martes, 20 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima vigésima noche

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Pero cuando llegó la 620ª noche

...de un carpintero, al cual dijo: ‘¡Esta tarde me enviarás a casa un armario grande con tres entrepaños superpuestos, y del que cada entrepaño tenga una puerta independiente que se cierre bien con un candado!’ El carpintero contestó : ‘Por Alah, ¡oh mi ama! ¡Que la cosa no es tan fácil de hacer de aquí a esta tarde!’ Ella dijo: ‘¡Te pagaré lo que quieras!’ Dijo él: ‘En ese caso, estará listo. ¡Pero el precio que de ti quiero no es oro ni plata, ¡oh mi señora! sino solamente lo que tú sabes! ¡Entra, pues, en la trastienda, a fin de que pueda hablar contigo!’ Al oír estas palabras del carpintero, contestó la joven: ‘¡Oh carpintero de bendición, que hombre de tan poco tacto eres!

¡Por Alah! ¿Es que esta miserable trastienda tuya resulta a propósito para una conversación como la que quieres mantener? ¡Mejor será que vengas esta noche a mi casa después de enviarme el armario, y me hallarás dispuesta a conversar contigo hasta por la mañana!’ Y el carpintero contestó: ‘¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!’ Y continuó la joven: ‘¡Bueno!

¡Pero el armario que vas a hacerme no ha de tener cuatro entrepaños, sino cinco! ¡Porque, si he de guardar en él todo lo que tengo que guardar, necesito cinco entrepaños!’

Y después de darle las señas de su casa, se separó del carpintero y regresó a su domicilio.

Ya en él, sacó de un cofre cinco ropones de hechuras y colores distintos, los dejó cuidadosamente e hizo aportar manjares y bebidas, y colocar flores y quemar perfumes. Y de esta manera aguardó la llegada de sus invitados.

Y he aquí que al oscurecer llevó el armario consabido el mozo del carpintero; y la joven mandó colocarlo en la sala de visitas. Luego despidió al mozo, y antes de que tuviese tiempo de probar los candados del armario, llamaron a la puerta, y entró el primero de los invitados, que era el walí de la ciudad. Y levantóse en honor suyo, y besó la tierra entre sus manos, y le invitó a sentarse, y le sirvió refrescos. Luego empezó a posar en él unos ojos de un palmo de largos, y a lanzarle miradas abrasadoras, de modo que el walí hubo de levantarse acto seguido, y haciendo muchos gestos y tembloroso ya, quiso poseerla al instante.

Pero dijo la joven, desasiéndose de él: ‘¡Oh mi señor! ¡Cuán refinado eres! ¡Comienza por desnudarte para tener soltura de movimientos!’ Y dijo el walí: ‘¡No hay inconveniente!’ Y se quitó sus vestiduras. Y ella le presentó un ropón de seda amarilla y de forma extraordinaria, un gorro del mismo color, para que se los pusiese en lugar de sus trajes de color oscuro, como suele hacerse en los festines de libertinos. Y el walí se apropió del ropón amarillo, y el gorro amarillo, y se dispuso a divertirse. Pero en aquel mismo momento llamaron a la puerta con violencia.

Y preguntó el walí, muy contrariado: ‘¿Esperas a algunas vecinas o a alguna proveedora?’ Ella contestó aterrada: ‘¡Por Alah, que no! ¡Pero he olvidado que esta misma noche volvía de viaje mi esposo! ¡Y él mismo es quien llama a la puerta en este momento!’ El walí preguntó: ‘¿Y qué va a ser de mí entonces? ¿Y qué voy a hacer?’

Ella dijo: ‘¡No tienes más que un modo de salvarte, y consiste en meterte en este armario!’ Y abrió la puerta del primer entrepaño del armario, y dijo al walí: ‘¡Métete ahí dentro!’ Dijo él: ‘¿Y cómo voy a caber?’ Ella dijo: ‘¡Acurrucándote!’ Y encorvándose por la cintura, entró el walí en el armario, y se acurrucó allí. Y la joven cerró con llave la puerta y fue a abrir al que llamaba.

Y he aquí que era el kadí.

Y le recibió como había recibido al walí, y cuando llegó el momento oportuno, le puso un ropón rojo de forma extraordinaria y un gorro del mismo color; y como quería él arrojarse sobre ella, le dijo: ‘¡No, por Alah! ¡Antes tendrás que escribirme una orden disponiendo que suelten a mi hermano!’ Y el kadí le escribió la orden consabida, y se la entregó en el mismo momento en que llamaban a la puerta. Y exclamó la joven con acento aterrado: ‘¡Es mi esposo, que vuelve de viaje!’ E hizo encaramarse al kadí hasta el segundo entrepaño del armario, y fue a abrir al que llamaba a la puerta de la casa…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima vigésima primera noche

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Valram

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