viernes, 4 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima octogésima tercera noche

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Y cuando llegó la 483ª noche

Ella dijo:

‘...me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue’. Y aumentó su enojo y exclamó: ‘¡Sí, que vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!’ : El gran Visir contestó: ‘¡Oh rey, sé clemente e indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a castigar a su esclavo rebelde y caído en falta! ¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una noche, no tendrá, en verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por el emir que envíes y temo que se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con un medio de que llegues a conocer la verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin inconveniente lo que resolviste realizar!’

Y contestó el rey: ‘Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer’. El visir dijo: ‘Manda que vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encontraré a la sazón un modo de capturarle; le fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que no hace! ¡Y veremos entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le capturaremos con astucia; pero si su poder es débil, le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con él lo que quieras!’

Dijo el rey: ‘¡Que se le invite!’ Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que fuera en busca de Juder y le invitara, diciéndole: ‘¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!’ Y añadió el propio rey: ‘¡Y no dejes de venir con él!’

Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgulloso e infatuado. Al llegar a la puerta del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y avanzó a él; pero el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le viera. ¡Y sin embargo, el emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy visibles! Se acercó, a pesar de todo, y le preguntó: ‘¡Oh esclavo! ¿Dónde está tu amo?’ El esclavo contestó: ‘¡En el palacio!’, sin volver siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su postura indolente.

Entonces sintióse muy enfurecido el emir Othmán y el gritó: ‘¡Oh calamitoso eunuco de pez! ¿No te da vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un holgazán cualquiera?’

El eunuco contestó: ‘¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!’ Al oír aquello, el emir Othmán llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco. Pero ignoraba que el tal eunuco no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder había encargado que actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el movimiento del emir Othmán, se levantó, mirándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro ojo, le sopló en la cara, y bastó aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la maza y sin más ni más, le asestó cuatro mazazos.

Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta infligida a su jefe, sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el eunuco sonrió con calma, y les dijo: ‘¡Ah! ¿Sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un poco!’ ¡Y cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia sangre! Y siguió diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron poseídos de espanto con el emir a la cabeza, y no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía a tomar en la silla su postura indolente.

Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del furor, y dijo: ‘¡Que vayan contra ese eunuco cien guerreros!’ Y llegados que fueron los cien guerreros a la puerta del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en fuga en un abrir y cerrar de ojos. Y volvieron a decir al rey: ‘¡Nos ha dispersado y aterrado!’ Y el rey dijo: ‘¡Que vayan doscientos!’ Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunuco. Entonces gritó el rey a su gran visir: ‘¡Tú mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele al instante! ¡Y también me traerás a su amo Juder con sus dos hermanos!’ Pero contestó el gran visir: ‘¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo guerrero ninguno e ir en su busca completamente solo y sin armas!’

El rey dijo: ‘¡Ve, y haz lo que te parezca mejor!’

Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se puso en la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de Juder, pasando las cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le acercó sonriendo, se sentó en el suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: ‘¡La zalema sea con vos!’ El otro contestó: ‘¡Sea contigo la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?’ Cuando el gran visir hubo oído lo de ‘ser humano’, comprendió que el eunuco era un genni entre los genn, y tembló de espanto. Luego le preguntó humildemente: ‘¿Está tu amo, el señor Juder?’ El otro contestó: ‘¡Sí, está en el palacio!’ El visir añadió: ‘¡Ya sidi! te ruego que vayas a buscarle y a decirle: ‘¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da un festín en tu honor. ¡Y él mismo te transmite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su hospitalidad!’

Trueno contestó: ‘¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima octogésima cuarta noche

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Valram

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