domingo, 4 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 604ª noche

Ella dijo:

‘¡...Sí! ¡Date prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a fin de que la distraiga con sus cantos y sus trinos!’

Entonces el gigante apresuróse a meter a Hassán en una jaula con dos grandes recipientes, uno para la comida y otro para el agua. Y también le puso dos cañas para que pudiera saltar y cantar a su antojo; y le llevó a la habitación de la hija del rey, y le colgó a su cabecera.

Cuando la hija del rey vio a Hassán, quedó encantada de su figura y de sus lindas formas, y se puso a hacerle mil caricias y a mimarle de mil modos. Y le hablaba con una voz muy dulce para domesticarle, aunque Hassán no entendía su lenguaje para nada. Pero, como veía que ella no le quería mal, trató de enternecerla con su destino, llorando y gimiendo. Y la princesa tomaba siempre sus gemidos y suspiros por cánticos armoniosos; y con ello experimentaba un placer extremado. Y acabó por sentir una inclinación extraordinaria hacia él; y no podía pasarse sin él a ninguna hora del día ni de la noche. Y al acercársele, sentía que todo su ser se impresionaba; y no comprendía qué manifestaciones pudieran hacerse con un pájaro tan pequeño. Y con frecuencia le hacía señas y le hablaba por gestos; pero tampoco la entendía él, y estaba muy lejos de adivinar todo el provecho que podría sacarse de una joven tan agraciada, aunque fuese giganta.

Pero un día la hija del rey sacó a Hassán de la jaula para limpiarla y cambiarle de ropa. Y cuando le hubo desnudado, vio ¡oh prodigioso descubrimiento! que no estaba del todo desprovisto de lo que tenían los gigantes de su padre, por más que, en proporción, fuese aquello extremadamente diminuto. Y pensó: ‘¡Por Alah, que es la primera vez que veo un pájaro con estas cosas!’ Y empezó a manosear a Hassán, y a darle vueltas y más vueltas en todos sentidos, maravillándose de lo que por instantes iba descubriendo en él. Y en sus manos Hassán parecía exactamente un gorrión entre las manos del cazador. Y al ver que entre sus manos el cohombro se convertía en calabacino, la joven giganta se echó a reír de tal manera, que se cayó de lado. Y exclamó: ‘¡Qué pájaro más asombroso! ¡Canta como los pájaros, y se porta con las mujeres tan cumplidamente como los hombres gigantes!’

Y como quería devolverle cumplimiento por cumplimiento, lo oprimió contra ella, y se puso a acariciarle por todas partes, cual si fuese un hombre de veras, haciéndole mil proposiciones, aunque no con palabras, pues un pájaro no podría entenderlas, sino con gestos y hechos, de modo que el pájaro hubo de portarse con ella absolutamente como un gorrión con su gorriona. ¡Y desde aquel momento Hassán se convirtió en el gorrión de la hija del rey!

¡Pero, a pesar de verse agasajado y mimado y acariciado cual un pájaro, y a despecho de lo que experimentaba entre las suntuosidades de la gigantesca hija del rey, y de lo que él le hacía sentir a su vez a ella, y no obstante todo el bienestar con que vivía en su jaula, donde la princesa le encerraba cada vez que había concluido su cosa con él, estaba lejos de olvidar a su esposa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán, y a las islas Wak-Wak, término de su viaje de las cuales sabía que no se encontraba muy distanciado! Y para salir de su apuro, de buena gana hubiera hecho uso del tambor mágico y del mechón de pelos; pero, al cambiarle de ropa, la hija del rey de los gigantes le había dejado sin los objetos preciosos; y por más que los reclamaba por señas y con todos los gestos que se hacen en árabe, no comprendía ella lo que él le pedía, y siempre creía que deseaba la copulación. Con lo cual, cada vez que pedía el tambor, se le respondía con una copulación, y cada vez que reclamaba el mechón de pelos, tenía que efectuar una copulación; sucedió aquello tantas y tantas veces, en verdad, que al cabo de algunos días se quedó el joven en un estado a ningún otro parecido, y ya no se atrevía a hacer un gesto ni la menor seña por temor a la respuesta en acción de la terrible giganta.

¡Eso fue todo!

Y la situación de Hassán no cambiaba; y él se desmejoraba y palidecía en su jaula, sin saber qué partido tomar, cuando un día la giganta, después de caricias más multiplicadas que de ordinario, se adormeció teniéndole oprimido contra ella, y le dejó escaparse. Y al punto precipitóse Hassán al cofre donde estaban sus antiguos efectos, y cogió el mechón de barba, del que hubo de quemar algunos pelos, llamando con el pensamiento al jeique Alí Padre de-las-Plumas. Y he aquí que...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quinta noche

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Valram

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