sábado, 19 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima tercera noche

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Pero cuando llegó la 943ª noche

Ella dijo:

‘...Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua. Y a eso se reduce la ceremonia del contrato de matrimonio en mi país’.

Entonces el rey, que estaba prendado de la hermosa, ordenó abrir el foso consabido, lo llenó de leños y de haces, y llamó a su visir, al que dijo: ‘Prepárate a andar mañana conmigo por ahí encima’.

Y al día siguiente, cuando llegó el momento de prender fuego a aquel canal de leña, el visir dijo al rey: ‘Mejor será que se arroje primero Mohammad, el hijo del pescador, para ver qué pasa. Si sale sano y salvo de ese fuego, podremos entonces arrojarnos también nosotros’. Y él dijo: ‘Está bien’.

Y he aquí que, entretanto, el salmonete había saltado a la dahabieh de su amigo y le había dicho: ‘Avispado: si el rey te llama y te dice: ‘¡Tírate a este fuego!’, no tengas miedo, sino tápate las orejas y pronuncia la fórmula preservadora: ‘En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso’. Luego tírate resueltamente al canal del fuego’.

Y el rey hizo prender fuego a los leños y haces. Y llamaron a Mohammad, y le dijeron: ‘Tírate al fuego y camina por él, hasta el mar, porque para eso eres el Avispado’.

El niño les contestó: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡A vuestras órdenes!’ Y se tapó los oídos, y pronunció mentalmente la fórmula del bismilah, y entró con resolución en el fuego. Y salió por el lado del mar más hermoso que antes. Y todo el mundo lo vio y quedó deslumbrado por su hermosura.

Entonces el visir dijo al rey: ‘¡También nosotros vamos a entrar en el fuego para salir hermosos como ese maldito hijo del pescador! Y llama también a tu hijo para que se tire con nosotros y se vuelva tan hermoso como nosotros vamos a volvernos’. Y el rey llamó a su hijo, aquel tan feo y que tenía la cara como las correas de los zuecos viejos. Y los tres se cogieron de la mano, y de tal modo, se arrojaron al fuego. Y quedaron reducidos a un montón de cenizas.

Entonces Mohammad el Avispado, hijo del pescador, fue a ver a la joven, la princesa hija del sultán de la Tierra Verde, e hizo el contrato de matrimonio con ella, y la desposó. Y se sentó en el trono del Imperio, y fue rey y sultán. Y llamó a su lado a su padre y a su madre. Y vivieron todos juntos en el palacio, con absoluta tranquilidad y armonía, contentos y prosperando. ¡Loores a Alah! ¡Dueño de la prosperidad, del contento, de la felicidad y de la armonía!’

Y cuando el capitán de policía Mohii Al-Din hubo contado así esta historia, y el sultán Baibars húbole dado las gracias y le hubo manifestado su contento, volvió él a su puesto.

Y avanzó un quinto capitán de policía, que se llamaba Nur Al-Din. Y tras de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: ‘Yo ¡oh señor nuestro y corona de nuestra cabeza! te contaré una historia que no tiene par entre las historias’. Y dijo:

Historia contada por el quinto capitán de policía

‘Una vez había un sultán. Y aquel sultán, un día entre los días, llamó a su visir, y le dijo: ‘¡Visir!’ Y éste contestó: ‘¡A tus órdenes! ¿Qué hay, ¡oh rey!?’ El rey dijo:

‘Quiero que hagas que escriban y graben para mí un sello cuyo poder sea tal, que si estoy alegre, no me enfade, y que si estoy enfadado, no me alegre. Y es preciso que quien escriba el sello se comprometa a dotarlo del poder consabido. ¡Y tienes para ello un plazo de tres días!’

Entonces el visir fue en busca de los que de ordinario hacen sellos y amuletos, y les dijo: ‘Escribidme un sello para el rey’. Y les contó lo que el rey le había dicho y exigido. Pero ninguno de ellos quiso encargarse de hacer semejante sello. Entonces el visir se levantó y se marchó, enfadado. Y se dijo: ‘No encontraré en esta ciudad lo que necesita. Voy a ir a otro país’.

Y salió de la ciudad y caminando por el campo, se encontró con un jeique árabe que aventaba su trigo en su campo. Y le saludó, diciendo: ‘La paz sea contigo, ¡oh jeique de los árabes!’ Y el jeique de los árabes le devolvió la zalema, y le dijo:

‘¿Adónde vas por aquí, ¡ya sidi con este calor!?’ El otro contestó: ‘Viajo para un asunto concerniente al rey’. El jeique le preguntó: ‘¿Qué asunto es ése?’ El visir contestó: ‘El rey me pide que haga que le escriban un sello que esté construido de manera que, si está él alegre, no se enfade, y si está enfadado, no se alegre’. Y el jeique de los árabes le dijo: ‘¿Nada más que eso?’ El visir contestó: ‘¡Nada más!’ El otro le dijo: ‘Está bien. Siéntate. Voy a traerte de comer’.

Y el jeique de los árabes dejó un momento al visir, y fue a ver a su hija, que se llamaba Yasmina, y le dijo: ‘¡Oh hija mía Yasmina! prepara el almuerzo para un huésped’. Ella dijo: ‘¿De dónde viene ese huésped?’ El contestó: ‘De parte del sultán’. Ella le preguntó: ‘¿Y qué quiere?’ Y su padre le contó la cosa. Y no hay utilidad en repetirla.

Entonces Yasmina, aquella dama de los árabes, preparó al punto un plato de huevos, en el cual había treinta huevos y mucha manteca dulce, y se lo dio a su padre, con ocho panecillos, diciéndole: ‘Da esto al viajero, y dile: Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te saluda y te dice que ella te escribirá el sello. Y te dice, además:

¡El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana!’ Y su padre dijo: ‘Está bien’. Y cogió el almuerzo, y se marchó.

Y mientras caminaba, la manteca del plato se le vertió en la mano. Entonces dejó el plato en el suelo, cogió uno de los panes, pringó en él la manteca que tenía en la mano, y se lo comió, amén de un huevo, del que tuvo gana. Tras de lo cual se levantó, y fue a llevar el almuerzo al visir, y le dijo: ‘Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te envía la zalema, y te dice que te escribirá el sello. Y además, te dice: El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana’. Y el visir dijo: ‘Comamos primero, y ya veremos luego’.

Y cuando hubo acabado de comer, dijo al padre de Yasmina: ‘Dile que me escriba el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días’.

Entonces el jeique de los árabes volvió al lado de su hija, y le dijo: ‘El visir te dice que le escribas el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días’. Entonces la joven dijo: ‘¿No te da vergüenza ¡oh padre mío! lo que me has hecho? ¡Has dejado el almuerzo en el camino, te has comido un panecillo y un huevo, y has llevado al huésped los huevos sin manteca!’ Él le contestó: ‘¡Ualahí, es verdad! Pero ¡oh hija mía! el plato estaba lleno y se me ha vertido en la mano; entonces me he sentado, y he pringado la manteca con un panecillo que me he comido; y me ha entrado gana de tomarme un huevo, que me he tragado’.

Ella dijo: ‘No importa. Preparemos el sello’.

Entonces preparó el sello, Y lo compuso con estos términos: ‘¡De Alah nos viene todo sentimiento de pena o de alegría!’ Y envió el sello al visir, que lo cogió después de dar las gracias, y se marchó para llevárselo al rey.

Y el rey, tomando el sello y leyendo lo que en él había escrito, preguntó al visir:

‘¿Quién ha hecho este sello?’ El visir contestó: ‘Una joven llamada Yasmina, dama de los árabes’. Y el rey se irguió sobre ambos pies, y dijo al visir: ‘Ven, llévame con su padre, a fin de que me case con la hija’.

Entonces el visir cogió al rey de la mano y partió con él. Y fueron a buscar al jeique de los árabes, y le dijeron: ‘¡Oh jeique de los árabes! venimos buscando alianza contigo’.

El jeique les contestó: ‘¡Familia y holgura! Pero ¿por medio de quién?’ El visir contestó: ‘Por medio de tu hija Yasmina, la dama de los árabes, con quien quiere casarse nuestro amo el rey, que está delante de tus ojos’. El jeique dijo: ‘Está bien. Somos vuestros servidores. Pero se pondrá a mi hija en un platillo de la balanza, y oro en el otro. Y peso por peso. Porque Yasmina es cara al corazón de su padre’.

Y el visir contestó: ‘No hay inconveniente’. Y fueron en busca de oro, y lo pusieron en un platillo de la balanza, mientras el jeique de los árabes ponía a su hija en el otro platillo. Y cuando se equilibraron la joven y el oro, se extendió, acto seguido, el contrato de matrimonio. Y el rey dio una gran fiesta en el pueblo de los árabes. Y aquella misma noche entró en el aposento de la joven, que aún estaba en casa de su padre, y le quitó la virginidad. Y por la mañana, partió con ella y la dejó en su palacio.

Cuando llevaba ya algún tiempo en aquel palacio, la hermosa joven árabe Yasmina empezó a adelgazar y a consumirse de languidez. Entonces el rey llamó al médico, y le dijo: ‘Sube pronto, y examina a Sett El-Arab, a Yasmina. No sé por qué adelgaza y se desmejora así’. Y el médico subió, y examinó a Yasmina. Luego bajó, y dijo al rey: ‘No está habituada a residir en las ciudades, porque es una muchacha campesina, y su pecho se oprime con la falta de aire’. Y el rey preguntó: ‘¿Y qué hay que hacer?’ El hakim contestó: ‘Haz que le erijan un palacio junto al mar, adonde podrá respirar aire sano; y se pondrá más hermosa de lo que era’. Y al punto dio el rey orden a los albañiles para que erigieran un palacio junto al mar. Y cuando estuvo acabado el palacio, transportaron allí a la languideciente Yasmina, dama de los árabes...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima cuarta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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