domingo, 4 de julio de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La septingentésima decimoquinta noche

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Pero cuando llegó la 715ª noche

Ella dijo:

‘...Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad.

A la sazón adquirió el visir, para aumentar el número de esclavas de su harén, una joven entre las jóvenes más deliciosas y perfectas del tiempo. Y desde su llegada, aquella joven supo captarse el corazón del visir; pero antes de aficionarse a ella, como lo había hecho con el joven, se dijo él:

‘¡Quién sabe si la fama de esta perla nueva no llegará a oídos del sultán! Más me valdrá regalársela también al sultán antes que mi corazón se aficione a esta joven esclava. ¡De tal modo será menos grande el sacrificio y la pérdida menos cruel!’ Así pensando, hizo ir a la joven, la cargó con un regalo para el sultán todavía más rico que el de la primera vez, y le dijo: ‘¡Tú misma formarás parte del obsequio!’ Y le dio, para que se lo entregase al sultán, un billete en que había escrito estos versos:

¡Oh mi señor! ¡En tu horizonte ha aparecido ya una luna, y he aquí el sol ahora!

¡Con lo cual se unen en el mismo cielo estos dos astros de luz para formar, con destino a tu reino, la más hermosa de las constelaciones!

Y he aquí que, después de aquello, el crédito del visir se duplicó en el ánimo del sultán Saladino, quien no perdonaba ocasión de demostrar, ante toda su corte, la estimación y amistad que sentía por él. Y esto hizo que el visir tuviese de tal suerte muchos enemigos y envidiosos, los cuales, proyectando su perdición resolvieron desorientar al sultán con respecto a él. Valiéndose de diversas alusiones y afirmaciones, dejaron entrever a Saladino que el visir conservaba siempre mucha inclinación hacia el joven cristiano, y que no cesaba en desearle ardientemente y de llamarle con toda su alma, sobre todo cuando la brisa fresca del Norte le incitaba al recuerdo de los antiguos paseos. Y le dijeron que se reprochaba con amargura el don que le hizo, y hasta que se mordía los dedos y se saltaba las muelas de despecho y de arrepentimiento. Pero el Sultán Saladino, lejos de prestar oído a aquellas murmuraciones indignas del visir, en quien había puesto toda su confianza, gritó con furiosa voz a los que pronunciaban aquellos discursos: ‘¡Dejad de mover esas lenguas de perdición contra el visir, o al instante vuestras cabezas os saltarán de los hombros!’

Luego, como era avisado y justo, les dijo: ‘¡Sin embargo, quiero comprobar esas mentiras y calumnias, y dejar que se vuelvan contra vosotros vuestras propias armas! ¡Voy, pues, a poner a prueba la rectitud de alma de mi visir!’ Y llamó al joven, y le preguntó: ‘¿Sabes escribir?’ El aludido contestó: ‘Sí, ¡oh mi señor!’ El sultán dijo: ‘¡Tomad entonces un papel y un cálamo y escribe lo que voy a dictarte!’ Y dictó, como si estuviese redactada por el propio niño, la siguiente carta dirigida al visir:

‘¡Oh mi antiguo amo bienamado! Por el sentimiento que tú mismo debes experimentar por mí, comprenderás la ternura que por ti siento y el recuerdo que dejaron en mi alma nuestras delicias de antaño. Por eso me quejo a ti de mi suerte actual en el palacio, donde nada puede hacerme olvidar tus bondades, máxime cuando aquí la majestad del sultán y el respeto que le tengo me impiden disfrutar de sus favores. Te ruego, pues, busques un procedimiento para arrancarme del sultán de una u otra manera. ¡Por lo demás, el sultán hasta ahora no ha estado a solas conmigo, y me verás lo mismo que me dejaste!’

Y escrita esta carta, el sultán hizo que la llevara un esclavo de palacio, que se la entregó al visir, diciéndole: ‘Tu antiguo esclavo el niño cristiano me encarga que te entregue esta carta de parte suya’. Y el visir cogió la carta, la miró un momento, y sin abrirla, escribió las siguientes estrofas al dorso:

‘¿Desde cuándo el hombre de experiencia expone, como el insensato, su cabeza en las fauces del león?

‘¡No soy de esos cuya razón se somete y sucumbe al amor, ni de los que dan que reír a los envidiosos que ejecutan maniobras solapadas!

‘¡Cuando hice el sacrificio de mi alma dándola, es porque sabía bien que, una vez que saliera el alma, no debería ya volver a habitar el cuerpo abandonado!’

Al recibir esta respuesta, el sultán Saladino se entusiasmó, y no dejó de leerla ante la expresión de despecho de los envidiosos. Luego mandó llamar a su visir, y después de darle nuevas pruebas de amistad, le preguntó: ‘¿Puedes decirnos ¡oh padre de la sabiduría! cómo te arreglas para tener tanto poder sobre ti mismo?’

Y el visir contestó…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La septingentésima decimosexta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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Valram

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