jueves, 14 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima vigésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 524ª noche

Ella dijo:

‘...pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban. Entonces yo, que presencié la asamblea, dije al rey: ‘¡Oh rey, yo conozco a un hombre, llamado Saadalah el Babilonio, que no tiene igual ni superior sobre la faz de la tierra en el conocimiento de tales remedios! ¡Así, pues, envíame a verle, si lo juzgas conveniente!’ El rey me contestó: ‘¡Vé a verle!’ Yo dije: ‘¡Dame mil millares de dinares y un trozo de concha roja de un rojo oscuro! ¡Y además un regalo!’ Y el rey me dio cuanto le pedía, y me marché de la India con rumbo al país de Babilonia. Y allí pregunté por el sabio Saadalah, y me guiaron a él; y me presenté a él y le entregué cien mil dinares y el regalo del rey; luego le di el trozo de concha, y después de explicarle el objeto de mi misión, le rogué que me preparara un amuleto contra los dolores de cabeza. Y el sabio de Babilonia empleó siete meses enteros en consultar los astros, ¡y transcurridos aquellos siete meses, acabó por encontrar un día propicio para trazar sobre el trozo de concha estos caracteres talismánicos y llenos de misterio que ves en las dos caras de este amuleto que me has vendido! Y cogí este amuleto, volví junto al rey y se lo entregué.

‘Y he aquí que el rey entró en el aposento de su querida hija, y la encontró sujeta por cuatro cadenas a las cuatro esquinas de la estancia, como la tenían siempre, conforme a las instrucciones recibidas, con el fin de que en las crisis de dolor no pudiese matarse tirándose por la ventana. Y en cuanto puso el amuleto en la frente de su hija, se encontró ella curada en aquella hora y en aquel instante. Y al ver aquello, el rey se regocijó hasta el límite del regocijo, y me colmó de ricos presentes y me retuvo a su lado entre sus íntimos. Y curada milagrosamente de aquel modo, la hija del rey engarzó el amuleto en su collar y ya no lo abandonó.

Pero un día en que la princesa se paseaba en barca, jugando con sus compañeras, una de ellas hizo un falso movimiento, rompió el hilo del collar y dejó caer el amuleto al agua. Y desapareció el amuleto. Y en el mismo momento volvió la Posesión a apoderarse de la princesa, y de nuevo se sintió ella poseída por el Posesor terrible, que le ocasionó dolores de cabeza tan violentos, que le privaron de razón.

‘Al saber esta noticia, la pena del rey superó a toda ponderación; y me llamó y me comisionó nuevamente para que fuese a ver al jeique Saadalah el Babilonio, a fin de que fabricase otro amuleto. Y me puse en marcha. Pero, al llegar a Babilonia, supe que había muerto el jeique Saadalah.

‘Y desde entonces, acompañado por diez personas que me ayudan en mis pesquisas, recorro todos los países de la tierra con objeto de encontrar en casa de algún mercader o en algún vendedor o transeúnte uno de los amuletos que sólo sabía dotar de virtudes curativas y exorcizantes el jeique Saadalah de Babilonia. ¡Y la suerte quiso ponerte en mi camino y hacer que encontrara y comprara en tu tienda este objeto que ya desesperaba de encontrar nunca!’

‘Luego, ¡oh huéspedes míos! tras de haberme contado esta historia, el extranjero se puso su cinturón y se marchó. ¡Y tal es, como ya os he dicho, la causa a que obedece el color amarillo de mi rostro!’

‘En cuanto a mí, realicé en dinero cuanto poseía vendiendo mi tienda, y rico para en lo sucesivo, partí a toda prisa con rumbo a Bagdad, y no bien llegué, volé al palacio del anciano blanco, padre de mi bien amada. Porque desde que me separé de ella, llenaba ella mis pensamientos día y noche; y el móvil de mis deseos y de mi vida era volver a verla. Y la ausencia sólo consiguió avivar el fuego de mi alma y exaltarme el espíritu.’

‘Pregunté, pues, por ella a un mozo que guardaba la puerta de entrada. Y el joven me dijo que levantara la cabeza y mirara. Y vi que la casa estaba en ruinas, que habían derribado la ventana por donde se asomaba de ordinario mi bien amada y que en la morada reinaba un ambiente de tristeza y de profunda desolación. Entonces acudieron las lágrimas a mis ojos, y dije al esclavo:

¿Qué le ha deparado Alah al jeique Taher, ¡oh hermano mío!?’ Me contestó: ‘La alegría abandonó la casa, y cayó sobre nosotros la desgracia desde que hubo de dejarnos un joven del país de Omán que se llamaba Abul-Hassán Al-Omaní. Este joven mercader estuvo aquí un año con la hija del jeique Taher; pero, como al cabo de ese tiempo se quedó sin dinero, nuestro amo el jeique le echó de la casa. Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima vigésima quinta noche

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Valram

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