sábado, 27 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima sexagésima octava noche

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Y cuando llegó la 568ª noche

Ella dijo:

‘... Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿Quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa silla?’

Al oír estas palabras de Califa, el califa sonrió, y cogiendo con las dos manos la jofaina de oro en que estaban las papeletas escritas por Giafar, le dijo: ‘¡Acércate, ¡oh Califa! y ven a sacar una papeleta entre estas papeletas!’

Pero exclamó Califa, echándose a reír: ‘¡Cómo! ¡Oh clarinete! ¿Cambiaste ya de oficio y abandonaste la música? ¡Y hete aquí ahora convertido en astrólogo! ¡Y ayer eras aprendiz de pescador! ¡Créeme, clarinete, que ese proceder no te llevará lejos! ¡Porque cuantos más oficios se tienen, menos provecho se saca de ellos! ¡Da, pues, de lado a la astrología, y torna a ser clarinete o vuelve conmigo para continuar tu aprendizaje de pescador!’

Y aún iba a proseguir hablando, cuando Giafar se acercó a él, y le dijo: ‘¡Basta ya de semejante palabrería! ¡Y ven a sacar de esas papeletas, como te ha ordenado el Emir de los Creyentes!’ Y le empujó hacia el trono.

Entonces Califa, aunque resistiéndose al empujón de Giafar, se adelantó renegando hacia la jofaina de oro, y metiendo en ella con torpeza toda su mano, sacó un puñado de papeletas a la vez. Pero Giafar, que le vigilaba, le hizo soltarlas, y le dijo que cogiera una sola. Y Califa, rechazándole de un codazo, volvió a meter la mano y no sacó aquella vez más que una sola papeleta, diciendo: ‘¡Lejos de mí toda idea de volver a tomar a mi servicio en adelante a este tañedor de clarinete de mejillas abultadas, a este astrólogo sacador de horóscopos!’

Y así diciendo, desdobló la papeleta, y con ella al revés, pues no sabía leer, se la dio al califa, preguntándole: ‘¿Quieres decirme, ¡oh clarinete! el horóscopo escrito en esta papeleta? ¡Y ten cuidado con no ocultarme nada!’

El califa cogió la papeleta, y sin leerla, se la dio a su vez a Giafar, diciéndole ‘¡Dinos en alta voz lo que está escrito ahí!’ Y Giafar cogió la papeleta y habiéndola leído, alzó los brazos y exclamó: ‘¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Omnipotente!’

Y el califa preguntó a Giafar, sonriendo: ‘¡Supongo que serán buenas noticias, oh Giafar! ¿De qué se trata? ¡Habla! ¿Es preciso que baje yo del trono? ¿Hay que sentar aquí a Califa? ¿O hay que apoderarse de él?’

Y Giafar contestó con mohíno acento: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! en esta papeleta han escrito: ‘Cien palos al pescador Califa’.

Entonces, a pesar de los gritos y protestas de Califa, el califa dijo: ‘¡Que se ejecute la sentencia!’ Y el portaalfanje Massrur hizo que se apoderaran del pescador, que aullaba como un loco, y cuando le echaron de bruces, mandó que le aplicaran cien palos justos, ¡ni uno más ni uno menos! Y aunque Califa no sentía dolor alguno, a causa del encallecimiento que había adquirido, daba gritos espantosos y lanzaba mil imprecaciones contra el tañedor de clarinete.

¡Y el califa se reía extremadamente!

Y cuando hubieron acabado de administrarle los cien golpes, Califa se levantó como si no hubiese pasado nada, y exclamó: ‘¡Maldiga Alah tu música, oh hinchado! ¿Desde cuándo forman los palos parte de las bromas entre las gentes distinguidas?’

Y Giafar, que tenía un alma misericordiosa y un corazón compasivo, se encaró con el califa, y le dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Permite al pescador que saque otra papeleta! ¡Quizá la suerte le sea esta vez más propicia! ¡Y después de todo, no querrás que tu antiguo amo se aleje del río de tu liberalidad sin haber apagado su sed!’

Y el califa contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh Giafar! que eres muy imprudente! ¡Ya sabes que los reyes no tienen costumbre de desdecirse de sus juramentos y promesas! ¡De modo que puedes estar seguro de antemano de que, si al sacar la segunda papeleta el pescador, le toca la horca, se le ahorcará sin remisión! ¡Y así serás tú el causante de su muerte!’ Y Giafar contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que la muerte del desdichado es preferible a su vida!’

Y el califa dijo: ‘¡Sea! ¡Que saque, entonces, otra papeleta!’

Pero Califa exclamó, encarándose con el califa: ‘¡Oh clarinete funesto, que Alah te recompense por tu liberalidad! pero dime, ¿es que no podrías encontrar en Bagdad otra persona más que yo para hacerle experimentar tan agradable prueba? ¿0 acaso yo sólo estoy disponible en todo Bagdad?’

Pero Giafar se acercó a él, y le dijo: ‘¡Coge otra papeleta, y Alah te la elegirá!’

Entonces Califa metió la mano en la jofaina de oro, y al cabo de un momento, sacó una papeleta en blanco. Y el califa dijo: ‘¡Ya lo estás viendo! ¡La fortuna de este pescador no le espera entre nosotros! ¡Dile, pues, ahora que se quite de mi vista cuanto antes! ¡Ya estoy harto de verle!’

Pero Giafar dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Te conjuro, por méritos sagrados de tus santos antecesores los Puros, a que permitas al pescador que saque la tercera papeleta! ¿Quién sabe si encontrará así con qué no morir de hambre?’ Y contestó Al-Raschid: ‘¡Bueno! ¡Que coja, pues, la tercera papeleta, pero nada más!’

Y Giafar dijo a Califa: ‘¡Anda, oh pobre! coge la tercera y última...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima sexagésima novena noche

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Valram

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