sábado, 29 de noviembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima séptima noche

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Y cuando llegó la 107ª noche

Ella dijo:

El rey Daul'makán dijo, pues, al visir Dandán: ‘¡Oh mi visir! he aquí que la noche tiende sobre nosotros su amplio ropaje y su cabellera, y sólo aguardamos para nuestro deleite la historia entre las historias que nos has prometido’. Y el visir Dandán contestó: ‘¡De todo corazón, y como homenaje debido! Pues sabe, ¡oh rey afortunado! que la historia que voy a contarte sobre Aziz y Aziza, y sobre todas las cosas que les sucedieron, es una historia hecha para disipar todos los pesares del corazón, y para consolar de un luto, aunque fuera más grande que el de Yacub. Hela aquí:

Historia de Aziz y Aziza y del hermoso príncipe Diadema

‘Había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y del momento una ciudad entre las ciudades de Persia, detrás de las montañas de Ispahán. Y el nombre de esta ciudad era la Ciudad Verde. El rey de esta ciudad se llamaba Soleimán-Schah. Estaba dotado de grandes cualidades de justicia, de generosidad, de prudencia y de saber. Así es que desde todas las comarcas afluían viajeros a su ciudad, pues su fama se había extendido mucho e inspiraba confianza a las caravanas y los mercaderes.

Y el rey Soleimán-Schah siguió gobernando de este modo, rodeado de prosperidades y del afecto de todo su pueblo. Pero sólo faltaba a su dicha una mujer que le diera hijos, pues era soltero.

Y el rey Soleimán-Schah tenía un visir que se le parecía mucho, por su liberalidad y por la bondad de su corazón. Y un día en que su soledad se le hacía más pesada que de costumbre, mandó llamar el rey a su visir, y le dijo: ‘¡Oh mi visir!, he aquí que se agota mi paciencia, y mis fuerzas disminuyen, y como siga así, no me quedará más que el pellejo sobre los huesos. Porque veo ahora que el celibato no es un estado natural, sobre todo para los reyes que han de transmitir un trono a sus descendientes. Además, nuestro bendito Profeta, ¡sean con él la plegaria y la paz! ha dicho: ‘¡Copulad y multiplicad vuestros descendientes, porque vuestro número ha de glorificarme ante todas las razas el día de la Resurrección! Aconséjame, pues, ¡oh mi visir! y dime tu parecer’.

Entonces el visir dijo: ‘Verdaderamente, ¡oh rey!, ésta es una cuestión muy difícil, y de una delicadeza extraordinaria. Trataré de satisfacerte, sin salirme de la vía prescrita. Sabe, pues, ¡oh rey! que no sería de mi gusto que una esclava desconocida llegase a ser tu esposa, porque ¿cómo podrías conocer su origen, la nobleza de sus ascendientes, la pureza de su sangre y los principios de su raza? ¿Y cómo podrías conservar intacta la unidad de sangre de sus propios antecesores? ¿No sabes que el hijo que nazca de tal unión sería un bastardo lleno de vicios, embustero, sanguinario y maldito por Alah, a causa de sus abominaciones futuras? Sería como la planta que crece en terreno pantanoso, y que cae podrida antes de llegar a su total crecimiento. Así es que no esperes de tu visir el servicio de comprarte una esclava, aunque fuese la joven más hermosa de la tierra; pues no quiero ser origen de desgracia, ni soportar el peso de los pecados, cuyo instigador sería este servidor tuyo. Pero si quieres hacer caso a mis barbas, sabe que mi opinión es que escojas, entre las hijas de los reyes, una esposa cuya genealogía sea conocida y cuya belleza se presente como modelo ante todas las mujeres’.

Entonces el rey Soleiman-Schah exclamó: ‘¡Oh mi visir! ¡Si logras encontrar semejante mujer, estoy dispuesto a tomarla por esposa legítima, a fin de atraer sobre mi raza las bendiciones del Altísimo!’ Al oírlo dijo el visir: ‘El asunto está ya arreglado, gracias a Alah’. Y el rey exclamó: ‘¿Cómo es eso?’ Y prosiguió el visir: ‘Sabe, ¡oh rey! que mi esposa me ha dicho que el rey Zhar-Schah, señor de la Ciudad Blanca, tiene una hija de belleza tan ejemplar, que supera a todas las palabras, pues mi lengua se haría peluda antes de poderte dar la menor idea de ella’.

Y el rey exclamó: ‘¡Ya Alah!’ Y prosiguió el visir: ‘Porque ¿cómo podría hablarte dignamente de sus ojos, de sus párpados oscuros, de su cabellera, de su talle y de su cintura, tan fina que casi no se ve? ¿Cómo describirte el desarrollo de sus caderas y de lo que las sostiene y redondea? ¡Por Alah! ¡Nadie puede acercársele sin quedarse inmóvil, como nadie puede mirarla sin morir! Y de ella ha dicho el poeta:

¡Oh virgen de vientre de armonía! ¡Tu cintura desafía a las ramas de sauce y a la misma esbeltez de los álamos del paraíso!

¡Tu saliva es miel silvestre! ¡Moja en ella la copa, endulza el vino, y dámelo después. ¡Oh hurí! ¡Pero sobre todo te ruego que abras los labios y regocijes mis ojos con sus perlas!

Oídos estos versos, el rey se estremeció de gusto, y gritó desde el fondo de su garganta: ‘¡Ya Alah!’ Pero el visir prosiguió: ‘Y así ¡oh rey! opino que envíes lo antes posible al rey Zahr-Schah uno de tus emires que sea hombre de tu confianza, dotado de tacto y delicadeza, que conozca el sabor de las palabras antes de pronunciarlas, y cuya experiencia te sea conocida. Y le encargarás que emplee toda su persuasión en lograr que el padre te dé la joven. Y te casarás con ella, para seguir las palabras de nuestro Profeta bendito, ¡sean con él la paz y la plegaria! que dijo:

‘¡Los hombres que se llamen castos deben ser desterrados del Islam! ¡Son unos corruptores! ¡Nada de celibato en el Islam!’

¡Y en verdad, esta princesa es el único partido para ti, porque es la pedrería más hermosa de toda la tierra, aquende y allende!’

Al oír estas palabras, sintió el rey Soleimán-Schah que se le ensanchaba el corazón, y dijo al visir: ‘¿Qué hombre sabrá realizar mejor que tú esa misión tan delicada? Tú serás quien vaya a arreglar eso, tú solo, que estás lleno de sabiduría y cortesía. Levántate, pues, y corre a despedirte de los de tu casa, despacha en seguida los asuntos pendientes, y ve a la Ciudad Blanca a pedir para mí la mano de la hija de Zahr-Schah, pues he aquí que mi corazón y mi juicio están muy atormentados con eso y se preocupan mucho’. El visir contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’

Y se apresuró a despachar lo que tenía que despachar, y a abrazar a aquellos a quienes tenía que abrazar, y se puso a hacer todos los preparativos de la marcha. Llevó toda clase de regalos que pudiesen satisfacer a los reyes: joyas, orfebrería, alfombras de seda, telas preciosas, perfumes, esencia de rosas completamente pura, y todas las cosas ligeras de peso, pero pesadas en cuanto a precio y valor. Llevó también diez hermosos caballos de las razas más puras de Arabia; y muy ricas armas nieladas de oro, con empuñaduras incrustadas de rubíes; y también armaduras ligeras de acero y cotas de malla doradas. Todo esto sin contar unos grandes cajones cargados de cosas suntuosas y también de cosas agradables al paladar, como conservas de rosas, albaricoques laminados en hojas, dulces secos perfumados, pastas de almendras aromadas con benjuí de las islas cálidas, y mil golosinas capaces de disponer favorablemente a las jóvenes. Mandó cargar todos estos cajones en mulos y camellos, y llevó cien mamalik, cien negros jóvenes y cien muchachas, que al regreso formarían el séquito de la novia. Y cuando el visir se puso a la cabeza de la caravana, y se desplegaron las banderas para dar la señal de marcha, se presentó el rey Soleimán para decirle: ‘Cuida de no volver sin la joven, y ven cuanto antes, porque me abraso’.

Y el visir respondió: ‘Escucho y obedezco’. Y partió con toda su caravana, y caminó de día y de noche, atravesando montañas, valles, ríos y torrentes, llanuras desiertas y llanuras fértiles, hasta que estuvo a una jornada de la Ciudad Blanca.

Entonces se detuvo a descansar a orillas de un arroyo, y envió a un correo para que anunciase su llegada al rey Zahr-Schah.

Ahora bien; en el momento en que el correo llegó a las puertas de la ciudad, y cuando iba a penetrar en ella, le vio el rey Zahr-Schah, que tomaba el fresco en uno de sus jardines, le mandó llamar y le preguntó quién era. Y el correo dijo: ‘¡Soy el enviado del visir tal, acampado a orillas de tal río, que viene a visitarte de parte de nuestro rey Soleimán, señor de la Ciudad-Verde y de las montañas de Ispahán!’

Al enterarse de esta noticia, el rey Zahr-Schah quedó en extremo encantado, y mandó ofrecer refrescos al correo del visir, y dio a sus emires la orden de ir al encuentro del gran enviado del rey Soleimán-Schah, cuya soberanía era respetada hasta en los países más remotos, y en el mismo territorio de la Ciudad Blanca. Y el correo besó la tierra entre las manos del rey Zahr-Schah, diciéndole: ‘Mañana llegará el visir. Y ahora, ¡que Alah te siga otorgando sus altos favores, y tenga a tus difuntos padres en su gracia y misericordia!’ Eso en cuanto a éstos.

Pero en cuanto al visir del rey Soleimán, estuvo descansando a orillas del río hasta medianoche. Después se volvió a poner en marcha, y al salir el sol estaba a las puertas de la ciudad.

En ese momento se detuvo un instante para satisfacer una apremiante necesidad. Y cuando hubo terminado, vio venir a su encuentro al gran visir del rey Zahr-Schah con los chambelanes y grandes del reino, y los emires, y los notables. Entonces se apresuró a entregar a uno de sus esclavos el jarro que acababa de usar para hacer sus abluciones, y volvió a subir apresuradamente a caballo. Y habiéndose dirigido unos a otros los saludos acostumbrados, entraron en la Ciudad Blanca. Al llegar frente al palacio del rey, se apeó el visir, y guiado por el gran chambelán penetró en el salón del trono.

En este salón vio un alto y blanco trono de mármol transparente, incrustado de perlas y pedrería, y sostenido por cuatro pies muy elevados, formados cada uno por un colmillo completo de elefante. Encima del trono había un ancho almohadón de raso verde, bordado con lentejuelas doradas y adornado con flecos y borlas de oro. Y encima de este trono había un dosel, que centelleaba con sus incrustaciones de oro, piedras preciosas y marfil. Y en tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta según su costumbre, se calló.”

Continuará: La centésima octava noche

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Valram

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima sexta noche

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Y cuando llegó la 106ª noche

Ella dijo:

Daul'makán avanzó hacia la tumba del príncipe Scharkán, tapizada con telas preciosas de Persia y Cachemira, y delante de todo el ejército vertió abundantes lágrimas, e improvisó estas estrofas en memoria del difunto:

¡Oh Scharkán! ¡Oh hermano mío! he aquí que las lágrimas han escrito en mis mejillas, para todas las miradas que los lean, renglones más dolorosos y más elocuentes que los versos más sentidos, ¡oh hermano!

Detrás de tu féretro, ¡oh Scharkán! marcharon llorando todos los guerreros. Y lanzaban gritos de dolor tan desgarrados como el grito de Muza en el Jabal-Tor.

Y llegamos todos en tu tumba, cuya fosa es más honda en el corazón de tus soldados que en la tierra en que reposas, ¡oh hermano mío!

¡Ay de mí, oh Scharkán! ¿Cómo podía suponer que había de verte bajo el sudario en las parihuelas, y a hombros de los portadores?

¿En dónde estás, astro de Scharkán? ¿En dónde estás, astro querido, cuya claridad deslumbraba a todas las estrellas de los cielos?

¡El abismo infinito de tu tumba! ¡Oh joya preciada! ¡Está iluminado por la claridad que le prestas en el seno de nuestra última madre, hermano mío!

¡Y hasta el sudario que te cubre, los pliegues de tu sudario, tomaron vida al contacto tuyo y se extendieron como alas para cobijarte!

Y recitadas estas estrofas, rompió en llanto el rey, y con él todo el ejército. Entonces avanzó el visir Dandán, se arrojó sobre la tumba, la besó, y con voz ahogada por las lágrimas, recitó estos versos:

Acabas de cambiar sabiamente las cosas perecederas por las inmortales. Seguiste el ejemplo de tus antecesores en la muerte.

Has emprendido el vuelo hacia las alturas, allí donde las rosas forman alfombras perfumadas bajo los pies de las huríes. ¡Ojalá te deleites allí con todas las cosas nuevas!

¡Quiera el Dueño del Trono iluminado reservarte el mejor sitio de su paraíso, y poner al alcance de tus labios los goces reservados a los justos de la tierra!

Y así fue como terminó el luto por Scharkán.

Pero Daul'makán seguía muy triste al verse separado de su hermano, mucho más cuanto que el sitio de Constantinia amenazaba prolongarse. Y un día se confió a su visir, y le dijo: ‘¿Qué haría, ¡oh visir! para olvidar estos pesares que me atormentan, y librarme del aburrimiento que pesa sobre mi alma?’

El visir contestó: ‘¡Oh rey! no conozco más que un remedio para tus males, y es contarte una historia de los tiempos pasados; una historia de los reyes famosos de que hablan las crónicas.

Y la cosa ha de serme muy fácil, pues reinando tu difunto padre el rey Omar Al-Nemán, le distraía por las noches, narrándole cuentos y recitándole versos de nuestros poetas e improvisados por mí. De suerte que esta noche, cuando esté dormido el campamento, te contaré, si Alah lo quiere, una historia que te maravillará, y te hará encontrar extremadamente corto el tiempo del sitio. Puedo anticiparte que se llama la Historia de los dos amantes Aziz y Aziza’.

Al oír estas palabras, el rey Daul-makán sintió que su corazón latía impaciente, y no tuvo otra preocupación que llegara la noche para poder oír el cuento prometido, cuyo solo título le hacía estremecerse de gusto.

Así es que apenas empezó a anochecer, mandó que se encendiesen todas las luces de su tienda, y que trajesen grandes bandejas cargadas de cosas de comer y beber, y pebeteros cargados de incienso, ámbar y aromas. Y reunió allí a los emires Bahramán, Rustem y Turkash y al gran chambelán, esposo de Nozhatú. Y después mandó llamar al visir Dandán, y le dijo: ‘¡Oh mi visir! he aquí que la noche tiende sobre nosotros su amplio ropaje y su cabellera, y sólo aguardamos para nuestro deleite la historia entre las historias que nos ha prometido’.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su relato para el otro día.”

Continuará: La centésima séptima noche

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