comida de cuarenta platos de distinto color, diciéndole: ‘¡Tráenos tal color, y tal color y tal color!’ Y comieron y se hartaron los invitados, creyendo que tan espléndida comida era debida a la generosidad de los hermanos Salem y Salim. Luego, transcurrida ya la tercera parte de la noche, se sirvieron los dulces y pasteles; y se comió hasta media noche. Entonces, a una señal de Salem, los marineros se precipitaron sobre Juder, y entre todos le sujetaron, le amordazaron, le ataron sólidamente los brazos, le agarrotaron los pies; y le sacaron de la casa, a favor de las tinieblas, poniéndose al punto en camino para Suez, y cuando llegaron, arrojáronle al fondo de uno de los navíos, con grillos en los pies, entre otros esclavos y forzados, y le condenaron a prestar servicio un año entero en los bancos de los remeros!

Y esto en cuanto a Juder...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

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sábado, 28 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 477ª noche

Ella dijo:

‘...te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena!’ Y al punto notó debajo de su mano el plato, y lo sacó del saco. ¡Y era una chuleta rellena maravillosamente y aromatizada con clavo y otras especias finas! Entonces dijo ella: ‘¡A pesar de todo, deseo también un panecillo caliente y queso, porque estoy acostumbrada a ello y nada me satisface tanto!’ Y metió la mano, pronunció la fórmula, y extrajo lo que había pedido. A la sazón le dijo Juder: ‘¡Oh madre mía! ¡Es preciso que cuando acabemos de comer metamos otra vez en el saco los platos vacíos, porque así lo exige el talismán! ¡Y sobre todo, no divulgues el secreto y oculta bien este saco en tu cofre para no sacarlo más que en el momento que se necesite! Pero no tengas cuidado por lo demás, sé generosa con todo el mundo, con los vecinos y los pobres; y sirve de todos los manjares a mis hermanos, igual estando yo presente que en mi ausencia’.

¡Y he aquí que, apenas había acabado de hablar Juder, entraron sus dos hermanos y vieron la comida maravillosa!

Porque acababan de saber la noticia de la llegada de su hermano Juder por un hombre del barrio, que les dijo: ‘¡Vuestro hermano acaba de llegar de viaje, montado en una mula, precedido por un negro y vestido con trajes que no tienen igual!’

Y se dijeron entonces: ‘¡Pluguiera a Alah que no hubiésemos maltratado a nuestra madre nunca! ¡Porque sin duda va a contarle ahora lo que le hicimos sufrir! ¡Y cuál será nuestra confusión frente a él entonces!’

Pero añadió uno de ellos: ‘¡Nuestro hermano es compasivo! ¡De todos modos, aunque ella le contara la cosa, nuestro hermano es aún más compasivo que ella y más indulgente! ¡Y si alegamos cualquier disculpa de nuestra conducta, admitirá nuestra disculpa y nos excusará!’ Y al cabo decidiéronse a buscarle.

Así, pues, cuando entraron y los vio Juder, se levantó en honor suyo y hubo de desearles la paz con las mayores muestras de consideración, y les dijo: ‘¡Sentaos y comed con nosotros!’ Y se sentaron y comieron. ¡Y estaban muy debilitados y enflaquecidos por el hambre y las privaciones!

Cuando acabaron de comer y se sintieron saciados Juder les dijo: ‘¡Oh hermanos míos! ¡Coged lo que sobró de la comida y repartídselo a los pobres y a los mendigos de nuestro barrio!’ Ellos contestaron: ‘¡Oh hermano nuestro! ¡Mejor será que nos lo guardemos para cenar!’ Juder les dijo: ‘¡A la hora de cenar tendréis bastante más!’ Entonces recogieron las sobras y salieron para repartirlas entre los pobres y los mendigos que pasaban, diciéndoles: ‘¡Tomad y comed!’ Tras de lo cual, devolvieron los platos vacíos a Juder, que se los entregó a su madre, diciéndole: ‘¡Mételos en el saco!’

Por la noche, a la hora de cenar, Juder cogió el saco y sacó de él cuarenta especies de platos que su madre puso sobre el mantel uno tras de otro; luego invitó a sus hermanos a que entrasen para comer. Y cuando hubieron acabado, les sacó pasteles para que se endulzasen; y se endulzaron. Entonces les dijo: ‘¡Coged lo que sobró de la comida y repartidlo entre los pobres y los mendigos!’ Al día siguiente les sirvió comidas no menos espléndidas; y lo mismo ocurrió en el transcurso de diez días consecutivos.

Pero al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: ‘¿Sabes cómo se arregla nuestro hermano para servirnos comidas tan espléndidas a diario, una por la mañana, otra a mediodía, otra por la noche, y por la noche también pasteles? ¡En verdad que ni los sultanes comen así! ¿De dónde pudo venirle semejante fortuna y tanta opulencia? ¡Y es cosa de preguntarse asimismo de dónde saca todos esos manjares asombrosos y esa pastelería, si jamás le vemos comprar nada, ni encender lumbre, ni atender a la cocina, ni poseer cocinero!’

Y contestó Salim: ‘¡Por Alah, que no sé nada! ¿Pero conoces a alguien que pueda revelarnos la verdad de todo eso?’ El otro dijo: ‘¡Únicamente nuestra madre! podría ilustrarnos acerca del particular.’ Y al instante imaginaron una estratagema y entraron en casa de su madre en ausencia de su hermano, y le dijeron: ‘¡Oh madre nuestra, tenemos hambre!’ Ella contestó: ‘¡Pues regocijáos porque vais a satisfacerla enseguida!’

Y entró en la sala donde estaba el saco, metió la mano en él pidiendo al servidor algunos manjares bien calientes, y los sacó al punto para llevárselos a sus hijos, que le dijeron: ‘¡Oh madre nuestra, estos manjares están calientes, y el caso es que jamás te vemos cocinar ni soplar la lumbre!’ Ella contestó: ‘¡Los cojo del saco!’ Ellos preguntaron: ‘¿Y qué saco es ése?’ Ella contestó: ‘¡Es un saco encantado! ¡Y el genni servidor del saco proporciona cuanto se le pide!’ Y les explicó la fórmula, y les dijo: ‘¡Guardad el secreto!’ Ellos contestaron: ‘Puedes estar tranquila. ¡Guardaremos el secreto!’ Y después de haber experimentado por sí mismos las virtudes del saco y conseguir extraer de él varios manjares, se quedaron tranquilos por aquella noche.

Pero al día siguiente Salem dijo a Salim: ‘¡Oh hermano mío! ¿Hasta cuándo vamos a continuar viviendo en casa de Juder como unos criados, comiendo de limosna? ¿No te parece mejor que nos valgamos de alguna estratagema para coger ese saco y llevárnoslo para nosotros solos?’ Salim contestó: ‘¿Y qué estratagema inventaríamos?’ El otro dijo: ‘¡Sencillamente, venderle nuestro hermano Juder al capitán mayor del mar de Suez!’

Salim preguntó: ‘¿Y cómo nos arreglaremos para venderle?’ Salem contestó: ‘¡Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

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viernes, 27 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima sexta noche

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Pero cuando llegó la 476ª noche

Ella dijo:

‘¡...Y ahora, me despido de ti en Alah!’ Juder contestó: ‘¡Alah aumente tu prosperidad y tus beneficios! ¡Muchas gracias!’ Y subió a los lomos de la mula, llevando consigo los dos sacos dobles, y se puso en camino precedido por el negro.

Y la mula siguió fielmente al negro conductor durante el transcurso del día y de la noche; y únicamente necesitó un día para efectuar el viaje del Maghreb a El Cairo; porque al día siguiente por la mañana Juder se vio ante las murallas de El Cairo y entró en su ciudad natal por la Puerta de la Victoria. Y llegó a su casa. Y vio sentada en el umbral a su madre, que, con la mano tendida a los transeúntes, pedía limosna, diciendo: ‘¡Dadme algo, por Alah!’

Al ver aquello, abandonó la razón a Juder, que apeóse de la mula, y con los brazos abiertos se abalanzó a su madre, la cual hubo de echarse a llorar al verle. Y la arrastró a la casa, después de coger los dos sacos y confiar la mula al negro para que se la llevara al moghrabín; porque la mula era una gennia y el negro un genni.

Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sentarse en la estera, y afectado muy penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: ‘¡Oh madre! ¿Están bien mis hermanos?’ Ella contestó: ‘¡Bien están!’ El preguntó: ‘¿Por qué mendigas en la calle?’ Ella contestó: ‘¡Oh hijo mío, porque tengo hambre!’ El dijo: ‘¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien dinares otro día y mil dinares el día de la marcha!’ Ella dijo: ‘¡Oh hijo mío, tus hermanos imaginaron contra mí una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego de la casa! ¡Y para no morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!’

El dijo: ‘¡Oh madre mía, ya no tienes nada por qué sufrir estando yo de vuelta! ¡No te preocupe, pues, lo más mínimo! ¡He aquí un saco lleno de oro y de joyas! ¡Y la riqueza abunda hoy en la morada!’ Ella contestó: ‘¡Oh hijo mío, verdaderamente naciste bendito y afortunado! ¡Concédate Alah sus buenas mercedes y aumente sobre ti sus beneficios! ¡Ve ahora, hijo mío, en busca de un poco de pan para ambos, porque ayer me acosté sin haber comido nada, y esta mañana estoy en ayunas todavía!’ Y al oír hablar de pan, Juder sonrió, y dijo: ‘La bienvenida y la liberalidad sobre ti, ¡oh madre mía! ¡No tienes más que pedir los manjares que anheles, y te los daré al instante, sin tener que ir a comprarlos al zoco ni guisarlos en la cocina!’ Ella dijo: ‘¡Oh hijo mío! ¡El caso es que no veo que tengas nada de comer! ¡Y por todo equipaje no has traído más que esos dos sacos, vacío uno de ellos!’ El dijo: ‘¡Tengo todos los manjares que quieras y de todos los colores!’ Ella dijo: ‘¡Hijo mío el hambre!’ El dijo: ‘¡Es verdad! ¡Cuando el hombre está necesitado se contenta con la menor cosa! ¡Pero habiendo abundancia de todo, da gusto escoger y comer sólo las cosas más delicadas! ¡Y he aquí que tengo en abundancia de todo, y puedes elegir!’

Ella dijo ‘¡Entonces, hijo mío, deseo un panecillo caliente y un pedazo de queso!’

El contestó: ‘¡Oh madre mía! ¡Eso no es digno de tu categoría!’ Ella dijo: ‘Más bien que yo sabrás tú lo que es mejor. ¡Has, pues, lo que mejor te parezca!’ El dijo: ‘¡Oh madre mía! ¡Me parece lo mejor y más digno de tu categoría un cordero asado, y también unos pollos asados y arroz sazonado con pimienta! ¡Asimismo, me parecen propios de tu categoría las tripas rellenas, las calabazas rellenas, los carneros rellenos, las chuletas rellenas, la kenafa hecha con almendras, miel de abejas y azúcar, los pasteles rellenos de alfónsigos y perfumados con ámbar y los losanges de Baklaua!’

Al oír estas palabras, la pobre mujer creyó que su hijo se burlaba de ella o que había perdido la razón, y exclamó: ‘¡Yuh! ¡Yuh! ¿Qué te ha sucedido, ¡oh hijo mío! ¡oh Juder!? ¿Sueñas, o acaso te has vuelto loco?’ El dijo: ‘¿Y por qué?’ Ella contestó: ‘¡Pues porque acabas de citarme cosas tan asombrosas y tan caras y tan difíciles de preparar, que costaría un trabajo ímprobo poseerlas!’ El dijo: ‘¡Por mi vida, que necesito absolutamente que comas al instante cuanto acabo de enumerar!’

Ella contestó: ‘¡Pues aquí no veo por ninguna parte nada de eso!’ El dijo: ‘¡Tráeme el saco!’ Y le llevó ella el saco, y lo palpó y lo encontró vacío. Se lo dio, sin embargo, y al punto metió la mano él en el saco y extrajo primero un plato de oro en que se alineaban, olorosas y húmedas y nadando en su propia salsa apetitosa, las tripas rellenas; luego metió la mano por segunda vez, y una porción de veces más, para ir sacando sucesivamente todas las cosas que había enumerado y hasta algunas otras que no hubo de enumerar. Y le dijo su madre: ‘¡Hijo mío, el saco es pequeñito y estaba completamente vacío, y he aquí que sacaste de él todos esos manjares y todos esos platos! ¿Dónde estaba todo eso?’ El dijo: ‘¡Oh madre mía! ¡Has de saber que este saco me lo dio el moghrabín! ¡Y está encantado! ¡Tiene por servidor un genni que obedece las órdenes que se le dan según tal fórmula!’ Y le dijo la fórmula. Y le preguntó su madre: ‘Así, pues, si yo meto la mano en este saco pidiendo un manjar con arreglo a la fórmula, ¿lo encontraré?’ El dijo: ‘¡Sin duda!’ Entonces metió la mano ella, y dijo: ‘¡Oh servidor de este saco! ¡Por la virtud de los Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

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jueves, 26 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima quinta noche

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Y cuando llegó la 475ª noche

Ella dijo:

‘¡...Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado!’ El otro preguntó: ‘¿De verdad las recuerdas?’ Juder contestó: ‘¡Ah, sí por cierto!’

El otro dijo: ‘¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te dejas engañar, es seguro que los perderás en el tesoro!’ Juder contestó: ‘¡Me dejé engañar una vez! ¡Pero si ahora volviera a engañarme merecería que me quemaran!’

Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo: ‘¡Bienvenido seas, oh hijo mío!’

El contestó: ‘¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!’ Entonces ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: ‘¡Quítatelo! ¡Oh maldita!’ Y se quitó ella el calzón, desvaneciéndose cual fantasma sin alma.

Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando hubo levantado la cortina, vio al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el alfanje talismánico a la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.

Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico, desató la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes que le felicitaban gritando:

‘¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!’ Y no dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro subterráneo.

Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y conjuros, y se levantó y empezó a besarle, oprimiéndole contra su pecho y haciéndole zalemas cordiales. Y cuando Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que llegaron desde el fondo del aire, cerraron la tienda de campaña y les presentaron las dos mulas, en las que se montaron Juder y el moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.

Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con innumerables platos sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: ‘¡Oh hermano mío! ¡Oh Juder, come!’ Y Juder comió y se hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos, levantaron el mantel y el moghrabín Abd-Al-Sanad dijo: ‘¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos! ¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú mismo esos derechos, porque Alah (¡exaltado sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!’

Juder contestó: ‘¡Oh mi señor! ¡Solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!’ Y al punto el moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: ‘¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si hubieras deseado cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá para comer’. Juder contestó: ‘¿Y qué más podría yo anhelar?’

El otro dijo: ‘Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país con el corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la comida, pero no te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para extraer de él todos los manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de joyas de todas clases, para que cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en grande escala y puedas atender con exceso a todas tus necesidades y a las de tu familia, sin preocuparte nunca de economizar’.

Luego añadió: ‘¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de él para extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: ‘¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!’ ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que desees! ¡No tienes más que meter la mano, formulando: ‘¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!’ ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que hayas deseado, aunque cada día fueran mil de colores diferentes y de diferente sabor!’

Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió unas alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda y en lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco de la comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: ‘¡Monta en la mula! El negro irá delante de ti y te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la misma puerta de tu casa de El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que él me la traerá! ¡Y no pongas a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti en Alah...

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 474ª noche

Ella dijo:

‘...¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables talismanes de que hablas y soportar tan terribles peligros?’ El moghrabín contestó: ‘¡Oh Juder, no les tengas ningún temor! ¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que vanos fantasmas sin alma! ¡Puedes, pues, estar verdaderamente tranquilo!’

Y pronunció Juder: ‘¡Pongo mi confianza en Alah!’ Al punto comenzó el moghrabín con sus fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco y desapareció, y el lecho del río quedó seco, ostentando la enorme puerta del tesoro.

Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de oro, llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que decía: ‘¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?’

El contestó: ‘¡Soy Juder-ben-Omar!’ Y al instante se abrió la puerta, y en el umbral apareció un personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: ‘¡Presenta el cuello!’ Y Juder le presentó su cuello; y el otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con las otras puertas, hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el moghrabín. Y a cada vez rompía Juder con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció su madre saliendo de la séptima puerta. Le miró, y le dijo: ‘¡Contigo todas las zalemas!, ¡oh hijo mío!’

Pero Juder le gritó: ‘¿Y quién eres tú?’ Ella contestó: ‘Soy tu madre, ¡oh hijo mío! ¡Soy la que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación que tienes, ¡oh hijo mío!’ El exclamó: ‘¡Quítate la ropa!’ Ella replicó: ‘¿Cómo, siendo mi hijo, me pides que me ponga desnuda?’ El dijo: ‘¡Quítatelo todo, o si no, te derribaré la cabeza con este alfanje!’ Y echó mano al alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: ‘¡Como no te desnudes, te mato!’ Entonces decidióse ella a quitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él: ‘¡Quítate lo demás!’ Y se quitó ella algo más. Él le dijo: ‘¡Más todavía!’ Y continuó apremiándola hasta que se quitó ella toda la ropa y no tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle avergonzada: ‘¡Ah hijo mío! ¡Todo el tiempo que empleé en educarte lo perdí! ¡Qué decepción! ¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en una posición vergonzosa, obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh hijo mío! ¿No te parece una cosa ilícita y un sacrilegio?’

El dijo: ‘¡Es verdad! ¡Quédate, pues, con el calzón!’ Pero apenas hubo pronunciado Juder estas palabras, exclamó la vieja: ‘¡Ha consentido! ¡Pegadle!’ Y al punto sintió él que le daban en los hombros golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales le eran asestados por todos los guardianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin precedentes y que nunca en su vida olvidaría! ¡Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits invisibles le echaron a golpes fuera de las salas del tesoro y de la última puerta, la cual dejaron cerrada, como estaba antes!

Y he aquí que el moghrabín vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues ya las aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso interrumpido. Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del Korán hasta que recobró el sentido.

Entonces le dijo: ‘¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fue el calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me atrajo esa paliza de la que aun tengo señales!’ Y le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.

Entonces le dijo el moghrabín: ‘¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves! ¡Me has defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el calzón! ¡Por este año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para repetir nuestras tentativas! ¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!’

Y llamó a los dos negros, que aparecieron en seguida, y plegaron la tienda de campaña, y recogieron lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas, sobre las cuales montaron Juder y el moghrabín, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.

Juder vivió, pues, en casa del moghrabín un año entero, poniéndose cada día un traje nuevo de gran valor y comiendo bien y bebiendo de cuanto salía del saco, conforme a sus anhelos y deseos.

Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el moghrabín fue en busca de Juder, y le dijo: ‘¡Levántate! ¡Y vamos a donde tenemos que ir!’

Juder contestó: ‘¡Bueno!’ Y salieron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les presentaron las dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas orillas no tardaron en llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez anterior.

Y después de comer, el moghrabín cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el braserillo con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder: ‘¡Oh Juder, tengo que hacerte una recomendación!’

Juder exclamó: ‘¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima quinta noche

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martes, 24 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima tercera noche

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Pero cuando llegó la 473ª noche

Ella dijo:

‘...Sabe ¡oh Juder! que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el incienso humeante, el agua del río empezará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse completamente y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pendiente del cauce seco se te aparece una gran puerta de oro, tan alta como la puerta de la ciudad, con dos aldabas del mismo metal. Dirígete a esa puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene en cada hoja, y espera un instante. Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el primero, ¡y espera todavía! Después llamarás con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así con tres aldabonazos consecutivos, oirás gritar a alguien desde dentro: «¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?» Tú contestarás: «¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El Cairo! Y se abrirá la puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en mano: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! Y le presentarás tu cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, ¡y no verás ya más que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño alguno. Pero si por miedo te niegas a obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.

‘Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, pasarás dentro y verás una segunda puerta, a la que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un jinete con una lanza grande al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enristrada de repente: «¿Qué motivo te trae a estos lugares que no frecuentan ni pisan nunca las hordas humanas ni las tribus de los genn?» Y por toda respuesta, le presentarás resueltamente tu pecho descubierto para que te hiera; y te dará con su lanza. Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te matará si retrocedes!

‘Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te amenazará con su arco armado de flecha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y caerá a tus pies convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!

‘Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti un león de cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún miedo ni huir de él, sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a tus pies sin hacerte daño.

‘Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te preguntará: «¿Quién eres» Tú dirás: «¡Soy Juder!» Y te contestará él: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, intenta abrir la sexta puerta!»

‘Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás: «¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la puerta! » Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dos dragones enormes, uno a la derecha y otro a la izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No tengas miedo! Tiéndele a cada uno una de tus manos, en las que te querrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído impotentes a tus pies. Y sobre todo no aparentes temerlos, pues tu muerte sería segura.

‘Llegarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y aparecerte en el umbral, será tu madre! Y te dirá: «¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para que te desee la paz!» Pero le contestarás: «¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúdate!»

Ella te dirá: «¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a que te amamanté y a la educación que te di! ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?» Tú le contestarás, gritando: «¡Si no te quitas la ropa, te mato!» Y cogerás un alfanje que hallarás colgado en la pared, a la derecha, y le dirás: «¡Empieza pronto!» Y ella procurará conmoverte y hará para engañarte, para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus ruegos, y cada vez que se quite una prenda de vestir, has de gritarle: «¡Quítate lo demás!» Y continuarás amenazándola con la muerte hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces verás que se desvanece y desaparece!

‘Y de esta manera ¡oh Juder! habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la vez que pondrás en salvo tu vida. Y te restará sólo recoger el fruto de tus trabajos.

‘A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de oro. Pero no les prestes la menor atención, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de la estancia del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina, y verás, acostado en un trono de oro, al gran mago Schamardal, el mismo a quien pertenece el tesoro! Y junto a su cabeza verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste. ¡Le verás con el alfanje consabido a la cintura, con el anillo en un dedo y con la redomita del kohl sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos preciosos, y date prisa a salir del tesoro para venir a entregármelos!

‘Pero ten mucho cuidado ¡oh Juder! con no olvidar nada de lo que acabo de enseñarte o con no obrar conforme a mis recomendaciones. ¡En ese caso, te arrepentirás de ello más tarde, y habría que temer mucho por ti!’

Y cuando hubo hablado, así, el moghrabín reiteró a Juder sus recomendaciones una, dos, tres y cuatro veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder le dijo: ‘¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima cuarta noche

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lunes, 23 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 472ª noche

Ella dijo:

‘...Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado por el esplendor y la multitud de riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de oro, así como la profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfombra, el moghrabín dijo a su hija: ‘¡Ya Rahma, ve a traernos el paquete de seda que sabes!’ Y al punto echó a correr la joven, volviendo con el paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y sacó de él un traje que valía mil dinares por lo menos, y dándoselo a Juder, le dijo: ‘¡Póntelo, ¡oh Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!’ Y Juder se vistió con aquella ropa, y quedó tan espléndido que parecía un rey entre los reyes de los árabes occidentales.

Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de platos, que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo alineado de aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares diferentes. Luego dijo a Juder: ‘Extiende la mano y come, ¡oh mi señor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque verdaderamente aún no sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que decir lo que quieres mejor y lo que anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!’ Juder contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino! que me gustan todos los manjares, sin excepción, y ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca de mis preferencias y pónme todo lo que te parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes que tengo buen diente!’

Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la cocina. Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un manjar, y al punto lo sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería. Y de tal suerte vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje todas las mañanas; y cada traje era más maravilloso que el anterior.

Por la mañana del vigésimo primer día, fue a buscarle el moghrabín, y le dijo: ‘¡Levántate, oh Juder! ¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!’ Y Juder se levantó y salió con el moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en las que se montaron ellos, y dos esclavos negros que echaron a andar detrás de las mulas. Y caminaron de aquel modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el moghrabín echó pie a tierra, y dijo a Juder: ‘¡Apéate!’ Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la mano a los dos negros, diciéndoles: ‘¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que desaparecieron, volviendo luego los esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra y pusieron dentro alrededor los cojines y las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos botes en que estaban encerrados los dos peces de color de coral. Después extendieron el mantel y sirvieron una comida de veinticuatro platos que sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.

Entonces levantóse el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se puso a murmurar sobre ellos fórmulas mágicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos peces dentro: ‘¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!’ Y continuaron suplicándole en tanto que formulaba él los conjuros.

De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al moghrabín dos personajes que decían, con los brazos cruzados humildemente: ‘¡La salvaguardia y el perdón, oh poderoso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?’

El moghrabín contestó: ‘¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis abrir el tesoro de Schamardal!’ Los otros dijeron: ‘¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro! Pero es absolutamente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque está escrito en el libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder! ¡Y nadie puede entrar en el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!’ El moghrabín contestó: ‘¡Ya he traído al individuo de quien habláis!

¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!’ Y los dos personajes miraron a Juder con atención, y dijeron: ‘¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con nosotros! ¡Te lo juramos por el Nombre!’ Así es que el moghrabín les permitió marcharse adonde tenían que ir. Y desaparecieron en el agua del río.

Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo una sola vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ardiente. A la sazón el moghrabín esparció incienso sobre las brasas, y dijo: ‘¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso, y en seguida voy a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez comenzados los conjuros no podré interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a instruirte acerca de lo que tienes que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al Maghreb!’ Y contestó Juder: ‘¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!’

Y el moghrabín dijo: ‘¡Sabe, oh Juder! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima tercera noche

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domingo, 22 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima primera noche

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Pero cuando llegó la 471ª noche

Ella dijo:

‘...Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre. Pero como no veía provisiones en el saco de viaje, dijo al moghrabín: ‘¡Oh mi señor peregrino, me parece que se te olvidó de coger víveres para comer durante el viaje!’ El otro contestó: ‘¿Acaso tienes hambre?’ Juder dijo: ‘¡Ya lo creo! ¡Ualah!’ Entonces el moghrabín paró la mula, echó pie a tierra seguido de Juder, y dijo a éste: ‘¡Dame el saco!’

Y cuando le dio el saco Juder, le preguntó: ‘¿Qué anhela tu alma, oh hermano mío?’ Juder contestó: ‘¡Cualquier cosa!’ El moghrabín dijo: ‘¡Por Alah sobre ti, dime qué quieres comer!’ Juder contestó: ‘¡Pan y queso!’ El otro sonrió, y dijo: ‘¿Nada más que pan y queso, ¡oh pobre!? ¡Verdaderamente, es poco digno de tu categoría! ¡Pídeme, pues, algo excelente!’

Juder contestó: ‘¡En este momento todo lo encontraría excelente!’ El moghrabín le preguntó: ‘¿Te gustan los pollo asados?’ Juder dijo: ‘¡Ya Alah! ¡Sí!’ El otro le preguntó: ‘¿Te gusta el arroz con miel?’ Juder dijo: ‘¡Mucho!’ El otro le preguntó: ‘¿Te gustan las berenjenas rellenas? ¿Y las cabezas de pájaros con tomate? ¿Y las cotufas con perejil y las colocasias? ¿Y las cabezas de carnero al horno? ¿Y los buñuelos de harina de cebada rebozados? ¿Y las hojas de vid rellenas? ¿Y los pasteles? ¿Y ésta y aquella cosa y la de más allá?’ Y enumeró así hasta veinticuatro platos distintos, en tanto que Juder pensaba: ‘¿Estará loco? Porque, ¿de dónde va a sacar los platos que acaba de enumerarme, si no hay aquí cocina ni cocinero? ¡Voy a decirle que ya basta en verdad!’ Y dijo al moghrabín: ‘¡Basta! ¿Hasta cuándo vas a estar haciéndome desear esos diferentes manjares sin mostrarme ninguno?’

Pero contestó el moghrabín: ‘¡La bienvenida sobre ti!, ¡oh Juder!’ Y metió la mano en el saco, y extrajo de él un plato de oro con dos pollos asados y calientes; luego metió la mano por segunda vez, y sacó un plato de oro con chuletas de cordero, y uno tras otro, sacó exactamente los veinticuatro platos que había enumerado.

Estupefacto quedó Juder al ver aquello. Y le dijo el moghrabín: ¡Come, pobre amigo mío!’ Pero exclamó Juder: ‘¡Ualah! ¡Oh mi señor peregrino! ¡Sin duda has colocado en ese saco una cocina con sus utensilios y cocineros!’ El moghrabín se echó a reír, y contestó: ¡Oh Juder, este saco está encantado! ¡Lo sirve un efrit que, si quisiéramos nos traería al instante mil manjares indios y mil manjares chinos!’

Y exclamó Juder: ‘¡Oh, qué hermoso saco, y qué prodigios contiene y qué opulencia!’ Luego comieron ambos hasta saciarse, y tiraron lo que les sobró de la comida. Y el moghrabín guardó otra vez en el saco los platos de oro; luego metió la mano en el otro bolso de las alforjas, y sacó una jarra de oro llena de agua fresca y dulce.

Y bebieron e hicieron sus abluciones y recitaron la plegaria de la tarde, metiendo después la jarra en el saco junto a uno de los botes, poniendo el saco a lomos de la mula y montando en la mula ellos para continuar su viaje.

Al cabo de cierto tiempo, el moghrabín preguntó a Juder: ‘¿Sabes ¡oh Juder! el camino que hemos recorrido desde El Cairo hasta aquí?’ Juder contestó: ‘¡Por Alah, que no lo sé!’ El otro dijo: ‘¡En dos horas hemos recorrido exactamente un trayecto que exige un mes de camino, por lo menos!’ Juder preguntó: ‘¿Y cómo es eso?’

El otro dijo: ‘¡Sabe oh Juder que esta mula que montamos es nada menos que una gennia entre los genn! En un día suele recorrer el trayecto de un año de camino; pero hoy va despacio, al paso, para que no te fatigues’.

Y así prosiguieron su camino hacia el Maghreb; y todos a días, por la mañana y por la tarde, el saco atendía a todas las necesidades; y Juder no tenía más que desear un manjar, aunque fuera el más complicado y el más extraordinario, para encontrarlo al punto en el fondo del saco, completamente guisado y servido en un plato de oro.

Y de tal suerte, al cabo de cinco días llegaron al Maghreb y entraron en la ciudad de Mas y Miknas.

Y he aquí que todos los transeúntes que se encontraban a lo largo de las calles conocían al moghrabín, y le deseaban la zalema o iban besarle la mano, hasta que llegaron a la puerta de una casa, donde se apeó el moghrabín para llamar. Y enseguida se abrió la puerta y en el umbral apareció una joven absolutamente como la luna, y bella esbelta cual una gacela sedienta, que les sonrió con una sonrisa de bienvenida.

Y el moghrabín le dijo, paternal: ‘¡Oh Rahma, hija mía! ¡Date prisa a abrirnos la sala principal del palacio!’ Y contestó la joven Rahma: ‘¡Sobre la cabeza y sobre los ojos!’ Y los precedió al interior del palacio, balanceando sus caderas. Y Juder perdió la razón; y dijo para sí: ‘¡No cabe duda! ¡Esta joven es, indiscutiblemente, la hija de un rey!’

En cuanto al moghrabín, comenzó primero por coger del lomo de la mula el saco, y dijo: ‘¡Oh, mula, vuélvete al sitio de donde viniste! ¡Y Alah te bendiga!’

Y he aquí que de pronto se abrió la tierra y recibió en su seno a la mula para cerrarse sobre ella inmediatamente.

Y exclamó Juder: ‘¡Oh, Protector! ¡Loores a Alah, que nos libró de tal cosa y veló por nosotros mientras estuvimos a lomos de esta mula!’ Pero el moghrabín dijo: ‘¿Por qué te asombras, ¡oh Juder!? ¿No te previne que era una gennia entre los efrits? ¡Pero démonos prisa a entrar en el palacio y a subir a la sala principal!’

Y siguieron a la joven.

Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado...

En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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sábado, 21 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima noche

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Pero cuando llegó la 470ª noche

Ella dijo:

‘...Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra bajo la dominación de los dos hijos del rey Rojo. En otro tiempo vuestro padre trató de apoderarse de ese tesoro; pero para abrirlo era necesario apoderarse antes de los hijos del rey Rojo. Y he aquí que en el momento en que vuestro padre iba a ponerles la mano encima, se escaparon y fueron a arrojarse, transformados en peces rojos, al fondo del lago Karún, en las proximidades de El Cairo. Y como aquel lago estaba también encantado, por mucho que hizo vuestro padre no pudo atrapar a los dos peces. Entonces fue a buscarme y se me quejó de la ineficacia de sus tentativas. Y enseguida hice yo mis cálculos astrológicos y saqué el horóscopo; y descubrí que aquel tesoro de Schamardal no podía abrirse más que con ayuda y en presencia de un joven de El Cairo llamado Juder ben-Omar, pescador de oficio. Se encontrará el tal Juder a orillas del lago Karún. Y el encanto de ese lago no puede romperse más que por el propio Juder, que deberá atar los brazos a aquel cuyo destino sea bajar al lago; y le tirará al agua. Y el que se arroje allí tendrá que luchar contra los dos hijos encantados del rey Rojo; y si tiene la suerte de vencerlos y apoderarse de ellos, no se ahogará, y sobrenadará por encima del agua su mano antes que nada. ¡Y le recogerá Juder con su red! ¡Pero el que perezca, sacará del agua antes que nada los pies, y deberá ser abandonado!’

‘Al oír estas palabras del jeique Profundísimo Cohén, contestamos: «¡Ciertamente, intentaremos la empresa, aun a riesgo de perecer!' Sólo nuestro hermano Abd Al-Rahim no quiso intentar la aventura, y nos dijo: ‘¡Yo no quiero!’ Entonces le decidimos a que se disfrazara de mercader judío; y juntos convinimos en enviarle la mula y las alforjas para que se las comprase al pescador, dado caso de que pereciéramos en nuestra tentativa.

‘Por lo demás, ya sabes ¡oh Juder! lo ocurrido. ¡Mis dos hermanos perecieron en el lago, víctimas de los hijos del rey Rojo! Y también yo creí sucumbir a mi vez luchando contra ellos cuando me tiraste al lago, pero gracias a un conjuro mental, logré desembarazarme de mis ligaduras, romper el encanto invencible del lago y apoderarme de los dos hijos del rey Rojo, que son estos dos peces color de coral que me has visto encerrar en los botes de mis alforjas. Y he aquí que esos dos peces encantados, hijos del rey Rojo son nada menos que dos efrits poderosos; y merced a su captura, por fin voy a poder abrir el tesoro de Schamardal.

‘¡Pero para abrir el tal tesoro, es absolutamente necesario que estés presente, porque el horóscopo sacado por El Profundísimo Cohén predecía que la cosa no podría hacerse más que a tu vista!

‘¿Quieres, pues, ¡oh Juder! consentir en ir conmigo al Maghreb, a un paraje situado cerca de Fas y Miknas, para ayudarme a abrir el tesoro de Schamardal? ¡Y te daré todo lo que pidas! ¡Y serás por siempre mi hermano en Alah! ¡Y después de ese viaje, regresarás entre tu familia con el corazón jubiloso!’

Cuando Juder hubo oído estas palabras, contestó: ‘¡Oh mi señor peregrino, tengo pendientes de mi cuello a mi madre y a mis hermanos! ¡Y soy yo el encargado de mantenerles! Así, pues, si consiento en marcharme contigo, ¿quién les dará el pan para alimentarse?’ El moghrabín contestó: ‘¡Te abstienes sólo por pereza! ¡Si verdaderamente no te impide partir más que la falta de dinero y el cuidado de tu madre, estoy dispuesto a darte ya, mil dinares de oro para que subsista tu madre mientras tú vuelves, que será al cabo de una ausencia de cuatro meses apenas!’ Al oír lo de los mil dinares, Juder exclamó: ‘¡Dame ¡oh peregrino! los mil dinares para que vaya a llevárselos a mi madre y parta luego contigo!’ Y el moghrabín le entregó al punto los mil dinares, y el pescador fue a dárselos a su madre, diciéndole: ‘¡Toma estos mil dinares para tus gastos y los de mis hermanos, porque me marcho con un moghrabín a hacer un viaje de cuatro meses al Maghreb! Y haz votos por mí durante mi ausencia, ¡oh madre! y tu bendición me colmará de beneficios’. Ella contestó: ‘¡Oh hijo mío, cómo me va a hacer languidecer de tristeza tu ausencia! ¡Y qué miedo tengo por ti!’

El joven dijo: ‘¡Oh madre mía! ¡Nada hay que temer por quien está bajo la guarda de Alah! ¡Además, el moghrabín es un buen hombre!’ Y le elogió mucho el moghrabín. Y su madre, le dijo: ‘¡Incline Alah hacia ti el corazón de ese moghrabín de bien! ¡Vete con él, hijo mío! ¡Acaso sea generoso contigo!’

Entonces Juder dijo adiós a su madre y se fue en busca del moghrabín.

Y al verle llegar el moghrabín le preguntó: ‘¿Consultaste a tu madre?’ Juder contestó: ‘¡Sí, por cierto, e hizo votos por mí y me bendijo!’ Díjole el otro: ‘¡Sube detrás de mí a la grupa!’ Y Juder montó a lomos de la mula detrás del moghrabín, y de aquel modo viajó desde mediodía hasta media tarde.

Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima primera noche

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viernes, 20 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima novena noche

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Pero cuando llegó la 469ª noche

Ella dilo:

‘...El moghrabín le preguntó: ‘¿Has visto pasar moghrabines por aquí?’ El pescador contestó: ‘¡Dos!’ El otro preguntó: ‘¿Por dónde han ido?’ El pescador dijo: ‘¡Les até los brazos y les tiré a este lago, en donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo mismo!’

Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: ‘¡Oh, pobre! ¿No sabes que toda vida tiene fijado de antemano su término?’

Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: ‘¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual que hiciste con ellos!’ Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le dijo Juder: ‘¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque estoy muy atareado y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes tener confianza en mi habilidad de ahogador!’

Entonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la espalda; luego lo levantó en alto y lo arrojó al lago, en donde le vio hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la mula, esperó a que saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte, vio que surgían del agua las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le gritó: ‘¡No sé nadar! ¡Cógeme en seguida con tu red, oh pobre!’ Y Juder le echó la red y consiguió sacarle a la orilla. A la sazón vio en las manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes, dos peces de color rojo como el coral, un pez en cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada bote, los tapó, y colocó de nuevo los botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y cogiéndole en brazos, se puso a besarle con mucha efusión en la mejilla derecha y en la mejilla izquierda; y le dijo: ‘¡Por Alah! ¡Sin ti no estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!’ ¡Eso fue todo!

Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: ‘¡Por Alah, oh mi señor peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de esos peces, cuéntame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los dos moghrabines ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío Schamayaa el del zoco!’

Entonces dijo el moghrabín:

‘¡Oh Juder! Sabe que los dos moghrabines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se llamaba Abd Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad. Y el que tú crees judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su nombre es Abd Al-Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre, que se llamaba Abd Al-Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las ciencias misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro hijos la magia, la hechicería y el arte de descubrir y abrir los tesoros más ocultos. Así es que hubimos de dedicarnos incesantemente al estudio de esas ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de sabiduría, que acabamos por someter a nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.

‘Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y riquezas inmensas. Entonces nos repartimos equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no nos pusimos de acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos manuscritos era un libro titulado Anales de los Antiguos, verdaderamente inestimable de precio y de valor, que ni siquiera podría pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se encontraban indicaciones precisas acerca de la solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel manuscrito precisamente había agotado nuestro padre toda la ciencia que poseía.

‘Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a un venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y la adivinación. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: ‘¡Traedme ese libro!’ Y le llevamos los Anales de los Antiguos, que cogió él y nos dijo: ‘¡Oh hijos míos, sois hijos de mi hijo, y no puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario, pues, que aquel de vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al- Schamardal, y me traiga la esfera celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos objetos contiene el tesoro! ¡Y son extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado por un genni, cuyo sólo nombre da miedo pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el hombre que se haga dueño de este anillo, puede afrontar sin temor el poderío de los reyes y sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra en todo lo que tiene de ancha y larga. Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin más que blandirlo, pues al punto saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los guerreros. Quien posea la esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin molestarse ni cambiar de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará tocar con el dedo el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar vueltas, haciendo desfilar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de los indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le bastará dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será la tal presa de las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien se frota los párpados con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra. ¡Ya lo sabéis! Así, pues, el libro no le pertenecerá de derecho más que a quien realice la empresa; y quienes fracasen, no podrán hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condiciones?’ Contestamos: ‘Las aceptamos, ¡oh jeique de nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese tesoro de Schamardal!’ Entonces nos dijo: ‘Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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jueves, 19 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima octava noche

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Pero cuando llegó la 468ª noche

Ella dijo:

‘¡...Pero has de guardar el secreto de todo esto!’ Entonces contestó Juder: '¡Escucho y obedezco!’ Y ató los brazos al moghrabín, que le decía: ‘¡Más fuerte todavía!’ Y cuando acabó la cosa, lo levantó y lo tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.

Pero al cabo de cierto tiempo vio de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.

Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin inquietarse más por él cogió la mula y fue al zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su tienda, al consabido judío, que exclamó al ver la mula: ‘¡No hay duda! ha perecido el hombre!’ Luego prosiguió: ‘¡Ha sido víctima de la codicia!’ Y sin añadir una palabra, tomó de manos de Juder la mula, y le contó cien dinares de oro, recomendándole que guardara el secreto. Juder cogió, pues, el dinero del judío, y se apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de costumbre, y dándole un dinar, le dijo: ‘¡Esto es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!’ Y el panadero echó la cuenta, y le dijo: ‘¡Todavía con lo que sobra, tienes pagado en mi casa el pan de dos días!’

Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les dijo: ‘¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más adelante!’ Y compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos con mucha hambre y a su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano. Entonces dejó ante ellos las provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron por devorar todo el pan mientras se hacía la comida.

Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía, diciéndole: ‘¡Guárdalo para ti y para mis hermanos, a fin de que nunca carezcan de nada!’

Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio avanzar hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza y montado en una mula: ‘¡La zalema contigo, oh Juder, hijo de Omar!’

El pescador contestó: ‘¡Y contigo la zalema, oh mi señor peregrino!’

El otro dijo: ‘¿Viste ayer a un moghrabín montado en una mula como ésta?’ Pero Juder, que tenía miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar absolutamente, y contestó: ‘¡No, no vi a nadie!’

El segundo moghrabín sonrió y dijo: ‘¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada de lo que ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa por cien dinares es mi hermano! ¿Por qué intentas negar?’

El pescador contestó: ‘Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?’

El otro dijo: ‘Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano’. Y sacó de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que entregó a Juder, diciéndole:

‘¡Átame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que nada, es que habré muerto! ¡Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!’ Juder contestó: ‘¡Acércate, entonces!’

Y se acercó el moghrabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del lago.

Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que había muerto el moghrabín; y se dijo:

‘¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí cada día un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?

Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: ‘¡Ha muerto el segundo!’

Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!’ Y añadió el judío: ‘¡Esa es la recompensa de los ambiciosos!’ Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Juder, que volvió con su madre y se los entregó. Y le preguntó su madre: ‘¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?’ Entonces le contó él lo que le había pasado; y su madre le dijo muy asustada: ‘¡No debes volver al lago Karún! ¡Tengo miedo que los moghrabines te acarreen alguna desgracia!’

El contestó: ‘¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡Oh madre! Además, ¿por qué no hacerlo, si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡Que ahora quiero ir todos los días al lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los moghrabines y no quede la menor señal de moghrabines!’

Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer moghrabín, que se parecía asombrosamente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la riqueza de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que montaba; y detrás de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se acercó aquel hombre a Juder, y le dijo: ‘¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!’

El pescador le devolvió la zalema, pensando: ‘¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre todos?’

El moghrabín le preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima novena noche

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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima séptima noche

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Y cuando llegó la 467ª noche

Ella dijo:

‘…Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuando la recogió, la encontró vacía; la echó por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: ‘¡No hay pescado en esta parte!’ Y cambió de sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por segunda vez, por tercera vez, y así sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces exclamó: ‘¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?’ Y como caía la tarde, se cargó la red a la espalda y regresó muy apenado, muy triste, apesadumbrándose y preocupándose por sus hermanos y su madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de tal suerte pasó por delante de una panadería, donde tenía costumbre de entrar a comprar el pan para la noche. Y vio a la muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar pan, sin que el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y suspirando. Entonces le dijo el panadero: ‘¡La bienvenida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?’ Pero Juder guardó silencio. El panadero le dijo: ‘¡Aunque no traigas dinero encima, llévate lo que necesites, y ya me lo pagarás!’

Y Juder le dijo entonces: ‘¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi red en prenda!’ Pero contestó el panadero: ‘No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si me quedara yo con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que sueles comprar! Y he aquí la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las necesitas. ¡Y mañana ¡ya Juder! me traerás pescado por valor de veinte monedas de cobre!’

Y contestó Juder: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!’ Y después de dar al panadero muchas gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fue a comprar carne y verduras, diciéndose: ‘¡Mañana el Señor me procurará los medios de desquitarme, y disipará mis preocupaciones!’ Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder cenó y se fue a dormir.

Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: ‘¡Qué ¿te vas sin comer el pan que tomas por la mañana?!’ El contestó: ‘Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh madre!’ Y se fue al río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio varias veces, y llegó la hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su red y regresó desolado en extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio obligado a pasar por delante de la panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y diez monedas de cobre, y le dijo: ‘¡Toma eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha decidido que no llegue hoy!’ Y Juder quiso excusarse; pero el panadero le dijo: ‘No tienes para qué disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo, ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo ilimitado!’

Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a presentarse en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al cabo de los cuales se le puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: ‘Hoy voy a ir a pescar al lago Karún. ¡Acaso encuentre mi destino allí!’

Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio ir hacia él a un moghrabín montado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente hermoso, y tan envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía más que un ojo. También la mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa llevaba unas alforjas de lana de color.

Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: ‘¡La zalema contigo!, ¡oh Juder! ¡Oh hijo de Omar!’ Y contestó Juder: ‘¡Y contigo la zalema!, ¡oh mi señor peregrino!’ El moghrabín dijo: ‘¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcanzarás grandes ventajas y una ganancia inmensa, y serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!’

Juder contestó: ‘¡Oh mi señor peregrino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en seguida’ Entonces le dijo el moghrabín: ‘¡Empieza, pues, por recitar el capítulo liminar del Korán!’ Y Juder recitó con él la fatiha del Korán.

Entonces le dijo el moghrabín: ‘¡Oh, Juder, hijo de Omar! ¡Vas a atarme los brazos con estos cordones de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y esperarás algún tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo, echa en seguida tu red y sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del agua, sabe que habré muerto. No te inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y ve al zoco de los mercaderes, donde encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la mula, y te dará él cien dinares, con los cuales te irás por tu camino!

¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima octava noche

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martes, 17 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 466ª noche

Ella dijo:

‘¡...La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!’

Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los testigos musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el juez prohibió a los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero las costas del proceso hicieron perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo, no impidió que estos últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez más en contra de ellos a los jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte de su peculio en las costas. Pero no cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al cuarto, y así sucesivamente, hasta que los jueces se comieron toda la herencia, y los tres quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre para comprarse un panecillo y una cebolla.

Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían reclamar nada a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la que engañaron y despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fue llorando en busca de su hijo Juder, y le dijo: ‘¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte de herencia!’ Y empezó a proferir imprecaciones contra ellos.

Pero Juder le dijo:

‘¡Oh madre mía! ¡No lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar a cada cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los demás jueces, porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más, pues, que nos resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que venirte a vivir conmigo y te cederé el pan que yo coma. Encárgate tú ¡oh madre mía! de hacer votos por mí, y Alah me concederá lo necesario para mantenerte.

En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez Soberano la recompensa por su acción, y consuélate con estas palabras del poeta:

¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más que con el tiempo!

¡Pero evita la tiranía! ¡Porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!

Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, acariciándola y calmándola, y consiguió así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se procuró una red de pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los estanques grandes o a otros sitios en que hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez monedas de cobre unas veces, de veinte, otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre y en sí mismo; así es que comían bien y bebían bien.

En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles la miseria, la ruina y todas las calamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían arrebatado a su madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos mendigos desnudos que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a humillarse ante ella hasta el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡Y el corazón de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras de la comida de la víspera, diciéndoles: ‘¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que me comprometeréis ante él!’

Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de su madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto Juder. Y la madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temiendo que se enfadase con ella, bajó la cabeza, con miradas muy humildes para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse contrariado sonrió a sus hermanos, y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡Y bendita sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en este día de bendición?’ Y se colgó a su cuello, y les abrazó con efusión, diciéndoles: ‘¡En verdad que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi casa para saber de mí y de vuestra madre!’ Ellos contestaron: ‘¡Por Alah! ¡Oh hermano nuestro! también nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin duda aquella fue obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora no tenemos otra bendición que tú y nuestra madre!’

Y Juder, muy conmovido con estas palabras, les dijo: ‘¡Y yo no tengo otra bendición que vosotros dos, hermanos míos!’ Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: ‘¡Oh hijo mío, blanquee Alah tu rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros!, ¡oh hijo mío!’ Y dijo Juder: ‘¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada hay abundancia!’ Y acabó de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y pasaron la noche en su casa.

Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en la generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían ausentes hasta mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la noche llevando consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron durante el transcurso de un mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su madre y sus hermanos, que comían y triunfaban.

Pero un día entre los días...

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lunes, 16 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 465ª noche

Ella dijo.

‘¡...En cuanto a Mahmud-el-Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en la familia!’

Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo: ‘¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!’ Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.

Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.

Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.

Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.

Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle sus felicitaciones, le dijo: ‘¡Ya Alí! ¡He aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!’ Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.

Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos. Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el califa. Y se vio la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.

Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: ‘¿De quién es esta cabeza?’ Y contestó Azogue: ‘¡Del mayor de tus enemigos!, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!’ Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.

Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: ‘¡Vivan los bravos como tú!, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna cosa más!’ Azogue contestó: ‘¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!’ Y contestó el califa: ‘¡Ya puedes hacerlo!’ Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino para que a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).

¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fue a visitarles la Destructora de Alegrías y la Separadora de los Amigos!

¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la- Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!) es más sabio y más penetrante!

Luego añadió Schehrazada: ‘No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más verídica que la de Juder el Pescador y sus hermanos’. Y en seguida contó:

Historia de Juder el Pescador o el saco encantado

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mercader llamado Omar, que tenía una posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más pequeño se llamaba Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería a Juder mucho más que a sus hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la envidia y detestaron a Juder. Así es que, cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos mayores tenían al hermano, temió que a su muerte hiciesen sufrir a Juder. Congregó, pues, a los miembros de su familia y a algunos hombres de ciencia, así como a diversas personas que por orden del kadí se ocupaban de las sucesiones, y les dijo: ‘¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!’ Y cuando se lo llevaron todo, dijo: ‘¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la ley!’ Y lo dividieron en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí la cuarta parte, y dijo: ‘Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que reclamarme ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuanto a la cuarta parte que me reservé, será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus necesidades!’

Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no quisieron contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le había tocado, diciéndole: ‘¡La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima sexta noche

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domingo, 15 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 464ª noche

Ella dijo:

...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y exclamó: ‘¡Oh padre mío! ¿Cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?’ El prendero dijo: ‘¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!’ Ella contestó: ‘¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fue hechizado por el judío Azaria el mago a causa del traje de su hija Kamaria!’ Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le preguntó: ‘¿Es verdad eso?’ Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: ‘¡Sí!’ Y continuó la joven: ‘¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma humana!’ Y exclamó el prendero: ‘¡Por Alah! ¡Oh hija mía! ¡Devuélvele su forma, y sin duda se casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:

‘¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?’ El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña que significaba: ‘¡Sí!’ Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: ‘¿Qué fue ¡oh mi señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le transforme en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase una noche conmigo y una noche contigo!’ Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le preguntó, muy asombrado de todo aquello: ‘¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?’ Ella contestó: ‘¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne mago!’

Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber murmurado en lengua hebrea algunas palabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: ‘¡Por las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo momento se dejó oír un grito estridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria, sanguinolenta y con los ojos extraviados.

‘Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: ‘¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto musulmana ahora!’ Y pronunció: ‘¡No hay más dios que Alah! ¡Y Mohammed es el enviado de Alah!'.

Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: ‘¡Consiento en casarme contigo a la vez que con estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, puesto que la ley permite cuatro esposas legítimas!'‘ Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: ‘¿Nos prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?’ Alí contestó: ‘¡Lo prometo!’ Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.

Mientras se dirigía a casa de Dalila, vio a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras garrapiñadas, y se dijo: ‘¡Estará bien que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!’ Y he aquí que el vendedor, que parecía acecharle, le dijo: ‘¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este pedacito y dime cómo lo encuentras!’ Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el vendedor no era otro que Mahmud-el-Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la- Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad, hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: ‘¡Por Alah, nos superas a todos!’ Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: ‘¡Pues entonces el palacio encantado del mago te corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud-el-Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en su familia...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima quinta noche

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