miércoles, 20 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima trigésima noche

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Y cuando llegó la 530ª noche

Ella dijo:

‘... Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! ¡Uassalam!’

Al oír este discurso, el rey besó a su esposa entre los ojos, y le dijo: ‘¡Oh encantadora Flor-de- Granada! ¡Oh oriunda del mar! ¡Oh maravillosa! ¡Oh princesa, luz de mis ojos! ¿Qué maravillas acabas de revelarme? ¡Si un día me dejaras, aunque no fuese más que por un instante, moriría yo en el mismo momento ciertamente!’

Luego añadió: ‘¡Pero, ¡oh Flor-de-Granada! me has dicho que naciste en el mar y que tu madre Langosta y tu hermano Saleh habitaban en el mar con tus demás parientes, y que tu padre, cuando vivía, era rey del mar! Pero no comprendo del todo la existencia de los seres marítimos, y hasta el presente, me parecieron cosas de viejas las historias que me contaron a ese respecto. Sin embargo, puesto que me hablas de ello, y tú misma eres oriunda del mar, no dudo de la realidad de esos hechos, y te suplico que me ilustres acerca de tu raza y de los pueblos desconocidos que habitan tu patria. Dime sobre todo cómo es posible vivir, obrar y moverse en el agua sin sofocarse ni ahogarse. ¡Porque es la cosa más prodigiosa que he oído en mi vida!’

Entonces contestó Flor-de-Granada: ‘¡Claro que te lo diré todo, y de corazón amistoso! Sabe que, por virtud de los nombres grabados en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) , vivimos y andamos por el fondo del mar como se vive y anda por la tierra; y respiramos en el agua como se respira en el aire; y el agua en vez de asfixiarnos, contribuye a nuestra vida, y ni siquiera moja nuestras vestiduras; y no nos impide ver en el mar, donde tenemos los ojos abiertos sin ninguna dificultad; y poseemos vista tan excelente, que atraviesa las profundidades marinas, a pesar de su espesor y de su extensión, y nos permite distinguir todos los objetos lo mismo cuando los rayos del sol penetran hasta nosotros que cuando la luna y las estrellas se miran en nuestras aguas.

En cuanto a nuestro reino, es mucho más vasto que todos los reinos de la tierra, y está dividido en provincias con ciudades muy populosas. Y según las regiones que ocupan esos pueblos, tienen costumbres y usos diferentes y también, como ocurre en la tierra, diferente conformación; unos son peces; otros medio peces, medio humanos, con cola en lugar de pies y de trasero, y otros, como nosotros, completamente humanos, y creyendo en Alah y en su Profeta, y hablando un lenguaje que es el mismo en que está grabada la inscripción del sello de Soleimán. Respecto a nuestras moradas, ¡son palacios espléndidos, de una arquitectura que jamás podríais imaginar en la tierra! Son de cristal de roca, de nácar, de coral, de esmeralda, de rubíes, de oro, de plata y de toda clase de metales preciosos y de pedrerías, sin hablar de las perlas, que cualesquiera que sean su tamaño y su belleza, no se estiman entre nosotros y sólo adornan las viviendas de los pobres y de los indigentes. Por último, como nuestro cuerpo está dotado de una agilidad y una flexibilidad maravillosas, no necesitamos, cual vosotros, caballos y carros para utilizarlos como medios de transporte, aunque los tenemos en nuestras cuadras para servirnos de ellos solamente en las fiestas, los regocijos públicos y las expediciones lejanas. ¡Desde luego, esos carros están construidos con nácar y metales preciosos, y van provistos de asientos y tronos de pedrerías, y son tan hermosos nuestros caballos marinos, que ningún rey de la tierra los posee semejantes! Pero no quiero ¡oh rey! hablarte ya más tiempo de los países marinos, pues me reservo para contarte en el transcurso de nuestra vida, que será larga si Alah quiere, una infinidad de nuevos detalles que acabarán de ponerte al corriente en esta cuestión que te interesa. Por el momento me apresuraré a abordar un asunto mucho más apremiante y que te atañe más directamente.

Quiero hablarte de los partos de las mujeres. ¡Sabe, en efecto, ¡oh dueño mío! que los partos de las mujeres de mar son absolutamente distintos a los partos de las mujeres de tierra! ¡Y como está ya próximo el momento de dar yo a luz, temo mucho que las comadronas de tu país no sepan prestarme los auxilios del caso! Te ruego, pues, que me permitas que vengan a verme mi madre Langosta y mi hermano Saleh y mis demás parientes; y me reconciliaré con ellos, y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima trigésima primera noche

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Saludos
Valram

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