martes, 4 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima trigésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 634ª noche

Ella dijo:

¡...Soy el califa!’ Y miró a su derecha y miró a su izquierda; y lo que vio le afirmó todavía más en la idea de su realeza. Estaba en medio de una sala espléndida, donde brillaba el oro en todas las paredes, donde los colores más agradables dibujábanse de manera variada en los tintes de los tapices, y donde ponían un resplandor incomparable siete áureas arañas de siete brazos colgadas del techo azul. Y en medio de la sala, en taburetes bajos, había siete grandes bandejas de oro macizo cubiertas con manjares admirables, cuyo olor embalsamaba el aire con ámbar y especias. Y alrededor de estas bandejas hallábanse de pie, en espera de una seña, siete jóvenes de belleza incomparable, vestidas con trajes de colores y hechuras diferentes. Y cada una tenía en la mano un abanico, dispuestas a refrescar el aire en torno de Abul-Hassán.

Entonces Abul-Hassán, que aún no había comido nada desde la víspera, se sentó ante las bandejas; y al punto las siete jóvenes se pusieron a agitar todas a la vez sus abanicos para hacer aire en torno suyo. Pero como no estaba él acostumbrado a recibir tanto aire mientras comía, miró a las jóvenes una tras de otra con sonrisa graciosa, y les dijo: ‘¡Por Alah ¡oh jóvenes! que me parece bastante para darme aire una sola persona! Venid, pues, todas a sentaros a mi alrededor para hacerme compañía. ¡Y decid a esa negra que está ahí que venga a hacernos aire!’ Y las obligó a sentarse a su derecha, a su izquierda y delante de él, de modo que, por cualquier lado que se volviese, tuviese a la vista un espectáculo agradable.

Entonces comenzó a comer; pero, al cabo de algunos instantes, advirtió que las jóvenes no se atrevían a tocar la comida por consideración a él; y las invitó repetidas veces a que se sirvieran sin escrúpulos, e incluso les ofreció con su propia mano pedazos escogidos. Luego las interrogó por el nombre de cada una; y le contestaron: ‘¡Nos llamamos Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Hoja-de-Rosa, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada y Caña-de-Azúcar!’ Y al oír nombres tan graciosos, exclamó él: ‘¡Por Alah, que se os amoldan esos nombres, oh jóvenes!

¡Porque ni el almizcle, ni el alabastro, ni la rosa, ni la granada, ni el coral, ni la nuez moscada, ni la caña de azúcar pierden sus cualidades al pasar por vuestra gracia!’ Y mientras duró la comida, continuó diciéndoles palabras tan exquisitas, que el califa, que le observaba con gran atención oculto detrás de una cortina, se felicitó cada vez más de haber organizado semejante diversión.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima trigésima quinta noche

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Valram

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