viernes, 12 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima primera noche

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Pero cuando llegó la 581ª noche

Ella dijo:

‘...y de tal suerte, llegaron a casa de la madre. Y Hassán rogó al persa que esperara en el vestíbulo, y corriendo como un potro que triscase por los prados en la primavera, fue a prevenir a su madre de que tenían por huésped al persa. Y añadió: ‘Puesto que va a comer de nuestra comida en nuestra casa, estaremos ligados por el pan y la sal, y así ya no podrás inquietarte por mí en lo sucesivo’.

Pero la madre contestó: ‘¡Alah nos proteja, hijo mío! ¡El lazo del pan y de la sal es sagrado entre nosotros; pero no lo respetan esos persas abominables, que son adoradores del fuego, pervertidos y perjuros! ¡Ah hijo mío, qué calamidad nos persigue!’ Hassán dijo: ‘¡Cuando veas a ese venerable sabio, no querrás dejarle salir de nuestra casa!’

Ella dijo: ‘¡No! ¡Por la tumba de tu padre, que no he de permanecer aquí mientras esté ese hereje! ¡Y cuando se marche, fregaré las baldosas de la habitación, y quemaré incienso, y ni siquiera te tocaré a ti durante un mes entero, pues temo que pudiera mancharme con tu contacto!’ Luego añadió: ‘¡Sin embargo, puesto que ya está en nuestra casa y guardamos el oro que nos ha dado, voy a prepararos de comer, y después me marcharé en a casa de los vecinos!’ Y en tanto que Hassán iba en busca del persa, ella extendió el mantel, y tras de hacer muchas compras, puso en la bandejas pollos asados y cohombros y diez clases de pasteles y confituras, y apresuróse a refugiarse en casa de los vecinos.

Entonces Hassán introdujo en el comedor a su amigo el persa, y le invitó a sentarse, diciéndole: ‘¡Es preciso que nos liguen el pan y la sal!’ Y contestó el persa: ‘¡Sin duda que ese lazo ha de ser cosa inviolable!’ Y se sentó al lado de Hassán, y se puso a comer con él sin dejar de conversar. Y le decía: ‘¡Oh hijo mío Hassán! ¡Por el lazo sagrado del pan y de la sal que existe ahora entre nosotros, créeme, que si no te quisiera con un cariño tan vivo, no te enseñaría las cosas secretas que nos han traído aquí!’ Y así diciendo, sacó de su turbante el paquete de polvos amarillos, y mostrándoselo añadió: ‘¿Ves estos polvos? Pues bien: has de saber que con un poco de ellos puedes transformar en oro diez okes de cobre. Porque estos polvos no son otra cosa que el elixir quintaesenciado, solidificado y pulverizado que extraje de la substancia de mil cuerpos simples y de mil ingredientes a cual más complicados. ¡Y sólo conseguí este descubrimiento al cabo de trabajos y fatigas que ya conocerás un día!’

Y entregó el paquete a Hassán, quien se puso a mirarlo con tanta atención, que no vio al persa sacar rápidamente de su turbante un trozo de bang y mezclarlo a un pastel. Y el persa ofreció el pastel a Hassán, quien sin dejar de mirar los polvos, se lo tragó para caer al punto de espaldas, sin conocimiento, dando en el suelo con la cabeza antes que con los pies.

Inmediatamente, lanzando un grito de triunfo, el persa saltó sobre ambos pies, diciendo: ‘¡Ah encantador Hassán! ¡Cuántos años hace ya que te busco sin encontrarte! ¡Pero hete ahora entre mis manos sin que hayas de escapar a mis deseos!’ Y se alzó las mangas, se ciñó la cintura, y acercándose a Hassán, le dobló en dos, poniéndole la cabeza sobre las rodillas, y en esta posición le ató los brazos a las piernas y las manos a los pies. Luego abrió un arca la vació y metió dentro a Hassán con todo el oro que produjo su operación de alquimia. Después salió a llamar a un mandadero, le cargó el arca a la espalda, y le hizo llevarla a la orilla del mar, en donde había un navío dispuesto a hacerse a la vela. Y el capitán, que no esperaba más que la llegada del persa, levó el ancla. ¡Y empujado por la brisa de tierra, el navío se alejó de la orilla a toda vela! ¡Y he aquí lo referente al persa, raptor de Hassán y del arca en que estaba encerrado Hassán!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a la madre de Hassán! Cuando advirtió que su hijo había desaparecido con el arca y el oro, y que las ropas estaban esparcidas por la habitación, y que la puerta de la casa había quedado abierta, comprendió que en adelante Hassán estaba perdido para ella y que se había ejecutado el designio del Destino. Entonces se entregó a la desesperación, y se golpeó mucho el rostro, y rasgó sus vestiduras, y se puso a gemir, a sollozar, a lanzar gritos dolorosos y a verter llanto, diciendo: ‘¡Ay! ¡Oh hijo mío! ¡Ah! ¡Ay del fruto vivo de mi corazón! ¡Ah!’

Y se pasó toda la noche corriendo enloquecida, a preguntar por su hijo en casa de todos los vecinos, pero sin resultado. Y desde entonces dejó transcurrir sus días y sus noches entre lágrimas de duelo, junto a la tumba que erigió en medio de su casa y en la cual escribió el nombre de su hijo Hassán y la fecha del día en que fue arrebatado a su afecto. Y también hizo grabar en el mármol de la tumba estos dos versos, a fin de recitárselos llorando sin cesar:

¡Cuando me duermo por la noche, se me presenta una forma engañosa, que viene a errar, triste, en torno de mi lecho y de mi soledad!

¡Quiero estrechar entre mis brazos la amada forma de mi hijo, y me despierto ¡ay! en medio de la casa desierta, cuando ya ha pasado la hora de la visita!

Y así es como vivía con su dolor la pobre madre.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima octogésima segunda noche

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Valram

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