miércoles, 9 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima octogésima octava noche

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Pero cuando llegó la 488ª noche

Ella dijo:

‘...y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán. Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien pagó en seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones, embarcaron en un navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de ayudarles por mediación de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tripulación, cuyo número total ascendía a ciento cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que Abu-Sir; y por consiguiente, él solo podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse. Así es que, en cuanto el navío se hizo a la vela, el barbero dijo a su compañero: ‘Hermano mío, nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que encontremos de comer y beber. Voy, pues, a intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afeitaré la cabeza mediante un pan o algún dinero o un trago de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!’

El tintorero Abu-Kir, contestó: ‘¡No hay inconveniente!’ Y se echó en el puente, colocó la cabeza lo mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar trabajo.

A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de lienzo a modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de ellos le dijo: ‘¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!’ Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo acabado, como el pasajero le ofreciera alguna moneda de cobre, le dijo él: ‘¡Oh hermano mío! ¿Qué voy a hacer aquí con este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me resultaría más ventajoso y más bendito en este mar, porque traigo conmigo un compañero de viaje y son exiguas nuestras provisiones!’ Entonces el pasajero le dio un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fue a ver a Abu-Kir, y le dijo: ‘¡Toma este pedazo de pan y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de esta taza!’

Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus pertrechos, se echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío entre las filas de pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un pedazo de queso, o un cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte, que al fin de la jornada había recogido treinta panecillos, treinta medios dracmas, y una porción de queso, y aceitunas, y cohombros, y varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los excelentes pescados de Damieta. Y además, supo ganarse tantas simpatías entre los pasajeros, que podía obtener de ellos cuanto les pidiera. Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos del capitán el cual quiso que también le afeitara a él la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la penuria en que se hallaba y de las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él un compañero de viaje. Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además estaba encantado de los buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: ‘¡Bienvenido seas! Deseo que todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!’

El barbero fue entonces a buscar al tintorero, que, como de costumbre, estaba durmiendo, y que cuando una vez despierto vio junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso, sandía, aceitunas, cohombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: ‘¿De dónde sacaste todo eso?’

Abu-Sir contestó: ‘De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!’).

Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una vez a su estómago querido; pero le dijo el barbero: ‘No comas de esas cosas, hermano mío, que pueden sernos útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he afeitado al capitán, y me he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó: ‘¡Bienvenido seas, y ven todas las noches con tu compañero a cenar conmigo!’ ¡Y he aquí que precisamente esta noche comeremos por primera vez con él!’

Pero Abu-Kir contestó: ‘¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy mareado y no puedo abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y ve a cenar con el capitán tú solo!’ Y dijo el barbero: ‘¡No hay inconveniente en hacerlo!’ Y en espera de la hora de cenar, se quedó mirando comer a su compañero.

Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los alimentos como el picapedrero que parte bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante que estuviera días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados ayudaban a otros bocados, empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes de que hubiera desaparecido el anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como los ojos de un ghul al desfilar cada trozo y lo cocían con sus resplandores, abrasándolo, y resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las habas y el heno.

Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: ‘¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te dice: ‘¡Trae a tu compañero y ven a cenar!’ Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: ‘¿Te decides a acompañarme?’ El otro contestó: ‘¡No tengo fuerzas para andar!’ Y se fue el barbero solo y vio al capitán sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso más, de diferentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la que también estaban invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima octogésima novena noche

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Valram

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