sábado, 17 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima decimoséptima noche

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Y cuando llegó la 617ª noche

Ella dijo:

‘…¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?’

Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: ‘¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!’

Cuando el desdichado Abul-Hossein oyó estas palabras, hubo de desandar lo andado y echó a correr con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: ‘¡He aquí que tu cuesco es ya una fecha en los anales! ¡Y se transmitirá a través de las edades mientras de las palmeras nazcan flores!’ Y no dejó de correr y de viajar hasta llegar al país de la India. Y vivió en el destierro con amargura hasta su muerte. ¡Sean con él la misericordia de Alah y su piedad!

Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:

Los dos chistosos

He llegado a saber también, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de Damasco, en Siria, había antaño un hombre reputado por sus buenas jugarretas, sus chistes y sus atrevimientos, y en El Cairo, otro hombre no menos famoso por las mismas cualidades. Y he aquí que el bromista de Damasco, que a menudo oía hablar de su compañero de El Cairo, anhelaba mucho conocerle, tanto más cuanto que sus clientes habituales le decían de continuo: ‘¡No cabe duda! ¡El egipcio es incuestionablemente mucho más intencionado, más inteligente, más listo y más chistoso que tú! ¡Y su trato es mucho más divertido que el tuyo! ¡Si acaso no nos creyeras, no tienes más que ir a El Cairo a verle actuar, y comprobarás su superioridad!’ Y arregláronse de manera que se dijo el hombre: ‘¡Por Alah! ¡ya veo que no me queda más remedio que ir a El Cairo a observar por mis propios ojos si es cierto lo que de él se dice!’

Y lió sus bártulos y abandonó Damasco, que era su ciudad, y partió para El Cairo, adonde llegó, con asentimiento de Alah, en buena salud. Y sin tardanza preguntó por la morada de su rival, y estuvo a visitarle. Y fue recibido con todas las consideraciones de una hospitalidad amplia, y fue honrado y albergado tras los deseos de bienvenida más cordiales.

Luego pusiéronse ambos a contarse mutuamente las cosas más importantes del mundo, y pasaron la noche charlando alegremente.

Pero al día siguiente, el hombre de Damasco dijo al hombre de El Cairo: ‘¡Por Alah, ¡oh compañero! que no he venido desde Damasco a El Cairo más que para juzgar por mis propios ojos acerca de las buenas jugarretas y de las bromas que sin cesar gastas por la ciudad! ¡Y desearía regresar a mi país enriquecido con tu instrucción! ¿Quieres, pues, que atestigüe lo que tan ardientemente deseo ver?’ El otro dijo: ‘¡Por Alah, ¡oh compañero! sin duda te engañaron los que te han hablado de mí! ¡Apenas si sé diferenciar mi mano izquierda de mi mano derecha! ¿Cómo voy, pues, a instruir en la delicadeza y en el ingenio a un noble damasquino como tú? ¡Pero salgamos a pasear, ya que mi deber de huésped consiste en hacer que veas las cosas buenas que hay en nuestra ciudad!’

Salió, pues, con él, y ante todo, le llevó a la mezquita de Al-Azhar, a fin de que pudiese contar a los habitantes de Damasco las maravillas de la instrucción y de la ciencia. Y de camino, al pasar por junto a los mercaderes de flores, se hizo un ramo de flores, con hierbas aromáticas, con clavelinas, con rosas, con albahaca, con jazmines, con ramas de menta y mejorana. Y así llegaron ambos a la mezquita, y pasaron al patio. Pero al entrar divisaron ante la fuente de las abluciones, acurrucadas en los retretes, personas que estaban evacuando imperiosas necesidades. Y el hombre de El Cairo dijo al de Damasco: ‘Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías...?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima decimoctava noche

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Valram

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