miércoles, 16 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima quinta noche

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Y cuando llegó la 495ª noche

Ella dijo:

El rey, lleno de entusiasmo, exclamó: ‘Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien!’ Y con sus propias manos le puso un ropón de honor que no tenía igual, y le dijo: ‘¡Se te concederá cuanto quieras, y aún más! ¡Pero date prisa a construir un hammam, porque es grande mi impaciencia por verlo y disfrutarlo!’

Y le hizo don de un caballo magnífico, de dos negros, de dos mozos jóvenes, de cuatro adolescentes y de una casa espléndida. Y le trató más generosamente todavía que al tintorero, y puso a su disposición los mejores arquitectos, diciéndoles: ‘¡Es preciso que construyáis un hammam en el sitio que él mismo escoja!’ Y Abu-Sir se puso al frente de los arquitectos, y recorrió con ellos toda la ciudad y acabó por encontrar un sitio que le pareció conveniente, dando orden de que levantaran el hammam allí. Y conforme a sus indicaciones, los arquitectos levantaron un hammam que no tenía par en el mundo, y lo adornaron con dibujos entrelazados y con mármoles de diversos colores y con un decorado extraordinario que arrebataba la razón. Y todo se hacía según las instrucciones de Abu-Sir. Y cuando se acabó la construcción, Abu-Sir hizo que pusieran en medio una gran piscina de alabastro transparente y otras dos de mármol precioso. Luego fue a buscar al rey, y le dijo: ‘¡Ya está preparado el hammam, pero me faltan aún los accesorios y utensilios!’ Y el rey le dio diez mil dinares, apresurándose el barbero a emplearlos en comprar los diversos utensilios, tales como toallas de lino y de seda, esencias preciosas, perfumes, incienso y lo demás. Y puso cada cosa en su sitio, y no regateó nada para que hubiese profusión de todo. Después pidió al rey diez ayudantes vigorosos para que le auxiliaran en su trabajo; y al instante le dio el rey veinte mozos jóvenes, bien formados y hermosos como lunas, a los cuales se apresuró Abu-Sir a iniciar en el arte del masaje y del lavatorio, dándoles masajes y lavándoles, y haciéndoles que repitieran con él mismo las diferentes experiencias. Y cuando estuvieron duchos en tal arte, fijó él por fin el día de la inauguración del hammam y se lo avisó al rey.

Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y perfumes en los pebeteros, y dejaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto. ¡En cuanto al gran salto de agua de la piscina central, era una maravilla incomparable y que sin duda había de producir un éxtasis en los espíritus! Y reinaba allá dentro en todo una limpieza y una frescura que desafiarían al candor del lirio y los jazmines.

Así es que cuando el rey, acompañado por sus visires y emires, franqueó la puerta principal del hammam, quedó agradablemente impresionado por ojos y nariz y oídos con el decorado encantador de aquel recinto, y los perfumes y la música del agua en los pilones de las fuentes. Y preguntó, muy maravillado: ‘¿Pero qué es esto?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Esto es el hammam! ¡Pero no has visto más que la entrada!’ E hizo penetrar al rey en la primera sala y le hizo subir al estrado, donde le desnudó y le envolvió en toallas desde la cabeza hasta los pies, y le calzó altos zuecos de madera, y le introdujo en la segunda sala, donde le hizo sudar copiosamente. Entonces, ayudado por mozos jóvenes, le frotó las extremidades, valiéndose de guantes de crin, y le sacó, en forma de largos filamentos parecidos a gusanos, toda la suciedad interior acumulada en los poros de la piel; y se los mostró al rey, que hubo de asombrarse prodigiosamente. Luego le lavó con mucha agua y mucho jabón, y le hizo bajar después a la bañera de mármol llena de agua perfumada con esencia de rosas, donde le dejó algún tiempo para hacerle salir más tarde y lavarle la cabeza con agua de rosas y esencias preciosas. Luego le tiñó con henné las uñas de manos y pies, dándoles un color de aurora. Y mientras se efectuaban estos preparativos, ardían a su alrededor áloe y nad aromático, penetrándole con su suavidad.

Terminado aquello, el rey se sintió ligero como un pájaro y respiró con todos los abanicos de su corazón; y se le había puesto el cuerpo tan liso y tan firme, que al tocarlo con la mano producía un sonido armónico. ¡Pero cuál no fue su delicia cuando aquellos mozos jóvenes se pusieron a darle masaje en las extremidades con una dulzura y un ritmo tales, que le parecía que habíase convertido en laúd o en guitarra! Y sentía que le animaba un vigor sin igual, hasta el extremo de que estuvo a punto de rugir como un león. Y exclamó: ‘¡Por Alah, que en mi vida me noté más vigoroso! ¿Y es esto el hammam, ¡oh maestro barbero!?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Esto mismo es!, ¡oh rey del tiempo!’ El rey dijo: ‘¡Por mi cabeza, que mi ciudad no fue una ciudad hasta después de la construcción de este hammam!’ Y cuando subió al estrado para beber los sorbetes preparados con nieve machacada, luego que le secaron con toallas impregnadas de almizcle, preguntó a Abu-Sir...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima sexta noche

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Valram

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