miércoles, 17 de diciembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La centésima vigésima cuarta noche

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"Pero cuando llego la 124ª noche

Ella dijo:

Y nos quedamos los dos solos en la gran sala de las cuatro arcadas de cristales.

Y entonces la joven se desnudó, y vino hacia mí sólo con la fina camisa sobre la piel. ¡Y qué camisa! ¡Y qué bordados! Llevaba todavía el calzón, pero se apresuró a hacerlo resbalar. Enseguida me cogió de la mano, me llevó hacia el fondo de la amplia alcoba, y se echó conmigo en la gran cama de oro. Y jadeante, exclamó: 'Ya nos está permitido todo esto, pues no es vergonzoso lo que es lícito'.

Y se tendió ágilmente, y me atrajo junto a ella. Después exhaló un largo suspiro, seguido de un estremecimiento y de algunas monadas llenas de coquetería, acabando por levantarse la camisa hasta más arriba de los riñones.

Entonces ya no pude refrenar por más tiempo mis deseos, y después de haberle chupado los labios, mientras que desfallecía, se estiraba y cerraba los ojos, penetré en ella de parte a parte. Y así comprobé la exactitud encantadora de estos versos del poeta:

¡Cuando la joven se levantó el vestido, mi vista se pudo extender sin ninguna dificultad por la terraza de su vientre! ¡Oh que jardines!

¡Y descubrí su entrada que era tan estrecha y tan difícil como mi paciencia y mi vida!

¡Pero de todos modos pude penetrar en ella a la fuerza, aunque sólo a medias! Entonces ella exhaló un gran suspiro. Y yo dije:

'Por qué suspiras' y ella contestó: '¡Por la segunda mitad!, ¡Oh luz de mis ojos!'.

En efecto, una vez que hicimos primeramente eso, me dijo: '¡Obra como quieras! ¡Soy tu esclava sumisa! ¡Anda! ¡Ven! ¡Tómalo! ¡Por mi vida sobre ti! ¡Dámelo mejor, para que con mi mano lo haga penetrar en mí, y me calme las entrañas!' Y no cesó en sus suspiros ni en sus gemidos, entre besos, transportes, movimientos y copulaciones, hasta que nuestros gritos se extendieron por toda la casa y alborotaron toda la calle. Después de lo cual nos dormimos hasta por la mañana.

Entonces, cuando me disponía a marcharme, se acercó a mí maliciosamente, y me dijo: '¿Adónde vas?' ¿Crees que la puerta de salida está abierta como la puerta de entrada? ¡Desengáñate, Aziz! ¡Y sobre todo, no me confundas con la hija de Dalila la Taimada! ¡Apresúrate a alejar ese injurioso pensamiento! ¡Recuerda que estás unido legítimamente conmigo mediante un contrato, confirmado por la Sunna! ¡Ah mi querido Aziz! ¡Si estás borracho, despabílate y vuelve a tu razón! Sabe que la puerta de esta casa no se abre más que una vez al año, y sólo por un día. ¡Levántate si no, y ve a comprobar mis palabras!'

Entonces me levanté asustado, me dirigí hacia la puerta principal, y después de haberla examinado bien, me cercioré de que estaba barrada, clavada y condenada, sin lugar a dudas. Y volví hacia la joven, y le dije que efectivamente la cosa era exacta. Ella me sonrió entonces muy feliz, y me dijo: '¡Oh mi querido Aziz! sabe que aquí tenemos en abundancia harina, grano, frutas frescas y secas, granadas desecadas, manteca, azúcar, dulces, carneros, pollos y otras cosas semejantes, en cantidad suficiente para un buen número de años. Estoy tan segura de que permanecerás aquí durante un año, como de que no ha de faltarnos nada de eso. ¡Resígnate, pues, y deja ese aspecto tan triste y esa cara tan ceñuda!'

Entonces suspiré:'! No hay fuerza ni poder más que en Alah!' Y ella dijo: '¿Pero de qué te quejas, ¡oh grandísimo tonto!? ¿A qué viene el suspirar de esa manera cuando me has dado unas pruebas tan brillantes de tu suficiencia para el oficio de gallo de que hablamos ayer?' Y se echó a reír. Y yo también me eché a reír. Y entonces tuve que obedecerla y amoldarme a sus deseos.

Permanecí, pues, en aquella morada ejerciendo mi oficio de gallo; comiendo, bebiendo y haciendo el amor dura y secamente, durante un año entero de doce meses. Así es que al cabo del año la joven estaba bien fecundada, y parió un niño. Y entonces, por primera vez, oí el rumor de la puerta, cuyos goznes chirriaban. Y mi alma exhaló un hondo '¡Ya Alah!' de redención.

Abierta la puerta, vi entrar un gran número de proveedores que venían cargados de alimentos para todo el año: un cargamento de pasteles, harina, azúcar, y otras provisiones por el estilo. Y de un salto quise ganar la calle y la libertad. Pero ella me sujetó por el faldón, y me dijo: '¡Oh ingrato Aziz! aguarda siquiera a que se haga de noche, y que sea la misma hora en que entraste aquí hace un año'. Y me resigné a aguardar un poco más. Pero apenas anocheció, me dirigí hacia la puerta, y la joven me acompañó hasta el umbral, no dejándome salir hasta que le hube jurado que volvería antes de que se cerrase la puerta por la mañana. Y no tenía más remedio que cumplirlo, pues le juré por la Espada del Profeta, ¡sean con él la plegaria y la paz! y por el Libro Noble, y por el Divorcio.

Salí por fin, y me dirigí apresuradamente a casa de mis padres, pero pasando por el jardín de mi amiga, aquella a la que mi esposa llamaba la hija de Dalila la Taimada. Y con gran sorpresa, vi que el jardín estaba abierto como de costumbre, con la linterna encendida en el fondo de los bosquecillos.

Entonces me entristecí profundamente, y lleno de furor dije para mí...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, según su costumbre, se calló hasta el otro día."

Continuará: La centésima vigésima quinta noche...

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Valram

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