lunes, 16 de marzo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima decimonona noche

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Pero cuando llegó la 219ª noche

Ella dijo:

… Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.

‘Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ébano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir.’

Este consejo fue seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: ‘Este talismán milagroso, no está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera. ¡Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!’ Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fue aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluida tal tarea, rogó a su anciano amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el viejo desempeñó enseguida el encargo, y regresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.

A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento. Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.

El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: ‘¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!’ Luego, el capitán que había acompañado a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: ‘¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos a la vela enseguida!’

Y cogieron los tarros y se fueron...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y como discreta, se calló.”

Continuará: La ducentésima vigésima noche

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Valram

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