martes, 23 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima sexagésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 564ª noche

Ella dijo:

‘…Y quedó deslumbrada de la belleza que veía en aquella joven perfecta que tenía cabellos de noche, mejillas cual corolas de rosas, granadas en vez de senos, ojos brillantes, párpados lánguidos, una frente resplandeciente y un rostro de luna. Y sin duda debía salir el sol tras la franja de su frente, y las tinieblas de la noche se espesarían con su cabellera; el almizcle no debiera sacarse más que de su aliento perfumado, y las flores le eran deudoras de su gracia y sus perfumes; la luna sólo brillaba cuando la arrebataba el resplandor de su frente; la rama sólo se balanceaba imitando el balanceo de su talle, y las estrellas sólo titilaban en sus ojos; el arco de los guerreros no era más que un remedo de sus cejas, y el coral de los mares enrojecía en sus labios nada más.

¡Si se irritaba, caían sin vida en tierra sus amantes! ¡Si ella se apaciguaba, las almas devolvían la vida a los cuerpos inanimados! Si lanzaba una mirada, hechizaba y sometía a su imperio ambos mundos. ¡Porque en verdad que era un milagro de belleza, honor de su tiempo y gloria de Quien la había creado y perfeccionado!

Cuando Sett Zobeida la admiró y detalló, le dijo: ‘¡Comodidad, amistad y familia! Bienvenida seas entre nosotras, ¡oh Fuerza-de-los-Corazones! ¡Siéntate y diviértenos con tu arte y con los primores de tu ejecución!’ Y contestó la joven: ‘¡Escucho y obedezco!’ Luego se sentó, y tendiendo la mano, cogió primero un tamboril, instrumento admirable; y se le podría entonces aplicar estos versos del poeta:

¡Oh tañedora de tamboril, mi corazón vuela al oírte! ¡Y mientras tus dedos baten el ritmo profundo, el amor que me posee sigue al compás y el sonido repercute en mi pecho!

¡No te apoderarás más que de un corazón herido! ¡Lo mismo cuando cantas con un tono ligero, que cuando lanzas el grito del dolor, penetras en nuestra alma!

¡Ah! ¡Levántate! ¡Ah! ¡Desnúdate!, ¡ah! Tira el velo, y alzando tus leves pies, ¡oh toda hermosa! ¡Señala el paso de la delicia ligera y de nuestra locura!

Y cuando hubo hecho resonar el instrumento sonoro, cantó acompañándose, estos versos improvisados:

Sus hermanos los pájaros dijeron a mi corazón, pájaro herido: ‘¡Huye, huye de los hombres y de la sociedad!’

¡Pero yo dije a mi corazón!, pájaro herido: ¡Corazón mío, obedece a los hombres y que tus alas tiemblen como abanicos! ¡Regocíjate para complacerles!’

Y cantó estas dos estrofas con una voz tan maravillosa, que las aves del cielo detuvieron su vuelo y el palacio se puso a bailar de entusiasmo con todos sus muros. Entonces Fuerza-de-los- Corazones dejó el tamboril y cogió la flauta de caña, en la cual apoyó sus labios y sus dedos. Y se le podrían entonces aplicar estos versos del poeta:

¡Oh tañedora de la flauta! ¡El instrumento de insensible caña que tienen en tus labios tus ágiles dedos, adquiere al paso de tu aliento un alma nueva!

¡Sopla en mi corazón! ¡Resonará mejor que la insensible caña de la flauta de agujeros sonoros, porque en él hallarás más de siete heridas que han de avivarse al roce de tus dedos!

Cuando hubo encantado a los circunstantes, con su maestría, dejó la flauta y cogió el laúd, instrumento admirable, y templando las cuerdas, le apoyó contra su seno, inclinándose sobre la caja con la ternura de una madre que se inclinara sobre su hijo, de modo que, sin duda, se refiere a ella y a su laúd el poeta que ha dicho:

¡Oh tañedora de laúd! ¡Sobre las cuerdas persas tus dedos excitan o calman la violencia a medida de tu deseo, cual un médico hábil que a su antojo hace brotar la sangre de las venas o la deja circular por ellas tranquilamente, según se necesite!

¡Qué gusto da oír hablar bajo tus dedos delicados a un laúd de cuerdas persas que habla a aquellos cuyo lenguaje no posee, viendo cómo todos los ignorantes comprenden su lenguaje sin palabras!

Y entonces preludió ella de catorce modos diferentes, y acompañándose cantó un canto completo, que confundió de admiración a quienes la veían y llenó de delicias a quienes la escuchaban.

Luego, tras de preludiar así en distintos instrumentos y cantar ante Sett Zobeida canciones variadas, Fuerza-de-los-Corazones se levantó con su gracia y su flexibilidad ondulante, ¡y bailó! Después de lo cual se sentó y ejecutó distintos juegos de destreza, prestidigitaciones y escamoteos, y lo hizo con tan ligera mano y con tanto arte y habilidad, que, a pesar de los celos, el despecho y el deseo de venganza, Sett Zobeida estuvo a punto de caer enamorada de ella y declararle su pasión. Pero pudo reprimir a tiempo aquel impulso, pensando para su ánima: ‘¡En verdad que no debiera censurarse a mi primo Al-Raschid por estar enamorado de ella...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima sexagésima quinta noche

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Valram

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