sábado, 26 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimocuarta noche

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Pero cuando llegó la 414ª noche

Ella dijo:

... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.

Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:

¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!

¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!

¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente! ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!

¡Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!

¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!

¡Ah! ¡Cuán dulce es la vida! ¡Cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!

Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el-Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:

¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!

¡Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!

¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?

¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido! ¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?

¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: ‘¡Alah eternice tu unión con tu amigo!’

Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:

¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!

¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Qué encanto tiene su lenguaje espiritual!

¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!

¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!

¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!

¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!

¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!

Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: ‘¡Oh frescura de mis ojos! ¡Ahora quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!’ Y llegando en aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:

¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! –no quiero hablar de cosas pretéritas–!

¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya, sustituir en mi intimidad, ven al hammam!, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!

¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!

¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!

Y al mirarte en el baño, cantaré: ‘¡Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!’

Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fue a visitarle la Destructora de placeres y la Separadora de amigos!

¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!

‘¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia puede asemejarse a la Historia mágica del caballo de ébano!’

Y dijo el rey Schahriar: ‘¡Entusiasmado estoy ¡oh Schehrazada! con los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima decimoquinta noche

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Saludos
Valram

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