miércoles, 14 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima trigésima segunda noche

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Y cuando llegó la 432ª noche

Ella dijo:

...Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta, en la que le ponía al corriente de toda su historia, anunciándole su matrimonio y la completa dicha en que vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.

Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.

Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila, ¡hasta que fue a verles la Destructora de delicias, la Separadora de sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!

Y ahora, ¡gloria al Único Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!

Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el rey Schahriar: ‘¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!’

Schehrazada dijo: ‘¡Ay, se destruyó!’ Y dijo Schahriar: ‘¡Por Alah, que he torturado mucho mi espíritu tratando de averiguarlo!’

Schehrazada contestó: ‘¡Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!’

Y el rey Schahriar exclamó: ‘¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!

¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!’

Entonces dijo Schehrazada:


Historia de los artificios de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste y Alí Azogue

Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.

Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán- la-Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: ‘¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!’

Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la conocía con el nombre de Zeinab la Embustera.

El marido de la vieja Dalila fue en otra época un gran personaje, el director de las palomas que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero murió y se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.

Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassán-la-Peste en las funciones de jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:

‘¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo, expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!’ Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo ‘¡Así es, ¡por Alah! hija mía!’.

Entonces le dijo Zeinab: ‘¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!’

Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada: ‘¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima trigésima tercera noche

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Valram

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