miércoles, 18 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima séptima noche

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Y cuando llegó la 467ª noche

Ella dijo:

‘…Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuando la recogió, la encontró vacía; la echó por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: ‘¡No hay pescado en esta parte!’ Y cambió de sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por segunda vez, por tercera vez, y así sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces exclamó: ‘¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?’ Y como caía la tarde, se cargó la red a la espalda y regresó muy apenado, muy triste, apesadumbrándose y preocupándose por sus hermanos y su madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de tal suerte pasó por delante de una panadería, donde tenía costumbre de entrar a comprar el pan para la noche. Y vio a la muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar pan, sin que el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y suspirando. Entonces le dijo el panadero: ‘¡La bienvenida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?’ Pero Juder guardó silencio. El panadero le dijo: ‘¡Aunque no traigas dinero encima, llévate lo que necesites, y ya me lo pagarás!’

Y Juder le dijo entonces: ‘¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi red en prenda!’ Pero contestó el panadero: ‘No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si me quedara yo con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que sueles comprar! Y he aquí la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las necesitas. ¡Y mañana ¡ya Juder! me traerás pescado por valor de veinte monedas de cobre!’

Y contestó Juder: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!’ Y después de dar al panadero muchas gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fue a comprar carne y verduras, diciéndose: ‘¡Mañana el Señor me procurará los medios de desquitarme, y disipará mis preocupaciones!’ Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder cenó y se fue a dormir.

Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: ‘¡Qué ¿te vas sin comer el pan que tomas por la mañana?!’ El contestó: ‘Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh madre!’ Y se fue al río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio varias veces, y llegó la hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su red y regresó desolado en extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio obligado a pasar por delante de la panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y diez monedas de cobre, y le dijo: ‘¡Toma eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha decidido que no llegue hoy!’ Y Juder quiso excusarse; pero el panadero le dijo: ‘No tienes para qué disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo, ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo ilimitado!’

Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a presentarse en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al cabo de los cuales se le puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: ‘Hoy voy a ir a pescar al lago Karún. ¡Acaso encuentre mi destino allí!’

Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio ir hacia él a un moghrabín montado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente hermoso, y tan envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía más que un ojo. También la mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa llevaba unas alforjas de lana de color.

Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: ‘¡La zalema contigo!, ¡oh Juder! ¡Oh hijo de Omar!’ Y contestó Juder: ‘¡Y contigo la zalema!, ¡oh mi señor peregrino!’ El moghrabín dijo: ‘¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcanzarás grandes ventajas y una ganancia inmensa, y serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!’

Juder contestó: ‘¡Oh mi señor peregrino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en seguida’ Entonces le dijo el moghrabín: ‘¡Empieza, pues, por recitar el capítulo liminar del Korán!’ Y Juder recitó con él la fatiha del Korán.

Entonces le dijo el moghrabín: ‘¡Oh, Juder, hijo de Omar! ¡Vas a atarme los brazos con estos cordones de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y esperarás algún tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo, echa en seguida tu red y sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del agua, sabe que habré muerto. No te inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y ve al zoco de los mercaderes, donde encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la mula, y te dará él cien dinares, con los cuales te irás por tu camino!

¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima octava noche

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Valram

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