viernes, 23 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima vigésima tercera noche

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Pero cuando llegó la 623ª noche

Ella dijo:

…Y continuó obrando de tal suerte, sin dejar nunca ni una sola tarde de llevarse a su casa un nuevo extranjero.

Pero una tarde, al ponerse el sol, cuando estaba sentado, según tenía por costumbre, al extremo del puente de Bagdad esperando la llegada de algún extranjero, vio avanzar en dirección suya a un rico mercader vestido a la manera de los mercaderes de Mossul, y seguido por un esclavo de alta estatura y de aspecto imponente. Era nada menos que el califa Harún Al-Raschid, disfrazado, como solía hacerlo todos los meses, a fin de ver y examinar por sus propios ojos lo que ocurría en Bagdad. Y Abul-Hassán, al verle, ni por asomo se figuró quién era; y levantándose del sitio en que estaba sentado, avanzó a él, y después de la zalema más graciosa y el deseo de bienvenida, le dijo: ‘¡Oh mi señor, bendita sea tu llegada entre nosotros! Hazme el favor de aceptar por esta noche mi hospitalidad en lugar de ir a dormir en el khan. ¡Y ya tendrás tiempo mañana por la mañana de buscar tranquilamente alojamiento!’ Y para decidirle a aceptar su oferta, en pocas palabras le contó que desde hacía mucho tiempo tenía costumbre de dar hospitalidad, sólo por una noche, al primer extranjero que veía pasar por el puente. Luego añadió: ‘Alah es generoso, ¡oh mi señor! ¡En mi casa encontrarás amplia hospitalidad, pan caliente y vino clarificado!’

Cuando el califa hubo oído las palabras de Abul-Hassán, le pareció tan extraña la aventura y tan singular Abul-Hassán, que ni por un instante vaciló en satisfacer su anhelo de conocerle más a fondo. Así es que, tras de hacerse rogar un momento por pura fórmula y para no resultar un hombre mal educado, aceptó la oferta, diciendo: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mi oído! ¡Alah aumente sobre ti sus beneficios!, ¡oh mi señor! ¡Heme aquí pronto a seguirte!’ Y Abul-Hassán mostró el camino a su huésped y le condujo a su casa, conversando con él con mucho agrado.

Aquella noche la madre de Hassán había preparado una comida excelente. Y les sirvió primero bollos tostados con manteca y rellenos con picadillo de carne y piñones, luego un capón muy gordo rodeado de cuatro pollos grandes, luego un pato relleno de pasas y alfónsigos, y por último, unos pichones en salsa. Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima vigésima cuarta noche

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Saludos
Valram

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