lunes, 23 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima septuagésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 472ª noche

Ella dijo:

‘...Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado por el esplendor y la multitud de riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de oro, así como la profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfombra, el moghrabín dijo a su hija: ‘¡Ya Rahma, ve a traernos el paquete de seda que sabes!’ Y al punto echó a correr la joven, volviendo con el paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y sacó de él un traje que valía mil dinares por lo menos, y dándoselo a Juder, le dijo: ‘¡Póntelo, ¡oh Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!’ Y Juder se vistió con aquella ropa, y quedó tan espléndido que parecía un rey entre los reyes de los árabes occidentales.

Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de platos, que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo alineado de aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares diferentes. Luego dijo a Juder: ‘Extiende la mano y come, ¡oh mi señor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque verdaderamente aún no sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que decir lo que quieres mejor y lo que anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!’ Juder contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino! que me gustan todos los manjares, sin excepción, y ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca de mis preferencias y pónme todo lo que te parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes que tengo buen diente!’

Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la cocina. Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un manjar, y al punto lo sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería. Y de tal suerte vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje todas las mañanas; y cada traje era más maravilloso que el anterior.

Por la mañana del vigésimo primer día, fue a buscarle el moghrabín, y le dijo: ‘¡Levántate, oh Juder! ¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!’ Y Juder se levantó y salió con el moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en las que se montaron ellos, y dos esclavos negros que echaron a andar detrás de las mulas. Y caminaron de aquel modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el moghrabín echó pie a tierra, y dijo a Juder: ‘¡Apéate!’ Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la mano a los dos negros, diciéndoles: ‘¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que desaparecieron, volviendo luego los esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra y pusieron dentro alrededor los cojines y las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos botes en que estaban encerrados los dos peces de color de coral. Después extendieron el mantel y sirvieron una comida de veinticuatro platos que sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.

Entonces levantóse el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se puso a murmurar sobre ellos fórmulas mágicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos peces dentro: ‘¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!’ Y continuaron suplicándole en tanto que formulaba él los conjuros.

De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al moghrabín dos personajes que decían, con los brazos cruzados humildemente: ‘¡La salvaguardia y el perdón, oh poderoso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?’

El moghrabín contestó: ‘¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis abrir el tesoro de Schamardal!’ Los otros dijeron: ‘¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro! Pero es absolutamente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque está escrito en el libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder! ¡Y nadie puede entrar en el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!’ El moghrabín contestó: ‘¡Ya he traído al individuo de quien habláis!

¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!’ Y los dos personajes miraron a Juder con atención, y dijeron: ‘¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con nosotros! ¡Te lo juramos por el Nombre!’ Así es que el moghrabín les permitió marcharse adonde tenían que ir. Y desaparecieron en el agua del río.

Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo una sola vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ardiente. A la sazón el moghrabín esparció incienso sobre las brasas, y dijo: ‘¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso, y en seguida voy a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez comenzados los conjuros no podré interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a instruirte acerca de lo que tienes que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al Maghreb!’ Y contestó Juder: ‘¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!’

Y el moghrabín dijo: ‘¡Sabe, oh Juder! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima septuagésima tercera noche

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Valram

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