martes, 9 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima quincuagésima noche

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Pero cuando llegó la 550ª noche

Ella dijo:

‘...yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche!'; Luego me encaré con mi esclavo, y le dije: ‘¡Ve por agua caliente y esencias!’ Y cuando el esclavo ejecutó mi orden, yo mismo me puse a lavar los pies a mi amiga, y le vertí encima un frasco de esencia de rosas. Tras lo cual la vestí con un hermoso traje de muselina de seda verde, y la hice sentarse al lado mío frente a la bandeja con frutas y bebidas. Y cuando hubo bebido conmigo varias veces en la copa, quise cantar un aire nuevo que había compuesto por complacerla, aunque de ordinario no consiento en cantar más que a fuerza de ruegos y súplicas.

Pero me dijo ella que su alma no tenía ganas de oírme. Y le dije: ‘¡Entonces, ¡oh dueña mía! dígnate cantarnos algo tú!’ Ella contestó: ‘¡No insistas! ¡Porque mi alma no tiene ganas de eso!’ Yo dije: ‘¡Sin embargo, ¡oh ojos míos! la alegría no puede ser completa sin el canto y la música!

¿No es así?’

Ella me dijo: ‘¡Tienes razón! Pero, no sé por qué esta noche sólo tengo ganas de oír cantar a algún hombre del pueblo o a algún mendigo de la calle. ¿Quieres, pues, ir a ver si pasa por tu puerta alguno que pueda satisfacerme?’ Y por no desairarla, y aunque estaba convencido de que en una noche semejante no pasaría nadie por la calle, fui a entreabrir la puerta de mi casa y saqué la cabeza por la abertura. Y con gran sorpresa mía, vi apoyado en su báculo un mendigo viejo que desde la muralla de enfrente decía, hablando consigo mismo: ‘¡Qué estrépito produce esta tempestad! ¡El viento se lleva mi voz, e impide que me oiga la gente! ¡Qué desgracia la del pobre ciego! ¡Si canta, no le escuchan! ¡Y si no canta, se muere de hambre!’ Y habiendo dicho estas palabras, el viejo ciego empezó a tantear el suelo con su báculo, arrimado al muro, para proseguir su camino.

Entonces le dije, asombrado y encantado a la vez por aquel encuentro fortuito: ‘¡Oh tío mío! ¿es que sabes cantar?’ El contestó: ‘Tengo fama de saber cantar’. Y le dije: ‘En ese caso, ¡oh jeique! ¿Quieres acabar tu noche con nosotros y regocijarnos con tu compañía?’

Él me contestó: ‘¡Si lo deseas, cógeme de la mano, porque soy ciego de ambos ojos!’ Y le cogí de la mano, y después de introducirle en la casa cerrando la puerta cuidadosamente, dije a mi amiga: ‘¡Oh dueña mía, te traigo un cantor que además está ciego! Podrá complacernos sin ver lo que hacemos. Y no tendrás que estar incómoda ni que velarte el rostro’. Ella me dijo: ‘¡Date prisa a hacerle entrar!’ Y le hice entrar.

Empecé primero por invitarle a sentarse delante de nosotros, y le convidé a comer algo. Y comió muy delicadamente con la punta de los dedos. Y cuando hubo acabado y se hubo lavado las manos, le presenté las bebidas, y bebióse tres copas llenas, y entonces me preguntó: ‘¿Puedes decirme en casa de quién me encuentro?’ Yo contesté: ‘¡En casa de Ishak, hijo de Ibrahim de Mossul!’ Pero mi nombre no le asombró con exceso; y se limitó a contestarme: ‘¡Ah si, ya he oído hablar de ti! Y me alegro de encontrarme en tu casa’. Yo le dije: ‘¡Oh mi señor, estoy verdaderamente contento de recibirte en mi casa!’

El me dijo: ‘¡Entonces ¡oh Ishak! si quieres, déjame oír tu voz, que dicen que es muy hermosa!

¡Porque el huésped debe comenzar por complacer él primero a sus invitados!’ Y contesté:

‘¡Escucho y obedezco!’ Y como aquello empezaba a divertirme mucho, cogí mi laúd y lo pulsé, cantando todo lo mejor que pude. Y cuando hube acabado el final, matizándolo en extremo, y se dispersaron los últimos sones, el viejo mendigo tuvo una sonrisa irónica, y me dijo: ‘¡En verdad, ¡ya Ishak! que te falta poco para ser un músico perfecto y un cantor consumado!’

Pero al oír esta alabanza, que más bien era una censura, me sentí muy empequeñecido a mis propios ojos, y tiré a un lado mi laúd, con disgusto y desaliento. Sin embargo, como no quería ser desconsiderado con mi huésped, no juzgué oportuno responderle, y no dije ya nada. Entonces me dijo él: ‘¿No canta ni toca nadie? ¿Es que no hay aquí ningún otro?’

Yo dije: ‘Hay también una esclava joven’.

El dijo: ‘¡Ordénala que cante para que yo la oiga!’ Yo dije: ‘¿Por qué ha de cantar, si ya te basta con lo que oíste?’

El dijo: ‘¡Que cante, a pesar de todo!’

Entonces, aunque de muy mala gana, mi amiga la joven cogió el laúd, y después de preludiar diestramente, cantó como mejor supo. Pero el viejo mendigo la interrumpió de pronto, y dijo: ‘¡Todavía tienes mucho que aprender!’ Y mi amiga tiró el laúd lejos de sí furiosa, y quiso levantarse. Y sólo a duras penas conseguí retenerla, echándome a sus pies. Luego me encaré con el mendigo ciego, y le dije: ‘¡Por Alah, oh huésped mío! ¡Nuestra alma no puede dar más que lo suyo! Sin embargo, lo hicimos como mejor sabemos por satisfacerte. ¡Exhibe tú a tu vez, por cortesía, lo que poseas!’ Sonrió él con una boca que llegaba de una oreja a otra, y me dijo:

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima quincuagésima primera noche

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Valram

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