sábado, 13 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima quincuagésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 554ª noche

Ella dijo:

‘...y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a la derecha.

Entonces besé la tierra entre las manos del sultán Saladino, y le dije: ‘¡He aquí la mujer consabida!’ Y se encaró él con mi esposa, y le dijo: ‘¿Qué tienes que decir? ¿Quieres ir a tu país con el embajador, o prefieres permanecer aquí con tu marido?’

Ella contestó: ‘¡Me quedo con mi esposo, porque soy musulmana y estoy encinta de él, y la paz de mi alma no se halla entre los francos!’

Entonces el sultán se encaró con el embajador, y le dijo: ‘¿Lo has oído? ¡No obstante, háblale tú mismo, si quieres!’

Y el embajador de los francos hizo advertencias y amonestaciones a mi esposa, y acabó por decirle: ‘¿Prefieres quedarte con tu marido el musulmán o volver junto al jefe de caballería de los francos?’

Ella contestó: ‘¡No me separaré de mi esposo el egipcio, porque la paz de mi alma se halla entre los musulmanes!’

Y el embajador, muy contrariado, dio con el pie en el suelo, y me dijo: ‘¡Llévate, entonces, esa mujer!’

Y cogí de la mano a mi esposa y saliendo de la audiencia con ella, nos llamó de improviso el embajador y me dijo: ‘¡La madre de tu esposa, que es una franca vieja que habita en Acre, me ha entregado para su hija este fardo que ves aquí!’ Y me entregó el fardo, y añadió: ‘¡Y me ha encargado esa señora que dijera a su hija que esperaba encontrarla con buena salud!’

Cogí, pues, el fardo, y volví a casa con mi esposa. ¡Y cuando abrimos el fardo, hallamos en él las vestiduras que mi esposa llevaba en Acre, además de los primeros cincuenta dinares que yo le había dado y de los otros cien dinares del segundo encuentro; anudados en el mismo pañuelo y con el nudo que yo mismo hice! ¡Entonces advertí en aquello la bendición que me había traído mi castidad, y di gracias a Alah!

Más adelante me traje a mi mujer, la franca convertida en musulmana, a Egipto, aquí mismo. Y ella es ¡oh huéspedes míos! quien me ha hecho padre de estos hijos blancos que bendicen a su Creador. ¡Y hasta hoy hemos vivido en nuestra unión, comiendo el pan que hemos cocido antes! ¡Y tal es mi historia! ¡Pero Alah es más sabio!’

Y después de contar esta anécdota, se calló Schehrazada. Y el rey Schahriar dijo: ‘¡Qué dichoso es ese felah, Schehrazada!’

Y dijo Schehrazada: ‘¡Sí, ¡oh rey! pero no es sin duda más de lo que fue Califa el pescador con los monos marinos y el califa!’

Y preguntó el rey Schahriar: ‘¿Y cómo es esa Historia de Califa y del Califa?’

Schehrazada contestó: ‘¡Voy a contártela en seguida!’

Historia de Califa y del Califa

Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había en la ciudad de Bagdad un hombre que era pescador de oficio y se llamaba Califa. Y era un hombre tan pobre, tan desgraciado y tan sin recursos, que no había podido reunir las escasas monedas de cobre necesarias para casarse; y así es que seguía soltero, mientras que los más pobres de los pobres tenían mujer e hijos.

Un día se echó sus redes a la espalda, como tenía por costumbre, y se fue a la orilla del agua para arrojarlas muy de mañana, antes de que llegasen los demás pescadores. Pero las arrojó por diez veces consecutivas sin sacar nada en absoluto.

Y su despecho fue extremado en un principio; y se le oprimió el pecho, y su espíritu se hallaba perplejo y se sentó en la ribera presa de la desesperación. Pero acabó por calmar sus malos pensamientos y dijo: ‘¡Alah me perdone mi impulso! ¡Sólo hay recurso en Él! ¡Él se cuida de la subsistencia de sus criaturas, y lo que Él da no puede quitárnoslo nadie, y lo que rehúsa Él, nadie nos lo puede dar! Tomemos, pues, los días buenos y los malos como vengan, y aprestemos un pecho henchido de paciencia contra las desgracias. ¡Porque la mala fortuna es como el grano que no se revienta y sólo se resuelve a fuerza de cuidados pacienzudos!’

Cuando el pescador Califa se hubo reconfortado el alma con estas palabras, se levantó animosamente, y remangándose la ropa, lanzó al agua sus redes tan lejos como alcanzaba su brazo, y esperó un buen rato; tras de lo cual atrajo a sí la cuerda y tiró de ella con todas sus fuerzas; pero pesaban tanto las redes, que hubo de tomar precauciones infinitas para arrastrarlas sin romperlas. Por fin lo consiguió, acarreándolas delicadamente; y cuando las tuvo delante de él, las abrió, con el corazón palpitante; pero no encontró dentro más que un mono muy grande, tuerto y lisiado...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima quincuagésima quinta noche

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Valram

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