lunes, 16 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 465ª noche

Ella dijo.

‘¡...En cuanto a Mahmud-el-Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en la familia!’

Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo: ‘¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!’ Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.

Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.

Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.

Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rio, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.

Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle sus felicitaciones, le dijo: ‘¡Ya Alí! ¡He aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!’ Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.

Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos. Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el califa. Y se vio la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.

Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: ‘¿De quién es esta cabeza?’ Y contestó Azogue: ‘¡Del mayor de tus enemigos!, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!’ Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.

Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: ‘¡Vivan los bravos como tú!, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna cosa más!’ Azogue contestó: ‘¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!’ Y contestó el califa: ‘¡Ya puedes hacerlo!’ Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino para que a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).

¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fue a visitarles la Destructora de Alegrías y la Separadora de los Amigos!

¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la- Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!) es más sabio y más penetrante!

Luego añadió Schehrazada: ‘No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más verídica que la de Juder el Pescador y sus hermanos’. Y en seguida contó:

Historia de Juder el Pescador o el saco encantado

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mercader llamado Omar, que tenía una posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más pequeño se llamaba Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería a Juder mucho más que a sus hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la envidia y detestaron a Juder. Así es que, cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos mayores tenían al hermano, temió que a su muerte hiciesen sufrir a Juder. Congregó, pues, a los miembros de su familia y a algunos hombres de ciencia, así como a diversas personas que por orden del kadí se ocupaban de las sucesiones, y les dijo: ‘¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!’ Y cuando se lo llevaron todo, dijo: ‘¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la ley!’ Y lo dividieron en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí la cuarta parte, y dijo: ‘Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que reclamarme ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuanto a la cuarta parte que me reservé, será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus necesidades!’

Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no quisieron contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le había tocado, diciéndole: ‘¡La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima sexta noche

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Valram

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