jueves, 26 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima quinta noche

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Y cuando llegó la 475ª noche

Ella dijo:

‘¡...Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado!’ El otro preguntó: ‘¿De verdad las recuerdas?’ Juder contestó: ‘¡Ah, sí por cierto!’

El otro dijo: ‘¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te dejas engañar, es seguro que los perderás en el tesoro!’ Juder contestó: ‘¡Me dejé engañar una vez! ¡Pero si ahora volviera a engañarme merecería que me quemaran!’

Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo: ‘¡Bienvenido seas, oh hijo mío!’

El contestó: ‘¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!’ Entonces ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: ‘¡Quítatelo! ¡Oh maldita!’ Y se quitó ella el calzón, desvaneciéndose cual fantasma sin alma.

Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando hubo levantado la cortina, vio al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el alfanje talismánico a la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.

Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico, desató la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes que le felicitaban gritando:

‘¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!’ Y no dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro subterráneo.

Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y conjuros, y se levantó y empezó a besarle, oprimiéndole contra su pecho y haciéndole zalemas cordiales. Y cuando Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que llegaron desde el fondo del aire, cerraron la tienda de campaña y les presentaron las dos mulas, en las que se montaron Juder y el moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.

Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con innumerables platos sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: ‘¡Oh hermano mío! ¡Oh Juder, come!’ Y Juder comió y se hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos, levantaron el mantel y el moghrabín Abd-Al-Sanad dijo: ‘¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos! ¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú mismo esos derechos, porque Alah (¡exaltado sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!’

Juder contestó: ‘¡Oh mi señor! ¡Solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!’ Y al punto el moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: ‘¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si hubieras deseado cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá para comer’. Juder contestó: ‘¿Y qué más podría yo anhelar?’

El otro dijo: ‘Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país con el corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la comida, pero no te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para extraer de él todos los manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de joyas de todas clases, para que cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en grande escala y puedas atender con exceso a todas tus necesidades y a las de tu familia, sin preocuparte nunca de economizar’.

Luego añadió: ‘¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de él para extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: ‘¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!’ ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que desees! ¡No tienes más que meter la mano, formulando: ‘¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!’ ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que hayas deseado, aunque cada día fueran mil de colores diferentes y de diferente sabor!’

Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió unas alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda y en lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco de la comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: ‘¡Monta en la mula! El negro irá delante de ti y te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la misma puerta de tu casa de El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que él me la traerá! ¡Y no pongas a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti en Alah...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima sexta noche

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Valram

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