miércoles, 17 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima quincuagésima octava noche

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Y cuando llegó la 558ª noche

Ella dijo:

‘¡...Y no le perdonéis!’ Y al punto los servidores le derribaron a palos, y no cesaron de golpearle hasta que rodó por los escalones de la tienda. Y el judío les dijo: ‘¡Dejadle levantarse ahora!’ Y Califa se irguió sobre sus pies, a pesar de los golpes recibidos, ¡como si no hubiese sentido nada!

Y el judío le preguntó: ‘¿Quieres decirme ahora el precio que pretendes recibir por tu pez?

¡Estoy dispuesto a dártelo para acabar ya! ¡Y medita acerca del trato nada envidiable que acabas de sufrir!’

Pero Califa se echó a reír, y contestó: ‘¡No tengas ningún temor por mí ¡oh amo mío! en cuanto a los palos, porque puedo soportar tantos golpes como granos de cebada podrían comerse diez asnos a la vez! ¡No me han impresionado lo más mínimo!’ Y el judío también se echó a reír de estas palabras, y le dijo: ‘¡Por Alah sobre ti, dime lo que deseas, y te juro por la verdad de mi fe que te lo concederé!’

Entonces contestó Califa: ‘¡Ya te lo he dicho! ¡Por este pez pido dos palabras solamente! ¡Y no vayas a creerte de nuevo que se trata de pronunciar nuestro acto de fe musulmán! Porque, por Alah, ¡oh judío, si te haces musulmán, tu islamismo no tendrá nunca ventaja para los musulmanes y ninguna desventaja para los judíos; y si, por el contrario, te obstinas en permanecer en tu fe impía y en tu error de descreído, tu descreimiento no tendrá ninguna desventaja para los judíos!

¡Las dos palabras que te pido no tienen nada que ver con eso! Deseo que te levantes sobre ambos pies y digas: ‘Sed testigos de mis palabras, ¡oh habitantes del zoco, oh mercaderes de buena fe! ¡Por voluntad propia consiento en cambiar mi mono por el mono de Califa, y en trocar mi suerte y mi sino de este mundo por su suerte y su sino, y mi dicha por su dicha!’

Al oír este discurso del pescador, le dijo el judío: ‘¡Si se reduce a eso tu demanda, la cosa es fácil para mí!’ Y en aquella hora y en aquel instante, se irguió sobre ambos pies y dijo las palabras que le había pedido Califa el pescador. Tras de lo cual se encaró con él y le preguntó: ‘¿Tienes que hacer algo más en mi casa?’ Califa contestó: ‘¡No!’

El judío le dijo: ‘¡Entonces, vete tranquilo!’ Y sin más tardanza, se levantó Califa, cogió su cesto vacío y sus redes y volvió a la ribera.

Entonces, confiando en la promesa del mono de los ojos hermosos, arrojó sus redes al agua, las sacó luego, aunque con grandes dificultades, pues pesaban mucho, y las encontró llenas de peces de todas las especies. Y al punto pasó por junto a él una mujer que llevaba en equilibrio sobre su cabeza una bandeja, y que le pidió un dinar de pescado; y se lo vendió él. Y también acertó a pasar por allí un esclavo, que le tomó otro dinar de pescado. ¡Y así sucesivamente, hasta que hubo vendido aquel día por valor de cien dinares! Triunfante entonces en el límite del triunfo, cogió sus cien dinares, y entró en el miserable albergue donde vivía, cerca del mercado de pescado.

Y cuando llegó la noche, se sintió él muy inquieto por todo aquel dinero que poseía, y dijo para sí antes de echarse a dormir en su estera: ‘¡Oh Califa! todo el mundo en el barrio sabe que eres un pobre hombre, un desgraciado pescador que no tiene nada entre las manos! ¡Pero hete aquí ahora convertido en poseedor de cien dinares de oro! Y va a saberlo la gente, y también acabará por saberlo el califa Harún Al-Raschid, y un día que ande escaso de dinero, enviará a tu casa los guardias, para decirte: ‘Tengo necesidad de tanto dinero, y he sabido que tenías en tu casa cien dinares. ¡Y vengo a que me los prestes!’ Entonces yo tomaré una actitud muy lamentable, y me quejaré golpeándome el rostro, y contestaré: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Soy un pobre que no tiene nada! ¿Cómo iba yo a tener suma tan fabulosa? ¡Por Alah! ¡Que quien te lo contó es un insigne embustero! ¡Jamás tuve, ni tendré, semejante suma!’ Entonces, para sacarme mi dinero y hacerme declarar el sitio en que lo he ocultado, me entregará al jefe de policía Áhmad- la-Tiña, que mandará que me desnuden y me den una paliza hasta que declare y le entregue los cien dinares. ¡Pero ahora pienso que lo mejor que puedo hacer para salir de este atolladero es no declarar! ¡Y para no declarar, es preciso que acostumbre mi piel a los golpes, aunque ¡loado sea Alah! está ya bastante curtida! ¡Pero es necesario que lo esté del todo, no vaya a ser que mi delicadeza nativa no resista a los golpes y me obligue a hacer lo que no desea mi alma!’

Tras de pensar así, Califa no dudó ya más, y puso en ejecución el proyecto que le sugería su alma de tragador de haschich. Se levantó, pues, al instante, se quedó completamente desnudo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima quincuagésima novena noche

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Valram

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