miércoles, 16 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima noche

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Y cuando llegó la 940ª noche

Ella dijo:

‘...Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya nada para ti, y tú no eres ya nada para mí!’ Y tras de hablar así, acabó de envolverse en sus velos, y me arrastró, a pesar de mi nariz, a casa del kadí. Y cuando estuvimos en su presencia, le dijo: ‘¡Oh mi señor kadí! tu servidora está unida en legítimo matrimonio con este hombre abyecto que se halla ante ti. Y antes de nuestro matrimonio, le impuse tres condiciones esenciales que ha aceptado él durante cierto tiempo; pero hoy acaba de infringirlas. Así, pues, como tengo derecho a ello, quiero cesar de ser su esposa a partir de este momento; y vengo a pedirte el divorcio y a reclamar mi equipo y la pensión’. Y el kadí quiso conocer las condiciones. Y ella se las detalló, añadiendo: ‘Pero este hijo de ahorcado se ha sentado en una silla, ha comido una sandía y ha tomado haschisch’. Y probó su aserto conmigo, que no me atrevía a negar la evidencia, y me limitaba a bajar la cabeza confuso.

Entonces el kadí, que tenía buenos sentimientos y se apiadaba de mi estado, dijo a mi esposa, antes de pronunciar sentencia: ‘¡Oh hija de gentes de bien! indudablemente, estás en tu derecho; pero debes ser misericordiosa’. Y como ella se sublevaba y escandalizaba y no quería escuchar ni oír nada, el kadí y todos los presentes se pusieron a rogarle con insistencia que me perdonara por aquella vez. Y como seguía siempre inexorable, acabaron por rogarle sencillamente que suspendiera su demanda de divorcio para tomarse tiempo de reflexionar acerca de si, en vista de la unanimidad de los ruegos, no sería más razonable aplazar por el momento su pretensión, sin perjuicio de llevarla a cabo otra vez en caso de necesidad. Entonces mi esposa acabó por decir de mala gana: ‘Bueno, consiento en reconciliarme con él; pero con la condición expresa de que el señor kadí halle respuesta a la pregunta que yo le haga’.

Y el kadí dijo: ‘Con mucho gusto. Haz la pregunta, ¡oh mujer!’ Y ella dijo:

‘Primero soy un hueso; luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy?’. Y el kadí bajó la cabeza para meditar. Pero por más que reflexionó acariciándose la barba, no dio con ello. Y acabó por encararse con mi esposa, y le dijo: ‘¡Ualahí! hoy no puedo encontrar la solución de ese problema, porque estoy fatigado de mi larga sesión de justicia. Pero te ruego que vengas aquí mañana por la mañana, y ya te contestaré, habiendo tenido tiempo para consultar mis libros de jurisprudencia’.

A continuación levantó la sesión de justicia, y se retiró a su casa. Y tan preocupado le tenía el problema consabido, que ni siquiera pensó en probar la comida que acababa de servirle su hija, una joven de catorce años y medio. Y dominado por su obsesión, se repetía a media voz: ‘Primero soy un hueso; luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy? Vaya, ¡ualahí! ¿Quién soy? Sí, ¿quién es? ¿Qué será?’ Y revolvió todos sus libros de jurisprudencia, y obras de medicina, y gramática, y tratados científicos, y en ninguna parte pudo encontrar la solución de aquel problema, ni la menor cosa que de cerca o de lejos lograra resolverlo o encaminara a su explicación. Así es que acabó por exclamar: ‘¡No, por Alah, renuncio a ello! jamás me ilustrará sobre el particular ninguna obra’.

Y su hija, que le observaba y notaba su preocupación, le oyó pronunciar estas últimas palabras, y le dijo: ‘¡Oh padre! me parece que estás preocupado y atareado.

¿Qué te ocurre, ¡por Alah sobre ti!? ¿Y cuál es el motivo de su atareamiento y de tus preocupaciones?’

Y contestó él: ‘¡Oh hija mía! se trata de una cosa inexplicable, de un asunto sin resolver’. Ella dijo: ‘Explícamelo no obstante. Nada hay oculto para la ciencia del Altísimo’. Entonces decidióse él a contárselo todo y a exponerle el problema que le había propuesto mi joven esposa. Y ella se echó a reír, y dijo: ‘¡Maschalah! ¿Es ese el problema insoluble? Pero ¡oh padre! si es tan sencillo como el curso del agua corriente. En efecto, la solución está clara, y se reduce a esto: por el vigor, la dureza y la resistencia, el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es comparable a un hueso; de treinta y cinco a sesenta, a un nervio; y después de los sesenta, no es más que una piltrafa de carne sin propiedad alguna’.

Al oír estas palabras de su hija, el kadí se dilató y se esponjó, y dijo: ‘¡Loores a Alah, dispensador de la inteligencia. Tú salvas mi honor, ¡oh hija bendita! e impides que se deshaga un buen matrimonio’. Y apenas fue de día, se levantó en el límite de la impaciencia, y corrió a la casa de las leyes, donde presidía la sesión de justicia, y tras de una larga espera, por fin vio entrar a la mujer a quien esperaba, o sea a mi esposa, y al esclavo que tienes delante, o sea yo mismo. Y después de las zalemas por una y otra parte, mi esposa dijo al kadí: ‘¡Ya sidi! ¿Te acuerdas de mi pregunta, y has resuelto el problema?’ Y contestó él: ‘¡El hamdú lilah! ¡Loor a Alah, que me ha iluminado! ¡Oh hija de gentes de bien! podías haberme hecho una pregunta un poco más difícil, porque ésa está resuelta sin dificultad. Y todo el mundo sabe que el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es parecido a un hueso; de treinta y cinco a sesenta, se torna semejante a un nervio; y después de los sesenta, no es más que un pedazo de carne sin consecuencia’.

Pero mi esposa, que conocía muy bien a la joven y estaba enterada de cuánta era su inteligencia, adivinó lo que había pasado, y dijo al kadí con cierta burla: ‘No tiene más que catorce años y medio tu hija; pero su cabeza tiene el doble o más.

¡Enhorabuena, enhorabuena! ¿A dónde irá a parar si sigue así? ¡Ualahí, muchas mujeres profesionales no sabrían tanto! Tiene una disposición excelente para las ciencias, y está asegurado su porvenir’.

Y a continuación me hizo seña de que abandonara la sala de las sesiones de justicia, dejando al kadí pasmado, absorto y cubierto de confusión, en presencia de toda la concurrencia, hasta el fin de sus días’.

Y tras de hablar así, el segundo capitán de policía se retiró a su fila. Y el sultán Baibars le dijo: ‘Los misterios de Alah son insondables. ¡Esa historia es una historia asombrosa!’. Entonces avanzó el tercer capitán de policía, que se llamaba Ezz Al- Din, y después de besar la tierra entre las manos de Baibars, dijo: ‘En cuanto a mí, ¡oh rey del tiempo! en el transcurso de mi vida no me ha ocurrido nada saliente que merezca llegar a oídos de Tu Alteza. Pero, si me lo permites, te contaré una historia que, por muy impersonal que sea, no es menos atrayente y prodigiosa. Pero hela aquí:

Historia contada por el tercer capitán de policía

‘Has de saber ¡oh nuestro señor sultán! que la madre de tu esclavo sabía una porción de cuentos de las edades antiguas. Y entre otras historias que le oí, me contó un día ésta:

Había una vez en una comarca cercana al mar salado, un pescador que estaba casado con una mujer muy hermosa. Y esta hermosura le hacía dichoso; y también él la hacía dichosa a ella. Y el tal pescador bajaba todos los días a pescar, y vendía el pescado, cuya venta le producía lo justo para mantenerse ambos. Pero un día cayó enfermo, y transcurrió la jornada sin que tuviesen qué comer. Así es que al día siguiente le dijo su esposa: ‘¡Bueno! ¿No vas a ir hoy de pesca? Entonces ¿de qué vamos a vivir? Anda, no hagas más que levantarte; y como estás cansado, yo llevaré en lugar tuyo la red de pescar y el cesto. Y en ese caso, aunque no cojamos más que dos peces, los venderemos y tendremos cena’. Y el pescador dijo: ‘¡Está bien!’. Y se levantó, y su mujer echó a andar detrás de él con el cesto y la red de pescar. Y llegaron a la orilla del mar, a un paraje abundante en pescado, que estaba al pie del palacio del sultán.

Y he aquí que aquel día precisamente el sultán estaba asomado a la ventana y miraba al mar. Y divisó a la hermosa mujer del pescador, y recreó en ella sus ojos, y se enamoró de ella en el mismo momento. Y en el acto llamó a su gran visir, y le dijo:

‘¡Oh visir mío! acabo de ver a la mujer de ese pescador que está ahí, y estoy prendado de ella apasionadamente, porque es hermosa y no tiene quien la iguale de cerca ni de lejos en mi palacio’. Y el visir contestó: ‘Se trata de un asunto delicado, ¡oh rey del tiempo! ¿Qué vamos a hacer, pues?’ Y el sultán contestó: ‘No hay que vacilar; es preciso que hagas prender al pescador por los guardias de palacio, y que le mates. Entonces yo me casaré con su mujer’.

Y el visir, que era hombre juicioso, le dijo: ‘No es lícito que le mates sin delito por parte suya, pues la gente hablará mal de ti. Se dirá, por ejemplo: ‘El sultán ha matado a ese pobre pescador a causa de su mujer’. Y el rey contestó al visir: ‘¡Es verdad, ualahí! ¿Qué tengo que hacer, pues, para satisfacer mi deseo con esa hermosa sin par?’ Y el visir dijo: ‘Puedes conseguir tu propósito por medios lícitos. Ya sabes, en efecto, que la sala de audiencias del palacio tiene una fanega de larga y una fanega de ancha. Por tanto, vamos a hacer venir al pescador a la sala, y yo le diré: ‘Nuestro señor el sultán quiere poner una alfombra en esta sala. Y la alfombra ha de ser de una pieza. Si no la traes te mataremos’. De esta manera, su muerte tendrá un motivo. Y no se dirá que fue por culpa de una mujer’. Y el sultán contestó:

‘Bueno’.

Entonces el visir se levantó y envió a buscar al pescador. Y cuando llegó éste, le cogió y le llevó a la sala consabida, en presencia del sultán, y le dijo: ‘¡Oh pescador! nuestro amo el rey quiere que le pongas en esta sala, de una fanega de larga y otro tanto de ancha, una alfombra que sea de una pieza. Para ello te da un plazo de tres días, al cabo de los cuales, si no traes la alfombra, te achicharrará al fuego. Extiende, pues, un contrato en este papel, y formalízalo con tu sello’.

Al oír estas palabras del visir, el pescador contestó: ‘Está bien. Pero ¿acaso soy yo un vendedor de alfombras? Soy un vendedor de peces. Pídeme peces de todos los colores y de diferentes variedades, y te los traeré. Pero, lo que es las alfombras, no me conocen, ¡por Alah! y yo no las conozco a ellas, y ni siquiera conozco su olor ni su color. Respecto a los peces, me comprometeré, y sellaré el contrato’.

Pero el visir contestó: ‘Es inútil que argumentes con palabras ociosas. Lo ha ordenado el rey’. Y dijo el pescador: ‘Así, ¡por Alah! puedes exigirme cien sellos, y no un sello, desde el momento en que se me toma por proveedor de alfombras’. Y golpeó sus manos una contra otra, y salió del palacio, y se marchó en pos de su mujer, muy enfadado.

Y al verle de aquel modo, su mujer se preguntó: ‘Por qué estás enfadado’. El contestó: ‘Calla. Y sin hablar más, levántate y recoge la poca ropa que poseemos, y huyamos de este país’. Ella preguntó: ‘¿Por qué?’ El contestó: ‘Porque el rey quiere matarme dentro de tres días’. Ella dijo: ‘Pero ¿por qué?’ El contestó: ‘¡Quiere de mí una alfombra de una fanega de larga y de una fanega de ancha para la sala de su palacio!’ Ella preguntó: ‘¿No es nada más que eso?’ El contestó: ‘Nada más’. Ella dijo: ‘Está bien. Duerme tranquilo, que mañana yo te traeré la alfombra consabida, y la extenderás en la sala del rey’. Entonces dijo él: ‘¡No me faltaba más que eso!

Buenos estamos ahora. ¿Te has vuelto tan loca como el visir, ¡oh mujer! o acaso somos mercaderes de alfombras?’ Pero ella contestó: ‘¿Quieres ahora mismo la alfombra? Porque te indicaré el sitio donde puedes encontrarla y traerla aquí’. El dijo: ‘Sí, prefiero que lo hagas en seguida para estar seguro. De ese modo podré dormir tranquilo’. Ella dijo: ‘Siendo así, ¡oh hombre! yalah, levántate y ve a tal paraje, cercano a los jardines. Allí encontrarás un árbol torcido, debajo del cual hay un pozo. Y te inclinarás sobre ese pozo y mirarás adentro, y gritarás: ‘Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, y te encarga que me entregues para que yo se lo dé, el huso que ayer dejó olvidado en tu casa con las prisas por volver a la suya antes de que se hiciese de noche, porque queremos amueblar y alfombrar una habitación por medio de ese huso’. Y el pescador dijo a su mujer: ‘Está bien’.

Sin tardanza fue Pues al pozo consabido que estaba debajo del árbol torcido, miró al fondo, y gritó: ‘Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, te encarga que me entregues el huso que dejó olvidado en tu casa, porque queremos amueblar una habitación por medio de ese huso’.

Entonces la que estaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- le contestó, diciendo:

‘¿Acaso puedo rehusar algo a mi querida amiga? ¡Toma, aquí tienes el huso! y ve a amueblar y alfombrar la habitación a tu gusto, valiéndote de él. Luego me lo traerás aquí’. El dijo: ‘Está bien’. Y cogió el huso que vio salir del pozo, se lo echó al bolsillo, y tomó el camino de su casa, diciéndose: ‘Esa mujer me ha vuelto tan loco como ella’. Y continuó su camino, y llegó al lado de su mujer, y le dijo: ‘¡Oh hija del tío!

¡Aquí traigo el huso!’

Ella le dijo: Está bien. Vete ahora a buscar al visir que quiere tu muerte, Y dile:

‘¡Dame un clavo grande!’ Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás a él el hilo de este huso, ¡y extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!’ Y el pescador prorrumpió en exclamaciones, diciendo: ‘¡Oh mujer! ¿Quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi razón y se burlen de mí, tomándome por loco? ¿Acaso hay dentro de este huso una alfombra de una fanega?’ Ella le dijo, enfadada: ‘¿Quieres marcharte cuanto antes, o no quieres? Calla, ¡oh hombre! y limítate a hacer lo que te he dicho’. Y el pescador fue a palacio, con el huso, diciéndose: ‘No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnisciente.

¡Ha llegado ¡oh pobre! el último día de tu vida...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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