domingo, 17 de agosto de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La primera noche

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Primera noche
Historia del mercader y el efrit

Schehrazada dijo:

He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: ‘Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo’. El mercader repuso: ‘¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?’ Y contestó el efrit: ‘Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron’. Entonces dijo el mercader: ‘Considera ¡Oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras’.

El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dio a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.

En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique (1) se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: ‘¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?’

Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: ‘¡Por Alah! ¡Oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente’.

Después, sentándose a su lado, prosiguió: ‘¡Por Alah! ¡Oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit’. Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits.

Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.

A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos.

Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: ‘Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón’. Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: ‘¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?’ Y el efrit dijo: ‘Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre’.

Cuento del primer jeique

El primer jeique dijo:

Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío (2) carne de mi carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.

La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: ‘Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él’. Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.

Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano, cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya el arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: ‘Tráeme un becerro bien gordo’. Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.

Cuando el ternero me vio, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡Con qué lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: ‘Tráeme otra vaca, y deja con vida a este ternero’.

En este punto de su narración, vio Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: ‘¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!’ Schehrazada contestó: ‘Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo y el rey quiere conservarme’. Y el rey dijo para sí: ‘¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia’.

Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fue perplejo en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.

Cuando hubo terminado el diwán (3) el rey Schahriar volvió a su palacio.

(1) Un anciano respetable
(2) Por eufemismo suelen llamar así los árabes a sus mujeres. No dicen suegro, sino tío; de modo que la hija de mi tío equivale a mi mujer.
(3) Diwan: Sesión de Justicia o sala de la misma”

Continuará: La segunda noche

Saludos
Valram

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