jueves, 31 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima décima noche

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Pero cuando llegó la 510ª noche

Ella dijo:

‘...Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos!

¡He aquí ahora lo referente a Abdalah!

Encaróse el rey con él, y antes de hacerle la menor pregunta, le dijo: ‘¡Oh pobre, que Alah te bendiga con los dones que te hizo! ¡La seguridad está contigo! ¡Yo soy quien te la da!’ Luego añadió: ‘¿Quieres contarme ahora la verdad y decirme cómo han llegado a ti esas pedrerías, tan hermosas, que ningún rey de la tierra las posee parecidas?’ El pescador contestó: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡Todavía tengo en casa lleno de esas pedrerías un cesto de pesca! ¡Es un regalo de mi amigo Abdalah del Mar!’ ¡Y contó al rey toda su aventura con el marítimo, sin omitir un detalle! Pero no hay utilidad en repetirla.

Luego añadió: ‘¡Porque hice con él un pacto sellado con la recitación de la Fatiha del Korán! Y por ese pacto me he comprometido a llevarle todas las mañanas por la aurora un cesto lleno de frutos de la tierra; y él se ha comprometido a llenarme el cesto con frutos del mar, como son estas pedrerías que ves’.

Al oír del pescador semejantes palabras, el rey maravillóse de la generosidad del Donador para con sus creyentes; y dijo:

‘¡Oh pescador, era tu destino! ¡Pero déjame decirte que la riqueza exige que se la proteja, y que el rico debe tener una categoría alta! ¡Quiero ponerte, pues, bajo mi protección mientras dure mi vida, y hasta hacer algo más! Porque no puedo responder del porvenir, y no sé la suerte que te reservará mi sucesor si muero o se me desposee del trono. Posible es que te mate por codicia y por amor a los bienes de este mundo. Quiero, pues, ponerte a salvo de las vicisitudes de la suerte mientras viva yo. ¡Y el medio mejor creo que es casarte con mi hija Prosperidad, que es una joven púber, y nombrarte mi gran visir, legándote así directamente el trono antes de mi muerte!’ Y contestó el pescador: ‘¡Escucho y obedezco!’

Entonces llamó el rey a los esclavos, y les dijo: ‘¡Conducid al hammam a éste, que es vuestro amo!’ Y los esclavos condujeron al pescador al hammam del palacio y le bañaron cuidadosamente y le vistieron con vestiduras reales, y le llevaron de nuevo a presencia del rey, que le nombró inmediatamente gran visir. Y le dio las instrucciones precisas para su nuevo cargo, y Abdalah contestó: ‘¡Tus advertencias ¡oh rey! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me cobijo!’

Despachó luego el rey para la casa del pescador correos y guardias numerosos con tañedores de pífano, de clarinete, de címbalos, de bombo y de flauta, y mujeres expertas en el arte de la vestimenta y de los atavíos, con encargo de vestir y ataviar a la mujer del pescador y a sus diez hijos, colocándoles en un palanquín llevado por veinte negros y conduciéndoles al palacio acompañados por un cortejo espléndido y con músicos. Y se ejecutaron sus órdenes; y se colocó en un suntuoso palanquín a la esposa del pescador, que llevaba al pecho a su recién nacido y a sus otros nueve hijos; y precedida por el cortejo de guardias y músicos, y acompañada por las mujeres puestas a su servicio y por las esposas de emires y notables, se la condujo a palacio, donde estaba esperándola la reina, que la recibió con agasajos infinitos, mientras el rey recibía a los hijos y se los sentaba por turno en las rodillas y les acariciaba paternalmente, con tanto gusto como si fueran sus propios hijos. Y por su parte, la reina quiso demostrar su afecto a la esposa del nuevo gran visir, y la puso al frente de todas las mujeres del harem, nombrándola gran visira de sus dependencias.

Tras de lo cual el rey, que tenía por única hija a Prosperidad, se apresuró a mantener su promesa, concediéndosela en matrimonio, como segunda esposa, al visir Abdalah. Y con esta ocasión, dio una gran fiesta al pueblo y a los soldados, haciendo adornar e iluminar la ciudad. Y aquella noche conoció Abdalah las delicias de la carne joven y la diferencia que hay entre la virginidad de una joven hija del rey y la rancia piel curtida con que se desahogó él hasta entonces.

Pero al día siguiente por la aurora, habiéndose despertado el rey antes de su hora habitual a causa de las emociones de la víspera, se asomó a su ventana y vio que su nuevo gran visir, el esposo de su hija Prosperidad, salía del palacio llevando a la cabeza un cesto de pesca lleno de frutas. Y le llamó y le preguntó: ‘¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío...!?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima undécima noche

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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima novena noche

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Y cuando llegó la 509ª noche

Ella dijo:

‘...Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero. Y dijo a su antiguo bienhechor:

‘¡La paz sea contigo!, ¡oh padre de manos abiertas!’ El otro contestó: ‘Y contigo la paz, las gracias de Alah y sus bendiciones, ¡oh rostro de buen augurio! ¡Acabo de mandar a tu casa una bandeja con cuarenta pasteles que he cocido especialmente para ti y en cuya pasta no economicé la manteca clarificada, la canela, el cardamomo, la nuez moscada, la cúrcuma, la artemisa, el anís y el hinojo!’ Y el pescador metió la mano en el cesto, del cual salían mil resplandores fulgurantes; cogió tres grandes puñados de pedrerías y se los entregó. Prosiguió luego su camino y llegó a su casa. Y allí dejó su cesto, escogió la piedra más hermosa de cada especie y de cada color, lo puso todo en un pedazo de tela y se fue al zoco de los joyeros. Y se paró ante la tienda del jeique de los joyeros, le mostró las maravillosas pedrerías, y le dijo: ‘¿Me las quieres comprar?’ El jeique de los joyeros miró al pescador con ojos llenos de desconfianza, y le preguntó: ‘¿Tienes más?’ El pescador contestó: ‘En casa tengo un cesto lleno’. El otro preguntó: ‘¿Y dónde está tu casa?’ El pescador contestó: ‘Como casa, ¡por Alah que no la tengo! sino sencillamente una choza de tablas podridas, que está situada al extremo de cierta calle junto al zoco del pescado’. Al oír estas palabras del pescador, el joyero gritó a sus dependientes: ‘¡Detenedle! ¡Es el ladrón a quien se acusa de haber robado las alhajas de la reina, la esposa del sultán!’ Y les ordenó que le administraran una paliza. Y le rodearon todos los joyeros y mercaderes y le injuriaron. Y decían unos: ‘¡Sin duda fue él quien robó en el mes último la tienda del hadj Hassán!’ Y decían otros: ‘¡También fue este miserable quien limpió cierta tienda!’ Y cada cual contaba la historia de un robo cuyo autor no fue habido, ¡y se lo atribuía al pescador! Y durante todo aquel tiempo, el pescador guardaba silencio y no hacía ningún gesto para negar. Y después que hubo recibido la paliza preliminar dejó que le arrastrara a presencia del rey el jeique joyero, que quería obligarle a declarar sus crímenes y hacer que le colgaran a la puerta de palacio.

Llegados que fueron al diwán, el jeique de los joyeros dijo al rey: ‘¡Oh rey del tiempo! cuando desapareció el collar de la reina, mandaste que nos avisaran y nos encargaste que buscáramos al culpable. ¡Hicimos todo lo posible para lograrlo, y con la ayuda de Alah, lo hemos conseguido! ¡He aquí entre tus manos al culpable y las pedrerías que le hemos encontrado encima!’

Y dijo el rey al jefe de los eunucos: ‘Toma esas pedrerías y ve a enseñárselas a tu ama. ¡Y pregúntale si son las mismas piedras del collar que ha perdido!’ Y el jefe de los eunucos fue en busca de la reina, y poniendo ante ella las gemas espléndidas, le preguntó: ‘¿Son éstas ¡oh mi ama! las piedras del collar?’

Al ver aquellas pedrerías, la reina llegó al límite de la maravilla, y contestó al eunuco: ‘¡Ni por asomo! Mi collar lo encontré en el cofrecillo. En cuanto a esas pedrerías, ¡son mucho más hermosas que las mías y no tienen par en el mundo! Ve, pues ¡oh Massrur! a decir al rey que compre esas piedras para hacer con ellas un collar a nuestra hija Prosperidad, que ya está en edad de casarse.

Cuando se enteró el rey por el eunuco de la respuesta de la reina, se enfureció en extremo con el jeique de los joyeros que así acababa de detener y maltratar a un inocente; ¡y le maldijo con todas las maldiciones de Aad y de Thammud! Y contestó, temblando mucho, el jeique de los joyeros: ‘¡Oh rey del tiempo! sabíamos que este hombre era un pescador, un pobre; y al verle con estas pedrerías y enterarnos de que en su casa aún tenía un cesto lleno de ellas, nos pareció que era demasiada fortuna para que la hubiese podido adquirir por medios lícitos un pobre.’

Al oír estas palabras, aumentó más todavía la cólera del rey, que gritó al jeique de los joyeros y a sus compañeros: ‘¡Oh plebeyos impuros! ¡Oh herejes de mala fe, almas vulgares! ¿Es que no sabéis que para el destino del verdadero creyente no hay fortuna imposible, por inesperada y maravillosa que sea? ¡Ah malvados! ¡Y os apresuráis así a condenar a este pobre, sin oírle ni examinar sus circunstancias con el falso pretexto de que esa fortuna es demasiado cuantiosa para él! ¡Y le motejáis de ladrón, y le deshonráis entre sus semejantes!

¡Y ni por un instante se os ocurre pensar que nunca obra con parsimonia Alah el Exaltado cuando distribuye sus favores! ¿Acaso conocéis la capacidad de abundancia de los manantiales infinitos de que extrae sus beneficios el Altísimo, ¡oh estúpidos ignorantes! para juzgar así, con arreglo a vuestros cálculos mezquinos de criaturas de barro, el total de pesas puestas en la balanza de un destino dichoso? ¡Idos, miserables! ¡Alejaos de mi presencia! ¡Y pluguiera a Alah privaros de sus bendiciones para siempre!’

Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima décima noche

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martes, 29 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octava noche

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Pero cuando llegó la 508ª noche

Ella dijo:

‘...Se te fue de entre las manos la pesca, ¡oh pescador!’ Pero en aquel mismo instante el marítimo apareció fuera del agua llevando una cosa encima de la cabeza, y fue a situarse en la orilla al lado del terrestre. Y tenía el marítimo las dos manos llenas de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y se lo ofreció todo al pescador, y le dijo: ‘Toma esto, ¡oh hermano mío Abdalah! y dispénsame por lo poco que es. Porque por ahora no tengo un cesto para llenártelo; pero la próxima vez me traerás uno, y te lo devolveré lleno de estos frutos del mar’. Al ver aquellas gemas preciosas, el pescador se regocijó extremadamente. Y las tomó, y después de hacerlas correr por entre sus dedos maravillándose, se las guardó en el seno. Y le dijo el marítimo: ‘¡No te olvides de nuestro pacto! ¡Y ven aquí todas las mañanas antes de salir el sol!’ Y se despidió de él y se hundió en el mar.

En cuanto al pescador, volvió a la ciudad transportado de alegría, y lo primero que hizo fue pasar por la tienda del panadero que le había favorecido en los días negros, y le dijo: ‘¡Oh hermano mío! ¡Por fin la buena suerte y la fortuna se han puesto en nuestro camino! Te ruego que me des la cuenta de todo lo que te debo’. El panadero contestó: ‘¿La cuenta? ¿Y para qué? ¿Hay necesidad de eso entre nosotros? ¡Pero si verdaderamente tienes dinero de sobra, dame lo que puedas! ¡Y si no tienes nada, toma todos los panes que necesites para alimentar a tu familia, y en cuanto a pagarme espera a que la prosperidad resida en tu casa definitivamente!’

El pescador dijo: ‘¡Oh amigo mío! ¡La prosperidad se ha instalado sólidamente en mi casa, trayéndola la buena sombra de mi recién nacido y la bondad y munificencia de Alah! ¡Y cuanto pueda darte será poco en comparación de lo que hiciste por mí cuando me agarrotaba la miseria!

¡Pero toma esto por el pronto!’ Y se metió la mano en el seno y sacó un puñado de pedrerías tan grande, que apenas se quedó para sí con la mitad de lo que le había dado el marítimo. Y se lo dio al panadero, diciéndole: ‘Sólo te pido que me prestes algún dinero hasta que yo venda en el zoco estas gemas del mar’. Y estupefacto por lo que veía y recibía, el panadero vació su cajón entre las manos del pescador y quiso llevarle él mismo hasta su casa la carga de pan necesaria para la familia. Y le dijo: ‘¡Soy tu esclavo y tu servidor!’

Y quieras que no, se cargó a la cabeza la banasta de panes y echó a andar detrás del pescador, hasta la casa de éste, donde dejó la banasta. Y se marchó después de besarle las manos. En cuanto al pescador, entregó a la madre de sus hijos la banasta de panes y luego se fue a comprarles carne de cordero, pollos, verduras y frutas. E hizo que su esposa guisara una comida extraordinaria aquella noche. Y comió admirablemente con sus hijos y su esposa, regocijándose hasta el límite del regocijo con la llegada de aquel recién nacido que llevaba consigo la fortuna y la dicha.

Tras de lo cual Abdalah contó a su esposa cuanto le había acaecido y cómo terminó la pesca con la captura de Abdalah del Mar, y toda la aventura, en fin, con sus menores detalles. Y acabó por ponerle en las manos lo que le quedaba del regalo precioso de su amigo el habitante del mar. Y su esposa se alegró de todo aquello; pero le dijo: ‘¡Guarda bien el secreto de esa aventura, porque si no lo haces, corres peligro de que el gobierno te ponga obstáculos!’. Y contestó el pescador: ‘¡Claro que se lo ocultaré a todo el mundo, excepto al panadero! ¡Porque aunque por lo general deba ocultarse la dicha, no puedo hacer de mi dicha un misterio para mi primer bienhechor!’

Al día siguiente, Abdalah el pescador fue muy temprano, con un cesto lleno de hermosas frutas de todas las especies y todos los colores; a la orilla del mar, adonde llegó antes de salir el sol. Y dejó su cesto en la arena de la playa, y como no divisaba a Abdalah, dio una palmada gritando: ‘¿Dónde estás, ¡oh Abdalah del Mar!?’ Y al instante contestó desde el fondo de las olas una voz marina: ‘Heme aquí, ¡oh Abdalah de la Tierra! ¡Heme aquí a tus órdenes!’ Y el habitante del mar salió del agua y se acercó a la orilla. Y después de las zalemas y de los votos, el pescador le ofreció el cesto de frutas. Y lo cogió el marítimo, dándole las gracias, y se sumergió en el fondo del mar. Mas algunos instantes después reapareció llevando en sus brazos el cesto sin frutas, pero cargado de esmeraldas, de aguamarinas y de todas las gemas y productos marinos. Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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lunes, 28 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima séptima noche

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Y cuando llegó la 507ª noche

Ella dijo:

‘¿...No eres, entonces, un genni entre los genn?’ El otro contestó: ‘¡No, por cierto! ¡Soy un hermano que cree en Alah y en su enviado!’ Abdalah preguntó: ‘Pues entonces, ¿quién te ha tirado al mar?’ El otro dijo: ‘¡No me ha tirado nadie al mar, pues he nacido en él! Porque soy un hijo entre los hijos del mar. Somos, en efecto, pueblos numerosos los que habitamos las profundidades marítimas. Y respiramos y vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los pájaros en el aire. Y todos somos creyentes en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) y somos buenos y caritativos con nuestros hermanos los hombres que habitan en la superficie de la tierra, ¡porque obedecemos a los mandatos de Alah y a los preceptos del Libro!’ Luego añadió:

‘Por otra parte, si yo fuese un genni o un efrit malhechor, ¿no hubiera hecho trizas ya tu red en vez de rogarte que vinieras en mi ayuda para salir sin estropeártela, puesto que con ella te ganas el pan y es la única puerta por donde entran recursos en tu casa?’ Al oír estas palabras tranquilizadoras, Abdalah sintió que se disipaban sus últimas dudas y sus últimos temores, y cuando se inclinaba para ayudar al habitante del mar a salir de la red, éste le dijo aún: ‘¡Oh pescador! el Destino quiso para bien tuyo mi captura. Me paseaba yo, en efecto, por las aguas, cuando cayó encima de mí tu red y me apresó en sus mallas. ¡Deseo, pues, labrar tu dicha y la de los tuyos! ¿Quieres que hagamos un pacto por el cual se comprometa cada uno de nosotros a ser amigo del otro y hacerle regalos y a recibir de él otros en cambio? Así, tú, por ejemplo, vendrás todos los días a buscarme aquí y a traerme una provisión de los frutos de la tierra que crecen entre vosotros: uvas, higos, sandías, melones, albérchigos, ciruelas, granadas, plátanos, dátiles y otros más. Y lo aceptaré de ti todo con extremado gusto. Y te daré a mi vez de los frutos del mar que crecen en las profundidades que habitamos nosotros: coral, perlas, crisólitos, aguamarinas, esmeraldas, zafiros, rubíes, metales preciosos y todas las gemas y pedrerías del mar. ¡Y con ellas te llenaré cada vez el cesto de frutas que me traigas! ¿Aceptas?’

Al oír estas palabras, exclamó el pescador, que ya no se tenía más que con una pierna de tanta alegría y entusiasmo como le causaba aquella enumeración espléndida: ‘¡Ya Alah! ¿Y quién no aceptaría?’

Luego dijo: ‘Bueno, ¡pero ante todo sea con nosotros la Fatiha para rellenar nuestro pacto!’ Y el habitante del mar accedió. Y recitaron ambos en voz alta la Fatiha liminar del Korán. E inmediatamente Abdalah el pescador libertó de la red al habitante del mar.

Entonces preguntó el pescador a su amigo marítimo: ‘¿Cómo te llamas?’ El otro contestó: ‘Me llamo Abdalah. Así es que, cuando vengas aquí todas las mañanas, el día en que por casualidad no me veas, no tendrás más que gritar: ‘¡Ya Abdalah! ¡Oh marítimo!’ Y te oiré al instante, y verás cómo aparezco fuera del agua’. Luego le preguntó: ‘¿Y cómo te llamas tú, hermano mío?’ El pescador contestó: ‘¡Me llamo también Abdalah, como tú!’

Entonces exclamó el marítimo: ‘¡Tú eres Abdalah de la Tierra y yo soy Abdalah del Mar! Y he aquí que seremos dos veces hermanos, por nuestro nombre y por nuestra amistad. ¡Espérame, pues, aquí un instante, ¡oh amigo mío! nada más que el tiempo necesario para sumergirme y volver con el primer regalo marítimo!’ Y Abdalah de la Tierra contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Y al punto Abdalah del Mar saltó desde la orilla al agua y desapareció a la vista del pescador. Al cabo de cierto tiempo, al no ver Abdalah de la Tierra aparecer al marino, se arrepintió mucho de haberle libertado de la red, y dijo para sí: ¿Acaso sé si va a volver? Sin duda se ha reído de mí y me ha dicho todo eso para que le deje en libertad. ¡Ah! ¿Por qué no lo capturé? ¡Así hubiera podido exhibirle a los habitantes de la ciudad y ganar mucho dinero! Y también le hubiera transportado a las casas de la gente rica, que no quiere molestarse, para enseñársele a domicilio. ¡Y me habrían retribuido espléndidamente!’ Y de este modo continuó lamentándose con el alma, y diciéndose:

‘Se te fue de entre las manos la pesca, ¡oh pescador...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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domingo, 27 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima sexta noche

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Y cuando llegó la 506ª noche

Ella dijo:

‘...Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fue al mar. Y arrojó al agua la red a la salud del recién nacido, y dijo: ‘¡Oh Dios mío, haz que su vida sea fácil y no difícil, abundante y no insuficiente!’ Y tras de haber esperado un momento, sacó la red y la encontró llena de basura, de arena, de casquijo y de hierbas marinas, ¡pero no vio absolutamente ni la huella de un pez grande o pequeño! Entonces se asombró y se le entristeció el alma, y dijo: ‘¿Habrá creado Alah a ese recién nacido para no adjudicarle ninguna hacienda ni ninguna provisión? ¡Eso no puede ser, no podrá ser nunca! ¡Porque Quien ha formado las mandíbulas del hombre y le ha trazado dos labios en la boca, no lo hizo en vano, y ha cargado con la responsabilidad de subvenir a sus necesidades, porque es el Previsor, el Generoso! ¡Exaltado sea!’ Luego se cargó al hombro su red y fue a echarla al mar en otro sitio. Y esperó un buen rato y la sacó con mucho trabajo, porque pesaba mucho. Y encontró en ella un burro muerto, todo hinchado y exhalando un hedor espantoso. Y el pescador sintió que las náuseas le invadían el alma; y se apresuró a desembarazar de aquel burro muerto su red y alejarse hacia otro sitio lo más de prisa que pudo, diciendo: ‘¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Toda la mala suerte que tengo es por culpa de mi maldita mujer! Cuántas veces no la habré dicho: ‘El agua no se hizo para mí, y es preciso que busque en otra parte nuestra subsistencia ¡Yo no puedo ya con este oficio! ¡No, en verdad que no puedo más! ¡Déjame, pues, ¡oh mujer! que ejerza otro oficio que el de pescador! Y le he repetido estas palabras hasta hartarme. Y ella me contestaba siempre: ‘¡Alah-Karim! ¡Alah-Karim! ¡Su generosidad es ilimitada! No te desesperes, ¡oh padre de tus hijos!’ ¿Y es ésta toda la generosidad de Alah? ¿Será ese burro muerto la hacienda destinada al pobre recién nacido, o lo será el casquijo y la arena recogidos?’

Y el pescador Abdalah permaneció inmóvil largo tiempo, presa de una pena muy profunda. Luego acabó por decidirse a arrojar su red al mar una vez más todavía, pidiendo a Alah perdón por las palabras que acababa de pronunciar impensadamente, y dijo: ‘Sé favorable a mi pesca, ¡oh Tú el Retribuidor que dispensas a tus criaturas las mercedes y los beneficios, y marcas su destino de antemano! ¡Y sé favorable a ese niño recién nacido, y te prometo que un día será un santón consagrado a tu exclusivo servicio!’ Luego se dijo: ‘¡Quisiera pescar aunque no fuese más que un solo pez para llevárselo a mi bienhechor el panadero, que en los días negros, cuando me veía parado delante de su tienda husmeando desde afuera el olor del pan caliente, me hacía con la mano señas para que me acercara y me daba generosamente lo que necesitaba para los nueve y la madre!’

Cuando hubo echado por tercera vez su red, Abdalah estuvo esperando mucho tiempo y se dispuso luego a retirarla. Pero como la red pesaba todavía más que las otras veces y su peso era completamente extraordinario, le costó un trabajo infinito sacarla hasta la orilla: y sólo hubo de conseguirlo después de hacerse sangre en las manos a fuerza de tirar de las cuerdas. Y en el límite de la estupefacción, se encontró entonces apresado entre las mallas de la red un ser humano, un Adamita semejante a todos los Ibu-Adam, con la sola diferencia de que su cuerpo terminaba en cola de pez; pero, aparte de eso, tenía cabeza, cara, barba, tronco y brazos, como un hombre de la tierra.

Al ver aquello, el pescador Abdalah no dudó un instante de que se hallaba en presencia de un efrit entre los efrits rebeldes a las órdenes de nuestro señor Soleimán Ibn-Daúd, que fueron encerrados en vasos de cobre rojo y arrojados al mar. Y se dijo: ‘¡Sin duda es uno de ellos!

¡Merced al desgaste del metal por el agua y los años, ha podido salir del vaso sellado y agarrarse a mi red!’ Y lanzando gritos de terror y levantándose el traje hasta más arriba de las rodillas, el pescador echó a correr por la playa, huyendo hasta quedarse sin respiración, y aullando: ‘¡Amán! ¡Amán! ¡Misericordia! ¡Oh efrit de Soleimán!’

Pero desde dentro de la red le gritó el Adamita: ‘Ven, ¡oh pescador! ¡No huyas de mí! ¡Porque soy un ser humano como tú, y no un mared o un efrit! ¡Te recompensaré espléndidamente! ¡Y Alah te lo tendrá en cuenta el día del Juicio!’ Al oír estas palabras, se calmó el corazón del pescador; y dejó de huir y volvió hacia su red, pero a pasos lentos, avanzando con una pierna y retrocediendo con la otra. Y dijo al Adamita cogido en la red: ‘¿No eres, entonces, un genni entre los genn...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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sábado, 26 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 505ª noche

Ella dijo:

‘... salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino. ¡Y he aquí lo que atañe a él!

En cuanto a los esposos, he aquí lo referente a ellos. Cuando, al ponerse el sol, cerró él su tienda, volvió a su casa, y como estaba cansado por toda una jornada de ventas y compras, fue a su lecho y quiso echarse para descansar; pero advirtió una mancha grande que se destacaba en el cobertor, y retrocedió asombrado y desconfiando hasta el límite de la desconfianza. Luego se dijo:

‘¿Quién habrá podido penetrar en mi casa y hacer con mi esposa lo que ha hecho? ¡Porque esto que veo es licor de hombre sin ninguna duda!’ Y para cerciorarse mejor, el mercader metió el dedo en medio del líquido, y dijo: ‘¡Vaya sí es!’

Entonces, lleno de furor, quiso matar primeramente al joven; pero mudó de opinión, pensando:

‘¡De ese joven no puede haber salido una mancha tan enorme, porque todavía no está en edad de que se le hinchen los compañones!’

Le llamó, sin embargo, y le gritó con voz temblorosa de furor: ‘¿Dónde está tu ama, miserable aborto?’ El joven contestó: ‘¡Ha ido al hammam!’ Al oír estas palabras, se consolidó más la sospecha en el espíritu del mercader, pues la ley religiosa exige que hombres y mujeres vayan al hammam para hacer una ablución completa cuantas veces verifiquen la copulación.

Y gritó al mozo: ‘¡Corre en seguida para decirle que vuelva!’ Y el mozo apresuróse a ejecutar la orden.

Llegada que fue su esposa, el mercader, que recorría con los ojos de derecha a izquierda la estancia en que se hallaba el lecho consabido, saltó sobre la joven sin pronunciar palabra, la asió por los cabellos, la tiró al suelo y empezó a administrarle una serie tremenda de patadas y puñetazos. Tras de lo cual le ató los brazos, cogió un gran cuchillo y se dispuso a degollarla. Pero al ver aquello, la mujer comenzó a gritar y aullar tan fuerte, que todos los vecinos y vecinas acudieron en su socorro y la encontraron a punto de ser degollada.

Entonces separaron a la fuerza al marido y preguntaron a qué causa obedecía semejante castigo. Y exclamó la mujer: ‘¡No sé la causa!’ Entonces dijeron todos al mercader: ‘Si estás quejoso de ella tienes derecho a divorciarte o reprenderla con dulzura y mansedumbre. ¡Pero no puedes matarla, porque como casta lo es, y nosotros por tal la conocemos, y de ello daremos testimonio ante Alah y ante el kadí! ¡Desde hace mucho tiempo es vecina nuestra, y no hemos notado en su conducta nada reprensible!’ El mercader contestó: ‘¡Dejadme degollar a esta licenciosa!’ ¡Y si queréis una prueba de sus licencias no tenéis más que mirar la mancha líquida que han dejado los hombres introducidos por ella en mi lecho!’

Al oír estas palabras, los vecinos y las vecinas se acercaron al lecho, y cada uno a su vez metió el dedo en la mancha, y dijo: ‘¡Es líquido de hombre!’ Pero en aquel momento se acercó a su vez el joven y recogió en una sartén el líquido que no había sido absorbido por la tela, poniendo la sartén a la lumbre y haciendo cocer el contenido. Tras de lo cual tomó lo que acababa de cocer, se comió la mitad y distribuyó la otra mitad entre los circunstantes, diciéndoles: ‘¡Probadlo! ¡Es clara de huevo!’

Y habiéndolo probado, se aseguraron todos de que era realmente clara de huevo, incluso el marido, que comprendió que su esposa era inocente y que la había acusado y maltratado injustamente. Así es que apresuróse a reconciliarse con ella, y para sellar su buen acuerdo, le regaló cien dinares de oro y un collar de oro.

Esta historieta prueba que hay líquidos y líquidos, y que es preciso saber diferenciar todas las cosas.

Cuando Schehrazada hubo contado estas anécdotas al rey Schahriar, se calló. Y dijo el rey:

‘¡Es verdad, Schehrazada, que son infinitamente morales estas historias! ¡Y además, me han reposado de tal manera el espíritu, que estoy dispuesto a oír cómo me cuentas una historia extraordinaria por completo!’

Y dijo Schehrazada: ‘¡Justamente la que voy a contarte es la que deseas!’

Historia de Abdalah de la tierra y de Abdalah del mar

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:

Se cuenta -¡pero Alah es más sabio!- que había un hombre, pescador de oficio, que se llamaba Abdalah. Y el tal pescador tenía que mantener a sus nueve hijos y a la madre, y era pobre, muy pobre, hasta el extremo de que por toda hacienda no tenía más que su red. Y esta red le servía de tienda y con ella se ganaba el pan y era la única puerta por la que entraban recursos en su casa. Tenía costumbre de ir todos los días a pescar en el mar; y si pescaba poco lo vendía y se gastaba la ganancia con sus hijos, según lo que le hubiera concedido el Retribuidor; pero si pescaba mucho, con el dinero de la ganancia hacía que su esposa cocinase una comida excelente, y compraba frutas y se lo gastaba todo con la familia, sin escatimar ni economizar, hasta que no le quedaba nada entre las manos; porque se decía: ‘¡Mañana nos vendrá el pan de mañana!’ Y así vivía al día, sin anticiparse al destino del día siguiente.

Pero un día su esposa parió al décimo varón, pues merced a la bendición, los otros nueve eran también varones. Y aquel día precisamente no había en absoluto nada que comer en la pobre casa del pescador Abdalah. Y dijo la mujer al marido: ‘¡Oh mi amo, la casa tiene un habitante más, y todavía no ha llegado el pan del día! ¿No vas a buscarnos algo para sostenernos en este momento penoso?’ El contestó: ‘¡Ahora voy a salir, confiándome a la voluntad de Alah, e iré a pescar en el mar, arrojando mi red a la salud de ese niño recién nacido, para juzgar así de su suerte futura!’ La mujer le dijo: ‘¡Pon tu confianza en Alah!’ Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fue al mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima sexta noche

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viernes, 25 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 504ª noche

Ella dijo:

...porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo.

El masajista fue, pues, con su esposa y la introdujo en la estancia donde se hallaba el joven hijo del visir, que esperaba siempre echado sobre el mármol de la sala caliente; y el otro hubo de dejarlos solos y salió para apostarse fuera con objeto de impedir a los importunos que asomaran la cabeza por la puerta. Y dijo a su mujer y al joven que cerraran por dentro la tal puerta.

Cuando la joven vio al joven, quedó encantada de su belleza de luna; y a él le ocurrió lo mismo. Y se dijo ella: ‘¡Qué lástima que no tenga lo que poseen los demás hombres! ¡Porque es verdad lo que me ha contado mi esposo!; ¡apenas lo tiene del tamaño de una avellana!’

Pero al contacto de la joven empezó a conmoverse el niño que dormía entre los muslos del joven; y como era sólo de una pequeñez aparente y de los que estando de sueño entran por completo en el regazo de su padre, comenzó a sacudir su modorra. ¡Y he aquí que surgió de pronto comparable al de un burro o de un elefante, y mayor y más potente en verdad!

Y al ver aquello, la esposa del masajista lanzó un grito de admiración y se arrojó al cuello del joven, que la cabalgó como un gallo triunfante. Y en una hora de tiempo, la penetró por primera vez, y así sucesivamente hasta la décima vez, en tanto que ella se agitaba tumultuosa y gemía y se movía locamente.

¡Eso fue todo!

Y tras del enrejado de madera de la puerta, el masajista estaba viendo toda la escena, y por temor al oprobio público no se atrevía a hacer ruido o a tirar la puerta. ¡Y limitábase a llamar en voz baja a su esposa, que no le contestaba! Y le decía: ‘¡Oh madre de Alí! ¿A qué esperas para salir?

¡El día avanza y dejaste olvidado en casa al pequeñuelo, que espera la teta!’ Pero ella continuaba holgándose debajo del joven, y decía, entre risas y jadeos: ‘¡No, por Alah! ¡En adelante no daré teta a otro pequeñuelo que a este niño!’

Y le dijo el hijo del visir: ‘¡Sin embargo, podrías ir a tetarle un instante para volver enseguida!’ Ella contestó: ‘¡Antes me sacarán del cuerpo el alma que decidirme a dejar huérfano de madre ni una sola hora a mi nuevo niño!’

Así es que cuando el pobre masajista vio que se le escapaba de tal suerte su esposa y que con tal descaro se negaba a volver con él, fue tanta su desesperación y sintió celos tan rabiosos, que subió a la terraza del hammam y arrojóse desde allí, estrellándose la cabeza contra la calle. Y murió.

Esta historia prueba que el prudente no debe fiarse de las apariencias.

Pero -continuó Schehrazada- la anécdota que voy a contarte todavía demostrará mejor cuán engañosas son las apariencias y qué peligroso es dejarse guiar por ellas.

Hay líquidos y líquidos

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un hombre entre los hombres se prendó en extremo de una joven bella y encantadora. Pero esta joven, que era un modelo de gracia y de perfecciones, estaba casada con un hombre al que amaba y del cual era amada. Y como, además, era casta y virtuosa, el hombre que estaba enamorado de ella no podía encontrar medio de seducirla. Y como ya hacía mucho tiempo que cansaba su paciencia sin resultado se le ocurrió valerse de alguna estratagema para vengarse de ella o vencer su desvío.

El esposo de aquella joven tenía en su casa como servidor de confianza a un joven a quien había educado desde la infancia y que guardaba la casa en ausencia de los amos. Así es que el despechado enamorado fue en busca de aquel joven y trabó amistad con él, haciéndole diversos regalos y colmándole de agasajos, hasta el punto de que el joven acabó por sentir hacia él verdadera devoción y por obedecerle sin restricción en todo.

Cuando le pareció que era oportuno, el enamorado le dijo un día al joven: ‘¡Oh amigo, quisiera visitar hoy la casa de tu amo cuando hayan salido tu amo y tu ama!’ El otro contestó: ‘¡Bueno!’ Y cuando su amo se marchó a la tienda y su ama salió para ir al hammam, fue él en busca de su amigo, le cogió de la mano, e introduciéndole en la casa le hizo visitar todas las habitaciones y ver cuanto había en ellas. Pero el hombre, que estaba firmemente resuelto a vengarse de la joven, había ya preparado la mala pasada que quería jugar. Así, pues, cuando llegó al dormitorio, se acercó al lecho y vertió en él el contenido de un frasco que tuvo cuidado de llenar de clara de huevo. E hizo la cosa tan discretamente, que el joven no advirtió nada. Tras de lo cual salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima quinta noche

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jueves, 24 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima tercera noche

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Y cuando llegó la 503ª noche

Ella dijo:

‘...se quedó en el límite de la estupefacción al notar que el zib del mozo aquél, tan metido en carnes apenas alcanzaba el volumen de una avellana. Y al ver aquello, se puso a lamentarse con toda su alma y a golpearse las manos una contra otra, dejando bruscamente de darle masaje.

Cuando el joven vio al masajista presa de semejante pena y con el rostro demudado por la desesperación, le dijo: ‘¿Qué te sucede, ¡oh masajista! para lamentarte así con toda tu alma y golpearte las manos una contra otra?’ El masajista contestó: ‘¡Ay mi señor! ¡Mi desesperación y mis lamentaciones son por ti! ¡Porque veo que te aflige la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre! Eres joven, rollizo y hermoso, y posees cuantas perfecciones de cuerpo y de rostro y cuantos beneficios dispensa el Retribuidor a sus elegidos. ¡Pero precisamente careces del instrumento de delicias, sin el cual no se es hombre ni se está dotado de la virilidad que da y recibe! ¿Sería vida la vida sin el zib y todas sus consecuencias? ‘Al oír estas palabras, el hijo del visir bajó la cabeza tristemente, y contestó: ‘¡Tienes razón, tío mío! ¡Y precisamente acabas de hacerme pensar en lo que constituye mi único tormento! Si tan pequeña es la herencia de mi venerado padre, yo sólo tengo la culpa, por no haberme cuidado de hacerla prosperar hasta hoy. ¿Cómo quieres, en efecto, que el cabrito llegue a ser potente manteniéndose lejos de las cabras incendiarias o que el árbol se desarrolle sin que se le riegue? ¡Hasta hoy me mantuve lejos de las mujeres, y todavía no vino ningún deseo a despertar a mi niño en su cuna! ¡Pero ya creo que es hora de que se despierten los dormidos y de que el pastor se apoye en su báculo!’

Al oír este discurso del hijo del visir, dijo el masajista del hammam: ‘Pero, ¿cómo hará el pastor para apoyarse en su báculo, no siendo éste mayor que una falange del dedo meñique?’ El mozalbete contestó: ‘Para eso, mi buen tío, cuento con tu generosa voluntad. Vas a ir al estrado en que dejé mi ropa, y cogerás la bolsa que hay en mi cinturón; y con el oro que contiene irás a buscar para mí una joven capaz de iniciar el desarrollo que deseamos. ¡Y con ella haré mi primer ensayo!’ El masajista fue al estrado, cogió la bolsa y salió del hammam en busca de la joven consabida.

En el camino se dijo: ‘¡Ese pobre mozo se imagina que un zib es una pasta de caramelo blando que se desarrolla más cuanto más se la toca! ¿Es posible creer que el cohombro se hace cohombro de la noche a la mañana o que el plátano madura antes de llegar a ser plátano?’ Y riéndose de la aventura, fue al encuentro de su esposa; y le dijo: ‘¡Oh madre de Alí! has de saber que acabo de dar masaje en el hammam a un joven hermoso como la luna llena. Es hijo del gran visir y reúne todas las perfecciones, ¡pero el pobre no tiene un zib como el de los demás hombres! Lo que posee apenas tiene el tamaño de una avellana. Y como yo me lamentaba por su juventud, me ha dado esta bolsa llena de oro a, fin de que procure una joven capaz de desarrollarle en un instante la pobre herencia que obtuvo de su venerable padre; ¡porque el infeliz se imagina que así va a erigirse su zib en un instante desde el primer ensayo! Yo entonces he pensado que más valía que todo este oro se quedase en casa; y vengo a tu encuentro para decirte que me acompañes al hammam, donde harás el simulacro de prestarte al ensayo sin consecuencias del pobre mozalbete. ¡No hay ningún inconveniente en la cosa! ¡Y hasta podrás pasar una hora riéndote de él, sin ningún peligro ni temor!

Y yo os vigilaré a los dos desde fuera, y haré como que os protejo contra la curiosidad de los bañistas’.

Al oír estas palabras de su esposo, la joven contestó con el oído y la obediencia, y se levantó, y se atavió y se vistió con sus trajes más hermosos. Por lo demás, aún sin atavíos ni adornos, podía hacer que se volvieran hacia ella todas las cabezas y arrebatar todos los corazones, porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima segunda noche

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Y cuando llegó la 502ª noche

Anécdotas morales del jardín perfumado

Ella dijo:

‘Las anécdotas morales ¡oh rey afortunado! son las que mejor conozco. Voy a contarte una o dos o tres entresacadas del Jardín perfumado’. Y el rey Schahriar dijo: ‘¡Pues date prisa a empezar, porque siento que esta noche me invade el alma un gran fastidio! ¡Y no estoy seguro de conservarte hasta mañana la cabeza sobre los hombros!’

Y Schehrazada dijo, sonriendo: ‘¡Helas aquí! Pero te prevengo ¡oh rey afortunado! que estas anécdotas, aunque son de lo más morales, pueden pasar por anécdotas libertinas a los ojos de la gente grosera y de criterio estrecho’. Y dijo el rey Schahriar: ‘¡No te detenga ese temor, Schehrazada! Sin embargo, si crees que esas anécdotas morales no pueden ser oídas por esta pequeñuela que te escucha acurrucada a tus pies en la alfombra, dile que ya, se vaya. ¡Por cierto que aún no sé que hace aquí esta pequeñuela!’

Al oír del rey semejantes palabras, la pequeña Doniazada, temiendo que la echasen, se arrojó en los brazos de su hermana mayor, que la besó en los ojos, la oprimió contra su pecho y la tranquilizó el alma querida. Luego encaróse con el rey Schahriar y dijo: ‘¡A pesar de todo, creo que puede quedarse, porque no es reprensible hablar de las cosas situadas debajo de la cintura, ya que todas las cosas son limpias y puras para las almas limpias y puras!’

Y dijo al punto:

Los tres deseos

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que cierto hombre de buenas intenciones se pasó toda su vida en espera de la noche milagrosa que promete el Libro a los creyentes dotados de fe ardiente, esa noche llamada Noche de las Posibilidades de la Omnipotencia, en que el hombre piadoso ve realizarse sus menores deseos. Y he aquí que una noche de las últimas noches del mes de Ramadán, aquel hombre, después de haber ayunado estrictamente todo el día, sintióse tocado por las gracias divinas, y llamó a su esposa y le dijo: ‘¡Escúchame, mujer! Esta noche me noto en estado de pureza ante el Eterno, y seguramente va a ser para mí la Noche de las Posibilidades de la Omnipotencia.

Como sin duda van a ser atendidos por el Retribuidor todos mis ruegos y deseos, te llamo para consultarte de antemano acerca de las peticiones que debo hacer, porque estimo bueno tu consejo, y con frecuencia fueron provechosas para mí tus opiniones. ¡Inspírame, pues, sobre los deseos que he de formular!’ La esposa contestó: ‘¡Oh hombre! ¿A cuántos deseos tienes derecho?’ El dijo: ‘¡A tres!’ Ella dijo: ‘¡Ya puedes, entonces, exponer a Alah el primero de los tres deseos! Bien sabes que la perfección del hombre y sus delicias residen en su virilidad y que el hombre no puede ser perfecto siendo casto, eunuco o impotente. Por consiguiente, cuanto más considerable sea el zib del hombre mayor será su virilidad y tendrá más probabilidades de encaminarse por la vía de la perfección. Prostérnate, pues, humildemente ante la faz del Altísimo, y di: ‘¡Oh Bienhechor! ¡Oh Generoso! ¡haz que engorde mi zib hasta la magnificencia!’

Apenas hubo formulado tal deseo, se sintió atendido con exceso en aquella hora y aquel instante. Porque al punto vio el santo hombre que se le inflaba el zib y se le ponía magnífico, hasta el extremo que se le hubiera tomado por un calabacino descansando entre dos calabazas gordas. Y era tan considerable el peso de todo aquello, que obligaba a su propietario a sentarse cuando se le levantaba y a levantarse cuando se acostaba.

Así es que la esposa se aterró tanto al ver aquello, que hubo de emprender la fuga cuantas veces la llamó para hacer pruebas el santo hombre. Y exclamaba: ‘¿Cómo quieres que me preste a ninguna prueba con esa herramienta cuyo solo impulso es capaz de perforar rocas de parte a parte?’

Y el pobre hombre acabó por decirle: ‘¡Oh muy execrable! ¿Qué debo hacer con esto ahora? Tú tienes la culpa ¡oh maldita!’ Ella contestó: ‘¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! Reza por el Profeta, ¡oh anciano de ojos vacíos! ¡Pues por Alah!, ¡que no tengo necesidad de todo eso, ni tampoco te dije que pidieras tanto! ¡Ruega, pues, al cielo que te lo disminuya!

¡Ese ha de ser tu segundo deseo!’

El santo hombre alzó entonces los ojos al cielo, y dijo: ‘¡Oh Alah! ¡Te suplico que me libres de esta embarazosa mercancía y me evites la molestia que me proporciona!’ Y al punto se quedó liso el vientre de aquel hombre, sin más señal de zib y de compañones que si fuera un joven impúber.

Pero no le satisfizo aquella desaparición completa, ni tampoco a su esposa, que empezó a dirigirle invectivas y a reprocharle que la hubiera privado para siempre de lo que la correspondía. Así es que llegó al extremo la pena del santo hombre, y dijo a su esposa: ‘¡Tú tienes la culpa de todo esto, obra de tus consejos insensatos! ¡Oh mujer falta de juicio! Yo tenía derecho a formular tres deseos ante Alah, y podía escoger a mi sabor lo que mejor me pareciera de los bienes de este mundo y del otro. Y he aquí que ya me fueron concedidos dos de mis deseos y estamos como si no hubiera pasado nada. ¡Y me encuentro peor que antes! ¡Pero como todavía tengo derecho a formular mi tercer deseo, voy a pedir a mi Señor que me reintegre lo que yo poseía en un principio!’

Y se lo rogó a su Señor, que atendió su deseo. ¡Y se quedó él con lo que antes poseía!

La moraleja de esta anécdota es que hay que contentarse con lo que se tiene.

Luego dijo Schehrazada:

El mozalbete y el masajista del hammam

Cuentan ¡oh rey afortunado! que cierto masajista del hammam tenía de ordinario entre su clientela a los hijos de los notables y de los ciudadanos más ricos, porque el hammam donde ejercía su oficio era el mejor acreditado de toda la ciudad. Y he aquí que un día entró en la sala en que esperaba él a los bañistas un mozalbete todavía virgen de pelos, pero muy rollizo y abundante en redondeces por todas partes a la vez; y aquel mozuelo era muy hermoso de rostro; y era el propio hijo del gran visir de la ciudad. Así es que el masajista alegróse de poder dar masaje al dulce cuerpo de aquel joven delicado, y se dijo para su ánima: ‘¡He aquí un cuerpo en que la grasa puso por doquiera cojines sedosos! ¡Qué abundancia de formas, y qué rollizo está!’ Y le ayudó a echarse en el mármol tibio de la sala caliente y empezó a friccionarle con un cuidado especial. Y cuando llegó cerca de los muslos, se quedó en el límite de la estupefacción al notar que el zib del mozo aquel, tan metido en carnes apenas alcanzaba el volumen de una avellana...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima tercera noche

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martes, 22 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima primera noche

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Y cuando llegó la 501ª noche

Ella dijo:

‘...la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir. Y contestó Abu-Sir, con lágrimas en los ojos: ‘¡Ualah, oh rey del tiempo! ni conozco al rey de los nazarenos ni en mi vida hollé el suelo del país de los nazarenos. ¡He aquí la verdad!’ Y contó al rey cómo el tintorero y él se habían comprometido con un juramento, después de la lectura de la Fatiha del Libro, a ayudarse mutuamente; cómo partieron juntos, y todas las jugarretas y todas las malas pasadas de que le hizo víctima el tintorero, incluso la paliza que le obligó a sufrir y la receta de la pasta depilatoria que él mismo le había dado. Y añadió: ‘Sin embargo, ¡oh rey! aplicada a la piel esa pasta depilatoria es una cosa infinitamente excelente; y no es venenosa más que al comerla. ¡En mi tierra, hombres y mujeres se sirven sólo de eso, en lugar de la navaja, para hacer desaparecer cómodamente los pelos de abajo! ¡En cuanto a las malas pasadas que me jugó y al trato que me hizo sufrir, no tendrá el rey más que llamar al portero del khan y a los aprendices de la tintorería para comprobar la verdad de mis asertos anteriores!’

Y por complacer a Abu-Sir, pues por su parte él estaba seguro de todo, hizo llamar al portero del khan y a los aprendices; y después del interrogatorio, todos confirmaron las palabras del barbero, agravando más con sus revelaciones la conducta deshonrosa del tintorero.

Tras de lo cual, gritó el rey a los guardias: ‘¡Que me traigan al tintorero sin nada a la cabeza, descalzo y con las manos atadas a la espalda!’ Y al punto corrieron los guardias a invadir el almacén del tintorero, que a la sazón estaba ausente. Le buscaron, pues, en su casa, donde hubieron de encontrarle sentado saboreando el goce de los placeres tranquilos y soñando sin duda alguna con la muerte de Abu-Sir. Y he aquí que se precipitaron sobre él, quién dándole puñetazos en la nuca, quién puntapiés en el trasero, quién cabezazos en el vientre, y le pisotearon y le quitaron la ropa, excepto la camisa, y descalzo, sin nada a la cabeza y con las manos atadas a la espalda, le arrastraron hasta el trono del rey.

Abu-Kir vio a Abu-Sir sentado a la diestra del rey, y al portero del khan de pie en la sala, con los aprendices de la tintorería a ambos lados. ¡En verdad que lo vio todo! Y el terror le obligó a cagarse y hacer lo que hizo en medio de la sala del trono, porque comprendió que estaba perdido sin remedio. Pero ya el rey le decía, mirándole atravesado: ‘¡No puedes negar que está ahí tu antiguo compañero, el pobre a quien robaste, maltrataste, abandonaste, pegaste, echaste, injuriaste, acusaste e hiciste morir, en suma!’ Y el portero del khan y los aprendices de la tintorería levantaron las manos, y exclamaron: ‘¡Sí, por Alah! no puedes negar nada de eso ¡Nosotros somos testigos ante Alah y ante el rey!’

El rey dijo: ‘¡Lo niegues o lo declares, no dejarás de sufrir el castigo escrito por el Destino!’ Y gritó a sus guardias: ‘¡Lleváosle, arrastradle de los pies por toda la ciudad, encerradle luego en un saco lleno de cal viva y tiradle al mar, a fin de que muera de muerte doble, por combustión y por asfixia!’ Entonces exclamó el barbero: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡Te suplico que aceptes mi intercesión en favor suyo, porque yo le perdono cuanto me hizo!’ Pero le dijo el rey: ‘¡Si tú le perdonas sus crímenes contra ti, yo no le perdono sus crímenes contra mí!’ Y una vez más gritó a sus guardias: ‘¡Lleváosle y ejecutad mis órdenes!’

Entonces los guardias se apoderaron del tintorero Abu-Kir, le arrastraron de los pies por toda la ciudad, pregonando sus fechorías, y acabaron por encerrarle en un saco lleno de cal viva y le tiraron al mar. ¡Y murió ahogado y abrasado!

En cuanto a Abu-Sir, le dijo el rey: ‘¡Oh Abu-Sir, ahora quiero que me pidas cuanto anheles, y al instante te será concedido!’ Abu-Sir contestó: ‘¡Solamente pido al rey que me envíe a mi patria, porque en adelante me será penoso vivir alejado de los míos, y no tengo ganas de quedarme aquí!’

Aunque muy contrariado por su marcha, pues deseaba nombrarle gran visir en lugar del rollizo y peludo que llenaba este cargo, el rey le hizo preparar un gran navío que llenó de esclavos de ambos sexos y de ricos presentes, y le dijo al despedirse de él: ‘¿No quieres, entonces, ser mi gran visir?’ Y Abu-Sir contestó: ‘¡Quisiera volver a m¡ país!’ Entonces no insistió más el rey, y se alejó el navío con Abu-Sir y sus esclavos en dirección a Iskandaria.

Y he aquí que Alah les asignó un viaje feliz, y tocaron en Iskandaria con buena salud. Pero, apenas habían desembarcado, uno de los esclavos vio en la playa un saco que el mar arrojó a tierra. ¡Lo abrió Abu-Sir y descubrió dentro el cadáver de Abu-Kir que habían arrastrado hasta allí las corrientes! Y Abu-Sir le hizo inhumar cerca de allí, a la orilla del mar, y le erigió un monumento funerario que convirtióse en un lugar de peregrinación, para cuya conservación dedicó Abu-Sir bienes inalienables; e hizo grabar en la puerta del edificio esta inscripción mural:

¡Abstente del mal! ¡Y no te embriagues con el sorbo amargo de la maldad! ¡El malo acaba siempre por caer vencido!

¡Ve el Océano flotar en su superficie cosas del desierto, en tanto que las perlas reposan tranquilas en las arenas submarinas!

En las regiones serenas, está escrito sobre las páginas transparentes del aire: ‘¡Quien siembre el bien, recogerá el bien! ¡Porque toda cosa vuelve a su origen!’

Y tal fue el fin de Abu-Kir el tintorero y la entrada de Abu-Sir en la vida dichosa y sin preocupaciones en lo sucesivo. ¡Y por eso a la bahía en que se enterró al tintorero se le llamó bahía de Abu-Kir! ¡Gloria al que vive en Su Eternidad y por Su Voluntad hace correr los días en invierno y verano!

Luego dijo Schehrazada: ‘Y he aquí ¡oh rey afortunado! todo cuanto llegué a saber de esta historia’. Y exclamó Schahriar: ‘¡Por Alah, que es edificante la tal historia! ¡Por eso tengo ahora deseos de que me cuentes una o dos o tres anécdotas morales!’ Y dijo Schehrazada: ‘¡Son las que mejor conozco!’

En aquel momento, vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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lunes, 21 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima noche

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Pero cuando llegó la 500ª noche

Ella dijo:

‘...Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar, y sin que diese gran importancia a la cosa, Abu-Sir cogió el anillo que le correspondía por derecho propio y se lo puso en un dedo.

En aquel momento llegaron los dos mozos abastecedores de la cocina del rey, y le dijeron:

‘¡Oh pescador! ¿Puedes decirnos que le ha pasado al capitán del puerto que a diario nos entrega el pescado destinado al rey? ¡Hace ya mucho tiempo que le esperamos! ¿Por qué lado se ha ido?’ Abu-Sir contestó, extendiendo la mano hacia ellos: ‘¡Se fue por aquel lado!’ Pero en el mismo momento saltaron de sus hombros las cabezas de los dos mozos y rodaron por el suelo con sus propietarios.

Era el relámpago lanzado por el anillo que llevaba Abu-Sir quien acababa de matar a los dos mozos abastecedores.

Al ver caer privados de vida a ambos mozos, se preguntó Abu-Sir: ‘¿Quién pudo hacer saltar así sus cabezas?’ Y miró a su alrededor por todos lados, al aire y a sus pies; y ya empezaba a temblar de terror, pensando en el poder oculto de los genios malhechores, cuando vio llegar al capitán marino. Y éste, aunque todavía estaba lejos, divisó al propio tiempo los dos cuerpos inertes en el suelo con las cabezas respectivas junto a ellos, y también el anillo ostentado por Abu-Sir, que brillaba al sol. Y al primer golpe de vista comprendió lo que acababa de pasar. Así es que se apresuró a gritarle para ponerse en salvo: ‘¡Oh hermano mío! ¡No muevas la mano en que llevas el anillo de oro, o soy, muerto! ¡Por favor no la muevas!’

Al oír estas palabras, que acabaron de sorprenderle y de dejarle perplejo, Abu-Sir se inmovilizó completamente, a pesar de las ganas que tenía de correr al encuentro del capitán marino, el cual, llegado que fue junto a él, se arrojó a su cuello, y dijo: ‘Cada hombre lleva colgado al cuello su destino. ¡El tuyo supera con mucho al del rey! ¡Pero cuéntame cómo ha llegado a ti este anillo, y yo te contaré después las virtudes que tiene!’ Y Abu-Sir contó al capitán marino toda la historia, la cual sería inútil repetir. Y el capitán, maravillado, le relató a su vez las virtudes temibles del anillo, y añadió: ‘Ahora está en salvo tu vida y en peligro la del rey. ¡Puedes acompañarme sin temor a la ciudad y hacer caer a una seña del dedo en que llevas el anillo las cabezas de tus enemigos y hacer saltar de entre sus hombros la del rey!’ Y embarcó a Abu-Sir consigo en una nave y llevándole a la ciudad, le condujo al palacio, presentándole al rey.

En aquel momento el rey tenía sesión en su diwán y estaba rodeado por la muchedumbre de sus visires, emires y consejeros; y aunque se hallaba repleto de preocupaciones y de rabia hasta lo último a causa de la pérdida de su anillo, no se atrevía a divulgar la cosa ni a mandar que se hicieran en el mar pesquisas para encontrarlo, por miedo a que se regocijaran con su calamidad los enemigos del trono. Pero cuando vio entrar a Abu-Sir, ya no abrigó ninguna duda acerca de su proyectada pérdida, y exclamó: ‘¡Ah miserable! ¿Cómo pudiste salir del fondo del mar y escapar a la muerte por ahogo y por combustión?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Oh rey del tiempo, Alah es el más grande!’

Y contó al rey cómo le había salvado el capitán marino, que le estaba agradecido por un baño gratuito, cómo encontró el anillo y cómo, sin saber el poder de tal anillo, había causado la muerte de los dos mozos abastecedores. Luego añadió: ‘¡Y ahora ¡oh rey! vengo a devolverte este anillo en prueba de gratitud por los beneficios que te debo y para demostrarte que, si tuviese alma de criminal, ya me hubiera servido de este anillo para exterminar a mis enemigos y matar a su rey! ¡Y te suplico que, para corresponderme, examines con más atención ese crimen que se me imputa y por el cual, aunque estoy ignorante de él, me condenaste, y que me hagas perecer con torturas si resulto verdaderamente criminal!’

Diciendo estas palabras, Abu-Sir se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al rey, que apresuróse a ponérselo, respirando aliviado y contento, y sintiendo que le volvía al cuerpo el alma. Se irguió sobre sus pies entonces y echó los brazos al cuello de Abu-Sir, diciéndole: ‘¡Oh hombre! ¡Ciertamente eres la flor de las personas bien nacidas! ¡Te ruego que no me guardes rencor y me perdones el mal que te hice y el perjuicio que te causé! ¡En verdad que jamás me hubiese devuelto este anillo otro que no fueras tú!’

El barbero contestó: ‘¡Oh rey del tiempo! ¡Si verdaderamente anhelas que descargue tu conciencia, no tienes más que decirme por fin qué crimen se me imputaba, y quién me atrajo tu cólera y tu odio!’ El rey dijo: ‘¡Ualah! ¿Para qué? Estoy seguro ahora de que se te acusó injustamente. Pero puesto que deseas saber el crimen que se te atribuía, escucha: ¡El tintorero Abu-Kir me ha dicho tal y cual cosa!’ Y le contó todo aquello de que hubo de acusarle el tintorero con motivo de la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima novena noche

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Y cuando llegó la 499ª noche

Ella dijo:

‘¡...Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir!’ Y Abu-Sir cogió el tarro de barro, sacó de él un pedazo como una almendra de la pasta consabida, y lo extendió, sólo por vía de ensayo, sobre el bajo vientre del gran visir. Y fue tan prodigioso el efecto depilatorio de la droga, que ya no dudó el rey de que se trataba de un veneno terrible. Y temblando de ira ante aquel espectáculo, se encaró con los mozos del hammam, y les gritó: ‘¡Detened a ese miserable!’ y les señaló con el dedo a Abu-Sir, a quien la sorpresa dejó mudo y como atontado. Luego el rey y el visir se vistieron a toda prisa, haciendo entrega de Abu-Sir a los guardias de afuera y regresaron al palacio.

Allí el rey hizo llamar al capitán del puerto y de los navíos, y le dijo: ‘Vas a apoderarte del traidor que se llama Abu-Sir, y cogiendo un saco de cal viva, en la cual le meterás, lo arrojarás al mar bajo las ventanas de mi palacio. ¡Y de tal manera ese miserable morirá de dos muertes a la vez, ahogado y abrasado!’

El capitán contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’

Y he aquí que el capitán del puerto y de los navíos era precisamente el capitán marino que desde tiempo atrás estaba en deuda con Abu-Sir. Se apresuró, pues, a ir en busca de Abu-Sir al calabozo, y le sacó de allí para embarcarle en una nave y conducirle a una isla situada no lejos de la ciudad y donde pudo al fin hablarle libremente. Le dijo: ‘¡Oh amigo mío! no olvido las consideraciones que me guardaste, y quiero devolverte bien por bien. ¡Cuéntame, pues, qué te ha ocurrido con el rey y el crimen que cometiste para perder sus favores y merecer la muerte cruel a que te ha condenado!’ Abu-Sir contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh hermano mío! te juro que soy inocente de toda culpa y que jamás hice nada para merecer semejante castigo!’ El capitán dijo: ‘¡Entonces, seguramente debes tener enemigos que te han calumniado ante el rey! ¡Porque todo hombre que vive dichoso y a quien favorece el Destino, tiene siempre alguien que le envidia! ¡Pero nada temas! Aquí, en esta isla, estás seguro. Bienvenido seas pues, y tranquilízate.

Pasarás el tiempo pescando hasta que yo logre embarcarte para tu país. ¡Ahora voy a hacer ante el rey el simulacro de tu muerte!’ Y Abu-Sir besó la mano del capitán marino, que le dejó para ir al punto a coger un saco lleno de cal viva y a ponerse debajo de las ventanas del palacio del rey que daban al mar.

Precisamente estaba el rey en una ventana, esperando la ejecución de su orden; y llegado que fue debajo de las ventanas, el capitán alzó la vista para que el rey diera la señal de la ejecución. Y el rey sacó el brazo por la ventana y con el dedo le hizo seña de que arrojara el saco al mar. Y se ejecutó aquello inmediatamente. Pero en el mismo momento el rey, que había hecho con la mano un ademán brusco, dejó caer al agua un anillo de oro que para él era tan preciado como su alma. Porque aquel anillo que había caído al mar era un anillo talismánico encantado del que dependían la autoridad y el poderío del rey y que servía de freno para mantener respetuosos al pueblo y al ejército; pues cuando el rey quería dar orden de que se ejecutara a un culpable, no tenía más que levantar la mano en uno de cuyos dedos se encontraba el anillo, y al punto brotaba de él un relámpago súbito que derribaba por tierra al culpable muerto de repente, separándole la cabeza de los hombros.

Así es que cuando el rey vio caer su anillo al mar, no quiso hablar de ello a nadie y guardó el secreto más profundo acerca de su pérdida, sin lo cual le hubiera resultado imposible mantener más tiempo en el temor y la obediencia a sus súbditos. ¡Y esto es lo referente al rey!

En cuanto a Abu-Sir, una vez que se quedó solo en la isla, cogió una red de pesca que le había dado el capitán marino, y para distraerse de sus torturadores pensamientos y proporcionarse el sustento, se puso a pescar en el mar. Y después de arrojar su red y esperar un momento, la retiró y la encontró llena de peces de todos colores y de todos tamaños. Y se dijo: ‘¡Por Alah, mucho tiempo hacía que no comía yo pescado! ¡Voy a coger uno y a darlo para que me lo frían a los dos pinches de que me ha hablado el capitán!’.

En efecto, el capitán del puerto y de los navíos estaba también encargado de suministrar todos los días pescado fresco para la cocina del rey; y como aquel día no pudo atender por sí mismo a su pesca, se lo había encargado a Abu-Sir, y le había hablado de dos pinches que irían allá para que les entregase lo que pescara con destino al rey. Y la primera redada favoreció a Abu- Sir con aquella pesca numerosa. Empezó, pues, antes de entregar su pesca a los dos mozos que estaban para llegar, por escoger para sí mismo el pez más gordo y más hermoso; y sacó de su cinturón el cuchillo grande que guardaba allí, y atravesó con él de parte a parte las branquias del pez que coleaba. ¡Pero no se sorprendió poco al ver salir, ensartado por la punta del cuchillo, un anillo de oro que el pez había devorado sin duda!

Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima noche

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sábado, 19 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima octava noche

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Y cuando llegó la 498ª noche

Ella dijo:

‘...y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura!’ Y le preguntó Abu-Kir: ‘¿Y de dónde te vino esta felicidad?’

El otro contestó: ‘¡Quién te abrió las puertas de la prosperidad me las abrió también!’ Y le contó su historia desde el día en que por orden de Abu-Kir le apalearon. Pero no tiene la menor utilidad repetirla. Y Abu-Kir le dijo: ‘Es extremada mi alegría por saber el favor de que gozas con el rey. Voy a obrar de manera que aumente este favor, contando al rey que eres mi amigo de siempre’.

Pero el antiguo barbero repuso: ‘¿De qué vale la intervención de las criaturas en los designios del Destino? ¡Sólo Alah tiene en sus manos los favores y las desgracias! ¡Por lo pronto, lo que debes hacer es desnudarte y entrar en el hammam a disfrutar los beneficios del agua y la limpieza!’ Y le condujo por sí mismo a la sala reservada, y con sus propias manos le frotó, le jabonó, le dio masaje y le arregló por completo, sin querer encargar de ello a ninguno de sus ayudantes. Luego le hizo subir al estrado de la sala fría, y él mismo le sirvió sorbetes y reconfortantes, con tantos miramientos, que todos los clientes habituales estaban absortos al ver a Abu-Sir en persona hacer aquel oficio y rendir aquellos honores excepcionales al tintorero, cuando de ordinario sólo el rey gozaba de semejantes distinciones.

Habiendo llegado el momento de marcharse, Abu-Kir quiso ofrecer algún dinero a Abu-Sir, quien se negó a aceptarlo, diciendo: ‘¿No te da vergüenza ofrecerme dinero, cuando soy tu camarada y no hay ninguna diferencia entre nosotros?’

Abu-Kir dijo: ‘¡Bueno! pero en compensación, déjame darte un consejo que te será de gran utilidad. Admirable es este hammam; pero aún le falta una cosa para que sea completamente maravilloso’. Abu-Sir preguntó: ‘¿Y cuál es esa cosa?’ El otro dijo: ‘¡La pasta depilatoria! Porque he notado que, después de afeitar la cabeza a tus clientes, para los pelos de las demás partes del cuerpo te sirves de la navaja también o de las pinzas. ¡Pero nada vale lo que una pasta depilatoria cuya receta conozco y voy a dártela de balde!’

Abu-Sir contestó: ‘Sin duda tienes razón, ¡oh camarada mío! ¡No deseo más que me enseñes la receta de la mejor pasta depilatoria!’ Abu-Kir dijo: ‘¡Hela aquí! Toma arsénico amarillo y cal viva, machaca las dos cosas, añadiéndolas un poco de aceite, echa un poco de almizcle para quitar el olor desagradable, y mete la pasta que se forme en un tarro de barro para utilizarla en el momento oportuno. ¡Y yo te respondo del éxito de la operación, sobre todo cuando vea el rey que se le caen los pelos como por encanto, sin que le golpeen ni le froten, y que debajo aparece su piel completamente blanca!’ Y tras de dar esta receta a su antiguo compañero, Abu-Kir salió del hammam y a toda prisa se dirigió a palacio.

Cuando llegó ante el rey y le hubo presentado sus respetos entre las manos del monarca, le dijo: ‘Vengo para aconsejarte, ¡oh rey del tiempo!’

El rey dijo: ‘¿Y qué consejo vas a darme?’ Abu-Kir contestó: ‘¡Loores a Alah, que hasta hoy te ha librado de las manos de ese perverso, de ese enemigo del trono y de la religión, de ese Abu-Sir, dueño del hammam!’

El rey preguntó, muy asombrado: ‘¿De qué se trata?’ Abu-Kir dijo: ‘¡Has de saber ¡oh rey del tiempo! que si por desgracia vuelves a entrar en el hammam, estarás perdido sin remedio!’

El rey dijo: ‘¿Y por qué?’ Con los ojos llenos de terror fingido y con un ademán de espanto, silbó Abu-Kir: ‘¡Por el veneno! Ha preparado para ti una pasta compuesta de arsénico amarillo y de cal viva, que sólo con aplicarla al pelo de la piel lo quema como fuego. Y te brindará su pasta, diciéndote: ‘¡Nada mejor que esta pasta para pacer desaparecer los pelos del trasero con comodidad y sin golpearte en el trasero!’ ¡Y aplicará la pasta en el trasero de nuestro rey y le liará morir envenenado por esa parte, que es la parte más dolorosa de todas! ¡Porque ese dueño del hammam no es otro que un espía pagado por el rey de los cristianos para arrancar así el alma de nuestro rey! ¡Y me apresuré a venir a avisarte, porque por encima de mí están los beneficios que te debo!’

Al oír estas palabras del tintorero Abu-Kir, el rey sintió que le invadía un terror intenso, de modo que se estremeció y se le encogió el trasero, como si ya hubiese surtido sus efectos el veneno ardiente. Y dijo al tintorero: ‘Voy ya al hammam con mi gran visir para confirmar tu aserto.

¡Pero hasta entonces guarda el secreto de la cosa cuidadosamente!’ Y llamó a su gran visir y se fue con él al hammam.

Ya allí, como de costumbre, Abu-Sir introdujo al rey en la sala reservada y quiso friccionarle y lavarle; pero le dijo el rey: ‘¡Empieza por mi gran visir!’ Y se encaró con el gran visir, y le dijo:

‘¡Echate!’ Y el gran visir, que estaba muy rollizo y era peludo como una cabra, vieja contestó:

‘¡Escucho y obedezco!’ Y se echó en el mármol y se dejó frotar, jabonar y lavar bien. Tras de lo cual dijo Abu-Sir al rey: ‘¡Ah rey del tiempo! ¡He encontrado una droga poseedora de tales virtudes depilatorias, que no hay navaja que la iguale para hacer desaparecer los pelos de abajo!’

El rey dijo: ‘¡Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima novena noche

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viernes, 18 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 497ª noche

Ella dijo:

‘...veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes.

Al día siguiente, hizo Abu-Sir que proclamaran por toda la ciudad los pregoneros públicos:

‘¡Oh criaturas de Alah, acudid todos a tomar un baño en el hammam del sultán! ¡No se pagará nada durante tres días!’ Y durante tres días se agolpó en el establecimiento una multitud enorme que en vano deseaba tomar un baño en el hammam llamado hammam del Sultán. Pero al llegar la mañana del cuarto día el propio Abu-Sir se instaló detrás de la caja, en la puerta del hammam, y empezó a cobrar la entrada, cuyo precio se dejó a la buena voluntad de los que salían del baño. Y por la tarde había conseguido Abu-Sir llenar la caja con lo que le dieron los clientes, con asentimiento de Alah (¡exaltado sea!). Y de aquella manera comenzó a acumular los montones de oro que le deparaba su destino.

¡Eso fue todo!

Y la reina, que oyó a su esposo el rey hablar con entusiasmo de aquellos baños, determinó tomar uno como prueba. E hizo que previnieran de su intención a Abu-Sir, quien, para complacerla y atraerse también la clientela de las mujeres, consagró en adelante la mañana a los baños de hombres y la tarde a los baños de mujeres. Y por la mañana se ponía él mismo detrás de la caja para cobrar, mientras que por la tarde cedió aquel cuidado a una intendente que nombró para tal cargo. Y cuando la reina entró al hammam y hubo experimentado por sí misma los efectos deliciosos de aquellos baños conforme al método nuevo, quedó tan encantada, que resolvió volver todos los viernes por la tarde y no fue para Abu-Sir menos espléndida que el rey, que había adquirido la costumbre de ir todos los viernes por la mañana, pagando cada vez mil dinares de oro, sin perjuicio de los regalos.

Así es que Abu-Sir iba entrando de lleno en la vía de las riquezas, de los honores y de la gloria. ¡Pero no por eso se mostró menos modesto o menos honrado, sino al contrario! Continuó, como antes, mostrándose afable, sonriente y lleno de buenos modales con sus clientes y generoso con los pobres, de los que nunca quiso aceptar dinero. Y por cierto que aquella generosidad fue su salvación como se verá en el transcurso de esta historia. ¡Pues sépase desde ahora que le había de llegar su salvación por conducto de un capitán marino que un día se encontró falto de dinero y pudo, sin embargo, tomar un baño de lo más excelente sin tener que gastar nada. Y como, además, se le hizo refrescar con sorbetes y Abu-Sir en persona le acompañó hasta la puerta con todas las consideraciones posibles, el capitán se dedicó a pensar entonces de qué medios se valdría para probar su gratitud a Abu-Sir, ¡bien con algún regalo o de otro modo! Y no tardó en hallar una ocasión favorable.

¡Y esto es lo referente al capitán marino!

En cuanto al tintorero Abu-Kir, acabó por oír hacerse lenguas de aquel hammam extraordinario, del cual se hablaba por toda la ciudad con admiración, diciendo: ‘¡Sin duda es como el paraíso en este mundo!’

Y resolvió ir a experimentar por sí mismo las delicias de aquel paraíso, el nombre de cuyo guardián ignoraba todavía. Se vistió, pues, con sus trajes más hermosos, montó en una mula ricamente enjaezada, se hizo preceder y seguir por esclavos armados de largas pértigas, y se encaminó al hammam. Llegado que fue a la puerta, notó el olor de la madera de áloe y el perfume del nad; y vio a la multitud de personas que entraban y salían, y a los que estaban sentados en los bancos esperando a su vez, dignatarios notables y pobres de los más pobres y humildes entre los humildes. Y entró entonces en el vestíbulo, y divisó a su antiguo compañero Abu-Sir sentado detrás de la caja, rollizo, fresco y sonriente. ¡Y le costó algún trabajo reconocerle, de tanto como se le habían llenado las antiguas cavidades de su cara con una grasa saludable y de tan brillante como tenía el color y mejorado el aspecto! Al ver aquello, aunque estaba muy sorprendido y contrariado, el tintorero fingió gran alegría, y con una temeridad extremada, avanzó hacia Abu-Sir, que ya habíase levantado en honor suyo, y le dijo con un tono de amistoso reproche: ‘¡Hola, Abu- Sir! ¿Es ésa la conducta de un amigo y el proceder de un hombre que conoce los buenos modales y la galantería? ¡Sabes que soy el tintorero titular del rey y uno de los personajes más ricos e importantes de la ciudad, y no eres para ir nunca a verme y a saber noticias mías! Y ni siquiera se te ha ocurrido preguntarte: ‘¿Qué habrá sido de mi antiguo camarada Abu-Kir?’ ‘¡Y en vano pregunté por ti en todas partes y envié en tu busca a mis esclavos por todos lados, por khanes y por tiendas, pues ninguno pudo informarme acerca de tu persona ni ponerme sobre tu pista!’

Al oír Abu-Sir estas palabras, bajó con gran tristeza la cabeza, y contestó: ‘¡Ya Abu-Kir! ¿Es que olvidaste el trato que me hiciste sufrir cuando fui a verte y los golpes que me propinaste y el oprobio con que me cubriste delante de gente, llamándome ladrón, traidor y miserable?’

Y Abu-Kir se puso muy serio, y exclamó: ‘¿Qué dices? ¿Acaso eras tú aquel hombre a quien pegué?’

El barbero repuso: ‘¡Claro que era yo!’ Abu-Kir entonces empezó a jurar con mil juramentos que no le había reconocido, diciendo: ‘¡Sin duda te confundí con otro, con un ladrón que ya hubo de intentar no sé cuántas veces escamotearme mis telas! ¡Estabas tan delgado y tan amarillo, que me fue imposible reconocerte!’

Luego empezó a lamentarse por su acto y a dar palmadas diciendo: ‘¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Exaltado! ¿Cómo pude equivocarme de aquella manera? Pero la culpa es principalmente tuya por no haberme revelado tu nombre cuando me reconociste diciéndome: ‘¡Yo soy tu amigo!’ máxime estando yo aquel día completamente distraído y fuera de mis casillas a causa del trabajo que sobre mí pesaba. ¡Por Alah sobre ti, te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que me perdones y te olvides de aquello, que estaba escrito en nuestro Destino!’ Abu-Sir contestó: ‘¡Que Alah te perdone, oh compañero mío! porque aquello fue, efectivamente; un designio secreto del Destino, ¡y la reparación está en Alah!’ El tintorero dijo: ‘¡Perdóname del todo!’

El barbero contestó: ‘¡Libre Alah tu conciencia como te libro yo de la culpa! ¿Qué podemos nosotros contra los designios tomados desde el fondo de la eternidad? ¡Entra, pues, al hammam quítate la ropa y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima octava noche

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jueves, 17 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 496ª noche

Ella dijo:

‘...luego que le secaron con toallas impregnadas en almizcle, preguntó a Abu-Sir: ‘¿Y cuánto crees que vale un baño así y a qué precio piensas que te lo paguen?’ El barbero contestó: ‘¡Al precio que quiera el rey!’ El rey dijo: ‘¡Me parece que un baño así no vale menos de mil dinares!’

E hizo que contaran mil dinares para Abu-Sir, y le dijo: ‘¡Y en adelante harás que pague mil dinares cada cliente que venga a tomar un baño en tu hammam!’

Pero contestó Abu-Sir: ‘Dispensa, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos no son iguales! Unos son ricos y otros son pobres. Así, pues, si yo quisiera que cada cliente me diese mil dinares, no haría negocio con el hammam y tendría que cerrarlo, porque el pobre no puede pagar mil dinares por un baño’. El rey contestó: ‘¿Qué piensas hacer entonces?’ El barbero contestó: ‘¡Dejaré que ponga precio la generosidad del cliente! ¡De tal suerte pagará cada cual con arreglo a sus medios y a la generosidad de su alma! Y el pobre no dará más que lo que pueda dar. ¡En cuanto a ese precio de mil dinares que señalaste, lo consideraré como un regalo del rey!’ Y al oír estas palabras los emires y los visires aprobaron la conducta de Abu-Sir, y añadieron: ‘Verdad dice, ¡oh rey del tiempo! y habla con justicia. Porque tú ¡oh bien amado nuestro! crees que pueden obrar como tú todos’.

Dijo el rey: ‘¡Es posible! De todos modos, como este hombre es un extranjero y un pobre muy pobre, estamos obligados a tratarle con largueza y generosidad, máxime cuando dota a nuestra ciudad con este hammam como no le habíamos visto en nuestra vida, y gracias al cual nuestra ciudad ha adquirido una importancia y un lustre incomparables. ¡Pero desde el momento en que no podéis pagar a mil dinares el baño, según me decíais, os autorizo a que por esta vez no le paguéis cada uno nada más que cien dinares, dándole, además, un esclavo joven, un negro y una joven! ¡Y en lo sucesivo, puesto que así lo quiere él, cada cual le pagaréis lo que os permitan vuestros medios y la generosidad de vuestra alma!’

Contestaron: ‘¡Sin duda que así lo haremos muy gustosos!’ Y cuando tomaron su baño en el hammam aquel día, pagó a Abu-Sir cada uno cien dinares de oro, un esclavo joven blanco, uno negro y una joven. Pero como el número de emires y altos dignatarios que después del rey tomaron su baño ascendía a cuarenta, Abu-Sir recibió cuarenta mil dinares, cuarenta jóvenes blancos, cuarenta negros y cuarenta mujeres jóvenes, y por parte del rey diez mil dinares, diez mozos jóvenes blancos, diez jóvenes negros y diez mujeres jóvenes como lunas.

Cuando recibió Abur-Sir todo aquel oro y aquellos regalos, se adelantó hacia el rey, y después de besar la tierra entre sus manos, dijo: ‘¡Oh rey afortunado! ¡Oh rostro de buen augurio! ¡Oh soberano de ideas justas y llenas de equidad! ¿En dónde voy a poder alojarme con todo este ejército de mozos blancos, de negros y de jóvenes?’ El rey contestó: ‘Quise que te dieran todo eso para hacerte rico; porque he supuesto que acaso un día pienses en volver a tu patria junto a tu amada familia, deseando verla de nuevo; y entonces podrás abandonarnos con riquezas bastantes para vivir en tu casa con los tuyos al abrigo de la necesidad’. El barbero contestó: ‘¡Oh rey del tiempo, que Alah te conserve próspero! ¡Pero todos esos esclavos están bien para los reyes y no para mí, que no necesito nada de eso para comer pan y queso con mi familia! ¿Cómo voy a arreglarme para alimentar y vestir a este ejército de jóvenes blancos, de jóvenes negros y de mujeres jóvenes? ¡Por Alah, que no tardarían en comerse con sus dientes jóvenes toda mi ganancia y a mí mismo después de mi ganancia!’

El rey se echó a reír, y dijo: ‘¡Por mi vida, que estás en lo cierto! ¡Son ya un ejército poderoso y tú solo no lograrías mantenerles de ninguna manera! ¿Quieres vendérmelos a cien dinares cada uno para desembarazarte de ellos?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Te los vendo a ese precio!’ Al punto el rey hizo llamar a su tesorero, que pagó íntegramente a Abu-Sir el precio de los ciento cincuenta esclavos; y a su vez el rey devolvió a su antiguo amo, como regalo, cada uno de aquellos esclavos. Y Abu-Sir dio las gracias al rey por sus bondades, y le dijo: ‘¡Haga Alah que descanse tu alma como tú hiciste que descansara el alma mía, salvándome de los dientes terribles de todos esos jóvenes ghuls glotones que sólo Alah podría dejar hartos!’ Y el rey se echó a reír oyendo estas palabras, y mostróse aun más generoso con Abu-Sir; luego, seguido por los notables de su reino, salió del hammam y regresó a su palacio.

En cuanto a Abu-Sir, se pasó aquella noche en casa embutiendo el oro en sacos y precintando cada saco cuidadosamente. Y tenía para su tren de casa veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima quinta noche

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Y cuando llegó la 495ª noche

Ella dijo:

El rey, lleno de entusiasmo, exclamó: ‘Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien!’ Y con sus propias manos le puso un ropón de honor que no tenía igual, y le dijo: ‘¡Se te concederá cuanto quieras, y aún más! ¡Pero date prisa a construir un hammam, porque es grande mi impaciencia por verlo y disfrutarlo!’

Y le hizo don de un caballo magnífico, de dos negros, de dos mozos jóvenes, de cuatro adolescentes y de una casa espléndida. Y le trató más generosamente todavía que al tintorero, y puso a su disposición los mejores arquitectos, diciéndoles: ‘¡Es preciso que construyáis un hammam en el sitio que él mismo escoja!’ Y Abu-Sir se puso al frente de los arquitectos, y recorrió con ellos toda la ciudad y acabó por encontrar un sitio que le pareció conveniente, dando orden de que levantaran el hammam allí. Y conforme a sus indicaciones, los arquitectos levantaron un hammam que no tenía par en el mundo, y lo adornaron con dibujos entrelazados y con mármoles de diversos colores y con un decorado extraordinario que arrebataba la razón. Y todo se hacía según las instrucciones de Abu-Sir. Y cuando se acabó la construcción, Abu-Sir hizo que pusieran en medio una gran piscina de alabastro transparente y otras dos de mármol precioso. Luego fue a buscar al rey, y le dijo: ‘¡Ya está preparado el hammam, pero me faltan aún los accesorios y utensilios!’ Y el rey le dio diez mil dinares, apresurándose el barbero a emplearlos en comprar los diversos utensilios, tales como toallas de lino y de seda, esencias preciosas, perfumes, incienso y lo demás. Y puso cada cosa en su sitio, y no regateó nada para que hubiese profusión de todo. Después pidió al rey diez ayudantes vigorosos para que le auxiliaran en su trabajo; y al instante le dio el rey veinte mozos jóvenes, bien formados y hermosos como lunas, a los cuales se apresuró Abu-Sir a iniciar en el arte del masaje y del lavatorio, dándoles masajes y lavándoles, y haciéndoles que repitieran con él mismo las diferentes experiencias. Y cuando estuvieron duchos en tal arte, fijó él por fin el día de la inauguración del hammam y se lo avisó al rey.

Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y perfumes en los pebeteros, y dejaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto. ¡En cuanto al gran salto de agua de la piscina central, era una maravilla incomparable y que sin duda había de producir un éxtasis en los espíritus! Y reinaba allá dentro en todo una limpieza y una frescura que desafiarían al candor del lirio y los jazmines.

Así es que cuando el rey, acompañado por sus visires y emires, franqueó la puerta principal del hammam, quedó agradablemente impresionado por ojos y nariz y oídos con el decorado encantador de aquel recinto, y los perfumes y la música del agua en los pilones de las fuentes. Y preguntó, muy maravillado: ‘¿Pero qué es esto?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Esto es el hammam! ¡Pero no has visto más que la entrada!’ E hizo penetrar al rey en la primera sala y le hizo subir al estrado, donde le desnudó y le envolvió en toallas desde la cabeza hasta los pies, y le calzó altos zuecos de madera, y le introdujo en la segunda sala, donde le hizo sudar copiosamente. Entonces, ayudado por mozos jóvenes, le frotó las extremidades, valiéndose de guantes de crin, y le sacó, en forma de largos filamentos parecidos a gusanos, toda la suciedad interior acumulada en los poros de la piel; y se los mostró al rey, que hubo de asombrarse prodigiosamente. Luego le lavó con mucha agua y mucho jabón, y le hizo bajar después a la bañera de mármol llena de agua perfumada con esencia de rosas, donde le dejó algún tiempo para hacerle salir más tarde y lavarle la cabeza con agua de rosas y esencias preciosas. Luego le tiñó con henné las uñas de manos y pies, dándoles un color de aurora. Y mientras se efectuaban estos preparativos, ardían a su alrededor áloe y nad aromático, penetrándole con su suavidad.

Terminado aquello, el rey se sintió ligero como un pájaro y respiró con todos los abanicos de su corazón; y se le había puesto el cuerpo tan liso y tan firme, que al tocarlo con la mano producía un sonido armónico. ¡Pero cuál no fue su delicia cuando aquellos mozos jóvenes se pusieron a darle masaje en las extremidades con una dulzura y un ritmo tales, que le parecía que habíase convertido en laúd o en guitarra! Y sentía que le animaba un vigor sin igual, hasta el extremo de que estuvo a punto de rugir como un león. Y exclamó: ‘¡Por Alah, que en mi vida me noté más vigoroso! ¿Y es esto el hammam, ¡oh maestro barbero!?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Esto mismo es!, ¡oh rey del tiempo!’ El rey dijo: ‘¡Por mi cabeza, que mi ciudad no fue una ciudad hasta después de la construcción de este hammam!’ Y cuando subió al estrado para beber los sorbetes preparados con nieve machacada, luego que le secaron con toallas impregnadas de almizcle, preguntó a Abu-Sir...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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martes, 15 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 494ª noche

Ella dijo:

‘...Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra, dio un salto el tintorero, exclamando: ‘¡Ah, malvado ladrón, cuántas veces te tengo prohibido que te pares delante de mi tienda! ¿Es que quieres mi ruina y mi deshonra? ¡Hola, vosotros! ¡Detenedle y apoderaos de él!

De modo que los esclavos blancos y los negros se precipitaron sobre el pobre barbero y le derribaron y le pisotearon; y hasta el propio tintorero se levantó, cogió un palo largo, y dijo:

‘¡Echadle de bruces!’ Y le asestó doscientos palos en la espalda. Luego dijo: ‘¡Oh miserable harapiento! ¡Oh traidor! ¡Como otro día vuelva a verte delante de mi tienda, te mandaré a presencia del rey, que te arrancará la piel y te empalará a la puerta de palacio! ¡Vete! ¡Que Alah te maldiga! ¡Oh rostro de pez!’ Entonces el pobre barbero muy humillado y dolorido por aquel trato, y con el corazón roto y el alma encogida, se alejó de allí a rastras y emprendió el camino del khan, llorando en silencio y perseguido por la rechifla de la muchedumbre amotinada contra él y por las maldiciones de los admiradores de Abu-Kir el tintorero.

Cuando llegó a su vivienda, se echó encima de la estera cuan largo era y se puso a reflexionar sobre lo que acababa de hacerle sufrir Abu-Kir; y se pasó toda la noche sin poder pegar los ojos de tan desgraciado y dolorido como se sentía. Pero por la mañana, frías ya las señales de los golpes, pudo lavarse y salir con intención de tomar un baño en el hammam para acabar de descansar y lavarse el cuerpo después de tanto tiempo como estuvo sin hacer sus abluciones durante la enfermedad. Preguntó, pues, a un transeúnte: ‘Hermano mío, ¿cuál es el camino del hammam?’ El hombre contestó: ‘¿El hammam? ¿Qué es eso de hammam?’ Abu-Sir dijo: ‘¡Pues el sitio donde va la gente a lavarse y a quitarse la suciedad y los filamentos que se forman en el cuerpo! ¡Es el lugar más delicioso del mundo!’

El hombre contestó: ‘¡Échate, entonces, al mar! ¡Allí es donde nos bañamos!’ Abu-Sir dijo:

‘¡Pero si lo que deseo es un baño en el hammam!’ El otro contestó: ‘No sabemos lo que quieres decir con eso de hammam. Nosotros, cuando queremos tomar un baño, nos vamos al mar; y hasta el rey, cuando quiere lavarse, hace como nosotros: se va a tomar un baño de mar’.

Cuando Abu-Sir enteróse de que el hammam era desconocido por los habitantes de aquella ciudad y se convenció de que ignoraban la costumbre de los baños calientes y las operaciones del masaje, limpieza de filamentos y depilación, se dirigió al palacio del rey y pidió audiencia, siéndole concedida. Se presentó, pues, al rey, y después de besar la tierra entre sus manos e invocar sobre él las bendiciones, le dijo: ‘¡Oh, rey del tiempo! soy extranjero y barbero de profesión. Sé también ejercer otros oficios, especialmente el de estufista del hammam y masajista, aunque en mi país cada una de estas profesiones la ejerce un hombre distinto, que en toda su vida no hace otra cosa. Y hoy quise ir al hammam en tu ciudad, ¡pero nadie supo indicarme el camino, y nadie comprendió lo que significaba la palabra hammam! ¡Por cierto que es muy asombroso que una ciudad tan hermosa como la tuya carezca de hammams, cuando nada en el mundo hay tan excelente para embellecer y hacer las delicias de una ciudad! ¡En verdad ¡oh rey del tiempo! que el hammam es un paraíso de la tierra!’ Al oír estas palabras, quedóse el rey extremadamente asombrado, y preguntó: ‘¿Podrás, entonces, explicarme qué es ese hammam de que me hablas? Porque no he oído hablar de él nunca’. Entonces dijo Abu-Sir: ‘¡Has de saber ¡oh rey! que el hammam es un edificio construido de tal y cual manera, y se baña uno en él de tal y cual modo, y se experimentan allí tales y cuáles cosas!’

Y enumeró al detalle las cualidades, las ventajas y los placeres de un hammam bien acondicionado. Luego añadió: ‘¡Pero me saldrían pelos en la lengua antes de poder darte una idea exacta de lo que es un hammam y de sus goces! ¡Hay que experimentarlo para comprenderlo! ¡Y no será tu ciudad una ciudad verdaderamente perfecta hasta el día en que tenga un hammam!’

Al oír estas palabras de Abu-Sir, el rey se dilató de entusiasmo y se esponjó, y exclamó:

‘Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima quinta noche

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Valram

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