sábado, 31 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima novena noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 449ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmad la-Tiña y Hassán-la-Peste, había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien creía tenerle ya cogido, se les escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.

Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta historia.

Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: ‘¡Oh jefe nuestro! ¡Para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!’ Y Alí Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.

Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:

¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!

Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:

¡Oh transeúnte! ¡He aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡Mi agua, que es el ojo del gallo! ¡Mi agua, que es el cristal! ¡Mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el diamante! ¡Agua, agua, mi agua!

Luego preguntó: ‘¿Quieres una taza, mi señor?’ Azogue contestó: ‘¡Dámela!’ Y el aguador le llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: ‘¡Es una delicia!’ Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: ‘¡Dame otra!’ Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: ‘¡Por Alah! ¿Y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?’ Alí contestó: ‘¡Me da la gana! ¡Échame otra taza!’ Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: ‘¡Llénamela otra vez!’ Y exclamó el aguador: ‘¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi camino!’ Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: ‘¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!’

Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandeándoles a él y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: ‘¡Ah hijo de alcahuete! ¿Te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿Conque es muy poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a una pinta!’

El aguador contestó: ‘¡Así es, mi señor!’ Azogue preguntó: ‘Pues entonces, ¿por qué me hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?’

El aguador contestó: ‘¡Sí, ¡por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón generoso!’ Azogue preguntó: ‘¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que yo?’

El aguador contestó: ‘¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!’

Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima quincuagésima noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

viernes, 30 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima octava noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 448ª noche

Ella dijo:

...se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.

Cuando Al-Raschid vio entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: ‘Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!’

Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: ‘Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!’ El califa contestó: ‘¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!’ Luego se encaró con Dalila, y le dijo: ‘Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?’ Ella contestó: ‘¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!’

Dijo él: ‘En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!’ Luego le dijo: ‘¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?’ Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fue por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!’

Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: ‘¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!’

Y también el beduino se levantó, y exclamó: ‘¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!’

Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.

En cuanto a Dalila, le dijo el califa: ‘¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!’ Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡No anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano’.

Y contestó el califa: ‘¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!’ A la sazón añadió Dalila: ‘También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general’. Y el califa le dio autorización para ello.

Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.

¡Y así fue como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!

Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!’

Y dijo para sí el rey Schahriar: ‘¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!’ Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima novena noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

jueves, 29 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima séptima noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 447ª noche

Ella dijo:

...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fue Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.

Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:

¡Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!

¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas? ¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!

Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido, le dijo:

‘¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!’

Y contestó Ahmad-la-Tiña: ‘¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fue vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?’

Hassán contestó: ‘¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré’.

Ahmad preguntó: ‘¿Y cómo?’ Hassán contestó: ‘¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!’

Entonces Ahmad-la-Tiña, después de vestirse, fue al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: ‘¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?’ El aludido agitó su collar y contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!’

Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: ‘¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?’ El interpelado contestó: ‘¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!’

Entonces exclamó el califa: ‘¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!’

Y dijo Hassán-la-Peste: ‘Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto de seguridad’. Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.

Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fue a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: ‘¿Dónde está tu madre?’ Ella dijo: ‘¡Arriba!’ Dijo él: ‘Ve a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por las buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!’

Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: ‘¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!’ Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: ‘¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!’ Ella contestó: ‘¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!’

Hassán se echó a reír y dijo: ‘¡Es verdad! ¡Fue tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!’ Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima octava noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

miércoles, 28 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima sexta noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 446ª noche

Ella dijo:

...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante. Adornada a la sazón de esta manera, fue a abrazar a su madre, y le dijo:

‘¡Oh madre! ¡Juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta y uno y serán mi juguete!’ Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.

Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con creces, encantado. Entonces le dijo ella: ‘¡Ya Hagg-Karim! ¡He aquí cinco dinares para ti si quieres alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!’

El tabernero contestó: ‘¡Por tu vida, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a tus invitados!’ Ella sonrió, y le dijo: ‘¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construirlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas cuidado por eso!’ Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduino, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fue a apostarse en la puerta de la taberna.

No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: ‘¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?’

Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: ‘¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres el capitán Ahmad?’ El dijo: ‘¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de- Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!’

Ella le sonrió otra vez, y le dijo: ‘¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil, que si la cortesía y las buenas maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!’ Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dio de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un profundo sueño.

Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda, amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.

Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.

No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: ‘¿Dónde están todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?

Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la derecha, sonrió con los labios, y dijo: ‘¿A quién, ¡oh mi amo!?’

Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.

Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: ‘¡Oh jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!’

Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: ‘¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos’. Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.

A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña, en el del beduino y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de abrazarla llorando de alegría.

En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima séptima noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

martes, 27 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima quinta noche

_______________________________
Y cuando llegó la 445ª noche

Ella dijo:

...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.

Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.

El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles. Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: ‘¡Por el honor de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tú, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!’

Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: ‘¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello. Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando: ‘¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!’

Y el califa se echó a reír y le dijo: ‘¡Encarga a otro de esa misión entonces!’ El walí dijo: ‘En ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante sueldo que cobra!’

Entonces llamó el califa: ‘¡Ya mokaddem Ahmad!’ Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos del califa, y dijo: ‘A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!’

El califa dijo: ‘¡Escucha, capitán Ahmad! ¡Hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el encargado de encontrarla y traérmela!’ Y dijo Ahmad la-Tiña: ‘Te garantizo de que te la traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!’ Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con él los cinco y el beduino.

Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: ‘Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!’ Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: ‘¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?’ El otro contestó: ‘Jamás seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de expediciones’. Pero Ahmadla-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: ‘¡Por Alah! ¡Oh Lomo-de-Camello! ¿Desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?’ Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmad la-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: ‘¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad de mí!’

Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del califa, arengó a sus hombres para animarlos y les dijo: ‘¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!’ Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fue a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.

En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: ‘¡Oh hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!’ Su hija Zeinab contestó: ‘¡Oh madre mía! ¡Qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡Qué alegría, oh madre mía!’ Dalila contestó: ‘¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!’ Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y claro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima sexta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

lunes, 26 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima cuarta noche

_______________________________
Y cuando llegó la 444ª noche

Ella dijo:

‘...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? Después de una pausa, contestó el otro: ‘¡Por Alah! ¡He comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!’

Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: ‘¡Por el honor de los árabes, que ahora mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el desierto!’ . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.

Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: ‘¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?’ Ella dijo llorando: ‘¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!’ Dijo él: ‘¡No hay mayor Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?’ Ella contestó: ‘Has de saber, ¡oh jeique árabe! ¡Oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fue a querellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡Oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!’ Al oír estas palabras, exclamó el beduino: ‘¡Por el honor de los árabes! ¡No me separé de mi tribu y no volví a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti los de las bandejas!’ Ella contestó: ‘¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! iY como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!’ El beduino, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduino y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.

Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduino: ‘¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago los anhela ardientemente!’

Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: ‘¡Por Alah! ¡Si es un hombre! ¡Y habla como los beduinos!’

Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: ‘¡Ya Badawi! ¿Qué haces ahí? ¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?’

El interpelado contestó: ‘¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gustan mucho’.

Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja al beduino, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: ‘¡Nadie puede rehuir su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!’

Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduino: ‘¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?’ Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vio al beduino en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: ‘¿Qué es esto?’

Le contestaron: ‘¡Es el Destino!’ Y añadieron: ‘La vieja se escapó embaucando a este beduino. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!’

Entonces el walí se encaró con el beduino y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: ‘¡Pronto, que me traigan los buñuelos!’ Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: ‘¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!’ Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduino dijo igualmente al walí: ‘¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!’ Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima quinta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

domingo, 25 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima tercera noche

_______________________________
Y cuando llegó la 443ª noche

Ella dijo:

‘...iYalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!’ Entonces el walí les dijo: ‘¡Si no sois esclavos, seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!’

Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: ‘¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!’

Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: ‘¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, ¡que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!’

Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: ‘¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!’ Y les preguntó él: ‘¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?’ Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: ‘¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!’

Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: ‘¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!’ Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: ‘¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?’ El arriero contestó, coreado por los demás: ‘¡Todos sabremos reconocerla!’ Y añadió el arriero: ‘¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!’ Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.

Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: ‘¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?’ Ella contestó: ‘¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!’ Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:

‘¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!’

Pero contestó el carcelero: ‘¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!’

Entonces se dijo el walí: ‘¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!’ Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.

Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos. Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.

Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduinos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduinos preguntaba a su compañero: ‘Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad?...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima cuarta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

sábado, 24 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima segunda noche

_______________________________
Y cuando llegó la 442ª noche

Ella dijo:

‘¡...Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!’

De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fue también el primero en divisar y reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vio, se abalanzó a ella el arriero, gritando: ‘¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!’ Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.

Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: ‘¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: ‘Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.

En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!’ La dama contestó: ‘¡El walí está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?’ La vieja dijo: ‘Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de vendérselos al mejor postor. Y precisamente los vio conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!’ Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: ‘¿Dónde están los cinco esclavos?’ La vieja contestó: ‘¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!’ Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: ‘¡Por Alah! ¡Son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!’ Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: ‘Mi buena madre, te debo todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí’. La vieja contestó: ‘¡Oh ama mía! ¡De esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean mis antiguos esclavos!’ Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.

Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: ‘¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?’ La vieja contestó: ‘Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!’ Y le dijo su hija: ‘¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!’ Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:

¡No es cierto que el jarro no se rompa nunca, por mucho que le tiren!

Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.

¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa: ‘¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que compraste!’

El preguntó: ‘¿Qué esclavos?’ Ella dijo: ‘¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como tú me engañas!’ El dijo: ‘¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?’ Ella contestó: ‘¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me los enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!’ El preguntó: ‘¿Y le has dado el dinero?’ Ella dijo: ‘¡Si, por Alah!’ Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: ‘¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de vender a vuestra ama?’ Le contestaron: ‘¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!’ Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: ‘¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!’ Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite de la estupefacción: ‘¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima tercera noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

viernes, 23 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima primera noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 441ª noche

Ella dijo:

…Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada, mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: ‘¡Maldita seas, vieja decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!’ Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?’

El exclamó: ‘¡El burro! ¡Devuélveme el burro!’

Ella contestó con voz enternecida: ‘¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?’

El contestó: ‘¡Mi burro solamente!’

Ella dijo: ‘Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!’ Y se adelantó a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: ‘¡Ay de mí!’

El barbero le preguntó: ‘¿Qué te pasa, buena tía?’ Ella contestó: ‘¿No ves a mi hijo que está de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: ‘¡Mi burro!’; al acostarse, grita: ‘¡Mi burro!’, vaya por donde vaya, grita: ‘¡Mi burro!’ Y he aquí que me ha dicho el médico entre los médicos: ‘Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y dile: ‘Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!’.

Al oír estas palabras contestó el barbero: ‘¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su burro entre las manos, tía mía!’. Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: ‘¡Pon al rojo dos clavos!’ Después gritó al arriero: ‘¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!’ Y al tiempo que el arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.

Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez.

Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre de Alah para que la cosa tuviese éxito.

Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: ‘¡Ualahí!’ ¡Bien contenta estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!’ Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda y allí... ¡vio que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes, todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.

Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: ‘¿Dónde está la alcahueta de tu madre?’

Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: ‘¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi madre está en el país de Alah!’ El otro siguió zarandeándole, y le gritó: ‘¿Dónde está la vieja zorra que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?’ Iba el arriero a responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: ‘¿Qué sucede?’ Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: ‘¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!’

Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: ‘¿Por qué has obrado así con este arriero, ¡oh maese Massud!?’

Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron: ‘¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!’ Y acabaron por explicarse todo y ponerse de acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: ‘¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima segunda noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

jueves, 22 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 440ª noche

Ella dijo:

…Ella contestó: ‘¿Eres maese Izra el judío?’

El contestó: ‘¡Naam!’ Ella le dijo: ‘La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade incrustado de rubíes y una sortija de sello!’ Enseguida se apresuró el judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: ‘¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, ¡quédate con el niño hasta que yo vuelva!’ El judío contestó: ‘¡Como gustes!’ Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.

Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: ‘¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?’ La vieja contestó: ‘Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!’

Entonces exclamó su hija: ‘¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!’ La vieja contestó: ‘¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!’

Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: ‘¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!’

Su ama le preguntó: ‘¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?’ La esclava contestó: ‘¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡Y aquí tienes una moneda de oro que me dio tu nodriza para las cantarinas!’ Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: ‘¡He aquí el aguinaldo!’ Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: ‘¡Ah, perra! ¡Vete ya a buscar a tu amo pequeño!’ Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: ‘¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?’

Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: ‘¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!’

El síndico exclamó, cada vez más indignado: ‘¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: ‘¡Socorro, oh musulmanes!’ Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: ‘¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!’

Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó, conformándose: ‘¡Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!’ Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.

En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: ‘¿Qué pensáis hacer ahora?’ Le contestaron: ‘¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!’ El les dijo: ‘¡Llevadme con vosotros!’ Luego preguntó: ‘¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?’

El arriero contestó: ‘¡Yo!’

El judío dijo: ‘¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!’ Entonces contestó el arriero: ‘¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!’ Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.

Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima primera noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

miércoles, 21 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima novena noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 439ª noche

Ella dijo:

‘¡...Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!’ Y se levantó, quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.

Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.

Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vio a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: ‘¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!’ Y se adelantó hacia ella, exclamando: ‘¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa del síndico!’ Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa: ‘¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: ‘¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!’

La esclava contestó: ‘Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos’. La vieja contestó: ‘¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!’ Y la esclava se guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.

En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: ‘¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!’

Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fue al zoco de los joyeros, donde vio en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del judío, diciéndose: ‘¡Ya hice negocio!’ Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: ‘¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?’ Ella contestó: ‘¿Eres maese Izra el judío?’…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

martes, 20 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima octava noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 438ª noche

Ella dijo:

…Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo!...

¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!

Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los-Asaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: ‘¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!’ Pero la joven contestó: ‘¡Mi madre ha muerto, eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?’ El contestó inmediatamente: ‘¡No!, ¡por Alah! ¡Oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!’ Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.

Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿Dónde está tu calamitosa madre?’

El otro contestó: ‘¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de detalles. Y añadió: ‘¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!’

Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó: ‘¡Ah hija adulterina! ¿Dónde está tu madre, la alcahueta?’ Ella contestó muy avergonzada: ‘Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!’

Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.

Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.

En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contáis, buena gente!’ Ellos contestaron: ‘¡Oh amo nuestro! ¡Por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más que la verdad!’

Y les dijo el Walí: ‘¡Oh buena gente! ¿Cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!’

Ellos exclamaron: ‘¡Qué calamidad! ¡Ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil dinares!’ Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: ‘¡Oh buena gente! ¡Recorred toda la ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! ¡Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!’

Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el momento, pues ya volveremos a encontrarlos!

En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: ‘¡Oh hija mía, todo esto no es nada! ¡Voy a hacer algo mejor!’ Y le dijo Zeinab: ‘¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!’ La vieja contestó: ‘No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima novena noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

lunes, 19 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima séptima noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 437ª noche

Ella dijo:

‘...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.

Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse’. (Antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual)

El arriero contestó: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!’

Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, llevando del ronzal al asno.

Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: ‘¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: ‘¡En este primer día he jugado cuatro malas pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!

Y exclamó Zeinab: ‘¡Oh madre mía! ¡En lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero amo del burro!’ Dalila contestó: ‘¡Bah! ¡Todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me conoce!’ Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.

En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las dio a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vio al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: ‘¡Detente, oh arriero!’ Y el arriero interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: ‘¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel!, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!’

El otro preguntó: ‘¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?’ El arriero dijo: ‘¡Durante tu ausencia se ha declarado tu quiebra!’ Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos desorbitados, preguntó el tintorero: ‘¿Quién te lo ha dicho?’ El arriero replicó: ‘¡Me lo ha dicho tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!’

En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: ‘¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!’ Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma: ‘¡Ay! ¡He perdido lo mío y lo de mis clientes!’ Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: ‘¡Ay! ¡He perdido mi borrico!’ Luego dijo al tintorero: ‘¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!’

Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos, exclamando: ‘¿Dónde está tu zorra vieja?’ Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas: ‘¡Mi borrico! ¿Dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!’

Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos.

Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes: ‘¡Ya Hagg-Mohammad! ¿Qué ha pasado entre vosotros?’ Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su historia, y terminó así: ‘¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!’

Entonces preguntaron al tintorero: ‘¡Ya Hagg-Mohammad! ¡Tú, sin duda, conocerás a esa vieja para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!’ El interpelado contestó: ‘¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!’ Entonces opinó uno de los circunstantes: ‘¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!’ Y añadió un tercero: ‘¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!’

Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima octava noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

domingo, 18 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima sexta noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 436ª noche

Ella dijo

...Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.

Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: ‘Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!’ Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: ‘¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!’

Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: ‘¡Ahora vamos a visitar al Padre-de- los-Asaltos!’ Y exclamó la jovenzuela: ‘¡Qué alegría, oh madre mía!’ La vieja añadió: ‘¡Pero me atemoriza por ti una cosa!’ La joven preguntó: ‘¿Y cuál es ¡oh madre mía!?’ La vieja contestó: ‘Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas! Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos’. Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: ‘¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!’ Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.

Y le preguntó él: ‘¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?’ Pero de improviso comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: ‘¿Qué te pasa?’ Ella contestó: ‘¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres!; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: ‘¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?’ ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!’

Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: ‘¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!’ Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: ‘¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!’ Y exclamó él: ‘¡Que venga a verme ahora!’ Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.

Y le dijo la vieja: ‘No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!’ E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.

Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: ‘¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: ‘¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y ve a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía’. El tintorero contestó: ‘Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?’ Ella dijo: ‘¡Por Alah! ¡Tu dependiente!’

El contestó: ‘¡Sea!’ Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar! Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: ‘¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!’

El mozo contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: ‘¡Eh, arriero, ven!’ Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: ‘¿Conoces a mi hijo el tintorero?’ El otro contestó: ‘¡Ya Alah! ¿Quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?’

Ella le dijo: ‘Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima séptima noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

sábado, 17 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima quinta noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 435ª noche

Ella dijo:

‘¡...Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?’ Ella dijo: ‘Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: ‘¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!’ Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!’

Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: ‘¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: ‘¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!’ ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!’

Entonces contestó la vieja: ‘¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!’

Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: ‘No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato’. Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: ‘¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?’

Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.

Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió!

Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: ‘¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?’ El contestó: ‘¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?’ Ella contestó: ‘¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: ‘¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!’

Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!’

Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: ‘¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!’ Luego dijo a Dalila: ‘Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo’. Ella contestó: ‘Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!’

Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: ‘La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!’ Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima sexta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

viernes, 16 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima cuarta noche

_______________________________
Pero cuando llegó la 434ª noche

Ella dijo:

...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: ‘¡Oh hija mía! ¡No vengo más que porque he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!’ Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: ‘¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!’ La joven contestó: ‘¡Oh madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» ¡Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!’

La vieja contestó: ‘¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los- Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?’ La bella Khatún contestó: ‘¡Oh madre mía! ¡Desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!’ La vieja dijo: ‘¡Oh, hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-de- los-Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, haz de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre-de-los-Asaltos! ‘

Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: ‘¡Cuida bien de la casa!’ Y la servidora contestó: ‘¡Escucho y obedezco!, ¡oh mi ama!’

Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le preguntó: ‘¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?’ Ella contestó: ‘¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de- los-Embarazos!’

El portero dijo: ‘¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!’

Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: ‘¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?’ Luego dijo de pronto: ‘¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!’

Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!

Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi- Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven, y le dijo: ‘¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!’

Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: ‘¿No eres Sidi- Mohsen el mercader?’ El contestó: ‘¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?...

En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima quinta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!

jueves, 15 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima tercera noche

_______________________________
Y cuando llegó la 433ª noche

Ella dijo:

‘¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!’ Y se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: ‘íAlah! ¡Alah!’ Orando así con la lengua mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas perversas y temibles.

De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle, hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vio una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.

Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.

Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vio que los pelos blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí: ‘¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?’

Y fue en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: ‘¡Buenas noches!’

El contestó: ‘¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!’

Ella preguntó: ‘¿A qué viene eso?’ El dijo: ‘La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! ¡Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!

¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!’

A estas palabras replicó la ruborosa joven: ‘¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!’

El contestó: ‘¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda mujer!’

Ella contestó: ‘Mi destino y mi suerte están con Alah!’ Entonces salió él de su casa; pero al llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!

Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: ‘¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el momento de abrir el saco de tus trapacerías! ¡Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo ello!’ Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah, diciendo: ‘Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!’

Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: ‘¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de esa santa vieja!’ Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: ‘Ve a buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: ‘¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!’ Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: ‘¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te dice: ‘¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!’ Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió con viveza y se lo impidió, diciendo: ‘¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los walíes’.

Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible emir Azote-de-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.

Así es que dijo a la vieja: ‘¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con ello pueda ganar tu bendición!’ Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para su ánima: ‘¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio’.

Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: ‘¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han caído de tu jarra!’ Ella contestó: ‘¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!’ Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: ‘¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!’

Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima cuarta noche

Para los nuevos suscriptores:
La primera entrada está en Las mil noches y una noche. Antecedentes, de donde pueden navegar dando click en la opción “Entrada más reciente“, al pié de la página.

Saludos
Valram

¡Recibe la colección competa en tu e-mail!, suscríbete aquí, ¡es completamente gratis!