sábado, 22 de agosto de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima septuagésima novena noche

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Y cuando llegó la 379ª noche

Ella dijo:

... la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos a su historia, para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos; y era aquélla historia tan gruesa y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en toda su gloria a la vista del califa.

Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la inspiración en él, que se sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:

¡En el baño vi la plata cándida!...

Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió acabar el poema, sino que ni siquiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba repitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. Entonces se decidió a llamar al poeta Abu-Nowas, y le dijo: ‘Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi la plata cándida!...’ Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del estanque y observado toda la escena consabida, contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Y ante la estupefacción del califa, improvisó enseguida los siguientes versos:

¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!

¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría entre sus dedos juntos!

¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?

El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una significación tan exacta, y le recompensó espléndidamente para demostrarle su satisfacción.

Luego añadió Schehrazada: ‘Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:

Abu-Nowas improvisa

Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la túnica también se escurrió de sus hombros.

Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella esclava; pero se excusó ella diciendo: ‘Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me encontrarás toda perfumada, y embalsamarán la cama mis jazmines!’ Entonces no insistió Al-Raschid y volvió a pasearse.

Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur, que la recordaba su promesa de la víspera, este proverbio:

‘¡El día borra las palabras de la noche!’

En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: ‘Improvisadme al instante cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:

‘¡El día borra las palabras de la noche!’

Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:

¡Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo!: ‘¡El día borra las palabras de la noche!’

Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:

¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su promesa, me responde: ‘¡El día borra las palabras de la noche!’

Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo

¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué encanto tenía su resistencia!

¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la rama de su talle y su pesada grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de sus senos!

¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrirse el velo que ostentaba, y de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!

¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su cáliz una flor!

¡Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!’

Pero ella contestó: ‘¡Mañana seguiremos!’

Fui a ella al día siguiente, y le dije: ‘¡Cumple tu promesa!’ Se echó a reír y me contestó: ‘¡El día borra las palabras de la noche!’

Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno de los poetas, exceptuando a Abu-Nowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclamando: ‘¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan exacta de una escena que presencié yo solo?’

Abu-Nowas se echó a reír y contestó: ‘¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo hablando de nosotros:

‘Los poetas van como insensatos por todos los caminos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio! ¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!’

Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a Abu-Nowas, le dio una suma doble de la recibida por los otros poetas.

Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: ‘¡No, por Alah! ¡No sería yo quien perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la cabeza a ese pillo! ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas ni a leyes! ¿Lo oyes bien?’

Y dijo Rchehrazada: ‘Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.

El asno

Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás, iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno de sus compañeros, que hubo de preguntarle: ‘¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del hombre?’ El otro contestó: ‘¡Sígueme y ya verás!...’

En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Continuará: La tricentésima octogésima noche

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Valram

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