martes, 6 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima sexta noche

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Pero cuando llegó la 606ª noche

Ella dijo:

‘...Pero entonces, de en medio de aquel cuadro de luz, se adelantó una amazona más alta que todas las demás, cuyo rostro no estaba descubierto bajo el yelmo, sino completamente oculto con la visera calada, y cuyo pecho de senos firmes relucía bajo la protección de una cota de mallas de oro más apretadas que las alas de las langostas. Y detuvo bruscamente su yegua a algunos pasos de Hassán. Y Hassán, sin saber si sería para él hostil u hospitalaria, comenzó por hundir ante ella la frente en el polvo, levantando luego la cabeza y diciéndole: ‘¡Oh soberana mía! ¡Soy un extranjero a quien el Destino ha conducido a esta tierra, y me pongo bajo la protección de Alah y bajo tu salvaguardia! ¡No me rechaces! ¡Oh seberana mía! ¡Ten piedad del desdichado que va en busca de su esposa y de sus hijos!’

Al oír estas palabras de Hassán, la jinete se apeó de su caballo, y volviéndose hacia sus guerreras, las despidió con un gesto. Y acercóse a Hassán, que al punto hubo de besarle pies y manos y se llevó a la frente el borde de su manto. Y ella le examinó con atención; luego, levantóse la visera, se mostró a él al descubierto. Y al verla, Hassán lanzó un grito y retrocedió espantado; porque, en lugar de una joven tan bella, por lo menos como las guerreras adolescentes que acababa de ver, tenía ante sí una vieja de feo aspecto, que poseía una nariz tan gorda cual una berenjena, cejas atravesadas, mejillas arrugadas y flácidas, ojos que se injuriaban ¡oh calamidad!

¡Con lo cual se asemejaba del todo a un cerdo! Así es que Hassán, para no verse obligado a mirar por más tiempo aquel rostro, se tapó los ojos con la orla de su vestido. Y la vieja tomó este gesto por una gran prueba de respeto, persuadiéndose de que Hassán sólo lo hacía para no parecer insolente si la miraba cara a cara; y quedó en extremo conmovida por aquella muestra de respeto, y le dijo: ‘¡Oh extranjero! calma tu inquietud. ¡Desde este momento estás bajo mi protección! ¡Y te prometo mi auxilio en cuanto necesites! Luego añadió: ‘¡Pero, ante todo, es preciso que nadie te vea en esta isla! ¡Y a ese fin, aunque estoy impaciente por conocer tu historia, voy a correr a traerte los efectos indispensables para disfrazarte de amazona, con objeto de que en lo sucesivo no se te pueda distinguir entre las jóvenes guerreras vírgenes, guardias del rey y de las hijas del rey!’ Y se marchó para volver al cabo de algunos instantes con una coraza, un sable, una lanza, un casco y otras armas en un todo semejantes a las que llevaban las amazonas. Y se las dio a Hassán, que cubrióse con ellas. Entonces le cogió de la mano y le condujo a una roca que se alzaba a orillas del mar, y sentándose allá con él, le dijo: ‘¡Ahora ¡oh extranjero! date prisa a contarme la causa que te ha impulsado hasta estas islas que ningún adamita se atrevió a abordar antes que tú!’ Y después de haberle dado las gracias por sus bondades, Hassán contestó: ‘¡Oh mi señora! ¡Mi historia es la de un desdichado que ha perdido el único bien que poseía, y recorre la tierra con la esperanza de encontrarlo!’ Y le contó sus aventuras sin omitir un detalle.

Y la vieja amazona le preguntó: ‘¿Y cómo se llama la joven esposa tuya, y cómo se llaman tus hijos?’ El dijo: ‘¡En mi país mis hijos se llamaban Nasser y Maussur, y mi esposa se llamaba Esplendor! ¡Pero ignoro el nombre que llevan en el país de los genn!’ Y acabando de hablar, Hassán se echó a llorar abundantes lágrimas.

Cuando la vieja hubo oído la historia de Hassán y hubo visto su dolor, quedó completamente conquistada por la compasión, y le dijo: ‘Te juro, ¡oh Hassán! que no se interesaría por su hijo una madre más de lo que yo quiero interesarme por tu suerte. Y puesto que dices que acaso se encuentre tu esposa en medio de mis amazonas, mañana te las haré ver desnudas a todas en el mar. ¡Y después haré que desfilen una por una delante de ti para que me digas si entre ellas reconoces a tu esposa!’

Así habló la vieja Madre-de-las-Lanzas a Hassán Al-Bassri. Y le tranquilizó, afirmándole que, por medio de aquella estratagema, no dejarían de descubrir a la joven Esplendor. Y pasó con él aquel día, y le paseó por la isla, haciéndole admirar todas sus maravillas. Y acabó por quererle con un cariño grande, y le decía: ‘¡Cálmate, hijo mío! ¡Te he puesto en mis ojos! ¡Y aunque para tu placer me pidieras a todas mis guerreras, que son jóvenes vírgenes, te las daría de todo corazón amistoso!’ Y le contestaba Hassán: ‘¡Oh mi señora! ¡Por Alah que no te abandonaré hasta que mi alma me abandone!’

Y he aquí que al día siguiente, conforme con su promesa, la vieja Madre-de-las-Lanzas se puso a la cabeza de sus guerreras al son de los tambores. Y disfrazado de amazona, hallábase sentado Hassán en la roca que dominaba el mar. ¡Y de tal modo asemejábase a alguna hija entre las hijas de los reyes!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima séptima noche

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Valram

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