domingo, 31 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima sexta noche

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"Pero cuando llegó la 296ª noche

Ella dijo:

...me levanté enseguida, desenrollé la tela de mi turbante, y luego de doblarla, la retorcí para servirme de ella como de una soga. La até sólidamente a mi cintura y sujeté ambos cabos con un nudo resistente a un dedo del pájaro. Porque me dije para mí: 'Este pájaro enorme acabará por remontar el vuelo, con lo que me sacará de esta soledad y me transportará a cualquier punto donde pueda ver seres humanos. ¡De cualquier modo, el lugar en que caiga será preferible a esta isla desierta, de la que soy único habitante!'

¡Esto fue todo! ¡Y a pesar de mis movimientos, el pájaro no se cuidó de mi presencia más que si se tratara de alguna mosca sin importancia o alguna humilde hormiga que por allí se pasease!

Así permanecí toda la noche, sin poder pegar los ojos por temor de que el pájaro echase a volar y me llevase durante mi sueño. Pero no se movió hasta que fue de día. Sólo entonces se quitó de encima de su huevo, lanzó un grito espantoso y remontó el vuelo, llevándome consigo. Subió y subió tan alto, que creí tocar la bóveda del cielo; pero de pronto descendió con tanta rapidez, que ya no sentía yo mi propio peso, y abatióse conmigo en tierra firme. Se posó en un sitio escarpado, y yo, enseguida, sin esperar más me apresuré a desatar el turbante, con un gran terror de ser izado otra vez antes de que tuviese tiempo de librarme de mis ligaduras. Pero conseguí desasirme sin dificultad, y después de estirar mis miembros y arreglarme el traje, me alejé apresuradamente hasta hallarme fuera del alcance del pájaro, a quien de nuevo vi elevarse por los aires. Llevaba entonces en sus garras un enorme objeto negro, que no era otra cosa que una serpiente de inmensa longitud y de forma detestable. No tardó en desaparecer, dirigiendo hacia el mar su vuelo.

Conmovido en extremo por cuanto acababa de ocurrirme, lancé una mirada en torno de mí y quedé inmóvil de espanto.

Porque me encontraba en un valle ancho y profundo, rodeado por todas partes de montañas tan altas, que para medirlas con la vista tuve que alzar de tal modo la cabeza, que rodó por mi espalda mi turbante al suelo. ¡Además, eran tan escarpadas aquellas montañas, que se hacía imposible subir por ellas, y juzgué inútil toda tentativa en tal sentido!

Al darme cuenta de ello no tuvieron límite mi desolación y mi desesperación, y me dije: '¡Ah, cuánto más hubiérame valido no abandonar la isla desierta en que me hallaba y que era mil veces preferible a esta soledad desolada y árida, donde no hay nada que comer ni beber! ¡Allí, al menos, había frutas que llenaban los árboles y arroyos de agua deliciosa; pero aquí sólo rocas hostiles y desnudas, para morir de hambre y de sed! ¡Qué calamidad! ¡No hay recurso y poder más que Alah el Omnipotente! ¡Cada vez que escapo de una catástrofe, es para caer en otra peor y definitiva!'

Enseguida me levanté del sitio en que me encontraba y recorrí aquel valle para explorarle un poco, observando que estaba enteramente creado con rocas de diamante. Por todas partes a mi alrededor aparecía sembrado el suelo de diamantitos desprendidos de la montaña y que en ciertos sitios formaban montones de la altura de un hombre. Comenzaba yo a mirarlos ya con algún interés, cuando me inmovilizó de terror un espectáculo más espantoso que todos los horrores experimentados hasta entonces. Entre las rocas de diamantes vi circular a sus guardianes, que eran innumerables serpientes negras, más gruesas y mayores que palmeras, y cada una de las cuales muy bien podía devorar a un elefante grande.

En aquel momento comenzaban a meterse en sus antros porque durante el día se ocultaban para que no las cogiese su enemigo el pájaro rokh, y únicamente salían de noche.

Entonces intenté con precauciones íntimas alejarme de allí, mirando bien dónde ponía los pies y pensando desde el fondo de mi alma: '¡He aquí lo que ganaste a trueque de haber querido abusar de la clemencia del Destino, ¡oh Sindbad! hombre de ojos insaciables y siempre vacíos!'

Y presa de un cúmulo de terrores, continué en mi caminar sin rumbo por el valle de diamantes, descansando de vez en cuando en los parajes que me parecían más resguardados, y así estuve hasta que llegó la noche.

Durante todo aquel tiempo me había olvidado por completo de comer y beber, y no pensaba más que en salir del mal paso y en salvar de las serpientes mi alma. Y he aquí que acabé por descubrir, junto al lugar en que me dejé caer, una gruta cuya entrada era muy angosta, aunque suficiente para que yo pudiese franquearla. Avancé, pues, y penetré en la gruta, cuidando de obstruir la entrada con un peñasco que conseguí arrastrar hasta allí. Seguro ya, me aventuré por su interior, en busca del lugar más cómodo para dormir, esperando el día, y pensé: '¡Mañana al amanecer saldré para enterarme de lo que me reserva el Destino!'

Iba ya a acostarme, cuando advertí que lo que a primera vista tomé por una enorme roca negra era una espantosa serpiente enroscada sobre sus huevos para incubarlos. Sintió entonces mi carne todo el horror de semejante espectáculo, y la piel se me encogió como una hoja seca y tembló en toda su superficie; y caí al suelo sin conocimiento, y permanecí en tal estado hasta la mañana.

Entonces, al convencerme de que no había sido devorado todavía, tuve alientos para deslizarme hasta la entrada, separar la roca y lanzarme fuera, como ebrio, y sin que mis piernas pudieran sostenerme de tan agotado como me encontraba por la falta de sueño y de comida, y por aquel terror sin tregua.

Miré a mi alrededor, y de repente vi caer a algunos pasos de mi nariz un gran trozo de carne, que chocó contra el suelo con gran estrépito. Aturdido al pronto, alcé los ojos luego para ver quién querría aporrearme con aquélla, pero no vi a nadie.

Entonces me acordé de cierta historia oída antaño en boca de los mercaderes, viajeros y exploradores de la montaña de diamantes, de la que se contaba que, como los buscadores de diamantes no podían bajar a este valle inaccesible, recurrían a un medio curioso para procurarse esas piedras preciosas. Mataban unos carneros, los partían en cuartos y los arrojaban al fondo del valle, donde iban a caer sobre las puntas de diamantes, que se incrustaban en ellos profundamente.

Entonces se abalanzaban sobre aquella presa los rokh y las águilas gigantescas, sacándola del valle para llevársela a sus nidos en lo alto de las rocas y que sirviera de sustento a sus crías. Los buscadores de diamantes se precipitaban entonces sobre el ave, haciendo muchos gestos y lanzando grandes gritos para obligarla a soltar su presa y a emprender de nuevo el vuelo. Registraban entonces el cuarto de carne y cogían los diamantes que tenía adheridos.

Asaltóme, a la sazón, la idea de que podía tratar aún de salvar mi vida y salir de aquel valle que se me antojó había de ser mi tumba. Me incorporé, pues, y comencé a amontonar una gran cantidad de diamantes, escogiendo los más gordos y los más hermosos. Me los guardé en todas partes, abarroté con ellos mis bolsillos, me los introduje entre el traje y la camisa, llené mi turbante y mi calzón, y hasta metí algunos entre los pliegues de mi ropa. Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima nonagésima séptima noche...

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sábado, 30 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima quinta noche

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"Y cuando llegó la 295ª noche

Ella dijo:

...apresuróse a volver a casa de Sindbad el Marino, que le recibió con aire afable, y le dijo: '¡Séate cosa fácil la amistad aquí! ¡Y la confianza sea contigo!' Y el cargador quiso besarle la mano, y al ver que Sindbad no consentía en ello, le dijo: '¡Dilate Alah tus días y consolide sobre ti sus beneficios!'

Y como ya habían llegado los demás invitados, comenzaron por sentarse en torno del mantel extendido en que vertían su grasa los corderos asados y se doraban los pollos rellenos deliciosamente con pastas de alfónsigos, de nueces y de uvas. Y comieron, y bebieron, y se divirtieron, y se regalaron el espíritu y el oído escuchando cantar a los instrumentos bajo los dedos expertos de sus tañedores.

Cuando acabaron, habló Sindbad en estos términos, en medio del silencio de los convidados:

La segunda historia de las historias de Sindbad el Marino, que trata del segundo viaje

Verdaderamente disfrutaba de la más sabrosa vida, cuando un día entre los días me asaltó la idea de los viajes por las comarcas de los hombres; y de nuevo sintió mi alma con ímpetu el anhelo de correr y gozar con la vista el espectáculo de tierras e islas, y mirar con curiosidad cosas desconocidas, sin descuidar jamás la compra y venta por diversos países.

Hice hincapié en este proyecto, y me dispuse a ejecutarlo en seguida. Fui al zoco, donde, mediante una importante suma de dinero, compré mercancías apropiadas al tráfico que pretendía explotar; las acondicioné en fardos sólidos y las transporté a la orilla del agua, no tardando en descubrir un navío hermoso y nuevo, provisto de velas de buena calidad y lleno de marineros, y de un conjunto imponente de maquinarias de todas formas. Su aspecto me inspiró confianza, y transporté a él mis fardos inmediatamente, siguiendo el ejemplo de otros varios mercaderes conocidos míos, y con los que no me disgustaba hacer el viaje.

Partimos aquel mismo día, y tuvimos una navegación excelente. Viajamos de isla en isla y de mar en mar durante días y noches, y a cada escala íbamos en busca de los mercaderes de la localidad, y de los notables, y de los vendedores, y de los compradores, y vendíamos y comprábamos, y verificábamos cambios ventajosos. Y de tal suerte continuábamos navegando, y nuestro destino nos guió a una isla muy hermosa, cubierta de frondosos árboles, abundante en frutas, rica en flores, habitada por el canto de los pájaros, regada por aguas puras, pero absolutamente virgen de toda vivienda y de todo ser humano.

El capitán accedió a nuestro deseo de detenernos unas horas allí, y echó el ancla junto a tierra. Desembarcamos en seguida, y fuimos a respirar el aire grato en las praderas sombreadas por árboles donde holgábanse las aves. Llevando algunas provisiones de boca fui a sentarme a orillas de un arroyo de agua límpida, resguardado del sol por ramajes frondosos, y tuve un placer extremado en comer un bocado y beber de aquella agua deliciosa. Por si eso fuera poco, una brisa suave modulaba dulces acordes e invitaba al reposo absoluto. Así es que me tendí en el césped, y dejé que se apoderara de mí el sueño en medio de la frescura y los aromas del ambiente.

Cuando desperté no vi ya a ninguno de los pasajeros, y el navío había partido sin que nadie se enterase de mi ausencia. En vano hube de mirar a derecha y a izquierda, adelante y atrás, pues no distinguí en toda la isla a otra persona que a mí mismo. A lo lejos se alejaba por el mar una vela que muy pronto perdí de vista.

Entonces quedé sumido en un estupor sin igual e insuperable, y sentí que mi vejiga biliar estaba a punto de estallar de tanto dolor y tanta pena. Porque ¿qué podía ser de mí en aquella isla, habiendo dejado en el navío todos mis efectos y todos mis bienes? ¿Qué desastre iba a ocurrirme en esta soledad desconocida? Ante tan desconsoladores pensamientos, exclamé: '¡Pierde toda esperanza, Sindbad el Marino! ¡Si la primera vez saliste del apuro merced a circunstancias suscitadas por el Destino propicio, no creas que ocurrirá lo mismo siempre, pues, como dice el proverbio, se rompe el jarro cuando se cae dos veces!'

En tal punto me eché a llorar, gimiendo, lanzando luego gritos espantosos, hasta que la desesperación se apoderó por completo de mi corazón. Me golpeé entonces la cabeza con las dos manos, y exclamé todavía: '¿Qué necesidad tenías de viajar ¡oh miserable! cuando en Bagdad vivías entre delicias? ¿No poseías manjares excelentes, líquidos excelentes y trajes excelentes? ¿Qué te faltaba para ser dichoso? ¿No fue próspero tu primer viaje?' Entonces me arrojé al suelo de bruces, llorando ya la propia muerte, y diciendo: '¡Pertenecemos a Alah y hemos de tornar a él!' Y aquel día creí volverme loco.

Pero como por último comprendí que eran inútiles todos mis lamentos y mi arrepentimiento demasiado tardío, hube de conformarme con mi destino. Me erguí sobre mis piernas, y tras de haber andado algún tiempo sin rumbo, tuve miedo de un encuentro desagradable con cualquier animal salvaje o con un enemigo desconocido, y trepé a la copa de un árbol, desde donde me puse a observar con más atención a derecha y a izquierda; pero no puede distinguir otra cosa que el cielo, la tierra, el mar, los árboles, los pájaros, la arena y las rocas. Sin embargo, al fijarme más atentamente en un punto del horizonte, me pareció distinguir un fantasma blanco y gigantesco.

Entonces me bajé del árbol, atraído por la curiosidad, pero, paralizado de miedo, fui avanzando muy lentamente y con mucha cautela hacia aquel sitio. Cuando me encontré más cerca de la masa blanca, advertí que era una inmensa cúpula, de blancura resplandeciente, ancha de base y altísima. Me aproximé a ella más aún y la di por completo la vuelta; pero no descubrí la puerta de entrada que buscaba. Entonces quise encaramarme a lo alto, pero era tan lisa y tan escurridiza, que no tuve destreza, ni agilidad, ni posibilidad de ascender. Hube de contentarme, pues, con medirla; puse una señal sobre la huella de mi primer paso en la arena y de nuevo la di vuelta contando mis pasos. Por este procedimiento supe que su circunferencia exacta era de cincuenta pasos, más bien más que menos.

Mientras reflexionaba sobre el medio de que me valdría para dar con alguna puerta de entrada o salida de la tal cúpula, advertí que de pronto desaparecía el sol y que el día se tornaba en una noche negra. Primero lo creí debido a cualquier nube inmensa que pasase por delante del sol, aunque la cosa fuera imposible en pleno verano. Alcé, pues, la cabeza para mirar la nube que tanto me asombraba, y vi un pájaro enorme, de alas formidables, que volaba por delante de los ojos del sol, esparciendo la oscuridad sobre la isla.

Mi asombro llegó entonces a sus límites extremos, y me acordé de lo que en mi juventud me habían contado viajeros y marineros acerca de un pájaro de tamaño extraordinario, llamado 'rokh', que se encontraba en una isla muy remota y que podía levantar un elefante. Saqué entonces como conclusión que el pájaro que yo veía debía ser el rokh, y la cúpula blanca a cuyo pie me hallaba debía ser un huevo entre los huevos de aquel rokh. Pero no bien me asaltó esta idea, el pájaro descendió sobre el huevo y se posó encima como para empollarlo. ¡En efecto, extendió sobre el huevo sus alas inmensas, dejó descansando a ambos lados en tierra sus dos patas, y se durmió encima! (¡Bendito El que no duerme en toda la eternidad!)

Entonces, yo, que me había echado de bruces en el suelo, y precisamente me encontraba debajo de una de las patas, la cual me pareció más gruesa que el tronco de un árbol añoso, me levanté con viveza, desenrollé la tela de mi turbante...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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viernes, 29 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima cuarta noche

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"Pero cuando llegó la 294ª noche

Ella dijo:

'¡...No hay recursos y poder más que en Alah el Altísimo, el Omnipotente! ¡Ya no queda conciencia ni honradez en ninguna criatura de este mundo! ¿Cómo osas afirmar que eres Sindbad el Marino, ¡oh escriba astuto! cuando todos nosotros le vimos por nuestros propios ojos ahogarse con los demás mercaderes? ¡Vergüenza sobre ti por mentir con impudicia tanta!'

Entonces le contesté: '¡Cierto, ¡oh capitán! que la mentira es la renta de los bellacos! ¡Pero escúchame, porque voy a probarte que soy Sindbad el ahogado!' Y conté al capitán diversos incidentes que sólo conocíamos él y yo, y que sobrevinieron durante aquella maldita travesía. El capitán entonces no dudó ya de mi identidad y llamó a los que iban en el barco, y todos me felicitaron por mi salvamento y me dijeron: '¡Por Alah, no podemos creer que lograras librarte de perecer ahogado! ¡Alah te concedió una segunda vida!'

Tras de lo cual apresuróse el capitán a devolverme mis mercancías, que yo hice transportar al zoco en el mismo momento., después de asegurarme de que no faltaba nada y de que todavía aparecían en los fardos mi nombre y mi sello.

Una vez en el zoco, abrí mis fardos y vendí mis mercancías con un beneficio de ciento por uno; pero tuve cuidado de reservarme algunos objetos de valor, que me apresuré a ofrecer como presente al rey Mihraján.

Le relaté la llegada del capitán del navío, y el rey asombróse en extremo de este acontecimiento inesperado, y como me quería mucho, no quiso ser menos amable que yo, y a su vez me hizo regalos inestimables que contribuyeron no poco a enriquecerme completamente. Porque yo me di prisa a vender todo aquello, realizando así una fortuna considerable qué transporté a bordo del mismo navío donde había emprendido antes mi viaje.

Efectuado esto, fui a palacio para despedirme del rey Mihraján y darle gracias por todas sus generosidades y por su protección. Me despidió con frases muy conmovedoras, y no me dejó partir sin haberme ofrecido aún más presentes suntuosos y objetos de valor, que ya no me decidí a vender, y que, por cierto, estáis viendo ahora en esta sala, ¡oh mis honorables invitados! Tuve igualmente cuidado de llevar conmigo por todo equipaje los perfumes que estáis aspirando aquí: madera de áloe, alcanfor, incienso y sándalo, productos de aquella isla lejana.

Subí en seguida a bordo y a poco dióse a la vela el navío con la autorización de Alah. Porque nos favoreció la Fortuna y nos ayudó el Destino en aquella travesía, que duró días y noches, y por último, una mañana llegamos con salud a la vista de Bassra, donde no nos detuvimos más que muy escaso tiempo, para ascender por el río y entrar al fin, con el alma regocijada, en la ciudad de paz, Bagdad, mi tierra.

Cargado de riquezas y con la mano pronta para las dádivas, llegué a mi calle así, y entré en mi casa, donde volví a ver con buena salud a mi familia y a mis amigos. Y al punto compré gran cantidad de esclavos de uno y otro sexo, mamalik, mujeres hermosas, negros, tierras, casas y propiedades, como no tuve nunca, ni aún cuando murió mi padre. Con esta nueva vida olvidé las vicisitudes pasadas, las penas y los peligros sufridos, la tristeza del destierro, los sinsabores y fatigas del viaje. Tuve amigos numerosos y deliciosos, y durante largo tiempo viví una vida llena de agrado y de placeres y exenta de preocupaciones y molestias, disfrutando con toda mi alma de cuanto me gustaba y comiendo manjares admirables y bebiendo bebidas deliciosas.

¡Y tal es el primero de mis viajes!

Pero mañana, si Alah quiere, os contaré, ¡oh invitados míos! el segundo de los siete viajes que emprendí, y que es bastante más extraordinario que el primero'.

Y Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador y le rogó que cenase con él. Luego, tras de haberle tratado con mucho miramiento y afabilidad, hizo que le entregaran mil monedas de oro, y antes de despedirle le invitó a volver al día siguiente, diciéndole: '¡Para mí, tu urbanidad será siempre un placer y tus buenos modales una delicia!'

Y contestó Sindbad el Cargador: '¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Obedezco con respeto! ¡Y sea continua en tu casa la alegría!, ¡oh señor mío!'

Salió entonces de allí, después de dar las gracias y llevarse consigo el regalo que acababa de recibir, y retornó a su hogar, maravillándose hasta el límite de la maravilla, y pensó toda la noche en lo que acababa de escuchar y de experimentar.

Así es que en cuanto amaneció apresuróse a volver a casa de Sindbad el Marino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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jueves, 28 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima tercera noche

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"Pero cuando llegó la 293ª noche

Ella dijo:

'... Sabe que somos varios los que estamos en esta isla, situados en diferentes lugares, para guardar los caballos del rey Mihraján. Todos los meses, al salir la luna nueva, cada uno de nosotros trae aquí una yegua de pura raza, virgen todavía, la ata en la ribera y enseguida se oculta en la gruta subterránea. Atraído entonces por el olor a hembra, sale del agua un caballo entre los caballos marinos, que mira a derecha y a izquierda, y al no ver a nadie salta sobre la yegua y la cubre. Luego, cuando ha acabado su cosa con ella, desciende sus ancas e intenta llevarla consigo. Pero ella no puede seguirle, porque está atada al poste; entonces relincha muy fuerte él y le da cabezazos y coces, y relincha cada vez más fuerte. Le oímos nosotros y comprendemos que ha acabado de cubrirla; inmediatamente salimos por todos lados, y corremos hacia él lanzando grandes gritos, que le asustan y le obligan a entrar en el mar de nuevo. En cuanto a la yegua, queda preñada y pare un potro o una potra que vale un tesoro, y que no puede tener igual en toda la faz de la tierra. Y precisamente hoy ha de venir el caballo marino. Y te prometo que, una vez terminada la cosa, te llevaré conmigo para presentarte a nuestro rey Mihraján y darte a conocer nuestro país. ¡Bendice, pues, a Alah, que te hizo encontrarme, porque sin mí morirías de tristeza en esta soledad, sin volver a ver nunca a los tuyos y a tu país y sin que nunca supiese de ti nadie!'

Al oír tales palabras, di muchas gracias al guardián de la yegua, y continué departiendo con él, en tanto que el caballo marino salía del agua, saltando sobre la yegua y la cubría. Y cuando hubo terminado lo que tenía que terminar, descendió de sobre ella y quiso llevársela; mas ella no podía desatarse del poste, y se encabritaba y relinchaba. Pero el guardián de la yegua se precipitó de la caverna, llamó con grandes voces a sus compañeros, y provistos todos de hachas, lanzas y escudos, se abalanzaron al caballo marino, que lleno de terror soltó su presa, y como un búfalo, fue a tirarse al mar y desapareció bajo las aguas.

Entonces, todos los guardianes, cada uno con su yegua, se agruparon a mi alrededor y me prodigaron mil amabilidades, y después de facilitarme aún más comida y de comer conmigo, me ofrecieron una buena montura, y en vista de la invitación que me hizo el primer guardián, me propusieron que les acompañara a ver al rey su señor. Acepté, desde luego, y partimos todos juntos.

Cuando llegamos a la ciudad, se adelantaron mis compañeros para poner a su señor al corriente de lo que me había acaecido. Tras de lo cual volvieron a buscarme y me llevaron al palacio; y en uso del permiso que se me concedió, entré en la sala del trono y fui a ponerme entre las manos del rey Mihraján, al cual le deseé la paz. Correspondiendo a mis deseos de paz, el rey me dio la bienvenida, y quiso oír de mi boca el relato de mi aventura. Obedecí enseguida, y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle.

Al escuchar semejante historia, el rey Mihraján se maravilló, y me dijo: '¡Por Alah, hijo mío, que si tu suerte no fuera tener una vida larga, sin duda a estas horas habrías sucumbido a tantas pruebas y sinsabores! ¡Pero da gracias a Alah por tu liberación!' Todavía me prodigó muchas más frases benévolas, quiso admitirme en su intimidad para lo sucesivo, y a fin de darme un testimonio de sus buenos propósitos con respecto a mí, y de lo mucho que estimaba mis conocimientos marítimos, me nombró desde entonces director de los puertos y radas de su isla, e interventor de las llegadas y salidas de todos los navíos.

No me impidieron mis nuevas funciones personarme en palacio todos los días para cumplimentar al rey, quien de tal modo se habituó a mí, que me prefirió a todos sus íntimos, probándomelo diariamente con grandes obsequios. Con lo cual tuve tanta influencia sobre él, que todas las peticiones y todos los asuntos del reino eran intervenidos por mí, para bien general de los habitantes.

Pero estos cuidados no me hacían olvidar mi país ni perder la esperanza de volver a él. Así que jamás dejaba yo de interrogar a cuantos viajeros y a cuantos marinos llegaban a la isla, diciéndoles si conocían Bagdad, y hacia qué lado estaba situada. Pero ninguno podía responderme, y todos me aseguraban que jamás oyeron hablar de tal ciudad, ni tenían noticia del paraje en que se encontrase. Y aumentaba mi pena paulatinamente al verme condenado a vivir en tierra extranjera, y llegaba a sus límites mi perplejidad ante estas gentes que, no sólo ignoraban en absoluto el camino que conducía a mi ciudad, sino que ni siquiera sabían de su existencia.

Durante mi estancia en aquella isla, tuve ocasión de ver cosas asombrosas, y he aquí algunas de ellas entre mil.
Un día que fui a visitar al rey Mihraján, como era mi costumbre, trabé conocimiento con unos personajes indios que, tras mutuas zalemas, se prestaron gustosos a satisfacer mi curiosidad, y me enseñaron que en la India hay gran número de castas, entre las cuales son las dos principales la casta de los kchatryas, compuesta de hombres nobles y justos que nunca cometen exacciones o actos reprensibles, y la casta de los bracmanes, hombres puros que jamás beben vino y son amigos de la alegría, de la dulzura en los modales, de los caballos, del fasto y de la belleza. Aquellos sabios indios me enseñaron también que las castas principales se dividen en otras setenta y dos castas que no tienen entre sí relación ninguna. Lo cual hubo de asombrarme hasta el límite del asombro.

En aquella isla tuve asimismo ocasión de visitar una tierra perteneciente al rey Mihraján y que se llamaba Cabil. Todas las noches se oían en ella resonar timbales y tambores. Y pude observar que sus habitantes estaban muy fuertes en materia de silogismos y eran fértiles en hermosos pensamientos. De ahí que se hallasen muy reputados entre viajeros y mercaderes.

En aquellos mares lejanos vi cierto día un pez de cien codos de longitud, y otros peces cuyo rostro se parecía al rostro de los búhos. En verdad, ¡oh amigos! que aún vi cosas más extraordinarias y prodigiosas, cuyo relato me apartaría demasiado de la cuestión. Me limitaré a añadir que viví todavía en aquella isla el tiempo necesario para aprender muchas cosas, y enriquecerme con diversos cambios, ventas y compras.

Un día, según mi costumbre, estaba yo de pie a la orilla del mar, en el ejercicio de mis funciones, y permanecía apoyado en mi muleta, como siempre, cuando vi entrar en la rada un navío enorme lleno de mercaderes. Esperé a que el navío hubiese anclado sólidamente y soltado su escala, para subir a bordo y buscar al capitán a fin de inscribir su cargamento. Los marineros iban desembarcando todas las mercancías, que al propio tiempo yo anotaba, y cuando terminaron su trabajo, pregunté al capitán: '¿Queda aún alguna cosa en tu navío?'

Me contestó: 'Aun quedan, ¡oh mi señor! algunas mercancías en el fondo del navío; pero están en depósito únicamente, porque se ahogó hace mucho tiempo su propietario, que viajaba con nosotros. ¡Y quisiéramos vender esas mercancías para entregar su importe a los parientes del difunto en Bagdad, morada de paz!'

Emocionado entonces hasta el último límite de la emoción, exclamé: '¿Y cómo se llamaba ese mercader, ¡oh capitán!?' Me contestó: '¡Sindbad el Marino!'

A estas palabras miré con más detenimiento al capitán, y reconocí en él al dueño del navío que se vio precisado a abandonarnos encima de la ballena. Y grité con toda mi voz: '¡Yo soy Sindbad el Marino!'

Luego añadí: 'Cuando se puso en movimiento la ballena a causa del fuego que encendieron en su lomo, yo fui de los que no pudieron ganar tu navío y cayeron al agua. Pero me salvé gracias a la cubeta de madera que habían transportado los mercaderes para lavar allí su ropa. Efectivamente, me puse a horcajadas sobre aquella cubeta y agité los pies a manera de remos. ¡Y sucedió lo que sucedió con la venia del Ordenador!'

Y conté al capitán cómo pude salvarme y a través de cuántas vicisitudes había llegado a ejercer las altas funciones de escriba marítimo al lado del rey Mihraján.

Al escucharme, el capitán exclamó: '¡No hay recursos y poder más que en Alah el Altísimo, el Omnipotente...!'
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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miércoles, 27 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima segunda noche

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"Pero cuando llegó la 292ª noche

Ella dijo:

...me hice con la suma de tres mil dracmas, y enseguida se me antojó viajar por las comarcas y países de los hombres, porque me acordé de las palabras del poeta, que ha dicho:

¡Las penas hacen más hermosa aún la gloria que se adquiere! ¡La gloria de los humanos es la hija inmortal de muchas noches pasadas sin dormir!

¡Quien desea encontrar el tesoro sin igual de las perlas del mar, blancas, grises o rosadas, tiene que hacerse buzo antes de conseguirlas!

¡A la muerte llegaría en su esperanza vana, quien quisiera alcanzar la gloria sin esfuerzo!

Así, pues, sin tardanza corrí al zoco, donde tuve cuidado de comprar mercancías diversas y pacotillas de todas clases. Lo transporté inmediatamente todo a bordo de un navío, en el que se encontraban ya dispuestos a partir otros mercaderes, y con el alma deseosa de marinas andanzas, vi cómo se alejaba de Bagdad el navío y descendía por el río hasta Bassra, yendo a parar al mar.

En Bassra el navío dirigió la vela hacia alta mar, ¡y entonces navegamos durante días y noches, tocando en islas y en islas, y entrando en un mar después de otro mar, y llegando a una tierra después de otra tierra! Y en cada sitio en que desembarcábamos vendíamos unas mercancías para comprar otras, y hacíamos trueques y cambios muy ventajosos.

Un día en que navegábamos sin ver tierra desde hacía varios días, vimos surgir del mar una isla que por su vegetación nos pareció algún jardín maravilloso entre los jardines del Edén. Al advertirla, el capitán del navío quiso tomar allí tierra, dejándonos desembarcar una vez que anclamos. Descendimos todos los comerciantes, llevando con nosotros cuantos víveres y utensilios de cocina nos eran necesarios. Encargáronse algunos de encender lumbre, y preparar la comida, y lavar la ropa, en tanto que otros se contentaron con pasearse, divertirse y descansar de las fatigas marítimas. Yo fui de los que prefirieron pasearse y gozar las bellezas de la vegetación que cubría aquellas costas, sin olvidarme de comer y beber.

Mientras de tal manera reposábamos, sentimos de repente que temblaba la isla toda con tan ruda sacudida que fuimos despedidos a algunos pies de altura sobre el suelo.

Y en aquel momento vimos aparecer en la proa del navío al capitán, que nos gritaba con una voz terrible y gestos alarmantes: '¡Salvaos pronto!, ¡oh pasajeros! ¡Subid enseguida a bordo! ¡Dejadlo todo! ¡Abandonad en tierra vuestros efectos y salvad vuestras almas! ¡Huid del abismo que os espera! ¡Porque la isla donde os encontráis no es una isla, sino una ballena gigantesca que eligió en medio de este mar su domicilio desde antiguos tiempos, y merced a la arena marina crecieron árboles en su lomo! ¡La despertasteis ahora de su sueño, turbasteis su reposo, excitasteis sus sensaciones encendiendo lumbre sobre su lomo, y hela aquí que se despereza! ¡Salvaos, o si no, nos sumergirá en el mar, que ha de tragaros sin remedio! ¡Salvaos! ¡Dejadlo todo, que he de partir!'

Al oír estas palabras del capitán, los pasajeros, aterrados, dejaron todos sus efectos, vestidos, utensilios y hornillas, y echaron a correr hacia el navío, que a la sazón levaba ancla. Pudieron alcanzarlo a tiempo algunos; otros no pudieron. Porque la ballena se había ya puesto en movimiento, y tras unos cuantos saltos espantosos se sumergía en el mar con cuanto tenía encima del lomo, y las olas, que chocaban y se entrechocaban, cerráronse para siempre sobre ella y sobre ellos.

¡Yo fui de los que se quedaron abandonados encima de la ballena y habían de ahogarse! Pero Aláh el Altísimo veló por mí y me libró de ahogarme, poniéndome al alcance de la mano una especie de cubeta grande de madera, llevada allí por los pasajeros para lavar su ropa.

Me aferré primero a aquel objeto, y luego pude ponerme a horcajadas sobre él, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que me hacían capaz el peligro y el cariño que tenía yo a mi alma, que me era preciosísima. Entonces me puse a batir el agua con mis pies a manera de remos, mientras las olas jugueteaban conmigo haciéndome zozobrar a derecha y a izquierda.

En cuanto al capitán, se dio prisa a alejarse a toda vela con los que se pudieron salvar, sin ocuparse de los que sobrenadaban todavía. No tardaron en perecer estos, mientras yo ponía a contribución todas mis fuerzas para servirme de mis pies a fin de alcanzar al navío, al cual hube de seguir con los ojos hasta que desapareció de mi vista, y la noche cayó sobre el mar, dándome la certeza de mi perdición y mi abandono.

Durante una noche y un día enteros estuve en lucha contra el abismo. El viento y las corrientes me arrastraron a las orillas de una isla escarpada, cubierta de plantas trepadoras que descendían a lo largo de los acantilados hundiéndose en el mar. Me así a estos ramajes, y ayudándome con pies y manos conseguí trepar hasta lo alto del acantilado. Habiéndome escapado de tal modo de una perdición segura, pensé entonces en examinar mi cuerpo, y vi que estaba lleno de contusiones y tenía los pies hinchados y con huellas de mordeduras de peces, que habíanse llenado el vientre a costa de mis extremidades. Sin embargo, no sentía dolor ninguno, de tan insensibilizado como estaba por la fatiga y el peligro que corrí. Me eché de bruces, como un cadáver, en el suelo de la isla, y me desvanecí, sumergido en un aniquilamiento total.

Permanecí dos días en aquel estado, y me desperté cuando caía sobre mí a plomo el sol. Quise levantarme; pero mis pies hinchados y doloridos se negaron a socorrerme, y volví a caer en tierra. Muy apesadumbrado entonces por el estado a que me hallaba reducido, hube de arrastrarme, a gatas unas veces y de rodillas otras, en busca de algo para comer. Llegué, por fin, a una llanura cubierta de árboles frutales y regada por manantiales de agua pura y excelente. Y allí reposé durante varios días, comiendo frutas y bebiendo en las fuentes.

Así que no tardó mi alma en revivir, reanimándose mi cuerpo entorpecido; que logró ya moverse con facilidad y recobrar el uso de sus miembros, aunque no del todo, porque vime todavía precisado a confeccionarme, para andar, un par de muletas que me sostuvieran. De esta suerte pude pasearme lentamente entre los árboles, comiendo frutas, y pasaba largos ratos admirando aquel país y extasiándome ante la obra del Todopoderoso.

Un día que me paseaba por la ribera, vi aparecer en lontananza una cosa que me pareció un animal salvaje o algún monstruo entre los monstruos del mar. Tanto hubo de intrigarme aquella cosa, que, a pesar de los sentimientos diversos que en mí se agitaban, me acerqué a ella, ora avanzando, ora retrocediendo. Y acabé por ver que era una yegua maravillosa atada a un poste. Tan bella, era, que intenté aproximarme más, para verla todo lo cerca posible, cuando de pronto me aterró un grito espantoso, dejándome clavado en el suelo, por más que mi deseo fuera huir cuanto antes; y en el mismo instante surgió de debajo de la tierra un hombre, que avanzó a grandes pasos hacia donde yo estaba, y exclamó: '¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes? ¿Y qué motivo te impulsó a aventurarte hasta aquí?'

Yo contesté: '¡Oh señor! Sabe que soy un extranjero que iba a bordo de un navío y naufragué con otros varios pasajeros. ¡Pero Alah me facilitó una cubeta de madera, a la que me así, y que me sostuvo hasta que fui despedido a esta costa por las olas!'

Cuando oyó mis palabras, cogióme de la mano y me dijo: '¡Sígueme!' Y le seguí. Entonces me hizo bajar a una caverna subterránea y me obligó a entrar en un salón, en cuyo sitio de honor me invitó a sentarme, y me llevó algo de comer, porque yo tenía hambre. Comí hasta hartarme y apaciguar mi ánimo. Entonces me interrogó acerca de mi aventura, y se la conté desde el principio al fin; y se asombró prodigiosamente. Luego añadí: '¡Por Alah sobre ti!, ¡oh dueño mío! ¡no te enfades demasiado por lo que voy a preguntarte! ¡Acabo de contarte la verdad de mi aventura, y ahora anhelaría saber el motivo de tu estancia en esta sala subterránea y la causa por qué atas sola a esa yegua en la orilla del mar!'

El me dijo: 'Sabe que somos varios los que estamos en esta isla, situados en diferentes lugares...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima nonagésima tercera noche...

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martes, 26 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima primera noche

____________________________
"Y cuando llegó la 291ª noche

Ella dijo:

...Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad quedó sobrecogido, y se dijo: '¡Por Alah! ¡Esta morada debe ser un palacio del país de los genios poderosos, o la residencia de un rey muy ilustre o de un sultán!' Luego se apresuró a tomar la actitud que requerían la cortesía y la mundanidad, deseó la paz a todos los asistentes, hizo votos por ellos, besó la tierra entre sus manos, y acabó manteniéndose de pie, con la cabeza baja, demostrando respeto y modestia.

Entonces el dueño de la casa le dijo que se aproximara, y le invitó a sentarse a su lado después de desearle la bienvenida con acento muy amable; le sirvió de comer, ofreciéndole lo más delicado, y lo más delicioso, y lo más hábilmente condimentado entre todos los manjares que cubrían las bandejas. Y no dejó Sindbad el Cargador de hacer honor a la invitación luego de pronunciar la fórmula invocadora. Así es que comió hasta hartarse; después dio las gracias a Alah, diciendo: '¡Loores a El siempre!' Tras de lo cual, se lavó las manos y agradeció a todos los convidados su amabilidad.

Solamente entonces dijo el dueño de la casa al cargador, siguiendo la costumbre que no permite hacer preguntas al huésped más que cuando se le ha servido de comer y beber: '¡Sé bienvenido, y obra con toda libertad! ¡Bendiga Alah tus días! Pero ¿puedes decirme tu nombre y profesión, oh huésped mío?'

Y contestó el otro: '¡Oh señor! me llamo Sindbad el Cargador, y mi profesión consiste en transportar bultos sobre mi cabeza mediante un salario'. Sonrió el dueño de la casa, y le dijo: '¡Sabe, ¡oh cargador! que tu nombre es igual que mi nombre, pues me llamo Sindbad el Marino!'

Luego continuó: ...

'¡Sabe también, ¡oh cargador! que si te rogué que vinieras aquí fue para oírte repetir las hermosas estrofas que cantabas cuando estabas sentado en el banco ahí fuera!'

A estas palabras sonrojóse el cargador, y dijo: '¡Por Alah sobre ti! ¡No me guardes rencor a causa de tan desconsiderada acción, ya que las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano, hacen descortés, necio e insolente al hombre!'

Pero Sindbad el Marino dijo a Sindbad el Cargador: 'No te avergüences de lo que cantaste, ni te turbes, porque en adelante serás mi hermano. ¡Sólo te ruego que te des prisa a cantar esas estrofas que escuché y me maravillaron mucho!' Entonces cantó el cargador las estrofas en cuestión, que gustaron en extremo a Sindbad el Marino.

Concluidas que fueron las estrofas, Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador, y le dijo: '¡Oh cargador! sabe que yo también tengo una historia asombrosa, y que me reservo el derecho de contarte a mi vez.

Te explicaré, pues, todas las aventuras que me sucedieron y todas las pruebas que sufrí antes de llegar a esta felicidad y de habitar este palacio. Y verás entonces a costa de cuán terribles y extraños trabajos, a costa de cuántas calamidades, de cuántos males y de cuántas desgracias iniciales adquirí estas riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez.

Sin duda ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de estos viajes constituye por sí sólo una cosa tan prodigiosa, que únicamente con pensar en ella queda uno sobrecogido y en el límite de todos los estupores. ¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados no me sucedió, en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa escrita debe acaecer, sin que sea posible rehuirla o evitarla!'

La primera historia de las historias de Sindbad el Marino, que trata del primer viaje

'Sabed todos vosotros, ¡oh señores ilustrísimos, y tú, honrado cargador, que te llamas como yo, Sindbad! que mi padre era un mercader de rango entre los mercaderes. Había en su casa numerosas riquezas, de las cuales hacía uso sin cesar para distribuir a los pobres dádivas con largueza, si bien con prudencia, ya que a su muerte me dejó muchos bienes, tierras y poblados enteros, siendo yo muy pequeño todavía.

Cuando llegué a la edad de hombre, tomé posesión de todo aquello, y me dediqué a comer manjares extraordinarios y a beber bebidas extraordinarias, alternando con la gente joven, y presumiendo de trajes excesivamente caros, y cultivando el trato de amigos y camaradas.

Estaba convencido de que aquello había de durar siempre, para mayor ventaja mía. Continué viviendo mucho tiempo así, hasta que un día, curado de mis errores y vuelto a mi razón, hube de notar que mis riquezas habíanse disipado, mi condición había cambiado y mis bienes habían huido. Entonces desperté completamente de mi inacción, sintiéndome poseído por el temor y el espanto de llegar a la vejez un día sin tener qué ponerme.

También entonces me vinieron a la memoria estas palabras que mi difunto padre se complacía en repetir, palabras de nuestro Señor Soleimán ben-Daud (¡con ambos la plegaria y la paz!):

Hay tres cosas preferibles a otras tres: el día en que se muere es menos penoso que el día en que se nace, un perro vivo vale más que un león muerto, y la tumba es mejor que la pobreza.

Tan pronto como me asaltaron estos pensamientos, me levanté, reuní lo que me restaba de muebles y vestidos, y sin pérdida de momento lo vendí en la moneda pública con los residuos de mis bienes, propiedades y tierras. De ese modo me hice con la suma de tres mil dracmas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima nonagésima segunda noche...

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lunes, 25 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima nonagésima noche

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"Y cuando llegó la 290ª noche

Ella dijo:

...y el califa le ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas y le pusiese una albarda a la espalda, atándole un ronzal y hundiéndole una espuela en las posaderas, y de tal guisa que le llevase por todos los pabellones de favoritas y demás esclavos, para que sirviese de irrisión a los habitantes todos de palacio, conduciéndole luego a la puerta de la ciudad, y ante el pueblo de Bagdad en masa le cortase la cabeza, sirviéndosela en una bandeja. Y contestó Massrur: '¡Escucho y obedezco!' Y al momento se dispuso a ejecutar las órdenes del califa.

Arrastró a Abu-Nowas, que juzgaba completamente inútil intentar eludir el furor del califa, y después de ponerle como queda dicho, comenzó a pasearle lentamente por delante de los diversos pabellones, cuyo número era igual al de los días del año.

Y hete aquí que Abu-Nowas, cuya reputación de chistoso era universal en palacio, no dejó de atraerse la simpatía de todas las mujeres, las cuales, para hacer más ostensible su piedad, empezaron a cubrirle de oro y joyas, y acabaron por agruparse y seguirle prodigándole palabras de consuelo; y entonces, el visir Giafar Al-Barmaki, que pasaba por frente al grupo para personarse en palacio, reclamado por un asunto urgente, al ver al poeta llorando y lamentándose, se acercó a él y le dijo: '¿Pero eres tú, Abu-Nowas? ¿Qué crimen cometiste para ser castigado de tal modo?'

El otro respondió: '¡Por Alah, no cometí ni la sombra de un crimen! ¡No hice otra cosa que recitar algunos de mis más hermosos versos ante el califa, quien me ha regalado en agradecimiento sus mejores trajes!'

Como en aquel mismo instante se encontraba muy cerca de ellos el califa, oculto tras los tapices de un pabellón, no pudo por menos de echarse a reír al escuchar la respuesta de Abu-Nowas. Le perdonó, regalándole un ropón de honor y una fuerte suma de dinero, y continuó, como antes, haciendo de él su compañero inseparable en los momentos de mal humor.

Cuando Schehrazada acabó de contar esta aventura del poeta Abu-Nowas, la pequeña Doniazada, presa de un ataque de risa que en vano pretendía sofocar contra la alfombra en que se hallaba sentada, corrió a su hermana, y le dijo: '¡Por Alah, hermana Schehrazada, cuán divertida fue la historia, y qué gracioso debía estar Abu-Nowas vestido de borrico! ¡Si nos contases alguna otra aventura de ese individuo serías muy amable!'

Pero exclamó el rey Schahriar: '¡Me resulta muy antipático el tal Abu-Nowas, y si no deseas que te corten inmediatamente la cabeza, no tienes más que continuar con el relato de sus aventuras! En otro caso, puedes contarme alguna historia de viajes para amenizarme el resto de la noche; porque me he aficionado a todo lo referente a viajes instructivos desde el día en que emprendí una excursión a lejanos países con mi hermano Schahzamán, rey de Samarcanda Al-Ajam, después de lo ocurrido con mi maldita mujer, a la que hice cortar la cabeza. Así, pues, si conoces un cuento verdaderamente delicioso para quien lo escuche, no dejes de contarlo desde luego, ya que esta noche es más tenaz que nunca mi insomnio'.

Al oír del rey Schahriar tales palabras, se apresuró a decir la discreta Schehrazada: 'Justamente, las más asombrosas y gratas entre todas las que conozco son las historias de viajes. En seguida vas a juzgar, ¡oh rey afortunado! porque, en verdad, no hay en los libros historia comparable a la del viajero llamado SINDBAD EL MARINO. (Sindbad, vocablo consagrado por el uso en Francia, en lugar de Sindabad, pronunciación árabe.)

¡Y con esta historia es precisamente con la que te voy a entretener, ¡oh rey afortunado! desde el momento en que tienes a bien el permitírmelo!'

Historia de Sindbad 'El Marino' (1)

Y acto seguido comenzó a narrar Schehrazada:

He llegado a saber que, en tiempo del califa Harún Al-Raschid, vivía en la ciudad de Bagdad un hombre llamado Sindbad el Cargador. Era de condición pobre, y para ganarse la vida acostumbraba transportar bultos en su cabeza. Un día entre los días hubo de llevar cierta carga muy pesada; y aquel día precisamente sentíase un calor tan excesivo, que sudaba el cargador, abrumado por el peso que llevaba encima. Intolerable se había hecho ya la temperatura, cuando el cargador pasó por delante de la puerta de una casa que debía pertenecer a algún mercader rico, a juzgar por el suelo bien barrido y regado alrededor con agua de rosas. Soplaba allí una brisa gratísima, y cerca de la puerta aparecía un ancho banco para sentarse. Al verlo, el cargador Sindbad soltó su carga sobre el banco en cuestión, con objeto de descansar y respirar aquel aire agradable, sintiendo a poco que desde la puerta llegaba a él un aura pura y mezclada con delicioso aroma; y tanto le deleitó, que fue a sentarse en un extremo del banco. Entonces advirtió un concierto de laúdes e instrumentos diversos, acompañados por magníficas voces que cantaban canciones en un lenguaje escogido; y advirtió también píos de aves canoras que glorificaban de modo encantador a Alah el Altísimo; distinguió, entre otros, acentos de tórtolas, de ruiseñores, de mirlos, de bulbuls, de palomas de collar y de perdices domésticas. Maravillóse mucho, e impulsado por el placer enorme que todo aquello le causaba, asomó la cabeza por la rendija abierta de la puerta y vio en el fondo un jardín inmenso, donde se apiñaban servidores jóvenes, y esclavos, y criados, y gente de todas calidades, y había allí cosas que no se encontraría más que en alcázares de reyes y sultanes.

Tras esto llegó hasta él una tufarada de manjares realmente admirables y deliciosos, a la cual se mezclaba todo género de fragancias exquisitas procedentes de diversas vituallas y bebidas de buena calidad. Entonces no pudo por menos de suspirar, y alzó al cielo los ojos y exclamó:

'¡Gloria a Ti, Señor Creador!, ¡oh Donador! ¡Sin calcular, repartes cuantos dones te placen!, ¡oh Dios mío! ¡Pero no creas que clamo a ti para pedirte cuentas de tus actos o para preguntarte acerca de tu justicia y de tu voluntad, porque a la criatura le está vedado interrogar a su dueño omnipotente! Me limito a observar. ¡Gloria a ti! ¡Enriqueces o empobreces, elevas o humillas, conforme a tus deseos, y siempre obras con lógica, aunque a veces no podamos comprenderla! ¡He ahí al amo de esta casa! ¡Es dichoso hasta los límites extremos de la felicidad! ¡Disfruta las delicias de esos aromas encantadores, de esas fragancias agradables, de esos manjares sabrosos, de esas bebidas superiormente deliciosas! ¡Vive feliz, tranquilo y contentísimo, mientras otros, como yo, por ejemplo, nos hallamos en el último confín de la fatiga y la miseria!'

Luego apoyó el cargador su mano en la mejilla, y a toda voz cantó los siguientes versos que iba improvisando:

¡Suele ocurrir que un desgraciado sin albergue se despierte de pronto a la sombra de un palacio creado por su destino! ¡Pero ay, yo cada mañana me despierto más miserable que la víspera!

¡Por instantes aumenta mi infortunio, como la carga que a mi espalda pesa fatigosa, en tanto que otros viven dichosos y contentos en el seno de los bienes que la suerte les prodiga!

¿Cargó nunca el Destino la espalda de un hombre con carga parecida a la aguantada por mi espalda...? ¡Sin embargo, no dejan de ser mis semejantes otros que están ahítos de honores y reposo!

¡Y aunque no dejan de ser mis semejantes, entre ellos y yo, puso la suerte alguna diferencia, pareciéndome yo a ellos como el vinagre amargo y rancio se parece al vino!

¡Pero no pienses que te acuso en lo más mínimo, oh mi Señor, porque nunca haya gozado yo de tu largueza! ¡Eres grande, magnánimo y justo, y bien sé que juzgas con sabiduría!

Al concluir de cantar tales versos, Sindbad el Cargador se levantó y quiso poner de nuevo la carga en su cabeza, continuando su camino, cuando se destacó en la puerta del palacio y avanzó hacia él un esclavito de semblante gentil, de formas delicadas y vestiduras muy hermosas, que, cogiéndole de la mano, le dijo:

'Entra a hablar con mi amo, que desea verte'.

Muy intimidado, el cargador intentó encontrar cualquier excusa que le dispensase de seguir al joven esclavo, mas en vano. Dejó, pues, su cargamento en el vestíbulo, y penetró con el niño en el interior de la morada.

Vio una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría una gran sala, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea numerosa compuesta de personajes que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. También encontró allí flores de toda especie, perfumes de todas clases, confituras secas de todas calidades, golosinas, pastas de almendras, frutas maravillosas y una cantidad prodigiosa de bandejas cargadas con corderos asados y manjares suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas. Encontró asimismo instrumentos armónicos que sostenían en sus rodillas unas esclavas muy hermosas, sentadas ordenadamente en el sitio asignado a cada una.

En medio de la sala, entre los demás convidados, vislumbró el cargador a un hombre de rostro imponente y digno, cuya barba blanqueaba a causa de los años, cuyas facciones eran correctas y agradables a la vista, y cuya fisonomía toda denotaba gravedad, bondad, nobleza y grandeza.

Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

(1) El traductor introduce en este volumen y en los siguientes alguna modificación, justificada por ciertas divergencias entre los textos árabes, respecto al orden que propúsose en un principio que se sucedieran los cuentos. Por lo tanto se ha puesto aquí la HISTORIA DE SINDBAD, aunque primitivamente no debía aparecer hasta más adelante.-J. C. M.-

Continuará: La ducentésima nonagésima primera noche...

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domingo, 24 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima novena noche

____________________________
"Pero cuando llegó la 289ª noche

Ella dijo:

...¡es negro sobre negro y negro sobre negro!'

Cuando el enviado del cafila vio al joven y escuchó estos versos, disculpó de todo corazón a Abu-Nowas, y volvió al instante a palacio, donde puso al califa en autos acerca de la aventura acaecida a Abu-Nowas, y le explicó que el poeta habíase constituido en rehén en la taberna por no poder pagar la suma prometida al hermoso mancebo. Entonces, el califa, divertido a la vez que irritado, entregó al eunuco la suma necesaria para el rescate del rehén, y le ordenó que fuese a sacarle de allí en seguida, para llevarle, de grado o por fuerza, a su presencia.

Se apresuró el eunuco a ejecutar la orden, y no tardó en volver sosteniendo con dificultad al poeta, que se tambaleaba por haber bebido demasiado. Y el califa le apostrofó con una voz que trató de hacer furiosa; luego, al ver que Abu-Nowas se echaba a reír, se acercó a él, le cogió de la mano, y en su compañía se encaminó hacia el pabellón donde se encontraba la esclava.

Cuando Abu-Nowas vio sentada en la cama y vestida toda de raso azul, y con el rostro cubierto por un ligero velo de seda azul, a aquella joven de grandes ojos negros que le sonreían en la faz, le pasó la embriaguez, pero en cambio sintióse inflamado de entusiasmo, y de pronto improvisó esta estrofa en honor suyo:

¡Di a la bella del velo azul que le suplico se compadezca de alguien que arde en deseo de su hermosura!

Dile: '¡Te conjuro por la blancura de tu linda tez, que no igualan ni la tierna rosa ni el jazmín, te conjuro por tu sonrisa, que hace palidecer las perlas y los rubíes a que me dirijas una mirada en la cual no pueda yo leer la huella de las calumnias que acerca de mí inventaron quienes me envidian!'

Cuando hubo concluido su improvisación Abu-Nowas, la esclava presentó una bandeja con bebidas al califa, quien, para divertirse, invitó al poeta a que se bebiese él solo todo el vino de la copa. Abu-Nowas accedió a ello gustoso, y no tardó en sentir de nuevo en su corazón los efectos del licor enervante. En aquel momento se le ocurrió al califa levantarse de súbito, a fin de asustar a Abu-Nowas, y espada en mano precipitóse sobre él como para cortarle la cabeza.

Al ver aquello, Abu-Nowas, aterrado, echó a correr por la sala dando grandes gritos; y el califa le perseguía por todos los rincones, pinchándole con la punta de la espada. Por último le dijo: '¡Ahora vuelve a tu sitio a beber otro trago todavía!' Y al mismo tiempo hizo una seña a la joven para que escondiese la copa, lo cual cumplió inmediatamente ella ocultándola con su vestido. Pero, a pesar de su embriaguez, lo advirtió Abu-Nowas, e improvisó esta estrofa:

¡Cuán extraña aventura es mi aventura! ¡Una cándida joven se transforma en ladrona y me arrebata la copa para esconderla bajo su traje, en cierto sitio donde querría verme escondido yo! ¡Se trata de un lugar que no nombro por respeto al califa!

Al oír estos versos, se echó a reír el califa, y dijo a Abu-Nowas en broma: '¡Por Alah! Desde ahora quiero designarte para un alto empleo. ¡En lo sucesivo serás titulado jefe de los alcahuetes de Bagdad!' chanceándose, respondió al instante Abu-Nowas: '¡En ese caso, ¡oh Comendador de los Creyentes! me pongo a tus órdenes, rogándote me digas en seguida si necesitas de mis alcahueterías!'

A estas palabras, montó el califa en una cólera terrible, y gritó al eunuco que llamase inmediatamente a Massrur el portaalfanje, ejecutor de su justicia. Y algunos instantes después llegó Massrur, y el califa le ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima nonagésima noche...

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sábado, 23 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima octava noche

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"Pero cuando llegó la 288ª noche

Ella dijo:

'...Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan!'

Entonces acabó de entrar el joven en la sala. Realmente, era lo más bello posible, e iba vestido con tres túnicas superpuestas y de distintos colores: la primera, completamente blanca; la segunda, roja, la tercera, negra.

Cuando Abu-Nowas le vio vestido de blanco, sintió crepitar en su espíritu el fuego de la inspiración, e improvisó estos versos en honor suyo:

¡Se mostró vestido con un lino de blancura lechosa, y sus ojos languidecían bajo sus párpados azules, y las rosas tiernas de sus mejillas bendecían a Quien hubo de crearlas!

Y le dije: '¿Por qué pasas sin mirarme, cuando consientes que caiga en tus manos como la víctima bajo el arma del sacrificador?'

Me contestó: 'Déjate de discursos y mira en silencio la obra del Creador: blanco es mi cuerpo y blanca mi túnica; blanco es mi rostro y blanco mi destino; ¡es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!'

Al oír el joven estos versos, sonrió y se despojó de su túnica blanca para aparecer todo de rojo. A su vista, sintió Abu-Nowas poseerle por completo la emoción poética, y acto seguido improvisó estos otros Versos:

¡Se mostró vestido con una túnica roja como su proceder cruel!

Y exclamé, sorprendido: '¿Cómo, siendo de una blancura lunar, puedes aparecer con esas dos mejillas que se dirían enrojecidas por la sangre de nuestros corazones, y vestido con una túnica robada a las anémonas?'

Me contestó: 'La aurora me había prestado antes su vestidura; pero ahora es el mismo sol quien me hizo el regalo de sus llamas: de llama son mis ojos y rojo mi traje; de llama son mis labios y rojo el vino que los colorea; ¡es rojo sobre rojo, y rojo sobre rojo!'

Al oír estos versos, el pequeño arrojó con un gesto su túnica roja y apareció vestido con la túnica negra que llevaba directamente sobre la piel, y acusaba con precisión el talle ceñido por un cinturón de seda. Y Abu-Nowas, al verlo, llegó al límite de la exaltación, e improvisó estos otros versos en honor suyo:

¡Se mostró vestido con una túnica negra como la noche, y no se dignó siquiera dirigirme una mirada!

Y le dije: '¿No ves que mis enemigos y quienes me envidian, se alegran del abandono en que me tienes?

'¡Ah! Ya lo comprendo: negras son tus vestiduras y negra tu cabellera; negros tus ojos y negro mi destino; ¡es negro sobre negro y negro sobre negro!'

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima octogésima novena noche...

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viernes, 22 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima séptima noche

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"Y cuando llegó la 287ª noche

Ella dijo:

...Simpatía besó la tierra entre las manos del califa y contestó: '¡Extienda Alah sus gracias sobre nuestro dueño el califa! ¡Pero su esclava desea volver a la casa de su antiguo amo!'

Lejos de mostrarse ofendido por esta preferencia, el califa accedió inmediatamente a su demanda, haciendo que como regalo le entregaran cinco mil dinares más, y le dijo: '¡Podrás acaso ser tan experta en amor como lo eres en conocimientos espirituales!' Luego quiso aún poner remate a su magnificencia, designando a Abul-Hassán para desempeñar un alto cargo en palacio, y le admitió en el número de sus favoritos más íntimos. Después levantó la sesión.

Entonces, agobiada bajo mantos de sabios Simpatía y cargado con sacos repletos de dinares de oro Abul-Hassán, salieron de la sala ambos, seguidos por todos los asistentes a la asamblea, que alzaban los brazos y exclamaban, maravillándose de cuanto acababan de ver y oír: '¿Dónde habrá en el mundo una generosidad semejante a la de los descendientes de Abbas?'

'Tales son, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada-, las palabras que la docta Simpatía dijo en medio de la asamblea de sabios, las cuales, transmitidas por los anales del reino, sirven para instruir a toda mujer musulmana',

Luego, al ver Schehrazada que el rey Schahriar fruncía ya las cejas y meditaba de un modo inquietante, apresuróse a abordar las Aventuras del poeta Abu-Nowas, y comenzó el relato en seguida, mientras Doniazada, medio dormida hasta entonces, despertábase sobresaltada de repente, al oír pronunciar el nombre de Abu-Nowas, y toda oídos disponíase a escuchar.

Aventuras del poeta Abu-Nowas

Ella dijo:

Se cuenta -Pero Alah es más sabio- que una noche entre las noches, poseído de insomnio y con el espíritu preocupadísimo, el califa Harún Al-Raschid salió para distraer su hastío. De este modo llegó ante un pabellón cuya puerta permanecía abierta, pero en su umbral se atravesaba el cuerpo de un eunuco negro dormido. El califa saltó sobre el cuerpo del esclavo, penetrando en la única sala de que se componía el pabellón, y lo primero que se presentó a su vista fue un lecho con cortinas corridas e iluminado a derecha e izquierda por dos grandes antorchas. Había junto al lecho una mesita sosteniendo una bandeja con un cántaro de vino, al que servía de tapa un vaso puesto boca abajo.

Asombróse el califa de encontrar en aquel pabellón aquellas cosas de las que no tenía noticia, y avanzando hacia el lecho levantó las cortinas, y se quedó maravillado de la belleza que ofrecíase a su mirada. Era una joven esclava, tan hermosa cual la luna llena, y cuyo único velo consistía en su cabellera suelta.

A su vista, el califa, en extremo encantado, cogió el vaso que coronaba el gollete del cántaro, lo llenó de vino y formuló en su alma: '¡Por las rosas de tus mejillas!, ¡oh joven!', y lo bebió con lentitud. Luego inclinóse sobre el hermoso rostro y dejó un beso en un lunar negro que sonreía desde la comisura izquierda de los labios.

Pero aunque fue levísimo, aquel beso despertó a la joven, quien, al reconocer al Emir de los Creyentes, se incorporó en el lecho vivamente aterrada. Pero el califa la calmó y le dijo: 'Cerca de ti hay un laúd, ¡oh joven esclava! y sin duda debes saber extraer de él deliciosos acordes. ¡Como a pesar de que no te conozco tengo determinado pasarme esta noche contigo, no me disgustaría verte manejarlo mientras te acompañas con la voz!'

Entonces tomó el laúd la joven, y tras de templarlo, sacó de él sonidos admirables, haciéndolo de veintiún modos diferentes, y con tanta maestría que el califa se exaltó hasta el límite de la exaltación; advertido lo cual por la joven, no dejó de aprovecharse de ello. Así, pues, le dijo ella: '¡Sufro rigores del Destino!, ¡oh Comendador de los Creyentes!' El califa preguntó: '¿Y por qué?' Ella dijo: 'Tu hijo El-Amín, ¡oh Comendador de los Creyentes! me compró hace algunos días por diez mil dinares, a fin de hacerte el regalo de mi persona. ¡Pero al tener conocimiento de tal proyecto, tu Sett Zobeida reintegró a tu hijo el dinero que había invertido en comprarme, y me puso en manos de un eunuco negro para que me encerrase en este pabellón solitario!'

Cuando el califa hubo oído estas palabras, se sintió sumamente enfurecido y prometió a la joven darle desde el día siguiente un palacio para ella sola, con tren de casa digno de su belleza. Luego, tras de una toma de posesión, salió a toda prisa, despertando al eunuco dormido y ordenándole que inmediatamente fuese a prevenir al poeta Abu-Nowas para que se presentase enseguida en palacio.

Era costumbre del califa, en efecto, enviar que buscasen al poeta cuantas veces le asaltaban preocupaciones, con objeto de distrarse oyéndole improvisar poemas o poner en verso cualquier aventura que le contara.

El eunuco se personó en la casa de Abu-Nowas, y como no le encontró allí, salió en su busca por todos los lugares públicos de Bagdad, y le encontró al fin en cierta mal afamada taberna, a lo último del barrio de la Puerta Verde. Se acercó a él y le dijo: '¡Oh Abu-Nowas, por ti pregunta nuestro amo el califa!'

Abu-Nowas se echó a reír, y contestó: '¿Cómo quieres, ¡oh padre de blancuras! que me mueva de aquí, si me retiene como rehén un jovencito amigo mío?' El eunuco preguntó: '¿Dónde está y quién es?' Y le contestó el otro: 'Es menudo, imberbe y lindo. ¡Le prometí un regalo de mil dracmas, pero como no tengo encima esa cantidad, no me parece decente irme antes de satisfacer mi deuda!'

A estas palabras exclamó el eunuco: '¡Por Alah! ¡Abu-Nowas, enséñame a ese joven, y si verdaderamente es tan gentil como me estás dando a entender, quedarás relevado de todo lo demás!'

En tanto hablaban ellos de este modo, el pequeño asomó su linda cabeza por la puerta entreabierta, y Abu-Nowas, señalándole, exclamó: 'Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima octogésima octava noche...

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jueves, 21 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima sexta noche

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"Pero cuando llegó la 286ª noche

Ella dijo:

... '¡Eva, que nació de Adán, y Jesús, que nació de María!' El sabio continuó: '¡Háblame de las diversas clases de fuego!'

Ella contestó: '¡Hay un fuego que come y no bebe: el fuego del mundo; un fuego que come y bebe: el fuego del infierno; un fuego que bebe y no come: el fuego del sol; por último, un fuego que no come ni bebe: el fuego de la luna!'

'¿Cuál es la clave de este enigma? 'Cuando bebo mana de mis labios la elocuencia, y camino y hablo sin hacer ruido. ¡Y sin embargo, a pesar de estas cualidades, no tengo honores en mi vida, y después de mi muerte no me llora nadie!'

Ella contestó: '¡La pluma!'

'¿Y la clave de este otro enigma? 'Soy pájaro, pero no tengo carne, ni sangre, ni plumas, ni plumón; me comen asado, o cocido o al natural, y es muy difícil saber si estoy vivo o muerto; en cuanto a mi color, es de plata y oro'.

Ella contestó: 'En verdad que tienes ganas de emplear palabras excesivas para hacerme saber que se trata del huevo. ¡Procura preguntarme algo más difícil!'

Él preguntó: '¿Cuántas palabras dijo en total Alah a Moisés?' Ella contestó: '¡Alah dijo a Moisés, exactamente, mil quinientas palabras!'

Él preguntó: '¿Cuál es el origen de la Creación?'

Ella dijo: 'Alah hizo a Adán con barro seco; el barro se formó con espuma; la espuma se sacó del mar; el mar de las tinieblas; las tinieblas de la luz; la luz de un monstruo marino; el monstruo marino de un rubí; el rubí de una roca; la roca del agua; y el agua fue creada por la palabra omnipotente: '¡Sea!'

'¿Y la clave de este otro enigma? 'Como sin tener boca ni vientre, y me nutro de árboles y animales. ¡Los alimentos solos prolongan mi vida, en tanto que cualquier bebida me mata!'

'¡El fuego!'

'¿Y la clave de este enigma? 'Son dos amigos que jamás gozaron, aunque pasan todas sus noches uno en brazos de otro. ¡Son los guardianes de la casa, y sólo se separan al llegar la mañana!'

'¡Las dos hojas de una puerta!' -

'¿Qué significa lo que voy a decirte? '¡Arrastro largas colas tras de mí, tengo una oreja para no oír nada y hago trajes para no llevarlos nunca!'

'¡La aguja!'

'¿Cuáles son la longitud y la anchura del puente Sirat?'

'La longitud del puente Sirat, por el cual deben pasar todos los hombres el día de la Resurrección, es de tres mil años de camino, mil para subir a él, mil para atravesar su parte plana y mil para bajar de él. ¡Es más escarpado que un corte de sierra y más estrecho que un cabello!'.

Preguntó él: '¿Puedes decirme ahora cuántas veces tiene derecho a interceder por cada creyente el Profeta? (¡Con él la plegaria y la paz!) '

Ella contestó: '¡Ni más ni menos de tres veces!' '¿Quién abrazó primero la fe del Islam?' '¡Abubekr!' 'Entonces, ¿no crees que fue musulmán Alí antes que Abubekr?'

'Alí, por gracia del Altísimo, no fue jamás idólatra, porque desde la edad de siete años Alah le hizo seguir el camino más recto, iluminando su corazón y dotándolo de la fe de Mohamed. (¡Con él la plegaria y la paz!)'

'¡Sí! Pero yo quisiera saber cuál de los dos, entre Alí y Abbas, reúne mayores méritos a tus ojos'.

Ante esta pregunta, con exceso insidiosa, advirtió Simpatía que el sabio trataba de arrancarle una respuesta comprometedora; porque si daba la preeminencia a Alí, yerno del Profeta, disgustaría al califa, que era descendiente de Abbas, tío de Mohamed. (¡Con él la plegaria y la paz!). Primero enrojeció, luego palideció, y tras un instante de reflexión, repuso:

'¡Sabe, ¡oh Ibrahim! que no hay ninguna preeminencia entre dos cuando cada cual de ellos tiene un mérito excelente!'

No bien el califa hubo oído esta respuesta, llegó al límite del entusiasmo, e irguiéndose sobre ambos pies, exclamó: '¡Por el Señor de la Kaaba! ¡Es admirable tal respuesta, oh Simpatía!'

Pero el sabio continuó: '¿Puedes decirme de que trata este enigma? '¡Es esbelta y tierna y de sabor delicioso; es derecha como la lanza, pero no tiene hierro agudo; es útil por su dulzura, y se come con gusto por la noche en el mes de Ramadán!'

Ella contestó: '¡De la caña de azúcar!'

Dijo él: 'Todavía tengo que dirigirte algunas preguntas, y voy a hacerlo rápidamente. Puedes decirme en pocas palabras: ¿Qué hay más dulce que la miel? ¿Qué hay más cortante que el hacha? ¿Qué hay más rápido que el veneno en sus efectos? ¿Cuál es el goce de un instante? ¿Cuál es la felicidad que dura tres días? ¿Cuál es el día más dichoso? ¿Cuál es el regocijo de una semana? ¿Cuál es el suplicio que nos persigue hasta la tumba? ¿Cuál es la alegría del corazón? ¿Cuál es el sufrimiento del espíritu? ¿Cuál es la desolación de la vida? ¿Cuál es el mal que no tiene remedio? ¿Cuál es la vergüenza que no puede borrarse? ¿Cuál es el animal que vive en los lugares desiertos y habita lejos de las ciudades, huyendo del hambre, y reúne la naturaleza de otros siete animales?'

Ella contestó: '¡Antes de hablar, deseo que me entregues tu manto!'

Entonces el califa Harún Al-Raschid dijo a Simpatía: 'Sin duda tienes razón. Pero ¿no convendría más que, por consideración a su edad, contestases primero a sus preguntas?'

Y dijo ella: '¡El amor de los niños es más dulce que la miel! ¡La lengua es más cortante que el hacha! ¡El mal de ojo es más rápido que el veneno! ¡El goce del amor sólo dura un instante! ¡La felicidad que dura tres días es la que experimenta el marido en las épocas menstruales de su esposa, porque entonces él descansa! ¡El día más dichoso es el de ganancia de un negocio! ¡El regocijo que dura una semana es el de la boda! ¡La deuda que ha de pagar toda persona es la muerte! ¡La mala conducta de los hijos es la pena que nos persigue hasta la tumba! ¡La alegría del corazón es la mujer sumisa para con el esposo! ¡El sufrimiento del espíritu es un sirviente malo! ¡La pobreza es la desolación de la vida! ¡El mal carácter es el mal sin remedio! ¡La vergüenza imborrable es el deshonor de una hija! ¡En cuanto al animal que vive en los lugares desiertos y detesta al hombre, es el saltamontes, que reúne la naturaleza de otros siete animales: tiene, efectivamente, cabeza de caballo, cuello de toro, alas de águila, pies de camello, cola de serpiente, vientre de escorpión y cuernos de gacela!'

Ante tanta sagacidad y saber, el califa Harún Al-Raschid se sintió en extremo deificado, y ordenó al sabio Ibrahim ben-Sayar que diera su manto a la adolescente. Después de haberla entregado su manto, levantó la mano derecha el sabio, y manifestó en público que la joven habíale superado en conocimientos y que era la maravilla entre las maravillas del siglo.

Entonces preguntó el califa a Simpatía: '¿Sabes tocar instrumentos armónicos y cantar acompañándote?' Ella contestó: '¡Sí, por cierto!' Inmediatamente hizo traer un laúd en un estuche de raso rojo, rematado con una borla de seda amarilla y cerrado con un broche de oro. Simpatía sacó del estuche el laúd, y leyó en él estos versos grabados como orla con caracteres enlazados y floridos:

¡Era yo todavía una rama verde, y ya enseñábanme canciones las aves enamoradas!

¡En las rodillas de las jóvenes, ahora resueno bajo los dedos y canto cual las aves!

Entonces la apoyó ella contra sí, inclinóse como una madre sobre su hijo, sacó del instrumento acordes de doce maneras distintas, y en medio del entusiasmo general cantó con una voz que hubo de repercutir en todos los corazones y arrancar lágrimas de emoción en los ojos todos.

Cuando acabó ella, irguióse sobre ambos pies el califa, y exclamó: '¡Aumente en ti sus dones Alah, ¡oh Simpatía! y tenga en su misericordia a quienes fueron tus maestros y a los autores de tus días!' Y acto seguido hizo contar diez mil dinares de oro en cien sacos para Abul-Hassán, y dijo a Simpatía: 'Dime, ¡oh maravillosa adolescente! ¿Prefieres entrar en mi harem y tener un palacio y tren de casa para ti sola, o bien prefieres volver con este joven, tu antiguo amo?'

A estas palabras, Simpatía besó la tierra entre las manos del califa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima octogésima séptima noche...

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miércoles, 20 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima quinta noche

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"Pero cuando llegó la 285ª noche

Ella dijo:

...y entonces puede reanudar sus relaciones con aquella mujer!'

Dijo el filósofo: '¡Así es! ¿Puedes decirme cuál es la tumba que hubo de moverse con la persona que encerraba?'

Ella contestó: '¡La ballena que devoró al profeta Jonás!'

Él preguntó: '¿Qué valle alumbró el sol una vez únicamente y jamás volverá a alumbrar hasta el día de la Resurrección?'

Ella contestó: '¡El valle formado por la vara de Moisés al hendir el mar para hacer paso a su pueblo fugitivo!'

Él preguntó: '¿Qué cola arrastró primero por el suelo?'

Ella contestó: '¡La cola del vestido de Agar, madre de Ismael, cuando barrió la tierra ante Sara!'

Él preguntó: '¿Qué cosa respira sin estar animada?'

Ella contestó: '¡La mañana! Porque dice el Libro: 'Cuando la mañana respira...'

El dijo: 'Dime cuanto puedas acerca de este problema: una bandada de pajarillos se abate sobre la copa de un árbol; unos se posan en las ramas superiores y otros en las bajas. Los pajarillos que se hallan en lo alto del árbol dicen a los de abajo: 'Si se juntase a nosotros uno de vosotros, nuestro grupo sería doble que el vuestro; pero si bajara uno de nosotros hacia vosotros, nos igualarías en número. ¿Cuántos pajarillos había?'

Ella contestó: 'Había en total doce pajarillos. En efecto, estaban siete en lo alto del árbol y cinco en las ramas bajas. Si uno de los pajarillos de abajo se reuniese con los de arriba, el número de estos últimos ascendería a ocho, que es el doble de cuatro; pero si uno de los de arriba descendiese hasta juntarse con los de abajo, serían seis en cada sitio. ¡Pero Alah es más sabio!'

Al oír el filósofo las diversas respuestas, temió que le interrogara la adolescente, y para conservar su manto, se puso en fuga a toda prisa y desapareció.

Entonces fue cuando se levantó el hombre más sabio del siglo, el prudente Ibrahim ben-Sayar, que fue a ocupar el sitio del filósofo, y dijo a la bella Simpatía: '¡Quiero creer que con anterioridad a mis preguntas te declararás vencida, siendo, por tanto, ocioso interrogarte!'

Ella contestó: '¡Oh venerable sabio, mi consejo es que envíes a buscar otro traje que el que llevas, pues no tardaré en quitártelo!' El sabio dijo: '¡Vamos a verlo! ¿Qué cinco cosas creó el Altísimo antes que Adán?'

Ella contestó: '¡El agua, la tierra, la luz, las tinieblas y el fuego!

Él preguntó: '¿Qué obras son las formadas por las propias manos del Todopoderoso y no por el simple efecto de su voluntad, como fueron creadas todas las demás cosas?

Ella contestó: '¡El Trono, el árbol del Paraíso, el Edén y Adán! ¡Sí, por las propias manos de Alah se crearon estas cuatro cosas mientras que para crear todas las demás cosas, dijo: '¡sean!' y fueron!'

Él preguntó: '¿Quién es tu padre en el Islam y quién es el padre de tu padre?'

Ella contestó: '¡Mi padre en el Islam es Mohamed (¡con él la plegaria y la paz!), y el padre de mi padre es Abraham, el amigo de Alah!'

'¿En qué consiste la fe del Islam?'

'En la simple profesión de fe: '¡La ilah ill'Alah, Mohamed rassul Alah!'

'¿Qué cosa empezó siendo de madera y terminó gozando vida propia?'

'La vara que tiró Moisés para que se convirtiese en serpiente. Según las circunstancias, esta misma vara, clavada en el suelo, podía transformarse en árbol frutal, en un frondoso árbol muy grande para resguardar del ardor del sol a Moisés, o en un perro enorme que guardara el rebaño durante la noche'.

'¿Puedes decirme qué mujer fue engendrada por un hombre sin que una madre la llevase en el seno, y qué hombre fue engendrado por una mujer sin el concurso de un padre?'

'¡Eva, que nació de Adán, y Jesús, que nació de María!' El sabio continuó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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martes, 19 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima cuarta noche

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"Pero cuando llegó la 284ª noche

Ella dijo:

'¡...Voy a interrogarte a mi vez ahora! ¿Cuáles son las tres clases de estrellas?'

En vano meditó el sabio levantando los ojos al cielo, porque no pudo salir del compromiso. Entonces, y tras de quitarle el manto, respondió Simpatía por sí misma a su propia pregunta:

'Las estrellas se dividen en tres clases, según la misión a que se las destina: unas cuelgan de la bóveda celeste como antorchas, y sirven para alumbrar la tierra; otras están suspendidas de manera invisible en el aire, y sirven para alumbrar los mares; y las estrellas de la tercera categoría, se mueven a voluntad entre los dedos de Alah; se las ve desfilar en la noche, y entonces sirven para lapidar y castigar a los demonios que osan infringir las órdenes del Altísimo'.

A estas palabras, el astrónomo se declaró muy inferior a la bella adolescente en conocimientos, y retiróse de la sala. Entonces, por mandato del califa, le sucedió un filósofo, que fue a apostarse ante Simpatía, y le preguntó:

'¿Puedes hablarnos de la infidelidad y decirnos si es innata en el hombre?'

Ella contestó: 'Quiero responderte acerca de esto con las propias palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), que ha dicho: 'La infidelidad circula entre los hijos de Adán como circula la sangre por las venas, no bien se dejen arrastrar por la blasfemia contra la tierra, y los frutos de la tierra, y las horas de la tierra. ¡El crimen mayor es blasfemar del tiempo y del mundo; porque el tiempo es Dios mismo, y el mundo es hechura de Dios!'

El filósofo exclamó: ¡Sublimes y definitivas son esas palabras! Dime ahora quiénes son las cinco criaturas de Alah que bebieron y comieron sin expulsar de su cuerpo nada por delante ni por detrás'.

Ella contestó: '¡Esas cinco criaturas son: Adán, Simeón, el dromedario de Saleh, el carnero de Ismael y el pájaro que vio el santo Abubekr en la caverna!'

Él le dijo: '¡Perfectamente! ¡Dime todavía qué cinco criaturas del Paraíso no son hombres, ni genios, ni ángeles!'

Ella contestó: 'El lobo de Jacob, el perro de los siete durmientes, el asno de El-Aizr, el dromedario de Saleh y la mula de Daldal de nuestro santo Profeta. (¡Con él la plegaria y la paz!)'

Él preguntó: '¿Puedes decirme cuál es el hombre que, al ponerse en oración, no oraba ni en el cielo ni en la tierra?'

Ella contestó: 'Soleimán, que se ponía en oración sobre una alfombra suspendida en el aire entre el cielo y la tierra!'

Él dijo: '¡Vas a explicarme el siguiente caso: un hombre mira por la mañana a una esclava, y comete con ello un acto ilícito; mira a esta misma esclava a mediodía, y el hecho es lícito entonces; la mira durante la siesta, y de nuevo resulta el hecho ilícito; a la puesta del sol le está permitido mirarla; se le prohíbe hacerlo de noche, y a la mañana del otro día puede perfectamente acercarse a ella con toda libertad! ¿Sabrás explicarme qué distintas circunstancias logran sucederse con tanta rapidez en el espacio de un día y una noche?'

Ella contestó: '¡Es muy sencilla la explicación! Por la mañana, un hombre posa sus miradas en una esclava que no es suya, lo cual es ilícito, según el Libro. Pero la compra a mediodía, y entonces puede mirarla y gozarla cuando quiera; a la hora de la siesta, por cualquier causa, le devuelve la libertad, y en vista de ello ya no tiene derecho para dirigir a ella sus ojos. ¡Pero al ponerse el sol se casa con ella, y todo para él se torna lícito; por la noche, cree oportuno divorciarse y no puede ya acercarse a ella; pero a la mañana, de nuevo la toma por esposa, tras las ceremonias de costumbre, y entonces puede reanudar sus relaciones con aquella mujer!'

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lunes, 18 de mayo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima tercera noche

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"Pero cuando llegó la 283ª noche

Ella dijo:

'¡Oh joven! ¿Crees que este mes tendremos lluvias?'

Al escuchar semejante pregunta, la docta Simpatía bajó la cabeza y reflexionó bastante tiempo, lo cual hizo al califa suponer que se reconocía incapaz de contestar. Pero no tardó ella en alzar la cabeza, y dijo al califa: '¡No hablaré, ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des permiso para desarrollar mi pensamiento por completo!' Asombrado, dijo el califa: '¡Ya tienes permiso!' Ella dijo: '¡Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! déjame tu alfanje un instante para que corte la cabeza a este astrónomo, que no es más que un impío y un descreído!'

A estas palabras no pudieron por menos de reír el califa y todos los sabios de la asamblea. Pero Simpatía continuó: '¡Has de saber, ¡oh astrónomo! que hay cinco cosas que conoce sólo Alah: la hora de la muerte, cuándo va a llover, el sexo del niño en el seno de su madre, los sucesos futuros y el sitio donde morirá cada uno!'

El astrónomo sonrió y le dijo: 'No te hice esa pregunta más que como prueba. ¿Puedes decirnos, y con ello no nos alejaremos del asunto, la influencia ejercida por los astros sobre los días de la semana?'

Ella contestó: 'El domingo es el día consagrado al Sol. Cuando comienza el año en domingo, es señal de que los pueblos tendrán que sufrir muchas tiranías y vejaciones de sus sultanes, de sus reyes y de sus gobernantes; habrá sequía, no prosperarán las lentejas, se agriarán las uvas y se librarán combates feroces entre los reyes. ¡Pero acerca de esto Alah es todavía más sabio!

'El lunes es el día consagrado a la luna. Cuando comienza el año en lunes, es un buen augurio. Habrá abundantes lluvias, muchas uvas y cereales, pero estallará la peste, y luego no prosperará el lino, y será malo el algodón; y, además, la mitad del ganado morirá de epidemia. ¡Pero Alah es más sabio!

'Puede comenzar el año en martes, día consagrado a Marte. Caerán heridos de muerte los grandes y los poderosos, subirá el precio de los cereales, lloverá poco, habrá escasez de pescado, la miel estará muy barata, las lentejas se venderán por nada, los granos de lino estarán caros, habrá una cosecha excelente de cebada. Pero se verterá mucha sangre, y una epidemia diezmará los asnos, cuyo precio subirá muchísimo; pero Alah es más sabio!

'El miércoles es el día de Mercurio. Cuando comienza el año en miércoles, es señal de grandes catástrofes marítimas, de muchos días de tempestad y relámpagos, de carestía de cereales y de que los reponches y las cebollas subirán mucho de precio, sin contar una epidemdia que se cebará en los niños. ¡Pero Alah es más sabio!

'El jueves es el día consagrado a Júpiter. Si abre el año, es indicio de concordia entre los pueblos, de justicia en gobernantes y visires, de integridad en los kadíes y de grandes beneficios para la humanidad, entre otros, abundancia de lluvias, de frutas, de grano, de algodón, de lino, de miel, de uva y de pescado. ¡Pero Alah es más sabio!

'El viernes es el día consagrado a Venus. Si abre el año, es señal de que el rocío será abundante y la primavera muy hermosa; nacerá una enorme multitud de niños de ambos sexos, y habrá muchos cohombros, sandías, calabazas, berenjenas y tomates, y también cotufas. ¡Pero Alah es más sabio!

'El sábado, por último, es el día de Saturno. ¡Malhaya el año que comienza en tal día! ¡Malhaya tal año! ¡Habrá una avaricia general del cielo y de la tierra, el hambre sucederá a la guerra, las enfermedades al hambre, y los habitantes de Egipto y de Siria se lamentarán bajo la opresión que han de sufrir y bajo la tiranía de los gobernantes! ¡Pero Alah es más sabio!'

Cuando el astrónomo hubo oído tal respuesta, exclamó: '¡Cuán admirablemente respondiste a todo! Pero ¿puedes aún decirnos de qué punto o piso del cielo están suspendidos los siete planetas?'

Simpatía contestó: '¡Desde luego! ¡El planeta Saturno está colgado del séptimo cielo exactamente; Júpiter está colgado del sexto cielo; Marte, del quinto; el Sol del cuarto; Venus, del tercero; Mercurio, del segundo, y la Luna del primer cielo!'

Luego añadió Simpatía: '¡Voy a interrogarte a mi vez ahora...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

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Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima octogésima segunda noche

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"Pero cuando llegó la 282ª noche

Ella dijo:

'...un líquido blanco, que se espesa merced al calor del compañón y cuyo olor recuerda al de la leche de palmera'.

El sabio exclamó: '¡Con qué sagacidad has respondido! Pero todavía tengo que hacerte dos últimas preguntas. ¿Puedes decirme qué ser viviente no vive más que aprisionado y muere en cuanto respira el aire libre? ¿Y qué frutas son las mejores?'

Ella contestó: '¡El primero es el pez, y las segundas son la toronja y la granada!'

Cuando oyó el médico todas estas respuestas de la bella Simpatía, no pudo por menos de declararse incapaz de cogerla en un error científico, y se dispuso a ocupar de nuevo su sitio.

Pero se lo impidió con un gesto Simpatía, y le dijo: 'Es preciso que a mi vez yo te haga una pregunta:

'¿Puedes decirme, ¡oh sabio! qué cosa hay redonda como la tierra y que se aloja en un ojo, ausentándose de este ojo unas veces y penetrando otras en él, que copula sin órgano masculino, que se separa de su compañero durante la noche para enlazarse a él durante el día y que elige su domicilio habitual en las extremidades?'

A esta pregunta el sabio se atormentó en vano el espíritu, porque no supo responder, y después de quitarle su manto a instancia del califa, Simpatía contestó por sí misma: '¡Es el botón con el ojal!'

Tras de lo anterior, irguióse entre los venerables jeiques un astrónomo, que era el más famoso entre los astrónomos del reino, y a quien miró sonriendo la bella Simpatía, de antemano segura de que él le encontraría los ojos más enigmáticos que todas las estrellas de los cielos.

El astrónomo fue a sentarse ante la adolescente, y luego del acostumbrado preámbulo, le preguntó: '¿De dónde sale el sol y adónde va cuando desaparece?'

Ella contestó: 'Sabe que el sol sale de los manantiales de Oriente, y desaparece en los manantiales de Occidente. Ciento ochenta son estos manantiales. El sol es el sultán del día, como la luna es la sultana de las noches. Y dijo Alah en el Libro: 'Soy yo quien otorgó su luz al sol y su resplandor a la luna y quien les asignó lugares matemáticos que permitiesen conocer el cálculo de los días y los años. ¡Yo soy quien fijó un límite a la carrera de los astros y prohibió a la luna que jamás esperase al sol, así como a la noche que se adelantase al día! ¡Por eso el día y la noche, las tinieblas y la luz, sin mezclar su esencia nunca, se identifican continuamente!'

El sabio astrónomo exclamó: '¡Qué respuesta tan maravillosa de precisión! Pero, ¡adolescente! ¿Puedes hablarnos de los demás astros y decirnos sus influencias buenas y malas?

Ella contestó: 'Si tuviera que hablar de todos los astros necesitaría consagrar a ello más de una sesión. Sólo diré, pues, pocas palabras. Además del sol y la luna, existen otros cinco planetas, que son: Ultared (Mercurio), El-Zohrat (Venus), El-Merrihk (Marte), El-Muschtari (Júpiter) y Zohal (Saturno).

'La luna, fría y húmeda, de influencia buena, está en Cáncer, su apogeo es Tauro, tiene por inclinación a Escorpión y por perigeo a Capricornio.

'El planeta Saturno, frío y seco, de influencia maligna, está en Capricornio y Acuario, su apogeo es Libra, su inclinación Aries y su perigeo Capricornio y Leo.

'Júpiter, de influencia benigna, está en Tauro, tiene por apogeo a Piscis, por inclinación a Libra y por perigeo a Aries y a Escorpión. 'Mercurio, de influencia unas veces benigna y maligna otras, está en Géminis, tiene por apogeo a Virgo, por inclinación a Piscis y por perigeo a Tauro.

'Y por último, Marte, cálido y húmedo, de influencia maligna, está en Aries, tiene por apogeo a Capricornio, por inclinación a Cáncer y por perigeo a Libra'.

Cuando el astrónomo hubo oído esta respuesta, admiró mucho la profundidad de los conocimientos de la joven Simpatía. Sin embargo, intentó turbarla con alguna pregunta más difícil, y la interrogó:

'¡Oh joven! ¿Crees que este mes tendremos lluvias?'

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La ducentésima octogésima tercera noche...

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Valram

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