domingo, 10 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima vigésima noche

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Y cuando llegó la 520ª noche

Ella dijo:

‘...y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables! ¡Porque era ella verdaderamente cual la luna en su decimocuarto día, y sólo con el modo que tuvo de corresponder a mi zalema, acabó de arrebatarme la razón a causa del tono de su voz, más melodiosa que los acordes del laúd; y toda ella era hermosa, y graciosa y simétrica por todos lados, en verdad! Y sin ninguna duda a ella se refieren estos versos del poeta:

¡La hermosa! ¡Si apareciese en medio de los infieles, abandonarían por ella sus ídolos y la adorarían como a única divinidad!

¡Si sobre el mar se mostrara ella desnuda por completo, sobre el mar de olas amargas y saladas, se endulzaría el mar con la miel de su boca!

¡Si desde Oriente se mostrara a algún monje cristiano de Occidente, es seguro que el monje abandonaría el Occidente y volverá hacia Oriente sus miradas!

¡Pero yo que la vi en la oscuridad iluminada por sus ojos, me grité a mí mismo!: ‘¡Oh noche! ¿Qué veo? ¿Es una aparición ligera que me engaña, o es una virgen intacta que reclama un copulador?’

Y vi que al oír estas palabras, apretaba con su mano la flor que tiene en medio, y me decía suspirando con tristes y dolorosos suspiros:

‘¡Los dientes hermosos, para parecer lo bastante hermosos, necesitan que se los frote con el tallo aromático! ¡Y el zib es a las vulvas hermosas lo que a los dientes jóvenes es el tallo aromático! ¡Oh musulmanes, ayudadme! ¿Es que no hay en vosotros un zib superior que sepa tenerse en pie?’

¡Entonces sentí que mi zib crujía en sus coyunturas y me levantaba la túnica para adquirir un impulso triunfante! ¡Y en su lenguaje dijo a la bella!: ‘¡Hele aquí! ¡Hele aquí!’

¡Entonces rasgué sus velos! ¡Pero ella tuvo miedo!, y me dijo: ‘¿Quién eres?’ Contesté:

‘¡Un valiente cuyo zib erguido acaba de responder a tu llamamiento!’

¡Y la asalté sin más tardanza, y mi zib, poderoso como un brazo la apuntaba triunfalmente entre los muslos!

¡De modo que cuando acabé de meter el tercer clavo!, me dijo ella: ‘¡Más adentro, ¡oh valiente! más adentro!’ Y contesté: ‘¡Más adentro!, ¡oh dueña mía! ¡Más adentro! ¡Ya llegó!’

‘Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez acerada, y me dijo: ‘¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped!’ Y me cogió de la mano, ¡oh mis señores! y me hizo sentarme junto a ella; y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en bandejas los refrescos de bienvenida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no se bebe más que en los palacios de los reyes; y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros. Después una de las esclavas le llevó un estuche de raso, del cual extrajo ella un laúd de marfil, que templó, y cantó estos versos:

¡No bebas el vino más que cuando te lo brinde la mano de un tierno jovenzuelo; pues si el vino produce embriaguez, el jovenzuelo hace mejorar el vino!

¡Porque el vino no procura delicias a quien lo bebe, a menos que el copero tenga mejillas en que brillen puras rosas, cándidas y frescas!

‘Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que me enardecí tras estos preludios, y mi mano se tornó audaz, y mis ojos y mis labios la devoraban; y le encontré cualidades tan extraordinarias de saber y belleza, que no solamente me pasé con ella el mes que había pagado, sino que seguí pagándole a su padre el anciano blanco un mes tras de otro mes, y así sucesivamente durante un largo transcurso de tiempo, hasta que, a causa de aquellos dispendios considerables, no me quedó ni un solo dinar de todas las riquezas que había traído conmigo del país de Omán, mi patria. Y al pensar entonces en que muy pronto me vería forzado a separarme de ella, no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente”

Continuará: La quingentésima vigésima primera noche

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Valram

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